𝔫𝔦𝔫𝔢




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CAPÍTULO NUEVE
WHERE IS THE REAL ME?
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       LA PERFECCIÓN COMENZABA a deslizarse por sus dedos, su brillo natural se volvió opaco, su cabello comenzaba a caerse, poseía labios resecos y pequeñas ojeras adornando unos cansados ojos castaños.

Moría de hambre, literalmente.

Habían transcurrido tres días desde el accidente con Eso, los peores sin duda. Seguía sin tener alguna idea de lo que ocurría con ella. Tenía sueños bizarros, no sabía exactamente de qué, solo veía esa bendita puerta en medio del bosque una y otra vez. Pero lo peor de todo era la mujer en el espejo, esa escalofriante figura parecida a ella pero con piel grisácea quebradiza y de pelo negro, cada que su recorrido terminaba en el mismo elegante espejo ella estaba esperándola ahí con una mirada molesta y escalofriante, el resto sólo eran gritos desesperados por parte de la mujer casi rogándole que comiera lo que sea.

Y no es como si no lo hubiera intentando ya. Poco a poco comenzaban a notarse sus pómulos y clavículas, estaba demasiado débil y solo quería dormir. La belleza exterior nunca fue muy importante para ella pero se sentía horrenda, acabada. Necesitaba comer pero todo lo que ingería lo vomitaba poco después. Estaba cansada y asustada de esa situación.

Su temperamento había cambiado mucho, ahora era bastante explosiva y malhumorada, siempre estaba a la defensiva, solo esperaba atacar a la mínima oportunidad y lo que más la aterraba es que no sabía de que forma. Gritaba y amenazaba ya sea con la mirada o palabras, solo hasta ahí podía contenerse, no quería cometer alguna locura y que la ejecutarán.

¿Dónde estaban sus sentimientos?

Su hambre lo jodía todo, cada que tenía ataques de este miraba a las personas a su alrededor a través de si, como una radiografía y sus instintos estaban cada vez más agudizados, podía escuchar como el corazón de las personas palpitaba y como la sangre corría por sus venas. Era molesto y preocupante.

Estaba realmente paralizada, nada se podía comparar con el miedo que se incrementaba conforme pasaban las horas. ¿Qué le estaba sucediendo?

¿Cuándo se volvió tan insensible?

Desde que empezaron los episodios, con Eso cumplió su promesa solo por un día pues llegó a tentarse el corazón a la vez que quería ganarse su confianza para que le diera las respuestas que buscaba respecto a sus cambios y comenzó a darle pequeñas porciones de comida, pero esa cosa ni siquiera las probaba a menos de que ella lo obligara, pero igual que ella lo vomitaba casi de inmediato. Supo entonces que había una conexión en ambos casos.

Su cuerpo trataba desesperadamente de mantenerse con vida pero poco a poco sentía como perdía la batalla. Estaba vacía, ya no sentía lo que debería, perdió su esencia.

Sus padres en cambio obviamente estaban feliz de que sobreviviera al ataque del "lobo", hablaron con Olga para que le permitiera descansar unos días y se recuperará completamente pero se notaba a leguas que ella estaba perfectamente, ni siquiera había cicatriz, por lo mismo su madre comenzaba a hartarla con tantas indirectas sobre qué ya debería volver a sus labores. Cierto que ambas mujeres no estaban en los mejores términos en ese momento, Aida después de diecinueve años de vida por fin había puesto en su lugar a la mujer que llamaba madre.





F L A S H B A C K

Regresaba de los establos aún aturdida por lo sucedido. Estaba paranoica, había probado la sangre de esa cosa y le había gustado, incluso por un segundo la idea de regresar y tomar más de su cuerpo pasó por su cabeza, bueno, más que tomar deseaba arrancársela. Y eso tampoco la tenía muy quieta.

Ella nunca fue violenta ni mucho menos, todo lo contrario. Pero cada vez más sentía un instinto salvaje creciendo dentro de su estómago que no la dejaba estar quieta por más de un minuto.

Comenzaba a oler la carne de las personas a su alrededor y a identificarlos por su aroma, la mayoría de los adultos olía pésimo pues no es como si en esa época existiera la mejor higiene pero los que se salvaban de su asco eran los niños de no más de diez años, les atraía de una forma que no sabía explicar despertando más su hambre de una forma voraz, y teniendo todos estos antecedes prefirió alejarse de estos últimos por un tiempo.

