𝔰𝔢𝔳𝔢𝔫𝔱𝔢𝔢𝔫
━━━━━━━━━━━━
CAPÍTULO DIECISIETE
SHADOWS IN THE WOOD
━━━━━━━━━━━━
LA LUJURIA ES el abandono de la razón por un placer desordenado de la carne. No se denuncia la sexualidad, sino que denota un deseo "desordenado" por la carne. El sexo no es sucio ni malo. Es sagrado.
Sintió las gotas de sudor frío recorrerle el pecho, abrió los ojos mirando el lúgubre bosque a su alrededor, los árboles eran tan espesos que ni la luna se asomaba, era curiosa la extraña iluminación que la abrasaba. No se cuestionó, se puso de pie galante y sin pensarlo mucho se deshizo de su capa roja notando que se encontraba completamente desnuda por debajo de esta. La fría brisa la golpeó repentinamente, pero no sentía frío y tampoco se iba aquel bochorno.
Escucho el crujir de una rama a su espalda y giró inmediatamente, pero, pese a su estado y el lugar donde estaba no sintió una pizca de miedo, todo lo contrario, sentía un llamado hacia la oscuridad, sabía que estaba restringido, pero eso solo la atraía más. Sobre todo a ese manzano que parecía seducirla con sus hermosos y apetitosos frutos. Dentro de ella sabía que no debía tomarlo, pero moría por una sola mordida.
Se acercó a pasos dudosos, cuando a pocos metros una garra negra salió de la oscuridad arañando el árbol. La pelirroja se sobresaltó, para al instante mirar molesta a aquel guardián del fruto prohibido. Ahora, con más firmeza siguió su camino sin importarle los gruñidos de advertencia de la criatura que se mantenía en las sombras, a la cual, al estar más cerca pudo observar dos enormes rubíes mirándola con hambre y deseo.
Aida lo ignoró y procedió a tomar aquella manzana, la más brillante de todas y al tenerla entre sus dedos, sintió como la inmensa criatura se le iba encima arrastrándola un par de pasos. Esa cosa no tenía forma exacta, era una enorme sombra con garras, ojos rojos y dientes afilados que se mostraban ansiosos por clavarle sus colmillos. Su extraña calma continuó y más que espantarse, estiró su mano hacia la criatura acariciandóla, logrando así que esta se mostrara dócil repentinamente. La sombra dejó de lucir como una amenaza y se abrazó a ella.
Cada roce con su cuerpo le producía cosquillas, unas extrañamente placenteras que jamás había experimentado antes. Cualquier contacto era diferente, no sabía que pasaba, solo que buscaba fundirse en tal sensación. Se aferró desesperada con lo que sentía en su entre pierna, no sabía que hacer, apretó sus muslos para aliviar aquella sensación pero por el contrario está se hizo más potente. Cerró los ojos queriendo dejarse llevar. Apretó su agarre hacia la criatura, el sentimiento de nada desapareció de sus palmas y fue intercambiado por una piel suave, extrañada siguió paseándose por el cuerpo del extraño encontrándose con una espalda y brazos delicados pero fornidos. Su emoción creció y encajó las uñas en el extraño encima de ella que ahora dejaba pequeños besos húmedos en su cuello.
Soltó un leve gemido, casi por inercia llevó su mano a su zona íntima, sin saber muy bien qué hacer más que apretar queriendo aumentar el sentimiento de placer que la poseía a la vez que sus piernas seguían haciendo presión, cuestión que intensificó dicho gusto hasta que una explosión deliciosa la recorrió hasta la punta de los dedos de los pies, causándole varios espasmos. Arqueo su espalda gozando hasta que después de varios segundos de gloria se dejó caer entre las hojas del bosque.
Suspiró extasiada sin entender que fue lo ocurrido, para después abrir sus ojos con lentitud encontrándose sobre ella a nada más y nada menos que a Eso.
Sorprendida se irguió regresando a su realidad.
Aida tomó varias bocanadas de aire mirando a su alrededor mientras reposaba una mano en su pecho intentando controlarse. Entonces, cayó en cuenta de que estaba en su casa, su habitación, nada fuera de lo común. Abrió los ojos completamente asustada consigo misma y su subconsciente.
Toco su frente húmeda, extrañada de que no fuera lo único. Se descubrió de la delicada sábana creyendo que se había orinado durante la noche pero no rastreo ningún olor que se lo confirmara. Con vergüenza llevó su mano a su intimidad recibiendo un ligero escalofrío al sentirse sensible, tomó un poco del líquido y lo miró curiosa a través de la luz de la luna, transparente y algo viscoso.
Se limpió la mano con su propia pijama, sacudió su cabeza y volvió a recostarse mientras calmaba su respiración agitada queriendo olvidar lo sucedido.
Camino lento cargando aquel plato de porcelana con agua caliente, intentando no derramar ni una gota. Cuando llego a su destino toco la puerta con delicadeza siendo recibida por su madre y Olga junto con su usual mueca de fastidio e insatisfacción.
Aida la ignoro al estar acostumbrada a lo mismo de siempre, sin darle más importancia y después de musitar un leve "buenos días" para luego dejar aquel bowl con una toalla caliente a su lado.
Se despidió con un asentimiento dispuesta a marcharse pero Olga chistó llamándola nuevamente.
— Ya que estás aquí, prepárame el baño. — Trono sus dedos de forma prepotente y se volvió a girar hacia el buró del espejo donde era atendida por su madre.
Aida miró con un leve reproche a su madre pero esta la incitó a cumplir con aquella orden con la mirada. La menor bufó leve y se dirigió al baño para acatar dicha acción.
Terminó de vaciar un par de cubetas y miró el techo exhausta, pues tendría que ir al pozo por más agua y tendría que dar varias vueltas de ida y regreso. Cuando en ese momento escuchó algo interesante de la conversación entre Olga y su madre.
La mayor le mostraba su descontento con la decisión de los cazadores, pues a su hijo le urgía entregar una carta al fiscal de distrito y uno de los hombres de Edward era su mensajero de confianza. Ella no lo pensó ni dos veces cuando se hizo notar casi a tropezones ante las féminas.
— Y-Yo podría ir. — Las mujeres frente a ella la miraron como si hubiera dicho alguna barbaridad — Se el camino y es temporada de granada, pensaba ir el fin de semana a recolectar un par... — Mintió.
Su madre la miró con desagrado por su intromisión y estaba por replicar para después mandarla a continuar con su labor pero un murmuró de la mujer mayor a la que le cepillaba el cabello la calló.
— El camino no es peligroso, queda lejos de los bárbaros y los gitanos. — Asintió convenciéndose de la idea — Me sentiría mejor si alguien te acompaña, el recado debe llegar intacto.
Aida juntó todas sus fuerzas para no rodar los ojos ante las preocupaciones banales de la canosa. Era sabido por todos que era una antipática y realmente Olga no se esforzaba un poco en ocultarlo.
— Pero es un viaje de dos días... — Aghata intentó replicar, descontenta con la idea — Ella tiene obligaciones aquí.
— Que se las dé a Laura, para eso la compre. — Dijo sin importancia.
Aida se sorprendió ante lo accesible que se mostraba y supuso que de verdad le urgía aquel favor y ella salió en su rescate como caída del cielo. Lo que ambas ignoraban es que Aida planeaba seguir a los cazadores y darles la bestia que tanto buscaban para ponerle un alto a los rumores de una supuesta bruja. Difícil, pues el padre Crowguard se mostraba reacio a la idea de que algo sobrenatural asechaba al pueblo y esto se intensificó después de que Gunter fuera a lloriquearle en la madrugada, antes de asesinarlo.
— ¿Qué hay de la bruja?
— Cualquier lugar es más seguro que aquí. — Se atrevió a hablar. Bajo la mirada algo sumisa, no quería demostrar su urgencia por largarse. — Conozco muy bien el bosque, podría hacer el viaje en menos tiempo.
Olga asintió satisfecha sacando un sobre de uno de los cajones del buró frente a ella.
— Ya la oíste Aghata. Ella irá y punto. — Ordenó volviéndose al espejo ignorando la molestia de la pelirroja mayor.
