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CAPÍTULO QUINCE
MASSACRE
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"Así que la fe es por el oír,
y el oír, por la palabra."

             LA PALABRA REVELA su voluntad, y solo cuando conocemos la voluntad, podemos creer en ella. Así que si quieres tener fe, debes escuchar y leer las promesas de la otra persona.

Sus ojos se encontraban rojos de furia, lastimosamente de forma literal. Mientras que sus garras estaban de fuera siendo consumida por su nueva naturaleza haciendo que sus manos tomaran un color negro cual carbón pero antes de que este sobrepasara más de la mitad de su mano reparó en una chica de cabello rizado y de aspecto desalineado que se abrazaba a sí misma de forma miedosa mirando a su alrededor como si temiera que alguien la viera por el lugar. Entonces todo el enojo que antes sentía cambio por una profunda tristeza.

Laura no se merecía nada de lo que le tocó vivir.

Se acercó intentando ser sigilosa pero el crujir de las ramas y hojas bajo sus pies echaron a perder su acción.

Asustada, la morena volteó espantada hacia su dirección a lo cual Aida levantó sus manos mostrando que no tenía ninguna mala intención.

— Soy yo. — Anunció lo evidente pero aún así noto como los tensos hombros de Laura se relajaron un poco aunque no dejaba de lucir nerviosa.

Por su cabeza pasaban muchas cosas. Una de ellas era el pensamiento de que ya no le servía a la ama Olga y envió a Aida a eliminarla, otra era qué tal vez la pelirroja quería sobreponer su poder sobre ella y humillarla, quien sabe. Pero debía confiar en ella, no le quedaba de otra.

La pelirroja no perdió tiempo y llegando hacia ella, le retiró suavemente la tela sobre su espalda, haciendo una mueca por lo horrible de su estado, respiró hondo e imitó lo mismo que veía hacer a su abuela cada que curaba un enfermo en el pueblo. Limpio la herida con agua del río para quitar el exceso de pus, para después poner una de las cremas de Robert compró.

Laura hizo un movimiento brusco por el ardor que sintió al contacto.

— Lo lamento. — Se apresuró a disculparse con una voz suave y transmitirle algo de seguridad — Tiene alcohol y ayudará a desinfectar, arderá un poco. — La malherida asintió lento y dio pie a que la otra chica continuara en el proceso de curación.

Aida seguía mirándola tensa y el hedor a miedo la desconcentraba bastante, no entendía como es que aquello fuera glorioso e incluso delicioso para Robert, para ella era todo lo contrario, por más raro que pareciera, para ella era más gratificante sentirse amada o querida por lo mínimo, no le gustaba la sensación de emitir terror hacia los demás. Por lo que, sin pensarlo mucho, comenzó a tararear una de las bellas canciones que cantaban los esclavos a la hora de recolectar algodón, mostrándole que estaba de su lado de alguna forma.

La morena poco a poco inicio a mover su cabeza hacia los lados siguiendo el ritmo de la sonata mientras que Aida retiraba el primer remedio, dispuesta a seguir con su tarea hasta que se detuvo al notar otras cicatrices curiosamente diferentes a las de un látigo.

— ¿Y estas marcas? — Preguntó deteniendo la suave y tranquilizadora melodía — No parecen de látigo... — Pensó un poco hasta que la respuesta iluminó su cabeza — Sino más como una fusta...

Rápidamente un nombre y rostro vinieron a su mente, Gideon, era el único que se paseaba con una fusta por el pueblo alardeando su puesto de capataz en la finca de Olga, un ser igual o peor que ella y el causante de muchas de las cicatrices de los esclavos.

Se rumorea que por la noche se colaba por las habitaciones de las criadas para violarlas y si alguna se resistía por la mañana inventaba excusas frente a Olga para que lo dejara azotarlas. Incluso se le insinuó a Aida más de una vez de forma repugnante pero al estar atada a Olga y gracias al gran respeto que le tenían a Edward en el pueblo nunca intentó algo más.

Era un tipo horrible y desagradable, era demasiado notorio su dicha al golpear y humillar a las personas que fueran de un rango menor al suyo, negros y pobres. Incluso un pensamiento cruzo por la mente de Aida como un rayo. ¿Y si él era el verdadero asesino?

Desearía que fuera así para arrancarle la lengua sin remordimiento alguno. Aunque de alguna u otra forma no lo tendría, nunca pensó en La Beldam para erradicar a todas las escorias de Derry, pero de ser así quedaría menos de la población y dañaría significativamente a la economía.

Suspiró pesadamente poniendo crema sobre las heridas de Laura volviendo a tararear y cantando una que otra parte de la tan repetida canción.

No debía dejar de lado la hipótesis sobre Eso o ahora Robert, nunca debió confiar en él, seguramente logró hacer de las suyas para volverla loca y se burlaba de ella a sus espaldas. Pese a que vio a través de sus ojos confusión genuina, no debía fiarse, pero si realmente decía la verdad y él estuvo absuelto de cualquier tipo de crimen, se quedaba sin opciones y las demás no eran mejores.

¿Y si realmente fue ella? La Beldam habría tomado el control de su mente y cuerpo logrando su cometido, sin contar las feas lagunas mentales que tiene cada que ella salía a la luz, aunque no estaba tan segura de haberlas padecido tan seguido últimamente. No habría forma de recordarlo o comprobarlo, si en realidad fue su otra cara el lugar y el caso estaban perdidos, ella sería la verdadera causa de que se llegue a enterrar vivo a Derry.

Robert era un monstruo, ella... En parte también, pero había algo raro en las escenas de los asesinatos que noto después de revisar los expedientes del verdadero detective, en su mayoría objetos extraños como sal, caña quemada y cuarzos, cosas relacionadas a la brujería. Era curioso como parecía que de verdad se viera que una bruja pasó por ahí, y no era tan descabellado, puesto que la mayoría de víctimas fueron niños. Todo aquello la hacía dudar de la verdadera existencia de una bruja, cosa que le erizaba los vellos del cuerpo, de ser así ¿Podría detenerla?

Aunque siendo un poco más optimistas, realmente pudo haber sido un animal, uno muy salvaje y sanguinario por lo visto, características que Eso y La Beldam compartían. Pero esa idea era dudosa, pues en los últimos casos, los asesinatos eran más limpios y menos desgarradores, a no ser de que un lobo compartiera modales humanos no sabía que más pensar.

Masajeo su frente frustrada, aún con todas esas dudas encima fue tan estúpida como para citarse en un lugar a solas con una chica con una herida abierta y sangrante — aunque poco apetitosa por su estado de infección —, aparte de dejar a Robert solo con el sheriff en quien sabe donde.

De pronto una preocupación alarmante se incrustó en su pecho haciéndola pararse de golpe. Era una tonta, no podía perderlo de vista. Tragó duro pensando en una forma rápida de llegar al pueblo intentando regular su respiración.

— ¿Sucede algo? — Preguntó su acompañante en voz baja aún sin verla a los ojos. Aida negó a tientas sin prestarle mucha atención, entregándole las cremas curativas de su abuela.

