𝐂𝐚𝐩𝐢̂𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐮́𝐧𝐢𝐜𝐨
Osamu se movió de un lado a otro en el auto donde se encontraba, gracias al cinturón pudo mantenerse en su lugar.
– ¡Osamu, afirmate! - gritó la madre del castaño, su voz se encontraba impregnada por el miedo.
Lo único que Dazai era capaz de escuchar eran las iracundas bocinas de los demás autos, eran tan fuertes que le generaban dolor de oídos.
El auto donde el castaño se encontraba viró una última vez, antes de que todo se volviera negro para las tres personas que se encontraban allí.
Pip... Pip... Pip
El constante sonido de sus latidos despertó a Osamu, su cuerpo estaba adolorido y tan cansado que no podía ni abrir sus ojos.
– Su condición está estable, pronto despertará - se escuchó la voz de un médico.
– Siento un poco de lastima la verdad... Sus padres - habló una voz femenina, seguramente una enfermera.
El médico suspiró – Lo bueno siempre conlleva a lo malo. El niño se salvó de milagro, pero sus padres están en riesgo vital - suspiró nuevamente, se le notaba abatido.
– Lo justo de la vida, es que es injusta - la enfermera dió por finalizada la pequeña charla que tenían en la habitación del paciente.
Ambos salieron de la recamara, dejando descansar al niño de tan solo seis años.
Un pequeño niño de cabellos color castaño oscuro, se encontraba en la cama del hospital, tenía un par de vendas en su rostro y cuerpo, pero para su mala suerte, se encontraba bien, al contrario de sus padres. Uno de los doctores le informó sobre el deceso de sus progenitores. Osamu trató de tomarlo con calma, siempre había sido un niño bastante tranquilo y maduro. Pero a fin de cuentas seguía siendo un niño. Lloró la muerte de sus padres en la noche, dónde nadie lo veía o escuchaba. Dejando que la oscuridad lo abrazara y consolara.
El niño escuchó su estómago gruñir, no había comido nada en todo el día, no había sentido hambre, solo náuseas.
Se quitó las intravenosas con cuidado y salió del cuarto con cautela, seguramente encontraría una máquina expendedora por alguna parte y él era muy bueno abriendo todo tipo de cerraduras.
Caminó tratando de hacer el menor ruido posible, no quería despertar al guardia de turno, que estaba haciendo un muy mal trabajo a fin de cuentas.
Escuchó un ruido a sus espaldas, el castaño volteó rápidamente, llevándose el susto de su vida al ver a un hombre vestido con una gran túnica negra que tapaba su rostro.
Nadie parecía verlo, excepto Osamu.
– ¿Eres la muerte? - preguntó el niño al ver cómo el hombre se acercaba a la habitación donde se encontraban sus padres.
– Oh ¿Puedes verme, mocoso?_ preguntó el pelirrojo, dejando a la vista su rostro.
Sus ojos eran azules, fríos como un glaciar, parecía mirarlo con sorpresa. Sus pestañas eran espesas y largas, pelirrojas cómo su cabello, su piel blanquecina parecía casi transparente ante los rayos de luz artificial que iluminaban el hospital.
Era hermoso y era la muerte.
– Puedo verte ¿También me llevarás a mí? - preguntó con serenidad, pero por dentro ansiaba una respuesta positiva.
– No estás en la lista - mencionó dudoso el pelirrojo, pero terminó sacando una lista de su túnica, observando atentamente cada nombre del papel – No, definitivamente no morirás hoy.
Dazai arrugó su frente – Pero yo quiero irme contigo - balbuceó con un puchero.
– No puedo hacerlo - contestó enojado, alzó su mano hacia su frente para masajear la zona – Mira niño, tus padres murieron. No tú, yo soy la muerte, no una niñera - espetó el pelirrojo con fastidio.
Pero su corazón punzó cuando vió como el niño comenzaba a llorar.
