ೃ✭ Capítulo 8 ೃ✭
YoonGi esperó nervioso junto a la ventana y cuando vio salir a Seok Jin de la limusina se puso todavía más tenso al ver que iba de traje. Aquel era Jin en modo magnate, con la mirada velada, el rostro tenso y serio.
—Tengo que contarte algo —anunció el casi sin aliento, ya en la entrada.
El mayor sacó una hoja de papel que llevaba doblada en el bolsillo de la chaqueta y le dijo:
—Ya lo sé…
A YoonGi se le aceleró el corazón, se sintió sorprendido al ver la copia de la partida de nacimiento.
—No sé qué decir…
—No hay nada que puedas decir —replicó—. Anoche me mentiste. Me has ocultado la verdad deliberadamente durante más de un año. Es evidente que no tenías la menor intención de contarme que había sido padre.
—No pensé que volvería a verte —murmuró.
—Quiero verlo.
—Está durmiendo la siesta…
—Aun así, voy a verlo…
YoonGi respiró hondo y empezó a subir las escaleras mientras se secaba las manos mojadas de sudor en los pantalones vaqueros. Se dijo que si se mostraba razonable y conciliador, podrían salir de aquel embrollo de manera civilizada. Era natural que Seok Jin sintiese curiosidad y, dado que estaba divorciado, era posible que no se sintiese tan avergonzado como si todavía hubiese estado casado.
—No hagas ruido —susurró—. Suran estaba muy cansada y ha vuelto a acostarse. No quiero despertarla.
YoonGi abrió la puerta de la habitación que compartían los tres niños. La cuna de Jeongguk estaba en la esquina. Seok Jin se acercó con paso decidido y observó con incredulidad cómo dormía plácidamente un niño.
Su hijo.
No tardó en descubrir el parecido con su familia. Jeongguk tenía el pelo oscuro, la nariz pequeña y los mismos ojos que él. Seok Jin respiró hondo e intentó contener la emoción que crecía en su pecho, una emoción que no había sentido nunca antes.
Aquel era su hijo. Lo habían tenido que operar y no había estado a su lado. Podía haberse muerto sin que él hubiese sabido de su existencia. La idea lo enfureció y, por miedo a no ser capaz de controlarse, se dio la media vuelta y fue hacia la puerta.
YoonGi lo observó con inquietud. Estaba colorado, tenía los ojos de un negro muy brillante, inescrutables, y los labios apretados.
—Dios… jamás te lo perdonaré —le dijo desde lo alto de las escaleras en tono helado.
A YoonGi se le encogió el corazón, se sintió consternado y notó que le pesaban las piernas, que estaba torpe, mientras bajaba las escaleras.
Al llegar al salón, se giró y lo miró.
—¿Qué es lo que no me vas a perdonar? —le preguntó—. ¿Que me quedara embarazado?
Seok Jin lo miró pensativo desde el otro lado de la habitación.
—No soy tan tonto. Hacen falta dos personas para hacer un bebé. Y sé que no lo planeaste porque, en ese caso, me habrías pedido ayuda para criarlo. Dado que no intentaste ponerte en contacto conmigo para decirme que habías tenido un hijo mío, puedo absolverte, al menos, de haber actuado por codicia.
—¿Y se supone que debo darte las gracias por ese voto de confianza? —inquirió YoonGi con las cejas arqueadas.
—No —respondió Seok Jin, cerrando la puerta detrás de él—. Se supone que debes explicarme por qué decidiste no contármelo.
—Me sorprende que me preguntes eso.
—¿De verdad?
—Sí… Ibas a casarte —le recordó YoonGi.
—No es una excusa —le contestó él—. Estuviese soltero, casado o divorciado, ese niño siempre será mío, y por eso tenías que habérmelo contado en cuanto te enteraste de que estabas embarazado.
—Pensé que no querrías saberlo —admitió YoonGi, incómodo, preguntándose qué había esperado Seok Jin que le dijese—. En una ocasión me habías advertido que si me quedaba embarazado sería un desastre, y que se terminaría nuestra relación.
