𝟬𝟲 𝘚𝘛𝘈𝘠 𝘞𝘐𝘛𝘏 𝘠𝘖𝘜𝘙 𝘛𝘖𝘕𝘎𝘜𝘌

an. ، stay with your tongue⸺six ⎰chapter . by cardkgan𓆩﹙𝚠𝚛𝚒𝚝𝚝𝚎𝚗 𝚋𝚢 ┈ 𝚝𝚒𝚗𝚊 𓏲﹚


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Los rumores del regreso de la princesa Rhaenyra a la Fortaleza Roja se extendían por los pasillos como fuego en campo seco. Daella Targaryen, al igual que muchos otros, había escuchado la noticia. No obstante, a diferencia de su madre y hermanos, el regreso de su media hermana no le provocaba ni rabia ni rencor. En ella surgía una curiosidad casi silenciosa, escondida detrás de la cortesía y la compostura que se esperaba de la hija de Alicent Hightower.

La mañana había comenzado con el típico caos que su hermano Aegon causaba. Su madre, enfurecida, había irrumpido en su habitación al descubrirlo borracho y desnudo en la cama, con un eco de rumores de que se había sobrepasado con una sirvienta. Mientras la reina lo reprendía con dureza, Daella había optado por retirarse. La tensión siempre flotaba en el aire cuando se trataba de los problemas de Aegon.

Ahora, caminaba por los amplios y fríos pasillos de la Fortaleza Roja, sus pensamientos vagaban lejos de las preocupaciones cotidianas. Su vestido, un delicado brocado en tonos marfil y plateados, se ceñía a su cuerpo, acentuando la esbeltez de su cintura y la gracia con la que se movía. Los cabellos platinados, largos y ondulados, caían por su espalda, reflejando la luz de las antorchas con un suave brillo. A sus dieciocho años, había dejado atrás la niña que solía ser. Los ojos de los hombres, y algunos más jóvenes, se posaban sobre ella con admiración y deseo. Pero Daella siempre había sido más que su belleza, y aunque estaba consciente de la atención que generaba, sus pensamientos estaban muy lejos de los hombres de la corte.

Lo que ocupaba su mente en ese momento eran los hijos de Rhaenyra. ¿Cómo habrían crecido? La última vez que los vio, eran apenas unos niños. Jacaerys, su sobrino, ya no sería aquel muchacho con el que compartía risas y juegos en los jardines de la Fortaleza Roja. Había pasado tanto tiempo desde que sus familias se habían distanciado, desde la noche que cambió todo, cuando Aemond perdió un ojo por culpa de Lucerys. Desde entonces, el muro entre ellos se había fortalecido, y a pesar de ello, en algún rincón de su corazón, Daella no podía evitar preguntarse qué había sido de Jacaerys.

Siguió caminando, sus pensamientos enredados en recuerdos, sin saber que la princesa Rhaenyra ya había llegado. Su nuevo esposo, Daemon Targaryen, y sus hijos ya estaban explorando el castillo, familiarizándose nuevamente con su antiguo hogar. Mientras tanto, Jacaerys y Lucerys caminaban juntos por los patios de entrenamiento, observando a los hombres en sus prácticas con espadas, donde su tío Aemond entrenaba con la destreza fría que siempre lo había caracterizado.

Jacaerys se detuvo al notar algo en la distancia. Entre las sombras de un corredor lateral, una figura femenina caminaba con gracia. La luz del sol reflejaba en una larga cabellera plateada, que se movía suavemente con cada paso. Al principio, pensó que podría ser su madre, pero la silueta era más delgada, más joven. El corazón de Jacaerys dio un pequeño vuelco. ¿Era ella? La última vez que vio a Daella, aún era una niña. Ahora, si aquella figura era quien él creía, había crecido, convirtiéndose en una mujer cuyo porte resultaba casi desconocido para él.

Por un momento, se quedó inmóvil, con los ojos fijos en la distancia, debatiéndose entre la duda y la certeza. Algo en su interior lo instaba a acercarse, pero entonces una ligera frialdad se apoderó de sus pensamientos. Los años le habían enseñado que los lazos que antes compartían podían haberse desvanecido, o peor, haberse torcido en algo más peligroso. No podía estar seguro de lo que Daella era ahora, después de haber crecido bajo el mismo techo que Aegon y Aemond. Tal vez ella también compartiera la crueldad y el desdén que sus hermanos demostraban tan fácilmente. No podía permitirse arriesgarse a mostrarse demasiado accesible.

Lucerys lo llamó desde atrás, rompiendo el hilo de sus pensamientos. Jacaerys se giró hacia su hermano, fingiendo interés en lo que decía, aunque su mente seguía dividida. Aquella figura... podría haber sido su tía, la misma niña con la que compartió juegos. Pero hasta que supiera más, mantendría una distancia prudente, sin permitirse pensar demasiado en lo que fue. Y si en algún momento se cruzaban de nuevo, sería cuidadoso. No podía confiar ciegamente en nadie.

