unico.

La lluvia siempre tenía una forma peculiar de colarse en los recuerdos de Minjeong. No importaba cuánto tiempo pasara, ni cuántas veces intentara convencerse de que ya había dejado a Jimin atrás, porque cada gota contra el cristal parecía arrastrarla de vuelta a aquellos días en los que no conocía lo que era la soledad. Días en los que las tormentas no eran más que una excusa perfecta para acurrucarse bajo una manta, piel con piel, entre susurros y risas suaves.

Jimin y Minjeong habían sido todo. O al menos, eso pensaban. Un amor que parecía tan grande, tan inmenso, que ninguna de las dos podía imaginar un mundo donde la otra no existiera. Se conocieron en la universidad, un encuentro casual en medio de un taller de fotografía. Minjeong había sido la primera en hablar, con esa seguridad que solo ocultaba lo mucho que le costaba confiar en alguien de verdad. Jimin, más reservada, se había limitado a sonreírle al principio, hasta que las conversaciones se hicieron largas, hasta que empezaron a buscarse sin necesidad de palabras.

Se enamoraron en pequeños momentos. En los paseos sin rumbo, en las tardes de lluvia cuando Jimin tocaba canciones tristes al piano y Minjeong la fotografiaba en silencio, creyendo que cada imagen capturaba un pedazo de lo que sentía por ella. En las discusiones sobre arte, literatura, y los besos robados entre una página y otra.

Pero lo que parecía tan fuerte y eterno, con el tiempo, comenzó a resquebrajarse.

Todo empezó con pequeños roces, malentendidos insignificantes que ninguna de las dos quería reconocer como señales de algo más profundo. Minjeong solía ser impulsiva, de emociones fuertes, y Jimin... Jimin siempre guardaba sus sentimientos para sí, con un silencio que a veces parecía más un muro que un refugio.

ㅡSiempre haces lo mismo, Jimin ㅡhabía dicho Minjeong una noche, la voz quebrándose un poco, mientras la lluvia golpeaba con fuerza el ventanalㅡ. Te callas, finges que todo está bien y me dejas hablando sola.

Jimin, sentada al borde del sofá, con los brazos cruzados, solo la miraba con esa expresión impasible que Minjeong había aprendido a odiar.

ㅡ¿Y qué quieres que diga? ¿Que estoy cansada? ¿Que ya no sé cómo arreglar esto? ㅡrespondió ella, su voz tranquila, pero con un filo doloroso.

ㅡCansada de mí, ¿verdad? ㅡMinjeong se rió sin humor, cruzando los brazos.

ㅡCansada de pelear... ㅡsusurró Jimin, y esa simple confesión fue como un golpe.

Las discusiones se hicieron más frecuentes. Al principio, eran sobre cosas pequeñas: Minjeong llegando tarde, Jimin olvidando detalles importantes. Pero con el tiempo, los desacuerdos crecieron. Se convirtieron en reproches silenciosos, en noches en las que dormían espalda contra espalda, tan cerca y a la vez tan lejos.

Y entonces llegó la noche en que todo se rompió.

Era una noche de tormenta, como tantas otras. Minjeong estaba de pie junto a la ventana, mirando la lluvia caer mientras Jimin, sentada en la mesa del comedor, repasaba los papeles de su trabajo con expresión distante. Llevaban semanas sin hablar de lo importante. Sin mirarse de verdad.

ㅡ¿Esto es lo que somos ahora? ㅡrompió el silencio Minjeong, su voz apenas un susurro.

Jimin ni siquiera levantó la mirada.

ㅡ¿A qué te refieres?

ㅡA esto, Jimin. ㅡLa voz de Minjeong temblóㅡ. A compartir un techo, pero no una vida. A estar juntas pero sentirnos tan... solas.

Finalmente, Jimin la miró. Pero no con la ternura de antes. Solo cansancio.

ㅡMin, no puedo seguir así. Lo he intentado. De verdad lo he intentado. Pero ya no somos las mismas.

Minjeong sintió cómo su corazón se partía en ese instante.

ㅡ¿Y eso es todo? ¿Vas a rendirte?

Jimin se levantó lentamente, como si esas palabras le pesaran demasiado.

ㅡNo quiero hacerte daño. Pero seguir con esto... nos está destruyendo.

Esa fue la última noche que durmieron juntas.

El día que Jimin se fue, lo hizo sin grandes despedidas. Se llevó una maleta pequeña y dejó atrás una casa llena de recuerdos imposibles de borrar. Minjeong se quedó, viendo la puerta cerrarse, sintiendo que con ella se iba todo lo que alguna vez había conocido como "hogar".

Ahora, los días lluviosos eran lo peor.