—Eso tampoco es una excusa, sobre todo, teniendo en cuenta que, según tú, nuestra relación ya se había terminado —le recordó.
—Pero sabes que te habrías puesto furioso conmigo, y que probablemente me habrías echado la culpa. ¡Sabía que no querías que yo fuese el papá de tu hijo! —exclamó con frustración.
—En ocasiones, lo que uno quiere en la vida y lo que consigue son dos cosas muy diferentes —comentó Seok Jin en tono cínico—. Soy lo suficientemente adulto como para aceptar esa realidad.
—¡Vaya, muchas gracias! —espetó YoonGi con el rostro encendido—. Lo cierto es que pensé que si te lo decía, me pedirías que no tuviese el niño…
—¿Y en qué basas semejante suposición?
Consciente de que el ambiente cada vez era más hostil, YoonGi se esforzó en encontrar las palabras adecuadas.
—Bueno, es evidente…
Él arqueó una ceja.
—¿Alguna vez comenté que querría que abortases si se daba el caso?
—Bueno, no —admitió YoonGi—, pero me advertiste de cuál sería tu actitud, así que lo di por sentado.
—Pues mal hecho.
—¿Quieres decir que no me habrías sugerido que abortase?
—Si, eso es lo que quiero decir. Y teniendo en cuenta que solo tocamos el tema de un posible embarazo por encima, me temo que sacaste demasiadas conclusiones acerca de cómo reaccionaría si tenía un hijo —lo criticó Seok Jin.
—Por aquel entonces, ibas a casarte para tener un hijo con otra persona. ¡Mí embarazo era una mala noticia en todos los aspectos! —exclamó YoonGi exaltado—. Y tal vez no quería ser yo el que te diese esa noticia tan mala, tal vez no quería decirte algo que no querrías oír, tal vez, solo tal vez, tenía mi propio orgullo…
—Jamás me habría casado con Hana si hubiese sabido que tú estabas embarazado —le aseguró Seok Jin muy serio—. Siempre habría antepuesto las necesidades de mi primer hijo a todo lo demás.
YoonGi se quedó de piedra al oír aquello, frunció el ceño.
—No lo entiendo.
Seok Jin también estaba empezando a ser consciente de la realidad y estaba a punto de perder los nervios por completo.
—No, no entiendes lo que has hecho ¿verdad?
—¿Qué he hecho? —preguntó el, poniéndose a la defensiva—. Traje a Jeongguk al mundo y, desde entonces, he cuidado de él lo mejor que he sabido. Tiene todo lo que necesita…
A Seok Jin le brillaron los ojos y tuvo que hacer un esfuerzo enorme por contener la ira.
—No, no lo tiene todo. No tiene a su otro padre…
YoonGi frunció el ceño.
—Querer formar parte de la vida de Jeongguk, me parece bien… si es lo que te preocupa…
—¿Te parece aceptable, ofrecerme que forme parte de su vida? —inquirió Seok Jin en tono gélido—. ¿Te parece aceptable que mi hijo haya tenido que pasar por una operación sin que yo lo supiese? ¿Criarlo en este vertedero? ¿Tenerlo en la tienda mientras trabajas? ¿No contarle sobre mi, ni hablarle de mi herencia, de mi familia, cuando tú ni siquiera puedes ofrecerle una familia? ¡Que sepas que nada de lo que has hecho me parece bien!
YoonGi retrocedió un paso.
—Mí casa no es un vertedero…
—Para mí, lo es —contradijo Seok Jin sin ningún remordimiento.
—¿Cómo sabes que tuvieron que operar a Jeongguk? —le preguntó YoonGi, asustado con la actitud de Seok Jin, que era todo lo contrario a lo que había esperado—. Ah, supongo que nos has investigado, ¿no?