Cuando llego a su hogar lo primero que la recibió fueron dos pares de brazos rodeándola con efusividad y lágrimas de felicidad. Sus padres no paraban de parlotear sobre lo preocupados que estaban y que nunca dejaron de rezarle al Señor para que ella se recuperara y al parecer sus plegarias fueron escuchadas pues ella estaba de pie frente a ellos sin un solo rasguño.

Todo el pueblo pensaba que fue un milagro de Dios. Literalmente.

Hasta de tanta atención los fue alejando poco a poco. Con su padre nunca fue muy cercana, muy a pesar de la época machista ambos estaban sumidos ante las órdenes de su madre y Aida estaba cansada y resentida de que él nunca pudo poner algún "pero" a las exigencias de su madre con ninguno de los dos. La relación con la pelirroja mayor no podría describirse como una mejor pues pasaban mucho tiempo juntas pero no es como si fueran momentos de calidad, todo eran regaños y lecciones sobre cómo ser una señorita ama de casa sumisa. Lo odiaba.

Cuando por fin se los saco de encima su padre fue por algunos refrigerios para darle la bienvenida a "la nueva oportunidad" de su hija quedándose así a solas con su madre la cual la miraba expectante y con una sonrisa algo... perturbadora.

— Que bueno que estes bien. — Al fin dijo, como si no fuera la gran cosa. Pero claro que lo era, si a su hija o más bien, su mayor inversión moría, estaba acabada. — Edward y su equipo fueron a cazar al lobo que te atacó, estaba muy preocupado por ti. — comenzó con sus aires soñadores — Incluso pensábamos en adelantar la fecha de la bo- — Antes de que la mujer pudiera terminar esa palabra Aida la tomó con brusquedad y una mirada seria.

— Quiero decirte algo y quiero que lo escuches muy bien porque no me gusta repetir las cosas. — Apretó su agarre haciendo que su progenitora tomó una expresión de dolor. No podía explicar cuando se volvió tan fría.

— Lo de Edward se acabó. — Lanzó su brazo sin importarle si le hacía daño o no dejando con los ojos abiertos a la otra mujer.

Su madre dejaría de aprovecharse de ella en ese momento, muchos años no entendió con palabras, entonces fue momento de usar la fuerza bruta, fuerza de la cual también se sorprendió tener actualmente.

— Pero... ¿Por qué? ¿Pasó algo? — la bombardeó de preguntas sobándose su brazo con temor hacia su hija.

— Nada nuevo. — respondió frívola — Solo no quiero.

La expresión de la mayor cambio radicalmente en un segundo, inhaló profundo luchando por no perder la compostura y exclamó en un tono de voz fuerte.

— Ya habíamos discutido sobre esto. Tú- — La interrumpió.

— Entonces ya sabes de lo que hablo. — Tomó su capa roja y se la colocó en la cabeza, no quería estar más tiempo ahí.

Su madre encolerizada levantó su mano dispuesta a abofetearla pero Aida con sus nuevos reflejos logro sostener su mano en el aire dejando sin aire a la mayor.

— No volverás a ponerme una mano encima Ágatha — la empujó.

Después se encaminó a paso tranquilo hasta la entrada de su hogar a pesar de los reclamos y gritos de su madre a sus espaldas y se detuvo antes de abrir la puerta.

— Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. Vive con eso. — Salió rápidamente soltando un portazo con una sonrisa sintiéndose liberada.

Al fin la carga que llevaba en su espalda durante tantos años se había ido.

FIN DEL FLASHBACK





Por otro lado Edward aún no volvía de la casa de la bestia pero no tardaba en hacerlo puesto qué tal lobo no existía.

Sin embargo el primer día de su resurrección para las personas del pueblo Aida parecía ser un ángel caída del cielo, o un discípulo de Dios enviada para hacer el bien. Pero ahora era todo lo contrario, después de su despertar y ser víctimas de su nueva personalidad ya no se tragaban toda esa fachada de milagro tan fácil, eran demasiado desconfiados ante todo lo desconocido y Aida se había vuelto una completa extraña; ya no era esa linda y amable campesina que solía recolectar frutos rojos por las mañanas, se volvió una mujer seductora, sin pelos en la lengua llegando al punto de ser grosera, ya no portaba esa sonrisa amable que alegraba los días del mas amargado, ahora solo posaba con una mueca arrogante mirándonos a todos con superioridad y egoísmo aun a pesar de su estado desgastado, para los demás seguía siendo deslumbrante.

