ೃ✭ Capítulo 2 ೃ✭

En el garaje, YoonGi estaba revisando las prendas y la bisutería que había comprado esa semana para vender en su tienda de ropa vintage. Estaba haciendo montones para lavar, reparar o limpiar los artículos antes de sacarlos a la venta.

Mientras lo hacía, no dejaba de hablarle a su hijo.

—Eres el bebé más bonito y adorable del mundo —le decía a Jeongguk en tono cariñoso mientras el niño movía las piernas y le sonreía.

Suspirando, YoonGi estiró la dolorida espalda, pensando que al menos ya había empezado a perder los kilos que había ganado con el embarazo. El médico le había dicho que era normal, pero el siempre había querido controlar su peso y sabía que engordar era mucho más fácil que adelgazar después. Y el problema era que siendo de estatura baja, bastaban unos kilos de más para parecer un pequeño barril.

Decidió que se llevaría a todos los niños al parque y se dedicaría a darle vueltas a Jeongguk con el cochecito.

—¿Quieres un café? —le preguntó Suran desde la puerta trasera.

—Sí, por favor, —respondió a su prima y compañera de casa.

Por suerte, no había vuelto a estar solo desde que había redescubierto su amistad con Suran, a los cuatro meses de embarazo. Se habían encontrado en el entierro de su tía y había resultado que Suran también era madre soltera. Esta había aparecido en el funeral de su madre con un ojo morado y más hematomas que un boxeador y le había contado a YoonGi que estaba viviendo en un hogar de acogida con sus dos gemelos. En esos momentos, Jihun y Hyun tenían cinco años y habían empezado a ir al colegio. Para todos ellos, ir a vivir al pequeño pueblo en el que YoonGi había comprado una casa había sido empezar de cero.

Y vivían bien, se dijo YoonGi con firmeza, con un café entre las manos mientras oía quejarse a Suran de la cantidad de deberes que tenía Jihun, aunque en realidad el problema fuese que a ella no se le daban bien las matemáticas. YoonGi se dijo que tenían una vida normal y corriente.

Evidentemente, no había momentos de gran emoción, pero tampoco había enormes baches.

Jamás olvidaría lo mucho que había sufrido con su peor bache. Aquella época de su vida había estado a punto de destrozarlo y todavía se estremecía al pensar en la depresión que había sufrido.

Al final, había hecho falta un acontecimiento extraordinario y aterrador para que empezase a ver la luz al final del túnel. Contempló a Jeongguk con una sonrisa de satisfacción.

—No es sano querer tanto a un bebé —le advirtió Suran con el ceño fruncido—. Los bebés crecen y acaban por dejarte. Jeongguk es un bebé precioso, pero no
puedes construir toda tu vida alrededor de él. Necesitas un hombre...

—De eso nada —le respondió YoonGi sin dudarlo—. Además, mira quién habla.

Suran, que era delgada, rubia y con los ojos ambar, hizo una mueca.

—Tienes razón, pero yo no tengo las opciones que tienes tú —argumentó—. En tu lugar, por supuesto que saldría con hombres.

Jeongguk agarró a YoonGi de los tobillos y se puso en pie muy lentamente.

Teniendo en cuenta que había tenido las piernas enyesadas varios meses para
corregir una displasia de cadera, era todo un avance. Por un segundo, YoonGi pensó
en el padre del niño y eso no le gustó, no quería pensar en el pasado. Repasar los
errores del pasado era contraproducente.

Suran miró a su primo con abierta frustración. Min YoonGi era todo un imán para los hombres. Tenía el cuerpo de una Venus de bolsillo, una cabellera de color castaño y una cara muy guapa, además, su calidez y su belleza natural hacía que gustase mucho a todo el que sé detuviera a apreciarlo.

Intentaban ligar con el en el supermercado, en un aparcamiento o en la calle, y si se les pinchaba una rueda se paraban a ofrecerle su ayuda. Suran habría sentido mucha envidia de el si no hubiese sido porque YoonGi era también una hombre modesto y bueno. Al igual que ella, había pagado un precio muy alto por enamorarse del hombre equivocado.