— Olvide algo en el pueblo, debo irme. — Habló apresurada — Sigue untándotelo hasta que veas mejorías.

Sin más, salió disparada hacia la comisaría con una velocidad inhumana, que sería más notoria para Laura — la cual apenas y logró musitar un minúsculo "gracias" — de no ser por las hondas que creaba su vestido rojo ante el movimiento.










Entró a aquella oficina a pasos cautelosos conteniendo la respiración, ido completamente intentando controlarse poniendo todo su esfuerzo y concentración en ello hasta que el sheriff lo saco de su lucha interna.

— ¿...Qué opina?

Parpadeo un par de segundos regresando a la realidad con una expresión interrogante hacia el canoso hombre.

— ¿Ah?

— Sobre la escena del crimen y el cuerpo. — Aclaró algo divertido por su cara confusa — ¿Qué opina? — Repitió.

Eso mordió su lengua y tomó una profunda respiración esperando empaparse del ambiente rústico y alejar cualquier rastro de olor a sangre que estaba mas que impregnado en aquella cabaña donde ocurrió el nuevo asesinato.

Cuando siguió al oficial, creyó que sería para nuevamente charlar y que este le diera los detalles sobre el asesinato, pero todos sus sentidos se salieron del carril cuando a pocos metros de la morada descubrió que allí se encontraba el cuerpo sin vida de la nueva víctima de Aida. En el aire estaba el aroma a miedo y las paredes tapizadas de sangre junto a una mujer desangrada en medio del lugar, todo un festín servido en charola de plata. Pero de enojo y coraje que tenia hacía Aida lo distrajo lo suficiente como para no lanzarse a devorar a aquella pueblerina sin vida, además, quería demostrarse a sí mismo y a la pelirroja que él podía contenerse y sobre rodó, que no fue el culpable.

Se volvió al hombre aún con cierto fastidio y se encogió de hombros desinteresado.

— No lo se — Hizo una mueca — Debo indagar mas. — Soltó con aire misterioso teniendo en mente a la pelirroja y su desfachatez de ignorar el trato que ella misma le impuso.

El de apariencia de edad más avanzada lo observó con un deje de fascinación al verlo tan pensativo, seguro comenzaba a atar hilos en su cabeza llegando a cientos de teorías, era tal y como se lo describieron por medio de las cartas que envío a Washington pidiendo ayuda, profesional, calculador y serio. Y eso lo excitaba. Esperaba a un viejo igual que él, más, grande fue su sorpresa al recibir a un joven muy apuesto.

— Apenas las campanas suenen. — Señaló estas mismas que avisaban cada que había un nuevo crimen — Estoy a sus órdenes. — Sonrió ladino — Igual mi oficina... Podemos avanzar la investigación aquí. — Se acercó lento.

— Claro. — Dijo distraído el más alto aún mirando un punto fijo en el desordenado escritorio.

— Usted me dice cuando comenzar.

Eso, al sentir el aliento del otro cerca de su cuello se apartó rápidamente en un movimiento brusco y una mirada consternada. Su asco por su cercanía incremento al captar un tipo de olor andrógino emanar del sheriff. Estúpido ser inferior.

Del otro lado de la puerta, llegaba una pelirroja de labios rojos acelerada y esperanzada de que no fuera bastante tarde y aún estuviera a tiempo de evitar una masacre. Se detuvo abruptamente en la puerta, aliviada de aún escuchar dos voces, antes de interrumpir, intentó comprobar su teoría sobre Robert asomándose por uno de los huecos de la puerta encontrándose a Eso con una mirada asesina y ojos rojos.

— Aquí tiene todo lo que necesita. — El sheriff le dio la espalda a aquel monstruo — Pídalo y será suyo.

La criatura se mantuvo en su lugar apretando sus puños, pero sin perder su porte delicado se acercó con cuidado hacia el mayor sigiloso, como un leon en medio de la hierba asechando a una gacela indefensa y ajena al peligro que estaba en sus espaldas.

El corazón de Aida se aceleró al notar cómo este abría su boca dejando ver una fila de colmillos y antes de que pudiera expandir más su mandíbula, la de rojas vestimentas abrió la puerta de golpe lanzándole una mirada de odio y reproche al falso detective, el cual, guardó sus oscuras intenciones a tiempo.

Un carraspeó irritado los interrumpió en su guerra de miradas haciendo que Aida viera apenada al sheriff.

— Ah... sherif, comisionado, — Saludó con una falsa sonrisa, nerviosa — la señora Calloway manda a decirle que su posada está lista y que puede pasar a dejar su equipaje.

Robert siguió con esos ojos furiosos debatiendo sus próximas palabras, no quería estar cerca de Aida pero era mayor el repudio que ahora sentía por el hombre junto a él. Y aunque la pelirroja le suplicara con su mirar comportarse, se ahorro cualquier palabra.

— No se preocupe por esto señor Gray, — Soltó un suspiro rendido luego de varios segundos — podemos seguir después de que se instale mañana por la mañana. — Tocó su hombro junto a esa estúpida sonrisa llena de segundas intenciones y él se apartó de su tacto molesto.

— Perfecto, — Festejo la chica — lo acompañó, señor Gray.

El anterior nombrado asintió de mala gana y malganado recogió sus papeles.

— Detective, ¿qué lleva ahí? — Intentó detenerlo al ver que su plan de quedarse a solas con él se desmoronaba, pues esperaba que rechazara la oferta de la chica Sahenz.

— Mi investigación del caso. — Bramó seco, dirigiéndose a la salida.

— ¿Y qué dice? — Proclamó pareciendo amable — Si puedo preguntar.

Aida, al ver la duda en Robert dio un paso al frente para hablar.

— Sobre que no es una bruja lo que buscan, — Aseguró — sino un animal. — Siguió firme a la teoría para ganar más tiempo en lo que averiguaba cuál era la maldita verdad.

El canoso la observó con burla.

— Le hable al hombre, señorita. — Rió descarado para luego dirigirse al más alto — Estas mujeres de hoy en día, deja que vayan a la escuela y se sienten muy conocedoras.— Siguió riendo y no fue algo que Eso compartiera, peor cuando miró de soslayo a la chica que parecía molesta con su comentario — ¿Puede compartir información conmigo? — Siguió preguntando insistente.

— Justamente iba a decir lo mismo que Aida. — La señaló desafiante logrando que la sonrisa del sheriff se borrara de golpe.

En cambio, la anterior nombrada casi se atraganta con su propia saliva mientras un curioso hormigueo se apoderaba de sus rodillas y estómago. Pudo corregirlo, pero no quiso, en su lugar inevitablemente su pecho se infló orgullosa de sí misma y con una sonrisa presumida se despidió del oficial con Robert detrás de ella.

Lastima que su pequeño momento de gloria duró muy poco, pues apenas salieron de la oficina, Aida enrolló su brazo al de Eso con fuerza para evitar que escapara y se forzó a sonreír frente a los demás pueblerinos para evitar levantar sospechas.

— ¿Adónde me llevas? — Susurro intentando zafarse de su agarre.