Minjeong había aprendido a vivir con la ausencia, o al menos a fingir que lo hacía. Sus días estaban llenos de proyectos, fotografías y un calendario repleto de tareas, como si mantenerse ocupada pudiera acallar el eco de lo que había perdido. Pero en noches como esa, cuando la tormenta arreciaba y el viento azotaba las ventanas, no podía evitar pensar en Jimin.

Y aunque se repetía una y otra vez que pensar en ella no significaba extrañarla, el vacío seguía allí.

Por su parte, Jimin también había intentado seguir adelante. Había cambiado de apartamento, de rutina. Ahora pasaba la mayoría de sus días en la galería donde trabajaba, rodeada de arte que hablaba de emociones que ella ya no se permitía sentir. Pero la lluvia seguía siendo su debilidad.

Porque aunque se convenciera de que había sido lo mejor, en los días lluviosos... no podía evitar recordar a Minjeong.

Recordar cómo solían serlo todo. Y cómo, ahora, no eran nada.

Minjeong se había convencido, una y otra vez, de que no extrañaba a Jimin.

Era lo que repetía frente al espejo cada mañana, cuando el reflejo le devolvía esa mirada cansada, con ojeras que delataban noches sin dormir. No extrañaba su risa suave ni la forma en que solía enredar los dedos en su cabello mientras le leía algún poema a media voz. No extrañaba sus manos cálidas, ni la sensación de hogar que encontraba en su piel. No. Porque Minjeong era fuerte. O al menos, se había obligado a serlo.

A veces se decía que lo que sentía era simplemente nostalgia, nada más. Nostalgia por una parte de su vida que ya se había cerrado, como un libro que terminas y guardas en la estantería. No era amor, ni necesidad. Solo un eco persistente de lo que alguna vez la hizo feliz. ¿O tal vez dolía porque, en el fondo, sabía que aún seguía amando?

Pero pensar en eso era demasiado peligroso.

Así que Minjeong continuaba con su vida como si Jimin nunca hubiese existido. Seguía trabajando en proyectos de fotografía, capturando paisajes y rostros que jamás lograban reflejar lo que realmente sentía por dentro. Se rodeaba de gente, de nuevas amistades superficiales, asistía a inauguraciones y cenas, sonreía cuando debía hacerlo.

Pero la máscara siempre se resquebrajaba cuando llovía.

Porque en esas noches grises, cuando el cielo parecía llorar junto con ella, Minjeong no podía evitar hacer lo que había jurado dejar atrás: pasaba por la vieja casa de Jimin.

El edificio seguía igual. La fachada con las macetas secas en el balcón, las cortinas beige que una vez eligieron juntas. Sabía que Jimin ya no vivía ahí, pero eso no importaba. Cada vez que pasaba frente a esa puerta, podía casi imaginarla al otro lado, con esa sonrisa tranquila y ese aroma a lavanda que siempre la envolvía.

A veces se detenía unos minutos más de lo debido.

Apretaba los dientes y se obligaba a seguir caminando, diciéndose que no importaba. Que no extrañaba.

Pero al llegar a casa, cuando la soledad volvía a abrazarla, siempre terminaba abriendo esa vieja caja de madera que aún guardaba al fondo de su armario. La había intentado esconder mil veces, como si ocultarla significara olvidar. Pero allí estaba, con los bordes desgastados y las cartas que Jimin le escribió aún dobladas con cuidado, impregnadas de un aroma casi ausente.

"Minjeong, el mundo es menos ruidoso cuando estoy contigo. ¿Recuerdas cuando dijiste que la lluvia era triste? Tal vez lo sea. Pero cuando estoy contigo, incluso la melancolía es hermosa."

Minjeong solía releer esas palabras hasta que sus ojos se volvían borrosos y las lágrimas comenzaban a caer. Pero luego se reprendía. Porque llorar no significaba extrañar. Solo era... nostalgia. Un reflejo del pasado. Nada más.

O al menos, eso se repetía hasta que podía dormir.

Jimin, por su parte, había aprendido a silenciar sus propios fantasmas.

Se convenció de que no extrañaba a Minjeong.

No extrañaba su forma de reír, ni esa manía de tomar fotos incluso en los momentos más simples, como cuando cocinaban juntas o cuando Jimin le leía a media voz bajo la lluvia. No extrañaba cómo se acurrucaba contra ella cada vez que veían películas viejas, ni la forma en que su simple presencia podía calmar cualquier tormenta interna.

No.

Jimin estaba bien. Había rehecho su vida.

Se lo repetía cuando llegaba a su apartamento vacío, donde las paredes estaban limpias, sin fotos, sin rastros de lo que alguna vez compartieron. La galería de arte seguía siendo su refugio. Los cuadros, los poemas escritos por otros, las esculturas que evocaban emociones intensas, le recordaban lo que ya no se permitía sentir.