Llamaron con fuerza a la puerta.

—Yo iré —dijo YoonGi, ya que Suran estaba planchando y el odiaba planchar.

Hyun salió corriendo del salón y estuvo a punto de tropezar con Jeongguk, que iba gateando detrás de su madre.

—¡Hay un coche enorme en la calle! —gritó el niño.

Yoongi pensó que sería una camioneta con la compra. Abrió la puerta y entonces retrocedió bruscamente, sorprendido y asustado.

—Ha sido muy difícil encontrarte —murmuró Seok Jin, muy seguro de sí mismo.

El rostro de YoonGi se puso tenso, abrió mucho los ojos.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y para qué querías encontrarme, si se puede saber?

Seok Jin clavó en el su mirada oscura. YoonGi tenía un lunar adornando la nariz y otro en su mejilla cerca de esta. Él los había descubierto, por eso lo sabía. El color de sus ojos, sus delicadas facciones y la generosa boca no habían cambiado nada, siguió bajando la vista por la camiseta de algodón azul desgastada, que dejaba al descubierto parte de sus clavículas y cuello y no pudo evitar el deseo por primera vez en mucho tiempo.

Seok Jin sintió más alivio que rabia, ya que hacía demasiado tiempo que no sentía aquello por nadie, tanto, que había temido que su matrimonio lo hubiese desprovisto de toda masculinidad. Aunque era el primero en reconocer que ninguna de sus parejas lo había atraído tanto como YoonGi. En una ocasión, lo había hecho viajar a Nueva York para una sola noche porque no podía soportar pasar otra semana más sin estar con el en la cama.

YoonGi estaba tan alterado, tan horrorizado con la presencia de Kim Seok Jin que sintió que los pies se le habían quedado pegados a la alfombra. Lo miró, incapaz de creer que pudiese tener delante al hombre al que había amado, al hombre al que había creído que no volvería a ver. El corazón le latía con tanta fuerza que tuvo que obligarse a tomar aire y se sobresaltó cuando Jeongguk lo hizo volver a la realidad tirándole de los pantalones vaqueros para ponerse en pie.

—¿YoonGi? —lo llamó Suran desde la puerta de la cocina—. ¿Quién es? ¿Ocurre algo?

—No, nada —respondió el, agachándose a tomar a Jeongguk en brazos y mirando a sus sobrinos, que estaban observando a Seok Jin como si fuese un extraterrestre—. ¿Te puedes ocupar de los niños?

La voz le salió ronca y temblorosa y tuvo que hacer un esfuerzo por volver a centrar la atención en Seok Jin mientras Suran tomaba en brazos a Jeongguk y pedía a sus propios hijos que fuesen a la cocina con ella, donde se encerraron los cuatro.

—Te he preguntado qué haces aquí y por qué me has buscado —le recordó YoonGi a su inesperado visitante.

—¿Vamos a mantener este anhelado encuentro en la puerta? —le preguntó Jin en tono suave.

—¿Y por qué no? —susurró el, intentando apartar la mirada de su atractivo rostro, recordando las veces que había pasado los dedos por su grueso pelo oscuro—. ¡No tengo por qué dedicarte mí tiempo!

A Seok Jin le desconcertó aquella respuesta de un chico que, en el pasado, siempre lo había respetado y había hecho todo lo posible por complacerlo.

—Estás siendo muy grosero —le dijo en tono frío.

YoonGi agarró la puerta con fuerza mientras se preguntaba si solo se mantenía en pie gracias a ella. Seok Jin era un hombre elegante, controlado y dominante, y no podía evitarlo. Aunque él no se diese cuenta, la vida lo había mimado. La gente lo adulaba y hacía todo lo que podía por ganarse su aprobación. Y el también lo había hecho.

Nunca se había enfrentado a Jin, nunca le había dicho lo que sentía en realidad, siempre le había dado demasiado miedo estropearlo todo y perderlo. Solo alguien muy ingenuo habría evitado darse cuenta de que sería él quien decidiese dejarlo.

