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CAPITULO 09
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Eva regresó al restaurante después de su cita, aún asimilando la noticia de que esperaba mellizos. Se sentía diferente, con una mezcla de emoción y nerviosismo. A pesar de eso, intentó enfocarse en su trabajo como siempre.

Mientras organizaba algunos pedidos en la cocina, Gloria, se le acercó con los brazos cruzados y una mirada sospechosa.

- ¿Y? ¿Cómo estuvo la cita con tu doctor personal?

Eva rodó los ojos con una sonrisa, acostumbrada a los comentarios de Gloria.

- Normal.

- ¿Normal? - repitió su jefa, incrédula- Cada vez que vuelves de esas citas, traes una cara diferente. Ya suéltalo, ¿qué pasó?

Antes de que Eva pudiera responder, uno de los clientes habituales, un anciano amable que siempre la saludaba, se acercó a la barra.

- Señorita Eva, ya se le nota bastante la barriguita. ¿Cuánto falta para saber si es niño o niña?

Eva sonrió con ternura y, sin darse cuenta, llevó una mano a su vientre.

- En mi próxima cita ya lo sabré.

- Seguro será un varón fuerte - comentó otro de los clientes- Aunque si es niña, será tan bonita como su madre.

Gloria arqueó una ceja y miró a Eva con aún más sospecha.

- Algo me dice que me estás ocultando algo... ¿Verdad?

Eva soltó una pequeña risa nerviosa y bajó la mirada a su vientre.

- Bueno... No es uno, son dos.

Hubo un segundo de silencio antes de que Gloria soltara un grito ahogado.

-¡¿Dos?!

-Sí, mellizos.

- ¡Dios mío, Eva! - Gloria la tomó de los brazos, emocionada- ¡Esto es enorme! ¿Por qué no lo dijiste antes?

- Porque lo acabo de saber -rió Eva-

El revuelo no tardó en extenderse. Algunos clientes cercanos escucharon la conversación y comenzaron a felicitarla con sonrisas y buenos deseos.

-¡Dos bebés! Ahora sí vas a necesitar doble ración de postres -bromeó uno de los cocineros desde la ventana hacia la cocina-

Eva se sintió abrumada, pero al mismo tiempo reconfortada por el cariño de todos. La noticia ya no solo estaba en su cabeza y en su corazón. Ahora era real. Y, con ello, también llegaban los miedos.

Gloria notó el cambio en su expresión y frunció el ceño con preocupación.

- ¿Qué sucede, cariño? ¿Qué te preocupa?

Eva suspiró, bajando la mirada a su vientre antes de responder en voz baja.

- Es solo que... Si antes un bebé ya me parecía un desafío, ahora que son dos, todo se siente aún más complicado. De verdad quiero darles lo mejor, pero no sé si podré hacerlo sola.

Gloria le tomó la mano con suavidad, transmitiéndole apoyo.

- Eva, no estás sola. Aquí estamos todos para ti. Tienes un trabajo, tienes gente que te quiere y, sobre todo, tienes un médico que claramente está más que dispuesto a cuidar de ti - dijo con una sonrisa traviesa, intentando animarla-

Eva soltó una risa pequeña, pero aún se notaba la incertidumbre en su rostro.

- A veces siento que todo va demasiado rápido... Hace unos meses ni siquiera pensaba en ser madre, y ahora, de repente, voy a tener dos bebés. No sé si estoy lista.

- Nadie está realmente lista -intervino otra de las meseras, que había estado escuchando- Pero eso no significa que no vayas a ser una gran mamá.

Gloria asintió, reafirmando las palabras de su compañera.

- Y además, no tienes que cargar con todo tú sola. No sé qué pasa exactamente con el padre, pero sé que Carlisle está muy pendiente de ti... y si él está en tu vida, dudo mucho que te deje pasar por esto sin apoyo.

Eva sintió un leve calor en su pecho al escuchar eso. Carlisle... Siempre estaba ahí, asegurándose de que ella estuviera bien. Pensar en él le daba un poco de tranquilidad, aunque también le traía más preguntas.

Antes de que pudiera responder, un grupo de clientes entró al restaurante, y Gloria le dio una palmada en el hombro.

- No te preocupes tanto, ¿sí? Todo saldrá bien, ya lo verás.

Eva asintió con una pequeña sonrisa y se dispuso a seguir con su turno. Pero incluso mientras atendía mesas y tomaba pedidos, la idea de los mellizos y el rostro de Carlisle seguían rondando en su mente.

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-Gracias por traerme otra vez, Carlisle. Sabes que no es necesario-dijo Eva al llegar a su edificio, girándose hacia él con una sonrisa cansada.