Aida sonrió satisfecha, pero su semblante cambió a uno serio al recaer en la mirada poco amistosa que le brindaba su progenitora. Se la sostuvo un par de segundos que parecieron eternos, ya no se dejaba intimidar y le daba una gran satisfacción que su madre no pudiera rechistar ante una orden directa de Olga.
» — ¿Ya está lista la tina? — La menor volvió a poner los pies en la tierra y negó avergonzada. — Pues muévete, esa carta no va a llegar sola y de noche no podrás ver el camino. ¡Rápido! — Alzó la voz haciendo que Aida se apresurara en su tarea.
Olga tenía razón, debía prepararse para el viaje para que los cazadores no le sacaran mucha ventaja y también contarle a su acompañante el plan que tenía en mente.
— ¡Buenas noticias! — Canturreó entrando de golpe al cuarto de aquella posada.
Eso no se inmutó, conocía bien el caminar de Aída, también su olor, desde que entró al pequeño edificio supo que iría con él. Pero su lectura lo tenía envuelto y ni siquiera levantó la mirada. Se encontraba recostado en la superficie acolchonada que tanto le gustaba mientras hojeaba un nuevo libro y al no querer verse interrumpido levantó su dedo índice pidiendo un segundo más.
La pelirroja soltó un bufido cerrando la puerta tras de sí, en tanto, Eso agilizó su lectura intentando avanzar rápidamente con ansias sobre lo que pasaría hasta que por fin terminó el capítulo abriendo la boca sorprendió ante tal giro de trama.
— ¿Todo bien? — Cuestionó Aida ceñuda.
— John Belford traicionó a Clarissa... — Bramó sin aliento.
Aida tardó un par de segundos en entender hasta que miró la pasta del libro que Eso leía y entendió su situación, ella tuvo la misma reacción la primera vez que lo leyó. Quiso reír, pero lo compadecía, todo el libro te ilusionaba con John como el salvador de Clarissa, la pobre muchacha que era obligada a casarse por una alianza beneficiosa de poder y dinero con un hombre que no amaba hasta que su camino de cruza con John, de quien se enamora y este se aprovecha, ya que, busca casarse con su víctima persiguiendo antiguas venganzas familiares.
La joven hizo un leve puchero, ese libro era una montaña rusa de emociones, imposible para ella no identificarse con Clarissa.
— No siempre hay un final feliz... — Murmuró desanimada, hasta que recordó lo que estaba haciendo y alejó aquellas ideas de su cabeza. — Luego continúas, nos tenemos que ir.
Eso cerró el libro de golpe estupefacto.
— ¿Cómo? ¿Adonde?
— Al bosque. — Hablo distraída tomando la maleta del detective y metiendo un par de cosas que podrían necesitar para el camino. — Olga quiere que lleve una carta al fiscal, es la excusa perfecta para ir tras los cazadores sin que nadie se cuestione por nuestra ausencia. Ya le pagué a Brom para que fuera a la capital en mi lugar.
Pensó rápidamente en aquel niño huérfano de catorce años, al morir sus padres tuvo que ofrecerse de sirviente en una de las casas con familias "de la alta" del pueblo. Tristemente era conocido por ser ese chivo expiatorio, si alguien no quería cumplir alguna tarea, él era la persona indicada, casi nunca se negaba a nada.
Robert asintió lento comprendiendo y se puso de pie para acercarse a la ajetreada pelirroja que intentaba alcanzar algo de un estante alto.
— ¿Te ayudo? — Preguntó burlón tomando dicho objeto sin esfuerzo por su altura e invadiendo el espacio personal de la chica, la cual, ante la cercanía y recordando su sueño erótico, dio un pequeño brinco hacia atrás soltando de golpe la maleta entre sus manos. Robert frunció el entrecejo, confuso. — ¿Estás bien?
— S-Si... — Se alejó, dejando que él siguiera empacando. — Como sea, este es el plan... — Limpió sus manos cuando de pronto sintió como estas sudaban y sus mejillas ardían ante el recuerdo de su sueño tan vívido que se repetía una y otra vez en su mente. — Seguimos a los cazadores de cerca sin que se den cuenta, en las montañas los arrinconaremos y vas a darles un buen susto, con eso creerán la teoría de una bestia y se olvidarán de la bruja. — Eso asintió comprendiendo a la vez que cerraba la maleta y se volvía a sentar en la cama mirándola con atención, cosa que puso nerviosa a Aida al no poder sostenerle la mirada. — Y-Y... — Carraspeo — Así, nos dará más tiempo en lo que encontramos al asesino.
— ¿Y luego?
— Lo matamos y estarás listo para tu hibernación. — Sonrió corta.
— Que lista. — Le sonrió de vuelta de acuerdo con lo dicho, causando que Aida sintiera un revoltijo en el estómago. — Solo que aún no volveré a dormir, me gusta esto, así que me tendrás molestándote un largo tiempo. — Apretó los labios recordando las palabras de Aida en aquella cantina, para ella, él solo era una pesadilla, cuando lo único que había estado haciendo era disfrutar los placeres humanos.
La chica en otra situación y hace un par de semanas replicaría ante lo dicho y probablemente hubiera iniciado una discusión que terminaría en una pelea física. En cambio, asintió nerviosa y se encaminó al escritorio donde rápidamente se puso a escribir en un papel.
— Bien. — Musitó leve extrañando de sobre manera a Eso.
Alzo ambas cejas, esperaba otra reacción de su parte. Asintió cómodo con ello y se recostó mirando al techo hasta que la pelirroja nuevamente interrumpió su paz extendiéndole un papel doblado.
— ¿Qué es esto?
— Indicaciones. Para tenerlos donde queremos deben seguir esto. — El ojiverde lo tomó para darle una rápida leída, curioso. — Tu eres el detective, a ti te escucharán... — Eso le lanzó una mirada de extrañeza a Aida, por alguna extraña razón se encontraba ansiosa y su corazón latía rápido y con fuerza. — ¿P-Podrías entregárselo a E-Edward? — Robert la miró con una ceja alzada, haciendo volcar los ojos a la joven. — Por favor. — Sonrió satisfecho.
— Claro. — Guardo aquel papel en sus ropas. — ¿Tú qué harás?
— Necesito un baño, tengo calor. — Respondió de forma corta abandonando la habitación.
Eso hizo una mueca ante la huida y el portazo que provocó la pelirroja, pues, la pequeña brisa que creó con ello hizo que cierto olor seductor se colara en sus fosas nasales. Se irguió interesado e inhaló más fuerte pero ya se había ido la estela.
De repente quedó estático al comprender la situación. Aunque fue leve, pudo identificar ciertas feromonas emanar fuertemente de Aida, pese a que estas podían comunicar un estado de ánimo o de salud, también indicaba la disponibilidad o compatibilidad sexual. Sin evitarlo, finalmente cayó en cuenta de algo que estuvo ignorando por bastante tiempo, más los días anteriores que trataba de alejarse de ella por un abrazador aroma que la envolvía. Aida era técnicamente igual a él o al menos lo más parecido que tenia y existía. Nunca se había sentido igual antes, esa excitación, atracción y más libertad respecto al sexo opuesto.
Se puso de pie de golpe queriendo seguirla pero se puso un alto al segundo siguiente. No podría, jamás. Aida lo mataría apenas al mínimo roce. Se deshizo de aquellos pensamientos para parar su instinto impulsivo y decidió mejor buscar al humano molesto.
Se paseó por unos instantes por el pueblo de Derry, no supo que cambió ni porque Aida lo dejó bagar solo por ahí siendo consciente de que podría provocar una masacre, pero no lo haría, y un sentimiento de satisfacción se instaló en su pecho al notar que ella comenzaba a confiar en él. No tardó mucho en localizar al tal Edward cerca de una granja, estaba rodeado de más hombres que tenían el mismo aspecto corpulento con armas en mano.
— ¡Edward Hallaway! — Lo llamo por su nombre completo (que leyó en la nota que le dio Aida), el cual, parecía liderar un grupo de hombres a lo lejos.