—¿Por qué no operaron a mi hijo hasta más de seis meses después de su nacimiento?—preguntó—. La displasia de cadera se suele diagnosticar pronto.
—No fue el caso, y cuando lo diagnosticaron, prefirieron intentar corregírsela con otros tratamientos antes. Parece que lo sabes todo al respecto…
—Por supuesto que sí, la displasia es genética. Mí hermanastra y una de mis hermanas nacieron con ella, y también un sobrino y una sobrina. Aunque es menos habitual en niños. Que Jeongguk la tuviera es casi como una prueba de ADN —le explicó en tono irónico—. Es un Kim en todos los aspectos, menos en el apellido.
El levantó la barbilla.
—Es cierto, se apellida Min.
Seok Jin contuvo su ira y lo miró, YoonGi tenía la mirada velada por las gruesas pestañas.
Incluso vestido con unos vaqueros viejos y una camiseta de algodón azul estaba sexy. Se excitó y supo que, por muy enfadado que estuviese, todavía lo deseaba. Una vez no había sido suficiente, no lo había saciado.
—Quiero a mi hijo —le dijo sin más.
YoonGi palideció.
—¿Qué significa eso?
—Significa exactamente lo que he dicho, que quiero a mi hijo. Quiero estar con él como mi padre no estuvo conmigo —se explicó Seok Jin brevemente, apretando los labios después de haber hecho aquella admisión.
—¿Y cómo pretendes hacerlo?
—Voy a luchar por su custodia —anunció, poniéndose muy recto—. Mí hijo no se merece menos de mí.
YoonGi frunció el ceño, consternado, no podía creer lo que acababa de oír, y lo miró a los ojos.
Se estremeció.
—No puedes estar hablando en serio. No es posible que quieras intentar quitarme a Jeongguk.
—No voy a permitir que se quede aquí.
Aquello lo enfadó y asustó todavía más.
—¿Cómo que no lo vas a permitir? Yo soy su papá y lo que tú digas no importa.
—Te equivocas —le aseguró él—. Tengo derecho a oponerme a la manera en la que estás ocupándote de mi hijo y le explicaré a las autoridades por qué pienso que las condiciones en las que mi hijo vive actualmente son inaceptables.
Seok Jin lo estaba amenazando. Le estaba diciendo que iba a denunciarlo a los servicios sociales. YoonGi estaba tan enfadado que se puso a temblar, levantó la barbilla, desafiante, lo miró a los ojos y le dijo:
—¿Por qué no me lo explicas antes a mí, porque, sinceramente, no te entiendo?
—Estás viviendo con una prostituta y dejando a mi hijo a su cuidado. No lo puedo tolerar —le explicó Seok Jin.
Aquello lo desestabilizó. YoonGi se dejó caer en el sofá. Jamás había pensado que, al investigarlo a el, se enteraría también del mayor secreto de Suran. Pálido, tenso, angustiado, volvió a mirar a Seok Jin.
—Ahora trabaja de camarera. Ha dejado atrás su pasado…
—Uno no puede dejar atrás su pasado así como así. Yo no quiero que mi hijo esté en contacto con esa clase de mujer —continuó Seok Jin.
—La gente comete errores, cambia, reconduce su vida. ¡No seas tan cerrado de mente! —le dijo YoonGi, horrorizado al ver la conclusión que había sacado Seok Jin acerca de la complicada vida de su prima.
De adolescente, Suran había tenido una relación con un hombre mayor, había dejado los estudios y había terminado drogándose, en la calle. Suran había sido sincera con el acerca de su pasado y YoonGi la respetaba por el esfuerzo que había tenido que hacer para empezar de cero, por ella misma y por sus mellizos.
—Me alegro por ella de que haya cambiado su vida, pero sigo sin querer que esté cerca de mi hijo —insistió Seok Jin—. ¿Cómo sabes que no hace nada en el bar, cuando trabaja por la noche?
—¡Porque la conozco y sé lo mucho que valora lo que tiene ahora! —replicó furioso.