Mientras tanto, Daella, ajena a la mirada de su sobrino, continuaba su paseo. Había llegado a una de las terrazas, donde la vista del mar se extendía hacia el horizonte. Respiró profundo, intentando calmar la extraña sensación que la acompañaba desde la mañana. Quizás ya habían llegado. Quizás, en algún rincón de la Fortaleza Roja, Jacaerys ya estaba allí, y el pensamiento no la abandonaba.

La noche cayó sobre la Fortaleza Roja envuelta en un manto de tormenta. Los truenos retumbaban en la distancia, y el viento azotaba las ventanas de piedra, haciendo que el castillo se estremeciera. Las ráfagas de lluvia eran constantes, como un tamborileo contra las paredes, y llenaban el aire con una sensación de inquietud. Daella solía encontrar un extraño consuelo en la lluvia, en el suave murmullo que la adormecía. Pero esta noche era diferente; los truenos eran demasiado fuertes y, lejos de serenarla, despertaban un insomnio latente, una inquietud que no la dejaba en paz.

Se había levantado de la cama tras un rato de dar vueltas, sin lograr encontrar el sueño. La luz tenue de una vela iluminaba su habitación, proyectando sombras que danzaban en las paredes. Daella tomó una capa ligera y se la echó sobre los hombros, el único abrigo que llevaba sobre su camisón. La prenda, de seda blanca, era larga y simple, cayendo hasta el suelo con un corte delicado y mangas amplias que acariciaban sus brazos. Al moverse, el camisón se ceñía a su figura, destacando su esbeltez y haciendo que pareciera casi etérea bajo la luz suave.

Decidió salir, con la esperanza de que los pasillos frescos y solitarios la ayudasen a encontrar algo de paz. Sus pies descalzos apenas hacían ruido contra el suelo de piedra, y su cabello dorado estaba suelto, cayendo sobre sus hombros como un río de luz tenue, aún más dorado bajo el reflejo de la vela. El castillo parecía un laberinto de sombras y ecos, pero Daella conocía cada recoveco, cada rincón, como si formara parte de ella.

Caminaba despacio, sus pensamientos flotando entre la tormenta y la extraña sensación de que algo había cambiado esa noche. Tal vez era el regreso de Rhaenyra y sus hijos, o quizá era una inquietud más profunda, una que ni ella podía poner en palabras. De repente, al doblar una esquina, se detuvo en seco.

A unos metros de distancia, en un pasillo ligeramente iluminado por la luz tenue de las antorchas, estaba la figura de una mujer. Al principio, Daella pensó que era alguien del servicio, alguna sirvienta que, como ella, había decidido dar un paseo a deshoras. Pero en cuanto la figura se volvió, la sorpresa fue inmediata. Era Rhaenyra.

Rhaenyra estaba allí, de pie en la penumbra, con una expresión que no había visto en ella antes. Su rostro estaba pálido y sus ojos enrojecidos, como si hubiera llorado hasta que las lágrimas se agotaran. No llevaba puesta ninguna prenda lujosa, sino un simple camisón de lino blanco que caía suavemente sobre su cuerpo, dándole un aire vulnerable que no le era habitual. Su cabello, suelto y algo desordenado, parecía aún más plateado bajo la escasa luz, casi como si destellara en la oscuridad.

Daella se quedó inmóvil, observándola en silencio. La visión de su media hermana, tan distinta de la mujer altiva y decidida que recordaba, despertó en ella una mezcla de emociones. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron, que la imagen de la Rhaenyra que recordaba estaba teñida de la visión de su madre y hermanos: una amenaza, alguien que pertenecía a una familia enemiga. Pero en ese instante, frente a ella, no había ninguna enemiga, solo una mujer rota, una madre, que parecía haberse despojado de cualquier fachada de fuerza.

Rhaenyra también la observó, sus ojos mostrando una sorpresa contenida. Daella ya no era la niña que recordaba; ahora, había crecido, convirtiéndose en una joven de porte elegante y mirada profunda. La curiosidad en el rostro de Daella era inconfundible, una mezcla de cautela y una leve compasión que parecía romper el hielo entre ambas. Y, por primera vez en mucho tiempo, Rhaenyra se encontró sin palabras. Aquella niña que un día le parecía tan distante ahora era una mujer, tan parecida en su belleza y elegancia a su madre, y, al mismo tiempo, con una suavidad que le recordaba los días de su propia juventud, antes de que todo se convirtiera en intrigas y batallas de lealtades.

Daella dio un paso hacia adelante, con un tono bajo y casi susurrante, como si temiera romper el hechizo de aquella quietud.

⸻No esperaba verla...princesa.⸻Se atrevió a hablar tras unos segundos de silencio, sintiendo cómo las palabras parecían tener un peso extraño.

Rhaenyra la miró, y en sus ojos apareció un destello de dolor y nostalgia, un indicio de lo que había perdido a lo largo de los años. Pero no dijo nada de inmediato; en cambio, respiró profundamente, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas. Quizá tampoco estaba segura de cómo abordar a la joven frente a ella.