Edward giró extrañado sin entender porque el detective que le había estado sacando canas verdes los últimos días lo buscaba. Robert en cambio, esperó a que el humano se acercara en su dirección, trayendo consigo una cara de pocos amigos.
— ¿Qué quieres, Gray?
Eso hizo una mueca, así no eran los saludos según el libro de comportamiento que le dio Aida, comenzó a creer que se estaba esforzando demasiado.
— Tengo un recado, para ti. — Se lo extendió yendo directo al grano.
El pelinegro lo miró dudoso antes de arrebatársela de las manos y Eso apretó los dientes, molesto por sus desplantes, por ello, al cumplir su misión se dio media vuelta dispuesto a irse para no tener que lidiar con él pero este mismo lo detuvo.
— ¿Qué es esto?
— Una guía de los ataques, — Suspiró cansado, regresando su atención al cazador — así lo podrán encontrar más rápido, siguiendo los patrones.
— No lo necesito. — Respondió firme intentando regresarle la nota, pero Robert no la tomó y lo miró con desdén.
— Son recomendaciones que Aida me pidió darte, ya no es mi problema si decides tomarlas o no.
Edward quiso creer que en realidad si le importaba a la chica, pero era tan amargo el hecho de que enviara ayuda con la única persona que podía dársela.
— ¿Aida, mi prometida? — Cuestionó con propósito aún sabiendo la respuesta.
Robert frunció el ceño al no entender ese concepto y menos del porqué la proclamaba suya. Aida era su creación, le pertenecía, no a un sucio humano simplón.
— ¿Prometida?
Ante la confusión del detective, Edward no supo si sentirse traicionado porque ese hombre ignoraba completamente ese dato o satisfecho de poder darse a notar e imponerse.
— Terminando el invierno nos casaremos y cuando eso pase tú ya estarás muy lejos porque atraparé a la bestia.
Robert frunció aún más el entrecejo recordando cuando Aida le explicó lo que ocurría en la iglesia y lo que era el casamiento, pero para eso debería existir amor de por medio, según tenía entendido.
¿Pero, qué era el amor exactamente?
Hizo una nota mental de un nuevo cuestionamiento hacia la pelirroja y optó por sonreírle de forma burlesca hacia el pelinegro. Ellos no se iban a casar mientras el este despierto, de eso se iba a encargar.
— ¿Irme? — Se encogió de hombros — Me quedaré en Derry, Aída me pidió quedarme y por ningún motivo me le puedo perder de vista. — Fue sincero con un deje de inocencia, al instante noto enojo emanar del hombre frente a él, cosa que lo hizo ensanchar su sonrisa maliciosa.
Maldito humano. Odiaba con su existencia que se sintiera dueño de Aida. Lo habría matado de no ser porque sabía que eso le causaría un problema con la pelirroja después.
No entendía la necedad de Aida por protegerlo, había sido testigo de cómo este también lograba hastiarla, no veía una razón válida de porque no quitarlo de su camino. Su cabeza fue un lío respecto al matrimonio, ¿por eso lo consideraba? ¿Porqué estaría con él?
No supo porque pero esa idea lo molestó.
— Te quiero lejos de mi prometida en mi ausencia. — Bramo firme el de barba causando que Eso abriera ligeramente la boca ofendido.
¿Quién se creía él para venir a mandarle?
— Imposible. — Fingió lástima — Aida debe viajar a la capital por órdenes de Olga y necesita de alguien que la acompañe. Buen viaje. — Dijo serio para finalmente dar media vuelta e ignorar al pelinegro desesperante.
« Idiota. » Pensó el rubio, celoso.
Eso y Aída se habían vuelto a reunir en la entrada del bosque, cargando lo necesario, lo cual, no era mucho, solo un cambio de ropa y de calzado además de un par de mantas.
El par acordó en recorrer su travesía a pie, ya que, su velocidad era parecida a la de un caballo galopando y podrían alcanzar al grupo de cazadores fácilmente y sin mucho esfuerzo. Además, así pasarían desapercibidos por los animales con los que acarreaban al no contar con un olor distintivo.
Charlaron poco sobre la jugada que harían y el papel que desempeñaría Eso. El plan era simple, estando lo suficientemente alejados del pueblo, ubicarían la locación en donde se quedarían los cazadores por la noche, Robert aparecería convertido en una bestia parecida a un puma (que sabían de antemano, habitaba en las montañas), y los guiaría a su guarida para que pudieran cazarlo y calmar las aguas sobre las especulaciones sobre un asesino o bruja.
El resto del trayecto, la pelirroja se mantuvo seria, — para extrañeza de Eso, ya que, ella era muy parlanchina — de la vergüenza que cargaba por su sueño pecaminoso.
No podía dejar de pensar en ello, pero vaya que lo desearía, pues cada vez que aquellas imágenes se instalaban en su cabeza no podía evitar en sentir un vuelco en el vientre y pequeñas cosquillas más abajo.
Por la tarde-noche, finalmente, los cazadores optaron por descansar en un pequeño espacio por la montaña, mientras que, al tenerlos bien ubicados, Aida y Eso decidieron descender para poder hablar con libertad sin necesidad de esconderse o peor, de verse descubiertos juntos y que esto levantara muchas sospechas de su relación, cuestión que ya tenía lo suficientemente confundida a la pelirroja.
Al encontrar un lugar lo suficientemente cómodo, se instalaron en ese espacio. Aida encendió una fogata mientras que Robert acomodaba las mantas creando una "cama" improvisada, no era muy cómodo pero eso era mejor que estar sobre las hojas secas a merced de la suciedad o cualquier insecto.
— No me contaste que ocurrió en el otro pueblo, regresaste algo... Perturbada. — Eso rompió el silencio tomando asiento en un tronco cerca de la fogata que la pelirroja abanicaba para aumentar su llama.
— Tienes razón... — Asintió poniéndose de pie e imitando su acción observando su obra. — Mmm... — Acomodo las ideas en su cabeza. — Cuando nos separamos me encontré a una tribu, parecían asustados conmigo, me dijeron una palabra que no entendí y aún no investigo.
— ¿Cuál es? Yo podría investigarla por ti, conozco al bibliotecario. — Aida lo miró con una ceja alzada. — No me lo quiero comer. — Robert rodó los ojos. — De verdad es interesante y viejo, supongo que por eso tiene tanto que decir
— "Adiłgashii" — Eso asintió memorizándola — ¿Y de qué hablaron?
— Cosas del pasado, el teorizaba y yo confirmaba o negaba, parecía cómodo conmigo y me recomendó varios libros, estoy avanzando con ellos; quedé con él en volver y comentarlos.
Aida, atónita sonrió levemente. A Maurice, un hombre francés de avanzada edad, le era difícil congeniar con las personas del pueblo, pues tenía otras ideas y podía decir que estaba "adelantado a la época" por su mente abierta y gusto en autores y libros. No era tanto su sorpresa por su fijación con Eso — siendo que ella lo "creo" de cierta manera — sino porque este pudiera ser ¿agradable? con un ser humano aparte de ella.
— Vaya... Entonces son amigos. — Bramo divertida.
— No lo diría así, pero él no es... aburrido ni apetecible, ¿sabes?
La chica asintió. — Comprendo totalmente. — Miro a Robert, con quien, conecto miradas y no pudo evitar tragar en seco, nerviosa; a la vez que admiraba sus hermosos orbes verdes. — A-Ahm... — Se concentró rompiendo el contacto visual. — Cuando llegue al pueblo encontré una extraña tienda, era parecida a la de mi abuela, pero... Distinta, si mi intuición no falla, habían muchas cosas vudú.
— ¿Qué es el vudú?
La pelirroja titubeo y pensó en una manera de explicárselo de forma neutral.
— Es como la religión, pero diferente. Los que la practican tienen sus propias creencias y prácticas que rinden tributo a las serpientes. — Fue lenta — Hacen distintos rituales, lecturas, baños espirituales. — Relató — No soy una experta realmente, en Derry cualquier cosa fuera del cristianismo lo tienen satanizado y hay mucha ignorancia de por medio, siempre se nos dijo que los gitanos y pieles rojas eran malos, pero... Ninguno lo parecía.
