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CAPITULO 08
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El tiempo había pasado más rápido de lo que Eva imaginó. Ya tenía quince semanas de embarazo y  su vientre ya se notaba lo suficiente bajo la ropa. Había aprendido a lidiar con los síntomas, aunque el cansancio seguía acompañándola como una sombra persistente.

Lo que no esperaba era la presencia constante de Carlisle en su vida. No sabía exactamente cómo ocurrió, pero de alguna manera él se había convertido en parte de su rutina. Todas las mañanas la esperaba fuera de su edificio para llevarla al trabajo y, al final de su turno, estaba allí otra vez para recogerla. Lo mismo ocurría cuando tenía que ir al hospital para sus controles, lo cual le parecía demasiado atenciones por parte de un médico hacía una paciente.

Pero lejos de sentirse incómoda, había empezado a encontrar en ello una extraña comodidad. No podía negarlo: le gustaba.

Fue también en algún momento de esas semanas cuando dejó de tratarlo de manera formal. Ahora lo tuteaba sin pensarlo dos veces y lo llamaba por su nombre, porque así se lo había pedido. No hay necesidad de formalidades entre nosotros, había dicho él con su tono siempre sereno.

En el restaurante, su embarazo ya no pasaba desapercibido. Las chicas que trabajaban con ella habían comenzado a notarlo, aunque al principio no dijeron nada por discreción. Sin embargo, con el paso de los días, las miradas curiosas y las sonrisas cómplices se volvieron más evidentes. Una de ellas, Luisa, se había atrevido a preguntarle en voz baja, con una mezcla de emoción y cautela.

- Eva... ¿estás embarazada?

Ella se quedó en silencio un segundo antes de asentir con una sonrisa tímida. Para su sorpresa, la reacción fue inmediata. Felicitaciones, preguntas, consejos no solicitados y un par de anécdotas sobre embarazos familiares llenaron el espacio en cuestión de segundos.

Los clientes habituales, especialmente los ancianos que iban casi todos los días, también empezaron a notarlo. Algunos lo mencionaban con dulzura, otros simplemente le dedicaban una mirada comprensiva y le decían que debía cuidarse. Una mujer mayor incluso le recomendó tés para aliviar las náuseas y le recordó que no debía cargar cosas pesadas. Eva nunca se había sentido tan observada, pero lejos de molestarle, le parecía conmovedor.

Ahora Eva estaba terminando de almorzar en el restaurante, aprovechando su descanso antes de ir al hospital para un nuevo chequeo.

-Eva, tu galán rubio ya llegó -canturreó Luisa desde la barra con una sonrisa traviesa-

La castaña sintió el calor subir a sus mejillas de inmediato. Desde hacía un tiempo, sus compañeras se habían dado cuenta de que Carlisle la llevaba y la traía todos los días. Y no solo ellas, los clientes habituales, en especial los ancianos, también lo habían notado. Más de una vez le habían hecho comentarios con esa ternura que solían tener con ella.

-No le digas así - protestó, apurando los últimos bocados de su almuerzo-

- ¿Y cómo quieres que le diga? Si siempre está aquí por ti. Qué considerado doctor, ¿no? - agregó Anya, otra compañera, con tono burlón-

-Sí, es un caballero. Si yo estuviera en su lugar, con gusto haría lo mismo - intervino una de las clientas mayores, sonriendo con complicidad-

Eva suspiró, sin saber cómo responder. No podía negar que era inusual que un médico tuviera tanta atención con una paciente, pero lo cierto era que le gustaba. De alguna manera, se había vuelto parte de su día a día, y aunque al principio le pareció extraño, ahora se había acostumbrado a verlo al final de cada jornada.

Alisandose la blusa, tomó su bolso y se despidió con un gesto.

-Nos vemos después.

Al salir, lo encontró como siempre, apoyado contra su auto con ese aire tranquilo que lo caracterizaba. Sus ojos dorados se posaron en ella, revisándola con sutileza, como si quisiera asegurarse de que estuviera bien.

-¿Lista?- preguntó Carlisle con su tono amable-

Eva asintió con una leve sonrisa.

- Sí, vamos.

Y mientras subía al auto, no pudo evitar recordar las palabras de sus compañeras. ¿Realmente se veía como su galán rubio?

Durante el trayecto, Eva se permitió observarlo de reojo, intentando ser discreta. A pesar de su extraña palidez, Carlisle era increíblemente apuesto. Sus ojos tenían algo hipnótico, una profundidad que la atrapaba sin que pudiera evitarlo. Siempre iba impecablemente vestido, y jamás lo había escuchado decir una sola palabra vulgar. Más allá de su físico, su actitud y sus acciones eran las de un caballero en toda regla.

Sí, sin duda le gustaba.

Le gustaba que la recogiera, que fuera atento con ella, que siempre se preocupara por su bienestar y estuviera dispuesto a ayudarla. Le gustaba que se interesara incluso en lo que hacía en el trabajo, en cómo se sentía.

Pero, aunque adoraba todo eso, no se sentía lista para nada. No quería volver a confiarse.

Inconscientemente, dejó escapar un suspiro y desvió la mirada hacia la carretera, borrando la sonrisa que había aparecido en su rostro sin darse cuenta.

