04 | UN CUMPLEAÑOS SOLITARIO
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Un mes después
Amelia bosteza, abriendo los ojos con cansancio y revisa en la cama de al lado, viendo a Jack todavía dormido. Hoy es 1ro de octubre, su cumpleaños, bueno, junto a todos sus hermanos. Recuerda que mamá siempre los despertaba con un increíble desayuno y un gigantesco pastel. Era el único día en que podían salir sin restricciones de su padre Reginald, acompañados de Grace y Pogo.
Son las ocho y treinta de la mañana. Cerca de las nueve vienen los guardias para llevarlos a desayunar. Lava su rostro con el agua del lavabo y se mira al espejo. Nada de maquillaje, el pelo algo largo y un poco más delgada.
Jack y Amelia son amigos, hablan continuamente sobre lo que pasó en 2019 y está interesado en saber más sobre su familia. Es un buen compañero de habitación, es amable y no la ha tratado tan mal. Al menos alguien es amable con ella en esa época. Amelia sale del baño una vez termina con su ducha rápida, peina su cabello con sus manos ya que no tiene peine y lo deja suelto.
— Buenos días. — saluda Jack algo adormilado, poniéndose recto. Ella le da una leve sonrisa sin mucho esfuerzo. Algo que él nota. — ¿te sientes bien?
— Sí, algo así... Es mi cumpleaños. En realidad, también de mis hermanos.
— ¿Enserio? no lo sabía... Cierto que todos cumplen el mismo día. Te hubiera preparado un regalo. Feliz cumpleaños.
— Gracias.
— Eso no es lo que te preocupa ¿verdad? puedes contarme si te sientes mal.
Se levanta y va hacia ella, sentándose a su lado. Amelia decide hablar un poco, le gusta ser sincera y expresar sus emociones, además de que tiene una pizca de confianza en él.
— Tenemos demasiado tiempo que no celebramos nuestros cumpleaños juntos. Desde que todos nos fuimos de casa haciendo nuestras vidas. Es raro ahora que estamos separados en los 60s.
— Si te sirve de algo, soy hijo único. De pequeño mi mamá siempre me daba discos para escucharlos. Nunca he compartido mi cumpleaños con nadie, al menos tú tienes a tu familia. Aún así estén todos separados.
El día de su cumpleaños nunca le preocupó pero, por primera vez, sí le gustaría estar cerca de sus hermanos. Todos ellos la ayudaron en algún punto de su vida y no puede estar más agradecida, a pesar de todos los problemas y complicaciones que tienen. Jack posiciona su mano encima de la suya en señal de apoyo y le da una sonrisa amable. Amelia cambia repentinamente la expresión de su rostro al darse cuenta de lo que hace.
Me está besando.
Amelia se separa de golpe ante su acción desprevenida, y se aleja de él, tratando de buscar las palabras correctas para darle a entender lo que sucede con ella.
— Jack, lo siento si te di señales de otras intenciones contigo pero... yo... Estoy pasando por algo personal con alguien así que... — murmuro algo apenada. — no quiero hacerte daño, pero no fue apropiado que hicieras eso.
— Pero... Me dijiste que no tenías novio.
— Él no es mi novio, es más bien... Una persona con la cual estoy intentando algo.
— ¿Como amigos con derechos?
— ¡No! los amigos con derechos son los que tienen sexo sin ser nada.
— Ustedes no tienen sexo... ¿Pero sí se besan? eso es raro, Amelia.
Número Ocho sacude la cabeza para ignorar lo que acaba de pasar, decidida a no contarle más nada. No le gusta exponer demasiado su "relación" con Cinco, prefiere guardarse esos detalles.
Los guardias pasan por ellos para llevarlos al comedor y desayunar. Al llegar, toman asiento en una de las mesas.
— Feliz cumpleaños, enana. —saluda Diego revolviendo su cabello algo húmedo.
— Igual para tí, Diego.
— ¡Les hice un pastel! — grita Lila llegando a su frente con dos tartas de crema con fresas muy bien decoradas. Amelia no pierde el tiempo y toma un tenedor. Es fanática de los pasteles. — ayer me escabullí en la cocina, las empleadas se fueron temprano así que dejaron el postre de su cena. Genial ¿no?
— Muchas gracias, Lila.
Amelia estaba a punto de tomar otra cucharada cuando uno de los guardias le habla a ella y Jack.
— Tienen sesión de terapia.