Aveces se sentía como si otra persona la controlara, otra personalidad, pero a la vez estaba muy consiente de lo que hacía y le gustaba.

Sostenía su vestido color vino cuidando de que no se manchara con la tierra del camino mientras miraba a los habitantes con desén como se le había hecho costumbre últimamente, y no se sentía ni un poco culpable por ello. Estaba consiente de que no era normal en ella pero tampoco negaba que sentía un placer increíble al por fin dejar salir todo su odio por ese pueblo.

Detestaba todo, las mujeres hacían todo por todos en este pueblo de mierda, eran el sostén de la asquerosa comunidad pero los hombres se llevaban todo el crédito cuando los ponían en un pedestal por hacer cosas minúsculas que no se comparaban en nada a todo lo que hacían ellas. Esa era su triste realidad.

Aida iba en camino a los establos, aquellos que funcionaban como "ático" para las personas del pueblo, ahí habían olvidado sus peores chatarras y nunca más las reclamaron y el lugar tampoco, además de que nadie se acercaba al lugar donde tenía escondido a Eso.

De pronto su paso se detuvo cuando un olor embriagador la sedujo. Cerró los ojos deleitándose con el delicioso aroma desprendido en el aire y comenzó a caminar dejándose llevar por su sentido, cuando el olor se volvió más potente al fin abrió los ojos y no pudo sentir más asco y repulsión en su vida.

Llego a parar a la bodega del carnicero de Derry, justo donde el hombre tenía un ciervo sin cabeza y descuartizado sobre la mesa. Había sangre y cuchillas por todos los alrededores, toda una escena de terror, pero lo que más asqueaba a Aida es que no le desagradaba, todo lo contrario.

Observó los trozos de carne colgados por ganchos de metal en el techo de una manera hipnotizante. Sus pupilas estaban dilatadas y su boca ligeramente abierta hasta que sin darse cuenta se relamió los labios y su estómago comenzó a gruñir.

Se sentía como las jóvenes torturadas que eran encerradas en pequeñas jaulas en la entrada del pueblo a las cuales les ponían platos de comida lo suficientemente cerca para que la apreciaran y olieran pero bastante lejos como para alcanzar algún bocado.

No podría. No era normal.

Mordió su labio inferior con más fuerza de la necesaria y a pasos apresurados abandonó el lugar mientras se repetía una y otra vez que no estaba volviéndose loca.

Aquel hecho hizo que tuviera más determinación y prisa en su caminar. Ya no soportaría ni un solo día más sin saber lo que le ocurría, ya sea por las buenas o por las malas.

Cuando por fin llegó a los establos se dirigió a la entrada la cual había tapizado con troncos y pedazos de madera vieja improvisando una puerta y los quito sin mucho esfuerzo. Al adentrarse pasó con cuidado por entre todas las pertenencias olvidadas en el tiempo hasta llegar al último "cuarto" por así decir. El lugar donde habitaba la peor pesadilla de muchos.

Era medio día y el sol estaba en su punto más alto, entonces cuando entró completamente al espacio que acomodo para él observó como la criatura inmóvil miraba un punto fijo en el suelo siendo iluminado por los rayos del potente sol.

Eso se había dado cuenta de su llegada desde hace ya varios segundos atrás, pero ya no le quedaban muchas fuerzas y trataba de moverse lo menos posible. Recién era su despertar después de quién sabe cuántos años de probar su último bocado, aún los recordaba perfectamente, fue una niña y el hombre del cual adoptó su forma física actual y humana, algo irónico y tétrico.

Giró su cabeza levemente en dirección a la pelirroja la cual lo miraba seria y sin ninguna pizca de empatía, él en cambio ya ni siquiera se molestaba en lanzarle muecas molestas.

— Te ves terrible. — Fue lo primero que se le ocurrió decir a Aida.

Esa cosa tenía peor aspecto que la loca mendiga del pueblo.