Era mejor así.

Porque extrañar significaba debilidad.

Y ella no era débil.

Al menos, eso se decía... hasta que sin querer, encontraba esos pequeños fragmentos de Minjeong en todas partes.

Como cuando pasaba frente a la cafetería donde solían sentarse durante horas, compartiendo un solo café porque a Minjeong siempre le gustaba robar tragos del suyo. O cuando, sin darse cuenta, volvía a caminar por el parque donde solían perderse bajo la lluvia, sin paraguas, solo riendo y besándose como si el mundo se detuviera.

Jimin también guardaba cosas. Aunque fingiera haber dejado todo atrás, aún tenía esa libreta de cuero donde Minjeong solía escribirle versos. A veces, los leía de nuevo, con los dedos temblando al pasar las páginas:

"¿Sabes, Jimin?

Cuando me miras, siento que hasta la tristeza tiene un propósito.Que amar es un acto de valentía,y si es contigo, lo arriesgaría todo."

Pero Jimin ya no era valiente.

Así que cerraba el cuaderno, respiraba hondo y se repetía: "No es amor. Solo es nostalgia."

Porque era más fácil engañarse que admitir que, incluso después de tanto tiempo, seguía deseando que la lluvia las encontrara juntas.

Que aún dolía amar lo que ya no podía recuperar.

La lluvia seguía siendo ese eco persistente, un reflejo de lo que alguna vez fue.

Para Minjeong, cada gota que se deslizaba por los cristales de su ventana parecía marcar un recuerdo, una grieta más en esa coraza que tanto se esforzaba en mantener intacta. No podía negar que la tormenta siempre traía consigo el peso de lo que perdió. La imagen de Jimin volvía a ella de la forma más cruel: su silueta difusa entre el gris del cielo, la sonrisa que alguna vez iluminaba hasta los días más oscuros.

Y sin embargo, seguía diciéndose que no era amor.

Esa tarde, la lluvia se sentía más pesada que nunca. Las gotas golpeaban con insistencia contra el vidrio, y Minjeong no pudo evitar pensar que sonaban igual que las lágrimas cuando caen, suaves, casi imperceptibles... hasta que se vuelven incontrolables.

Decidió salir. Quizá para demostrarse que la lluvia no era nada más que agua. Que su tristeza no tenía rostro, ni nombre.

El viento salado la guió sin pensar, sus pies la llevaron hasta aquel camino junto al mar donde una vez habían caminado tomadas de la mano, descalzas, riendo bajo la tormenta como si la lluvia fuese un juego. En ese entonces, Jimin había dicho:

ㅡSi la lluvia puede lavarlo todo, ¿crees que también pueda borrar lo malo?

Pero no lo hizo. No pudo.

Minjeong se abrazó a sí misma mientras caminaba lentamente por la vía mojada, sintiendo cómo la humedad se adhería a su ropa, empapándola. Pero nada se comparaba con la humedad que sentía en el pecho, un peso que no se iba, una nostalgia que persistía como un susurro doloroso.

Cerró los ojos un instante, dejando que la brisa marina le golpeara el rostro, mezclándose con las gotas que ahora resbalaban por sus mejillas, pero no solo era la lluvia.

Y fue entonces cuando la vio.

A lo lejos, difusa entre la neblina y el gris del horizonte, estaba Jimin.

Se quedó inmóvil, incapaz de procesar si era real o solo una jugarreta de su memoria. Pero no. Era ella. Podía distinguirla incluso entre la niebla: ese abrigo beige que alguna vez compartieron, el cabello oscuro pegándosele a la piel, la forma en que se abrazaba los brazos, como si también estuviera luchando contra algo más que el frío.

El corazón de Minjeong dio un vuelco tan fuerte que casi pudo escuchar su eco entre las olas.

¿Jimin también la había visto?

Minjeong no podía saberlo. Pero allí estaban, separadas por la distancia, por el mar embravecido y los errores que habían cometido. Ambas empapadas, solitarias, rotas de maneras tan similares que dolía.

Jimin no se movió.

Minjeong tampoco.

Porque acercarse sería admitirlo todo.

Y ninguna estaba lista para eso.

La lluvia seguía cayendo, pesada, implacable, arrastrando consigo todo lo que nunca dijeron. Lo que nunca gritaron cuando aún había tiempo.

Minjeong apretó los labios, sintiendo las lágrimas mezclarse con las gotas saladas del mar.

¿Era eso lo que significaba extrañar?

Verla ahí, tan cerca y tan lejana al mismo tiempo. Recordar la forma en que Jimin solía decirle que todo iba a estar bien, incluso cuando no lo estaba.

Minjeong dio un paso atrás.

Porque dolía demasiado.

