nueva casa, con mascota (y un nick) incluídos




































❪ capítulo uno ❫

❛ i earned everything I have,
look behind me and see
everything i had to go through
to achieve it ❜


































































‹‹'Cause karma is my boyfriend
Karma is a god
Karma is the breeze in my hair on the weekend
Karma's a relaxing thought
Aren't you envious that for you it's not?
Sweet like honey, karma is a...››

—... cat... ¡oye! —protestó Merilia cuando su madre apagó la radio del coche.

—Hemos llegado —anunció su madre a continuación.

Merilia centró si mirada en las altas palmeras y las calles que separaban las mansiones monumentales. Cada casa ocupaba, por lo menos, media manzana. Las había del estilo inglés, victoriano... y también había muchas de aspecto moderno con las paredes de cristal e inmensos jardines. A medida que el coche avanzaba por la calle las casas se iban haciendo cada vez más grandes.

Finalmente llegaron a unas inmensas puertas de tres metros de altura y, como si nada, su madre sacó un aparatito de la guantera, le dio a un botón y estas comenzaron a abrirse. Volvió a poner el coche en marcha y bajaron una cuesta bordeada por jardines y altos pinos que desprendían un agradable olor a verano y mar.

—La casa no está tan alta como las demás de la urbanización y por eso tenemos las mejores vistas a la playa —comentó su madre con una sonrisa.

Merilia se quitó las gafas de sol y las posó en su cabeza, dando un escaneo del lugar, quedando fascinada.

-Yo nací para ser rica, pero algo falló.

Su madre soltó una suave risa y Noah rodó los ojos fastidiada. No podía dejar que esta nueva vida engatusara también a su hermana, no podría con ella y su madre aliadas en contra suya.

La casa era toda blanca con los altos tejados de color arena; tenía por lo menos tres pisos, pero era difícil asegurarlo, ya que tenía tantas terrazas, ventanas, tanto de todo... Frente a ellas se alzaba un porche impresionante, cuyas luces, al ser ya pasadas las siete de la tarde, estaban encendidas, lo que le daba al edificio un aspecto de ensueño. El sol se pondría pronto y el cielo ya estaba pintado de muchos colores que contrastaban con el blanco inmaculado del lugar.

Su madre apagó el motor después de haber rodeado la fuente y haber aparcado delante de los escalones que las llevarían a la puerta principal. En cuanto se bajaron del coche, William Leister apareció por la puerta. Detrás de él iban tres hombres vestidos como pingüinos.

Su nuevo padrastro iba vistiendo unas bermudas blancas y un polo de color azul claro. Sus pies calzaban unas chanclas de playa y su pelo oscuro estaba despeinado en vez de atusado hacia atrás, como solía llevarlo. Era muy atractivo. Era alto, más alto que Raffaella, y se conservaba muy bien, como el vino. Su rostro era armonioso, aunque claro está que se notaban los signos de la edad -tenía bastantes arrugas de expresión y también en la frente- y su pelo negro lucía ya algunas canas que le daban un aire interesante y maduro.

Raffaella se acercó a él corriendo como una colegiala para poder abrazarlo. Merilia y Noah se tomaron su tiempo, bajaron del coche y se encaminaron hacia la cajuela para tomar sus cosas.

Unas manos enguantadas aparecieron de la nada y tuvieron que echarse hacia atrás, sobresaltadas.

—Yo recojo sus cosas, señoritas —les dijo uno de los hombres vestidos de pingüino.

Noah iba a protestar, pero su hermana la tomó de los hombros y la apartó, dándole al hombre una sonrisa de agradecimiento.

—Gracias, Martin.

El hombre asintió bajó las maletas del auto.

—¿Cómo sabías que se llamaba ‹‹Martin››? —le preguntó Noah por lo bajo.

—No sabía. Mi segunda opción era ‹‹Alfred›› —respondió en el mismo volumen.

—Me alegro mucho de verlas, chicas —les dijo Will cuando ya estaban a un metro de la pareja. A su lado, su madre no dejaba de gesticular para que alguna sonriera o dijera algo.

—No puedo decir lo mismo —respondió Noah, estirando su mano para que se la estrechara. Merilia miró mal a su hermana por ser tan maleducada y se acercó a él.

—Disculpa a Noah, le cuesta el cambio. Yo estoy encantada de estar aquí —dijo sonriéndole y dicho eso le plantó un beso en cada mejilla.

Will sonrió más aliviado que hacía un momento.

—Sé que esto puede ser un cambio muy brusco en sus vidas, pero quiero que se sientan como en su casa, que disfruten de lo que puedo ofrecerles, pero que, sobre todo, puedan aceptarme como parte de su familia... en algún momento —agregó, seguramente al ver la cara de incredulidad de Noah. Su madre, a un lado, la fulminaba con la mirada.

