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CAPÍTULO SEIS
SWEET BLOOD
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EL TERROR QUE sentía en ese momento era indescriptible, comenzó a darle un tic en el ojo derecho.

— Cálmate, tal vez el está más asustado que tú... — hablo para si misma con voz temblorosa mientras se tocaba la frente.

Carraspeo e intento calmarse pero seguía aterrorizada.

— No voy a hacerte daño... quiero ayudar — hablo con un tono más alto de lo normal esperanzada a que el extraño la oyera donde quiera que esté.

Con miedo tomo una vela y decidió salir a buscar a su "huésped".

Estaba por revisar todos los cuartos pero el ruido de algo cayéndose al fondo de su largo hogar le dio indicios de que se encontraba ahí.

Trago duro y a pasos temblorosos fue recorriendo el lugar, todo su cuerpo temblaba incluso se quemó varias veces con la cera regada de la vela que iluminaba solo un poco su camino.

Su casa en ese momento no sabía si verlo como algo bueno o malo pero era como un pequeño laberinto para las personas que no la conocieran, largos pasillos y grandes estancias aunque fuera solamente de una planta.

Ya llegado a aquella área agudizó un poco su oído para percibir de dónde provenía el ajetreo.

La cocina.

Con su misma vela encendía las demás iluminando cada vez más su hogar, le daba terror la situación  aún más estando a oscuras.

Recorrió el pasillo que daba hacía el lugar donde preparaban sus alimentos y guardaban muchos animales. El sitio estaba a oscuras pero el ruido que se oía le dio a entender que definitivamente ahí estaba esa persona.

Se detuvo antes de llegar.

No, eso no era una persona.

De seguro ni siquiera era el hombre que había encontrado, sonaban rugidos y gruñidos de un animal feroz, más no supo identificar que especie era aunque fuera experta en todo eso por los libros que leía. Tomó la veladora con fuerza y la separó de la candela de hierro, en todo caso de que fuera un animal podría usar el porta velas como arma o simplemente espantarlo.

Pero lo que encontró en la cocina no era un animal, ni humano.

Una figura humanoide extremadamente delgada y complexión de araña con piel grisácea a excepción de sus garras y patas que eran completamente negras estaba desgarrando y devorando gran parte del venado que habían conseguido el día anterior.

Los ojos de Aida comenzaron a ponerse aguados y un grito estaba atorado en su garganta casi quemándola, quedó inmóvil y por ello no por mucho tiempo pudo seguir sosteniendo los objetos que llevaba en sus manos.

Los dejo caer creando un gran estruendo en el lugar llamando la atención de la criatura.

Giro de repente y la miro a los ojos, los segundos se le hacían eternos a Aida. De su garganta solo salían pujidos, no podía gritar y le comenzó a doler el pecho de angustia e impotencia.

Sus ojos eran dos esferas enormes totalmente oscuras como si no tuvieran fin, pero lo había, una muy diminuta luz amarilla se asomaba en el centro de estos y antes de cualquier movimiento eso emitió un chirrido demasiado agudo sacando a Aida de su shock y en lugar de tapar sus oídos por fin saco el grito que tanto tiempo contuvo y que despertó a más de uno en Derry.

Corrió más rápido que sus piernas le permitieron y a su par las luces que había encendido se apagaban una por una como magia.

La pelirroja no pensaba coherentemente, no sabía que era esa cosa y solo se guiaba por su instinto de supervivencia. No tenía tiempo para identificar que esa eso ni encontrar una relación o explicación. Solo no quería morir.

Recorrió varios pasadizos tropezándose muchas veces debido a su vestido hasta que llegó cansada al final hasta el otro extremo de la casa donde se escondió detrás de un mueble mientras regulaba su respiración.

Respiraba entre cortada mente y lágrimas salían sin control de sus ojos, sentía que en cualquier momento se iba a desmayar, tanto por esfuerzo, cansancio y por miedo.

Nunca había sentido tanto terror en su vida, esto superaba de muchas maneras anécdotas anteriores, no era como si saliera mucho pero eso sobrellevaba el límite de lo que su cuerpo podía soportar.

Comenzó a sollozar.

La tristeza comenzó a opacar el miedo. Sabía que moriría en cualquier momento y nunca hizo lo que quería, no volvería a ver a las personas que ama y esa criatura seguiría libre y ella moriría con el cargo de conciencia de que no pudo haber nada para detenerlo más que huir.

Reflexionó sobre todo, por lo que quería luchar, ella quería lograr un cambió, crear un movimiento donde las de su género fueran aceptadas y sin ser mal vistas por querer hacer cosas de hombres...

Un hombre, perdón, una verdadera mujer se enfrentaría a esa cosa, no estaría llorando y lamentándose.