YoonGi se dio cuenta de que la vecina los estaba mirando desde la verja del jardín y que estaba lo suficientemente cerca como para oír la conversación.

—Será mejor que entres.

Seok Jin pasó al minúsculo salón y tuvo cuidado para no pisar los juguetes que había repartidos por todo el suelo. Mientras apagaba la televisión, YoonGi pensó aturdido que ocupaba todo el espacio disponible. Era tan alto, tan fuerte, y a el se le había olvidado que su presencia dominaba siempre cualquier habitación en la que estuviese.

—Me has dicho que he sido grosero —le dijo, acercándose a cerrar la puerta.

Le dio la espalda el mayor tiempo posible, preparándose para el explosivo efecto que su carisma tenía en el. No le gustaba seguir sintiendo que saltaban chispas al estar con él. Jin era tan guapo que casi dolía mirarlo y YoonGi no había podido evitar recordar.

—Has sido grosero —le dijo él sin dudarlo.

—Tenía derecho. Hace dos años, te casaste con una mujer —le recordó YoonGi, mirándolo por encima del hombro.

Le enfadaba que todavía le doliese aquello, pero, por desgracia, la realidad era que había valido para acostarse con él, pero no para ser su esposo.

—¡Ya no tenemos nada que ver!

—Me he divorciado —le dijo Jin entre dientes, porque nada estaba saliendo como había planeado.

Era la primera vez que YoonGi lo atacaba, jamás se había atrevido a cuestionarlo. Aquel nuevo YoonGi lo había tomado por sorpresa.

—¿Y a mí qué me importa? —replicó el rápidamente—. Creo recordar que me dijiste que tu matrimonio no era asunto mío.

—Pero tú lo utilizaste como excusa para dejarme.

—¡No necesitaba una excusa! Lo nuestro se terminó cuando tú te casaste. Nunca te dije que iba a seguir...

—¡Eras mí amante!

YoonGi sintió calor en las mejillas, como si acabase de recibir una bofetada.

—Para ti era eso. Yo estaba contigo porque me había enamorado, no por el dinero, ni la ropa, ni el estúpido apartamento de lujo —le explicó, nervioso, enfadado.

—No tenías por qué haberte marchado. A mí mujer no le importaba que tuviese un amante —insistió Seok Jin en tono impaciente.

YoonGi sintió ganas de llorar, se odió a sí mismo y lo odió todavía más a él.

Seok Jin era tan insensible, tan egocéntrico. ¿Cómo había podido quererlo? ¿Y por qué lo había buscado él?

—En ocasiones tengo la sensación de que hablas como un extraterrestre —le dijo, controlando su ira y dolor—. En mí mundo, los hombres decentes no se casan con alguien y continúan acostándose con otro. Para mí no es aceptable, como tampoco lo es que te casaras con una mujer a la que no le importe que te acuestes con otro. Me parece deprimente.

—Ahora estoy libre —le recordó Seok Jin, frunciendo el ceño mientras se preguntaba qué le habría pasado a YoonGi para cambiar tanto.

—No quiero ser grosero, pero me gustaría que te largaras de mí maldita casa. —admitió.

—Ni siquiera has escuchado lo que te quiero decir. ¿Qué te pasa? —inquirió Seok Jin.

—No voy oír lo que me quieres decir. ¿Por qué iba a hacerlo? ¡Hace mucho tiempo que rompimos!

—No rompimos... Tú te marchaste, desapareciste —contradijo él.

—Jin... me dijiste que tenía que abrir los ojos cuando me informaste de que ibas a casarte, y eso fue exactamente lo que hice... Te obedecí, como hacía siempre —murmuró YoonGi—. Abrí los ojos y eso significa que ya no quiero escucharte.

—No te reconozco.

—Es normal. Hace dos años que no nos vemos y ya no soy la misma persona -le informó, orgulloso.

