Cada ser humano es un diminuto átomo fusionado de energías intrínsecas y extrínsecas, donde su núcleo atómico está perfectamente dividido en cargas positivas y negativas, orbitando alrededor de un recóndito núcleo de ensueños y utopías eléctricamente vanas. Los protones y los neutrones bailan entre combates de fuerzas y descargas repulsivas que se mantienen con la potente gravedad del sentimiento, somos materia indestructible que no sea crea sino se transforma en una versión alterna de lo que anhelamos ser; las pequeñas emociones que conectan al cerebro con el corazón danzan alrededor de los mismos como iones y electrones, entre cada latido cardiaco y por cada bombeo sanguíneo se neutralizan los cationes para oxidar las turbadas energías negativas con la estabilidad nuclear. La mente se invierte a nuestra propia voluntad y se desarrolla en la corteza de los errantes miedos y deseos, emitiendo fuerzas cuánticas a velocidades astrales e inalcanzables. Y aunque a veces no pueda comprender la razón por la cual la antimateria me disocia, las ondas electromagnéticas del núcleo irradian la luz que transforma la electronegatividad en electropositividad.