La parca se regañó a sí mismo por ser tan directo. La mayoría de humanos con los que trataba eran bastante reacios a la idea de su muerte, algunos le gritaban y otros le imploraban seguir con vida. A causa de eso debió generar tener un carácter fuerte para poder conllevar su trabajo.
Pero lo que estaba presenciando era muy distinto a lo habitual, ese niño quería ir con él, seguramente no tenía a nadie más en su vida. Tal vez lo vería en unas semanas más por inanición o alguna muerte causada por vivir en las calles. Arrugó su ceño ante esos pensamientos, sintiendo un poco de lastima por el pequeño.
– Mocoso... Tus padres van a estar bien y tú también, yo me encargaré de eso_ murmuró la muerte no muy seguro de sus palabras.
Osamu no respondió, pero ya no estaba llorando a cántaros como antes.
La parca revolvió los suaves cabellos castaños, para luego dirigirse a la habitación de los padres del pequeño para hacer su trabajo.
Cosechó las almas de ambos adultos con su guadaña, llevándolos al limbo para que ellos pudieran esperar hasta su reencarnación.
– Por favor, cuida de nuestro Osamu - susurró el alma de la mujer antes de desaparecer.
– ¿Eh? - el pelirrojo se encontraba con un dilema moral, la muerte no acostumbra a cuidar niños huérfanos y él no sabía nada de cuidados humanos.
Pero era la última voluntad del alma de aquella humana, no podía rechazarlo.
"¿Ahora seré una especie de angel guardián? Debería cambiar mi vestimenta, parezco espantapájaros - pensó el pelirrojo viendo su túnica negra, estaba andrajosa y llena de polvo.
En un perchero del hospital vió un traje negro, lo tomó y se lo puso, esperando que las demás personas no vieran un traje flotante.
Pasaron los meses, Osamu se fue a un orfanato, su personalidad había cambiado bastante, ahora era más serio y calculador, su corazón parecía ser de acero con púas alrededor.
Ningún otro niño podía ver al pelirrojo, ni siquiera la parca sabía la razón de eso, pero por eso todos parecían alejarse y hablar mal a las espaldas del castaño.
– Miren, es el niño que habla solo - murmuró un huérfano mientras señalaba a Osamu.
– No te acerques a él, dicen que él fue quien asesino a sus padres - susurró otro huérfano.
Osamu fingía ignorarlos, a él no le importaba todo lo que pensaran sobre él. Siempre y cuando tuviera a Chuuya de su lado, la parca cumplió su promesa y no se separaba de Osamu.
Aún recuerda cuando le preguntó su nombre al pelirrojo y la muerte no supo que contestar, desde su existencia nunca había tenido nombre, algunos humanos lo llamaban monstruo, pero ese no era un nombre que le pudiera decir al pequeño castaño.
– No tengo nombre - respondió la muerte un tanto cabizbajo.
– Chuuya, te llamaras Chuuya - dijo Osamu, mirando al pelirrojo con ojos brillantes.
– Me gusta ¿Por qué ese nombre? - preguntó la muerte con una pequeña sonrisa.
Osamu señaló el libro en sus manos – Nahakara Chuuya es un poeta japonés. Mi nombre también está basado en un escritor japonés, así tendremos algo en común.
Chuuya sintió su corazón derretirse por la ternura del castaño, revolvió su cabello, sacando una carcajada del menor.
– Gracias, Osamu.
Chuuya se había encariñado enormemente del pequeño Osamu, su alma era tan brillante y pura, de un color beige que le transmitía paz.
Y así pasaron los años, Chuuya seguía trabajando como la muerte, pero siempre hacía un tiempo para ver al pequeño en el orfanato.
Pero algunas veces el pelirrojo se desaparecía por semanas y Osamu no encontraba nada mejor que intentar suicidarse.
– Oh, Chuuya. Volviste - saludó el castaño, su cuerpo se sentía cansado y sus ojos apenas podían enfocar al pelirrojo delante suyo.
