02 ✨ DANCING IN THE ABYSS
02. dancing in the abyss
La luna brillaba intensamente sobre Auradon, iluminando los pasillos del castillo con una luz suave. Lilabell, con su corazón latiendo con emoción y un poco de nerviosismo, se dirigía hacia los dormitorios de los chicos. La duda de si habían logrado instalarse bien o tenían algun inconveniente no la dejaba tranquila, así que después de reproches de sus amigas, ella daba pasos decididos hacia sus dormitorios. Había pasado por el dormitorio de las chicas, pero estaba vacío, lo que la llevó a revisar el de los muchachos.
Al llegar al dormitorio de los VK's, se dio cuenta de que también estaba vacío. Una chispa de curiosidad la invadió; ¿Dónde estaban? era muy tarde ya, no era corrector estar afuera a estas horas, al Hada Madrina no le gustaba. Sin embargo, la culpa comenzó a asentarse en su pecho cuando sintió sus pies caminar hacia el interior de la habitación. La curiosidad era una de las cosas que más la mortificaban. Sabía que husmear no era correcto, pero algo en su interior la empujaba a averiguar más. No vió mucho, unos cuántos bolsos viejos y sucios, los adornos que estaban perfectamente puestos ahora estaban desacomodados y las sabanas apesar de estar tendidas estaban arrugadas, como si alguien hubiera dado vueltas sobre ella y se levantó con rapidez.
Sintiendo la culpa en su pecho salió del lugar, no podía seguir haciendo eso, era incorrecto. Caminó por los oscuros pasillos en busca de aire, porque aunque estuviera prohibido estar hasta tarde afuera, Lila no podía irse a acostar tan temprano. Siempre encontraba la manera de escabullirse.
Decidió salir del castillo para despejarse un poco. Miró la luna en lo alto, podría ir a dar un paseo por el jardín encantado o quizás visitar el lago donde solía soñar con volar libremente. La segunda idea le pareció más tentadora.
Cuando se giró para emprender su camino hacia el lago, chocó de repente con una pared. Bueno, no era exactamente una pared de bloques y concreto, pero se asemejaba lo suficiente como para detenerla en seco. Su corazón dio un salto al sentir la cercanía inesperada.
Al alzar la vista, se encontró con dos pozos oscuros, adornados con detalles rasgados que parecían ocultar secretos profundos. Una mezcla de sorpresa y un ligero temor la invadió; él la giró rápidamente, sujetándola por los hombros como si estuviera protegiendo algo valioso a sus espaldas. Lila sintió un escalofrío recorrer su espalda, no solo por el contacto físico, sino también por la presencia abrumadora del hijo del villano. No iba negarlo, la idea de estar tan cerca de alguien que llevaba ese legado la intimidaba, y su corazón latía desbocado.
—¡Hey! —saludó ella, tratando de ocultar su confusión tras una sonrisa mecánica. Sus brillantes ojos azulados recorrieron su figura y notó cómo su pecho subía y bajaba con rapidez. La frente de él brillaba ligeramente por el sudor; una gota resbaló por su sien. Arrugó un poco el entrecejo sin borrar la sonrisa. —¿De quién te escapas?
Gracias a la penumbra del lugar, no pudo ver cómo él tragaba en seco y perdía suavemente color en su rostro ante su mirada inquisitiva.
—Eh... Estoy... haciendo cardio nocturno —respondió Jay, intentando sonar casual mientras una sonrisa torcida se dibujaba en sus labios.
Lila alzó una ceja, divertida por su respuesta, revelando en su mirada un entendimiento que ocultaba un doble sentido. El muchacho se dio cuenta demasiado tarde de lo que había insinuado, incluso cuando Carlos, quien se escabullía a las espaldas de Lila junto con Evie y Mal, soltó una risa burlona al escuchar eso.
Lila giró su rostro en busca del sonido, pero antes de hacerlo, Jay la tomó por los brazos y la hizo mirarlo a los ojos. En ese instante cargado de tensión, ella sintió que sus nervios crecían; era un torbellino de emociones confusas: admiración y miedo a partes iguales.
