2.2

Fight so dirty, but your love's so sweet
Talk so pretty, but your heart got teeth
Late night devil, put your hands on me
And never, never, never ever let go

Si Chuuya tuviese que describir a Dazai, seguramente señalaría dos cosas: las vendas que rodeaban su cuerpo y lo bien que hablaba.

Chuuya sabía que físicamente era diez veces más fuerte que él, pero sentía como si se derritiera cada vez que le hablaba con esa voz suya, ni demasiado alta ni demasiado baja, diciéndole lo mucho que le gustaba mientras su mirada recorría una y otra vez su cuerpo.

Era como si el diablo le susurrase al oído que se dejase llevar por él, y Chuuya gustoso le entregase su alma. No podía resistirse, y aunque lo sabía, no dejaba de intentarlo. No sabía por qué seguía tratando de mentirse y diciéndose que lo superaría. Sabía que no lo haría.

Así que ahí iban de nuevo.

Una de las cosas buenas que tenía Dazai era su capacidad de llenar todos sus pensamientos e incapacitarle de pensar en otra cosa. Era bueno cuando no quería hacerlo, aunque también era lo peor cuando se sentía mal por ignorar todo lo demás porque, simplemente, no podía permitirse hacerlo.

Esa era una de las buenas ocasiones. Prefería tan solo centrarse en Dazai y olvidar todo lo que eran sus circunstancias, para ser tan solo el Chuuya que él conocía. Le encantaría poder demostrar esa faceta de seguridad en sí mismo que le presentaba a Dazai en todos los aspectos de su vida.

Quizá todo sería más fácil.

Suspiró, mirando el reloj que tenía en la muñeca izquierda. Había llegado quizá demasiado pronto.

No era raro para Chuuya esperar a Dazai. Siempre se entretenía con la habitación en la que se fueran a encontrar, siempre era diferente. En la que estaba ahora era una de un lujoso hotel —como no podía ser de otra manera si se hablaba de Dazai—, con maravillosas instalaciones como un jacuzzi en una de las esquinas, una gran televisión con un sofá que a todas luces se veía caro y cómodo, además de un tocador digno de actriz de Hollywood.

Por supuesto, Chuuya se había apoderado de la mullida cama matrimonial, jugando con los pétalos de una de las dos rosas que estaban en el velador del lado izquierdo, atrapadas juntas en un esbelto jarrón de porcelana.

Su teléfono, que había quedado abandonado al lado del jarrón, brilló. En la oscura habitación únicamente iluminada con la lámpara que estaba en el velador de la derecha, el brillo del móvil resaltaba demasiado.

No era una llamada, era un mensaje.

Chuuya arqueó una ceja. Casi nadie le mandaba mensajes a ese teléfono. Sin dejar de jugar con la flor pero curioso, abrió el teléfono, se quedó sorprendido de ver el nombre de Ango sobre la pantalla.

Si le había mandado un mensaje, quería decir que era grave.

«Chuuya, ten cuidado»

Chuuya se sentó sobre la cama, alerta. Ango siguió escribiendo.

«Lo sabe. Todo»

Chuuya sonrió.

Entonces, la puerta se abrió.

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