Part two: Chuuya
Call me in the morning to apologize
Every little lie gives me butterflies
Something in the way you're looking through my eyes
Don't know if I'm gonna make it out alive
Chuuya no sabía qué estaba haciendo.
Miró al techo de su habitación, en un intento de distraerse. No quería dormir, porque sabía qué soñaría. No quería cerrar los ojos, porque sabía qué vería.
Y no quería, pero a la vez sabía que solo se mentía a sí mismo. Cada mañana que llegaba a su casa se sentía la peor persona del mundo, y solo podía hacer lo que un cobarde hacía: prometer mentiras.
Quizá lo peor era que tanto él como Dazai sabían que era absurdo, y que sus palabras caerían en saco roto cuando llegase el atardecer y Chuuya sintiese que le necesitaba en su vida.
«Te involucras demasiado. Siempre lo haces.»
No le faltaba razón a quien le había dicho esas palabras. Solo que esta vez, había cruzado una frontera demasiado peligrosa, jugando a algo que no sabía jugar y que muy probablemente le llevase a su perdición.
Si Dazai fuese otro tipo de persona —la persona que él había creído— sería diferente. Todo sería más sencillo.
El teléfono empezó a sonar, y Chuuya lo miró con desánimo. No le hacía falta verlo para saber quién era, y en verdad no quería hablar con Ango en esos momentos. Le pediría reunirse, y Chuuya no tendría el valor suficiente para mentirle a la cara. No otra vez.
El teléfono volvió a sonar, las vibraciones haciéndole rebotar contra la mesilla. Volvió a ignorarlo, tapándose los oídos con la almohada. Pero seguía sonando, insistente.
Chuuya optó por ponerlo en silencio, pero en el momento en el que cogió el móvil, entró una llamada. No tenía ningún nombre, pero Chuuya había marcado demasiadas veces ese número para poder saberlo de memoria.
Dudó, pero finalmente contestó.
—Chuuya —el tono sorprendido de su voz indicaba que no tenía esperanzas en que contestase—. Necesito verte.
Chuuya quiso decir que no. Quiso mentir como siempre hacía, o mejor aún, ser completamente sincero con él.
Ninguna de las dos era una buena opción.
—Antes de que me digas que no, que sepas que no dejaré de insistir.
Chuuya siempre mentía cuando le llamaba, pero Dazai no. Nunca lo hacía.
Dazai actuaba como si fuera un idiota, pero realmente no lo era. Al principio, Chuuya creyó su pequeña actuación, pero con el tiempo fue comprobando que nada era lo que parecía con él. Una de sus sonrisas más amplias podía significar la muerte.
Pero a Chuuya le encantaba correr el riesgo.
—¿Dónde? —respondió con voz seca.
Casi podía ver la sonrisa triunfante que cruzó el rostro de Dazai, el brillo iluminando sus ojos oscuros. Cuando le dio la dirección, la llamada se cortó. Entonces vio que había sido la única que había hecho Dazai, las dos anteriores habían sido, efectivamente, de Ango.
Silenció el móvil.
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