— Lo mismo digo. — Respondió en un hilo de voz y re dirigió su mirada a un punto en el vacío.

Aida trago en seco para después bufar, de pronto su visión cayó en el plato de barro en el suelo con la comida que le llevó ayer llena de insectos y sin parecer haber tenido contacto por parte de él.

— ¿Por qué no comes? — Se agachó hasta quedar a su altura y el la miro de reojo para después enderezarse.

— No es lo mismo, — aún seguía con esa voz rasposa, normal considerando el hecho de que no hablaba mucho — es carne pero no es del todo de lo que me alimento.

— ¿Entonces? — preguntó cansada.

— Miedo, — explicó simple — esto no lo desprende — señaló el plato de comida — me conformo con el poco que sueltas tú pero, también hueles a otra cosa que aun no logro distinguir... — Achinó los ojos tratando de agudizar sus sentidos pero por su poca energía no alcanzaba olores a gran distancia y no podía acercarse a ella por la cadena que envolvía su brazo.

— ¿Y qué necesitas exactamente? — preguntó confundida, no tenia idea de cómo podría llevarle miedo.

El resoplo molesto.

— No puedes dármelo, necesito cazar. — Su voz se endureció y ella negó ante la idea — Debo influir miedo en alguna presa y devorarlo.

— No, no matarás a nadie. — Finalizó la conversación.

Entonces él sacando fuerzas desde el interior de su ser aprovechó la poca distancia entre ambos para tomar el pálido brazo de la chica y le hizo un gran corte que ella apenas y sintió.

Aida lo alejo de un solo empujón sacada de órbita, fue como si le encajara una aguja pero cuando noto las garras de él de fuera y llenas de gran cantidad de sangre rápidamente miro su brazo notando un gran corte, demasiado profundo que hasta podía ver su hueso. Sangre negra y espesa comenzó a brotar de la herida haciéndola entrar en pánico, su respiración se volvió acelerada y su corazón palpitaba de forma desenfrenada pero la herida poco a poco fue sanando de una forma extrañamente rápida solo que esta vez si quedó una pequeña línea muy fina, como una marca de nacimiento.

Él "hombre" en el suelo la miraba con atención expectante confirmando su teoría, su salvación.

— Como sospeche... funcionó. — Exclamó con voz neutra.

— ¿Qué funcionó? ¿Qué está sucediendo? — El miedo y la preocupación se veía reflejada en sus ojos — Necesito saber.

Aida lo veía con los ojos aguados y aún anonadada su brazo izquierdo. Sus dedos temblaban y la voz simplemente no parecía salir de forma normal. Necesitaba saber que le hizo a su antigua yo, esa que se miraba todas las mañanas dándose ánimos para soportar a su madre o para trabajar con Olga. Estaba más que claro que se fue junto a toda su fe.

Si el diablo no era lo que estaba frente a ella no tenía idea de que pudiera ser.

— ¿Qué me hiciste? — Tembló mientras emanaba miedo.

Dulce, dulce miedo.

— Te di un pedazo de mi. — Explicó de forma más relajada, pues lo que ella desprendía en ese momento lograba alimentarlo de cierta forma, aunque sea un poco — Esa noche... ibas a matarme,  debía seguir con el linaje de mi raza.

— ¿A qué te refieres? — Una lagrima bajó por su mejilla — ¿¡Qué fue lo que hiciste!? — La desesperación comenzaba a consumirla y el solo parecía jugar con su mente.

Había perdido a su verdadero yo y eso la estaba matando por dentro.

Lágrimas de impotencia comenzaron a brotar de sus ojos y lo miraba casi rogándole que le diera una respuesta. Este juego la estaba hartando.

— Te convertí, Aida — acarició con burla su nombre — Eres mí creación. — Rió tétrico y victorioso a la vez que observaba con satisfacción la desilusión en los ojos de la pelirroja.

Totalmente fuera de sus casillas. Aida, harta, se limpió sus lágrimas con furia para después acercarse a grandes pasos hacia Eso y tomarlo por el cuello de la camisa.

— Explícate criatura. — Hablo en un tono amenazante pero el siguió con esa mirada burlesca.