Porque quedarse significaría abrir esa herida que nunca terminó de sanar.

Pero antes de girarse, sus ojos se encontraron, aunque fuera solo por un instante. Un instante donde el mundo pareció detenerse, donde el viento y el mar quedaron en silencio.

Y Minjeong lo supo.

No era solo nostalgia. Nunca lo fue.

Jimin también lo supo.

Pero ninguna pronunció su nombre.

Y la lluvia siguió cayendo, arrastrando consigo lo que pudo ser... y lo que aún dolía ser.

Jimin fue la primera en moverse.

Con un gesto lento, casi vacilante, sacó de su bolso un paraguas negro. Lo abrió con un leve chasquido, y la tela oscura se extendió sobre su cabeza, protegiéndola de la lluvia que seguía cayendo en gruesas gotas, pesadas, implacables.

Minjeong lo observó todo con el pecho oprimido, sintiendo un frío aún más helado que el de la tormenta.

Jimin no la miró de nuevo.

Sus pasos resonaron suaves contra el pavimento mojado, alejándose con una calma que parecía ensayada, como si no doliera. Como si no importara. Como si no acabara de verla.

Pero Minjeong sabía que mentía.

Porque Jimin siempre usaba el paraguas cuando quería ocultarse.

Minjeong seguía ahí, quieta, con el agua empapando su rostro y su ropa, sin hacer nada. Ni un movimiento. Ni una palabra. Solo observando cómo Jimin se alejaba más y más, hasta convertirse en una silueta cada vez más difusa entre la bruma gris del mar.

¿Por qué no podía moverse?

Quiso llamarla.

Decir su nombre.

" Jimin. "

Pero la voz se quedó atascada en su garganta, ahogada bajo el peso del orgullo y el miedo. Porque si lo hacía, si se atrevía a detenerla, entonces tendría que enfrentar la verdad que tanto había negado.

Que aún la amaba.

Que siempre la había amado.

Pero Jimin ya no era suya.

Y Minjeong no podía ser egoísta.

El paraguas negro siguió alejándose, paso a paso.

Cada latido dolía más.

Quería correr tras ella, pero sus piernas no respondían. Sentía un nudo en la garganta tan fuerte que apenas podía respirar. La tormenta arreciaba, y las gotas caían con más fuerza, golpeándole los hombros, enredándose en su cabello.

Quizá así era mejor.

Jimin no volteó ni una sola vez.

Y Minjeong... solo se quedó allí.

Con el agua empapando su piel. Con las lágrimas confundidas entre la lluvia. Con los labios entreabiertos en un intento fallido de decir lo que llevaba tanto tiempo guardándose.

Pero ya era tarde.

Cuando Jimin desapareció por completo entre la niebla del horizonte, Minjeong sintió que algo dentro de ella se rompía de nuevo.

Un silencio ensordecedor la envolvió, tan solo interrumpido por el murmullo del mar y la lluvia.

Y entonces comprendió.

No importaba cuántas veces se mintiera a sí misma. No importaba cuánto tratara de convencer a su reflejo de que todo estaba superado.

Porque si ver a Jimin todavía dolía así, como un golpe al pecho, como un grito ahogado...

Entonces, no era nostalgia.

Era amor.

Y Minjeong ya no sabía si eso la hacía valiente o simplemente más rota.

Minjeong llegó a su apartamento empapada, temblando por el frío que se había adherido a su piel como un recordatorio persistente. El agua goteaba desde su cabello, deslizándose por su cuello y empapando la tela de su blusa, pero no hizo nada para cambiarse de inmediato.

Se quedó allí, de pie en la entrada, con las llaves aún en la mano, respirando de forma entrecortada. El eco de la puerta cerrándose a sus espaldas se sintió tan vacío como ella misma.

El agua formaba un pequeño charco a sus pies, pero no era solo la lluvia la que la hacía sentir tan pesada. Era la sensación de haber dejado ir algoㅡalguienㅡotra vez.

Sus dedos buscaron de forma casi automática el bolsillo de su abrigo, sacando un viejo pañuelo de tela arrugado, uno que alguna vez perteneció a Jimin. Manchado por el tiempo y con un borde deshilachado, pero aún con ese tenue rastro a lavanda que ya apenas podía percibirse.

Tembló, apretando el pañuelo contra su pecho.

El sabor metálico de la tristeza persistía en su garganta, punzante como una herida abierta.

Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Jimin se sentaba sola en un autobús casi vacío.

El paraguas aún goteaba a su lado, la tela empapada descansando contra el suelo mientras la tenue luz amarillenta de los faros se reflejaba en sus mejillas húmedas.

El reflejo en la ventana mostraba su rostro pálido, pero lo que más llamaba la atención era la forma en que apretaba los labios, como si retuviera algo que dolía.