— ¿Adónde crees? — Planteó sarcástica con los dientes apretados.

Eso dejó de poner resistencia e igual aceleró sus pasos hacia el bosque, tenían un asunto pendiente y ambos estaban ansiosos por matar al otro.

El camino fue silencioso, todo lo contrario al sentimiento de explosión sobre sus gargantas y todo su cuerpo de querer írsele encima al otro. Daban largos y apresurados pasos al lugar de siempre antes de que desaparecieran los últimos rayos de sol.

— ¡Eres un animal! — Gritó furiosa apenas entraron a la cabaña donde lo tuvo cautivo por semanas — ¡Te pedí que te controlaras y ve el desastre que ocasionaste!

La chica siguió gritándole pero Robert igual sintiendo el enojo volviendo a emerger, sin prestarle atención arrojo los papeles de la investigación al aire ocasionando un gran desorden. Tenía tanto que replicar pero ya no podía hablar, pues al estar en un lugar cerrado nuevamente a solas con ella, un potente y extraño olor atrayente se infiltraba con fiereza en sus fosas nasales que sinceramente lo desequilibraba.

— ¡¿Estás escuchándome?! — Se puso frente a él fúrica.

— ¡¿Qué es eso?! — Cuestionó deshaciéndose de su saco sin cuidado alguno — ¡Está volviéndome loco!

— ¿A qué te refieres? — Calmo su tono de voz, cruzándose de brazos curiosa.

— Ese olor, lo tienes desde la mañana. — Se acercó a ella a pasos rápidos — Es sangre y algo más. — Afirmó luego de un par de segundos —Pero si es lo que creo, entonces fuiste tú.

Se alejó resentido mientras que Aida sintió su cara arder de vergüenza, negada a decirle el porqué de su olor, pues, estaba teniendo su periodo y aunque fuera tonto, en el pueblo a las mujeres con aquella condición las aislaban creyendo que eran impuras y afectaban a las cosechas y ganado. Lo peor en aquel "retiro" no eran tratadas más que como unos seres malditos, por lo que la mayoría prefería esconderlo.

— No he sido yo, no quieras cambiar las cosas. — Siguió con el tema que los mantenía ahí ambos — Estás mintiendo, se que fuiste tu, aún no se cómo pero no podrás convencerme de lo contrario.

— Bueno, parece que no vas a ceder. — Dejó caer sus manos a los costados de su cuerpo irónico — Entonces ¿Qué te parece si terminamos de romper tus estúpidas reglas? ¿Eh?

— No, — Enunció dura — ya no te lo voy a permitir.

— ¿Por qué no? — Frunció el entrecejo — A ti parece que no te importo. — Se dirigió hacia ella a pasos rápidos — ¡Estoy muriendo de hambre! — Se acercó a su rostro sacudiéndola desesperado — A partir de ahora, yo mando.

Dando por terminada la discusión, se dio vuelta dispuesto a marcharse pero antes de poder dar más de tres pasos Aida lo detuvo por la camisa y en un simple movimiento lo estrelló contra la pared logrando que esté la mirada ofendido y aún más fúrico.

— Antes, tendrás que pasar sobre mi cadaver.

— Trató hecho.

Sin más, se abalanzó hacia ella azotándola con la otra pared, que finalmente se rompió por la fuerza de ambos saliendo disparados al bosque.

El par se recompuso en un instante en el que vieron desafiantes notando ya sus ropas desalineadas.

Aida respiro hondo comenzando a andar círculos alrededor de Eso igual de enfurecido, cuidadosos de los movimientos del otro.

— Aquí estamos... De nuevo. — Se deslizó cautelosa.

— ¿Te recuerda a los viejos tiempos? — Espetó con burla tomando una posición defensiva.

La chica apretó su mandíbula junto a sus puños.

— Te lo preguntaré una vez más... — Advirtió en tono amenazante — ¿Tú mataste a esas personas?

— De ser así te habría masacrado a ti y toda tu gente. — Señaló obvio — ¿Por qué lo hiciste?

— No fui yo.

— Uno de los dos está mintiendo y no soy yo.

Aida detuvo su andar quedando cara a cara con Eso, apenas con un par de metros de separación. Su tamaño aumentó y sus estructuras se volvieron más delgadas y ágiles. Los ojos de los dos se volvieron de un color rojizo oscuro, y sus pieles igual cambiaron por unas más pálidas, mientras que la de Robert era lisa y viscosa, la de Aida se agrietó y seco a la vez que su cabello se volvía más oscuro que la noche que estaba por caer.

La tensión se podía cortar al más mínimo roce, esta no duro mucho, pues, al terminar sus transformaciones apenas bastaron un par de segundos antes de que los primeros chillidos y rugidos salieran de sus bocas antes de enfrentarse en otra batalla sangrienta.

Antes de que Eso pudiera derribarla, La Beldam dio un alto salto directo a su cuello desequilibrándolo hasta tumbarlo y asfixiarlo. Este, acelerado, clavo sus colmillos en su brazo logrando que lo soltara, continuando ahorcadas sobre ella dispuesto a devorarle el rostro, soltó otro rugido, pero antes de lograrlo, la pelinegra con ambas manos detuvo su mordida y extendió su mandíbula hasta oír cómo está se rompía.

Con aquella distracción, ella tomó la delantera ahora subiéndose encima para comenzar a ahorcarlo mientras zarandeaba su cabeza de arriba a abajo también golpeando su nuca para desorientarlo. Y cuando esté ya tuvo suficiente falta de aire, la de vestimenta oscura sacó sus afiladas garras que sin titubear clavó en su pecho atravesándolo por completo.

Eso escupió sangre negra y sin quedarse atrás, igual encajó sus uñas en el cuello de la chica comenzando un largo y profundo rasguño hasta terminar en su torso. La pelinegra alargó un aullido de dolor que la llenó de adrenalina para reforzar su agarre y volver a encajar su mano en otra parte del pecho de su contrincante, haciendo que una luz saliera de ahí, cosa que pareció causarle verdadero dolor.

Aida se detuvo a verlo detenidamente un instante, todo parecía ir en cámara lenta, Eso volvía a estar vulnerado y lleno de miedo bajo sus manos, solo bastaba una mordida para darle fin a toda esa pesadilla. Abrió su boca a longitudes descomunales con una fuerte inhalación dispuesta a todo para darle el golpe final cuando en ese instante, las campanadas de la comisaría resonaron por todo el pueblo.

Se detuvieron de golpe mirándose con sorpresa, ahora estaban seguros de que ninguno de los dos era el causante de los asesinatos.

Aida rápidamente dejó de asfixiarlo y este por fin pudo volver a respirar mientras regresaba a su forma humana. La aún pelinegra lo miró culpable, viendo con un deje de lastima como este intentaba recuperarse y sin querer presenciar más levantó la vista recayendo en una tercera presencia.

La Beldam observó al segundo al mando de Edward con temor y este igual, al notar que ya estaba en la mira de la bruja, apenas pudo salir huyendo a tropezones tratando de salvar su vida.

