𓂃 distant past

   

     Un quejido escapó de sus labios al sentir el suelo rocoso golpear su cuerpo. Sus manos se encontraban atadas detrás de su espalda, al igual que sus pies.

Los pasos de sus secuestradores eran todo lo que oía, sumado a la llovía torrencial que azotaba la zona.

—Esto nos atrasará un día como mínimo —refunfuño uno de ellos, notando el eco que sus palabras producían.

—No importa —musito el otro—, Nos haremos ricos con ella —aquello la hizo apretar los labios.

Mentiría si dijera que no estaba asustada, la habían tomado con la guardia baja cuando inyectaron un paralizante en su cuello al entrar en su hogar esa noche.

No esperaba ser rescatada, pues solo contaba con su abuela y su pequeño hermano, quienes serían incapaces de ir en su ayuda por obvias razones. Su única opción era esperar pacientemente una oportunidad.

Aunque sus otros sentidos se encontraban adormilados por culpa de la droga que aún seguía en su sistema, trataría de mantener la esperanza.

—¿No podemos divertirnos con ella? —su cuerpo se contrajo ante la pregunta de uno de los hombres que la mantenían cautiva.

Escuchó los truenos del cielo provocando otros ecos en el lugar, aumentado su miedo.

—Aun está drogada, será dócil —afirmó el contrario.

Su cuerpo se tensó ante el contacto de una mano ajena recorriendo su cuerpo sin pudor.

—No...no... —balbuceó—. ¡No!

Un chirrido parecido al de un rayo resonó en la cueva donde se hallaban ocultos de la lluvia, al mismo tiempo en que el toque de su secuestrador se detuvo.

Dos golpes secos se escucharon, al igual que sintió como la fuerza vital de sus agresores se desvanecía.

Intentó incorporarse como pudo, girando su rostro al punto en dónde otra presencia de vida se mantenía de pie. Su chakra y su alma parecían perturbadas con la maldad y el odio, como si de un niño al que le habían quitado lo que más quería se tratará.

Fue entonces que supo que no era alguien malo.

—Gracias... —susurró en hilo de voz.

Pero su aparente salvador no respondió, solo se limitó a cortar sus ataduras antes de marcharse, dejándola sola en esa cueva.

  

    Parpadeó, tomándose un minuto antes de procesar aquel recuerdo de un pasado algo alejado de su presente.

Un recuerdo de cuando tenía quince años y la guerra todavía persistía en el mundo ninja. Ahora, a casi dos años después de la cuarta guerra que movió al mundo, su vida pintada a ser pacífica.

Aunque todavía quedaban en algunos lugares gente corrompida por la codicia, que tarde o temprano serían castigadas por sus crímenes.

La aldea donde vivía no era la excepción, pero todo lo que necesitaba era a su hermano menor y a su amorosa abuela.

Se incorporó en el futón, tenía muchas cosas por hacer.
Un huésped había llegado el día de ayer y su abuela había salido en una emergencia, dejándola a cargo de la posada.

Tarea que no era un reto para ella, conocía perfectamente cada centímetro del lugar, pese a su ya sabida discapacidad visual.

—¡Yue! —la puerta corrediza de su habitación se abrió—. ¡Buenos días!

Además de que contaba con la ayuda de su pequeño asistente.

—Buenos días, Shun —sonrio en dirección al ruido.

Los torpes pasos matutinos de su hermano se detuvieron hasta estar frente a ella.

—Sasuke salió apenas salió el sol.

—¿Qué te he dicho de espiar a los huéspedes?

—Es que es muy misterioso, su cabello negro ocultando un ojo y esa ropa desgastada —enumeró, frunciendo el ceño y revolviendo su cabello queriendo imitar al azabache—. Es guapo, pero misterioso.

—Shun.

—Bien, me calló.

—Te quiero mucho, pero eres un parlanchín —rio, tanteando la mejilla del menor—. Vamos, ayúdame a preparar el desayuno.

—¡Yo cortó las verduras! —asintió, ayudando a su hermana a levantarse.

—Por supuesto.

   Cuando amaneció, Sasuke decidió recorrer la aldea. Buscando información y observando a toda persona que se cruzará en su camino.

Shun había sido poco específico al describir a los malhechores, pero eso no era nada que no pudiera compensar con su basto conocimiento para recolectar información.

Ese había sido su exámen escrito en la academia.

Sus comisuras se elevaron levemente ante el recuerdo.

—Oh, eres el forastero de ayer —lo detuvo el joven del día anterior—. ¿Shun no te ha causado problemas?

—No —negó.

Solo le había dado un trabajo sin saberlo.

—Es bueno escuchar eso —se frotó la barbilla—. Ese niño es un revoltoso, pero es precavido y muy astuto.

Sasuke parpadeó, la imágen del Uzumaki llegó a su mente y eso lo hizo reír.

El jóven lo miro con ambas cejas elevadas, preguntándose si había soltado algo gracioso.

—Disculpa, solo recordé a un viejo amigo con esas características —se excusó.

—¿También te sacaba canas verdes?

—De todos los colores.

Fue el turno del desconocido para reír, su carcajada llamo la atención de los transeúntes y Sasuke dió por finalizada su tarea ese día. Su misión era pasar desapercibido, no armar un circo.

Pero antes de despedirse y regresar a la posada, unos sujetos con capas verdes se plantaron a su lado. Mirando al jóven con un semblante que podría intimidar a cualquiera, pero no a él.

—El Gran Señor solicita tu presencia, Daiki —dijo uno, con voz áspera.

Le nombrado Daiki dió un paso atrás.

—Tienes que acompañarnos —sonrió el otro de cabellos rubios—. No haz cumplido con las cuotas.

—Son injustas —se encogió de hombros, dirigiéndole una corta mirada al Uchiha.

Sasuke sabía que no podía seguir llamando la atención si quería quedarse por un tiempo hasta destapar lo que aquella aldea estaba obligada a esconder.

—Son órdenes —murmuró el primero, alzando su brazo y permitiéndole al azabache mirar la katana que se resguardaba bajo la capa—. Tu y los ancianos son los que más se quejan, pero la mayoría ya terminó por aceptarlo.

—¿Tenemos de otra acaso? —suspiró el chico—. Ningún loco está dispuesto a comprarme el pescado al precio que tu Gran Señor exige, por muy alejados que estemos del puerto más cercano.

—Ese es tu problema.

—Malditos capas verdes —dijo entre dientes antes desenganchar dos bolsas del cinturón que se hallaba en su cintura.

Una la arrojó hacia las manos del de aspecto intimidante, y la otra se la tendió a Sasuke.

—Esto es para Tamashī-san —el rubio rio, ganándose una mala mirada de Daiki.

—No pagas tus cuotas pero eres muy caritativo con esa anciana —soltó, comenzando a avanzar lejos de ellos—. Vamos, Tekoh. El Gran Señor estará conforme con esto, por ahora.

El susodicho asintió, dejando al par de jóvenes atrás.

—¿Puedo pedirte un favor? —el azabache tomo la bolsa, esperando a que Daiki continuara—. Pasarán por la posada más tarde, Shun puede causar problemas...Tu entiendes.

—Si.

—Gracias.

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