Cerró los ojos un momento, exhalando con lentitud, pero el ardor seguía ahí, ese pinchazo agudo justo en el centro del pecho.

Su mano izquierda, aún temblorosa, se deslizó sobre la palma de la otra, donde la piel estaba irritada. Un leve rasguño, nada grave, pero la línea rojiza destacaba demasiado contra la blancura de su piel.

No dolía.

No tanto como lo que sentía por dentro.

El autobús avanzaba con lentitud, el sonido del motor mezclándose con el golpeteo de la lluvia contra los cristales. Gotas resbalaban como diminimos ríos, distorsionando las luces del exterior, igual que sus pensamientos, que se deshacían y reconstruían con cada imagen de Minjeong parada bajo la tormenta.

Minjeong, con los labios entreabiertos.

Minjeong, sin decir nada.

Minjeong, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.

Jimin tragó saliva, sintiendo cómo el nudo en su garganta se volvía aún más insoportable. Quiso convencerse de que no era nada, que lo que vio no significaba nada. Que la punzada en su pecho no era real.

Pero ahí estaba.

Justo como siempre.

El autobús se detuvo.

Jimin bajó sin abrir el paraguas esta vez, dejando que la lluvia la empapara por completo, casi como un castigo silencioso, casi como si el agua pudiera borrar el dolor que seguía sangrando, aunque no dejara marcas visibles.

Porque algunas heridas eran invisibles.

Y esas, dolían mucho más.

Jimin pasó el resto de la noche sentada en el borde de su cama, con el celular entre las manos y la pantalla apagada.

El cuarto estaba a oscuras, salvo por el parpadeo intermitente de las luces de los autos al pasar por la ventana. El eco de la lluvia seguía allí, golpeando con insistencia el cristal, y aunque ya no estaba empapada, el frío persistía, incrustado en su pecho.

¿Debía escribirle?

Era absurdo.

Habían pasado tanto tiempo separadas. Tantas palabras sin decir, tantos silencios llenando los espacios que antes estaban repletos de risas, caricias, amor.

Pero verla... verla bajo la tormenta había hecho algo dentro de ella quebrarse.

Jimin exhaló temblorosamente y, sin pensarlo más, desbloqueó el teléfono.

El chat con Minjeong estaba archivado.

Al abrirlo, el historial era breve, un intercambio de mensajes fríos y distantes de hacía meses. Casi doloroso de ver.

¿Por qué sigo haciendo esto?

Sus dedos temblaron sobre el teclado.

" Minjeong... "

Borró el mensaje.

Volvió a escribir.

" Lo siento si te incomodé hoy. No era mi intención. Quería decirte que... no sé. Solo quería verte. "

Leyó y releyó cada palabra. Quiso borrar la última frase. Parecía demasiado vulnerable. Pero no lo hizo.

Finalmente, presionó "enviar" y dejó caer el teléfono a su lado, cerrando los ojos como si acabara de cometer un error irreversible.

Al otro lado de la ciudad, Minjeong vio la notificación aparecer en su pantalla mientras se secaba el cabello frente al espejo.

El corazón le dio un vuelco al ver su nombre. Jimin.

Con los labios entreabiertos, dejó caer la toalla y tomó el celular con manos temblorosas. Leyó el mensaje una, dos veces.

Y la tormenta que había intentado calmar dentro de sí misma volvió a rugir.

Quiso responder inmediatamente. Quiso ignorarla.

Su cabeza gritaba no. Le recordaba cada discusión, cada lágrima, cada vez que se alejaron sin mirar atrás.

Pero su corazón...

Su corazón decía sí.

Decía si aún duele, es porque aún importa.

Antes de poder detenerse, sus dedos ya se movían.

Minjeong

" Esta bien. No me molestaste. Podemos hablar si quieres."


No lo pensó demasiado. Envió el mensaje y, durante los minutos siguientes, sostuvo el celular con fuerza, como si fuera una bomba a punto de explotar.

La respuesta no tardó.

Jimin

" ¿En el puente frente al mar? Mañana, al atardecer. "

Minjeong cerró los ojos.

Ese lugar.

El lugar donde solían sentarse juntas durante las tardes lluviosas, viendo las olas romper suavemente contra las rocas, intercambiando secretos y sueños.

Ese puente.

El mismo donde se prometieron no dejarse nunca.

El mismo donde todo se rompió.

El puente frente al mar seguía igual.

El cielo, cubierto por una capa gris, se reflejaba en las aguas tranquilas, y la brisa salada arrastraba el aroma de la lluvia que había caído esa tarde. El atardecer apenas se insinuaba, una franja dorada luchando por atravesar las nubes pesadas.

Jimin ya estaba allí cuando Minjeong llegó.

