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CAPÍTULO DIECISÉIS
MIDDLE OF THE NIGHT
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LA EXISTENCIA ES una tragedia y la vida una mala comedia repleta de secretos y meticulosas obras de arte con poderosos mensajes. Mensajes que parecen traídos desde el mismísimo averno.

— ¡Jesucristo murió en vano! — Se lamentó el padre Grownguard — La desdicha alcanzó a los mortales que hoy lloran aquí abajo en los lazos del vicio y de la inquinidad. — Lanzó gotas de agua bendita al ataúd que todos rodeaban con caras lastimeras y los llantos ahogados de fondo — Los romanos... — Exhaló profundo — Dijeron alguna vez "No te dejes vencer por el mal, vence al mal con el bien".

— Capítulo doce, versículo veintiuno... — Susurró para si misma.

— La verdad es, que el mal ya nos venció. — Sentenció el padre Grownguard de forma seria — Que Dios los mantenga en su gloria, Jefferson Ferguson y Gunter Mills.

« La verdad... » pensó frívola mirando a la hermana del sheriff soltar lamentos y abrazando junto a su marido un ataúd que únicamente contenía la mitad del torso, un solo brazo y un rostro magullado, mientras que, pasos más atrás el grupo de cazadores mostraba su respeto bajando la mirada en completo silencio, apenados de haber sido lo más cercano a una familia para Gunter.

La verdad no existe, solo son distintas perspectivas. Cada quien tiene su verdad.

— Apestas a melancolía. — Gruñó atrayéndola a él, para luego susurrarle en su oído — Eran simples humanos, sin ellos no estaríamos vivos.

La pelirroja apretó sus labios y con una mirada de soslayo observó a su madre con los ojos rojos y un trapo en su boca conteniendo hipidos intentando cubrir su llanto. Frunció leve el entrecejo, su madre era una mujer sumamente frívola y superficial, normalmente asistía a ese tipo de eventos para después ver qué podía cotillear. Tenía años sin verla llorar, casi podía jurar que no soltó ni una lagrima cuando ella casi muere a manos de Eso o "La bestia de Derry". Por ello, el verla tan afectada por la muerte de los masculinos la desconcertó de sobremanera.

Aida tragó duro mientras que sus ojos se llenaban de lágrimas que se resistía a soltar. No sentía la muerte del sheriff realmente o de Gunter, pero aquel escenario era tan similar al funeral de Rosalie, que se llevó a cabo semanas atrás. El recuerdo y culpa por la muerte de la pequeña rubia siempre la perseguiría.

— No es suficiente. — Murmuró con la voz entrecortada — El miedo, el amor... La carne, nunca será suficiente.

Giró para ver a la bestia a esos hipnotizantes orbes verdes, encarándolo.

— No podrás escapar de tu naturaleza, Aida.

— No, no podemos. — Afirmó sin dejar de mirarlo — Pero lo controlaremos, haremos lo que haga falta por sobrevivir.

— ¿Cómo? — Robert frunció el entrecejo, expectante.

— Aún no estoy segura... — Murmuró recordando a la mujer gitana de avanzada edad y mechón rojo — Pero tengo una pista.



FLASHBACK


— ¿Cómo me llamaste...? — Cuestionó en un susurro hacia la anciana ciega frente a ella.

Estaba paralizada, comenzando a sentir el sudor frío en su frente. ¿Por que dijo el nombre de su madre?

— No eres tú... — Susurro la del mechón blanco pareciendo ligeramente decepcionada, dándose la vuelta iniciado un recorrido, aparentando conocer de memoria aquel extraño lugar.

Aida no entendía nada.

¿Conocía a su madre? ¿Habrá ido antes a la comunidad gitana? Dudaba mucho de esa posibilidad, pues su madre siempre le advirtió sobre los gitanos y lo repugnantes que podían llegar a ser. Alegaba que no eran más que simples ladrones, hijos de ladrones, criándose y estudiando para seguir sus mismos pasos terminando por ser criminales corrientes y malientes a todo ruedo.

Que, solo la muerte podría detener su deseo por hurtar y engañar.

— ¿Disculpe? — Intentó seguirla detrás del mostrador, pero la mayor la detuvo señalándola con el dedo índice.

— Las almas se reconocen por su vibración, no por su apariencia. Más, no es difícil cometer un error de vez en cuando. — Respondió simple con voz cansada y rasposa volviéndose a dar vuelta buscando con sus manos algo entre tantos frascos.

Aida asintió para sus adentros sin más ganas de indagar en una respuesta coherente, seguro aquella vieja deliraba o no estaba en todos sus cabales, cualquiera de las opciones la incomodaban, más, no quería huir pasando desapercibida y dejarla hablando sola.

Pese a que la situación era algo escalofriante, no tenía miedo, hace mucho que dejó de sentirlo, pero, otro extraño sentimiento de familiaridad se instaló en su pecho.

El tema le recordó a Eso, era como estar frente al peligro con la certeza que este no te tocaría, un tipo de seguridad abrazadoramente exótica.

Carraspeo volviendo a llamar la atención de la mujer pero está la ignoro pareciendo más entretenida en su tarea. Aburrida y con un deje de desespero, la pelirroja paseo sus ojos hasta encontrarse con un pequeño letrero con un nombre plasmado.

— Jovanka...

— ¿Si? — Su acompañante finalmente giró con un frasco con un polvo marrón y ahora Aida supo que ese era su nombre — Tu llegada no es casualidad, los planetas se alinearon trayéndote a mi por una razón. Todos vienen anhelando algo... Yo, les doy lo que necesitan.

Aida frunció el entrecejo y repasó nuevamente su alrededor, habían artesanías gitanas, pero podría decir que también artefactos vudú.

— Estoy... — Dudó por un segundo sus palabras, pero cuando la de ojos blanquecinos roció un poco del polvo en un recipiente de cerámica y comenzó a mezclarlo con otras yerbas. Sacudió su cabeza regresando a la realidad — Estoy haciendo una investigación.

— Lo deseas, no lo necesitas. — Asintió con el dedo índice — Eres fácil de leer.

— ¿Gracias?

— Oh, cariño, no era un alago. — Rió levemente haciendo que Aida enmarcara una de sus cejas. — En tu condición deberías manejarlo mejor, sino cualquiera podría darse cuenta. — Susurro como si compartieran cierta complicidad.

