𝖽𝗎𝗍𝗒 𝖺𝗇𝖽 𝗌𝖺𝖼𝗋𝗂𝖿𝗂𝖼𝖾
Alicent observaba su reflejo frente al espejo, Talya se estaba encargando de peinarla con sumo cuidado, asegurándose de que cada rizo estuviera en su lugar. Después del incidente en Marcaderiva la situación en la Fortaleza Roja se había palpado incómoda.
Rhaenyra se había marchado a Rocadragón por orden del mismo Viserys, llegó a la conclusión de que permanecer separados calmaría los ánimos, sin embargo, ella no soportaba verlo o estar cerca suyo y lo mismo pasaba con los niños. Procuraban tomar el desayuno muy temprano por la mañana para evitar verlo y la misma situación se repetía para la cena, tenían la suerte de al menos no verlo durante el almuerzo.
— Quedó listo, su majestad.— Observó el eficiente trabajo de su doncella y le brindó una tenue sonrisa en agradecimiento.
— Gracias, Talya.— Se puso de pie mientras alisaba la falda de su habitual prenda en color verde.— Los niños ya deben estar despiertos, vayamos a desayunar.
La mujer asintió a su pedido y se apresuró en abrir la puerta, Ser Criston se encontraba junto a sus puertas, igual que siempre.
— Buenos días, Ser Criston.
— Buenos días, su majestad.— Respondió el saludo con una leve inclinación.
Se dirigió al comedor tal y como era su costumbre de todas las mañanas, los sirvientes y guardias la saludaban conforme pasaba por los pasillos que ya estaban concurridos. Helaena y Aemond ya se encontraban ahí, observó a su hijo y le sonrió dulcemente, aún no se acostumbraba a verlo con el parche.
— ¿Dónde están Aegon y Aerea? — Preguntó al notar que sus hijos mayores estaban ausentes.
— Volando.— Respondió Helaena mientras mantenía una mirada desinteresada en la fruta servida en su plato.
— ¿Tan temprano?
— Esa es su costumbre.
No dijo nada más, conocía las costumbres que Aegon y Aerea compartían, le tranquilizaba saber que sin importar el lugar o la situación Aerea mantendría a Aegon bajo control, siempre era así. El desayuno se llevó a cabo sin mayores inconvenientes, cuando terminó se despidió de los niños pues debía atender algunos asuntos.
— Habrá una nidada nueva.— Murmuró Helaena.
Aemond quien se encontraba a su lado volteó a verla con confusión, sabía que Helaena tenía la costumbre de hablar sobre cosas que nadie entendía, él solía escucharla sólo por amabilidad ya que en realidad tampoco entendía de lo que hablaba.
— Dos dragones nuevos.— Continuó hablando.
— ¿De que dragón será la nueva nidada? — Se integró a la conversación intentando evitarle incomodidades a su hermana.
— Oro y plata.— Fue todo lo que ella respondió.
Suspiró con resignación y apartó su plato mientras se levantaba de la mesa.
— Debo volver a mis lecciones.— Le avisó.— Espero que tengas un día agradable hermana.— Y salió del comedor, dejándola sola.
— Otro dragón de dos cabezas.
La doncella a sus espaldas la miró sin decir nada, ya estaba acostumbrada a los balbuceos de la princesa. Estiró el cuello para poder ver su plato, ya estaba vacío.
— ¿Le gustaría ir a bordar algo princesa?
Helaena la observó por primera vez en toda la mañana, no solía hacer mucho durante el día, Aegon y Aerea se desaparecían la mayor parte del tiempo y Aemond siempre estaba leyendo o entrenando con Ser Criston, blandir una espada cuando tu habilidad visual se había reducido a la mitad no era fácil.
— Está bien.— Le respondió a su doncella.
Se levantó de su asiento y comenzó a caminar hasta sus aposentos en compañía de su doncella y guardia.
❛ ❜
Se encontraba en la tranquilidad de sus aposentos cuando fue convocada por Viserys, no lo había visto en todo el día y aquella aversión era a conciencia. Pero ya que la había llamado específicamente para algo no podía simplemente ignorarlo, aunque quisiera.
Cuando estuvo frente a las puertas de los aposentos de su esposo entró mientras el guardia en la puerta anunciaba su presencia, Viserys como siempre, parecía sumamente entretenido esculpiendo algo.
— Me has llamado, esposo.— Se plantó delante de él, mirando su modelo sin mucho interés.