De pie junto a la barandilla de metal oxidado, con las manos en los bolsillos de su abrigo beige y el cabello castaño cayendo en suaves ondas sobre sus hombros.

Cuando sus miradas se encontraron, ninguna de las dos se movió al principio.

Solo se observaron.

Minjeong sintió ese mismo nudo en la garganta, el mismo que siempre aparecía cuando se cruzaban después de tanto tiempo. Porque Jimin estaba ahí, tan hermosa y tan distante, como si el tiempo no hubiera sido suficiente para borrar lo que sentían, pero sí para llenarlo todo de silencios incómodos.

Jimin fue la primera en romper la tensión con un suave susurro.

ㅡHola.

Minjeong se acercó lentamente.

ㅡHola.

Y luego nada.

El sonido de las olas rompiendo contra las rocas fue lo único que se escuchó por unos instantes. El viento agitaba sus cabellos y las mangas de sus abrigos, pero ellas seguían ahí, inmóviles, buscando las palabras correctas sin encontrarlas.

Finalmente, Jimin inhaló profundamente.

ㅡGracias por venir.

Minjeong asintió.

ㅡEstá bien...

Otra pausa. Otra eternidad.

Minjeong desvió la mirada hacia el horizonte, sintiendo cómo su pecho se apretaba con una fuerza sofocante. Y sin embargo, intentó sonar tranquila.

ㅡ¿Cómo... cómo has estado?

Jimin se encogió ligeramente de hombros.

ㅡBien. Lo mismo de siempre... trabajo, rutina. Nada especial.

Sus ojos se encontraron otra vez.

ㅡ¿Y tú?

Minjeong sonrió, pero fue una sonrisa rota.

ㅡIgual. Supongo que... bien.

La verdad era que ambas mentían.

Y lo sabían.

Pero no era tan sencillo decirlo. No después de tanto.

El viento sopló más fuerte, y Jimin cruzó los brazos, abrazándose a sí misma mientras su mirada volvía al mar.

ㅡA veces... pienso que te veo por ahí ㅡsusurró de repenteㅡ. Pero siempre es alguien más.

Minjeong cerró los ojos un segundo, tratando de calmar el temblor en sus manos.

ㅡYo... también.

Y ese "yo también" lo decía todo.

Lo que no estaban diciendo. Lo que ardía en sus pechos pero ninguna se atrevía a confesar.

Porque el amor seguía ahí. Persistente. Doloroso. Inquebrantable.

Minjeong tragó saliva, y entonces, con la voz tan suave que casi se la llevó el viento, se atrevió a preguntar:

ㅡJimin... ¿crees que... nosotras... podríamos volver a estar juntas?

El tiempo pareció detenerse.

Jimin se quedó inmóvil.

Los labios entreabiertos, las palabras atoradas en algún punto de su garganta.

Minjeong esperó.

Esperó.

Pero Jimin no dijo nada.

Solo se quedó en silencio, apretando los brazos contra su cuerpo, los ojos fijos en el horizonte, incapaz de mirar a Minjeong.

Y ese silencio lo dijo todo.

Minjeong sintió cómo algo se quebraba de nuevo, lento, inevitable.

Así que, al final, ella también guardó silencio.

El sonido de las olas llenó el espacio entre ellas, pesado y persistente, como si el mar pudiera absorber el peso de las palabras no dichas.

Jimin cerró los ojos un momento, respirando profundamente, como si reunir valor fuera lo más difícil que había hecho en mucho tiempo.

Finalmente, su voz rompió el silencio, apenas un murmullo entrecortado.

ㅡTal vez... en otro momento.

Minjeong frunció ligeramente el ceño, girando apenas el rostro hacia ella, pero Jimin seguía mirando al mar, incapaz de sostener su mirada.

ㅡEn otra vida... ㅡcontinuó con un amargo suspiroㅡ, o en otras circunstancias. Tal vez si fuéramos diferentes... si hubiéramos sabido cuidarnos.

Minjeong sintió ese nudo volver a apretarse en su garganta.

ㅡ¿Diferentes cómo?

Jimin dejó escapar una risa sin alegría.

ㅡMinjeong... nos hicimos tanto daño.

Al decirlo, por fin se atrevió a mirarla, y Minjeong pudo ver la tormenta reflejada en sus ojos oscuros.

ㅡÉramos dos niñas jugando a amar ㅡprosiguió, con un tono más suaveㅡ. Nos ahogamos en expectativas, en celos, en promesas que no sabíamos cumplir. Yo... yo no supe cómo amarte bien. Y tú tampoco supiste cómo amarme a mí.

El viento sopló más fuerte, arrastrando consigo la humedad salada y el aroma de la lluvia reciente.

Minjeong se quedó en silencio, apretando los labios, incapaz de refutarlo. Porque Jimin tenía razón.

