➛ ⌈11⌋ 'Selena entiende'

SELENA ENTIENDE

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  SELENA MCCALL:

  Todo el camino a casa se habría convertido en una tortura si mi madre no me hubiese acompañado por teléfono. Se encargó de darme todas las advertencias posibles para que no cometiera ningún error. Resultaba que tener diabetes y estar embarazada no era de las mejores combinaciones que una persona podría tener. De igual forma, nunca habría pensado que ese momento llegaría tan deprisa. Es decir, tenía conocimiento sobre el riesgo de un embarazo, pero no creí tener que preocuparme tan pronto. Aunque mi madre dejó en claro que no debía pensar en cosas negativas al respecto, yo estaba mucho más preocupada por la reacción que podría tener mi hermano al enterarse. Para ese momento, solo habían dos opciones: uno, sonreír y felicitarme; o dos, ponerse a llorar y luego ir tras Derek. Y conociendo a mi hermano más que a cualquier otro ser humano sobre la faz de la tierra, lo más probable era que su reacción me terminara sorprendiendo, sin importar lo que esperara que sucediera.


  Entré a la casa soltando un suspiro de agotamiento. Por suerte, justo en ese momento la lluvia había comenzado a intensificarse y mi ropa no logró mojarse demasiado antes de resguardarme dentro de la casa.

  Apenas había cerrado la puerta cuando escuché un par de pisadas aceleradas en el segundo piso. Al desviar la mirada del picaporte hacia las escaleras, vi la cabeza de Scott asomarse por la barandilla con una expresión de sorpresa en su rostro. Rápidamente, una enorme sonrisa se dibujó en él, como si me hubiese estado esperando durante meses. Bajó las escaleras a tropezones, y yo me planté firmemente para recibir su abrazo sin que ambos termináramos en el suelo.

  No pude evitar reírme a carcajadas cuando finalmente rodeó mi torso con sus enormes brazos. A veces, olvidaba que ya no era el mismo niño del año pasado. Ni siquiera era consciente de su repentino crecimiento. Era como observar el crecimiento de una mascota.

  —¡Vas a matarme! —fingí que mi voz se debilitaba—. Luego nadie se burlará de tu ropa interior.

  Scott se separó y, en un gesto juguetón, amagó con darme un golpe en la cabeza, aunque su palma ni siquiera rozó mi cabello.

  —Son demasiado sexys para que tú logres comprenderlo, Selena —dijo, apoyando las manos en la cintura mientras me escaneaba con la mirada—. ¿Y a qué se debe el placer de tu visita, por cierto? Me tenías olvidado.

  Chasqueé la lengua y puse los ojos en blanco antes de dirigirme hacia las escaleras. Scott me siguió, sin quitarme la mirada de encima. Sus manos ya no reposaban en su cintura; se había cruzado de brazos mientras subía detrás de mí.

  —Eres un exagerado, Scott —le dije—. Al menos podrías pasarte por mi trabajo también, ¿no? No tengas miedo, no voy a sacarte con una escoba. Derek va a verme cuando puede.

  A pesar de no mirarlo, el fuerte resoplido de Scott me hizo imaginarlo poniendo los ojos en blanco y, posiblemente, imitando de forma extraña alguna pose de Derek.

  —A menos que Derek decida abandonarme, no tengo planes de dejarlo —le aseguré. Me detuve al llegar a la parte superior de las escaleras e inconscientemente llevé la mano a mi barriga. Tampoco me alejaría de él después de esto—. No entiendo por qué lo odias tanto.

  Continué caminando hasta la puerta de su cuarto, la abrí y ambos entramos.

  —No es que lo odie —intentó defenderse—, pero si quieres, puedo enumerarte las razones por las que creo que no es una buena pareja para ti.

  Me senté en su cama.

  —Creo que es tarde para eso —murmuré, aunque él alcanzó a escucharme. Cuando frunció el entrecejo, enderecé la espalda y agregué—: ¿Escuchaste mi mensaje? Tengo algo para contarte.

  Scott negó mientras se sentaba en la silla junto a su escritorio. Comenzó a sacar cosas de su mochila y las acomodó encima de la mesa sin dejar de prestarme atención. Tantas cosas que pasaron en su vida en un periodo corto de tiempo me hizo olvidarme por completo que seguía siendo un adolescente con responsabilidades escolares.