Aida hizo una mueca de extrañeza. Por supuesto que necesitaba la respuesta, debía saber quien era el asesino a suelto de Derry, con ello, varios de sus problemas desaparecerían y así vería que hacer con Robert.

— Necesito respuestas. — Enfatizó su petición. — O alguna pista, como mínimo.

No sabía exactamente cómo o porqué la charla se desenvolvió tan raro, era como a pesar de no abrir la boca, la mujer supiera exactamente a qué se refería.

La mayor soltó una risa.

— Debes tener prisa, pero algunas cosas no puedes acelerarlas... — Murmuró triturando su mezcla — Tienes una contemplación serena, puedo sentirlo, pero, también hay algo bestial. — Aida contuvo su respiración pero la mujer ni se inmutaba por nada — Te ayudare a encontrar el camino. Con la voluntad extinguida, sin la codicia y el afán del egoísmo, frío y gris de pies a cabeza. Si continúas así, estarás más ebria que la luna. — Soltó una carcajada y Aida comenzó a plantearse la idea de salir corriendo de esa lunática.

— Oiga, no necesito ningún brebaje, esto es un asunto serio. — Intentó hablar pero la otra la calló casi de inmediato.

— Lo se, niña, lo sé. — Soltó una chispa de fuego que encendió pequeñas llamas en su mezcla haciendo que la pelirroja diera varios pasos hacia atrás asombrada — Está listo.

Aida comenzó a negar lentamente queriendo rechazar lo que sea que la anciana le estuviera empaquetando en una bolsa de tela, pero al final la sonrisa torcida de la mayor le removió algo dentro de si que no pudo resistir ante la lástima y terminó aceptándolo.

Suspiro pesadamente.

— ¿Cuánto le debo?

— Con tu regreso y que me cuentes si te funciono, es suficiente.

La ojicafe ladeó su cabeza confusa.

— ¿Y qué hago con esto? — Elevó la pequeña bolsa que le entregó antes.

— Rocíalo dentro de tu próxima muñeca, luego, se encargará el destino. — La de capa roja abrió sus ojos fuera de órbita y miró asustada a la mujer. — Observa profundamente en la naturaleza, y entonces, entenderás todo mucho mejor.

Aida tuvo la sospecha de que aunque hablaran el mismo idioma, no se estaban refiriendo a lo mismo.
« Tal vez si existen las brujas... » Pensó con un pequeño temblor.

» — ¡Ah! — Exclamo como si recién recordarla algo — También necesitas seguir encendiendo la llama, niña. No trates de extinguirla. — Se inclinó sobre el mostrador — El peor error del ser humano es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale de su corazón.

La chica retrocedió lentamente, no estaba entendiendo nada y sabía que hacer preguntas sería completamente inútil.

— Gracias... Jovanka. — Dijo sin pensarlo mucho antes de ir a pasos rápidos a la entrada.

— ¡Ah, niña! — La llamo antes de que saliera de la rara tienda — Respecto a tu otro problema... No busques tan lejos, está más cerca de lo que crees, ten bien abiertos ambos ojos.

— ¿Perdón?

La mayor se guardo cualquier otra respuesta, en cambio, solo le dedico una sonrisa, que bien pudo ser un gesto de amabilidad, pero aún así a Aida se le erizaron los vellos del cuerpo haciéndola tragar duro. Y con nuevos cuestionarios interminables en su cabeza, se marchó.



FIN DEL FLASHBACK




— Me molesta. — Gruñó en voz baja llamando la atención de su acompañante.

— ¿El qué? — Preguntó sin prestarle mucha atención realmente, estaba más al pendiente de lo que ocurría en el funeral, tampoco quería ser grosera, por ello, intentó hablar en voz baja.

— Él. — Miranda siguió los ojos del cazador encontrándose a Aida y el detective Gray charlando entre murmuros a un par de metros de distancia.

Por lo que, termino dándole un leve codazo a Edward en forma de réplica.

— Estamos en un funeral, — Siseó algo indignada — ten un poco de respeto.

— Lo siento mucho por el sheriff, pero los celos me están... — Apretó su puño para terminar bufando — Nunca lo había sentido antes, esto es nuevo para mi.

— Me imagino. — La rubia soltó un resoplido resignado — Hace tiempo que no hablo con ella, el detective se llevó toda su atención desde que llegó... — Entrecerró los ojos ladeando un poco su cabeza — Aunque, ha estado extraña desde antes.

— Eso lo se. — Susurró cabizbajo — El otro día la encontré en el lago, casi se ahogaba. — Reveló logrando que la del vestido azul colocara una cara asustadiza.

— Pero no tiene sentido, ella es muy buena nadadora... —Hizo una pausa — ¿Tu crees que ella intentó...? — Cuestionó en voz baja de forma sugerente.


— No. — Dijo rápido — No tiene razones para hacerlo... — Exhaló regresando la vista a la pelirroja y el rubio — Al menos, no ahora.

Miranda regreso la vista de Aida a Edward sucesivamente hasta frenar sus ojos en el apuesto detective, mordió su labio analizando la situación y no pensó mucho sus próximas palabras.

— En todo caso es tu culpa. — Señaló haciendo que Edward la mirara ofendido — Siempre despreciaste sus ideales y le dabas por su lado, admitámoslo Edward, desde los quince años no puedes mantener una conversación con ella.

— Soy el cazador del pueblo, no tengo tanto tiempo libre para leer como ella.

— Tal vez por eso le atrae el detective. — Se encogió de hombros alzando una de sus cejas.

— ¿Qué dices? — Giró rápido su cabeza a su dirección sintiendo miedo, entonces recayó en que sus celos no eran imaginativos, un tercero ya se lo confirmaba a la cara.

— Piénsalo, es investigador, tiene un título y profesión interesante... — Asintió para sí misma convenciéndose de la idea — Al menos para ella, sabes cómo es fantasiosa, no es difícil deducir el porqué su interés en él. — Terminó por cruzarse de brazos pensativa hasta que al segundo siguiente cayó en cuenta del embrollo en el que había metido a su amiga con su futuro esposo innecesariamente — Eso... O... — Titubeó — Solo tiene curiosidad por la capital y su oficio... — Rió ansiosa deseando haber sonado convincente con esto último, pero, hace mucho que Edward dejo de prestarle atención.