Él se rió nerviosamente, intentando corregir la situación. —¡No! No, para nada; solo estaba corriendo... ya sabes, para mantenerme en forma.
Ella sonrió con suavidad. Él estaba nervioso; podía notarlo a kilómetros de distancia. La razón detrás de ese nerviosismo le era desconocida, pero algo dentro de ella le gustaba pensar que era por ella... aunque también sentía un ligero rubor al pensar que podría ser solo por ser quien era.
—Deberías unirte al equipo de torney. Podrías ser una gran adición.
Él se rió mientras cruzaba los brazos. Sus orbes se desviaron un poco ante la bonita vista de sus bíceps tonificados —una tentación peligrosa— pero volvió a elevar la mirada antes de ser atrapada en su propio juego.
Demasiado tarde; él era un experto en coquetería y sabía cómo distraer a una chica.
—Podría pensarlo solo si tú estarás allí animándome.
Peligrosamente, Lila también sabía jugar. Ladeó su cabeza con gracia, dejando que su dorado cabello cayera suavemente sobre uno de sus hombros mientras se permitía disfrutar del momento incómodo pero electrizante entre ellos.
—Qué coincidencia que pertenezca al equipo de porristas, ¿no?
Jay alzó su rostro, analizando minuciosamente a la chica delante de él. Ella sostuvo su mirada con firmeza, desafiándolo silenciosamente a romper ese instante cargado de tensión que dejaba escapar chispas entre ellos.
Pero sólo chasqueó la lengua y sacudió la cabeza con un gesto de resignación.
— No creo que sea para mí —dijo él, desviando la mirada hacia el horizonte, como si en sus profundidades pudiera encontrar una respuesta que lo liberara de la incomodidad.
Ella lo observó en esos breves segundos de silencio, capturando cada matiz de su expresión. Él, al no recibir respuesta, giró la cabeza para mirarla de nuevo, con una ceja alzada que denotaba tanto curiosidad como incredulidad. Lila suspiró, alzando los hombros en un gesto que intentaba ocultar su propia incertidumbre.
La chica tenía algo especial; físicamente era como un hechizo mental que atrapaba a quienes la rodeaban. Su presencia iluminaba el ambiente, no solo por su belleza, sino por una esencia casi mágica. La piel de Lila parecía brillar bajo la luz plateada de la luna, dándole un aire etéreo, como si realmente fuera un ángel descendido del cielo.
A pesar de que él no había hecho nada "malo" aún, su corazón estaba enredado en una confusión palpable. Como él era el hijo de villano, los nervios no se calmaban; latían desbocados en su pecho. Lo que no sabía era que esos nervios poco venían del miedo a lo desconocido; más bien, eran el eco de un interés que crecía dentro de ella por él... y eso era más aterrador.
Jay carraspeó y dio un paso atrás, sintiéndose incómodo bajo la intensidad que de repente apareció en su mirada.
— Bueno, es mejor que vuelva... ya sabes... —murmuró mientras intentaba evitar cualquier pregunta incómoda que pudiera surgir entre ellos. Ella asintió, aunque su corazón latía con fuerza.
— Está bien —respondió Lilabell con una sonrisa que podía iluminar incluso las noches más oscuras—. Descansa, Jay.
Mientras él se alejaba con su típico andar relajado y confiado, ella sintió una mezcla de emoción y confusión burbujear dentro de ella. Había algo más en esa conversación; un secreto oculto bajo las palabras que habían compartido.
Y aunque ella intentó desviar esos pensamientos llenos de ilusión y hasta un poco de locura juvenil, en el fondo sabía que había logrado poner nervioso a aquel chico. Esperaba que fuera por la misma razón que ella pensaba, porque si no... eso sí sería un verdadero desastre.
Que vergüenza.
🧚🏻
El sol brillaba con fuerza al día siguiente, llenando el campo de prácticas con una luz dorada que danzaba sobre las hojas y hacía que el aire pareciera vibrar de energía. Lilabell se encontraba en el campo, lista para una nueva sesión con las porristas. El aire estaba cargado de risas y emoción mientras las chicas se preparaban para ensayar sus rutinas, cada una de ellas compartiendo historias y sueños entre los estiramientos y saltos.