⸻Tampoco yo, princesa.⸻respondió Rhaenyra finalmente, con una voz algo quebrada. Su mirada se suavizó por un instante, y un atisbo de sonrisa apareció en sus labios.⸻Has cambiado tanto.

Ambas quedaron en silencio, estudiándose mutuamente, como si cada una intentara desentrañar lo que la otra había vivido en su ausencia. Daella sintió una mezcla de pena y respeto al ver a Rhaenyra así, tan distinta de la imagen que su madre y hermanos habían construido a lo largo de los años. Sin embargo, algo en su corazón le decía que quería conocer más, entender la verdad que escondía aquella expresión de vulnerabilidad.

Finalmente, Rhaenyra apartó la mirada, dirigiéndola hacia la ventana, donde la tormenta seguía rugiendo en el exterior.

⸻La Fortaleza Roja guarda demasiados recuerdos...⸻murmuró, casi para sí misma, como si esos recuerdos fueran tanto de la vida que alguna vez tuvo allí como de las pérdidas que había acumulado.

Mientras la tormenta continuaba, Rhaenyra desvió la mirada hacia el suelo, como si intentara reprimir algún pensamiento doloroso. El peso en sus ojos enrojecidos y su expresión devastada delataban que algo había ocurrido recientemente, algo que la había dejado desgastada y frágil. Daella no sabía de dónde venía Rhaenyra a esas horas, pero probablemente era debido al estado de salud del rey, su padre, que empeoraba cada día. Quizá, pensó, Rhaenyra había ido a verlo en esa silenciosa oscuridad, buscando un consuelo o alguna esperanza que la resguardara de la tormenta que se avecinaba en la corte.

Rhaenyra, envuelta en ese dolor reciente y en la tensión de la noche, simplemente cerró los ojos por un momento, dejando que el peso de sus pensamientos descansara. Daella observó ese gesto, sintiendo que su media hermana estaba más distante y, a la vez, más vulnerable que nunca.

Daella, impulsada por un instinto que no podía explicar, dio un paso más, acercándose a ella.

—La encuentro muy desorientada al regresar... ⸻trato de encontrar las palabras correctas a continuar⸻ Puedo ofrecerle mi compañía, el insomnio suele apoderarse en mi en este tipo de noches, después de todo.⸻ con una voz suave finalizo, en sus ojos se reflejaba una honestidad genuina, despojada de rencores o juicios.

Rhaenyra la miró, sorprendida. La oferta era inesperada, pero en ese momento, bajo el peso de la tormenta y de las sombras del pasado, la presencia de Daella parecía ofrecer un consuelo inesperado. Ambas hermanas permanecieron en silencio, sin más palabras que las que sobraban, mientras la tormenta continuaba, como si el mundo exterior quedara reducido a un eco lejano.

A la mañana siguiente, los primeros rayos del sol luchaban por abrirse paso entre las densas nubes que la tormenta había dejado atrás. La Fortaleza Roja despertaba lentamente, con el eco de la noche anterior aún resonando en los pasillos, como un murmullo lejano que dejaba entrever la tensión latente en el aire.

Daella se despertó con la sensación de que aquella noche había marcado algo en ella, un cambio sutil que no terminaba de comprender. Recordaba la figura de Rhaenyra en la penumbra, su fragilidad y esa sensación de desarraigo que parecía rodearla. Aquella imagen la acompañó mientras se preparaba para el día, como si llevara consigo el eco de la vulnerabilidad que había vislumbrado en su media hermana.

Mientras tanto, en la sala del trono, los preparativos ya estaban en marcha para la audiencia que tendría lugar más tarde. L sucesión de Driftmark. La Reina Alicent había ordenado que sus hijos se presentaran junto a ella, y la presencia de Rhaenyra y sus hijos había creado una expectación que ninguno de los presentes podía ignorar.

Daella, vestida en un elegante atuendo color marfil que contrastaba con su piel clara, envuelta en detalles de pequeñas flores rosadas en el largo del vestido. se unió a su madre en uno de los balcones internos, desde donde podían observar la sala del trono en preparación. Notaba la tensión en los hombros de Alicent, una tensión que se había vuelto común cada vez que el tema de la sucesión o la legitimidad de los herederos de Rhaenyra salía a la luz.

Daella, consciente de que aún tenía unos minutos antes de tener que presentarse oficialmente, decidió aprovechar el tiempo para visitar a su dragón, Whitefyre.Sabía que montarlo en ese momento significaría arruinar el elegante vestido que llevaba, pero aun así deseaba ver a su compañero alado, encontrar algo de calma en su presencia. Al llegar, Whitefyre la recibió con un ronroneo profundo, inclinando la cabeza hacia ella. Daella acarició sus escamas perladas, olvidándose por un momento de la corte y del nerviosismo que solía acompañar esos eventos.