– ¡Claro que volví, idiota! Estaba ocupado solucionando un problema ¡Contactame como una persona normal y no tratando de matarte! - gruñó Chuuya enfadado, le quitó la pequeña navaja al castaño y la tiró lejos.
El baño donde se encontraba estaba repleto de sangre. Chuuya tomó el cuerpo de Osamu con delicadeza y lo llevó a la cama, buscó un botiquín y comenzó a curarlo. Parecía refunfuñar para sí mismo mientras lo hacía.
A la muerte le entristecía ver cómo en cada visita veía el alma de Osamu cada vez más oscura. Sabía lo mal que ese orfanato era para él. Chuuya trató de ayudarlo, pero Dazai rechazó cada ayuda por parte de la muerte.
– Escapa, Osamu. Ven conmigo, puedo asustar a una familia para que se cambien de hogar y nosotros podríamos vivir allí - pidió la muerte con súplica palpable en su voz
– Chibi. Sabes que eso es imposible... Pero no estés tan triste, pronto me adoptarán y ya no volveremos a este lugar.
Pero justo en el cumpleaños número doce del castaño, una noticia rompió todas las esperanzas de Chuuya. Osamu tenía cáncer a las cuerdas vocales. Cosa que seguramente había sido genético.
Lamentablemente era un tipo muy invasivo y lo peor... No tenía cura, ya estaba muy avanzado, ni siquiera la quimioterapia podía combatir contra la enfermedad.
Los meses pasaron, Chuuya intentó alegrar al castaño, pero lo cierto era que ambos estaban rotos por dentro.
– No trates de animarme, no estás a la altura, Chibi - rió el castaño, pero hizo una mueca de dolor casi al instante.
Chuuya le había llevado flores, camelias para ser exactos. Era un gesto para animar al menor.
– Ya creceré y cuando lo haga me reire en tu cara - gruñó el más bajo, fue un golpe fuerte a su orgullo lo rápido que crecía el castaño.
Pero hasta en el último momento, hasta la última respiración de Osamu. la parca no soltó la mano del castaño.
__ Mocoso, lo siento, no voy a poder cumplir mi promesa, pero recuerda que voy a encontrarte de nuevo, vive una larga vida hasta que nos volvamos a encontrar_ dijo el pelirrojo con pequeñas lágrimas saliendo de sus ojos.
Él daría su inmortalidad como muerte para que Osamu reencarnara, ya que, al tener varios intentos de suicidio. Su destino era el inframundo.
Lo último que vió Chuuya antes de desaparecer fue el calmado rostro del castaño, parecía dormir. Nunca lo había visto tan pacífico.
– ¿Entiendes que perderás tu existencia eterna por una corta vida humana?
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– Sí
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– Nunca podrás cambiarlo, tampoco te recordará.
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– Lo sé.
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– Que así sea entonces.
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Osamu Dazai nació un 19 de junio, en una cálida mañana, Gen'emon lo tomó en sus brazos feliz de sostener a su pequeño hijo por primera vez.
– Gracias Tane, seré el mejor esposo y padre del mundo, gracias por este hermoso bebé.
Tane débil por el parto sonrió lo mejor que pudo, viendo las mejillas sonrojadas de su hijo y la sonrisa de su esposo.
La familia Dazai vivía en una zona alejada de la ciudad, lejos del bullicio de las calles ajetreada, rodeada de naturaleza.
Un ambiente libre y hermoso donde Gen'emon y Tane¹ criaron a Osamu con amor.
El castaño solía meterse en problemas por su personalidad molesta y odiosa. Pero fue un niño feliz que gozó de buena salud durante toda su infancia.
Gen'emon tuvo la oportunidad de tomar un puesto de trabajo en otro país, pero la ciudad no parecía un mejor lugar que su hogar junto a su familia, así que no lo aceptó.