Porque sus discusiones nunca fueron realmente sobre desamor. Eran el reflejo de dos personas demasiado rotas, demasiado testarudas, amándose de manera egoísta, sin saber cómo sostenerse sin romperse más.

Minjeong bajó la mirada al agua, observando cómo las olas rompían suavemente contra las rocas. Su reflejo distorsionado, al igual que el de Jimin, parecía tan distante, tan irreconocible.

ㅡPero aún así... ㅡsusurró, casi para sí mismaㅡ. Aún así, yo...

Jimin dio un paso más cerca. Lo suficiente para que el calor de su cuerpo se sintiera a través del frío.

ㅡMinjeong...

Su voz tembló.

Minjeong cerró los ojos, esperando.

Y entonces Jimin lo dijo.

Suavemente.

Sinceramente.

Como si esas palabras hubieran estado atrapadas en su pecho durante todo ese tiempo.

ㅡTe amo.

El viento pareció detenerse.

El mar se volvió un murmullo lejano.

Minjeong sintió su corazón romperse en mil pedazos.

Porque esas palabras significaban tanto.

Y al mismo tiempo, ya no eran suficientes.

Jimin dio un paso atrás.

ㅡTe amo ㅡrepitióㅡ. Pero eso no significa que sepamos cómo hacerlo bien.

Minjeong asintió, tragándose las lágrimas que quemaban sus ojos.

ㅡLo sé.

Y ese fue el mayor dolor.

Que se amaban.

Pero a veces, el amor no es suficiente.

El viento seguía soplando, arrastrando el aroma salado del mar y la humedad de la reciente tormenta. El atardecer empezaba a teñir el cielo con tonos naranjas y rosados, reflejándose en las aguas tranquilas, como si el mundo entero se vistiera de melancolía junto a ellas.

Minjeong no dijo nada. No podía.

Las palabras se atoraban en su garganta, junto a todas esas emociones que la ahogaban, que le apretaban el pecho de una forma que dolía. Todo lo que pudo hacer fue dar un paso hacia Jimin, lenta, temblorosamente, hasta que su frente quedó rozando el hombro de ella.

Y luego, se dejó caer.

Se recostó contra su hombro, rindiéndose al cansancio, al peso de todo lo que habían sido y ya no eran.

Jimin no dijo nada al principio, pero su cuerpo reaccionó antes que sus palabras. Su brazo se deslizó con delicadeza alrededor de la cintura de Minjeong, acercándola más, sosteniéndola como si fuera lo único que aún podía hacer bien.

El primer sollozo fue apenas audible.

El segundo, más fuerte.

Minjeong lloró. No de forma descontrolada, sino con esa tristeza callada que quiebra el alma, la que arrastra todo lo que no se pudo decir. Lágrimas tibias cayeron por sus mejillas, empapando la tela del abrigo de Jimin.

Jimin no hizo preguntas.

Solo alzó una mano temblorosa y, con la ternura que nunca dejó de existir entre ellas, limpió las lágrimas de Minjeong con la yema de los dedos.

ㅡShh... ㅡsusurró, apenas audible, como si temiera romperse a sí mismaㅡ. No llores, Minjeong.

Pero ambas sabían que esas palabras eran inútiles.

ㅡTe amo ㅡrepitió Jimin, inclinando su rostro para que sus frentes casi se rozaranㅡ. Te amo con todo lo que soy. Y algún día... algún día vamos a estar bien.

Minjeong cerró los ojos, dejando que su respiración temblorosa se mezclara con la de Jimin.

ㅡ¿De verdad lo crees?

Jimin asintió, su pulgar acariciando suavemente su mejilla.

ㅡSí. Pero primero... primero tenemos que aprender. Aprender a no lastimarnos, a dejar de ser tan orgullosas. A amar bien.

Sus palabras fueron un susurro cálido, un bálsamo que dolía y aliviaba al mismo tiempo.

Minjeong asintió levemente, aunque el nudo en su garganta no desapareció. Y entonces, con la voz tan quebrada que apenas pudo decirlo, susurró:

ㅡJimin... ¿me darías... un último beso?

El tiempo pareció detenerse.

Jimin la miró. Sus ojos oscuros reflejaban la misma tristeza, la misma necesidad de que ese momento durara para siempre, aún sabiendo que no podía.

No dijo nada. Solo inclinó el rostro.

Sus labios se encontraron con suavidad.

Fue un beso lento, triste. Un beso que decía todo lo que no se atrevieron a decir con palabras. Un beso lleno de amor, de despedida, de promesas rotas y esperanzas que aún se aferraban al futuro.

El atardecer pintaba sus rostros con tonos dorados, reflejándose en las lágrimas de Minjeong, que siguieron cayendo incluso cuando el beso terminó.