El pelinegro examinó lo que tenía en frente y poco a poco comenzaba a tener sentido. El rubio a metros por delante junto a su prometida era delgado y con rasgos delicados, no parecía exponerse a actividades físicas, posiblemente era un privilegiado del distrito que toda su vida fue un ratón de biblioteca, como Aida. Seguramente tenían más cosas en común de las que él llegó a compartir con ella a lo largo de su vida.

Edward asintió cabizbajo intentando que el tragó de aquella realidad no fuera tan duro y amargo. Pero el sentimiento duró poco, cambiando rápidamente a enojo e impotencia. Por ello, no evitó apretar su mandíbula lanzándole una mirada asesina a Robert Gray.

Deseaba tanto darle caza a la bestia que cometía estragos en el pueblo, y que así, el forastero finalmente se largará de ahí.













El funeral había concluido, por lo que, Aida se quitó cualquier malestar que el ofuscante momento le atrajo al cuerpo y con Robert se retiraron a la habitación que supuestamente él rentaba en aquella posada. Igual, también huía de Edward, el cual, no dejó de sentir sus penetrantes ojos en su nuca desde la mitad del velorio.

Todo el camino Robert le cuestionaba lo que había ocurrido en el pueblo vecino, más ella aún no descubría al cien por ciento de lo que se refería o exactamente lo que tenía que hacer. Pero, su trato era no guardarse secretos y quería mantenerlo al tanto en caso de que él pudiera descifrarlo antes o tener alguna idea, más ambos estaban igual de perdidos con dicha información hasta el momento.

Después de pasar inadvertidos de las miradas chismosas de varios pueblerinos, Aida y Robert entraron a la habitación de este último con sigilo para evitar rumores y que la reputación de la pelirroja se viera en peligro.

Ya tenían un buen rato en el lugar, Aida leía sin parar los documentos del difunto sheriff — y otros cuantos que robó de su despacho la noche que murió — buscando un indicio, patrón o cualquier cosa que le facilite encontrar al culpable, claro, desechando las muertes de las que estaba segura que ellos habían sido los responsables.

Las únicas conexiones eran los elementos de brujería encontrados en las escenas del crimen, pero, dudaba de la veracidad de estas, pues, al haber estado en la tienda de la rara mujer gitana, ya no estaba muy segura de que era real y que eran estereotipos. Porque si bien, su abuela tenía su negocio de hiervas y menjurjes sanadores, más Jovanka contaba con extrañas plantas con olores nuevos y mezclas chispeantes, mientras que, alrededor de los asesinatos podías encontrar crucifijos al revés, pentagramas y garbanzos rotos.

Sentía su mano doler al igual que su cabeza mientras escribía con rapidez cualquier idea y pista que se atravesara, tenía la sensación de que poco más estaría por comenzar a salirle humo por la cabeza.

Pero, su tarea era más difícil por la presencia a sus espaldas.

Robert no había hecho siquiera el intento de mostrar un mínimo interés en la investigación y desde que llegaron se lanzó a la cama alegando un poco más por su innecesario sufrimiento en el cobertizo y que amaba la acolchonada superficie. Más al verse ignorado por la pelirroja, luego de un rato, aburrido, continuo con aquel pequeño libro que tenía la cruz de la pared de la iglesia en la portada. Tenía curiosidad por el final, su lectura se había visto interrumpida con los acontecimientos de los últimos días.

Ambos siguieron un buen rato en sus propios asuntos hasta que Robert concluyó con La Biblia y a partir de ese entonces tuvo el ceño fruncido junto con la mirada perdida hacia Aida en busca de alguna explicación de preguntas que no podía formular.

La anterior nombrada al no poder seguir aguantando la incomodidad que le provocaba Eso, resopló frustrada arrojando su lápiz para después verlo con una ceja alzada.

— ¿Qué?

— No se que decir al respecto. — Murmuró en ese mismo estado de shock, jugando con la biblia entre sus manos.

La pelirroja lo miró curiosa recayendo en el libro entre los dedos de su acompañante y se acercó a la cama sentándose junto a él, tal vez fue mucha información existencial de golpe. Suavizó su mueca y le intentó sonreír.

— Eres libre de opinar, vamos. — Lo animó.

El monstruo con apariencia de hombre giro a verla, sacado de orbita, pensando sus siguientes palabras.

— Los humanos son bastante raros. — Dijo con ironía, confuso.

— ¿A qué te refieres? — Frunció el ceño recargando su mentón en la palma de su mano, interesada en lo que sea que tuviera para compartir.

— No cuentan una historia, — Agitó el libro disconforme — parece más un reglamento lleno de mentiras fantasiosas para estimular una fe a ciegas.

Ahora fue turno de Aida de retroceder perpleja por dichas palabras sintiéndolas como una bofetada. Ella siempre fue creyente y creció en un ambiente estimulado por el mismo, no conocía otra cosa de su realidad y el que alguien externo a ella tenga una opinión diferente le parecía incorrecto, pues se le inculcó una sola verdad.

— No deberías hablar así... — Tragó saliva evitando encararlo — Es pecado.

Si bien, ella no era la gran devota, respetaba bastante la biblia, creía que Dios era amor y predicaba su palabra. Lo único en lo que discrepaba era con que un ser humano cualquiera fuera portavoz su palabra o la deformara en base a su propio sentir, creyéndose con más autoridad que cualquiera. Eso y que los escritos de Martín Lutero abrieron su mente a una perspectiva diferente.

— Lo que les conviene es pecado, — Dijo sin importancia arrojando la biblia a la cama — tengo eones de años, más de lo que te imaginas y te puedo asegurar que esto no se asemeja nada a la realidad.

— ¿Qué quieres decir?

Los pápales se habían intercambiado y ahora era Aida la extrañada mientras que Robert parecía desesperado por contar su verdad.

— En la culminación de miles de millones de años de desarrollo de incontables especies. — Dijo obvio, mientras que la pelirroja repetía sus palabras intentando comprenderlas en su mente.

Tal vez darle un diccionario para empezar a desarrollar su lenguaje — sin que ella lo haya leído por completo antes — fue un error.

— ¿O sea? — Cuestionó lentamente, sin entender su punto.

En tanto, Robert, incrédulo se miró a si mismo haciendo notar el como antes era un monstruo sin forma exacta hasta que llegó a la tierra y fue aprendiendo comportamiento social y hasta ahora cierto nivel de conocimiento intelectual.

— ¡De la evolución! — Exclamó obvio y Aida lo miró con la boca abierta.