— Desde que me despertaste, he tratado de entender a la humanidad. — Aida lo miro con una chispa de curiosidad. — Entenderlos, no empatizar. No te emociones. — Señaló, haciendo que la chica rodara los ojos. — Y algo que sigo sin lograr comprender son las diferencias que hacen entre ustedes... Quiero decir, son del mismo planeta, la misma raza, hablan el mismo idioma ¿y se pelean entre ustedes solo porque su bandera, color de piel o creencias son diferentes?
Aida abrió la boca para replicar pero la cerró inmediatamente. Eso tenía razón, la humanidad era un parásito sin control y al parecer, sin sentido común.
— Si, es tonto... — Admitió. — A este punto creo que solo son cortinas de humo, puede que peleen por saber quién tiene razón, pero eso simboliza poder y a los humanos no puedes saciarlos de ello.
Robert soltó una risa seca.
— Si supieran lo insignificantes que son alrededor de todo el universo.
Aida recordó aquella vez en la posada donde le mostró de primera mano el cómo Eso llegó al mundo y no pudo evitar pensar en que la humanidad ignoraba lo diminutos que eran y lo ignorantes que eran de lo que habitaba a su alrededor.
— En fin... — Suspiró regresando al tema — Me encontré a una anciana loca adentro. Me dijo cosas como que las almas se reconocen por su vibración, no por su apariencia; que encontraría el camino sin voluntad o codicia, observando la naturaleza; y que tuviera bien abiertos ambos ojos. — Eso frunció el entrecejo sin comprender y ella levantó ambos hombros negando. — Yo tampoco.
— Tal vez sea un acertijo.
— Puede ser. — Le dio la razón. — O podía referirse a ella... — Exclamó por lo bajo. — Era ciega, pero... Parecía ver más allá que cualquiera.
— ¿A quién se refería? — Se acercó curioso.
— A la Beldam.
Robert asintió comprensivo, pero igual con duda. A por cómo Aida se refería a ella, la reconocía como otra persona pese a apreciar que esta era una clase de extensión de la pelirroja, pues compartían el mismo cuerpo, más el no sentía que estuviera tratando con la misma persona cuando peleaban a muerte a comparación a este tipo de pláticas tan ilustradoras.
— ¿Quieres hablar de eso? — Cuestionó cauteloso.
Aida lo miró deseosa y sofocada, casi pudo sentir como se le formaba un nudo en la garganta. Nunca nadie se había interesado con tal sutileza por sus emociones o sentir. Ya ni siquiera hacía el intento de desahogarse, ya que, sabía que nadie la escucharía o la tomarían por loca, además ¿con quién más podría hablar sobre una transformación producto de un ser de otro plano, fuera de cualquier conocimiento?
La pelirroja asintió veloz cerrando ambos ojos.
— Ella... Me da miedo. — Confesó — Esta dentro de mi, no la puedo controlar, es una consciencia externa que toma mi cuerpo cada vez que me transformo en... En algo como tu. — Su voz tembló. — Ella es mala.
Ante tal revelación. Eso trazó una línea entre ambas, separándolas. Analizo un poco la situación y creyó que el lado oscuro de Aida es ella misma pero no lo quería aceptar, es su parte malvada que siempre escondió junto a sus oscuros deseos y que su cabeza creo culpándolo. La Beldam quiere poder y ser superior a él, le quedaba claro.
Al principio, Eso quería dejar salir a la Beldam de Aida porque sabía que así le sería imposible resistirse a su nueva naturaleza y con ese toque malvado no le importará mucho cometer una masacre. Pero, poco a poco aquel plan dejaba de ser atrayente, pues, la Beldam era como un perro hambriento sin bozal, Aida era la parte consciente y que de una u otra forma, los había mantenido vivos y al margen, él estaba aprendiendo sobre el mundo y entendía el ciclo de la vida; aunque tenía hambre, ella tenía razón, no podía acabar con todos.
Debía ser selectivo y Aida buscaba desesperadamente la forma de no consumir descontroladamente, cosa que, al final, a él también le vendría bien. Estuvo tantos años dormido que no quería regresar a ello, pero también debía pasar desapercibido.
— ¿Entonces... Piensas que pude crearte otra personalidad? — Siguió su narrativa, atento a su punto de vista.
— No lo sé. — Se sincerizo. — Es raro, tenemos los mismos pensamientos, cosas que como Aida jamás haría, ella sí, pero... A ella no le importa dejar un baño de sangre.
— Esa ahora es tu naturaleza. — Explicó cauteloso. — Se que está fuera de las normas que aprendiste como humana, pero tu consciencia es la que va a terminar por hundirte, no eres tú, no es un bien o un mal, es instinto de supervivencia.
— Pero está mal... Yo no quise que la Beldam matara a esas personas...
Eso suspiró.
— Debes dejar el sentimentalismo de lado, así es esto. Los granjeros sacrifican al mejor animal cada que necesitan un provecho de ellos.
— No puedes comparar, es ganado, el pueblo necesita comer.
— Nosotros también. — Señaló obvio. — Además, ellos los crían con cierto fin y con la misma frialdad los sacrifican. ¿Por qué a ti te afecta tanto?
Aida sintió aquello como si le cayese un balde de agua helada. Antes se sentía como una asesina vil sin moral, pero viéndolo desde una perspectiva entre ellos y cualquier ser vivo del mundo, eran situaciones similares. Sobrevivía el más fuerte.
— Tengo que dejar de relacionarme con la comida. — Chocó la palma con su frente, hasta que se dio cuenta de lo que dijo. — ¡Que horror! — Se levantó de un salto. — ¡Ya hasta habló como tú!
Robert alargó una carcajada mientras palmeaba el lugar junto a él, invitándola a sentarse sobre el tronco donde ambos reposaban.
» — ¡No te rías! — Reclamó poniendo sus brazos en jarra. — Esto es serio, estoy perdiendo mi humanidad. — Expreso con terror.
— Que bueno. Mejor. — Se encogió de hombros calmando su risotada.
Aida hizo un pechero a la vez que regresaba a su anterior lugar, y fue cuando observó con atención al hombre junto a ella, el cual, seguía con expresión burlesca queriendo ahogar su risa. Se sentía tan extraña que le resultara atractiva la forma que decidió adoptar. Creyó que no habría problema mientras no congeniara con la verdadera criatura, pero era bastante tarde, estaba cayendo.
Recordó las palabras de aquella gitana al tener su memoria fresca.
« Sigue extendiendo la llama, no la extingas. »
Meneo su cabeza alejando sus pensamientos. No. No. No y no.
— Los cazadores. — Recordó el motivo de su viaje, queriendo pensar en algo más.
La mención de estos hizo que Robert torciera los labios con cierto disgusto, — que la pelirroja ignoró — nunca había sido personal, pero cierto humano de cabello negro y ojos verdes no dejaba de aparecer como un problema.
— Ajá, ¿qué hay con ellos?
— Ya es tarde. — Miro la negrura del cielo. — Estarán desapercibidos. Debes llamar su atención y guiarlos a la guarida del puma, en la montaña. — Señaló. — Dales la bestia que tanto buscan. — Eso la miró con reproche y ella lo empujó leve con réplica. — Sabes que yo no puedo, tú puedes ser cualquier cosa, yo solo puedo cambiar mi físico, no mi especie ni sexo.
— Ya entendí. — Dijo levemente fastidiado poniéndose de pie. — Yo me encargo. Conozco el plan.
Estaba por irse cuando Aida lo detuvo sosteniéndolo de la mano. Lo miró a los ojos con profundidad.
— Con cuidado... Por favor... — Susurró lo último.
Robert tragó saliva y miró su agarre sintiendo un pequeño cosquilleo en su pecho y boca.
— Lo tendré, tranquila.
La de vestimenta rojiza asintió despacio antes de soltarlo de forma lenta, acariciando y disfrutando el roce de pieles antes de verlo perderse entre la oscuridad del bosque.