Merilia se negaba a ser mantenida por un hombre, pero si su madre le regalaba una tarjeta de crédito ilimitado no contaba como tal, ¿cierto?

—¿Qué tal si les enseñamos la casa? —propuso Will con una sonrisa.

—Vamos, Noah, dale un voto de confianza —le susurró su hermana. Noah asintió sin estar convencida y Merilia entrelazó sus brazos, de esa manera caminaron a la par detrás de su madre y Will.

Todas las luces de la vivienda estaban encendidas, por lo que Merilia no se perdió ni un solo detalle de aquella mansión demasiado grande hasta para una familia de veinte personas. Los lechos eran altos, con bigas de madera y grandes ventanales que daban al exterior. Había una gran escalera en el centro de un salón inmenso que se bifurcaba hacia ambos lados del piso superior. Los adultos les hicieron un recorrido por toda la mansión, les enseñaron el inmenso salón y la gran cocina presidida por una gran isla, cosa que Merilia adivinó, le encantaba a su madre. En aquella casa había de todo: gimnasio, piscina climatizada, salones para hacer fiestas y una gran biblioteca, que fue lo que más impresionó a ambas.

—Vuestra madre me ha dicho que les gusta mucho leer y escribir —les comenzó William, sacándolas de su ensoñación.

—Como a miles de personas —respondió Noah de manera borde.

—Noah —la reprendió su madre, clavando sus ojos en los suyos. Su hija menor en serio que la estaba haciendo pasar un mal rato.

Merilia le sonrió a Will y le comentó brevemente lo hermosa que era su biblioteca, sobre todo para que no se percatar de la batalla de miradas que estaban teniendo las mujeres medio metro más allá. El hombre parecía encantado de que una de sus nuevas hijastras no lo odiara.

—Estoy cansada, ¿puedo ir a la que va a ser nuestra habitación? —oyeron decir a Noah. Will volteó hacia ella sonriente.

—Claro, en el ala derecha de la segunda planta es donde está tu habitación, también la de Merilia y la de Nicholas. Puedes invitar a quién tú quieras que venga a estar contigo, a Nick no le importará; además, de ahora en adelante compartiréis sala de juegos.

Merilia se asqueó de sólo pensar las cosas para las que su hermanastro seguro usaba esa sala de juegos. Sí, ella por ahí no iba a pasar.

—Cómo ¿mi habitación? ¿No la compartiré con Meri? —preguntó Noah, mirando específicamente a su madre.

—Ya estás grande, Noah, ¿no crees? —respondió esta—. Ahora cada una la podrá decorar a su gusto.

Noah bufó y se apresuró a subir las escaleras, maldiciendo en su interior a su madre, a Will y al pijo de su hijo por el simple hecho de existir.

—Esta es tu habitación -le indicó su madre—. Y esta la tuya, Meri.

—¿Puedo entrar? —preguntó Noah con ironía al ver que ni su madre ni Will se apartaban de la puerta.

—Las habitaciones son mi regalo particular para cada una —anunció su madre con los ojos brillantes de emoción. Entró con Noah a la habitación de esta mientras que Will le indicó a la pelinegra que entrara a la suya.

Al entrar, lo primero que captaron los sentidos de Merilia fue el delicioso olor a jazmines y mar. Sus ojos viajaron primero a la pared que quedaba frente a la puerta y que era totalmente de cristal. Las vistas eran tan espectaculares que quiso sacar su móvil allí mismo para fotografiarlas, pero se dijo a sí misma que ya iba tener más oportunidades de hacerlo. El océano al completo se veía desde donde estaba. Era alucinante.

Sus ojos siguieron recorriendo la habitación: era enorme, en la pared izquierda había una cama con dosel con un montón de almohadones blancos, a juego con los colores de las paredes que estaban pintadas de un lila claro. Los muebles, entre los que se destacaban un escritorio con un ordenador Mac gigante, un sofá precioso, un tocador con espejo y una inmensa estantería con todos sus libros, eran violetas y blancos. En una mesita más pequeña había un reproductor de vinilos, aunque esas cosas se consideraban antigüedades, ese parecía nuevo. En las paredes se encontraban pegados dos posters de Taylor Swift sin romper con la estética veraniega de la habitación. Esos colores, junto a la sensacional vista que contemplaban sus ojos, eran lo segundo más hermoso que había visto en toda su vida.

—¿Te gusta? —oyó preguntar a Will detrás suyo, parecía nervioso o ansioso, jugaba con las manos dentro de los bolsillos de la bermuda y se balanceaba de atrás hacia adelante casi de manera imperceptible.

—¡Me fascina!

El adulto soltó un suspiro de alivio y adoptó una postura más relajada.

—Es super yo, es... increíble, enserio, gracias.