Lilabell sentía el ritmo de la música resonar en su pecho, llenándola de entusiasmo. Mientras se movía al compás de la melodía, disfrutaba del compañerismo que compartían; era un momento perfecto que la hacía sentir viva, como si cada nota fuera un latido del corazón del grupo. Sin embargo, cuando llegó el turno de mostrar sus movimientos, Lila sintió un nudo en el estómago.
— ¡Vamos, Lila! ¡Muéstranos lo que tienes! — animó Audrey, que claro, era la líder de las porristas.
Con determinación, Lila comenzó a ejecutar sus pasos, dejando que la pasión por el baile fluyera a través de ella, como siempre pasaba cuando no había nadie alrededor. Sus movimientos eran fluidos y llenos de energía, pero al finalizar, notó la expresión en el rostro de Audrey: una mezcla de sorpresa y desaprobación. Se detuvo y la miró expectante.
—No está mal, — dijo Audrey con un tono firme, — pero recuerda que somos princesas. Nuestros movimientos deben ser recatados y elegantes. No podemos permitirnos ser atrevidas.
Las palabras de Audrey resonaron en su mente como un eco desalentador. Lila se sintió pequeña y desanimada; había puesto su corazón en ese baile y ahora se sentía restringida por las expectativas del grupo. Odiaba equivocarse, odiaba que lo que le gustaba no fuera bueno.
Para ella su pequeña rutina era buena y divertida, pero al parecer estaba equivocada. No entendía. Tantos años viviendo aquí y aún no aprende a comportarse como debe.
Pestañeó varias veces tratando de no caer en ese hueco mental otra vez e intentó enfocarse en el equipo.
Pero a partir de ese momento, decidió abstenerse de dar más ideas durante la práctica. Aunque su amor por el baile ardía intensamente dentro de ella, esa chispa parecía apagarse ante las normas estrictas del grupo.
Mientras las porristas continuaban con los ensayos típicos, Lila observó cómo su compañeras se movían con gracia pero sin la pasión que ella sentía. En secreto, anhelaba volver a bailar como lo hacía a solas con Kitty, la hija del gato sonriente. Juntas habían creado un espacio donde podían dejarse llevar por la música sin miedo al juicio; allí podían cantar y bailar libremente, liberando toda su creatividad e imaginación.
De repente, su atención se desvió cuando vio llegar a Carlos y Jay, quienes se unieron a los chicos en el otro lado del campo.
Al ver a Jay acercarse con esa confianza característica que lo hacía destacar entre los demás, Lila sintió cómo su corazón latía más rápido. Sin embargo, perdió el hilo de la coreografía mientras lo contemplaba; sus pasos comenzaron a ser descoordinados y sus movimientos se volvieron imprecisos.
La rubia gruñó al darse cuenta de lo que estaba pasando. No, no podía estar pasando.
Audrey notó inmediatamente el cambio en su amiga. Giró su cabeza para entender la razón de su desconcierto y cuando lo encontró, volvió a ella con una mirada severa. Chasqueó los dedos frente a Lila.
— Cuidado con lo que haces.
La advertencia no solo se refería a los errores en su coreografía; obviamente también tenía que ver con el creciente interés que Lila mostraba hacia Jay. Audrey frunció el ceño mientras negaba con la cabeza con desaprobación.
Lila tragó en seco al sentir la intensidad de las palabras de Audrey. La reprimenda resonó en su mente como un eco alarmante; sabía que había algo peligroso. Pero no podía evitarlo; había algo magnético en Jay que atraía su atención como un imán.
Como la luz para un mosquito. Se rió por su comparación, al menos, ella era un mosquito bonito y con escarcha.
Se preguntó si él había estado pensando en ella también o si su encuentro había sido solo un momento fugaz en la memoria de ambos. A espaldas de Audrey, los azules ojos de Lila se desviaron otra vez hacia el campo de Torney.