— Así es, tengo algo que discutir contigo y es de suma importancia.— Dejó lo que tenía entre las manos sobre la mesa y se giró hacia ella mirándola.— Viene siendo hora de que Aegon y Aerea cumplan con su deber.
Alicent enfocó su vista en Viserys, sintió como se le revolvía el estómago al comprender hacia dónde se dirigía la conversación.
— Han pasado ya tres años desde su ceremonia de bodas y aún no hay niños.
Alicent parecía verdaderamente consternada al escuchar las palabras de Viserys, sin embargo, el hombre parecía estar hablando con total seriedad del asunto.
— Aún son muy jóvenes.— Alegó la reina.— Quince casi dieciséis días del nombre.
— Gozan de buena salud y cuentan con la edad suficiente, será una tarea sencilla el poder concebir.— Podía llegar a entender la preocupación de Alicent, pero ya habían esperado lo suficiente y sus hijos tenían un deber con la corona.
— Viserys
— Salvaguardar el legado de la Casa Targaryen es un deber para todos aquellos que portan el apellido.— Mantuvo la mirada fija en ella.— Habla con Aerea, recuérdale cuál es su deber, si muestra la iniciativa adecuada Aegon le corresponderá.
El que Viserys le pidiera preparar a Aerea para Aegon le trajo desagradables recuerdos de cuando su propio padre le hizo lo mismo al enviarla junto a él. Negó varias veces antes de darse la vuelta, simplemente ya no podía verlo, le desagradaba completamente estar en su presencia.
— No.
— Alicent.
— ¡He dicho que no! — Vociferó perdiendo los pocos estribos que le quedaban.
— ¡No es una sugerencia, es una orden! — Viserys respondió de vuelta.— Te recuerdo, querida esposa, que el rey soy yo.
Lo observó con indignación, sentía como las lágrimas se acumulaban en sus ojos, resultado de la rabia e impotencia que estaba sintiendo. Abrió la puerta y se largó de la habitación, ignorando por completo los llamados de Viserys, si se quedaba ahí por más tiempo sería capaz de volver a arrebatarle la daga que siempre llevaba en la cintura y esta vez se la clavaría a él.
Echó a todas las doncellas que se ocupaban de la limpieza de sus aposentos, cerrando la puerta fuertemente detrás de ella, tenía tanta rabia dentro que sentía la necesidad de destrozar algo o simplemente ponerse a gritar. Sin embargo, lo único que fue capaz de hacer fue deslizarse por la puerta hasta quedar sentada en el frío suelo mientras lloraba en silencio.
Incluso si ella se negaba a hablar con Aerea, Viserys eventualmente se encargaría de hacerle saber su exigencia, sentía que no tenía escapatoria, no podría salvar a su hija.
Lanzó su última flecha y ésta fue directamente a incrustarse en el pecho del faisán que había estado siguiendo, sonrió victorioso cuando el ave cayó muerto a unos cuantos metros de él. Caminó hasta el animal y lo ató por las patas a la soga en la que se encontraban sus otras presas, cinco patos y un faisán no estaba mal, alzó la vista y se dio cuenta de que pronto oscurecería.
— Hora de volver a casa.— Le dijo a su caballo mientras le daba unas suaves palmadas a su costado.
Lo montó y comenzó a cabalgar con rumbo a Piedra de las Runas, no se alejaba mucho del castillo ya que su tío insistía en que no era necesario apartarse tanto para poder cazar algo, lo obedecía sólo para evitar confrontaciones sin sentido. Una mueca de desagrado apareció en su rostro cuando la imagen del castillo comenzó a hacerse visible, sobre las laderas opuestas a las de Vermithor se encontraba Caraxes y aquello sólo significaba que Daemon estaba presente.
— Vaya manera de arruinar lo poco que queda del día.
Bajó del caballo cuando llegó a los establos, lo dejó en manos de sus cuidadores y con sus trofeos de caza en mano se dispuso a caminar hacia el interior de su hogar. Los sirvientes lo saludaron con una formalidad rígida, supuso que era debido a la presencia de su padre, la mayoría de ellos recordaban perfectamente la clase de hombre que era Daemon Targaryen, no había una sola alma en todo Piedra de las Runas que apreciara al príncipe.