Se tragó sus lágrimas y rezó lo más que pudo. Se abrazó ella misma dándose fuerzas para después respirar de manera profunda mientras cerró sus ojos. Cuando los abrió lista para lo que planeaba hacer rezo una última vez. No sedería sin luchar.

De pronto se irguió atenta a todo a su alrededor. Salió de su escondite y comenzó a caminar de espaldas de forma lenta mientras tomaba un trozo de madera que sobraba en uno de los pilares del mueble que había usado de escondite y debido a la fuerza que aplicó al arrancarlo la punta quedó afilada.

No estaba dispuesta a rendirse tan fácil, si moría lo haría dándole lucha al demonio.

Su expresión cambió de una asustadiza a una dura mientras limpiaba las lágrimas ya no quería tomar el rol de damisela en peligro.

Todo era silencio hasta que fue testigo de cómo todas las velas se apagaron en tu totalidad solamente dejando ese pasillo iluminado.

Siguió caminando a pasos temblorosos hasta que llegó la entrada encontrándose con la puerta abierta.

Trago duro.

No podía dejar que escapara, no sabía que lo que era capaz y no confiaba para nada en esa cosa.

Salió de su hogar y camino lentamente siguiendo las marcas de tierra movida y de pisadas que se dirigían hacia el bosque.

Respiraba hondo controlando el miedo y los sollozos que amenazaban con salir de su cuerpo mientras apretaba con más fuerza en trozo de madera clavándose varias espinas en sus manos. Retendría lo que fuera necesario pero no se iba a dejar doblegar ni que lo que sea que fuera eso la viera vulnerable.

Ya escuchaba crujir las hojas y ramas secas bajo sus pies y los grandes árboles ya comenzaban a cubrir terreno.

Escuchó a lo lejos el sonido del agua corriendo por el río, ya sabía por dónde estaba, pasaba mucho tiempo en esa zona y la conocía como la palma de su mano. El estaba es su territorio, podría con el.

De pronto comenzó a sentirse insegura, observada. Fue entonces cuando comenzó a desconfiar. Edward como cazador profesional le enseñó varios trucos por si llegaba el momento en el que fuera acechada por un animal salvaje.

Eso estaba ahí, lo podía sentir.

Antes de girar escucho un chirrido detrás de ella. No se movió, sentía la presencia a sus espaldas pero se negaba a voltear, tenía una idea de lo que se encontraría y no seria nada grato.

Se valiente
Se valiente
Se valiente

Finalmente lo hizo, pero tenía los ojos cerrados, suspiró y los abrió lentamente.

Frente a ella se encontraba el joven que había ayudado pero su apariencia era muy tétrica, parecía un muerto viviente y todo su rostro estaba manchado de sangre.

Palideció.

Conectó todo rápidamente, su ausencia, la aparición repentina de aquel monstruo y su ahora apariencia. Fue el todo este tiempo, ¿pero que demonios era?

Se acercó lentamente, ella no podía moverse no hasta que se detuvo varios centímetros frente a ella.

La miraba embobado, como hipnotizado e intrigado. Ella no tenía idea pero era el primer humano que veía después de siglos de estar dormido, no lucia como los anteriores y estaba preparado para darse un gran festín.

Sonrió gustoso oliendo una pizca de miedo por parte de ella, su primer bocado después de tanto, estaba hambriento y sediento de terror.

Abrió la boca preparándose para su primera comida dejando salir unas cuantas gotas de sangre de esta.

Aida al darse cuenta de sus intenciones gritó nuevamente.


Intento volver a correr pero la criatura la atrapó haciendo que ambos calleran al suelo manchándose de lodo nuevamente y que ella soltara su arma improvisada.

Se subió encima de Aida alargando su boca mostrando sus filosos dientes y finalmente le mordió su hombro y parte del cuello.

La pelirroja soltó otro grito pero ahora de dolor, trataba de eliminar el miedo para poder pensar concretamente.

No podía enfrentarse a él, no sabía lo que era, seguramente algo como eso tendría mucha fuerza en comparación a la de ella.

Lo empujo como acto de reflejo sin muchas esperanzas pero grande fue su sorpresa al ver que cedió ante su fuerza. Del asombro ni siquiera sintió como este por el movimiento le arrancaba un buen pedazo de carne.

Sintió el líquido caliente chorreando por todo su cuello pero se negó a tocarla para inspeccionar, no quería entrar en pánico.

Miro al "hombre" el cual se encontraba de pie frente a ella parecía estar saboreando cada gota de su sangre y carne, fue lo mejor que había probado en la vida, o eso quería creer.