Jimin apoyó su frente contra la de ella, respirando juntas, sin moverse, sin soltarse aún.

Porque sabían que era el final.

Pero no el olvido.

Tal vez, con el tiempo, Minjeong dejaría de recordar a Jimin en los días lluviosos, donde la nostalgia y la tristeza la ahogaban.

Tal vez, ahora, la recordaría en los días soleados.

En los atardeceres cálidos, tan hermosos como ella.

Y ese pensamiento... aunque dolía, era suficiente.

El atardecer seguía tiñendo el cielo con pinceladas de ámbar y carmesí, reflejándose en las aguas tranquilas que lamían la costa. El viento había perdido fuerza, susurrando apenas entre los cabellos de Minjeong y Jimin, como si la propia naturaleza supiera que no debía interrumpir aquel instante frágil.

El beso terminó, pero ambas se quedaron ahí, con las frentes apoyadas, compartiendo un silencio que decía más que cualquier palabra. Minjeong podía sentir el temblor en la respiración de Jimin, la forma en la que sus dedos aún rozaban suavemente su mejilla, como si temiera soltarla por completo.

Pero lo haría. Ambas lo sabían.

Minjeong cerró los ojos un momento, queriendo guardar aquella sensación en su memoria. El calor del cuerpo de Jimin tan cerca. La ternura de su toque. El sabor amargo del adiós aún presente en sus labios.

Porque eso era lo que estaban haciendo, ¿verdad?

Despidiéndose.

Y sin embargo, el amor seguía ahí, suspendido entre ellas, latente, imposible de ignorar.

ㅡ¿Crees que algún día... de verdad podamos encontrarnos de nuevo? ㅡsusurró Minjeong, con la voz rota, como si temiera la respuesta.

Jimin se separó solo lo suficiente para mirarla, los ojos oscuros brillando bajo la luz dorada.

ㅡQuiero creerlo ㅡrespondió, con la sinceridad temblorosa de quien también estaba asustadaㅡ. Pero no ahora, Minjeong. No mientras sigamos siendo... así.

Minjeong asintió con dificultad, mordiendo su labio para contener las lágrimas que seguían acumulándose en sus ojos.

Porque dolía.

Dolía saberse tan cerca, tan enamoradas, y aun así tan rotas.

ㅡPrometimos que seríamos todo la una para la otra ㅡsusurró Minjeong, más para sí misma que para Jiminㅡ. Que no dejaríamos que nada nos separara.

Jimin tragó saliva, su propia voz quebrándose al responder.

ㅡPrometimos muchas cosas que no sabíamos cómo cumplir.

Minjeong sintió un escalofrío recorrer su espalda. Porque era cierto.

Habían prometido amor eterno en noches donde todo parecía perfecto. Habían dicho "siempre" con la misma facilidad con la que habían dejado que sus peleas se convirtieran en gritos, en lágrimas, en ausencias prolongadas.

Amarse no había sido el problema.

El problema fue no saber cómo.

El viento volvió a soplar, un poco más frío, trayendo consigo el olor del mar y el eco de lo que ya no serían.

Jimin fue la primera en moverse.

Soltó el rostro de Minjeong con una delicadeza casi dolorosa, como quien deja ir algo precioso y frágil, y retrocedió un paso, creando ese espacio entre ellas que se sintió como un abismo.

Minjeong quiso aferrarse, quiso decirle que no se fuera, que podían intentarlo una vez más. Pero las palabras murieron en su garganta. Porque en el fondo sabía la verdad.

ㅡCuídate, Minjeong ㅡsusurró Jimin finalmente, con la voz ahogada en un hiloㅡ. Te amo. Te voy a amar... siempre.

Minjeong asintió.

ㅡYo también.

No hubo más palabras.

Solo miradas.

El sol comenzó a esconderse lentamente, y entre los últimos destellos dorados, Jimin se dio la vuelta.

Minjeong la observó alejarse, sus pasos firmes pero lentos, como si cada uno pesara tanto como el dolor en su pecho.

Y ahí, sola, frente al mar, Minjeong se dio cuenta de algo.

Que tal vez ya no iba a recordar a Jimin en los días lluviosos.

Tal vez, con el tiempo, su memoria dejaría de asociar las tormentas con su ausencia, con la nostalgia de lo que fueron.

Porque ahora, en ese preciso momento, la imagen de Jimin, con su cabello iluminado por el sol poniente y la brisa marina enredándose en su abrigo, se grababa de otra forma.

Ahora la recordaría en los días soleados.

En los atardeceres cálidos y hermosos.

En esos momentos de luz efímera, cuando el cielo parece arder antes de oscurecerse.

Igual que ella.

Tan hermosa.

Tan inolvidable.

Tan imposible de retener.

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