Los chicos comenzaron a practicar sus movimientos, Carlos parecía concentrado en su rutina, intentando entender cómo van los protectores y cómo se usan aquellos extraños palos. Pero Jay... él era otra cosa; cada salto y giro que hacía era fluido y natural, como si estuviera diseñado para brillar bajo el sol.
Las porristas notaron la habilidad del villano y comenzaron a murmurar entre ellas, deteniendo su propio entrenamiento.
"¿Lo viste? ¡Es increíble!" era lo que más se escuchaba entre los murmullos. Lilabell sonrió para sí misma, sintiendo un orgullo inesperado por él. A pesar de su actitud despreocupada la noche anterior, estaba claro que Jay poseía un talento especial; había algo casi magnético en su forma de moverse. Cuando rebasó a todos, hasta los de su mismo equipo de una manera salvaje, escabulléndose como una serpiente entre los cuerpos, y anotó, Lila y sus compañeras festejaron dicha anotación.
Cuando llegó el momento del descanso, Lila sintió un impulso atrevido que la llevó a acercarse al grupo de chicos. Con una mezcla de nervios y emoción, se plantó frente a ellos.
— ¡Hey, chicos! —exclamó con una voz que resonó como un canto de sirena, atrayendo la atención.
La mayoría volteó, pero solo los tres a quienes había buscado se acercaron: Ben, Jay y Carlos.
— Lo hicieron excelente —dijo ella, sonriendo con una chispa de admiración que iluminaba su rostro.
— Gracias, Lils —respondió Ben con su característico encanto despreocupado—. Aunque algunos de nosotros necesitamos practicar más. —Se giró hacia Carlos y lo abrazó por los hombros, como si fueran cómplices en una misión secreta.
Lila observó cómo el par se dispersaba para recoger el equipo, sintiéndose parte de su pequeño mundo. Solo Jay permaneció plantado frente a ella, creando un instante suspendido en el tiempo.
— Gran trabajo —Felicitó ella, su tono sincero resonando en el aire.
El muchacho la miró en silencio durante unos segundos, como si estuviera desentrañando un misterio. Sus ojos oscuros se encontraron con los de ella, y Lila sintió que el sol brillaba intensamente sobre ella, iluminando cada rasgo de su rostro. A pesar de la luz que intentaba apartarla de él, ella mantuvo la mirada firme, con la cabeza en alto y las cejas fruncidas en una mezcla de molestia por el Sol y curiosidad.
Él sonrió de lado, un gesto que hacía latir más rápido su corazón.
— Solo trato de mantenerme en forma, ya sabes —respondió con un tono despreocupado que ocultaba algo más profundo.
Al recordar que había dicho eso exactamente anoche ella rió con suavidad, un sonido que parecía bailar en el aire como las hojas al viento.
— Eres bueno; deberías mostrarle a los chicos algunos movimientos de tourney —sugirió señalando al equipo con un movimiento ligero de su cabeza—. Podrías ser una gran inspiración.
Jay soltó una carcajada burlona ante la idea, pero Lila no se dio cuenta de la malicia detrás de su risa. En cambio, se quedó embelesada observando cómo sus oscuros ojos se achicaban mientras reía; sus mejillas se sonrojaban levemente y sus dientes brillaban bajo el sol como perlas recién descubiertas. En ese momento, él parecía aún más hipnotizante.
— No lo creo, Lilabell —dijo finalmente él, notando cómo la mágica sonrisa de ella se debilitaba al instante. Intentó restarle importancia a lo que acababa de decir—. Por ahora estoy disfrutando solo del juego.
Su tono era ligero y despreocupado, pero Lila pudo captar una pequeña chispa de interés brillando en sus ojos antes de que se apagara nuevamente, dejando solo esos pozos profundos que parecían absorber toda luz y esperanza.
Ella suspiró internamente.
Lila estaba danzando en el borde de ese pozo oscuro; era como una niña pequeña advertida repetidamente sobre el peligro inminente de caerse. Sabía que si caía... podría romperse en mil pedazos.
Estaba tentando a la suerte; era un juego peligroso en el que parecía disfrutar cada instante.
El pozo la esperaba pacientemente.
Y ella seguía bailando al borde con una mezcla intoxicante de valentía e imprudencia.
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