𝖔. 𝖎 𝖑𝖔𝖘𝖙 𝖊𝖛𝖊𝖗𝖞𝖙𝖍𝖎𝖓𝖌
LO HE PERDIDO TODO
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En una isla remota, con el nombre de 'Isla Esmeralda', los pueblerinos estaban organizando una fiesta para aquellos queridos piratas que tanto adoraban. ¿Y como no hacerlo? Ellos eran los que traían el oro suficiente para cada familia. Y que así no murieran de hambre.
Era ya de noche, se notaba por el oscuro color que aparecía en el cielo. Por lo que ya estarían llegando los tan venerados piratas. Habían pasado cinco meses desde que partieron de 'Isla Esmeralda'.
Todos estaban emocionados y alegres. Pero la que más era Jeanette, la pequeña hija de la familia Draconis. Sus padres eran los capitanes del barco de donde venían. 'El Corsario Dorado'.
Estaba esperando pacientemente debajo de un árbol mientras mordía una manzana azul. Muy mítico de aquella isla.
Cuando de repente un bullicio comenzó por todo el pueblo. Llamando la atención de la pequeña. Rápidamente gritó su cabeza y miró hacía el mar. Ahora entendía todo, ya habían llegado.
Sonrió como nunca y dejó lo que quedaba de la manzana en el suelo para empezar a correr hacía el puerto.
Al llegar se paró al lado de las personas que esperaban con ansias a la tripulación del barco.
—Veo que tienes muchas ganas de abrazarles, Jeanette.— le dijo un señor. Era el dueño de la tienda de dulces. Un hombre de 56 años, a punto de jubilarse. Era muy amable y siempre le regalaba manzanas azules cada vez que pisaba el establecimiento.
—Si, señor Fernsby. Los he echado mucho de menos.— respondió contenta la niña.
Cada vez que sus padres salían durante meses, ella se quedaba en casa de sus abuelos maternos. Roberta y Rhett Rocher. Ex-piratas. Habían renunciado al nacer la madre de Jeanette, Zirconia.
Cuando el barco paró, vieron a los tripulantes salir de éste. Y a los capitanes. Todo el pueblo comenzó a vitorear y a gritar de alegría.
Jeanette, eufórica, corrió rápidamente hasta sus padres. Abrazándolos con fuerza, como si tuviera miedo de que se fueran de nuevo y la dejaran con sus abuelos.
—Hola, Jean. También te hemos echado de menos, cariño.— le dijo su madre con una sonrisa.
Su marido se rió y se agachó a la altura de su querida hija.
—Si que has crecido un poco en nuestra ausencia.— le revolvió el cabello. Provocando que la pequeña se riera también.
—Solo dos centímetros, no es para tanto.
—Es suficiente para que lo note.— sonrió.— Anda vamos, muero por beber una cerveza fría.
Agarró a su primogénita y la acomodó en sus brazos, para seguidamente poner su mano en la cintura de su esposa y caminar hacia el bar de la isla, con los gritos de los demás de fondo.
—Mami, ¿El viernes os vais de nuevo?— preguntó Jeanette metida en la cama y a punto de dormirse. Era martes.
—No cariño. Ya no nos iremos más. Nos hemos dado cuenta que es más importante criar y cuidar de tí. Estaremos juntos hasta la muerte, mi pequeña.— sonríe dulcemente acariciando el rostro de la morena.
—Me alegro... De que por fin... Ya estéis aquí.— y se quedó profundamente dormida.
Con cuidado de no despertarla, caminó hacia la puerta y la entrecerró. Yendo al salón con Reid.
—¿Se lo vas a decir?— le preguntó el hombre con voz seria y con un vaso de whisky en la mano.
—No lo sé... Es demasiado pequeña. Podría odiarnos.— murmuró agachando la cabeza.
—Alguna vez habrá que decírselo. No puede vivir sin que lo sepa.
—Maldita sea. ¡Iba a ser su hermana pequeña, joder!— con frustración y tristeza, se agarró la cabeza con las manos y comenzó a llorar. Intentando no hacerlo muy ruidoso.
Reid, al igual que ella pero sin llorar tanto, solo echando unas lágrimas, abrazó a Zirconia dándole el apoyo necesario. No estaba sola, el también se sentía culpable por lo ocurrido. Aunque no tuviera la culpa de nada.
Ya habían pasado unas tres horas desde lo ocurrido, todos se encontraban en sus camas plácidamente durmiendo.
Hasta que la noche dió un giro de 360° grados.
Gritos se oían, gritos de miedo y pánico. Todo olía a humo por el fuego que se expandía por las casas.
El fuerte olor y los horribles gritos despertaron a la familia Draconis, confundiendolos y alarmandolos.
—Mami... ¿Qué está pasando?— preguntó la adormilada Jeanette al ver como su madre entraba con la respiración acelerada.
—¡Hay que irse ya! ¡Coge todo lo prescindible! ¡Solo lo importante!
Apresurada, la pequeña fémina agarró una pequeña mochila y comenzó a meter lo mas importante en ella. Alguna que otra camiseta y pantalón. Por último, metió la foto familiar donde aparecían sus abuelos, sus tíos, sus padres y ella.