Todo el campamento ya se encontraba en el mundo de los sueños, a excepción claro de su líder, Edward, el cual se ofreció a hacer la primera guardia, en un par de horas despertaría a su relevo y así tener un poco de descanso para el día siguiente. Esperaba y calculaba que no duraría mucho aquel viaje, a lo mucho cuatro días y eso sería muy mala suerte, pues, al cazar a la bestia en su propio territorio era casi imposible que esta no apareciera, él aún era escéptico, pero si no funcionaba eso significaría que en realidad si existía una bruja.
El pelinegro observo que el frío viento de las alturas comenzaba a consumir más rápido la madera que habían utilizado para su fogata improvisada y que teóricamente los seguía manteniendo con vida y resistiendo tan bajas temperaturas. Por ello, se puso de pie alejándose un par de metros de sus compañeros dispuesto a tomar más leña.
Al hacerlo, recordó las recomendaciones por escrito del idiota del detective. No le parecía para nada tener que leerlas, pero, sabía que podría ayudarles y tampoco le parecía justo mantener a todos en el corazón de hielo del bosque solo por su orgullo.
Refunfuñando y antes de que se arrepintiera, sacó la arrugada hoja sin mucho cuidado comenzando a leer su contenido con la poca iluminación que tenía disponible.
Comenzó con las características, tenía un gran conocimiento en la fauna alrededor del pueblo, tal vez el detective con sus decenas de doctoras no pudo identificarlo al instante, pero él podría.
Depredador muy fuerte; buen camuflaje; instinto territorial; agresivo; patas acolchadas, no grandes; solitarios; gran alcance de salto; no devora por completo a sus víctimas, es decir, era algo que no le preocupaba dejar algo para después al estar acostumbrado a la lenta descomposición. En definitiva era un animal que vivía aislado y donde el frío lo ayudaba a conservar sus presas. Creyó saber contra que se estaban enfrentando hasta que siguió con la descripción de los ataques, estos tenían modismos de los lobos y osos pardo. Mordió sus labios pensativo, ¿qué era esa cosa?
Releyó varias palabras clave hasta que cayó en cuenta de un detalle extraoficial, un pequeño garabato al final de las «a's y o's» casi indescifrable, pero visible para cualquiera que estuviera acostumbrado a esa caligrafía.
Esa carta la escribió Aida.
Apretó el papel entre sus manos, haciéndolo bola para después lanzarlo con coraje hacia la oscuridad del bosque.
Los había visto juntos, no tanto gracias al cielo, pero esa complicidad y confianza lo hacía temblar y sospechar creando miles de escenarios del par juntos, cosa que hacía hervir su sangre de furia. Le estaban viendo la cara y eso solo parecía una burla a su inteligencia.
Con pesar, tomo la leña para regresar al centro del campamento, cuando en ese instante escucho una rama crujir a sus espaldas. El pelinegro quedó estático, no necesitaba un sexto super sentido para saber que había algo detrás de él, acechándolo. Al ser consiente no pudo evitar sentirse sumamente vigilado, como si esa cosa hubiera estado ahí hace bastante tiempo estudiando a su presa.
Soltó un suspiro tembloroso antes de girar lentamente, esperando no cometer un paso en falso, en su búsqueda, eso los había encontrado primero.
Intento identificarlo en la oscuridad pero le fue imposible, hasta que, de entre las sombras y vegetación, se asomaron dos ojos rojos como la sangre y brillantes como una llama. Tragó saliva cuando en ese instante, uno de sus canes se despertó alerta comenzando a ladrar en su dirección, alertando a los demás cazadores.
Ante el escándalo, la sombría criatura fijó su objetivo con hambre y deseo de matarlo. Edward retrocedió un par de pasos, asustado al verse desarmado, cuando en ello la cosa en la oscuridad soltó un gruñido que parecía sacado del mismísimo infierno antes de saltar sobre de él.
Aida — apareciendo como espectadora — gritó aterrada al observar como Eso masacraba a Edward.
Entonces despertó de repente con la respiración acelerada, llevó la mano a su pecho intentando calmar aquel sentimiento de intranquilidad sin mucho éxito, el cual, incrementó junto con su angustia al escuchar un grito desgarrador a lo lejos. Se maldijo al haberse quedado dormida, no supo en qué momento sucedió.
Se levantó con cierto pánico comenzando a caminar en círculos mientras peinaba su cabello hacia atrás pensando en todas las posibilidades y errores de haber enviado solo a Eso. Y este miedo solo aumentó cuando recordó su intento de suicidio, ellos tenían una conexión, podían ver o sentir lo del otro.
Mordió sus uñas creyendo que este último, al comenzar a sentir el terror de un grupo grande de personas no pudo resistirse y se los había comido a todos.
Temía por su amigo, pues, pese a todo no podía evitar tenerle una clase de cariño, aunque no lo veía de otra forma y repudiaba el trato que los ataba, él siempre intentó amarla, pero no comprenderla.
Minutos más tarde, escuchó pasos a su alrededor y miró en todas las direcciones con angustia hasta que finalmente Robert se reveló de una de las esquinas cubierto de sangre y notable molestia por algo que la pelirroja ignoraba.
Está, cubrió su boca espantada con dicha imagen y se acercó a pasos rápidos.
— ¿Qué paso? ¿Los cazadores están bien?
Eso la miró con leve fastidio por su pregunta y la paso de largo comenzando a deshacerse de sus prendas sucias.
— Tranquila, tu humano está bien. — Respondió hostil al entender la preocupación de Aída, la cual, respiró tranquila ante dicha información. — Quisiera decir lo mismo del otro cazador. — Bramo con un tono que claramente buscaba molestarla.
— ¿Qué? ¿Qué hiciste?
— Ellos me atacaron, ¿qué querías que hiciera? — Se defendió sin remordimiento alguno.
Era inevitable, ella soltó la correa. Tal vez no se llenó con el aperitivo de apariencia similar a la de Edward (solo que más vieja), pero su pierna fue un buen snack nocturno. Estaba seguro de que no sobreviviría y eso lo desesperaba más, solo pudo soltar un mordisco cuando si por él hubiera sido se lo habría tragado de un solo bocado.
Aida lo observó impotente.
— Que los llevarás hacia el puma de la montaña. — Exclamó con los dientes apretados — Ese era el trato, ellos mataban a la bestia y podríamos regresar tranquilos a Derry.
— Claro, pero había una falla en tu plan. — La encaró y Aida tuvo que juntar todas sus fuerzas sobre humanas para no desviar la vista al pecho desnudo de su acompañante. Tragó saliva al tenerlo nuevamente tan cerca. — Yo tengo hambre y tú tampoco tardas en hacerlo. Sus sospechas no se irán.
— No era el punto, nos iba a dar tiempo. — Habló disconforme.
— Entonces hazlo tú, dales a la bruja que tanto quieren. A ver si así te sigue Edward, Beldam. — Exclamó lo último de forma odiosa, volviendo a ignorarla.
Aida en cambio, lo miró ofendida pues hace apenas un par de horas se sincerizo con él sobre toda su crisis existencial y molestia con esa bruja para que ahora la simplifique a unirlas. Ellas no eran la misma.
Apretó los labios resentida para después regresar al tronco donde se había quedado dormida para volver a recostarse dándole la espalda. No lo quería ver y mucho menos seguir escuchando. No entendía cuál era su problema.
Robert en cambio, rodó los ojos y bufo ante la actitud de la pelirroja, al terminar de quitarse y limpiarse con la ropa rasgada y otras no tan sucias, los restos de sangre de su cuerpo y rostro, azotó las prendas al piso viendo innecesario volver a empacarlo. Se vistió sin quitar sus ojos de la nuca de Aída, esperando cualquier reacción de su parte, cosa que nunca ocurrió y frustró de sobremanera al devorador de mundos.
Estaba irritado, claramente, no solo por las extrañas emociones que martillaban en su interior respecto a la mujer frente a él. Sino que también, porque estuvo tan cerca de por fin matar a Edward, sin embargo, los demás cazadores al levantarse en armas con valentía en contra de él lo debilitó y no pudo lograr su cometido.