—Tu madre trabajó con una decoradora de interiores por dos semanas. Dijo que quería darte el cuarto de tus sueños, ahora que podía —le dijo de forma amable. Merilia sintió una sensación cálida llenarle el pecho—. Bueno, te dejo para que te instales.

Cerró la puerta y Merilia observó que no tenía pestillo. El suelo era de madera y estaba tapizado con una alfombra blanca tan gruesa que incluso se podía dormir sobre ella. El baño era tan grande como su antigua habitación, y tenía ducha de hidromasaje, bañera y dos lavabos individuales. Se acercó a la ventana y se asomó. Desde allí tenía vista al jardín trasero de la casa y a la inmensa piscina, rodeada de flores y palmeras.

Salió del baño y entonces cayó en cuenta del pequeño marco sin puerta que había en la pared frente al baño. Oh por Taylor, pensó.

Cruzó la habitación y entró en lo que había sido su sueño desde que era una niña pequeña: un vestidor, bueno, no cualquier vestidor, sino uno lleno de ropa sin estrenar. Soltó un chillido muy agudo y comenzó a revisar las increíbles prendas. Todas estaban con las etiquetas y no necesito ver el precio para saber que eran super costosas.

Salió del vestidor al sentir dos toques en su puerta, cuando abrió Noah entró como un cohete, muy molesta y con un vestido en mano.

—¿Ya viste esto? —se lo enseñó. Merilia ladeó la cabeza.

—No creo que vaya mucho con tu estilo.

—Eso no —dijo y le lanzó el vestido a la cara, cuando tuvo una visión clara otra vez, Noah ya estaba sentada en su cama—. Mira el precio, mamá se volvió loca.

—Creo que eres la única chica en el mundo que se puede quejar por tener un vestidor como el de Barbie —dijo riendo.

—No sé cómo mamá cree que me puedo adaptar a esto... no quiero adaptarme a esto —dijo triste.

—Ven aquí. —Merilia se sentó en su cama y apoyó la cabeza de Noah en su hombro, la rodeó con sus brazos y se quedaron abrazadas durante hasta que la menor se sintió mejor para separarse.

—Tu habitación es una pasada, por cierto. Extrañaré que los posters de Taylor me espíen por las noches —bromeó.

—Puedo regalarte alguno si quieres. ¿Tienes hambre? ¿Qué te parece si voy a la cocina por algo para picar?

Noah bufó.

—Con la cantidad de pingüinos que tienen aquí no creo que tengan ni un maldito sándwich en la nevera.

—Sí ¿eh? Seguro que el ejército de Martin's les prepara todo.

Noah rio y eso fue suficiente para dejar a Merilia más tranquila. Se dirigió a la cocina, rezando por no perderse. Se moría de hambre y necesitaba comida en su organismo con urgencia. Cuando llegó a la cocina fue a abrir la nevera y no pudo evitar soltar una risa irónica.

—Ni como darles crédito, Noah tenía razón; ni un maldito sándwich —se dijo a sí misma y cerró la heladera—. ¡Joder!

Merilia dio un salto en su lugar al ver una figura en el lugar que segundo antes era tapado por la puerta de la nevera. Allí estaba un chico alto —que debía ser más alto de lo que lo veía porque estaba recostado en el mueble, encorvándose un poco—, con el pelo húmedo y despeinado de color negro azabache que contrastaba de manera abismal con el color azul cielo de sus ojos. Taylor, sí que era atractivo, pero a sus pensamientos se coló la palabra ‹‹hermanastro›› y se obligó a sí misma a dejar de fantasear con él.

—Tú debes de ser la hija de la nueva mujer de mi padre —le dijo, obligándola a retroceder para abrir un poco la nevera—. ¿Te apetece un humus? ¿Un ramen? ¿Un strudel de manzana? No sé lo que coméis en Paletolandia, aunque, si lo vas a vomitar... —cerró con fuerza la nevera.

Merilia liberó una risa nasal.
—Nicholas, ¿verdad?

—El mismo —sonrió falsamente—. ¿Y tú eres...?

Aunque creía recordar su nombre, ¡cómo no hacerlo! Si la nueva mujer de su padre se la pasaba hablando de su hija estrella. Tenía entendido que Raffaella Morgan venía con dos acompañantes a invadir su casa y la chica frente a él debía ser la mayor de sus hijas. Era alta, seguramente de uno setenta cinco, se dijo cuando la vio en persona y no por una fotografía. También era delgada y no le faltaba nada, había que admitirlo, pero todo pensamiento lujurioso acerca de ella quedó descalificado cuando recordó la bronca que se llevaría de su padre si intentaba algo con ella.

—Merilia —respondió, respirando hondo, como si intentada inspirar toda la paciencia del planeta.

