PRÓLOGO

➤•Held me in your arms just a little too tight That's what I thought. ¡





Los aposentos de Daella Targaryen eran un refugio de refinamiento y serenidad en medio de la bulliciosa Fortaleza Roja. Las paredes estaban adornadas con tapices de seda bordados con dragones dorados en vuelo, mientras que el suelo de mármol blanco reflejaba la luz de las antorchas dispuestas estratégicamente por la habitación. En el centro, un diván tapizado en terciopelo carmesí invitaba al reposo, y sobre una mesa de ébano, reposaba un viejo tomo de historia, con sus páginas desgastadas pero llenas de sabiduría ancestral.

Daella, recostada elegantemente entre cojines de terciopelo azul marino, estaba absorta en la lectura cuando un golpe suave en la puerta interrumpió su concentración. Sin embargo no alzo su vista, una vez que el aroma peculiar de su madre atrapo el ambiente de sus aposentos. Alicent Hightower, cuya presencia en la habitación irradiaba una mezcla de autoridad y elegancia.

⸻Daella, querida, buenos días.

Comenzó Alicent con una sonrisa que apenas ocultaba su preocupación bajo capas de cortesía.

⸻He venido a hablar contigo sobre un asunto que preocupa a la corte.

Daella bajó el libro con calma, revelando su rostro pálido pero radiante, marcado por una leve rosácea que añadía un matiz único a su belleza. Su vestido de seda rosa resaltaba su figura delicada, mientras sus largos cabellos platinados caían en suaves ondas sobre sus hombros.

⸻Madre, buenos días.

Daella con voz suave pero firme contestó, invitándola a sentarse junto a ella en el diván. Alicent se sentó con elegancia, ajustando con delicadeza los pliegues de su vestido de terciopelo verde esmeralda.

⸻Los rumores no cesan, hija mía. Todos se preguntan por qué aún no has sido comprometida.

La Targaryen asintió con comprensión, sus ojos tan cristalinos como el agua de un río brillando con astucia bajo el resplandor de las antorchas. Consciente del papel vital que desempeñaba hace años como el rostro encantador y noble de los Targaryen, mayormente contrastando con las imprudencias de su hermano, Aegon.

⸻Tu belleza y tu gracia son tus mayores armas, ¿Lo sabes verdad?⸻Continuó Alicent, recibiendo un asentimiento por parte de su tercera hija.⸻ Pero siempre te he dicho que no debes subestimar la importancia de las alianzas que puedas forjar a través de un matrimonio estratégico.

Daella mantuvo la compostura, aunque en su mente fluían planes y estrategias que no compartiría con nadie.

⸻Entiendo vuestra preocupación, madre. Tomaré en cuenta vuestras palabras.

Alicent Hightower realizó un pequeño acto maternal, sus dedos guardaron uno de los mechones rebeldes de Daella por detrás de su oreja, con una línea delgada en sus labios. Mayormente solía hacer estas acciones frente audiencia importante, entre los murmullos del reino, se sabia que Alicent no daba el amor que alguien esperaba que una madre le de a sus hijos, tampoco era cruel, pero aquellos tactos fuera de los ojos de la corte, aveces eran inesperados. Por ello la sensacion de su figura maternal le resultó a tan frío a la joven Targaryen.

⸻Se que lo harás.

La reina se puso de pie, su mirada realizo un pequeño escaneo por las paredes que protegian los sueños de la princesa, terminando nuevamente en esta misma, en donde compartieron suaves sonrisas, Daella sabiendo que por su parte fue una de sus mascaras. La Hightower se retiró, dejándola en la ahora inquietud de sus aposentos.

La princesa Targaryen se quedó mirando la ventana, donde las primeras luces del día hacían presencia sobre los tejados de la Fortaleza Roja, su mirada se desvió a contemplar el destello del sol penetrando sobre las paredes de piedra, mientras los ecos de la reciente visita de su madre, resonaban en su mente. Habían sido palabras medidas, cargadas de expectativas y la sutil presión de la política cortesana que envolvía cada aspecto de su vida como princesa Targaryen.

Nacida como la tercera hija del rey Viserys y Alicent Hightower, Daella había sido desde su nacimiento tanto una bendición como una herramienta estratégica para la casa emblemática de los dragones. Su llegada al mundo había sido celebrada como el despliegue de una exquisita rosa en el jardín de la corte, una belleza que se destacaba incluso entre los estandartes de las criaturas que acompañaban al emblema de los Targaryen.

Desde pequeña, había sido destinada a cumplir un rol vital en los entresijos de la política de Poniente. Mientras su hermano primogénito, Aegon, estaba destinado a llevar el peso de las responsabilidades militares y políticas, y su media hermana mayor, Rhaenyra, a ser la heredera al Trono de Hierro, Daella fue criada para ser la personificación de la gracia y la belleza, destinada a reflejar la estabilidad y la nobleza de su casa.