Pero no sería la última, ya tendría su oportunidad y la saborearía con anhelo.
El camino de regreso a Derry fue en completo silencio. Aida y Robert estaban molestos uno con el otro. La pelirroja se mostraba reacia con él, apenas habían intercambiado un par de palabras y solo si era necesario, si fuera por ella no tendría la intención de dirigirse a él. El ojiverde, por otro lado, había pensado en cómo romper el hielo pero le fue imposible al no saber cómo tratar la situación sin que esta volviera a explotar en pelea, estaba cansado de tener esa relación con Aida, solo quería paz y la convivencia de antes, los humanos eran tan complicados, parecía que si respiraba cerca de ella lo mataría.
Ambos tenían prisa por regresar a Derry y separarse para respirar tranquilos de la tensión que se había creado entre ellos, y efectivamente no tardaron mucho por sus habilidades y resistencia.
Aida solo esperaba que Olga no sospechara. A esa hora Brom ya debía estar dejando la carta en las oficinas del fiscal.
Se detuvieron por breves instantes en la entrada del pueblo, cada uno sumido en sus pensamientos. Robert soltó un suspiro y estaba dispuesto a decir su primera palabra en el día queriendo calmar las aguas con la pelirroja, pero antes de que se diera cuenta, esta ya se estaba encaminando en dirección contraria a la de la posada de la señora Dalloway.
El rubio sin más que hacer, formuló una mueca y también se alejó de ella, resentido por dejarlo con la palabra en la boca.
Miró a los pueblerinos correr de un lado a otro con urgencia, ignorándolo y este igual, no tenía ánimos siquiera de deleitarse con el olor de la comida paseándose frente a él. Al parecer los cazadores había llegado un par de instantes antes de ellos y lo que creía eran personal del hospital estaba atendiendo a los heridos mientras que otros lloraban por una pérdida.
Pasos más adelante, paso por delante de una choza donde se encontraba su persona menos favorita del momento sentado en el pórtico con la mirada perdida y la ropa ensangrentada. Robert cruzó miradas con Edward, haciéndole una mueca de desagrado que el último no regresó respetando el luto de su padre.
Eso se detuvo curioso ante ello, cuando en ese momento se acercó una pareja de avanzada edad a la casa. El hombre al pasar a lado de Edward, apretó su hombro en señal de reconforte, pero también fue ignorado. Después, siguieron hasta tocar la puerta de donde salió una mujer mayor de ojos verdes inundada en lágrimas. La pareja murmuró algo sobre darle el pésame y después de un "lo siento mucho", la otra fémina le extendió unas flores blancas hacia la ojiverde y esta lloriqueó abrazando al par, dolida.
Robert observó aquel comportamiento mientras asentía en sus adentros tomando notas mentales sobre la humanidad, una especia tan complicada.
Ya en la posada, hojeó un par de libros hastiado por el aburrimiento que lo rodeaba, quería saber qué estaba haciendo Aida y si también estaba pensando en él.
Un par de horas después, volvió a cambiar de posición sobre la cama sin dejar de mirar el techo. Ella no había vuelto y dentro de sí sabía que era un tonto por esperarla.
Frotó su cara culpable por cómo le habló la noche anterior, de haber controlado mejor su temperamento no estaría en esa incómoda situación. Terminó por bufar, otra vez perdiéndose en la nada hasta que recordó lo que paso fuera de la casa del cazador de cabello negro.
Había visto la repetición de ese patrón días atrás cuando un joven le regalaba esa planta de olor gustoso a una muchacha junto a una leve referencia, según los libros que había leído, era una clase de cortejo, pero dependía del color de las flores la intención con la que las obsequiaba.
Cerró los ojos. No lo haría, ni loco se doblegaría así ante ella.
Miro dudoso el ramo entre sus dedos. Luego de una breve investigación se enteró que las flores amarillas y naranjas serían las adecuadas para una disculpa o reconciliación. Y, sin pensarlo dos veces, estuvo rondando por los alrededores buscando las dichosas flores sin mucho éxito, al ser invierno la mayoría se mostraban marchitas y secas, pero, ante su esfuerzo ya no quiso retroceder y comenzó a tomar todo lo que aún se le veía un poco de vida.
Pese a ser un conjunto en su mayoría de ramas con un par de hojas de color entre naranja y café, y hiervas, aún así resaltaban las minúsculas florecillas amarillas y blancas.
Estaba feo, pero no tenía un mejor plan.
Paseó su vista, aburrido, buscando a cierta pelirroja por todo Derry hasta que finalmente la encontró saliendo de la que parecía ser la casa de la tal Olga, con un vestido distinto al de la mañana.
Se acercó a paso veloz escondiendo su intención detrás de sí. Vio como la chica lo notaba, pero ella volteó su cara iniciando una travesía lejos de él, ante ello, el rubio acérelo su caminar hasta alcanzarla citándole el camino.
Aida le lanzó una mirada de leve fastidio al no haber podido ignorarlo. Levanto una de sus cejas interrogante en dirección al ojiverde que abría y cerraba la boca queriendo formular algo coherente y correcto, pero, al no encontrar las palabras adecuadas, simplemente con sumo cuidado mostró el brazo que escondía detrás de su espalda y extendiéndole su ramo de flores improvisado a la pelirroja.
Está lo vio boquiabierta y sin aliento.
— ¿Eso por qué?
Ante la duda, Eso rodó levemente sus ojos y sostuvo la mano de la chica para que tomara su presente.
— Perdón. — Dijo en un tono desganado y guardó las manos en sus bolsillos.
Aida, aún sorprendida, tomó aquel arreglo floral con cuidado de no clavarse varias espinas que sobresalían de las delgadas ramitas, y también entendió porque él era tan cuidadoso, pues ante el mínimo movimiento sus flores se deshacían a pedazos. Ella al principio no supo cómo tomarlo, pero después se fijó en el detalle y su disculpa. Las flores eran todo lo contrario a las que le obsequiaba Edward y por alguna razón, a pesar que las de él pelinegro eran realmente hermosas y sus favoritas, aprecio mas las de Robert y las recibió gustosa.
— No sé qué decir...
— Solo di que me perdonas. — Levantó los hombros simple. — Ya no quiero estar así, es molesto y estoy aburrido.
Ella no supo cómo reaccionar ante su sinceridad, era raro pero inevitablemente terminó riendo.
— Esta bien, disculpa aceptada. — Hizo un intento de sonrisa. — Pero en serio, no vuelvas a mencionarla. — Habló refiriéndose a la Beldam.
— Trato. — Asintió sintiéndose liberado, como si se hubiera quitado un peso de encima. — ¿Qué hacemos ahora?
Aida sabía que después de una disculpa normalmente venía un abrazo, pero quiso omitirlo, no porque siguiera enojada, eso ya había pasado a segundo plano hace bastante, lo que realmente la tenía irritada eran sus pensamientos lascivos sobre él.
— Ah... Pues... — Pensó un par de segundos. — Todos hablan de la bestia, tenemos la noche libre. Habrá una reunión en la cantina.
— ¿Reunión?
— Por el regreso de los cazadores. Todo el pueblo quiere escuchar la historia. ¿Quieres ir?
— ¿Por qué querría escuchar la historia? Yo estuve ahí.
— Claro que no estaremos con ellos, sería de muy mal gusto después de lo que hiciste. — Lo señaló con cierto rencor por lo del padre de Edward, era buen hombre y lo apreciaba. — Vamos a... Divertirnos. — Se encogió de hombros dudosa, Eso y diversión no eran palabras que pensó juntar en su vida.
— ¿Hay una forma de divertirse?
— Ben sabrá qué hacer, es experto en tratar bien a los comensales. — Sonrió guiñándole un ojo.
Robert miró su acción con gracia para después igual regalarle una sonrisa asintiendo de acuerdo con la idea.
Al caer la noche. Robert y Aída fueron al bar donde anteriormente se habían reunido días atrás, observando desde afuera como este era iluminado más que cualquier otro lugar en el pueblo mientras alaridos y risas fuertes se oían desde fuera.
— ¿Listo? — Lo miró con emoción que intentaba disimular.