— ¡Carajo! — Bufó regresando a su forma humana quedando pensativa aún sobre Robert — Vamos. — Dijo determinada poniéndose de pie y ayudando a Eso en el proceso.

El hombre soltó varios quejidos por lo bajo apenas pudiendo seguirle el paso. Estaba por replicar y detenerla para poder finalmente matarla pero al ver nuevamente sus ojos rojos ahora brillantes y deseosos con sus manos negras con afiladas garras desechó esa idea y se obligó a perseguirla con las pocas fuerzas que le quedaban.

Esa apariencia solo podía significar una cosa: Irían de cacería.








Un cuarto de hora transcurrió aproximadamente en el que trataba de controlar su acelerada respiración que afectaba notablemente a su rendimiento, pues, no había parado de correr desde que se encontró cara a cara con la mismísima muerte.

Para su mala suerte, la noche había abrazado al pueblo, encontrándose a solas en plena oscuridad  siguió corriendo por las calles con una sola dirección como propósito. Podía sentir el terror recorrer su cuerpo, con cada ráfaga de aire los escalofríos de hacían presentes y con ello sollozos que no era capaz de aguantar.

Finalmente llegó a su imponente destino y con desesperación tocó con todas sus fuerzas la gran y pesada puerta de la iglesia.

— ¡Padre Grownguard! — Azotó la puerta desesperado — ¡Padre, por favor ayúdeme!

Por todo el alboroto causado, logró despertar a varios habitantes, más ninguno se atrevía a acudir a su llamado de auxilio, pues se tomaban muy en serio el toque de queda, ya existía terror en las calles por las noches y peor, cuando recién se había encontrado un nuevo cuerpo.

Varios segundos de martirio que parecieron infinitos para el joven castaño, la puerta finalmente se abrió mostrando a un malhumorado padre con una vela en sus temblorosas manos.

— ¿A qué se debe este escándalo, muchacho? — Regañó — Ya es tarde, deberías estar en tu casa.

— Vi a la bruja, padre. — Enunció de golpe dejando helado al otro — Está persiguiéndome. ¡Va a matarme!

— ¿Quién es? — Preguntó ansioso sin preocuparse realmente por el bienestar del cazador. — Quiero el nombre ¡Dámelo ya!

— ¡No lo sé, no lo sé! — Lloriqueo atormentado — No es algo que haya visto antes, debió haberla visto, era horrible.

El anciano frunció el ceño consternado e incrédulo, bufó echándolo con un ademán.

— Ve a tu casa, hijo. — Comenzó a cerrar la puerta insatisfecho, ya sin creerle — Hablaremos por la mañana.

Sin más que decir le cerró la puerta en la cara dejando pasmado al joven.

— ¡No, padre! — Volvió a tocar con insistencia, la iglesia era un lugar sagrado donde se sentía seguro, pues, según el padre los entes malévolos no podían cruzar sus puertas — ¡Necesito refugio, ella vendrá por mi!

No recibió respuesta y después de un rato dejó de insistir. Aún con terror se armó de valor e hizo lo que le indicó y ahora corrió a su hogar.

Llegando a su humilde cabaña, lo primero que hizo fue tomar su biblia para comenzar a rezar con insistencia sin poder controlar sus temblores. Tan concentrado estaba en su tarea que no noto a cierta persona a sus espaldas.

Todos sus sentidos estaban alerta y atentos al silencio sepulcral que lo rodeaba. Atento al crujir de la mecedora donde estaba sentado, así como el silbido del aire filtrándose en una de las ventanas como el choque de las ramas de los árboles secos que simulaban las manos que lo arrastrarían al abismo.

Sintió cómo tomaban su hombro con delicadeza y casi como si el alma se le fuera del cuerpo apenas giró a sus espaldas empuñando su arma.

— ¿Aida? — Preguntó confuso.

La anterior nombrada hizo una mueca de horror al verse apuntada por el arma, por lo cual, Mills la bajo lentamente.

» — ¿Que haces aquí?

— Te escuché, — Verbalizó con la voz quebrada, luciendo asustada — también la vi, Gunter. — Tomó su pecho adolorida mostrando un rastro de sangre — Me atacó, no supe a qué otro lugar ir...

— N-No te preocupes... — Balbuceó ansioso — Buscare ayuda.

— ¡No! — Lo tomo del brazo aterrada — Quédate conmigo, necesito sentirme segura. — Lo jalo hacia ella, abrazando su extremidad logrando que él se hincara a su altura.

El castaño la miró a los ojos alertando su sentido protector y terminó por abrazarla intentando reconfortarla.

— Tranquila, me quedaré contigo. — La chica asintió comenzando a derramar lágrimas — ¿Edward sabe que estás aquí? — Preguntó nervioso por lo que pensaría su amigo y jefe.

— Intente buscarlo, pero él no me hace sentir como tú. — Se separó un par de centímetros quedando a una escasa distancia de Gunter, al cuál, le aumentaron los nervios por su cercanía.

Él no tenía familia, ni prometida o esposa, además de ser de mal gusto entre los cazadores buscar compañías femeninas en las cantinas, tanto tiempo sin que su virginal cuerpo fuera provocado reaccionaba ante cualquier mínima atención o provocación y más cuando era de una mujer tan hermosa como Aida.

— ¿Lo dices en serio?

Asintió quitándose un par de lagrimas — Siempre te he notado, Mills... — Dijo lenta — La manera en la que montas tu caballo y empuñas tu lanza... Provocas cosas en mi.

En la habitación continua, Robert escuchaba el corazón del muchacho palpitar igual a un tambor a punto de salirse de su pecho, junto a las gotas de sudor que goteaban de su frente.

Rodó los ojos, definitivamente eran una raza tan inferior y un chiste para la inteligencia misma.

Asomó un poco su cabeza y al verlo justo donde quería, indefenso, intentó aproximarse para tomarlo desprevenido pero un fuerte puntazo de dolor en su pecho lo detuvo.

Hizo una mueca y se abrió los primeros botones de aquella camisa manchada en su negra sangre y miró su pecho sin regenerar adolorido. Varias de sus heridas se curaron en la horrible caminata del bosque al pueblo, pero las más significativas parecían no cooperar pues estaban más cerca de una de sus luces mortíferas. El miedo que soltó aquel individuo cuando ingresó a la casa, ignorante de sus presencias, logró recuperarlo un poco, pero luego Aida lo endulzó con sus palabras y aunque para ella parecía irle bien el deseo que desprendía aquel hombre, para el era todo lo contrario, necesitaba un nuevo plan.

Al instante, tal y como caído del cielo, a las afueras del lugar escuchó unos pasos apresurados junto con el tintineo del metal que ya conocía bastante bien, eran unas esposas y llaves. Sonrió malicioso y decidió abandonar Aida en su propio juego, para después escaparse a duras penas por una ventana, encontrándose no muy lejos al alguacil con una vela a punto de tocar la puerta.

— ¿Señor Gray? — Se acercó apenas y lo vio, con angustia al ver su estado moribundo — ¿Se encuentra bien?

El nombrado miró su pecho nuevamente para luego dirigirle una nueva expresión de burla.