— ¡Blasfemo! — Lo señaló levantándose de un salto de la cama, con su mente en negación — Eso no es posible, Dios nos creo a su imagen y semejanza y...

— ¡¿Y cómo me explicas a mi?!

Se puso de pie por igual, encarándola. El par se miró a los ojos un largo rato, mientras que Aida sentía explotar su cabeza, Eso, en cambio, estaba impotente por querer hacerla entrar en razón.










— Entonces... — Carraspeó procesando toda la información que recibió minutos atrás — Este ente... El Otro... ¿Es como tu padre?

Robert bufó.

— No me agrada ese término, pero si lo entiendes así, ya que. — Se encogió de hombros.

Estaban sentados en el piso, uno frente al otro, más calmados que hace una hora, puesto que Aida no dejó de insultarlo por querer manchar su fe y el nombre de Dios hasta que logró convencerla de escucharlo y así poder relatarle su origen y el de los humanos en general.

Después de relatarle el principio de los tiempos, ella estaba en shock con una crisis existencial recorriendo cada parte de su cuerpo y todo parecía dar vueltas, como si nada fuese real.

— Y nosotros somos producto del vomito... De tu... Perdón, de La Tortuga. — Se corrigió a sí misma antes de molestarlo con los parentescos, en tanto, Robert asintió afirmando su recuento — Y ustedes vienen de un lugar llamado « Macrosmo ».

— Macrocosmos. — Reparó.

— Eso... — Le restó importancia y el rubio rodó los ojos —  Y vivimos en el caparazón de una tortuga...

— El Otro dejó a los humanos a su protección y esa es su forma de "cuidarlos". — Aclaró con un deje de burla. — Es un ser estúpido que no sale de su caparazón y no es rival siquiera para la carne con plumas. — Mencionó con recelo y una mueca.

— Patos. — Corrigió.

— No los pienso llamar así. — Negó y Aida rodó los ojos.

— ¿Protegernos de qué? — Regresó al tema, más interesada que antes.

— De mi. — Sonrió macabro a lo cual ella trago duro.

— ¿Ya me dirás lo que eres exactamente?

Recordó brevemente el momento en el establo donde el se negó a confesarle su verdadera naturaleza y no tenía otro adjetivo para él más que « Eso » y los otros pocos sinónimos eran relacionados a « Monstruo ».

— Puedo mostrártelo. — Ofreció extendiendo su mano.

Aida lo miró con desconfianza, pero al no tener otra opción y mucha sed de conocimiento, la aceptó. Al instante sus ojos se tornaron blancos, viajando al inicio del mundo.

Estaba en un lugar inmenso, oscuro y frío con cientos de puntos brillantes a su alrededor, dedujo que era el espacio, más no podía estar cien por ciento segura, pues la única alusión que tenía a este era una vaga referencia a este del libro Sidereus Nuncius.

De pronto, toda la calma y tranquilidad se terminó cuando a lo lejos vislumbró un punto de luz haciéndose cada vez más y más grande, apantallandola con la luz que irradiaba, y con ello lo acompañó una fuerte ráfaga creando una lluvia de estrellas alrededor de ella. A partir de ese suceso, todo pareció moverse a gran velocidad, pues, esas millones de luces fueron formando la tierra, la cual,  parecía estar siendo sostenido por unas nubes cafes. Sintió cierta calma al identificar dicho soporte terrenal como la tortuga, cuando de repente sintió un vuelco en el estómago.

Ladeo la mirada por inercia justo a tiempo para ver avecinarse un remolino oscuro muy cerca de ella. La cosa negra comenzó a girar hasta volverse una clase de masa semitransparente con tres luces doradas en su interior.

En un parpadeo, Aida se transportó a una tierra desolada y llena de vegetación, miró al cielo al escuchar un estruendo y observó como lo que parecía un meteorito, se dirigió a la tierra extinguiendo los animales que habitaban, sabiéndolo por rugidos y chillidos de ardor que taladraron en sus oídos. Todo se volvió fuego y destrucción, hasta que de entre los escombros y el sufrimiento, lo vio.

La masa oscura del espacio estaba frente a ella, solo siendo una especie de sombra tomando miles de formas, de cualquier cosa que estuviera a su alrededor hasta adoptar la del horrible monstruo contra el que luchó semanas atrás.

Aterrorizada, sollozó ante el vívido recuerdo de la verdadera forma de ese horrible ser.

Intentó cubrirse espantada, por lo que, soltó la mano de Robert y regresó momentáneamente a la realidad en donde escuchó la voz de Eso diciéndole que debía aguantar un poco más para después volver a sostenerla con mas fuerza.

Ahora, Aida estaba en una cueva con una entrada en el techo repleta de picos simulando filosos dientes, cuando en ese momento tres luces en forma esférica descendieron, volviendo a materializarse la criatura sin forma exacta.

La pelirroja miró los acontecimientos estupefacta, no fue hasta que la criatura del recuerdo pareció reparar en su presencia y rugió en su cara con fuerza. Ante ello, soltó un grito atemorizada dando un salto hacia atrás, queriendo huir, mientras que, en la realidad empujó lejos a Robert anonadada por lo que vio, mientras buscaba tranquilizarse sabiéndose a salvo en aquella humilde habitación de posada.

— ¿Qué... Qué fue eso? — Balbuceó sin aliento mirando a su alrededor con los ojos llorosos.

— Te transfiri mi sabiduría y experiencia colectiva por medio de un puente psicoquinético táctil que solo se puede entre especies de nuestra raza. — Se recompuso ofreciéndole su mano para que igual se pudiera de pie.

Aida inmediatamente busco agua al sentir su garganta seca y su piel transpirada. Al tomarse casi media jarra de golpe, miró a su acompañante de forma definitiva.

— Quiero respuestas. — Bramó agitada — Me miraste. — Lo señaló acusadora — Tú me miraste, en tu recuerdo.

Le echó una mala mirada al imaginar qué tal vez esa no fue la realidad, sino, una ilusión más que él pudo manejar a su antojo.

— El tiempo es relativo. — Explicó sereno y de manera calmada al ver la exaltación en su acompañante — No existe un pasado, ni un presente, ni un futuro, todo ocurre al mismo tiempo en todas partes.

La pelirroja sin aliento se recargó en la pared tras de ella para posteriormente deslizarse hasta el suelo hecha un ovillo.