—Quiero que mi hijo salga de esta casa ahora mismo —admitió Seok Jin—. Quiero que los dos vengán conmigo al hotel hasta que solucionemos esta situación.
Desconcertado, YoonGi lo miró fijamente y respondió:
—No.
—En ese caso, atente a las consecuencias —amenazó Seok Jin.
—¿Qué quieres decir?
—Qué haré todo lo que esté en mi mano para conseguir la custodia de mi hijo —se explicó—. Iré a los servicios sociales y tendrán que investigarte.
—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! —exclamó YoonGi.
No quería que investigasen a Suran, que volviesen a desenterrar su pasado, después de lo mucho que su prima se había esforzado en pasar página.
—¡Nos estás amenazando a mí y a mi prima!
—Lo hago por el bien de mi hijo —le dijo Seok Jin—. Es mi principal preocupación. No me importa lo que me cueste ni a quién le haga daño, pero siempre lo daré todo por él, sea lo que sea.
—¿Cómo puedes sentir eso por un hijo al que ni siquiera conoces? —inquirió YoonGi con voz temblorosa.
—Porque lleva mi sangre. Es mío, es un Kim y tengo que luchar por él porque es mi deber, sobre todo ahora que no tiene voz para expresarse.
Seok Jin se miró el reloj y dijo:
—Tienes quince minutos para hacer las maletas.
—No pienso marcharme de aquí.
—Va a ser tu única oportunidad. Si me marcho de esta casa sin mi hijo, lucharé por su custodia y utilizaré todos los medios a mi alcance.
—¡No estás siendo razonable!
—¿Por qué iba a serlo? Me has robado los primeros quince meses de mi hijo, no debería sorprendente que quiera evitar que me robes más tiempo.
YoonGi se sintió mareado. Seok Jin estaba enfadado, furioso, pero no se estaba dando cuenta de lo que estaba diciendo.
—¿Estás loco? Jeongguk nos necesita a los dos —le dijo.
Él apretó la mandíbula.
—Por supuesto que sí… en un mundo perfecto, pero me temo que este no lo es.
—¿Y cómo vas a hacer para ocuparte tú de un niño? —le preguntó YoonGi—. No vas a tener tiempo. En realidad, no lo quieres. Te estás comportando como si Jeongguk fuese un trofeo.
—Haz las maletas —repitió él—. Mete solo lo necesario para las próximas veinticuatro horas. Como es natural, yo cubriré todas sus necesidades.
Inmóvil, YoonGi lo miró fijamente, incapaz de creer que pudiese amenazarlo así.
—Seok Jin…
—No quiero oírte —lo interrumpió—. Quiero a mi hijo. Tú has podido estar con él todo lo que has querido. Ahora me toca a mí.
De repente, YoonGi tomó una decisión. Iría al hotel con Seok Jin y le permitiría que conociese a Jeongguk. Estaba seguro de que eso lo tranquilizaría, aunque no supiese cuál iba a ser el resultado. No estaba acostumbrado a ver a Seok Jin enfadado, pero pensó que si se enfrentaba más a él solo conseguiría empeorar la situación. Le daría unas horas para que se calmase y viese las cosas desde otro punto de vista.
Sacó una maleta del armario que había en el salón y la llevó a su habitación. Metió lo básico tanto para el como para su hijo y después bajó para guardar en una bolsa todo lo relacionado con la alimentación del niño. En la cocina, le escribió una nota a Suran, diciéndole adónde iba y que la llamaría por teléfono.
—Suran no podrá ir a trabajar esta noche si yo no estoy aquí para quedarme con sus hijos —protestó ante Seok Jin mientras se ponía una chaqueta ligera, de algodón.
De repente, se dio cuenta de que estaba hecho un desastre. Su maraña de cabello jamás sería como la melena rubia y lisa de Hana. Sus caderas jamás serían tan curvilíneas, ni sus ojos tan perfectos.