Cuando ingresó al comedor se topó con la imagen de Daemon sentado en la cabecera de la mesa, con los pies apoyados sobre la misma, no tenía el más mínimo respeto por aquel lugar. Rhysand dejó lo que traía en las manos sobre la mesa y se quitó los guantes de cuero que llevaba puestos.
— Parece que fue una buena caza.— Le dijo mientras bajaba los pies de la mesa y se sentaba correctamente.
— ¿Qué diablos haces aquí?
Daemon se rió al escuchar su pregunta, Rhysand no iba a jugar la carta de cortesía con él, no valía la pena.
— Vine en son de paz.— Respondió mientras alzaba sus manos.— Y mi paz incluye una propuesta.
Se limitó a mirarlo con desinterés, no confiaba en él, conociendo lo ventajista que era no podía contemplar la idea de una propuesta justa.
— Habla, te escucharé sólo por cortesía.
— ¿Qué opinas de casarte con alguna de las gemelas?
Rhysand frunció el ceño y estaba seguro de que su cara de asco delataba lo mucho que le disgustaba la idea.
— ¿Puedo pensarlo?
— Tómate el tiempo que necesites.
— De acuerdo.— Daemon sonrió al escucharlo.— No gracias.
— ¿Qué?
— Dije que no.— Se encargó de repetir su respuesta pausadamente.
— ¿Por qué no? — Preguntó el príncipe con la mandíbula tensa.
— Lamento decepcionarte, pero no tengo intenciones de terminar cogiéndome a una de mis medias hermanas.— Se encogió de hombros.— Eso no va conmigo.
— Son alianzas.— Le espetó Daemon como si fuera lo más obvio.
— Una que no necesito.— Le recalcó con burla.
— Eso no lo sabes.
— No me interesa, gracias por venir pese a que nadie aquí aprecia tu presencia.— Tomó las aves muertas que había dejado sobre la mesa y caminó hasta la puerta, se giró a verlo antes de irse.— Ya sabes cómo salir de aquí, no vuelvas nunca.
— Te vas a arrepentir de esto.— Exclamó con furia.
Se dio la media vuelta una vez más, reconocía la expresión de molestia en el rostro de su padre, se burló de eso, perdía la paciencia con tanta facilidad que le era imposible no meterse con él.
— La negociación ha terminado, mi príncipe.— Respondió con firmeza.— Preferiría perder la verga antes que desposar a alguna de sus hijas.
Daemon se lanzó contra él, había llegado a su límite de tolerancia, pondría al mocoso en su lugar de una vez por todas. Rhysand le tiró los patos y el faisán a la cara, esa distracción le dio tiempo de sacar la daga que portaba en su cintura, colocó el filo del cuchillo sobre la garganta del hombre.
— No te tomes el rechazo tan personal.— Le dijo con diversión.
Tenía la mano sobre el pomo de hermana oscura, pero realizar un movimiento estúpido haría que le cortaran la garganta y el maldito mocoso se veía decidido a matarlo de ser necesario.
— ¡Rhysand! — El grito de Gerold Royce llamó la atención de ambos.
Apartó la daga del cuello de su padre y se hizo a un lado, la volvió a colocar dentro de la funda en su cintura. Se giró hacia su tío y le sonrió como si nada hubiese pasado.
— Bienvenido a casa tío.— Gerold estaba rojo de la rabia.
— Sal de aquí.— Le pidió en un tono molesto.— ¡Ahora!
Alzó las manos rindiéndose ante las órdenes de su tío y recogió del suelo lo que había logrado conseguir durante su tarde de caza, dejó la habitación con sólo los adultos dentro.
— Ni siquiera voy a preguntar qué diablos pasó.— Se dirigió a Daemon.— Pero me disculpo por la grosería de mi sobrino.
Daemon se pasó la mano por la cara, limpiando cualquier rastro de sangre que lo haya salpicado por culpa de Rhysand y sus malditos patos.
— Originalmente vine para hablar contigo pero no estabas.— Le respondió.— Y me terminé topando con él.
— ¿Qué asuntos tiene conmigo?
— Una propuesta de matrimonio.
Daemon podría ser el padre de Rhysand, pero Jeyne Arryn y el propio Viserys habían designado a Gerold como el tutor y regente del chico, por lo tanto cualquier decisión que tuviese que ver con el futuro de la Casa Royce debía pasar antes por él y eso incluía posibles alianzas matrimoniales.
— Lo lamento mi príncipe, pero no estamos interesados.