Siendo también el destino el que le otorgó un compañero excepcional desde el momento de su nacimiento: Un dragón blanco llamado WhiteFyre, puesto por la misma pequeña Daella, quien a su corta edad, endulzo los oídos de los Reyes de los 7 Reinos al decir de manera inocente que su dragón iba a lanzar fuego blanco, causando a su vez, risas en el ambiente. Según las leyendas y las crónicas de la Casa Targaryen, los dragones eligen a sus domadores mediante un vínculo mágico único, que a menudo comienza con la eclosión de un huevo. El huevo de Whitefyre, de un blanco puro y reluciente, fue un regalo de los dioses a Daella, destinado a ser su fiel guardián y aliado en los tiempos turbulentos que enfrentaría, puesto en su cuna el mismo día de su nacimiento.

Desde tiempos inmemoriales, los dragones han sido símbolos de poder y majestuosidad en los Siete Reinos.

Whitefyre poseía características extraordinarias que lo hacían destacar incluso entre los demás dragones. Sus escamas, tan blancas como la nieve de Invernalia, brillaban bajo la luz del sol con un resplandor casi sobrenatural. Pero era en sus ojos donde residía su verdadera singularidad: Un profundo color rosa fuerte, que destellaba con inteligencia y nobleza. Se decía que aquellos afortunados que habían presenciado el vuelo majestuoso de Fuego blanco afirmaban que la conexión entre el dragón y su montadora, Daella, era tan profunda que parecían ser dos almas gemelas fundidas en una sola entidad.

La crianza de un dragón no era tarea fácil ni para el débil de corazón. Requería paciencia, coraje y un vínculo espiritual inquebrantable entre el domador y la bestia. Desde joven, Daella había demostrado una afinidad natural con Whitefyre, una conexión que se fortaleció con cada día que pasaban juntos en la Fortaleza Roja. Juntos, habían explorado los cielos de Poniente, instaurando el respeto y la admiración de sus aliados.

El legado de los Targaryen, como la última dinastía de domadores de dragones, estaba entrelazado con la magia y la fuerza de estas criaturas aladas. A través de los siglos, los dragones habían sido vistos como guardianes de la casa Targaryen y como armas temibles en tiempos de guerra. La presencia de Whitefyre no solo era un recordatorio de este legado, sino también un símbolo de la determinación de Daella para asegurar el futuro de su casa en un mundo cambiante y peligroso. Y claro que también la burla por un tiempo de su hermano mayor hacia su otro hermano Aemond, con la excusa de que su pequeña hermana consiguió su dragón primero, antes que el ahora tuerto.

Mientras contemplaba los cielos desde la ventana de sus aposentos, Daella sonrió con orgullo al recordar las hazañas compartidas con Whitefyre. Con el dragón a su lado, siempre estuvo decidida a enfrentar cualquier desafío que el destino le otorgaba.

Más allá de las fiestas y las ceremonias que adornaban su vida en la Fortaleza Roja, Daella anhelaba algo más. En sus ojos, yacía un anhelo de libertad y de autenticidad que desafiaba las expectativas impuestas sobre ella. Sabía que su belleza no era solo un adorno, sino una herramienta poderosa que podía utilizar para tejer sus propios destinos en medio de las intrigas que envolvían la corte.

La visita de Alicent Hightower había sido un recordatorio amargo de las obligaciones que pesaban sobre sus delicados hombros. Las murmuraciones de la corte sobre su soltería y la falta de un matrimonio estratégico para asegurar la estabilidad del reino resonaban en sus oídos como un eco distante de una realidad que prefería ignorar. ¿Acaso su único propósito en la vida sería ser una joya preciosa en el collar de la Casa Targaryen, destinada a brillar solo para atraer alianzas y asegurar la lealtad de los vasallos?

Sin embargo, bajo la superficie serena de su apariencia pública, Daella guardaba secretos y ambiciones que solo unos pocos podían intuir. Era una jugadora silenciosa en el tablero político de Poniente, capaz de manejar los hilos invisibles con astucia y precisión. Conocía bien el juego de la corte y estaba dispuesta a jugarlo para asegurar su propio destino, aunque eso significara desafiar las expectativas de su madre y los consejeros que la rodeaban.

Mientras las sombras se alargaban en su habitación, Daella se prometió a sí misma que su nombre sería más que una nota al pie en los anales de la historia de los Targaryen. Ella sería una fuerza a tener en cuenta, una figura que trascendería las limitaciones impuestas por su linaje y el destino predeterminado por los dioses y los hombres.

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