Carlisle detuvo el motor del auto y la miró con esa serenidad que siempre transmitía calma.

- Lo sé, pero me gusta asegurarme de que llegues bien - respondió con sinceridad-

Eva bajó la mirada, jugando con los bordes de su chaqueta. Desde que descubrió que estaba esperando mellizos, una parte de ella se sentía más vulnerable, pero al mismo tiempo, le costaba admitir que le gustaba recibir esa atención de Carlisle.

- De todas formas, gracias - susurró-

Carlisle asintió con una leve sonrisa, pero no hizo ningún intento por irse de inmediato.

-¿Cómo te sientes con todo esto? -preguntó con voz suave-

Eva suspiró, apoyando la espalda contra el asiento.

-Honestamente... aún estoy procesándolo. Un bebé ya era un cambio enorme, pero dos... no sé, siento que es demasiado de golpe.

Carlisle la observó por unos segundos antes de responder.

- Es normal sentirse así, Eva. Pero no tienes que llevar todo el peso tú sola.

Eva levantó la vista, encontrando los ojos dorados del doctor iluminados por las luces del auto.

-Sé que estás ahí para ayudarme, pero... no quiero depender demasiado de ti.

Carlisle esbozó una sonrisa comprensiva.

-No se trata de dependencia, Eva. Se trata de apoyo. Nadie debería pasar por esto solo.

Sus palabras la conmovieron más de lo que quiso admitir. Se mordió el labio con nerviosismo antes de asentir.

-Supongo que tienes razón.

Se hizo un pequeño silencio entre ambos. Ninguno parecía querer despedirse todavía. Carlisle, por su parte, parecía debatirse entre decir algo más o no.

Finalmente, Eva tomó aire y se desabrochó el cinturón.

-Bueno... será mejor que suba.

Carlisle asintió, pero antes de que ella abriera la puerta, habló de nuevo:

-Eva.

Ella se giró para mirarlo.

-Descansa, ¿sí? Si necesitas algo... lo que sea, llámame.

Eva sintió un calor inesperado en su pecho y sonrió, asintiendo con la cabeza.

-Lo haré. Buenas noches, Carlisle.

-Buenas noches, Eva.

Con una última mirada, Eva salió del auto y se encaminó hacia su edificio. Carlisle la observó hasta que estuvo dentro, y solo entonces, con un suspiro, encendió el motor y se marchó.

Al llegar a su apartamento, Eva soltó un suspiro y se dejó caer en el sofá-cama. Dejó su bolso a un lado, seguido de su chaqueta, y acarició su vientre abultado con ternura.

- Ahora somos tres... - murmuró suavemente, con la voz llena de una mezcla de asombro y amor- Prometo que los voy a proteger con todo mi corazón.

Pero en ese momento, el sonido de su celular interrumpió su reflexión. Un teléfono viejo, al que solo le daba uso para comunicarse cuando era necesario.

-¿Quién será a estas horas? - pensó, frunciendo el ceño mientras tomaba el aparato-

Al abrir la bandeja de mensajes, uno en particular le heló la piel y erizó sus vellos. El mensaje decía simplemente:

¿Dónde estás, Eva?

Eva sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras su mirada se quedaba fija en la pantalla del teléfono. Sus manos temblaron ligeramente al sostener el aparato. No había guardado ese número, pero no lo necesitaba. Sabía perfectamente quién era.

El pasado que había intentado dejar atrás la estaba alcanzando.

Tomó aire con dificultad, obligándose a pensar con claridad. No iba a responder. No podía.

Su corazón latía con fuerza, el miedo se instaló en su pecho como un peso insoportable. Con dedos temblorosos, apagó el teléfono y lo dejó sobre la mesa, alejándolo como si eso pudiera borrar lo que acababa de ver. Pero el mensaje seguía ahí, en su mente, como una advertencia.

¿Que quería?¿Por qué ahora la buscaba?

No estaba segura de cuánto tiempo se quedó sentada, mirando la nada. Su respiración era irregular, y un nudo apretaba su garganta.

No podía permitirse esto. No ahora.

Con una exhalación temblorosa, se forzó a ponerse de pie y caminar hacia la puerta. Su primer instinto fue asegurarse de que estuviera bien cerrada. Revisó la cerradura y luego el pestillo, como si con eso pudiera bloquear el miedo que la envolvía.

Sus manos volvieron a su vientre en un gesto protector.

-No voy a dejar que nada nos pase... -susurró con voz apenas audible-

Pero aunque tratara de convencerse a sí misma, el temor seguía ahí, acechándola como una sombra.



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