⸻Hoy no puedo montarte, pero necesitaba verte. Skorkydoso nykeā mērī? ﹙Cómo estás, amigo mío?﹚

Whitefyre cerró los ojos, como si entendiera, inclinando la cabeza hacia ella, Daella disfruto de la calidez qué su dragón le brindaba. Whitefyre era imponente, incluso entre los dragones de su edad. Sus escamas tenían un tono perlado, con destellos de blanco y plata que reflejaban la luz como si estuviera envuelto en un manto de estrellas. Su tamaño, casi desproporcionado, hacía que pareciera ya adulto, aunque aún le faltaban algunos años para alcanzar la madurez completa. Su cuello, largo y poderoso, se arqueaba con elegancia, mientras sus alas, enormes y casi translúcidas, se extendían como velas en reposo a ambos lados de su cuerpo, capaces de crear sombras amplias cuando se desplegaban.

Sus ojos, rosados, observaban a Daella de la misma manera que lo hacia cuando ambos eran considerados pequeños, con un toque de inteligencia y lealtad, mientras su cabeza descendía hacia ella en un gesto de familiaridad. Las garras de Whitefyre eran largas y afiladas, y el sonido de sus respiraciones profundas resonaba como el eco de una tormenta lejana.

Mientras Daella se perdía en la calma que le brindaba la presencia de su dragón, sintió un movimiento detrás de él. Al girarse, encontró a Ser Edric, el hombre con el que habia compartido momentos en su infancia, quien se había acercado sin que ella lo notara. Su rostro mostraba una expresión relajada, pero sus ojos reflejaban una chispa de sorpresa y admiración.

⸻No puedo creer lo grande que ha crecido Whitefyre. ⸻dijo Edric, cruzando los brazos mientras observaba al dragón⸻. Parece que ya podría volar lejos de Desembarco del Rey sin mirar atrás.

Daella sonrió, notando la manera en que él la miraba con un destello de nostalgia.

⸻Lo sé. A veces, creo que está más allá de mi control. Pero siempre regresa, como tú.

La sonrisa de Edric se amplió, y el ambiente entre ellos se tornó un poco más denso, como si las palabras no dichas flotaran en el aire.

⸻¿Te acuerdas cuando te escabullías en la fosa de dragones? Te temía un poco, pero no podía dejar que lo hicieras sola.

—Por supuesto. Siempre estabas allí, cuidando de mí, incluso cuando no era más que una niña traviesa. ⸻La risa de Daella se desvaneció al mirarlo a los ojos⸻. Pero ahora no soy una niña, Edric.

Él se quedó en silencio por un momento, observándola con intensidad. La tensión se podía sentir, aunque ambos intentaron mantener la conversación ligera.

⸻Eres más que eso. ⸻respondió, un poco más serio⸻. La belleza de una princesa que se convierte en mujer puede ser... asombrosa.

Daella notó la forma en que su mirada se detenía en ella, y un ligero rubor se apoderó de sus mejillas, consciente de que su amistad había cambiado. A pesar de los juegos de palabras y la ligereza, había una profundidad que ambos parecían eludir.

⸻A veces me pregunto si Whitefyre se siente tan atrapado como yo, entre las expectativas y las realidades del castillo ⸻dijo Daella, buscando desviar la tensión, aunque su voz contenía una sinceridad que revelaba su vulnerabilidad.

Edric asintió, entendiendo la referencia más allá de las palabras.

⸻Siempre te has preguntado lo mismo, Daella. ⸻respondió, con una chispa de complicidad en su voz.

En ese momento, mientras compartían una risa y un silencio cargado de significado, Daella sintió que el aire entre ellos había cambiado, dejando un eco de preguntas sin respuesta que resonaría en su mente mucho después de que Edric se alejara.

Sin embargo, al ver cómo la luz del sol avanzaba en el cielo, recordó que el juicio estaba por comenzar.

⸻¿No deberías estar en...?

⸻Por lo dioses, ¡Si!⸻interrumpió la duda del guardián de los dragones, tras darle una última caricia, dejó a Whitefyre a cargo de el y salió rápidamente hacia la sala del trono, tomando de su largo vestido y escuchando a lo lejos, la risa proveniente de Edric.

Se apresuro hacia la sala del trono, temiendo de que su llegada sea inapropiada. Al doblar hacia la izquierda, identifico a los tipicos guardias que solian proteger la entrada, y al llegar, las imponentes puertas se abrieron ante ella, y uno de los guardias, con una sonrisa cómplice, le susurró.

⸻Mi princesa, llega tarde.

Daella le dedicó una mirada amistosa y una sonrisa, dejando que su cercanía con los guardias y sirvientes, un reflejo de su calidez, se notara una vez más. Era querida por muchos en el castillo, y su carácter amable la distinguía entre la nobleza.

La platinada se río con suavidad antes de responder, a la vez que aplastaba con sus manos su vestido en caso de que este arrugado.

⸻¿A quien más esperarían sino a mi?