El primer humano que comió fue hace milenios y estaba todo sucio y raro, nada en comparación con la pelirroja, de lo asqueroso que fue ni siquiera se molestó en recordar el sabor. Lo único que no hizo que fuera tan desagradable fue ese pequeño sabor que les dio el miedo, los hombres asustados por su apariencia original hicieron un escándalo desprendiendo aquel aroma delicioso y en sabor mucho más agradable. Entonces entendió que si lograba asustar a sus víctimas estas tendrían un mejor sabor. Lo siguió intentando con animales y humanos pero definitivamente prefería a los de su especie hasta que tuvo que hibernar por tiempo indefinido. La presencia de personas lo despertó, ella fue la que se encargó de cavar su propia tumba.

Creyó que todos los humanos en ese tiempo sabrían  iguales a ella, total era la misma carne, no creía que hubiera algo especial, pero quería más. Anhelaba mucho más de ella. Necesitaba energía. Miedo.

Aida se arrastraba por el suelo en busca del palo de madera y punta filosa, la adrenalina del momento impedía que se desmayara por la imprevista pérdida de sangre, la cual bañó todas las hojas y comenzaba a mezclarse con la tierra.

El era un león hambriento y ella cualquier otro depredador dispuesto a defenderse.

Vio cómo sonrió y la pelirroja preparada tomó el arma improvisada aún sin dar indicios de que la usaría.

Se abalanzó en su dirección y ella rápidamente colocó la punta afilada de modo que el mismo se lo encajó en el estómago.

Se detuvo un momento y miró desconcertado su herida y luego a la chica que tenía una expresión ruda pero a la vez cansada por la herida.

Él molesto por su atrevimiento siguió intentando darle pelea pero con cada movimiento que hacía Aida seguía enterrándole más aquel objeto ya casi llegando a la parte gruesa.

Aida estaba alucinada por la situación, no creía posible que pudo hacerle frente a aquella bestia, pero quedó más sorprendida por el grado de facilidad. El tenía fuerza pero no la suficiente, ella era más, le tuvo temor más por su apariencia, en ese estado podría no hacerle nada a menos que utilice sus filosos dientes. Se veía débil, como mencionó antes, como un muerto viviente.

Minutos después de seguir peleando ya ninguno pudo dar más de sí. Cayeron rendidos uno a lado de otro cubiertos del espeso líquido rojo.

El extraño tosía debido a que se ahogaba con su propia sangre y Aida luchaba por no quedarse dormida, se sentía tan cansada, pero se negaba, si se descuidaba un segundo más volvería a acabar en tragedia.

Con la poca fuerza que le quedaba arrancó un buen trozo de tela de su vestido y se cubrió la herida y por la presión ejercida soltó unas cuantas lagrimas de dolor, pero ya no de miedo, ella sola pudo vencerlo ya no le temería a nada nunca más.

Sentía un gran sentimiento de satisfacción en su interior, muchos le dijeron que nunca podría hacer nada, que mejor se preparara para complacer al que sería su esposo y dejara de soñar y con esto les callaría la boca a todos ellos. Si pudo contra eso, podría contra cualquier cosa que se le pusiera en frente.

Miró al hombre con un agujero en el pecho ya desmayado. Sonrió satisfecha.

Pero su sonrisa se borró en menos de un segundo al escuchar una multitud acercarse. Las personas del pueblo corrían en su dirección con antorchas y palos. Llevaban toda la noche escuchando sus gritos y por ello rápidamente acudieron a su llamado de auxilio nvoluntario.

Ella se asustó, no podía dejar que vieran a la criatura. Como pudo por su herida lo arrastró hasta abajo de una roca que simulaba una cueva y lo cubrió de tierra y hojas.

— ¡Aida! — escuchó el grito de Edward.

El pelinegro lideraba la multitud y reconoció los gritos de su amada desde un inicio, el se encargo de juntar a los pueblerinos.

— ¿Estas bien, mi amor? — Aida estaba por asentir sonriente pero su vista comenzó a nublarse.

Confundida levantó su brazo tocando su cuello y aunque sus ojos estaban fallando juraba no ver rastro de su piel pues todo estaba cubierto de sangre.

Edward también miró su brazo y cuello bañado en sangre con terror y la sostuvo rápidamente al percatarse que sus piernas estaban fallando.

— Quédate despierta Aida. — Su voz sonaba lejana y se sentía más tranquila como si estuviera flotando.

No sabía cuánta sangre había perdido pero debió ser bastante por su mal estar. Pero no podía irse así de fácil, hizo mucho esfuerzo peleando contra eso y por ello se desgastó más de la cuenta aún así no estaba dispuesta a rendirse, se aferraría a la vida con garras, el no ganaría.





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