  Cuando se percató de que no hablaba, forzó una sonrisa algo confundida como si no entendiese a qué se debía mi silencio.

  —¿Es grave o por qué actúas como si no quisieras decírmelo? —preguntó con una ceja alzada. Sacó un lápiz de su cartuchera y lo dejó encima de sus libros para luego girarse en mi dirección por completo—. ¿Está todo bien?

  Me incliné hacia adelante y apoyé mis codos encima de mis piernas, pensando en lo que diría. Abrí la boca dispuesta a vomitar toda la información antes de que una bola enorme se formara en mi pecho; pero, cuando estuve a punto de hablar, la puerta del cuarto de Scott se abrió cuidadosamente.

  Él se volteó y yo desvié la mirada frustrada hasta la persona que nos había interrumpido; sin embargo, cuando me encontré con Isaac empapado y cabizbajo, mi semblante se relajó antes de formar una mueca de preocupación. Rápidamente me puse de pie y me acerqué a él. De reojo, alcancé a ver cómo Scott lo miraba con confusión a la espera de la explicación por su inesperada presencia en el lugar.

  Caminé por el cuarto de Scott hasta encontrar una toalla y dársela a Isaac para que no pescara un resfrío, aunque quise golpearme en la cabeza cuando recordé que eso era algo imposible de que ocurriera siendo él un hombre lobo.

  —¿Qué pasó? —le pregunté cuando me detuve frente a él.

  —Eso es lo que me pregunto —dijo, mirándonos a ambos—, ¿qué diablos sucede con Derek?

  Scott y yo compartimos una mirada extrañados.

  [...]

  Los ojos de Isaac recorrieron mi habitación con extrema cautela.

  Cuando dejé caer la mirada hasta sus delgados y largos dedos, noté lo mucho que temblaban, pese a tener uno de los tantos abrigos de Scott cubriendo su cuerpo. El clima dentro de mi cuarto no se comparaba con la fuerte tormenta de afuera ni con lo frescas que solían estar las demás habitaciones. Ya no pasaba tanto tiempo allí, pero siempre me había agradado la calidez del mío.

  Isaac siguió pasando sus ojos por todos los rincones y me dio cortos vistazos de vez en cuando, como si estuviera lleno de incomodidad y no supiera exactamente dónde debía pararse. Limpió el sudor de sus manos, pasándolas por encima de la tela del pantalón, y terminó posando su mirada en mí, finalmente.

  Con una sonrisa amable, le indiqué que tomara asiento en mi cama. Yo me había sentado en la silla junto a mi escritorio para poder quedar frente a él.

  —¿Qué fue lo que sucedió con Derek? —pregunté, casi con impaciencia.

  Noté como la curvatura de los labios de Isaac tembló. Tragó en seco e intercaló la mirada entre sus manos y yo.

  —Es que no lo entiendo. —Se pasó ambas manos por el cabello. La indecisión en su lenguaje corporal era notoria. Parecía no querer contármelo todo, y no entendía el porqué—. Él dijo que con Cora era demasiado, pero tal vez hice algo malo. Algo pudo haberlo molestado y yo no me di cuenta... O tal vez... —Cuando alzó la mirada hasta mí otra vez, sus ojos celestes me observaron con una especie de temor que no logré decifrar—. No, me lo hubiese dicho, creo.

  Contraje mi semblante en confusión al no entender a lo que se refería.

  —Lo siento, es que me recordó a aquella noche. —Hizo desdén con una de sus manos, restándole importancia—. Quizá lo he exagerado, ya sabes.

  Sentí cómo mi pecho se oprimió por un instante. ¿Qué podría haberle hecho Derek a Isaac para que él tuviera tanto miedo de contármelo? Una parte de mí se negó a aceptar que posiblemente hubiera recurrido a la violencia; no creía que él fuera capaz de algo así. Incluso me sentí culpable solo por pensar en aquella posibilidad, pero ahí estaba Isaac, sentado en mi cama con los hombros caídos, notoriamente avergonzado.