— ¿Y por qué demonios no? — Los Royce estaban acabando con su paciencia, siempre eran una maldita molestia.
— Ya recibí una mejor oferta.
— ¿Qué oferta puede ser mejor que la de desposar a la hija de un príncipe? — Daemon le preguntó con burla.
— Desposar a la hija de un rey.— La respuesta del hombre borró la expresión de burla del rostro de Daemon.
— ¿La Casa Royce tuvo la osadía de pedir la mano de una princesa? Pensé que sabrías reconocer tu lugar.
Gerold se rió al notar la prepotencia en la respuesta del príncipe, pero claro que iba a estar ofendido, llegó hasta el Valle con la confianza de que no se atreverían a rechazarlo y se topó con todo lo contrario.
— Más bien, el rey y representante de la Casa Targaryen tuvo la osadía de ofrecernos la mano de la princesa Helaena.— Tuvo que contener su risa al ver las expresiones molestas del príncipe.— Es la segunda ocasión en la que un monarca nos ofrece tal honor, primero la reina Alysanne lo ofreció a usted y ahora el rey Viserys hace lo mismo con la princesa.
Detrás de Gerold apareció Rhysand en compañía de tres caballeros, se aproximó aún más hacia el hombre.
— No olvidaré esta humillación.— Lo amenazó.
— Me parece bien, nosotros tampoco olvidamos las suyas.
Salió del lugar chocando contra su hombro a propósito y a Rhysand simplemente le dedicó una mirada molesta, los tres caballeros armados se encargaron de escoltar a Daemon hasta la entrada del castillo.
Una vez que estuvieron solos Rhysand se acercó a su tío, quedando justo delante de él.
— ¿Cuando ibas a decirme lo de la propuesta enviada por el rey?
— Cuando tuviera tiempo de hablar contigo.— Lo observó fijamente.— Rhysand, podría ser una buena oportunidad, desposar a la princesa nos conseguiría más apoyo por parte de la corona.
— Lo sé, pero Helaena ella.— Se detuvo un momento para pensar en cómo responder.— Sigue siendo una niña.
— Las niñas no son niñas para siempre, eventualmente se convertirá en mujer.
— A lady Arryn no le gustará tener a dos dragones en el Valle.
— Dos dragones adultos mantendrán lejos a Daemon, con eso basta para que ella quede conforme.
Se rió de lo dicho por su tío, pero le daba la razón, con Vermithor y Dreamfyre en el Valle Daemon lo pensaría más de dos veces antes de visitarlos de nuevo.
— Acepta la propuesta del rey.— Gerold lo observó con sorpresa.— Pero habrá una condición.
— No le puedes poner una condición a una propuesta enviada por el rey.— Su tío lo reprendió con desespero.
— Si puedo, es él quien me está buscando para casarme con su hija.— Contraatacó el muchacho.— No la desposaré hasta que no haya alcanzado los diecisiete días del nombre, lo cual será dentro de unos cuatro años.
— Estas siendo muy considerado con ella.
— Consideración es lo mínimo que un lord debería tener por su joven esposa.— Le respondió con severidad.
Gerold permaneció en silencio y ya que no tenía nada más que agregar Rhysand terminó por salir del comedor una vez más. Vio a su sobrino marcharse y no pudo evitar pensar en su prima, Rhea.
— Hago lo que puedo.— Le habló a la nada.— Espero que estés tan orgullosa de tu muchacho tal y como yo lo estoy, prima.
Ser Criston la saludó y abrió las puertas de los aposentos de su madre para dejarla entrar, Talya la doncella de su madre la había ido a buscar para decirle que su madre deseaba cenar con ella en sus habitaciones, le pareció extraño pero terminó yendo de todos modos.
La reina la recibió con una sonrisa y ella le devolvió el gesto. Notó que la mesa estaba servida con sus platillos favoritos y aunque agradecía el gesto de su madre, no podía evitar sentir que algo andaba mal.
— ¿Cómo estuvo tu día? — Preguntó Alicent mientras le colocaba un trozo de ternera en su plato.
— Estuvo bien.— Le respondió mientras cortaba la carne y la llevaba a su boca.
— Me alegro.— El ambiente se encontraba notablemente incómodo.— Sé que esto no es lo que acostumbramos, pero necesitaba hablar contigo en privado.
Le dio un trago a su copa de vino, tenía la vista fija en su madre y se mantenía expectante a lo que ella tuviera que decirle.