Aunque habían comportamientos peculiares en el castaño, Tane creía que era normal por ser hijo único y no tener hermanos.
"Ha de ser un amigo imaginario"
"Quizás sólo tiene mucha imaginación"
A veces encontraba a su pequeño hijo platicando a la nada como si le contase de sus juegos a alguien a quien ella o su esposo no podían ver, pero su pequeño sí.
También, notaron que Dazai sentía una inmensa atracción hacia la mitología, sobre todo le fascinaba la muerte y como era representada en distintas religiones.
Nada grave, sólo un poco curioso ¿Cómo era posible que un niño de ocho años llorase cada vez que tenía que subirse a un auto?
Los años pasaron y muchas de esas costumbres pasaron a segundo plano, Osamu al entrar a la preparatoria tuvo que comenzar a viajar a la ciudad, debido a que su padre quería lo mejor para él.
Los viajes en tren, las largas jornadas de estudio y los clubes de atletismo le hicieron estar bastante ocupado. Muchos recuerdos de su infancia comenzaron a ser más borrosos año con año, pero para un adolescente lleno de actividades, el hecho de no poder recordar algunas cosas de su infancia no resultaba algo tan importante.
Así en su último año de preparatoria, Osamu tuvo una dura decisión relacionada con la universidad.
– Sabes que te apoyamos en todo, Osamu - Tane hablaba mientras lloraba abrazada a su esposo.
El hombre estaba orgulloso de su hijo, su pequeño había crecido para ser un joven inteligente y determinado, tranquilo abrazó con amor a su esposa.
– Estamos orgullosos de tí, Osamu, tienes más que merecida esa beca en la Universidad de Tokio.
Tane lloró un poco más fuerte, su pequeño se iría a vivir a la ciudad.
Los padres de Osamu sabían que era su sueño desde su infancia, siempre había dicho que quería ser un doctor especializado en Oncología, el castaño sentía desde el fondo de su corazón que esa era su vocación. Estaba dispuesto a dar su mejor esfuerzo para salvar vidas y aliviar a los pequeños que sufrieran algún cáncer.
Aún así, se sentía vacío... Cómo sí algo o alguien le faltara.
Al separarse del abrazo, Gen'emon ayudó a su hijo a subir las maletas al auto que con mucho esfuerzo había logrado comprar para él, como regalo de graduación. Tane sostenía un pañuelo, parada en la acera veía como su pequeño terminaba de subir su equipaje al auto.
– Conduce con cuidado hijo, te veremos a fin de mes, no te olvides de visitarnos.
– El único que se olvida de las cosas eres tú, abuelo - se burló el castaño con una sonrisa. La cual se borró al entrar al auto. Aún después de los años le generaba incomodidad.
Gen'emon le sonrió, sabía cómo era la personalidad de su hijo, enojarse con él es como enojarse con una pared, no servía de nada.
– Te amamos Osamu, sé que serás un gran médico, llama seguido ¿Sí? - Tane se agachó para darle un beso por la ventanilla del auto. El castaño estuvo a punto de bajar para darle otro abrazo, pero se iba a retrasar así que le dió un beso en la mejilla a su madre y le sonrió con ternura.
– Lo haré mamá, cuídense mucho.
Tane se aferró a su esposo cuando vió el auto negro de su hijo alejarse por la calle, en dirección a la ciudad.
– Tranquila amor, deberías preocuparte por la ciudad, no por Osamu - la sonrisa tranquila y del hombre logró calmarla, sabiendo que las palabras de su esposo eran ciertas.
Los meses pasaron dando lugar a su vida académica, pronto se adaptó al ritmo vertiginoso de la universidad, dándose cuenta que efectivamente la medicina era su vocación.
– Dazai-san, vamos a almorzar fuera del campus ¿Viene?
Akutagawa esperaba su respuesta, mientras abrazaba a su novio, Atsushi, el hermoso peliblanco de Veterinaria con el que salía, también los acompañarían los hermanos Tanizaki, ambos compañeros de carrera.