Entró en la sala del trono con pasos cuidadosos, buscando a su familia. Los encontró de inmediato: sus hermanos junto a su madre, alineados como un escuadrón de protectores, sus miradas fijas en el frente. Alicent le dirigió una mirada reprobatoria al verla llegar tarde, pero Daella, un tanto avergonzada pero decidida a no demostrarlo, sonrió para suavizar la situación. Después de todo, aún no habían comenzado. Con un aire alegre, avanzó con energía hacia ellos, aprovechando esos últimos segundos de calma antes de que diera inicio la tormenta que todos sabían se avecinaba en la corte.

Alicent la miró con un toque de desaprobación evidente, y antes de que pudiera decir algo, Daella sonrió con una mezcla de inocencia y encanto.

⸻Lo siento, madre ⸻susurró al acercarse⸻. Solo me distraje unos minutos.

A lo lejos, Rhaenyra y Daemon ingresaron en la sala con sus hijos a su lado, formando un contraste casi irreal con la fría solemnidad de la Fortaleza Roja. Jacaerys caminaba al frente, y aunque su expresión era firme, Daella alcanzó a notar el ligero nerviosismo en sus ojos, un detalle que cualquiera podría haber pasado por alto. Sus miradas se cruzaron apenas por un instante, pero fue suficiente para que Daella sintiera un escalofrío que le recorrió la espalda. Aquel niño que solía correr a su lado por los jardines de la Fortaleza era ahora un joven con una expresión severa y una madurez que la desconcertaba.

Por otro lado, Aemond, de pie junto a Daella, observaba a sus sobrinos con una expresión calculadora, casi desafiante. Su ojo único se entrecerraba ligeramente al contemplar a Jacaerys y Lucerys, quienes parecían evitar su mirada. En cambio, Daella intentaba mantener su expresión neutral, sin que la intriga que sentía se reflejara en su rostro.

Cuando los dos grupos se reunieron formalmente en la sala del trono, Daella observó a Rhaenyra con una mezcla de compasión y respeto. Recordaba el dolor en sus ojos la noche anterior, y aunque sus hermanos parecían ver en ella solo una rival, Daella sentía que había algo más, algo que no podía entender del todo pero que la conectaba con su media hermana.

Rhaenyra y Alicent intercambiaron miradas tensas, pero había una leve cordialidad en sus gestos, como si ambas fueran conscientes de que el futuro de sus hijos dependía de aquel frágil equilibrio de palabras y alianzas. Daella, en silencio, observó la escena, consciente de que aquel día marcaría un antes y un después en las relaciones de su familia.

Y así, bajo la mirada atenta de la corte, la audiencia comenzó. Las palabras cargadas de significado y el inminente choque de voluntades llenaron la sala del trono, mientras Daella, desde su posición discreta, comprendía que los lazos de sangre en aquella familia eran más complejos y frágiles de lo que jamás había imaginado.

Ser Veamond Velaryon defendió su sucesión en Driftmark, al considerarse el más cercano a su hermano, dejando en claro que la sucesión era un tema de sangre, no de ambición. Logrando que las caras de Rhaenyra y su familia, no sean amigables ante el tono obvio de la duda de la sangre de los príncipes.

⸻Mi reina, mi lord mano... la supervivencia de mi casa y de mi linaje esta por encima de todo.⸻expresó el Velaryon, dando un paso hacia Otto Hightower, quien a órdenes del ausente rey, tomó el lugar temporalmente para decidir decisiones.⸻ Me propongo humildemente, como el sucesor de mi hermano, amo de Driftmark y señor de las mareas.

Dando por finalizado su acontecimiento, con una leve reverencia dio un paso hacia atrás, disgustado a que hora la princesa tenía la palabra para defender la sucesión de su hijo, Lucerys Velaryon.

⸻Gracias, Ser Vaemond... princesa Rhaenyra, ya puede hablar por su hijo.

La heredera de Viserys hizo presencia tras su pasos en el centro, tomando de su barriga ya voluminosa por su embarazo, trato de lucir confiada ante sus próximas palabras, bajo la mirada de todos.

⸻Si esta farsa seguirá, empezaré por recordarle a la corte que hace casi veinte años en este salo...

Las gigantescas puertas interrumpieron el discurso de la princesa, todos voltearon hacia el motivo, sorprendiendose de la presencia del rey Viserys Targaryen, caminando a costosos pasos en dirección al trono, debido a su condición y estado, muchos no podían creer lo que veían, hace tiempo el rey se había ocultado de los ojos de los demás, permitiendo que su familia lo visitará. Aunque las únicas que tomaban ese privilegio, era Alicent y Daella.

⸻El rey Viserys de la casa Targaryen, primero con el nombre, rey de los Andalos y los Rhoynar, y de los primeros hombres.⸻su presencia comenzó a ser anunciada.⸻ Señor de los 7 reinos y protecto del reino.

La presencia de Viserys era imponente a pesar de su condición; su figura, debilitada por los años y el sufrimiento, avanzaba lentamente hacia el trono, sosteniéndose con dificultad pero decidido. Los murmullos llenaron la sala al ver al rey, quien no había aparecido públicamente en mucho tiempo. Entre los presentes, Alicent observaba a su esposo con una mezcla de alivio y preocupación, mientras Rhaenyra se detenía, sorprendida al igual que el resto de la corte.