— ¿Confías en mí para estar ahí adentro con tanta gente?
— Entonces todo bien. — Asintió conforme jalándolo hacia el interior sin dejarlo procesar lo que creía que podía ocurrir.
Eso siguió al interior a la pelirroja que parecía familiarizada con el entorno, — aunque recibieron varias miradas juzgonas, se acercaron a la barra que se extendía por todo el largo del lugar. El rubio miró a sus alrededores curioso, había varios grupos de hombres que tomaban de grandes jarras que contenían un líquido espumoso y unos cuantos tenían mujeres en las piernas, las cuales, eran las que parecían reír de forma escandalosa, aturdiéndolo un poco. Era un ambiente completamente nuevo, estaban rodeados de adultos que no parecían en sus cinco sentidos, pero se mostraban más felices que el resto del día con esas bobas caras largas, no olían muy bien, no despertó su apetito y de ser así, ya se sentía capaz de controlarse.
— ¡Hey Ben!
Robert dejó de prestar atención a su alrededor al escuchar el llamado de Aida hacia el hombre de la barra, — el cual, parecía ser el único en ser completamente consciente del bar — mientras aceleraba su paso hacia él.
— ¡Aida! — Regresó el saludo contento (como siempre) — ¿Tu madre sabe que estás aquí... Acompañada? — Le lanzó una mirada de reojo al rubio junto a ella — ¿O tu abuela? — Insistió.
Conocía a ambas mujeres y el como sobre protegían a la pelirroja menor, no quería lidiar con ninguna enojada.
— Ya estoy grande. — Dijo firme sacándole una leve risa al barman.
— Yo no digo nada, si tú no dices nada. — La señaló.
— Te tengo un trato, — Puso ambas manos sobre la mesa — quiero pasarla bien con mi amigo. — Robert ya se sintió con la suficiente confianza para levantar la mano en un saludo. — Pero no tenemos mucho dinero.
— Los escucho. — Miro a ambos con interés con una sonrisa, haciendo sentir a Eso incluido en la plática.
— Tu dime con quien y si bebo más que él o ella, el trago más fuerte, me dejas el resto de la noche gratis.
— Hecho, — Aceptó sin pensarlo más de un segundo — beberás contra el barbón de allá. — Señaló a un hombre detrás de ellos con apariencia brutal y de maleante.
La pareja lo observó haciendo que Aida dudara un poco, pero Robert asintió tranquilo en su dirección.
— No es competencia para ti. — Dijo seguro.
Ben dejó un vaso highball frente a ella. Estaba lleno hasta un poco más de la mitad de licor solamente.
— ¿Qué es?
— Tequila, el elixir de los mexicanos, recién exportado.
Aida se acercó a olerlo sintiendo el ardor en su nariz e hizo un ademán de toser
» — Puedes arrepentirte, esos tipos están locos, tienen garganta de acero, aunque he escuchado más barbaridades de los alemanes y búlgaros.
— No, está bien. Lo haré. — Fingió tranquilidad y Ben asintió llamando a una camarera para que le diera un vaso igual "de cortesía" al hombre de abundante barba, el cual, sin dudar se tomó su vaso de golpe para después toser.
Aida lo miró con una ceja alzada y al girar a Robert el volvió a asentir seguro de ella. Tomó una respiración antes de buscarle el fondo a su propio vaso lo más rápido posible para que el líquido no tocara su lengua mientras evitaba respirar. Al terminar, lo azoto en la barra, con el terrible sabor en todo su ser haciendo una mueca, carraspeando.
— Que asco. — Dijo apenas audible.
Robert se acercó al vaso para oler el licor y este también arrugó la cara con repulsión. Asintió de acuerdo con ella.
— ¿Segunda ronda? — La pelirroja asintió recuperándose.
— Y agua también, por favor.
Un segundo vaso igual al anterior llegó y para ese punto, la camarera que fue con su contrincante le reveló al hombre que era una competencia, ante la cual, pareció divertido creyendo que no le podría ganar una niñata. Por ello, elevó su vaso a forma de saludo y brindis hacia Aida, ella imitó su acción y procedió a tomarse todo de nuevo.
Esta vez la pelirroja tosió asqueada y Robert la vio con repugnancia.
— ¿Cómo pudiste? — Dijo cubriendo su nariz mientras le pasaba el vaso de agua a su compañera.
— Cállate. — Bramo apenas, ahogándose.
Aida supo que aquello no podía ser por mérito propio, la Beldam la ayudaba a no estar convulsionando en el piso por tanto alcohol.
Cuando estaban por pedir la tercer ronda, el estruendo de la madera chocar con el piso llamó su atención y el trío observó al adversario de Aída correr en dirección al baño con aires de querer vomitar. La pelirroja apartó la vista rápidamente, pues la imagen le podía hacer volver el estómago. Fue entonces que cayó en cuenta que había salido victoriosa de aquel reto y giró hacia Ben con una sonrisa triunfal que intentaba reprimir el asco que sentía.
— Bien, fue juego limpio. — Ben estrecho la mano con ambos. — Iré por sus tragos ¿quieren cerveza? — Aída asintió y Robert se encogió de hombros.
— Yei. — Canturreó contenta chocando los cinco con Eso, quien la recibió extrañado por su acción, pero no le molestó y rió leve por su emoción.
— ¿Qué es la cerveza?
— No te va a gustar. — Advirtió. — Al menos no las primeras veces, pero no es tan fuerte, necesito un respiro y algo que me quite el sabor. — Le lanzó un intento de sonrisa. — Además, la noche es joven y todo será gratis, podemos probar todo. — El más alto asintió conforme.
— Aquí tienen. — Dejó dos tarros frente a ellos. — Si necesitan algo más, me llaman. — Les sonrió amable antes de irse con otro cliente.
Aida tomó el enorme tarro al igual que Robert y esta le sonrió eufórica.
— ¡Salud! — Chocó su jarra con la de él para después darle un gran trago, acto que él imitó.
Eso tragó aquel líquido amargo para después saborearlo por unos instantes, no le encantó pero podría acostumbrarse.
— ¿Qué te pare...burrrp. — Aída rápidamente cubrió su boca avergonzada por el estruendoso eructo que se le salió.
Robert la observó con los ojos bien abiertos, sorprendido, antes de soltar una fuerte carcajada. La pelirroja, en cambio, cerró los ojos con pena a sabiendas que sus mejillas se tornaban del mismo tono que su cabello.
— Que chistosos ruidos hace tu cuerpo. — Dijo entre risas — Hazlo otra vez. — Pidió picando su hombro con el dedo índice y ella lo alejó apenada.
— Perdón, no lo vi venir. — El rubio rió más y tras unos cuantos segundos Aida le siguió al ser está muy contagiosa. — Voy al baño, no te muevas.
Robert asintió dándole otro trago a su cerveza. Cuando la chica desapareció por un pasillo, Ben regresó con él dejando un vaso igual a los del reto de Aída con el pobre hombre que no podía despegarse del baño.
— Ten, para que te iguales. — Expresó divertido, mientras que Robert observó el contenido dudoso, olía muy fuerte. — ¿Se conocen hace mucho? — Cuestionó refiriéndose a Aída.
— Algo así.
— Es linda, ¿no cree? — Dijo sin maldad, realmente creía que la pelirroja era simpática — Lástima lo de Edward.
— ¿Ella cumple con los cánones de belleza de esta época? — Preguntó ignorando el nombramiento del pelinegro, ya no quería saber de él, al menos no por esa noche.
— Y en cualquiera. — Sonrió con gracia por el léxico refinado del rubio — Mira esos dos de allá. — Cambió rápidamente de tema señalando a una pareja besándose — Se la está comiendo, Gustaf esta con todo esta noche, es su segunda chica. — Se mofó del hombre que metía su lengua en la garganta de aquella castaña.
— ¿Se la puede comer? — Interrogó asombrado y Ben algo extrañado por el término asintió. — ¿Me la puedo comer yo?
— Claro, si tienes tres monedas de oro, — Explicó — puedo decirle a Enriqueta que te atienda después de él aunque también tengo otras chicas, por si gustas.