Llevaba la cara lavada y su aspecto era muy corriente. De hecho, no se había cambiado de ropa antes de que llegara el mayor para que este no pensara que había querido ponerse guapo para él. No obstante, en esos momentos no se sentía bien con su aspecto.
—Yo contrataré a una niñera para tu prima.
—No la puedo dejar tirada, Seok Jin. Le ha costado mucho encontrar un trabajo.
—He dicho que yo me ocuparé de todo, y lo haré —repitió Seok Jin, tomando la maleta y abriendo la puerta de la casa, decidido a que nada se interpusiera en su camino—. Confía en mí.
Su conductor los estaba esperando para recoger la maleta. Después de dudarlo un instante, YoonGi le dio también la bolsa con la comida del niño y después subió por él.
«Confía en mí», le había dicho Seok Jin. Y lo más extraño era que confiaba en él porque le había dicho la verdad incluso cuando no había querido oírlo y jamás le había mentido.
Tomó al niño dormido en brazos, aspiró su olor a bebé y le puso una chaqueta. Pensó que, en realidad, Seok Jin no quería quitárselo, solo lo había amenazado para que lo escuchase e hiciese lo que él quería. En realidad, era probable que solo quisiera pasar un par de días con el niño, para conocerlo, y no podría hacerlo si no se iba a su hotel.
En la parte trasera de la limusina había una sillita para bebés. YoonGi sentó a Jeongguk en ella y abrochó el arnés mientras el niño miraba a Seok Jin con curiosidad. Este tenía el teléfono en la mano y el niño alargó la suya para tocarlo, a YoonGi le sorprendió que Seok Jin se lo dejase.
—¡No le des el teléfono! —exclamó, mientras Jeongguk se metía automáticamente el aparato en la boca—. Intenta comérselo todo.
YoonGi le quitó el teléfono y se lo devolvió a Seok Jin, y el niño se puso a llorar.
Sacó un juguete de la bolsa y se lo dio a su hijo, pero el pequeño lo miró y lo tiró al suelo del coche.
—Quiere que le vuelva a dar el teléfono —comentó Seok Jin.
—Por supuesto que sí… tiene muchos botones. Es un juguete nuevo y muy brillante.
Llegaron al hotel y YoonGi salió del coche y fue a desabrochar a Jeongguk, pero Seok Jin se le adelantó y tomó al niño en brazos. El los siguió. A Jeongguk le encantaban los lugares nuevos y miraba hacia un lado y otro con interés. Subieron al ascensor y el niño sonrió a YoonGi desde los brazos de su padre.
Para sorpresa de YoonGi, entraron en una habitación distinta a la que había estado.
—¿Has cambiado a otra planta?
—Por supuesto, necesitamos más espacio —le explicó Seok Jin.
El niño empezó a hacer aspavientos y Seok Jin lo dejó con cuidado en el suelo de madera.
Jeongguk empezó a gatear a toda velocidad, se agarró a la pata de un elegante sofá y se puso de pie mientras sonreía con satisfacción.
—Es un niño muy listo —comentó YoonGi en tono cariñoso.
Las regordetas piernas del niño temblaron y este cayó sentado al suelo y se echó a llorar. Seok Jin volvió a tomarlo en brazos y lo levantó por los aires. Jeongguk se olvidó de su disgusto y se echó a reír. Seok Jin hizo el sonido de un avión y movió al niño en círculos por la habitación mientras YoonGi los observaba boquiabierto, incapaz de creer lo que estaba viendo. Seok Jin, dejando de lado su dignidad y su frialdad, sonriendo encantado.
—Es hora de comer —comentó YoonGi.
El juego entre padre e hijo terminó.
Llevaron una trona y la maleta y YoonGi empezó a darle la comida a Jeongguk, que intentó alimentarse solo y no dejó de protestar hasta que consiguió que le diese la cuchara. Luego la metió en el yogur y sonrió victorioso. YoonGi seguía aturdido, después de haber visto a Seok Jin actuar como nunca antes. Hacía solo una hora que había estado amenazándolo con denunciarlo a los servicios sociales.