Daella, situada cerca, sintió cómo la tensión y la sorpresa llenaban el aire, pero no dejó que eso la detuviera. Al ver a su padre acercarse, decidió hacer algo que nadie más se atrevía. Dio unos pasos rápidos y seguros hacia él y, sin pensarlo dos veces, se posicionó a su lado, extendiendo suavemente el brazo para que él pudiera sostenerse de ella. Viserys la miró con sus ojos cansados, pero al reconocerla, un leve destello de afecto iluminó su semblante agotado.

Daella tomó su brazo con cuidado, y juntos avanzaron lentamente hacia el trono. La corte observaba en silencio, con una mezcla de respeto y asombro. Conforme caminaban, Daella intentaba acompasar sus pasos al ritmo lento y tambaleante de su padre, sintiendo el peso de su estado y al mismo tiempo el calor de ese momento entre ambos, un gesto que trascendía las formalidades.

Mientras Daella ayudaba a su padre a caminar hacia el trono, el salón permanecía en un silencio reverente. La corte, impresionada por el gesto de apoyo hacia el rey, la observaba con una mezcla de respeto y admiración, valorando la compasión de la princesa en un momento tan solemne. Sin embargo, no todos compartían la misma reacción.

Aegon, a un lado de su madre de forma desganada, observaba la escena con fastidio. Cada gesto de Daella hacia su padre le parecía una muestra exagerada, un "juego" de bondad que solo servía para ganar la admiración de los demás. Aegon, sintiéndose cada vez más irritado, murmuró algo ininteligible y rodó los ojos, deseando estar en cualquier otro lugar. Para él, la atención que recibía su hermana era otra muestra de la injusticia que creía cargar como príncipe.

Aemond, en cambio, miraba a Daella con una expresión enigmática. Aunque parecía impasible, su único ojo seguía cada movimiento de su hermana mientras ella ayudaba a su padre, como si estuviera analizando cada gesto, cada paso. Sus facciones permanecían serenas, y cualquiera habría creído que estaba simplemente observando la escena sin mayor interés. Sin embargo, había una intensidad silenciosa en su mirada, una que podría haberse confundido con admiración o simple concentración. Su rostro era una máscara de calma, pero algo en su porte y en la atención que dedicaba a Daella sugería que, en su interior, había pensamientos profundos y ocultos.

Mientras el rey avanzaba, Aemond no desvió la vista de Daella, atrapado en el momento como si intentara comprender algo más allá de lo evidente. A medida que la escena se desarrollaba, su expresión permanecía inalterable, pero la cercanía que ella tenía con Viserys parecía atraer toda su atención, incluso en el silencioso acto de dar un paso hacia atrás para observar desde su lugar en la corte.

Cuando llegaron al primer escalón, Viserys se detuvo un instante, respirando profundamente para recobrar fuerzas. En ese momento, su nariz captó un aroma familiar que le hizo sonreír de manera casi imperceptible.

⸻Hueles a dragón, mi niña. ⸻murmuró en voz baja, lo suficiente para que solo ella lo escuchara.

Daella contuvo una risa, su expresión suavizándose en un gesto de ternura que casi desdibujaba la gravedad de la escena. Ese comentario, tan íntimo y lleno de un humor que solo alguien como Viserys podría encontrar en una situación así, la hizo sentir un poco más cerca de él, como en aquellos días de su infancia.

Viserys soltó una breve risa, entre toses, y le dirigió una mirada agradecida, llena de un amor silencioso que pocas veces podía mostrar en público.

⸻Gracias, Daella, pero puedo llegar solo desde aquí. No te preocupes por mí.

Daella, dubitativa, lo miró un instante, queriendo aferrarse a su brazo para asegurarse de que subiera sin contratiempos. Sin embargo, su padre insistió con un gesto, y ella, aunque con el corazón encogido, lo soltó. Retrocedió unos pasos, todavía con la mirada fija en él, sintiendo un nudo en la garganta ante su fragilidad, pero también una gran admiración por su esfuerzo y determinación.

El rey avanzó, pero su estado débil provocó qué se resbale sobre el escalón, haciendo que a la vez, su corona se cayera, sin poder recuperarla por cuenta propia, Daella lucho con el impulso de ayudarlo, pero sorprendentemente, Daemon Targaryen avanzó decido a ayudarlo, tomando la corona y ofreciendo sus manos para levantarlo y avanzar juntos, bajo la mirada de todos.

Viserys logro sentarse finalmente, y su hermano, en un gesto que sorprendió varios, posiciono la corona en su cabeza con cuidado, retirándose, dejando un ambiente silencioso hasta que el rey pudo hablar.

⸻Debo admitir mi confusión... ⸻comenzó el rey Viserys, con voz firme aunque debilitada por la enfermedad. La sala enmudeció, todos los presentes atentos al rey, conscientes del esfuerzo que hacía para ser escuchado.⸻ No entiendo por qué se escuchan peticiones... para una sucesión que ya había sido acordada.