— Un encuentro no muy grato, con la bruja. — Ladeó su cabeza.

El sheriff, al escucharlo hablar tan tranquilo titubeo comenzando a retroceder lento, sintiendo un poco de miedo.

» — ¿Qué? ¿Ya no quiere ayudarme?

Siguió avanzando aterrador, cambiando el color de sus ojos y mostrando una sonrisa llena de dientes afilados. El canoso, en cambio retrocedió aún más rápido, tropezándose con las hojas secas debajo sus pies cayendo a espaldas al suelo aún con la vela temblando en sus manos.

» — No fue muy buena su ayuda con la investigación, pobre imbécil. — Siguió acorralándolo mientras este seguía arrastrándose tratando de alejarse — Pero podrá ayudarme con otra cosa.

Sin más, la vela se apagó de golpe, desapareciendo la única luz en el espacio y con ella, Robert.

El mayor, giro a su alrededor intentando ver algo en la oscuridad mientras apuntaba con su arma, al no ver rostro alguno del detective intentó levantarse pero antes de poder estar completamente de pie, fue jalado por unas manos negras que se convirtieron en cientos de condenados que lo arrastraban a las profundidades de la tierra que se había abierto mostrando un mundo de ardor y sufrimiento. Gritó lleno de terror y disparó al azar a sus pies lográndole dar a la luz más brillante, que hizo que el suelo temblara mientras de fondo se escuchaba un fuerte chillido de dolor. De nuevo, las manos tomaron más fuerza y le tiraron lejos su arma a la vez que una soga capturaba su cuello y sus manos fueron atadas a su espalda. Siguió siendo arrastrado hacia abajo y cuando su cabeza estaba por hundirse apenas pudo zafar una de sus manos alzándola al aire inútilmente.

Su peor miedo se volvió realidad, terminando igual a las personas que condenó.

Al mismo tiempo, dentro de la cabaña, Aida miraba fijamente a espaldas de Gunter esperando que apareciera Robert para finalmente atacarlo, cosa que nunca ocurrió. Por lo que decidió alargar el momento y succionarle todo el amor que pudiera.

No sabía bien lo que hacía, era por instinto más que nada, pues normalmente era un hielo en el tema de seducción, pero a la Beldam parecía irle bastante bien a la hora de cazar.

— No. — Lo alejó luciendo apenada — Esto está mal...

Gunter suspiro agachando su cabeza, ya hasta había olvidado el tema de la bruja.

— Lo que dijiste... ¿Es verdad el cómo te sientes?

Aida desvió la mirada. — Creí que era muy obvia, temía que Edward se pudiera dar cuenta de cómo te veo.

— ¿Por que no dijiste nada antes?

— No creí que te pudieras fijar en mi... — Tocó su pecho aún adolorida, sin dejarlo ver — Mírate, tan apuesto y valiente, solo en mis sueños más oscuros podía hacerse realidad.

Mills la tomo del rostro obligándola a mirarlo a los ojos, bajando su tono de voz a uno más profundo.

— ¿Y si te dijera que causas en mismo efecto en mi?

Aida lo miró soñada antes de besarlo. Gunter sin perder tiempo la apretó contra su cuerpo siguiendo su acción hasta que sintió un fuerte dolor en su pecho. Quiso separarse en ese instante pero cuando abrió los ojos se encontró con la misma bruja del bosque sobre sus labios succionando su vida. La empujó con todas sus fuerzas pero esta lo sentía bien sujeto, además de haber encajado sus uñas en su nuca, inmovilizándolo por completo.

Cuando termino, sin pesar lo arrojo a la mecedora donde lo encontró, deteniéndose un segundo a admirar su nueva obra.


La Beldam sonrió sádica y cuando Aida recuperó su forma original esta se borró al instante.

Conocía a Mills desde hace años, no era malo como los del pueblo y le dio algo de lastima tener que matarlo, pero no había de otra.

Paso sus dedos por su cuello, cayendo en cuenta que este comenzaba a recuperarse rápidamente. Sonrió satisfecha y se dispuso a buscar a Robert.

Al no encontrarlo dentro del lugar, salió hallando el cuerpo por la mitad del sheriff con una expresión de horror a los pies de Eso, que reposaba tranquilo en una de las paredes de la cabaña viendo a la nada. Hizo una mueca de asco y cuando se inclinó hacia él para exigirle explicaciones, rápidamente notó cómo sus párpados se cerraban lentamente.

— Hey... — Palmeó su rostro pero no reaccionó — ¡Hey! — Probó nuevamente y nada.

El miedo comenzó a invadirla y fue peor cuando miró su pecho con la gran herida que ella misma causó, ahora más grande y con la luz que antes irradiaba muy brillante, ahora parpadeando mientras escurría un líquido dorado. Llevo sus manos a la cabeza sin saber que hacer y lo movió de un lado a otro impaciente de cualquier reacción, más lo único que obtuvo fue que cerrara por completo sus ojos amarillos.

» — No puedes morirte, te lo prohíbo. — Intentó levantarlo, pero en peso muerto era más difícil — No estoy lista. No puedo hacerlo sin ti.

Se sentía tan patética a los pies de esa horrible bestia pero no podía evitar sentir un miedo infernal a su muerte. Si el moría, ella lo seguiría poco después o quien sabe, sacaría su verdadera naturaleza, una a la que no quería verle aún la cara. Pero otra parte de su mente le decía que lo mataría ahí mismo, que salvara Derry. Y estuvo tan tentada ante la idea pero no podía hacer las cosas así, aunque fuera exterminar la vida de uno para salvar la de cientos o tal vez miles. Se odiaba tanto por su falta de acción pero no sería igual a él, no podía, encontraría la forma de sobrellevar su nueva cara de una manera diferente, debía haber una forma.

Volvió a levantarlo, y estando frente a frente abrió repentinamente sus párpados tomando una bocanada de aire quedando solo a milímetros de la cara de Aida.

» — ¿Me oyes? — Susurro sobre sus labios.

Así como llego, se fue nuevamente en sus brazos, desmayándose por completo.











Envolvió una vez más la pierna esperando que no se viera a los ojos de los demás y la apretujó contra su cuerpo esperando que el sangrado se detuviera.

Eso no había despertado desde anoche y aunque aún fuera muy temprano, comenzaba a preocuparse de que esta vez, ni con todas sus atenciones y cuidados volviera en si.

Toda la situación le traía viejos recuerdos de la primera vez que coincidió con él, aunque esta vez fue diferente, pues, no tuvo tanto problema para someterlo y con aquella delantera podría tenerlo amenazado antes de que se le ocurriera cometer alguna estupidez, pese a que tarde se dio cuenta que no era necesaria una segunda vez.

Siguió a pasos rápidos a la casa de acogida de la señora Callaway, — ya que, con la cabaña destruida no le quedó de otra más que instalarlo verdaderamente ahí — con los restos del sheriff impregnados en miedo, esperaba que con eso mínimo pudiera despertar para terminar de devorarlo, pues, cuando lo encontró se dio cuenta de que apenas y pudo probarlo puesto que sus heridas habían podido más con él que su insaciable apetito.