—Tal vez deberías mirarme a los ojos y repetirme eso —lo retó Seok Jin, dándose cuenta de que estaba muy tenso.

YoonGi se sonrojó, por fin se dio la vuelta y chocó peligrosamente contra su mirada oscura. La primera vez que había visto aquellos ojos Jin había estado enfermo, con fiebre muy alta, pero su mirada había sido igual de fascinante. El tragó saliva.

—He cambiado...

—No me convences, gatito. —respondió él, mirándolo fijamente y disfrutando de la electricidad que había entre ambos.

Vio cómo YoonGi se ponía inquieto de deseo y no necesitó saber más. Nada había cambiado, sobre todo, la química que había entre ambos.

—Quiero que vuelvas.

Sorprendido, YoonGi dejó de respirar, pero entonces se dio cuenta de que el matrimonio de Jin había fracasado y que a él no le gustaban los cambios en su vida privada. Así que lo más normal era que se reconciliase con su anterior amante.

—Nada de eso. —le respondió.

—Yo te sigo deseando, y tú me deseas a mí...

—Tengo una vida nueva y no puedo abandonarla —murmuró YoonGi—. Lo nuestro... no funcionó...

—Funcionaba estupendamente -lo contradijo el mayor.

—¿Y tu matrimonio no? —inquirió el sin poder evitarlo.

Su expresión se volvió indescifrable.

—Dado que estoy divorciado, es evidente que no. Lo que sí funcionaba eramos nosotros... —insistió, agarrándole las manos.

—Depende de cómo definas tú el término funcionar —respondió YoonGi, notando que le temblaban las manos y que estaba sudando—. Yo no era feliz...

—Siempre estabas contento —le aseguró Seok Jin.

El intentó zafarse, pero no pudo.

—No era feliz —repitió, estremeciéndose al aspirar su característico olor, que ya casi había olvidado—. Por favor, suéltame, Jin. Has perdido el tiempo viniendo aquí.

Él lo besó con una urgencia y un anhelo que YoonGi no había olvidado y que hizo que se estremeciese y que sintiese calor en su entrepierna. Entonces oyó llorar a Jeongguk en la cocina y su sentido paternal hizo que volviese a la realidad.

Se apartó de él y lo miró a aquellos ojos que le habían roto el corazón, y entonces le dijo lo que tenía que decir:

—Por favor, vete de aquí, Seok Jin...

Lo vio subir a la limusina negra desde la ventana, con las uñas clavadas en las palmas de las manos. Casi sin intentarlo, Jin lo había roto en dos y le había demostrado que no lo había olvidado por completo. Dejarlo marchar había sido muy difícil y todavía había una parte en el que deseaba hacerlo volver, pero sabía que no tenía sentido, porque se pondría furioso si se enteraba de que Jeongguk era su hijo.

YoonGi lo había sabido desde el principio, desde que se había quedado embarazado por accidente y había decidido tener un hijo con un hombre que solo lo quería por su cuerpo. Seok Jin jamás lo apoyaría ni lo comprendería. A las pocas semanas de haber estado con el, ya le había dicho que, si se quedaba embarazado, él lo consideraría un desastre y se acabaría su relación, así que YoonGi no podía decir que no se lo había advertido. Al final había decidido que si el mayor no se enteraba, no sufriría. Y el tenía tanto amor que dar que estaba seguro de que Jeongguk no echaría de menos tener un padre.

O eso había pensado... hasta que Jeongguk había nacido y había empezado a preguntarse si había tomado la decisión correcta. Había momentos en los que se había sentido culpable y se había cuestionado si no habría sido la persona más egoísta del mundo por haber decidido tener un hijo que jamás tendría padre, y cómo reaccionaría el niño cuando creciera y se lo contase todo.

¿Lo despreciaría Jeongguk algún día, cuando se enterase de que solo había sido el amante de Seok Jin? ¿Se enfadaría por haber crecido en un ambiente pobre a pesar de haber tenido un padre rico? ¿Lo culparía de haberlo traído al mundo en aquellas condiciones?


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