— Tu padre.— Alicent dudó por un segundo.— El rey, cree que es hora de que tú y Aegon cumplan con su deber y engendren un heredero.
Se quedó quieta ante las palabras de su madre, miró directamente a la mujer y notó entonces que ella se veía preocupada y ansiosa.
— ¿Tan pronto? — Se limitó a preguntar.
— ¿Aegon y tú han consumado su matrimonio? — Realmente no quería hacer esa pregunta, pero tenía que.
— No.— Aerea respondió apresuradamente.— ¿Debemos hacerlo ya?
Alicent pudo notar el tono tembloroso en la voz de su hija, su corazón se estrujó ante la impotencia una vez más.
— Sí.
— ¿Qué tan peligroso es? — Su pregunta dejaba notar el miedo que sentía.
— Estarás bien.— Estiró una de sus manos y la colocó sobre la de Aerea.— Los mejores maestres se encargarán de tus cuidados y no dejaré que nada malo te pase, eso lo prometo.
— ¿Por qué tengo que hacer esto?
Alicent observó a su hija con tristeza, se lamió los labios antes de apretar ligeramente su mano.
— Es nuestro deber.— Había tenido una charla similar con su propio padre años atrás.— Nuestra posición no sólo viene con privilegios, también trae consigo deberes y sacrificios.
Ella sabía eso, las septas solían repetirlo durante sus lecciones, hombres y mujeres, ambos tenían deberes que cumplir, unos más complicados que otros. Sin embargo, aquello la aterraba, había escuchado la historia sobre la muerte de la antigua reina Aemma y ella no deseaba terminar como ella.
— No quiero acabar como la anterior reina o la madre de Rhysand.— Alicent inhaló con fuerza al escucharla.
— Mi niña.— Murmuró antes de ponerse de pie y rodear la mesa para hincarse frente a ella.— Eso no sucederá.
— ¿Cómo estás tan segura de eso?
— Porque soy tu madre.— Acarició un mechón de su cabello.— Tenía tu edad cuando Aegon y tú nacieron. Eres más fuerte que yo, siempre lo has sido, es por eso que confío en que todo saldrá bien.
¿Cómo podía negarse a su deber? ¿Cómo podía defraudar a su madre, cuando la misma Alicent era la representación de deber y sacrificio más cercana que ella y sus hermanos tenían? Siempre fue todo lo que se esperaba que fuera y ella era su hija, la primera, aquella que a ojos de los demás debía seguir los pasos de su madre rigurosamente.
— No estoy segura de que Aegon desee cumplir con su deber.
— Tu hermano es terco.— Afirmó su madre.— Pero siempre termina cediendo cuando se trata de ti, si demuestras tener iniciativa él te seguirá.
Aerea apartó su mano de la de su madre y pronto comenzó a pellizcar sus dedos ante el nerviosismo que la consumía. Alicent le sostuvo las manos impidiendo que siguiera haciéndose daño.
— No hagas eso.— La regañó.
— No sabría que hacer o decir.— Alzó la vista topándose con la mirada color avellana de su madre, una mirada idéntica a la suya.
— La situación sucederá con naturalidad, sólo déjale el resto a Aegon.— Intentó tranquilizarla.— Él sabrá que hacer.
Aerea asintió con lentitud a las palabras de su madre, ella ya había pasado por la misma situación, así que no tenía otra opción más que confiar en su palabra ¿Si no era capaz de confiar en su madre quién ha sido la única figura parental presente en su vida entonces que le quedaba?
— De acuerdo.— Alicent sonrió al escucharla. Se puso de pie y depositó un suave beso sobre la frente de Aerea.
— Continuemos cenando mientras me cuentas más sobre tus vuelos matutinos.— Volvió a su silla y siguió sirviendo la carne y verduras junto a algunas frutas.
Aceptó la ofrenda de su madre y comenzó a narrarle los detalles de los vuelos matutinos que solía realizar en compañía de Aegon y otras veces en soledad, fue así que la cena compartida pasó con mayor naturalidad y rapidez.
¡Holi, volví con el segundo capítulo!
Noté que les llamó la atención la historia, así que para celebrar que alcanzó el 1k de lecturas les subí nuevo capítulo ✨
Estaré esperando sus lecturas, votos y comentarios, ya saben que siempre son bienvenidos
Hasta la próxima, los tqm 🫶🏻
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