– Claro, Akutagawa-kun - sonrió fingidamente y se unió a ellos para salir del campus, aún tenían clases por la tarde, pero los viernes tenían tres horas para almorzar con tranquilidad.
Las calles de Tokio eran toda una novedad para el castaño quien aún no se acostumbraba del todo al ajetreo de la zona, Atsushi sonreía en los brazos de Akutagawa mientras Junichiro platicaba con su hermana sobre los trabajos pendientes que aún debían hacer para la próxima semana.
No es que no fuese una persona sociable o amigable, pero no había algo en esas conversaciones que le llamaran la atención, al menos no tanto como las hermosas flores de la tienda al otro lado de la acera. Sin decir nada Dazai cruzó la calle al ver que no venía en su dirección ningún vehículo, aunque no le importaría que lo atropellaran. En esa florería habían varias macetas en venta, llenas de flores de distintos colores, dalias blancas y rosas, nomeolvides, y en una esquina aquellas flores que le hicieron llegar hasta allí.
– Hermosas...
– Camellia Magnoliopsida - una voz masculina le hizo soltar la bella flor roja que tocaba suavemente.
– ¿Disculpa?
– Camellias es el nombre científico de esas flores y Magnoliopsida es la clase ¿Te gustan? - un hermoso pelirrojo salió de detrás del mostrador, Osamu lo miró embobado, algo de ese joven bajo y de mirada azulada se le hacía conocido, aunque nunca lo había visto en su vida – ¿Te encuentras bien? - preguntó el chico al ver que su posible cliente de había quedado estático.
– Ah sí... Hola, un gusto. Mi nombre es Osamu. Dazai Osamu - se presentó el castaño, acercándose al chico que lo miraba expectante.
– Osamu...
– Esas flores - apuntó a las camelias – ¿Sabes lo que significan? - preguntó Osamu, tratando de sacar conversación con el hermoso pelirrojo frente suyo.
– Las camelias significan "Te querré siempre" Pero las rojas en específico significan "amor sin condiciones" También, según la tradición China, representan la unión de los amantes hasta más allá de la muerte - le sonrió al castaño , quien únicamente lo observó fijamente, hasta que una tercera voz rompió la burbuja en la que ambos se encontraban.
– Dazai-san, vamos - Atsushi notó su ausencia en el grupo antes de entrar a la cafetería, preocupado por su compañero regresó por él.
– Parece que te hablan, Osamu - el pelirrojo regresó a arreglar las flores que vendía en su tienda.
– Sí, gracias por decirme el nombre de esas flores, son mis favoritas - volvió a acariciar una de ellas – Fue un gusto...
– Nakahara Chuuya, ven a comprar la próxima - le sonrió con burla.
– Vendré, Chuuya - Osamu sonrió con malicia y camino sin apuros detrás del peliblanco que lo esperaba del otro lado de la acera. Chuuya lo observó marcharse, hasta llegar al lado de su amigo.
– ¿Qué pasó? - Atsushi retomó el camino de regreso a la cafetería.
– Nada, solo estaba viendo las flores.
– ¿Flores? No pensé que a usted le gustaran las flores.
– Sí me gustan, Atsushi-kun, las camelias son mis favoritas.
– Son bonitas - sonrió Atsushi, alegre de que su amigo mostrara interés en algo por primera vez.
Los viernes tomaron un nuevo significado, acompañado o solo, Osamu salía del campus para almorzar en la misma cafetería, para poder pasar a la florería a observar las hermosas flores que Chuuya vendía.
Siempre compraba un par de camelias, pero al visitar al pelirrojo semana a semana, las otras flores también le comenzaron a llamar su atención. O tal vez solo quería ver la emoción en los ojos de Chuuya cada vez que le explicaba el significado de una flor.