— Imagina que yo tengo un veneno, — Comenzó, los humanos eran realmente imbeciles, debía explicárselo con palabras que pudiera comprender — con el cual puedo convertir a quien yo quiera en alguien como yo... Como, estos animales terrestres... serpientes. Pero, en lugar de matarte, te conviertes en algo como yo. — sonrió mostrando sus amarillentos colmillos mientras que Aida abrió la boca anonada mientras poco a poco aflojaba el agarre.


Soltó una risa seca sin poder creerlo. No podía ser cierto, no. Se negaba a creerlo, debía ser alguna clase de juego mental en su contra para confundirla, eso quería creer, deseaba que fuera todo un engaño.

— E-Estas mintiendo... — El sonrió.

— Acabas de verlo por ti misma y... — La miro burlón — Adivinaré, estos días tú tampoco haz comido nada, — Trago en seco — tienes alucinaciones, oyes cosas que no deberías...

No podía estarle pasando, no a ella, no era justo, nunca le hizo daño a nadie. Tenía miedo de vivir pero más le temía a la muerte, aveces pensaba en que si la vida era dolor debía enterrar la suya, la forma en la que vivía era una terrible pesadilla y solo no quería despertar por la mañana y enfrentarse a toda esa mierda. Vivía en la carrera de vida, el tiempo pasaba y ella era infeliz. Hace mucho tiempo perdió la esperanza de que todo acabaría y todos entrarían en razón, esa idea fue muriendo poco a poco, pero aún estaba viva y se estaba apoderando de ella nuevamente con su nueva yo.

Ahora no, casi ni sabía dónde estaba su cabeza, ni lo que era. Quería sentir algo, estaba entumecida por dentro, pero no sentía nada y se preguntaba porqué.

Entonces miraba en el fondo de sí misma y lo veía.

Un oscuro monstruo como él.

Aida cansada de la evidente burla lo miro con lágrimas de furia y fuego consumiendo sus ojos.

Volvió a tomarlo de la camisa y lo levantó de un solo jalón sorprendiéndolo para después estamparlo de manera violenta contra la pared a sus espaldas. Juraría escuchar como le pudo romper la espalda, cosa que su mueca de dolor le confirmo.

— Voy a matarte — Aida arrastro sus palabras con coraje.

— No puedes matarme, — hablo con dificultad y de manera rápida — me necesitas para sobrevivir, debes aprender a cazar y saber que comer, todo. — Ella apretó sus labios con pena y él solo una risa digna de un psicopata ganador que le erizaría la piel a cualquiera.

Aida lo soltó de golpe y se dirigió a la entrada del pequeño establo.

Se detuvo en la salida a la vez que lo veía con odio puro mezclado con impotencia mientras lágrimas rebeldes se resbalaban por todo su rostro.

Ella no quería ser un monstruo.

Cerró sus ojos y se marchó de ahí con el alma completamente destrozada.

Quería gritar, quería llorar, destruir todo a su paso.

























Las olas con la pequeña corriente se estrellaban en ella pero solo las observaba sin sentimiento alguno. Solo las miró.

Una lagrima rebelde escapó de sus ojos pero la limpió rápidamente. Como instinto tomó una gran bocanada de aire y se sumergió en el río de Derry.

Acabaría con todo de una vez por todas.

Si tendría que vivir siendo algo como Eso prefería quitarse la vida.

Las rocas en sus bolsillos y sus zapatos hacían su trabajo y la hundían cada vez más imposibilitándole que vaya a la superficie nuevamente.

Ese era el final, ella moriría y su sufrimiento acabaría. Eso igual dejaría de existir, nadie más sabía sobre él más que ella y ahí se pudrirá de hambre, se iba tranquila sabiendo que no lastimaría a nadie más.

El hueco en su pecho la seguía a pesar de la profunda tristeza que debería estar sintiendo pero que poco se asomaba. Entre más hondo era llevada más extraña se sentía, era más bien como si estuviera sobre el agua, estaba en el fondo de su cabeza y entendía el problema, estaba en una caja pero ella sola se encerró. Esta asfixiándose y quedándose sin oxígeno.

¿Dónde estaban sus sentimientos?

No sentía nada y sabía que debería.

Podía ver una luz oscura a lo lejos que cada vez se acercaba más a ella. No era como lo imaginaba pero sabía que era el final.