Poco antes de llegar, cruzó por la antigua oficina del sheriff y con sus sentidos mejorados por su anterior festín, pudo escuchar una conversación entre Olga y el padre que capturó inmediatamente su atención.

— Te dije que ese pozo estaba maldito. — Le reclamó la anciana y Aida frunció el ceño curiosa — Seguramente de ahí salió la bruja.

— Dudo. — Pareció negar poco convencido — La bruja debe estar entre nosotros, parecía conocer a las víctimas.

— Pues esto está muy extraño, mande a un par de negros por la zona y me informaron que había irregularidades en la tierra. — Bramó molesta — Ferguson no hizo bien su maldito trabajo, le dije que nadie podía acercarse ahí. — Culpó al fallecido sheriff, que, a estas horas ya debían saber que estaba muerto.

Aunque a Aida le desconcertó un poco su falta de empatía, puesto que el sheriff era amigo de su hijo, tampoco le sorprendió.

— ¿Qué hay en ese pozo que te tiene tan alterada, Olga? — Cuestionó sospechoso.

La pelirroja se acercó un poco más, estaba ansiosa por lo que diría Olga. ¿Y si ella sabía de la existencia de Eso desde mucho antes?

— No lo sé. — Respondió malhumorada — Pero no es nada bueno, te lo aseguro.

— Parece que sabes de lo que hablas... ¿Qué ocultas?

— Nada importante. — Le restó importancia con despotismo — De niñas, Amelie regreso traumada después de ir allí y sin su hermana. Ese lugar no me da buena espina.

— ¿Por que no enviamos al detective Gray a investigar?

— Ni de broma. — Se negó de inmediato — Sabes porque no me gusta que se acerquen ahí. Esos salvajes bárbaros están muy cerca, recuerda el trato, no podemos acercarnos a su territorio y así esos mugrosos piel roja no molestarán igual que los sucios gitanos.

Aida respiro más tranquila ahora sabiendo que no tenían idea de lo que pudo salir de ahí, seguramente Olga creo sus malas ideas debido a que el pozo estaba a los límites del pueblo, por ende, en territorio indio y muy cerca del pueblo vecino repleto de gitanos.

— ¡Ocho de la mañana! — Dio un brinco en su lugar al verse sorprendida por el gritó del hombre que cada hora anunciaba alguna noticia importante — ¡Gunter Mills y el sheriff Ferguson fueron víctimas de la Beldam!

La de vestido rojo negó para sus adentros y siguió con su camino sin prestar atención a las muecas de horror y lastima que se plasmaron en los rostros de Derry ante el anuncio.












Abrió sus ojos desorientado con pesar. Estiro uno de sus brazos soltando un quejido y al segundo siguiente escucho pasos apresurados acercarse velozmente a él.

— Ah, por fin despertaste. — Aida se aproximó rápidamente a él con la pierna del sheriff envuelta en una manta — Come, te hará bien, aún tiene algo de miedo.

Frunció su ceño cuando terminó, era de las cosas más raras que ha dicho en su vida. Él, en cambio ni siquiera se puso a discutir y acató dicha acción sintiendo como se recuperaba gradualmente, aunque su herida ya no estaba tan mal como la noche pasada, eso significaba que de alguna manera Aida logró darle más terror por la madrugada, aunque no sabía como.

La pelirroja sacudió un poco su cabeza, confusa de sí misma al mostrarse tan preocupada frente a él, para después regresar a su actitud distante y se volvió a su asiento. Robert siguió sus pasos mientras comía aquel trozo de carne notando que los papeles de la investigación que había dejado en la cabaña se encontraban a su alrededor casi intactos y siendo examinados profundamente por la ojicafe.

— ¿Estas mejor? — Preguntó sin mirarlo, el respondió simple asentimiento con la boca llena.

Sin prestarle más atención siguió con su tarea de alimentarse y Aida lo vio de soslayo recayendo en la sonrisa de satisfacción que él tenía al masticar. Achinó los ojos fastidiada.

Estaba ahi, burlándose de ella y recordando su ineptitud. Odiaba admitirlo pero ¿Qué sabría sobre cómo sobrellevar a la Beldam y cómo cazar sentimientos? Apenas lo básico y no se sentía preparada sin la teoría con las respuestas que esa cosa tuviera para ella.

Estaba frita envuelta en todo ese embrollo sobrenatural en el que su curiosidad la metió aquella noche. Lo que la hacía pensar ¿Eso habría salido por su propia cuenta en algún punto y habría devorado toda la aldea junto con ella o podría haberle hecho frente como aquella primera vez?

La verdad es que estaba desarmada y agitada. La Boca eldam era una bruja deseosa de sangre y amor mientras que ella solo una niña desilusionada llena de frases concisas que inspiran nuevas ideas que nunca llegan a ser ejecutadas por ella misma.

Seguiría en sus pensamientos pero estos fueron interrumpidos por la criatura en su cama arrojando solo los huesos de lo que antes fue una pierna. Giro a verlo irritada rápidamente notando como la herida en su pecho desnudó se curaba casi por completo.

Sus ojos quedaron en él un largo rato, estudiando su cabello desordenado más brillantes con los reflejos del sol que se lograban colar por la ventana, haciendo que sus ojos lucieran más claros y brillantes además de una piel tan lista y perfecta. Se mordió el labio inconsistente recordando cómo hace unas horas estuvo tan cerca de esos carnosos labios hasta que recapacitó y lo hizo con más fuerza obligando a apartar la vista de él.

Rodó los ojos de manera infantil sin entender su molestia.

— Hay más restos por ahí. — Señaló una de las esquinas.

El joven sonrió hacia ella con humor y se estiró lo suficiente para alcanzar un brazo sin necesidad de levantarse de la cama.

— Admítelo, no puedes matarme porque me necesitas. — Llamó su atención dejándola muda — Que cómodo es esto. — Dio un par de saltos en el colchón acomodándose entre las almohadas — ¿Por qué no tuve una antes?

Su compañera suspiró cansada para encararlo.

— Creo que te debo una disculpa. — Dijo con pensar dejando de lado su lápiz e ignorando su anterior comentario — Siempre fuiste honesto y no creí en ti. — Trago duro evitando su mirada — Que esto nos sirva de experiencia, queramos o no estamos juntos en esto y somos un equipo. Tenemos que intentar de dejar de matarnos y comenzar a confiar en el otro... ¿Podemos?

Se levantó de su silla galante extendiéndole su mano en son de paz y él expandió su sonrisa burlesca y la estrechó manchándola de sangre. La pelirroja vio su mano con asco y se dio la vuelta buscando asearse.

A sus espaldas, Eso no borraba su cara triunfal, pese a que tuvo que casi morir dos veces, ya la tenía donde quería, de su lado, aunque antes de que ella dijera eso él ya se sentía seguro, ya sabía que no lo mataría y con sus palabras podía asegurar una alianza de cuidado mutuo.