El rostro de Vaemond reflejaba la mezcla de desconcierto e indignación que compartían algunos en la corte. El momento era tenso y cargado de miradas furtivas, nadie deseaba desafiar abiertamente al rey, pero las dudas en el aire eran palpables.

⸻La única persona presente que tiene los conocimientos deseados de Lord Corlys es Rhaenys ⸻añadió Viserys, desviando su atención hacia la princesa Velaryon, quien permanecía en su lugar con una dignidad imperturbable.

Rhaenys, la “Reina que nunca fue,” dio un paso al frente, sosteniendo la mirada del rey con respeto. En la sala, Ser Vaemond y Rhaenyra observaban atentos, cada uno ansioso por sus propias razones, esperando las palabras que podrían cambiar el rumbo de la disputa.

⸻Así es, majestad ⸻Rhaenys avanzó con pasos suaves, su expresión controlada y decidida mientras hablaba⸻. Siempre ha sido deseo de mi esposo, Lord Corlys, que Driftmark sea heredado a Ser Laenor, y en su nombre, a su legítimo hijo, Lucerys Velaryon. Su voluntad nunca ha cambiado, y mi apoyo hacia él tampoco.

Un murmullo recorrió la sala mientras procesaban sus palabras. La seguridad de Rhaenys reafirmaba su posición en nombre de su esposo, cerrando cualquier posibilidad de debate. Pero antes de retirarse, ella continuó, dirigiendo ahora una mirada hacia la princesa Rhaenyra.

⸻De hecho, la princesa Rhaenyra me ha informado de su intención de unir aún más a nuestras casas. Ha propuesto que sus hijos, Jacaerys y Lucerys, se casen con mis nietas, Baela y Rhaena. Es una propuesta que apruebo sin reservas.

Las palabras resonaron en el salón como un trueno. La mirada de los presentes oscilaba entre sorpresa y consternación. Aegon soltó una leve risa, cruzando los brazos y observando a Jacaerys y Lucerys con una mezcla de burla e incredulidad. Sabía que cualquier alianza entre Velaryons y Targaryens no haría más que consolidar el poder de su medio hermana y sus hijos, una perspectiva que detestaba.

Aemond, sin embargo, permaneció impasible, su mirada fija en algún punto frente a él. No mostraba ni desdén ni agrado, aunque internamente sopesaba lo que este enlace significaba para el equilibrio de poder entre las familias. Pero, por un instante, su mirada se desvió hacia Daella, quien escuchaba en silencio, con los labios apenas entreabiertos y el brillo de sorpresa en sus ojos.

Daella sentía un torbellino de emociones al escuchar la propuesta de casamiento de sus sobrinos. Aunque siempre había imaginado que sus caminos estarían ligados a los de las familias más poderosas, oír que sus sobrinos serían unidos a las nietas de Rhaenys la hacía consciente del destino que los aguardaba. Pero, más allá del sentido de la responsabilidad, notaba una extraña sensación de inquietud. Era como si cada nueva alianza alejara poco a poco el tiempo que podría compartir con Jacaerys y Lucerys, los dos jóvenes con quienes, pese a las distancias, sentía una afinidad especial.

Disimuló sus emociones, bajando la mirada mientras sus manos se entrelazaban con nerviosismo, repitiendo en su cabeza, el caso especial de que Jacaerys estará comprometido.

⸻Bueno, el asunto esta resuelto, por lo tanto afirmó, que el príncipe Lucerys de la casa Velaryon, es heredero de Driftmark, al trono de Driftwod y futuro señor de las mareas.

El silencio reinó unos instantes en el salón, mientras Rhaenys volvía a su lugar y la princesa Rhaenyra le dedicaba una sonrisa a sus hijos, como si aquel gesto sellara la voluntad del rey.

⸻Usted rompió la ley, y siglos de tradición, al instaurar a su hija como heredera… ⸻Ser Vaemond Velaryon avanzó con pasos lentos y seguros, tomando el centro de la sala que su cuñada acababa de ocupar. Su tono era desafiante, casi insolente, mientras se dirigía tanto al rey como a Rhaenyra⸻. Y ahora pretende decirme a mí quién merece llevar el apellido Velaryon.

Cada mirada en la corte estaba clavada en el Velaryon, atenta a cada palabra y gesto en aquel tenso momento. Algunos, conscientes del orgullo y temperamento de Ser Vaemond, intuían que la situación podría empeorar.

⸻No... no voy a permitirlo.

Viserys, oculto tras la máscara dorada, le sostuvo la mirada, hablando con voz grave y cargada de advertencia:

⸻¿Permitirlo? No olvide con quién habla, Vaemond.

Vaemond vaciló apenas un instante, pero la advertencia del rey no fue suficiente para hacerle desistir.

⸻¡Él no es un verdadero Velaryon! ⸻su dedo acusador apuntó directamente al joven Lucerys, que lo miraba sorprendido y perturbado, igual que la mayoría en la sala⸻. Y ciertamente, no un sobrino mío.