» — Lo se. — Eso asintió comprendiendo que fue mucha información de golpe — Quieres respuestas, yo igual. — Señaló la torre de libros que ya había leído en su encierro, que ahora, estaban apilados en la esquina del cuarto.

Aida sacudió un poco su cabeza, se sentía ofuscada, tal vez explicarle un tema simple para ella podría distraerla del hecho de que acababa de ver el inicio de los tiempos y así caer mas en cuenta del concepto de la evolución.

— Está bien... ¿Con qué quieres empezar?

Robert asintió con cierto brillo de emoción que conmocionó a Aida, e inmediatamente se puso de pie para tomar el primer libro en su lista que quería que se le fuera explicado a mas detalle por medio del entendimiento humano.

Cuando se lo extendió a la pelirroja y esta miro el titulo, observo al oji-verde con una ceja alzada incrédula.

— Tu de verdad quieres que me explote la cabeza. ¿No es así?

Masajeo su sien releyendo la portada, «Principia» era la obra que había escogido, considerado uno de los libros más importantes para la ciencia hasta la fecha. El joven solo se encogió de hombros mientras se sentaba en la cama cruzado de piernas expectante.

— Me interesa tu opinión, más después de lo que te acabo de mostrar.

Aida quedó muda un par de segundos, desconcertada por sus palabras. Nunca nadie le había dicho textualmente que le interesara cualquier cosa que tuviera que decir, más cuando se trataban de ese tipo de temas interesantes para ella. Su vida se basaba en escuchar a los demás de asuntos banales y cotidianos, pero siempre parecía que cuando ella abría la boca las demás personas hacían oídos sordos y si lograba articular algo le cambiaban el tema de conversación.

Carraspeó sentándose frente a él, nerviosa, mientras hojeaba el libro. Por un segundo miro a Robert, seguía en la misma posición expectante a todos sus movimientos y listo para escucharla.

Soltó una risilla ansiosa sin soportar mucho el contacto visual.

— ¿Por dónde empezar...? — Gesticuló torpemente.

— Lo que quieras, tengo notas de muchas cosas. — Señaló los dobladillos que le hizo días antes al libro, iba avanzando en escritura pero aún no se consideraba bueno en ello, por eso, recurrió a señalar con un trozo de carboncillo las ideas que le parecieron más interesantes.

— ¿Notas...? — Pregunto aún más sacada de orbita — Es decir, quieres... Discutirlo. — El rubio asintió obvio, comenzando a desesperarse. — Está bien, está bien...

La pelirroja extrañamente dio saltitos de felicidad en sus adentros y casi chilla emocionada, pero, lo supo disimular con un carraspeo.

» — Podemos comenzar con la filosofía de la naturaleza, olvídalo, ese tema será al final, podemos alargarnos mucho en eso. ¡Oh! La mecánica clásica es muy interesante igual... ¡No! Tengo que explicarte las leyes de Newton primero, deberíamos abordar ese tema, si es que no las entendiste, puedo explicártelo mejor, ya que, también debemos explorar los fundamentos de la física y... ¡Astronomía! — Vociferó tan rápido que apenas se podían diferenciar sus palabras de balbúcelos, no cayó en cuenta de ello hasta que miró a Robert que tenía una mueca divertida — ¿Voy muy rápido? Perdón, si voy muy rápido, me emocione y...

— No, por favor, continua. — Tomó un par de almohadas para adoptar una posición más cómoda mientras el embriagante y extraño olor que emanaba de la pelirroja se colaba en sus fosas nasales haciéndolo querer que la chica se quedara con él.

Aida, en cambio, satisfecha asintió sabiendo que el libro de modales que le costó media moneda de oro valió totalmente la pena. Sonrió sintiendo un extraño calor en sus mejillas.

— Muy bien... Verás, gracias a los estudios de Galileo es que Newton pudo enumerar las leyes del movimiento, con ellas dedujo la fuerza gravitatoria entre la Tierra y la Luna y así demostrar que esta es directamente proporcional al...

Y así pasaron la tarde entera sin tener consideración alguna del tiempo, y es que de un momento a otro más que hablar civilizadamente sin peleas sangrientas de por medio parecía que incluso eran dos buenos amigos. Y los temas seguían sobrando, pues de mecánica y cálculo pasaron al catolicismo y en cómo la iglesia influye en el estado hasta las distintas monarquías de Europa.












Pese a que Aida llegó a su casa dos horas tarde después del toque de queda, la preocupación de un regaño de sus padres estaba en segundo plano, pues, en su pecho albergaba una extraña felicidad revuelta en un cosquilleo en la boca de su estómago que nunca antes había sentido, incluso comenzaba a sentir sus mejillas a alambradas al no haber logrado dejar de sonreír en un muy buen rato.

Entro a su habitación haciendo el menor ruido posible y cuando se sintió segura soltó un suspiro relajado. Nunca creyó decirlo, pero ansiaba ver a Robert al día siguiente, pues, ambos acordaron en seguir charlando y saciando dudas del rubio y el siguiente libro era sobre la historia del arte. Incluso la sorprendió bastante, para recién adentrarse al mundo científico y filosófico no se le pasaba ningún detalle y de verdad parecía estar aprendiendo de ella y de lo que estaba dispuesta a mostrarle, eso la emocionaba.

Pero, su revoltijo de pensamientos se detuvo cuando observó en la equina del lugar su caja de costuraría. Mordió su labio indecisa hasta que se decidió por abrirla encontrando la muñeca que terminó hace un par de días durante sus descansos en la casa de Olga, era para Tara una pequeña niña que vivía a un par de casas de ella, asintió decidiendo entregársela mañana por la mañana antes de irse a la finca.

Después, su vista se posó en otra muñeca, estaba estaba completamente lisa, solo tenía dos botones negros y el bordado que simulaba una minúscula sonrisa, nada más. Mordió su labio con más intensidad cuando recayó en la bolsa de tela que le dio la gitana de mechón rojo.

Se mostraba escéptica a la existencia de las brujas, no creía en ellas, era una mujer de ciencia, pero, Jovanka de ser una curandera definitivamente era muy diferente a su abuela. Llevada por la curiosidad, vacío los polvos dentro de la muñeca revolviéndolos con el relleno de paja repitiéndose a sí misma que no creía en ese tipo de cosas místicas.

La cosió asegurándose de que nada fuera a salirse de su lugar y espero un rato mirándola fijamente.

Nada ocurrió.