» — Este es el nuevo trato: — Volteó determinada  — Podremos comer moderadamente, — Aclaró antes de que él se emocionara — solo con personas que lo merezcan y para no tener preocupaciones de ser descubiertos, debemos encontrar al otro asesino, así cuando lo atrapemos podemos echarle la culpa y salir ilesos hasta que sepamos cuánto dinero tiene el verdadero Robert Gray e irnos a otro pueblo.

Eso asintió conforme mordisqueando el brazo.

— Buena idea, eso será suficiente hasta que tenga que volver a dormir.

Aida frunció el ceño extrañada.

— ¿A qué te refieres?

— A mi hibernación. — Aclaró limpiándose la boca con una almohada — Puedo estar despierto un tiempo alimentándome, pero inevitablemente volveré a dormir por una larga temporada.

La chica sonrió feliz, podría deshacerse de de esa cosa después de un tiempo y no cargar con el por el resto de la eternidad cómo creyó.

— ¿Cuánto falta para que vuelvas a invernar? — Preguntó ansiosa.

— No sabría decírtelo exactamente, — Se encogió de hombros terminando su aperitivo — es la primera vez que estoy despierto tanto tiempo, desde la última vez no sé cuánto tiempo paso.

Aida recordó fugazmente la plática de Olga y el padre, entonces entendió cómo se relacionó el pozo de dónde salió con la desaparición de la hermana de su abuela.

— Creo tener una idea de eso... — Dijo pensativa y esperanzada de que pronto llegarán otros cincuenta años sin él a sus espaldas — Pero mientras eso pasa, necesitamos cuidarnos. —Se cruzó de brazos con una mirada interrogante — Creí que no morias y anoche estuviste a punto de hacerlo, otra vez.

— Es difícil morir para nosotros, más no imposible, — Bramó junto a una mueca — tenemos debilidades que pueden ser nulas o todo.

— ¿Cómo? — Se sentó al filo de la cama interesada de que hablara en plural.

— Todo varía dependiendo de la forma que tomemos, — Explicó lento — somos invencibles al natural pero en cualquier otra forma somos vulnerables a las debilidades de lo que aparentamos, por eso somos débiles siendo humanos.

Aida asintió comprendiendo haciendo una nota mental de aquel dato.

» — Es decir, — Volvió a capturar su atención — en esta forma heridas simples se regeneran fácilmente, pero ten cuidado con las más significativas. Tu no tienes las luces como yo, así que un paso en falso y se acabo.

Frunció el entrecejo.

— ¿Qué luces?

— Me gusta llamarlas luces de la muerte. — Rió leve y ella volcó los ojos — Son como... — Pensó un segundo — Como un corazón.

Aida asintió comprendiendo, hubiera deseado esa información hace mucho, aunque era increíble como con todos los hechos que los arrojaron a ese momento, a Eso no le importaba abrirse con ella de esa forma.

— Creo que nunca hemos hablado así... — Miró al techo — Quiera o no tengo que aprender de ti para sobrellevar esto.

— ¿Qué más quieres saber? — Se acomodó poniendo los brazos detrás de su cabeza relajando.

— ¿Cómo funciona eso de comer emociones? — Recargó su puño en su mentón.

— Fácil, tu cuerpo no exige carne realmente, aunque si es algo fundamental, lo esencial son los sentimientos. — Aida asintió — En mi caso es el miedo, el tuyo es posible que sea el amor. — Dijo esa última palabra con asco — Te vi en la cabaña, tienes talento nato. — La chica sonrió agradecida y comprendió el porqué su instinto o la Beldam buscaba influir cariño en lugar de terror antes de devorar a la gente — Puede ser más fácil o más difícil, si sabes cómo manejarlo, por eso no terminar de saciar tu hambre y acudes a más carne. — La pelirroja abrió la boca sorprendida de que estuviera tan atentó a ella como para saber eso.

— Es que para que una persona sienta afecto por otra necesitaba pasar tiempo.

— Tu instinto te dice en que transformarte, ¿no? — Ella asintió — Entonces te alimentas del recuerdo de las personas, pero necesitas que te amen a ti, hacer un vínculo.

— No puedo enamorar a todos los hombres cada que tenga hambre. — Se mostró reacia a la idea.

— No necesariamente. — Dijo dudoso — En uno de los libros que me diste decís que el amor era más fuerte que cualquier otro sentimiento. — Habló pensante — Tal vez con una sola víctima, llena de amor por ti, será suficiente.

La cabeza de Aida explotó ante tal revelación, y sin notarlo sonrió feliz de que no tuviera que matar a tantas personas. Además había cierto sentimiento grato clavado en su pecho al escucharlo hablar, sonaba tan inteligente.

— Suena muy bien... Gracias. — Formuló sincera con una sonrisa que él regresó.

— Tu lo dijiste, hay que ayudarnos entre nosotros.

La de vestido rojo asintió conforme sintiendo una extraña aura repentinamente en el ambiente. Miró a la criatura los ojos perdiéndose en ellos leves instantes hasta que sacudió su cabeza nerviosa rompiendo ese pequeño momento.

— Bueno, empecemos con la investigación. — Se puso de pie limpiando el sudor de sus manos — ¿Te parece? — Él asintió simple. — De acuerdo, necesito que me digas que viste en la última escena, lo más exacto posible.

— Puedo mostrártelo. — Ladeó su cabeza confusa y el extendió su brazo — Ven.

La chica lo obedeció y tomó su mano e inmediatamente su vista se nublo y repentinamente fue como no estar en su cuerpo, ahora veía a través de los ojos de Robert del día de ayer. Miró a su alrededor con la mujer tendida en un charco de sangre que aparentemente salía de sus muñecas y nuca, observó más detenidamente viendo un par de piedras, sal y caña a su alrededor. Soltó la mano de Robert y volvió al cuarto de la señora Calloway.

— ¿Y bien? — Preguntó curioso.

Aida no respondió ya que se regresó al escritorio ojeando el expediente hasta que encontró lo que buscaba. Eran las mismas señales en los demás asesinatos, habían artefactos relacionados a la brujería y a los gitanos.

— Ya se a donde ir. — Enunció firme.

Irían al pueblo vecino a ver qué otras pistas podían recolectar, tal vez el culpable se esconda entre los gitanos o sea uno de ellos.

— Andando. — Robert asintió poniéndose de pie dejando caer las sábanas al piso dejando a la de labios rojos boquiabierta y sonrosada.

Rápidamente se dio la vuelta inquieta.

— ¿Puedes... Vestirte primero?

— Ah, si. — Recordó y fue a buscar algo entre las cosas del verdadero detective.

Por otro lado, Aida aguantaba la respiración y mantenía la vista en todo menos en él. Había tratado con el desnudo antes, pero estaba inconsciente, además era una relación medico-enfermo, trataba de lo verlo y lo trataba profesionalmente, ahora era diferente porque estaba despierto.

Trago duro volviendo a encararlo cuando escucho que terminaba de aplicarse las prendas.

— Vamos. — Su voz salió más aguda producto de los nervios.