Rhaenyra, afectada por la crudeza de aquellas palabras, se inclinó hacia sus hijos.

⸻Vayan a sus recámaras, ya. ⸻les indicó en un tono apremiante.⸻ya ha dicho suficiente.

Pero Vaemond no terminó allí, y las palabras de Viserys solo sirvieron para avivar su ira.

⸻Lucerys es mi nieto legítimo, y usted, Vaemond, no es más que el segundo hijo de Driftmark ⸻sentenció Viserys, claramente irritado, alzando su voz con esfuerzo.

La expresión de Vaemond se endureció, su voz resonando aún más implacable:

⸻Mi casa ha resistido el tiempo y a mil tripulaciones posteriores. Y, por todos los dioses, no permitiré ver cómo se corrompe por culpa de este...

El silencio volvió a caer sobre la sala. Algunos pensaron que el Velaryon quizá se detendría, pero la mano de Daemon y, que descansaba provocadoramente sobre el mango de su espada, incluyendo sus palabras, pareció incitarlo a continuar.

⸻¡Sus hijos... son bastardos! ⸻gritó Vaemond, su acusación llenando cada rincón del salón, sus palabras cargadas de rabia. Pero aún tenía algo más que decir, una última puñalada dirigida directamente a Rhaenyra⸻. Y ella… es una golfa.

⸻Tendré su lengua por esto.

El estallido de furia en los ojos de Viserys fue inmediato; el rey, con esfuerzo, intentó levantarse, alzando una daga, como si pudiera castigar con sus propias manos la afrenta. Sin embargo, antes de que cualquiera pudiera reaccionar, Daemon se adelantó, y en un solo y preciso movimiento, su espada decapitó a Vaemond, derramando su sangre sobre el suelo de piedra y cubriendo de silencio y terror la sala.

Helaena, horrorizada, se cubrió los oídos y giró la cabeza, buscando escapar de aquella escena macabra, mientras Alicent rápidamente la rodeaba con sus brazos, protegiéndola del horror de la visión. Alicent también intentó hacer lo mismo con Daella, instintivamente cubriéndole la cara para apartarla de la espantosa imagen. Pero Daella, con la intensidad de quien apenas podía creer lo que veía, logró captar aquella escena por unos segundos más, hasta que, finalmente, bajó la mirada, invadida por una mezcla de asombro y temor.

⸻Puede quedarse con su lengua ⸻acotó el príncipe canalla, con una frialdad que heló la sala, mientras limpiaba su espada ensangrentada y sostenía el mango con firmeza. Un guardia gritó al ver la escena, y varios más reaccionaron, apuntando sus armas hacia Daemon con la intención de desarmarlo.⸻ No es necesario.

Los fuertes quejidos de Viserys rompieron el silencio, desviando todas las miradas hacia el rey. Su cuerpo parecía al borde del colapso, y los intensos dolores que lo atormentaban eran ahora imposibles de ocultar. Alicent Hightower, su esposa, acudió a él rápidamente, rodeándolo con un brazo mientras intentaba sostenerlo.

⸻¡Llamen a los maestres! ⸻ordenó Alicent con voz temblorosa, la urgencia en sus palabras llenando la sala.

Rhaenyra dio un paso adelante, intentando acercarse a su padre⸻. ¡Padre!

Daella, movida por un instinto de preocupación y amor hacia su padre, sintió su cuerpo actuar casi por reflejo. Dio unos pasos hacia el centro, sin poder apartar la mirada del frágil estado de Viserys. A su alrededor, el salón se había sumido en un caos latente; nobles y cortesanos murmuraban en confusión, algunos retrocedían para evitar la escena sangrienta, y el movimiento desordenado de las personas los llevaba a mezclarse en un remolino de miradas inquietas y rostros tensos.

Sin darse cuenta de hacia dónde la guiaban sus pasos, Daella terminó de pie al lado de Jacaerys, quien también había avanzado con preocupación hacia su abuelo. Al percatarse de su cercanía, Daella alzó la vista y encontró los ojos de Jacaerys observándola. En medio de la conmoción, aquella mirada compartida parecía detener el tiempo. Fue un instante breve, casi imperceptible, pero cargado de una intensidad que ninguno de los dos pudo negar.

Ambos intercambiaron una mirada de mutua sorpresa y, quizá, un atisbo de comprensión, como si por un segundo el peso de la tensión entre sus familias se desvaneciera.

BUENASSSS, después de 84 años les traigo actualización, mi justificación es que pase millones de cosas este año, mi último año en la secundaria, así que todo los acontecimientos que trajo me hizo alejarme de esta hermosa plataforma, pero finalmente me pude desocupar y estas inspirada para traerles al menos un capitulo considerablemente largo.

gracias por el apoyo siempre, no olviden de votar y comentar para lograr desbloquear el siguiente capítulo.♡

¡ 35 votos ¡

cumplan sino se quedan sin daella jeje (mentira) pero si.

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