  Una fuerte punzada cruzó mi pecho hasta rozar mi corazón, provocándome una muy profunda molestia que apenas me permitía mantener la respiración. ¿Por qué siempre pensaba lo peor de Derek? Esa reflexión me hizo sentir aún peor y no pude evitar enojarme conmigo misma. La culpa revolvió mi estómago y una intensa nausea me invadió.

  Derek no merecía que lo creyera capaz de algo como eso. No de mi parte.

  Pero entonces, Isaac lo dijo:

  —Derek me lanzó un vaso. Lo estrelló en una pared detras de mí y los trozos de vidrio me salpicaron encima. —Sus ojos estaban clavados en el suelo, sin él ser capaz de mirarme—. Pero no fue eso lo que me angustió, Sele, fue algo más.

  Me paré del asiento y caminé hasta Isaac. Cuando me detuve junto a él, me senté en la orilla de mi cama con cuidado, brindándole caricias en su brazo con mis manos. Isaac siguió sin poder alzar la cabeza y ser capaz de mirarme.

  Pensé en su padre y en todas las acciones horripilantes que fue capaz de ejercer contra su propio hijo. Desde que nos conocimos, Isaac jamás se animó a hablar sobre los momentos traumáticos que había compartido con aquel hombre, lo único que dijo, fue: "Él no siempre fue así".

  Cuando volvió a hablar, confirmé la sospecha.

  —Eso me recordó a la última noche que estuve con mi padre, y me asustó demasiado —confesó en un susurro—; pero ahora, no puedo dejar de pensar en que me arrepiento de haber huido de él.

  Me mordí el labio luchando por aguantar mis ganas de llorar. Solía ser muy sensible cuando se trataba del tema paterno porque me era imposible no recordar la noche en que mi padre se fue para nunca más regresar. Y yo se lo pedí. En mí persistía la pregunta de qué hubiera pasado si decidía ignorar su falta de compromiso como todas las veces anteriores. Tal vez mi hermano hubiese tenido un padre y mi madre un esposo que la ayudara con los gastos. Y seguramente, yo no me sentiría tan culpable de dejarlos.

  Sostuve la cabeza de Isaac entre mis brazos y acaricié su cabello con suavidad. Pensé en Derek y lo que pudo haberle estado ocurriendo para que llegase a reaccionar de aquella forma irracional.

  —¿Lo extrañas luego de todo? —pregunté.

  —¿Es raro, cierto? Porque lo odiaba y deseaba que muriera; pero después de que ocurrió, solo pienso en la época en que fue un buen padre, aunque fueran más años de enojos que de amor.

  Retuve aire en mis pulmones y cuando lo solté, dije:

  —Te entiendo.

  Isaac se alejó de mis manos y finalmente fue capaz de mirarme. Su ceño fruncido era una extraña mezcla entre confusión y emoción.

  —¿Por qué lo dices? Cuando te conté cómo me sentía aquel día en la estación de tren abandonada, dijiste algo sobre que nuestras historias eran similares.

  Yo suspiré; pero cuando estuve a punto de responder, un nudo tenso en mi garganta me lo impidió.

  Apoyé las palmas de mis manos en sus gélidas mejillas y acaricié su piel con cariño mientras me esforzaba por regalarle una pequeña sonrisa. Sus tristes ojos azules me observaban con ansias al principio, pero poco a poco fue comprendiendo que no tenía deseos de hablar sobre el tema. Al menos, no en ese instante.

  —No pasamos por exactamente lo mismo, Isaac —dije—, pero eso no significa que no duela de todas formas.

  Isaac asintió despacio.

  —Hablaré con Derek —le hice saber mientras me ponía de pie—. Pero ahora, haremos algo más interesante.

  Una sonrisa se dibujó en su rostro y, de manera instantánea, me sentí mejor al verlo.

  [...]

  —¡No! —chillé.

  Isaac y Scott se sobresaltaron junto a mí, y mi hermano acabó echándose las palomitas encima. Tampoco Isaac dejaba de pitorrearse de como yo lloraba al ver la película.

  «No tienen alma», pensé.

  Scott volteó a verme mientras se comía una de las palomitas que se había quedado pegada en sus labios. Arqueó una ceja en mi dirección y me dio una sonrisa ladina mientras Isaac continuaba burlándose de mí.