Salieron de la cómoda morada, tomando el camino más rápido al bosque en dirección a los límites de ambos pueblos. Cuando de repente, la pelirroja sintió como era jalada de forma brusca del brazo y lejos de Robert.

— ¿Adónde vas? — Preguntó Edward en tono autoritario dándole una mirada de reojo al rubio, el cual, apretó los labios fastidiado, no era de su incumbencia.

— El detective Gray quiere investigar algo en el bosque, puede perderse. — Indicó en un tono bajo.

— Lo puede acompañar alguien más. — Señaló.

— Ya me ofrecí, sería una grosería rechazarle mi ayuda ahora. — Intentó zafarse pero este no aflojó su agarre.

Ahora con una nueva perspectiva hacia sus víctimas, pensó en mantenerse del amor de Edward hacia ella, pero su cuerpo lo rechazaba, no le gustaba su amor.

— El funeral del sheriff será por la tarde, — Recordó en un intento de que se quedara a su lado — ¿Qué no te importa? Amanda está desecha.

— Volveré a tiempo. — El pelinegro suspiró rendido.

— No tardes mucho. — La abrazó posesivo marcando territorio con el detective que no estaba muy lejos — No me gusta que pases tanto tiempo con él. — Lo señaló sin ser notorio.

Aida cansada de sus celos lo alejó completamente  y se despidió con un leve movimiento de mano y cara seria, regresando con Robert.

El camino al bosque fue silencioso, Eso ya había aprendido su lección de no enfadar más a la pelirroja después de un encuentro con ese tipo, que siempre que aparecía le ponía los nervios a flor de piel, y no hacía falta que usara sus sentidos más agudos para saber que estaba irritada y llena de impotencia.

— ¿Por qué eres sumisa a ese humano estúpido? — Preguntó de repente cruzando a a través de los árboles — El no es nadie.

Su compañera abrió la boca, más no se animó a responder.

— ¿Por qué odias a los humanos? — Contestó con otra pregunta.

— No los odio. — Lo miró obvia — ¿Tu odias a la carne con plumas?

— ¿A los patos? — Alzó una de sus cejas.

— Como sea, — Le restó importancia — ¿los odias? — Cuestionó insistente.

— ¿Por qué debería?

— Es exactamente lo mismo, no hay un odio detrás. — Manifestó — Solo mucha mucha hambre.

— Entiendo... — Asintió conforme con su idea de enseñarlo a leer, definitivamente había un gran cambio en su forma de expresarse — ¿Y por qué eres tan sanguinario?

— Ustedes lo son igual. — Le dedicó una mirada — Ya suficiente empatía tengo para tomar la misma forma que ustedes, tratarlos amablemente seria... Cruel.

— ¿No es lo mismo?

— Para nada, contigo ya no me dan ganas de comerte, solo de matarte, pero eso podemos prolongarlo más tiempo.

Aida abrió su boca ofendida, pero a los segundos sin saber porque soltó una carcajada.

— Puedes intentarlo, dicen que la tercera es la vencida. — Aseveró sarcástica y el negó igual divertido.

Su relación mejoró notablemente y bastante rápido. Desde un inicio tuvo entendido que una criatura como él solo entendería con la violencia que vivía y estaba acostumbrado, pero de alguna manera logró cambiarlo y hacer que evolucione hasta lograr que dialogaran y arreglar las cosas. Aunque algo dentro de ella le decía que no sería su última pelea, era algo obvio, no se puede estar de acuerdo con alguien en todos los sentidos, solo esperaba que ninguna terminara en tragedia.

Sus pasos se volvieron más lentos al notar sangre seca en las hojas bajo sus pies, por ende, siguió el rastro hasta un árbol con un símbolo de estrella tallado en el tronco.

Se acercaron curiosos a este, notando como había pedazos de uñas enterrados, como si fuera hecho con las manos de alguien.

Se miraron interrogantes para luego avanzar, pero Aida se percató que Robert ya no la seguía.

— ¿Qué pasa?

— No puedo cruzar.

— ¿Miedo? — Sonrió burlona.

— No, literalmente no puedo pasar. — Intentó acercarse pero parecía haber una pared invisible que se lo prohibía.

Frunció el ceño sin entender.

— Bueno. Espérame aquí. — Titubeó.

— Cuidado.

Escucho a sus espaldas y nuevamente lo miró, parecía igual de consternado que ella y con un deje de preocupación que no supo cómo la hacía sentir, le dedico una leve sonrisa esperando darle confianza y siguió derecho.

Con cada paso que daba un extraño malestar se incrustaba en su cuerpo, se sentía más pesada y fatigada, sin energía.

Se detuvo un momento para recuperarse e inspeccionó los alrededores, ya había traspasado el límite de Derry, eso sólo podía significar que estaba en la tribu indígena.

Adiłgashii.

Giró espantada encontrándose con una piel roja con un cuchillo y una caja de paja en las manos. Aida tomó aquella alerta y corrió al lado contrario apenas pudo.

Se tropezó un par de veces, cuando casi a rastras finalmente llegó al límite del pueblo gitano y sus malestares disminuyeron. Tomó una gran bocanada planteándose seriamente en rodear todo el bosque antes que volver a cruzar por ahí.

Aquel indio, lucia amenazante y a la defensiva, no tenía idea de lo que le había dicho pero por el contexto no debía ser nada bueno. Parecía un vigilante, cuidador de su pueblo ¿Pero cuidarlos de qué? Lo más cerca que había por allí era el pozo de dónde salió Eso y dudaba bastante que supieran su existencia o mínimo lo que era en realidad, apenas ella lo estaba comprendiendo.

Siguió caminando a paso normal hasta llegar al pueblo. A penas puso un pie en el lugar y los gitanos la veían como un bicho raro, unos incluso con terror. Trato de evitar hacer contacto nulo con cualquiera hasta que vio un local extraño, era como el de su abuela Amelie, con potente olor a distintas hierbas y la fachada tenía toda la pinta de ser la guardia de una brujo. Dudó en entrar, pero tenía que hacerlo, ahí estaban las respuestas que buscaba, además, existía una energía poderosa que la jalaba al interior, y esta vez no era su inmensa curiosidad.

Temblorosa se acercó hasta la entrada y abrió la puerta con cuidado, esta no tenía una campana que anunciara su llegada, lo cual, era curioso siendo que no había nadie.

Pensó que eso sería mejor y comenzó a curiosear por el lugar buscando algo específico, lo más exacto a los objetos encontrados en las escenas de asesinatos en su pueblo, cualquier cosa que le indicara que estaba yendo en la dirección correcta.

Más no había nada parecido, como si todas las ideas de brujas que tuviera fueran un simple cuento plasmado en la realidad.

Dispuesta a ver el otro estante, dio media vuelta encontrándose de golpe con una anciana con un mechón rojo.

Aida contuvo la respiración asustada hasta que la mujer hizo una exclamación de asombro.

— ¿Agatha?

Dejó salir un chillido al escuchar el nombre de su madre, pero su sorpresa fue peor cuando aquella mujer se quitó el velo de su cara dejando ver unos ojos completamente blancos.












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PIDOPERDON

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