– Esa es una Aster, significa "Corazón que confía" se la puedes regalar a alguien en quien confías ciegamente - explicó el pelirrojo con una sonrisa al ver cómo Osamu veía la flor en forma de estrella, muy similar a la margarita.
El primer semestre estaba a punto de terminar, los meses habían pasado rápido, tanto como la brisa fría del invierno que dió paso a la fresca ventisca de la primavera.
– ¡Chuuya! - Dazai entró a la florería, las campanitas de la entrada anunciaron su llegada. Su rostro mostraba una sonrisa inocente, cómo si no pudiera matar ni a una mosca.
– Bastardo - refunfuñó el pelirrojo entre dientes.
Chuuya se encontraba enojado con el castaño, ya que la anterior semana le había roto una flor sin querer. Aquello le había dolido al pelirrojo ya que eran una especie muy difícil de conseguir.
– ¿Aún sigues enojado? Ya te pedí perdón - respondió con un tono infantil – Tienes demasiado rencor en ese cuerpo tan pequeño - balbuceó en tono bajo, pero sabía que el pelirrojo lo escucharía perfectamente.
– ¡Desperdicio de vendas! - gruñó Chuuya, se acercó al castaño con intención de golpearlo, pero pareció descartar esa idea a último momento.
– Te recuerdo que son tus flores las que me tienen así - Dazai lo miró de manera acusatoria, recordando todas las veces que se había cortado con las espinas de las flores.
– No es mi culpa que no leas los carteles de no tocar.
– Ow, vamos Chuuya. No te enojes - codeó al hombre a su lado.
– Solo compra una maldita flor y vete.
– Quiero una flor especial esta vez.
– ¿No te llevarás una camelia? - preguntó el pelirrojo confundido.
– ¿Cuál es tu flor favorita?
– Mmm, no lo sé. Me gustan las margaritas pero no tengo ninguna favorita.
– Llevaré un ramo de margaritas entonces.
El pelirrojo se sonrojó – ¿Por qué harías eso?
– Para pensar en tí cada vez que vea las flores.
– D-Deja de bromear.
– Chuuya, vamos a comer - pidió Osamu, jalando al pelirrojo hacia afuera de la tienda, pero era en vano, ya que Chuuya era más fuerte que él.
– ¡Estoy en mi horario laboral!
– Tu único cliente soy yo y lo sabes - lloriqueó el castaño, aún aferrado al brazo del pelirrojo.
– Los viernes las personas no suelen comprar mucho... - parecía querer invertir una excusa, pero Dazai se le adelantó.
– Perfecto. Vamos - jaló a Chuuya quien se encontraba desprevenido.
– Déjame al menos poner el cartel de cerrado - suspiró Chuuya, dándose por vencido.
Caminó junto al castaño hasta la cafetería, donde eligieron una mesa que daba a la ventana.
– ¿Que piensas de la muerte? - preguntó Chuuya un tanto nervioso. Quería que Osamu lo recordara, pero este no parecía capar sus indirectas.
– Seguramente la muerte me odia - suspiró el castaño con tristeza fingida. Chuuya lo miró con duda – Por más que intente acercarme a la muerte, ella nunca quiere llevarme - explicó Dazai con una sonrisa un tanto quebrada.
– Tal vez no te odia, sino todo lo contrario - susurró Chuuya, mirando hacia un costado, evitando la mirada del castaño – Sabes, me recuerdas a un mocoso que conocí hace un tiempo atrás - cambió el tema.
– ¿Mocoso?
– Sí, un mocoso... Al que quise mucho, aunque hace ya un tiempo que no lo veo - desvió la mirada para llamar a la camarera, que sonriente se acercó para tomar su pedido.
– ¿Por qué se alejó de tí? - la curiosidad le ganó, de alguna forma aquella historia se le hacía parecida.
El pelirrojo estaba preocupado ¿Que haría si él castaño no lo recordaba? Si le explicaba la situación seguramente lo creería loco. Pero tampoco podía seguir fingiendo no conocerlo.