— ¿Hay más? — Eso no daba crédito a lo que escuchaba, estaba en el cielo. — ¿Puedo escoger?
— ¿Nunca habías entrado a un bar o burdel antes?
— Vine en el desayuno. — Dijo obvio y Ben ahogó una risa, aquel detective parecía tan inocente.
— Te presentaré a la mejor del lugar, se llama Rubí. — Robert asintió emocionado.
Pensó que aquel lugar era increíble, todos se divertían y él podría comer sin represalias. Le dio otro trago a su cerveza cuando llegó Aída.
— ¡Aida, Aida! — La llamó animado — ¡Este hombre me dijo que me puedo comer a una mujer por tres monedas de oro! — Al instante la pelirroja abrió los ojos asustada y comenzando a negar.
— Gracias Ben, pero mi amigo aquí no necesita de ese tipo de servicios.
El anterior nombrado la miró con sospecha, pero al no querer meterse, asintió simple.
— ¿Por qué no? — Habló ofendido — Quiero comer, y él me lo ofreció.
— No se refería a ese tipo de "comer".
— ¿En que otro tipo de puede comer, entonces?
Aida suspiró insegura masajeando su frente sin saber cómo explicarle sin volver a recordar su sueño, tal parecía que no podía escapar de el.
Aquello se vio interrumpido por un pequeño niño, que al ver a la pelirroja, corrió hacia ella feliz de verla. La chica lo reconoció rápidamente como Philip, el hijo de Ben. Agradecida de ser salvada de ese incómodo interrogatorio, le dio toda su atención al infante que danzaba juguetón a su alrededor.
Lo que ella no había notado, eran unos curiosos ojos verdes que la observaron a lo lejos con ternura. Definitivamente ella sería buena madre para sus hijos. Pero, al instante, la fantasía de Edward se vio interrumpida al reconocer a cierto hombre rubio acercarse sin pena hacia su prometida.
— ¿Por qué juegas con la comida? — Aida miró mal a Robert por su comentario, para después ver a la esposa de Philip llamar al pequeño desde el segundo piso y lo guió hasta allá, no sin antes despedirse.
La chica estaba por regañarlo por su elección de palabras, cuando en ese instante notó a Edward salir molesto del bar.
Tenía que hablar con él, de antemano sabía que estaría molesto por Robert, pero no le había dado el pésame por lo de su padre fallecido.
— No te comas a nadie. — Le dijo rápidamente a Robert, el cual, ya se estaba tomando el vaso de tequila que Ben había dejado frente a él antes, para después hacer una cara de asco sacando la lengua.
— ¿Qué es esto? — Tosió y Aida le quito el vaso.
— No es para todos. Ahora vuelvo.
Antes de poder replicar, la pelirroja se escabulló entre el gentío. Iba a seguirla pero en eso sintió como el piso se movía, por lo que quedó quieto, extrañado, había algo raro. Tomo asiento en la barra, levemente mareado antes de hacerle una seña a Ben para que le pasara un vaso igual.
En tanto, fuera del bar, Aida perseguía a un Edward notablemente irritado mientras esta lo llamaba sin mucho éxito hasta que corrió para alcanzarlo.
— Hey... — Se interceptó en su camino y al ver su semblante tragó duro. — Lamento mucho lo de tu papá.
— No parecías triste hace rato. — Señaló serio y ella desvió la mirada apenada sintiendo su aliento alcoholizado.
— Se supone que es el festejo por su regreso... — Murmuró sin saber qué decir, se regañó al instante, eso sonó pésimo.
— No hay nada de celebrar. — Asintió de acuerdo.
— Yo estoy feliz de que regresaras con vida. — Intentó acercarse pero el pelinegro la apartó dolido.
— No mientas. — Dijo con tristeza — Para ti es más fácil que yo esté muerto, así no tendrías que casarte conmigo. — Aída se quedó muda. — ¿Lo ves? — Bufó cansado con la situación y negó con la cabeza comenzando a alejarse — Sigue con tu detective, al fin y al cabo, el trato ya está hecho y tendrá que respetarlo algún día o lo haré entender a la mala.
Aida no lo detuvo, pese a que sabía que de cierta forma tenía que darle una explicación y consolarlo en ese momento difícil para él, no quiso, solo lo seguiría para que este sacara su enojo con ella y prefería mil veces regresar al bar para seguir tomando con Robert.
Suspiró resignada sintiendo lástima por el pelinegro antes de encaminarse de regreso a la cantina de donde iba saliendo Eso muy contento y por un instante tambaleó.
— ¿Qué haces aquí afuera? — Dijo entre risas al ver su estado.
Creía que al ser un ser multidimensional podía soportar un poco de alcohol, pero bueno, no dejaba de ser algo nuevo para él y le había mencionado antes que dependiendo de la forma que tuviesen, también tendrían las mismas debilidades.
— No volviste y me aburrí, — arrastró un poco sus palabras, cosa que divirtió a la pelirroja, pues veía como este luchaba por mantenerse "normal". — una de las mujeres que al parecer no me puedo comer, — La miró con cierto reproche haciéndola rodar los ojos. — se me acercó mucho y no me la podía quitar de encima.
— Ah, ¿en serio? — Dijo seria borrando su sonrisa divertida — ¿Y qué te dijo?
— Que por tres monedas podíamos subir al segundo piso.
— ¿Nada más?
— Bueno, — Soltó un hipido — también le dije que venía contigo y que no quería estar cerca de ella porque apestaba.
Aida apretó los labios intentando no reírse mientras sentía un gran alivio y satisfacción con su respuesta.
— Hiciste bien, te pudo pasar algo.
— ¿Cómo? — Levantó su ceja pareciendo volver a estar en control de sí mismo.
— Las prostitutas están con decenas de hombres sin cuidado, son sucias. — Bramo de forma despectiva, celosa. — Pudo contagiarte alguna enfermedad.
— ¿Cómo? — Repitió su cuestionamiento sin entender el punto, exasperando a la pelirroja.
— Pues... — Titubeo — Fornicando, besos, yo que sé. — Agito sus manos queriendo terminar con el tema.
— ¿Qué es un beso?
Ante la pregunta directa, la chica aguantó la respiración, observándolo con detenimiento, con las luces del bar detrás de él, su cabello levemente despeinado, pupilas dilatadas haciendo que sus ojos verdes lucieran más brillantes, sus rasgos delicados, hasta terminar en...
Su boca aún no se daba cuenta pero en los ojos de Aida se reflejaba la ansia y deseo de un motor a punto de arrancar en espera de luz verde. Miro los labios carnosos y rosados de su acompañante, sin evitarlo relamió los suyos.
Una vez leyó sobre esto en un libro de poesía.
Sentimientos opuestos que afloran en una persona cuando está con otra. Las ganas de quedarse, pero de huir al mismo tiempo. Sentirse cómoda junto a él, pero incómoda a la vez fruto de la vergüenza. Volverse loca queriendo observar esos bellos ojos por un tiempo indefinido, pero apartar la mirada avergonzada con las mejillas ardiendo. Claros ejemplos de sensaciones opuestas, y todas estas se manifiestan únicamente en personas enamoradas.
Entonces, lo hizo sin pensarlo realmente.
Chocó sus labios con los de la criatura, su perdición. Lo besó lento, tímida pero firme. Había duda en sus movimientos pero continuó pocos segundos más hasta que sintió la falta de aire.
Se separó de él despacio, abriendo los ojos enfrentándose al contacto visual.
Eso relamió sus labios gustoso, eso era un beso. Había leído sobre dicha acción más no sabía cómo era o qué se sentía. No podía describirlo, solo supo que le gustó.
Por ello, la tomó por la nuca a la pelirroja antes de volver a estampar sus labios con los de ella, ahora con ambos rozándose en un vaivén desesperado con deseo.
« El peor error, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale de su corazón.»
AAAAAAHHHHHHH
no hay contexto, solo
AAAAAAAHHHHHH
¿Qué les pareció el cap?
btw feliz navidadl :))
║█║▌│█│║▌║│█║▌║.
2908200326081991
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top