Carlisle notó el cambio en su expresión y estuvo a punto de preguntarle qué le pasaba, pero para cuando encontró las palabras, ya habían llegado al hospital.

Como era costumbre últimamente, Carlisle le abrió la puerta y esperó a que Eva bajara antes de acompañarla al interior del hospital. Juntos caminaron por los pasillos en busca del consultorio.

Al principio, Carlisle se había sentido preocupado por lo poco profesional que podía parecer su cercanía con ella. Después de todo, existía una regla clara sobre mantener cierta distancia con los pacientes. Sin embargo, en un pueblo tan pequeño como Forks, esas normas no se tomaban con tanta rigidez. De hecho, uno de sus colegas recientemente se había casado con una antigua paciente, lo que le hizo darse cuenta de que quizá no estaba rompiendo las reglas de una forma tan grave.

Y, aunque intentara convencerse de que solo era eso, la verdad era que ya no le preocupaba tanto lo profesional. Le gustaba estar cerca de ella.

- ¿Qué tal el turno de hoy?- preguntó Carlisle, iniciando la conversación solo para escuchar su voz. Amaba la delicadeza con la que hablaba-

- Al ser viernes fue un poco más relajado. La mayor parte del tiempo estuve en la cocina - respondió Eva mientras se acomodaba sobre la camilla, esperando a que Carlisle terminara de preparar todo-

-¿Te gusta cocinar?

-Sí, aunque mi fuerte es la repostería- sonrió, mirando al techo- En mi antigua ciudad, a veces trabajaba en una pequeña cafetería. Ahí aprendí a hacer diferentes postres.

- ¿Ya has preparado algunos para el restaurante?- Carlisle se sentó junto a ella y, con cuidado, levantó un poco su blusa para dejar libre su vientre-

-Sí, de hecho... no es por presumir, pero ahora tengo el postre favorito de los clientes.

-Me alegra saberlo - dijo con sinceridad, antes de iniciar el procedimiento-

Sin embargo, al observar la pantalla, su expresión cambió y frunció el ceño.

-¿Pasa algo?- preguntó Eva, alarmada al notar su reacción.

- Hay algo diferente... espera.

Carlisle ajustó los controles y deslizó el transductor con más precisión sobre el vientre de Eva, buscando una mejor imagen. Su ceño fruncido se deshizo de inmediato, dando paso a una sonrisa.

-Ahí está...

-¿Qué es? - insistió ella, cada vez más inquieta-

El doctor la miró con dulzura antes de darle la noticia.

- Felicidades, Eva... son dos.

Eva quedó boquiabierta, alternando su mirada de Carlisle a la pantalla. Dos pequeños estaban creciendo dentro de ella, no uno, sino dos.

- ¿Cómo...? ¿Por qué no lo supimos antes?- preguntó, su voz un susurro incrédulo mientras una mezcla de emociones se reflejaba en su rostro-

Carlisle le sonrió con suavidad, comprendiendo la confusión que debía estar sintiendo.

-A veces, los gemelos o mellizos no son detectados en las primeras etapas, especialmente cuando son muy pequeños o cuando hay una posición poco favorable para la ecografía. Pero no te preocupes, ambos están bien.

Eva asintió lentamente, su mente procesando la nueva información. La idea de tener dos bebés la sorprendió completamente, pero también la hizo sentir una oleada de ternura y emoción. Dos pequeños corazones latiendo dentro de ella... un sentimiento tan grande que le costaba asimilar.

Carlisle notó su silencio y se acercó un poco más, ofreciéndole su apoyo.

-Eva, todo va a estar bien. Estás en buenas manos, y los dos están bien cuidados.

- ¿Qué son? Gemelos o mellizos?

Carlisle asintió, sin perder la calma, ajustando de nuevo la pantalla para asegurar una imagen más clara.

- Son mellizos, Eva. Pero son mellizos dicigóticos, lo que significa que tienen dos placentas y dos sacos amnióticos diferentes.

Eva miró la pantalla, tratando de entender lo que acababa de escuchar.

-¿Y eso quiere decir...?

Carlisle sonrió suavemente, explicando con la misma serenidad de siempre.

-Significa que son dos embriones completamente separados, por lo que pueden ser del mismo o diferentes sexos.

- ¿Y ya podemos saber cuál es?- preguntó Eva, con una chispa de ilusión en los ojos-

Carlisle negó con la cabeza, pero con una sonrisa tranquilizadora

-No aún, no es el momento. Pero no te preocupes, en la próxima cita, dentro de dos semanas, ya lo sabremos.

-Entiendo-

Eva volvió a mirar una vez más a la pantalla. Dos bebés. La sensación de incredulidad seguía abrumándola, pero a la vez, algo cálido y tierno comenzó a asentarse en su pecho. Dos pequeños creciendo, desarrollándose. Era más de lo que había imaginado, más de lo que había soñado.

Con una sonrisa nerviosa, miró a Carlisle, buscando una palabra que pudiera capturar lo que sentía.

-Dos... - susurró, como si probar el sonido de la palabra en su boca le ayudara a procesarlo-

Carlisle, notando la mezcla de asombro y felicidad en sus ojos, asintió suavemente.

- Dos - repitió él con cariño, tomando su mano brevemente, un gesto que transmitió más que mil palabras.

Eva cerró los ojos un instante, dejando que el sentimiento se instalara en su corazón. Dos bebés.



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