  —Lo juro por dios, voy a tener cincuenta y va a seguir doliéndome Jack Dawson —expresé exageradamente, sin quitar la mirada del televisor.

  —¡Supéralo! —soltó Scott divertido.

  En su lugar, Isaac chistó.

  —Ambos cabían en la puerta —opinó indignado, y luego volteó a verme—. Nadie, en su sano juicio, dejaría morir al amor de su vida.

  —Oh, no. No debiste decir eso —susurró Scott, cubriéndose los oídos al saber lo que se avecinaba. Habían sido tres ocasiones en las que tuvo que escuchar esa misma conversación; primero con él, luego con mi madre y, por último, con Stiles.

  Estuve a solo unos segundos de ponerme a explicarle a Isaac por qué eso no era posible y torturar los oídos de mi hermano por cuarta vez; pero, para la buena suerte de ambos, mi teléfono comenzó a sonar.

  Señalé a Isaac con el dedo índice mientras tomaba mi teléfono de la mesita y le hice una seña, indicando que más tarde tendríamos una extensa conversación al respecto.

  Solté un resoplido y caminé hasta la cocina al tiempo en que atendía la llamada. Escuché un suspiro del otro lado, y aunque no había leído el nombre de la persona que me llamaba, supe enseguida que se trataba de Derek. Tensé mi cuerpo y la pequeña sonrisa de mi rostro que había formado segundos atrás, se había desdibujado por completo.

  —¿Por qué lo hiciste? —me animé a preguntar.

  Por un instante, no escuché nada del otro lado de la línea. Sabía que él estaba tratando de encontrar las palabras correctas para explicármelo, aunque no hubiese forma de que calmara mi molestia, ni lograra tranquilizarme. Me encontraba en un estado de ánimo conflictivo, porque me enfurecía siquiera pensar en un escenario en que Derek no se controlase con alguien, y luego me ahogaba de la angustia por la misma razón.

  Yo sabía que él no era mala persona, que no tomaba acciones de mala fe, no después de todo lo que pasamos; pero no podía hacer la vista a un lado e ignorar que muchas veces, por no decir lo que siente o piensa, cometía errores.

  Apoyé la palma de mi mano derecha en la mesada de la cocina y cerré mis ojos.

  —Estoy tratando de protegerlo —respondió finalmente—. Sé que no fue la forma, pero no dejaba de preguntar y yo...

  —Derek —lo detuve—, su padre le hizo lo mismo aquella noche. Es un pobre chico que ya tuvo suficiente de ese tipo de acciones. Entiendo que no quieras decirle lo que está ocurriendo, pero tampoco le hagas creer que ha hecho algo malo.

  Derek colgó.

  Yo miré mi teléfono y me quedé colgada observando la pantalla negra esperando que hubiera cortado por error y me llamara de vuelta. Pero no lo hizo.

  Mi pecho se oprimió provocando que la angustia que ya se había instalado allí comenzara aumentar.

  Logré despegar mis ojos del teléfono cuando una mano se apoyó suavemente en mi hombro. Scott se encontraba mirándome con confusión, pero, al parecer, sabiendo que se debía a Derek.

  —¿Qué ocurrió?

  Alguien golpeó la puerta en ese instante. Todos, incluido Isaac, volteamos con el ceño fruncido.

  Scott se me adelantó cuando hice un gesto para caminar hacia la entrada. Así, él llegó a la puerta y la abrió con confianza, como si tuviera la certeza de que no estábamos en peligro. Tal vez lo olfateó; eso lo alcancé a notar cuando movió su nariz.

  Isaac y yo cruzamos miradas cuando Derek apareció en la puerta. Su cabello era un completo desastre y ni siquiera llevaba puesta su típica chaqueta de cuero negro que suele llevar a todas partes. Todo su cuerpo se encontraba empapado debido a la tormenta de afuera, pero a él parecía no importarle en lo absoluto.

  Sus ojos verdes cayeron en mí, y luego, en Isaac.

  Mi hermano también se volvió hacia nosotros, pero solo para buscar mi aprobación antes de dejar entrar a Derek. Asentí con la cabeza y Scott se apartó un poco para que pudiera pasar. Derek no lo dudó y entró.

 

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