De inmediato salió de su habitación y fue a donde sus padres.
—¿Porqué hay tanto humo, papá? ¿Y porqué está gritando la gente?— dice la morena temerosa.
—Es la marina, pequeña. Pero no hagas más preguntas ¿Sí? Tenemos que irnos ya.— sujetó a su hija de la mano y salió de la casa junto a su esposa.
—Pero... ¡¿Y los abuelos?!— gritó fuerte para que la oyeran sus padres. Algo casi imposible por los gritos de la gente. Reid y Zirconia pararon al oír esa pregunta.
—Ellos están en un lugar mejor, Jeanette...— ahí lo entendió, sus abuelos habían muerto a manos de la marina.
La menor sintió como sus ojos empezaban a mojarse por las lágrimas que se formaban en ellas. Había perdido a sus abuelos y ni siquiera ha podido despedirse de ellos.
Los tres se fueron por el bosque, donde al parecer no había nadie todavía, hasta llegar a una de las playas de la 'Isla Esmeralda'.
Pasaron por toda la arena fría para finalmente llegar a unas rocas enormes. En ellas se encontraba una gran entrada. Dentro había una barca.
Zirconia y Reid lo habían escondido por si algún día pasaba algo parecido a ésto.
—Vamos, Jeanette. Sube antes de que venga alguien.— la morena hizo caso a su madre.
Y justo cuando estaban a punto de subirse ellos, volvieron a poner sus pies en la tierra arenosa.
—¿Mamá, papá? ¿Qué hacéis? Tenemos que irnos.— murmuró confundida.
—Lo siento mucho, hija. Espero puedas perdonarnos por esto.— con todas sus fuerzas, empujó la barca hacia el agua. Alejándola de ellos.
—¡No! ¡¿Que hacéis?! ¡No me dejéis porfavor!— comenzó a gritar. Llamando la atención de la marina. Poco a poco se les veía acercarse más a la playa.
—¡Perdónanos, cariño! ¡Pero ésta es nuestra lucha también, somos piratas, no unos cobardes!— le gritó Reid.
—¡No!
Los marines ya estaban allí, apuntando a los Draconis con sus escopetas y demás armas, procurando que no hicieran algún movimiento en falso.
Pero en eso, Reid corrió rápidamente hacia uno de ellos y pego un enorme puñetazo, haciéndolo tirar el arma y que volara diez metro atrás. Cogió el arma y empezó a disparar a cada uno de ellos.
—¡Alto!— el hombre miró al marine.— O la mato.
Ese cabronazo estaba apuntando a su mujer directamente en la sien. Se le veía un poco nerviosa, sudando. Pero no asustada, no cuando la marina le perseguía desde hace 15 años.
—¡Sueltala!— gritó Draconis hacia él.
—¡Suelta tu primero el arma, o despídete de ella!— apretó más el revólver en la piel de la mujer, provocando que soltara un gemido de dolor.
—¡Vale! Vale... Pero déjala.— poco a poco dejó la escopeta en la arena.
—Ups, que pena.— sonrió como un maldito macabro.
Pasó lo que nadie deseaba a parte de los uniformados. Habían jalado el gatillo, provocando que Zirconia dejara de respirar al instante.
—¡¡No!!— gritó enfurecido Reid, corriendo hacia su esposa ya fallecida y acurrucandola en sus fuertes brazos.— No porfavor, no...
Pero ya era demasiado tarde. Nadie podía sobrevivir a un disparo en la cabeza.
—Adios, asqueroso y repugnante Reid Draconis.
Pero antes de que llegara su final, su mirada se fijó en la barca donde estaba su hija viéndolo todo. La pobre ya estaba en shock.
—¡Busca a tu tío! ¡Busca a Shanks!
Y disparó de nuevo con la mismas arma en su espalda izquierda, justo donde estaba su corazón. Sin aliento ni respiración, dejó caer su cuerpo al suelo aún sujetando a su esposa muerta. Ya ninguno de los dos respiraba.
Jeanette desde ya tiempo se encontraba llorando, pero ahora todavía más.
Había perdido a sus padres. Había visto como los asesinaban a sangre fría delante de sus verdosos ojos. El brillo de aquellos había desaparecido por completo.
Lloró, gritó y maldijo a todo volumen. No le importaba una mierda quién la escuchara. Solo quería desahogarse, quería a sus padres de nuevo con ella.
¿Cómo había pasado de ser una niña feliz a una niña desgraciada y huérfana? Todo era culpa de la marina. De esa gente hipócrita y mentirosa.
Dejó de echar lágrimas de sus ojos sin vida por un momento. Centrándose en el cielo oscuro con las estrellas en ellas. Seguramente sus padres ya eran uno de ellos.
—Juro... Juro por mi vida que me vengaré. Me vengaré de cada uno de ellos. Me convertiré en una pirata, y así podré acabar con cada uno de esa gentuza hipócrita. Y seré como vosotros, mami y papi. Juro ser buena persona con aquellos que lo merecen y ser el mismísimo diablo para aquellos que desprecian a los demás.
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