—¿Qué clase de nombre es ese? Sin ofender, claro —dijo para picarla.

—Si no sabes, búscalo en un diccionario. ¡Ah, no! Espera... ¿si sabes lo que es eso?

Se dio la vuelta para irse pero volvió a sobresaltarse con un fuerte ladrido proveniente de un perro negro, precioso sí, pero que parecía querer tragársela viva; si no se equivocaba, era un labrador.

No le muestres tu miedo, se dijo a sí misma. Los perros huelen el miedo. Inspiró profundamente y empujó sus nervios a lo más bajo de su ser, sonrió; una sonrisa aniñada, de las que ponía cuando de chica veía un perro en la calle, y se agachó para quedar a la altura del perro.

—¡Hola, cosita linda! —su voz se oyó tres tonos más aguda que de costumbre, estiró sus manos para acariciar al can y este no tardó ni cinco segundos en echarse con la panza mirado al techo—. Ay pero que perrito tan lindo, ¿verdad que sí? ¿Verdad?

Nick miraba incrédulo como su perro de ataque se dejaba acariciar por una completa extraña.

—Thor —lo llamó. El perro se incorporó al instante y con la cola entre las patas se escabulló hasta los pies de su amo.

—¿Thor? ¿qué clase de nombre es ese? —se burló Merilia y se puso de pie.

Nick soltó una risa irónica.
—Veo que tienes carácter, hermanita.

—No me llames así.

—¿Así cómo? ¿Hermanita?

Justo entonces escucharon un ruido a sus espaldas. Se volvieron y encontraron a sus progenitores muy alegres.

—Veo que os habéis conocido —comentó el padre de Nick entrando en la cocina con una sonrisa de oreja a oreja.

Hacía muchísimo tiempo que Nick no lo veía de aquella manera y, en el fondo, estaba feliz de que hubiera rehecho su vida. Aunque en el camino se hubiese dejado algo: a él.

—Ay sí, es un amor. No entiendo por qué nunca tuvimos uno antes, mamá —dijo Merilia y ambos adultos fruncieron el ceño —. El perrito, mamá. Míralo y dime que no es monísimo.

—Por supuesto, cariño, pero nos referíamos a ustedes dos —dijo alternando la mirada entre su hija y el chico a su lado.

—Ah, Nick... sí, Nick también está bien. —Dio dos palmaditas en el pecho del pelinegro fingiendo una sonrisa.

Este alzó las cejas sin dar crédito a sus palabras. ¿Acaso su nueva hermanastra acababa de rebajarlo a un ‹‹está bien››?

—Tu tampoco estás tan mal, hermanita —se inclinó a susurrar en su oído, enviando una corriente de electricidad por la columna de Merilia.

La pelinegra carraspeó y sin movimientos bruscos se separó de Nick.

—Estoy muy cansada, iré a la cama —anunció, cubriéndose delicadamente la boca con una mano, como si bostezara.

—Puedes usar la mía —volvió a susurrar el chico.

Ahora sí que Merilia dio una zancada lejos suyo, pero aun así no dijo nada al respecto.

—Yo salgo esta noche, no me esperéis —informó Nicholas, sintiéndose extraño al utilizar el plural.

Justo cuando estaban por irse de la cocina, Will los detuvo a ambos.

—Hoy salimos a cenar los cinco juntos —anunció.

—Papá, lo siento mucho, pero he quedado y... —Por alguna razón que no entendió, volteó hacia Merilia buscando que lo ayudase, cosa que claramente no ocurrió.

—¡¿Y me lo decís recién ahora?! ¿Qué se supone que me ponga? —reprochó como niña pequeña.

—¿Tal vez alguno de los cientos de vestidos nuevos que tienes? —se burló Nicholas con molestia.

—Claro, como tu seguro ni bañas.

Él la miró ofendido.

—¡Chicos! Es nuestra primera cena familiar y quiero que estén presentes los tres —dijo Will interrumpiendo la discusión.

—Suerte sacando a Noah de su habitación —dijo Merilia cruzándose de brazos. Y se marchó riéndose, seguramente imaginando a su madre cinchando las piernas de su hermana mientras esta se aferraba con las uñas al marco de la puerta.

Nick decidió que lo mejor sería ceder por esa vez. Cenaría con ellos y luego se iría a casa de Anna, su amiga... especial y después irían a la fiesta.

—Está bien. ¡Dame media hora para ducharme! —pidió en un volumen suficiente para que Merilia lo escuchara a pesar de ya haberse ido de la cocina.

William asintió satisfecho y su mujer le sonrió. Nick supuso que ya había hecho puntos y no podía negar que una cena con su nueva hermanastra podía llegar a ser... interesante. Eso si es que al conocer a la otra no se terminaba volviendo loco.

































































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