En otro lugar, no muy lejos del río donde la pelirroja se quitaba la vida, un castaño casi rubio de ojos verdes sintió una exagerada falta de aire de repente.

Daba pequeños brincos desesperados dando bocanadas al azar a pesar de estarse lastimando más su columna despedazada. Comenzó a rasguñar su pecho y cuello preso del terror por dejar de existir.

Entendió lo que pasaba inmediatamente pues no era para nada tonto, esa chiquilla estaba tratando de terminar con los dos y no lo permitiría.

Miró su brazo humano y lo mordió en un acto desesperado se alimentó lo que pudo de si mismo. Bebió solo lo necesario sintiéndose más delgado pero con la fuerza suficiente para volver a llevar las riendas de su conexión.

Cerró los ojos ignorando su falta de aire y se concentró en ella pensando en donde podría estar. Hasta que a su alrededor parecía estar más pesado pero liviano a la vez, sus brazos flotaron por si solos y percibió una sensación húmeda en sus ropas. Abrió nuevamente los ojos.

Esa mujer no terminaría con su vida cueste lo que cueste.

Aida mientras tanto se debilitaba cada vez más, no entendía porque tartana tanto y hacía más agónico su sufrimiento. Recordó la vez que de pequeña jugando en la orilla del mismo río con Amanda cayó al agua y casi se ahoga de no ser por Edward que salto a rescatarla.

Como último adiós abrió un poco sus ojos pero lo que encontró frente a ella no fue nada grato.

Eso de una forma más perturbadora y podrida estaba justo delante de ella y estiraba su brazo en su dirección haciéndola gritar del terror.

Las burbujas que salieron de su grito al igual que los movimientos bruscos que cometió apresada por el miedo tratando de regresar a la parcela alertaron a alguien cerca de ahí.

Aida sintió la mano huesuda de Eso en su cuello sacudiéndola, como si tratara de decirle algo igual con desesperación, pero ella solo podía patalear para quitárselo de encima más las rocas le estorbaban y dificultaban su huida.

No fue hasta que su juicio se nublaba cada vez más que sentía como el agarre igual se hacía más flojo que percibió dos manos tomar sus brazos y jalarla hasta el exterior.

Cuando dejo de sentir el agua en su rostro lo primero que hizo fue tomar una gran respiración, luego comenzó a toser y patalear tratando de mantenerse a flote sin escuchar las réplicas de su salvador hasta que esté la aprisionó entre sus brazos haciendo que se tranquilice un poco y dejara de moverse y gracias a la fuerza que aplicó Aida pudo toser toda el agua que llegó a adentrarse en sus pulmones.

La giraron complemente quedando cara a cara con su salvador... otra vez.

— Aida ¿qué rayos te pasa? ¿Estas bien? ¿Te lastimaste? — Edward tomó su rostro verificando que todo estuviera bien y al no notar ningún rasguño suspiro más aliviado. — Creí que te perdía...

Aida lo miro con los ojos llorosos, no tanto porque no la dejara lograr su cometido sino porque al fin cayó en cuenta de lo que estaba por hacer era una completa estupidez, era cierto que si vida estaba en un hoyo y arruinada pero no era la forma de solucionar las cosas, no iba a huir así de los problemas.

Las primeras lágrimas comenzaron a salir y se mezclaban con las gotas de agua que ya estaban en su rostro haciendo que el corazón de Edward se encoja.

— ¿Qué pasó? — preguntó desesperado, quería saber que la orilló a esto.

Pero Aida solo atinó a abrazarlo y a él no le importo mojarse aún más. Era su amigo a fin de cuentas aunque ella no lo quisiera de la misma forma.

— Vi caras, muchas caras... — lloriqueó en su hombro y el le acarició la espalda en forma de apoyo.

— Está bien... ya estoy aquí... — Pero ella seguía negando intranquila sin sentirse segura mientras lloraba con más fuerza.

En tanto en los establos Eso por fin pudo respirar más tranquilo. No estaba seguro de lo que había ocurrido pero estaba agradecido de que no pasara a mayores.

Se recostó en la paja esperando que su espalda se cure más esta no daba señales de hacerlo. Ahora estaba el doble de débil que antes, de nada sirvió que la niña no se matara si él moría de hambre de todos modos.









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