Todo los ojos con cansancio sintiéndose tonta por haber caído en las composiciones de palabras de esa charlatana, igual, no pago nada por ello, entonces por ese lado se sentía tranquila.














Despertó sin muchos ánimos — como siempre — de ir a servirle a Olga por un par de monedas. Se aseó y colocó un vestido color vino, pues su período seguía y no quería ningún accidente, pese a que intuía que este ya casi concluía.

Concluyendo su rutina de todas las mañanas, cuando estaba por salir de su habitación recordó la muñeca para Tara, al volver quedó helada con lo que encontró.

La muñeca para la infante estaba intacta, si, pero la otra muñeca donde había rociado el polvo rojizo de Jovanka era bastante diferente.

La tomo entre sus manos temblorosas, era igual a ella.

Con temor observo el estambre color cobrizo simulando su cabello y un vestido el conjunto a su capa roja.

La dejo caer al suelo asustada, echo una hojeada al cuarto y no vio nada fuera de lo común. Rápidamente tomó la otra muñeca y salió disparada de ahí como un rayo.

Quería volver al pueblo gitano por explicaciones, pero, sabía que no serviría de nada, aquella mujer seguiría con sus acertijos y terminaría igual o más confundida que antes. Debía descubrir que hacer con ella.










Salió de sus pensamientos cuando casi choca con la cerca de la cabaña de la familia de Tara. No planeaba quedarse a jugar con ella como otras veces, solo quería dejar la muñeca.

Por el día estuvo algo torpe mientras cumplía con sus responsabilidades en la granja de Olga, no podía dejar de pensar en la muñeca idéntica a ella, le daba escalofríos el solo pensar que puede o no seguir en su hogar.

Se acercó a la puerta, pero poco antes de tocar escuchó ruidos extraños en el interior. Frunció en ceño y acercó su oído a la superficie de madera agudizando sus sentidos para luego descubrir que aquello eran jadeos mezclados con suspiros.

Intrigada, dejándose llevar por la curiosidad, se asomó por una de las aberturas de la puerta producto del desgaste de la madera y al caer en cuenta de lo que ocurría abrió de más sus ojos y evitó soltar un quejido de asombro.

Eran los padres de Tara, desnudos sobre el comedor.

La mujer se encontraba de piernas abiertas, con su marido entre ellas, ella se aferraba a él, clavando sus uñas en la espalda del hombre mientras que este realizaba movimientos de cadera hacia adelante y atrás en vaivén, de forma lenta y profunda, en tanto compartían besos por su rostro, labios y cuello.

Tragó duro al recaer en que los estaba espiando, invadiendo su privacidad, por ello, apartó la mirada y se dio vuelta rápidamente sintiéndose una pervertida por quedarse observando más de la cuenta.

Mordió sus labios nerviosa, esperando que no haya sido vista por nadie, mientras aquella escena de los padres de Tara fornicando se repetía una y otra vez en su mente causando un gran calor en su pecho y un cosquilleo en su parte íntima.









Se tomo de un solo trago el vaso de agua helada para después pedirle uno igual al dueño del comedor, un viejo conocido. No sabría decir si era su amigo o no, pues, Ben tenía que ser amable para echar a andar su negocio, aunque era de buena charla con sus clientes recurrentes, como Aida, el hecho de que recordara su nombre y cara la hacía sentir bien pese a que trataba de no tomarselo personal, era una clienta mas que le gustaba escuchar las anecdotas que los borrachos le contaban a Ben a altas horas de la noche.

Ese día, Ben la recibió igual que siempre, iba a darle un cafe hirviendo, por el clima frío, pero ella lo rechazó y en cambio pidio lo que sea para quitarse el enorme bochorno que tenía encima y no la dejaba actuar con normalidad. Incluso Ben quiso sacarle conversación, pero, Aida respondió distraída y cortante, puesto que, su mente seguía en shock recordando el roce de los cuerpos desnudos de los padres de Tara.

Quería dejar de pensar en ello, se sentía como una sucia pecadora, no lo creía correcto. Una pequeña voz en el fondo le decía que no tenía que preocuparse por la moralidad de su religión por la charla que tuvo con Robert, pero no era tan sencillo ignorar los principios con los que la criaron y mas si estuvo rodeada de la misma ideología toda su vida.

Sentía una presión placentera entre sus piernas que quería aumentar, pero también aplacar de una vez por todas, mas no sabía que hacer al respecto. Era como una niña pequeña en el asunto de su sexualidad, nunca nadie le dijo si quiera lo que sentiría cuando tuviera relaciones sexuales por primera vez, no se imaginaba siquiera como sucedía tal acción, nunca tuvo interes en saber algo del estilo hasta ahora, incluso, no tendría idea de como luce un pene de no ser desgraciadamente por los descuidos de Robert, si es que realmente eso era un pene humano.

Se ruborizo al tener dicha imagen mental en su cabeza y la sacudió queriendo concentrarse en otra cosa, mientras que, sus mejillas se teñían de carmín. Hasta que fue interrumpida repentinamente por su amiga de cabellera rubia.

— Hola, — Saludo tomando asiento frente a ella. — ¿cómo te fue con Olga?

— Como siempre, ya sabes... — Aida bramó, aún distraída.

— ¿Estas bien?

— ¡Si! — Respondió veloz intentando disimular el rojo de sus mejillas — Si... Solo estaba pensando.

— ¿Y en que estabas pensando...? — La miro pícara — ¿Ó mas bien, en quién?

— ¿Disculpa? — Aida frunció el ceño extrañada.

La rubia soltó una risa fingida. — Olvida lo que dije, no es como que me este refiriendo a cierto hombre alto, rubio y de ojos verdes. — Rodó los ojos sarcástica.

Aida alzo una de sus cejas divertida. — ¿Por qué estaría pensando en Robert?

— ¿Robert? ¿Ya no le decimos "detective"? — Sonrió burlona.

— Él me pidió que lo tuteara. — Se excusó — No preguntes.

— Que alivió. — Amanda se burló a lo cual Aida rodó los ojos, le fastidiaba aquella actitud por parte del pelinegro. En ello, la ojizaul carraspeó leve tomando otra postura — ¿Crees que el detective este casado? — Aida miro al techo pensativa intentando recordar si el detective original compartía nupcias con alguna mujer, más no vio ninguna sortija y en sus documentos no había especificación alguna, lo cual, le quitó un problema de encima.