Había sido una dura amenaza que había asustado mucho a YoonGi. Un par de años antes, cuando su prima Suran todavía no había empezado a enderezar su vida, los servicios sociales se habían llevado a sus hijos.
A pesar de que había vuelto a recuperarlos, cualquier acusación de negligencia podía ser la causa de una investigación en toda regla. Y YoonGi no quería que eso ocurriera. Suran perdería la seguridad en sí misma y pensaría que no era una buena madre, y YoonGi quería protegerla de todo aquello.
No obstante, el mismo hombre que lo había amenazado era una persona completamente diferente con su hijo. Con Jeongguk, Seok Jin estaba desinhibido, juguetón, casi feliz, cosa poco habitual en él que solía mostrarse frío, tranquilo y reservado.
Tenía que reconocer que Seok Jin parecía mucho más interesado por su hijo de lo que había imaginado y se preguntó, incómodo, cuál era su papel en aquel triángulo. Seok Jin había dicho que quería a su hijo. ¿Qué había querido decir exactamente con eso? YoonGi no podía apartar la mirada de su atractivo rostro mientras Seok Jin observaba cómo jugaba Jeongguk a las construcciones y reía divertido.
Seok Jin se sentó a su lado en el suelo y YoonGi recorrió su cuerpo con la mirada y apartó los ojos al llegar debajo de la cintura.
Avergonzado, se dio cuenta de lo que le pasaba. Seguía deseando a Seok Jin igual que siempre.
En ocasiones, desearlo le había parecido como una condena perpetua. Su embarazo solo había acelerado la salida de su vida porque no había querido que Seok Jin se enterase de su secreto. Había pensado que, si se lo contaba, lo habría acusado de haberlo hecho a propósito y habría conseguido que se sintiese culpable y humillado. No obstante, Seok Jin no había reaccionado así y había insistido en que jamás le habría pedido abortar.
¿Podía creerlo? Al fin y al cabo, lo había dicho en retrospectiva, consciente de que su matrimonio estaba destinado a fracasar, pero dos años antes aquel matrimonio le había parecido importante y el embarazo de YoonGi habría sido, como poco, una enorme vergüenza. ¿Qué había querido decir Seok Jin al afirmar que, de haber sabido que estaba embarazado, jamás se habría casado?
Nunca se le había ocurrido que, algún día, vería a Seok Jin en vaqueros, arrodillado, haciendo una torre para Jeongguk y riendo cuando este la tiraba de un manotazo.
—Has dicho que querías a Jeongguk —murmuró, haciendo acopio de valor—. ¿Qué significa eso exactamente?
—Que, ahora que lo he encontrado, no voy a marcharme —le contestó Seok Jin, mirándolo por encima de la cabeza del niño.
—Es decir, que quieres conocerlo y mantener el contacto.
Él arqueó una ceja.
—Quiero mucho más que eso.
—¿Cuánto más? —insistió, haciendo un esfuerzo por respirar mientras lo miraba a los ojos.
Él sonrió con ironía.
—No me gustan las cosas a medias… Lo quiero todo.
—¿Y qué incluye ese todo? —preguntó YoonGi con cautela.
Seok Jin lo miró fijamente, divertido. Había pensado que YoonGi lo entendería sin más explicaciones. Estaba dispuesto a darle lo que el menor siempre había querido, algo que él jamás había pensado ofrecer. En esos momentos tenía motivos de peso para hacerlo y no quería pensar lo que iba a ganar como resultado. Clavó la vista en la entrepierna de su pantalón y se excitó todavía más.
Quería arrancarle la ropa, perderse entre sus muslos y no salir de allí hasta que no estuviese completamente saciado.
—¿Seok Jin…?
—Con lo que quiero todo me refiero a que quiero que nos casemos —le explicó, apartando los rizos de la frente de su hijo—. Es lo único que podemos hacer.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top