– ¿Te sientes bien? - Dazai vió preocupado al pelirrojo que se había quedado distraído viendo un punto fijo de la cafetería.
– Ah, sí claro, solo estaba recordando, ha pasado tiempo ya, él solo... No importa, solo se que ahora es más feliz que en ese entonces.
– Eso es bueno ¿No?
– Supongo que sí, solo... mierda, es difícil extrañar a alguien - Chuuya estaba harto de los sentimientos humanos, algunos eran tan pesados que hacían doler el corazón, cosa de la que nunca se había preocupado antes.
Hasta que conoció a Osamu Dazai.
– Yo también extraño a alguien, pero irónicamente no puedo recordarlo - rió el castaño con el ceño fruncido, un tanto enojado consigo mismo.
La comida llegó interrumpiendo la extraña conversación, el pelirrojo respiró profundo, de nada servía lamentarse por lo que ya había sido, por mucho que extrañara la voz infantil del pequeño castaño, no podía desaprovechar la oportunidad que significaba encontrarse con él nuevamente, era sin dudas la misma alma, era el mismo Osamu, quien afortunadamente en esta vida había podido disfrutar de todo lo que aquella terrible enfermedad y el accidente le impidió en su vida anterior.
Por ello, le pidió a los dioses una oportunidad, no importaba si la vida de un humano fuera corta o dolorosa, sería suficiente con ver el brillo en esos ojos castaños para ser feliz, y mientras veía a Osamu comer con alegría su cangrejo, lo reafirmó, podría morir finalmente, satisfecho de verlo sonreír.
Una sonrisa tan sincera, una que nunca pudo verla en su vida anterior.
Chuuya suspiró al ver aquella sonrisa, pensó que lo mejor sería dejar que las cosas fluyan de forma natural... Aunque eso llevará mucho tiempo. Frustrado por su nula paciencia se resignó a comer y escuchar atentamente todo lo que el castaño le contaba de la universidad y de sus amigos. Cuando terminaron de comer Osamu dejó dinero en la mesa. Tenía clases y debía apurarse para llegar.
– Me tengo que apresurar o Kunikida no me dejará entrar a clases - se excusó sonriendo.
– No te preocupes... ¿Te veré el próximo viernes?
– ¡Sabía que me extrañabas! - rió el castaño, entretenido al ver cómo las mejillas de Chuuya se volvían de un tono carmín – Claro que iré, adiós Chuuya - se alejó moviendo la mano de un lado a otro, llevando consigo el ramo de margaritas que le recordaban al pelirrojo.
El castaño se quedó viendo por donde el más alto se marchó.
– Me alegra que en esta vida no te esté yendo mal, Osamu - con las manos en los bolsillos regresó a su tienda de flores.
Pronto los exámenes de semestre habían terminado, Osamu seguía visitando al pelirrojo cada viernes, aunque quizás el castaño se paseaba entre semana por la tienda, solamente para ver al pelirrojo cuidar de sus flores.
El viernes anterior, Osamu le había pedido una cita al más bajo. El castaño había esperado toda la semana ansioso. Hasta que por fin había llegado el tan esperado viernes.
– Se le ve muy contento, Dazai-san.
– Sí Atsushi-kun, hoy tengo una cita especial.
– ¿Con Nakahara-san? - preguntó Atsushi con una sonrisa.
Dazai le había hablado sobre Chuuya al albino.
– Sí, creo que iremos al festival de otoño.
– Quizás lo veamos allí, Akutagawa y yo iremos más tarde.
– Me alegra que les esté yendo bien - le sonrió al albino con quien poco a poco se sonrojaba cada vez más.
– Espero que usted también encuentre a esa persona especial - Atsushi se despidió para ir a su dormitorio, el castaño solo pudo pensar en el pelirrojo de mirada azulada, en los últimos meses sus pensamientos estaban llenos de él.