— Creí decirte que no preguntaras. — Su amiga la ignoro manteniendo la misma mirada insistente haciendo que Aida rodara los ojos junto a un suspiro frustrado — No lleva anillo, supongo que no. — Dijo sin importancia — ¿Por qué el interés?

— Es muy atractivo. — Exclamó pícara, a lo cual, Aida sintió un pinchazo en el estómago que la hizo fruncir el entrecejo. — Debería acercarme.

— ¡No! — Gritó en un tonto alarmante azotando su mano en la mesa, haciendo que su amiga diera un pequeño brinco, por ello, Aida calmó su tono al notar que aquello había sonado como una orden — No, no, no lo hagas. No es tu tipo. — Dijo seria.

La rubia abrió la boca asombrada para después señalarla acusadora.

— ¡Te gusta! — Soltó en un gritillo — ¿no es así?

— ¿Qué? N-no. — Susurro avergonzada por tal insinuación.

— Tenía mis sospechas. — Asintió satisfecha consigo misma al confirmar su teoría. Amanda realmente no estaba interesada en el detective, como dijo Aida, no era su tipo, pero, al parecer si el de su amiga pelirroja — Has estado con él más tiempo de lo que haz hablado con nosotros desde el accidente. — Aida se quedó callada, no podría explicarle el porqué — Al principio pensé que era una tonta por pensar en eso ya que de ser así Edward ya lo habría notado hace mucho y habría enloquecido, pero, eso explique su mal humor últimamente.

— No, estás equivocada, — Comenzó a negar — solo soy amable.

— Si claro, también es obvio que tú también le gustas. — Expuso como si nada logrando que Aida se atragantara con su propia saliva, nerviosa.

— ¿Por qué lo dices? — Tosió un poco tratando de lucir serena, cosa que no le funcionó mucho.

— Creí que no te interesaba... — La oji café la empujó leve replicándole, a lo cual, Amanda soltó una risa — No se como explicártelo, solo lo sé. — Se encogió de hombros simple — Es como si compartieran cierta complicidad, te sigue a todas partes y tú hablas con él...

— ¿Y eso qué? — Replicó ante lo último.

— Que no hablas con nadie del pueblo a excepción mía y de Edward. — Explicó la rubia.

— Bueno, pero...

— Y la forma en la que se miran... — Interrumpió — Deberías verte. — Rió por último para después ponerse de pie al notar que justamente de quien estaban hablando había entrado al bar.

Amanda le dio una última sonrisa pícara a la pelirroja antes de marcharse, después de verificar que el detective fue a tal lugar única y exclusivamente para encontrarse con Aida.

La rubia estaba satisfecha con la charla con su amiga, pues, tenían bastante tiempo sin tener una charla de chicas, además, confirmar sus sospechas le venían excelente, pues, pese a que siempre fue consciente de que sus mejores amigos estaban comprometidos desde hace muchos años, ella no podía evitar sentir muchas emociones siempre que estaba cerca de Edward, por ello, ahora con el detective detrás de Aida y con ella mostrándose recíproca a su interés — pese a que lo negara —, ella podría tener el camino libre con el cazador.

Aida en cambio quedó sumida en sus pensamientos proyectando las palabras de su amiga. Ella no podría estar interesada en Robert de esa forma, Eso era un monstruo y ella su víctima, simplemente no. Pese a que muy dentro de si admitió que su compañía no le desagradaba y cuando no estaban procurando asesinarse el uno al otro era gratificante aprender de él y contar con su presencia y ayuda para cualquier situación aunque ella seguía firme en ser independiente a él.

Miró al susodicho acercarse a ella con una sonrisa minúscula y uno de sus libros en mano causándole un revoltijo en el estómago y sintió como su corazón se aceleraba. Era curioso, como su presencia tomaba todo su dolor y lo estrujaba hasta desaparecerlo, tentando problemas, si, pero nada que juntos no pudieran resolver, cosa que, extrañamente le resultaba interesante y mantenía su relación entretenida. No eran sólo la existencia del otro.

Definitivamente estaba confundida, pero no sabía porque. Más aún, cuando un sentimiento de emoción se instaló en la boca de su estómago.

Robert había llegado a su mesa y tomó asiento delante de ella sin preguntar por Amanda, no le importaba. Aida en comparación estaba muda y avergonzada por las insinuaciones de la rubia y no sabía que hacer.

— Y... — Comenzó nerviosa — ¿Qué tal el lugar? — Señaló a su alrededor.

— Apestoso, pero sirve. — Hizo una mueca resignada.

El ojiverde prefería por mucho la habitación de la posada en donde se estaba quedando, pero Aida había insistido en que si seguían escondiéndose podía lucir sospechoso y podrían ponerles el ojo encima comenzando rumores, y aunque Aida quería hacerse la fuerte, no estaba preparada para las miradas e insultos despectivos hacia su persona.

— ¿Cómo vas con el libro? — La pelirroja cambio de tema queriendo concentrarse en otra cosa.

— Ya lo termine. — Le extendió el libro cuya portada decía "Theatrum mundi".

— ¿Cuándo? — Preguntó asombrada.

— Anoche, comencé desde que te fuiste y luego ya no pude parar. — Tamborileo con sus dedos sobre la mesa de madera, orgulloso de sí mismo.

— Vaya... — Murmuró pasmada.

— Y por la mañana fui a ese lugar donde los consigues, — Comenzó a relatar emocionado — quería saber más sobre lo que estaba leyendo, este tipo de historias no lineales, se concentran más en embellecer las palabras y romantizar un plano tan simple.

— Pues, para mi, profundiza en la belleza de la simpleza de la existencia. — Señaló la pelirroja hojeando el libro que le había dado la noche anterior.

— ¡Exacto! — Afirmó emocionado — Así me sentí cuando desperté después de tantos años. — Miró por la ventana recordando — Pero no cuando era tu prisionero. Comencé a apreciar las cosas pequeñas de la humanidad cuando me las mostraste. — Sonrió inexplicablemente contagiando a Aida en el proceso, logrando que nuevamente aquel sentimiento placentero se acomodará en su pecho.

— ¿En serio?

— Así es, por eso quise saber más del tema, para poder charlar contigo de ello. — Aida abrió la boca, pero nada salió de ella  — Por eso, estuve investigando sobre el barroco. En el libro exponen cierta variedad de obras de arte, pero, todo el libro es tan doctrinal, no me gusto tanto como los otros.