Diego iba a hacer algo pero su hermana le hizo una señal de que se calmara. Se dirigen a otra habitación, donde hay varias personas sentadas en un círculo. Ambos toman asiento. El psiquiatra comienza a hablar, buscando temas de conversación para que cada uno pueda decir lo que piensa. Amelia se distrae observando por la ventana, los pájaros en los árboles y las hojas verdes que vuelan en el aire y caen en el suelo.
— Eres Amelia Hargreeves ¿cierto? hermana de Diego. — el psiquiatra interrumpe sus pensamientos y le mira, ella asiente — tu hermano lleva viniendo a terapias desde la semana pasada, es algo agresivo.
— Siempre lo ha sido.
— Te veo muy tranquila con respecto a esto a diferencia de él. Dime ¿qué opinas de esta reunión? — ella no dice nada — me contaron que tienes problemas que quisiéramos que compartas.
Amelia baja la mirada sintiendo los ojos de todos encima suya, quedándose callada. Realmente no tiene mucho por contar, y los pocos temas que le atormentan son muy difíciles para un simple mortal.
— Me enteré por tu historial que perdiste a tu familia cuando llegaste a Dallas ¿puedes contarnos cómo fue eso? Queremos saber tu historia para conocerte mejor.
— No, lo siento, no tengo una historia.
— Claro que sí, todos tienen una. — insiste, hecho que comienza a fastidiarle— Tu hermano nos contó que sufrieron un tipo de maltrato psicológico cuando eran pequeños por culpa de su padre que, como lo describió Diego, era un ignorante.
— No me gusta hablar de eso, si no es molestia...
— Amelia, si no te has dado cuenta, estoy aquí para escuchar tus problemas y los de los demás. Es por eso que están aquí.
—Yo estoy aquí porque la policía me trajo sin ninguna razón, no porque estoy loca o tengo cosas raras en la cabeza. — afirma con seguridad— yo no perdí a mi familia, fue una equivocación que usted no entendería. Deben estar afuera. En algún lugar.
— ¿"Una equivocación"? ¿por qué no nos explicas para comprenderte mejor?
— Le dije que no quiero hablar sobre eso. Por favor. — De pronto, la mesa empieza a temblar con lentitud. El hombre la mira con extrañeza y hace una seña a los doctores.
Antes de que pueda hacer algo más, los guardias la detienen y le inyectan. Amelia cierra los ojos poco a poco, sintiéndose dormida, hasta que no siente nada más.
(—☪️—)
Amelia recobra el conocimiento y se mira a sí misma, dándose cuenta que tiene puesta una camisa de fuerza. Se levanta con debilidad, asomándose por la puerta.
Intenta gritar para pedir ayuda, pero nadie la escucha, pues la habitación es a prueba de sonido, con colchones alrededor para evitar una tragedia. Seguramente, anteriores personas intentaron hacerse daño allí.
Toma asiento en el piso, sin saber qué más hacer que esperar. Está segura que ya es de noche, ya que el efecto de la inyección dura hasta 9 horas, por lo que le han contado otras personas que han estado allí. Normalmente es donde traen a las personas problemáticas, como una detención en una escuela.
Le recuerda a la bóveda. El lugar donde su padre la encerraba para "ayudarla" con sus poderes. Sus ojos se cristalizaron al recordar el sentimiento de lo que era estar ahí metida, le dolía, pero sabía que era por un bien suyo.
Año 1997. 22 años antes del 2019.
— ¡Papi, déjame salir! — grita una pequeña Amelia de 8 años, desconsolada, dando golpes en la puerta — ¡papi!
Sigue dando golpes en la puerta de hierro pero nadie aparece. Llora incontrolablemente. Se abraza a sí misma viendo la habitación oscura a su alrededor. Reginald decidió encerrarla para controlar sus impulsos, pues, su magia es tan peligrosa que podría ocasionar disturbios, o algo peor, la muerte.
— Matalos a todos, Amelia.
Cierra sus ojos cuando los pensamientos intrusivos aparecen nuevamente en su cabeza. Llora aún más asustada.
— Ellos no saben lo que están provocando.
Corre a una esquina y se hace bolita con un miedo profundo. Esconde su rostro entre sus piernas, esperando que terminen de una vez por todas.
— Haz que vean sus peores demonios, Amelia... Hazlos sufrir.
Pone sus manos en sus oídos y grita fuerte y eufórica, haciendo que las ventanas de cristal del sótano se rompan. Sus oídos botan sangre con suavidad. Las voces poco a poco se van dejándola en paz.
Ahí se dió cuenta, que había podido proteger a su familia de si misma.
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