También, en sus últimos sueños, no dejaba de ver la misma escena, pequeñas camelias encima de un mueble blanco, una camilla de hospital y el constante sonido de la máquina que tomaba el palpitar de su corazón. Había hablado con el consejero Fukuzawa al respecto, él le había explicado sobre el subconsciente y que a veces este guardaba algunos remanentes de experiencias de la infancia o inclusive de vidas pasadas. Osamu no era de pensar tanto en esas cosas y la carga que representaban los exámenes de fines de semestre no le habían permitido el tiempo de analizar a profundidad esos sueños repetitivos que no dejaban de sentirse tan reales como recuerdos.
– ¡Rayos ya es tarde! - dejó de lado sus pensamientos para terminar de vestirse, al terminar salió corriendo de su dormitorio, debía apresurarse para llegar al lugar de siempre o Chuuya se molestaría con él.
– Vamos, Chuuya, ya me disculpé - caminaba al lado del pelirrojo que casi no le había dirigido la palabra en los últimos 30 minutos.
– Esta bien Osamu, ya déjalo así ¿Vamos por algo de comer?
– ¡Sí! Quizás encontremos cangrejo - de nuevo el ambiente volvía a ser agradable, como cada vez que lograba pasar tiempo con Chuuya. Incluso su madre lo conocía ya, gracias a que siempre que la visitaba le hablaba sobre el pelirrojo y las hermosas flores que vendía.
Entre ventas y juegos del festival, sin darse cuenta ambos caminaban tomados de la mano, Osamu sintiéndolo tan natural, como si muchas veces hubieran andado de esa forma y Chuuya agradeciendo internamente por eso, había extrañado demasiado su contacto.
– Osamu, vamos a buscar un lugar para ver los fuegos artificiales.
– Sí - ambos caminaron sin soltarse de las manos, sonrojados cada uno a su manera, Chuuya maldiciendo lo fácil que las emociones se mostraban en los rostros humanos y Osamu ansioso por lo que podría pasar estando solos.
– Creo que este es un buen lugar - ambos se pararon en lo alto de la ladera a donde todos se dirigían para observar los fuegos artificiales.
– Me alegra estar aquí contigo, Chuuya.
«¿Me recordarás algún día?»
– A mí también...
– ¡Mira! La primera estrella de la noche - Osamu señaló hacia el cielo – ¡Pide un deseo, chibi!
Dazai cerró los ojos para pedir su deseo, mientras el pelirrojo volteó a verlo conmosionado.
– Creo que ya se me cumplió...
– ¿Chibi? - Dazai abrió los ojos extrañado de pronunciar ese apodo que se sintió tan familiar para él.
– Al fin, mocoso - el pelirrojo se lanzó hacia el castaño quien aún ensimismado en sus pensamientos reaccionó cuando sintió los suaves labios de Chuuya sobre los suyos, dejándose llevar, compartieron un abrazo en medio del beso que llenó de calidez a ambos. Aunque ninguno pudo ver los fuegos artificiales que estallaban llenando de colores el cielo nocturno, si pudieron sentirlos, dentro de su corazón.
La muerte renunció a la inmortalidad solo para poder vivir una vida humana al lado de esa alma tan pura de la que se enamoró, el castaño del que se hizo amigo en su vida anterior y al que le prometió encontrarse de nuevo el día que renaciera.
Para Chuuya y Dazai, las camelias tomaron un nuevo significado.
El comienzo de una vida juntos.
Porqué no fue Chuuya quien encontró a Osamu, si no el castaño encontró al pelirrojo por mera casualidad.
Sin duda tendrían dificultades, porqué ellos no eran un amor pasajero, ellos eran fragmentos de una sola alma. Un alma destinada a estar junta hasta el fin de los tiempos.
¹ Gen'emon y Tane se llaman los padres biológicos del verdadero Dazai Osamu.
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