La chica abrió de más los ojos, impresionada con el avance del léxico de Eso. Inmediatamente se recompuso continuando con su charla.

— El arte no es para todos. — Se encogió de hombros resignada.

— Podría darle una segunda oportunidad, no estoy cerrado a la idea.

— ¿A qué te refieres?

— Quiero verlo. Encontré esta cosa en el lugar donde duermo. — Sacó de su bolsillo lo que parecía ser un mapa y lo extendió a lo largo de la mesa — Mira, — Señaló un punto específico no tan lejos de Derry — Museo del barroco. — Sonrió entusiasta — Quiero ir. — Pidió como un niño pequeño queriendo convencer a sus padres de ir a la feria.

Ante ello, Aida negó casi de inmediato.

— No lo se, es un viaje de dos días, no podemos desaparecernos tanto tiempo.

— ¿Y si sí? Por favor, quiero ir. — Insistió en un gesto que a Aida le pareció tierno, aquello la hizo sonreír en contra de su voluntad, y al notarlo, se forzó a cambiar su semblante a uno serio.

— Lo pensaré, ¿de acuerdo?

Robert asintió algo insatisfecho, Aida seguía con ciertas actitudes bastante rectas, además de preocuparse por el "que dirán", cosa que a él no podía importarle menos. Mientras que, la pelirroja seguía perpleja por cómo Robertas estaba evolucionando, pues ya era un ser humano independiente y no sabía si sentirse orgullosa o aterrada ante tal idea.

Robert estaba por abrir la boca para intentar convencer a la chica, más fueron interrumpidos por un fuerte carraspeo a espaldas del rubio.

— ¿Podemos hablar? — Se dirigió a la pelirroja, apenas mirando de soslayo al ojiverde sentado frente a su prometida.

Aida, extrañada con la presencia del cazador, asintió simple alzándose de su lugar haciéndole una pequeña seña a Robert para que la esperara, ante lo cual, Eso giró la cara ignorando al par.

La pelirroja confusa se alejó con Edward a un par de mesas a lo lejos con este siguiéndole los talones.

— No se porque sigues escuchando a ese fanfarrón, — Exclamó molesto — no ha hecho nada para ayudarnos.

— "Hola" a ti también.— Lo miro de mala forma poniendo sus brazos en jarra — Y respecto al detective, hace lo que puede. — Lo defendió logrando que el enojo del pelinegro aumentara.

— Y que bien lo está haciendo. — Susurro sarcástico.

— Él ya dijo que es un animal, si sigue estudiando los casos en busca de un asesino es por por presión del padre Crownguard.

— Habemos quienes si tenemos interés con terminar con esta pesadilla... — Se cruzó de brazos mientras que Aida intentó no rodar los ojos.

— ¿De eso querías hablar conmigo, Edward? — Lo miro cansada.

— No realmente. — Tomó una respiración calmándose — Te quería avisar que los cazadores tenemos la sospecha de que pueda ser una manada de lobos o tal vez un puma. — Bramó lento — Viajaremos a las montañas para buscar su guarida.

— ¿No es riesgoso? — Cuestionó con un dejé de preocupación por su amigo.

— Si, lo es. — Asintió — Pero alguien tiene que hacer algo y yo no me voy a quedar de brazos cruzados. Aida, mate a la bestia que casi te asesina y los ataques siguen.

— Entiendo... — Dio un paso hacia atrás notando que dicha expedición le podría beneficiar bastante — Parece que estás convencido de tu decisión, no te detendré.

Edward conecto miradas con la pelirroja, verde y marrón unidos por un par de segundos de silencio incomodo hasta que el pelinegro se lanzó a sus brazos encerrándola en un abrazo que después de instantes fue recibido con gusto.

— Ojalá lo hicieras... — Susurro apenas audible, abatido. — Saldremos por la mañana.

Aida se separó de él, desconcertada, pero, Edward simplemente se dio la media vuelta abandonando el lugar después de un leve asentimiento de despedida.

Él sabía que ya no le importaba a la pelirroja como antes y todo por culpa de ese detective, sabía muy dentro de si que Aida consiente o inconscientemente los comparaba y el rubio llevaba la delantera.

Intento con todas sus fuerzas no mirar atrás, pero finalmente lo hizo, cayendo en cuenta que a la pelirroja no le importo que fuera a una misión suicida, pues ésta, como si nada, regreso con el detective a charlar como si nada. Por ello, prefirió no seguir torturándose y finalmente abandonó el bar.

Aida en cambio, cuando regresó a la mesa con Robert, este tenía cara de pocos amigos, cuestión que la confundió.

— ¿Estas bien? — Preguntó tomando asiento.

— El humano seguirá molestando cuando vuelvan. — Señaló discretamente con enfado al pelinegro que recién salió del establecimiento.

— Se llama Edward... — Aclaró para luego sacudir su cabeza concentrándose — Y es de mala educación escuchar pláticas ajenas. — Acusó haciéndolo rodar los ojos con cierta molestia.

— Creí que a partir de ahora confiaríamos en el otro. — Respondió en tono hostil logrando que la chica igualmente rodara los ojos harta.

— Como sea, él piensa que podría tratarse de una manada de animales, pero se que él espera una única bestia para acabar con esta pesadilla de una vez por todas.

Robert, ante el tono que Aida utilizo hizo una mueca que intento reprimir, pues al parecer su tiempo juntos no ha dejado de ser una tortura para ella mientras que el creía que ya estaban avanzando con su nueva alianza.

— ¿Y qué haremos, entonces? — Preguntó seco desorientando a la pelirroja, pues antes de la interrupción de Edward parecía un niño emocionado con los ojos llenos de ilusión ante toda su plática.

— Ganar tiempo. Tal vez en las montañas encuentren un animal que los entretenga por un rato... — Asintió pensativa hasta que una sonrisa se plasmó en su rostro — Edward espera una bestia... — Susurra como si hubiese descubierto un nuevo elemento químico

— Si. ¿Y? — Dijo sin interés.

— Vamos a darle una... — Sonrió picará — O mejor dicho, vas...

Ante la idea, Robert asintió satisfecho e interesado, Aida quería un monstruo, le daría uno








































Me encontré esta imagen y
fue imposible no pensar en
mis bbs JAJA
Btw, perdón por la tardanza,
la vida de adulta me consume :(

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2908200326081991

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