𝟘𝟠
ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴏᴄʜᴏ.
LAS VOCES DE LOS DETECTIVES eran solo ruidos sin sentido para Taylor, se encontraba sentado en el sofá de su casa, siendo interrogado, sus ojos hinchados y cansados, su mirada muerta puesta en el piso, y su respiración tan lenta demostraban el derrumbe emocional que sentía. Habían pasado tal vez dos horas desde que le informaron la desaparición del rubio, y su mente aún no podía asimilarlo, se sentía en un sueño, uno del cual nunca podría despertar.
—Taylor, necesitamos que nos hables. —Alzó sus ojos hacia los policías. —¿De que hablaron tú y Vance Hopper antes de su desaparición?
—Ha...Yo le dije que viniera porque me sentía enfermo y... —Sus palabras quedaron al aire, se estaba perdiendo de nuevo.
—Taylor, muchacho quédate aquí ¿Okay? —El adolescentes asintió. —¿Viste algo inusual estas últimas semanas?
Intento recordar, buscando vagamente entre sus memorias, pero no había nada, solo podía ver aquellos ojos azules que tanto lo volvían loco, y que ahora no vería más. Iba a negar cuando un sentimiento de vacío lo lleno, recordando la camioneta negra que había visto tantas veces rondarlo.
—Vimos una camioneta negra un par de veces. —Los oficiales se miraron con temor.
—Dinos algo chico. —El detective se inclinó. —¿La haz visto estando tu solo, o solo cuando estabas con Vance?
—Muchas veces la vi rondando cuando venía solo a casa. —Taylor frunció su ceño, viendo a los adultos levantarse.
—Señor Bartholy, le aconsejó por su bienestar, no dejar a su hijo salir solo en ningún momento. —El adolescente los miraba confuso. —Si lo que dice su hijo es cierto, su objetivo no sólo era Vance Hopper.
Las miradas puestas en su persona lo hicieron temblar, no podía entender nada, ¿Querían decir que también corría peligro? Miró a los oficiales salir de su hogar y se desvió a su progenitor, su miedo se veía reflejado en sus duras expresiones.
—Creo que es momento de llamar a tu madre.
Sin más que agregar su padre fue a por el teléfono, dejándolo solo en la sala, con un sentimiento de vacío en su pecho, recogió sus piernas para abrazarlas, mirando nuevamente a la nada, realmente era un golpe duro para un adolescente de tan solo 15 años. Pasó toda la noche sentado en la sala, ahogándose en sus pensamientos y recuerdos, no fue hasta que rondaron las tres de la mañana cuando una camioneta se estacionó frente a la casa y alguien entró de golpe. Una mujer de mediana edad, cubierta de pecas, con ojos tan negros y saltones como los suyos cruzaron la puerta y corrieron a acunarlo entre sus brazos, acariciando sus descontrolados rulos.
Mas sin embargo no podía sentir nada, tal vez en otra ocasión saltaría de alegría por ver a su progenitora, pero su cuerpo inerte y su expresión sin vida dejaban ver lo mal que se encontraba. Ambos hablaron durante 30 minutos a lo mucho, pues no había nada que decir, más allá de disculpas vacías por parte de la femenina y silencios muertos otorgados por el adolescente.
Con un plato de cereal en sus manos y su vista perdida entre la alfombra, sus padres lo miraban con preocupación desde la cocina, no solo les preocupaba el estado emocional del menor, también las palabras del detective. Entre una pequeña y silenciosa discusión, ambos decidieron acercarse al adolescente, la femenina se hincó para poder verle la cara, mientras el hombre se sentó a su lado.
—Tay-Tay, escucha corazón, tú padre y yo hablamos un momento, y creemos qué tal vez... —El menor interrumpió.
—No pienso volver a Rusia, sin saber del paradero de Vance. —Sus palabras eran firmes, estaba convencido de lo que decía. —Si lo que temen es que desaparezca, dudo mucho que noten que no estoy.
—¡Taylor Bartholy! —El tono alto en la voz de su padre lo hizo sonreír con amargura.
—¿Qué? ¿Vas a golpearme por decir la verdad? —Apretó su tazón, temblando. —Desde su divorcio, tú pareces olvidar que tienes un hijo que te necesita y tú... —Elevó su rostro lleno de lágrimas, viendo al hombre. —Cuando estas, siempre estas ebrio en la sala. —Se levantó con frustración, tirando el tazón al suelo. —¡Vance si estaba para mi! ¡Y si ese bastardo quiere llevarme, pues que lo haga! Ya se llevo mi felicidad, no puede quitarme algo más.
Corrió hacia su habitación, tirando la puerta y cerrándola, se tiró en su cama, rompiendo en llanto nuevamente, retorciéndose en la misma mientras golpeaba y pataleaba sobre ella, intentaba desahogar su tristeza, miedo y enojo, se odiaba, si tan solo no le hubiera dicho a Vance que llegara a su casa, tal vez estaría bien, todo era su culpa, o al menos así lo veía,pero; su dolor no duraría mucho.
Terminó por dormirse, acunado en los brazos de un conejo de peluche, que justamente había ganado Vance para él en una feria. Entrando la tarde del día siguiente, Taylor despertó, su cuerpo dolía y su corazón también, recordando que realidad vivía, con pesadez se levantó de su cama y salió de su habitación, no se extrañó de encontrarse solo, mejor para él, no tenía ganas de discutir.
Era 25 de septiembre, y el aire que se respiraba cerca del ruso apestaba a cigarros mezclados con alcohol, la puerta de su habitación estaba cerrada mientras la música en la radio sonaba a todo volumen. No era de extrañarse que aquel muchacho fumase, ya no era un secreto, pero jamás había tocado el licor, no hasta ese día, era su primer mes saliendo con Vance, y se sentía de la mierda. Desde hacía dos días que no tocaba la ducha, ni salía de su casa, se sentía débil y sin ganas de seguir.
Bebió de la botella, disfrutando de su amargo sabor, ahora entendía porque su padre ahogaba las penas con alcohol, llevó el cigarro a su boca, soltando una gran bola de humo. Podía escuchar claramente los golpes en su puerta, tal vez era alguno de sus padres preocupados por su estado, aunque siendo honestos, le importaba un carajo. Sonaba egoísta, y tal vez melodramático, no podías deprimirte tanto por alguien ¿Cierto?
Entre su ebriedad se levantó para mirarse al espejo, tirando la botella en la alfombra, una mueca de asco se formó al verse, Vance estaría tan decepcionado si lo viese en ese estado, tal vez lo regañaría y luego lo abrazaría, diciéndole que todo estaría bien, que él estaría para protegerlo.
Golpeó su cabeza repetidas veces, su mente estaba jugando con él, las voces de la culpa lo carcomían, todo era su maldita culpa. Se dejó caer al suelo, escondiéndose entre sus piernas, la puerta de abrió de golpe y su madre entró completamente aterrorizada.
—¡Taylor! —La mujer corrió a socorrerle. —¿Que demonios crees qué haces niño? —Lo tomó por los hombros sacudiéndolo. —¿¡Crees que arruinándote la vida tu novio va a aparecer!?
Los ojos negros del adolescente se nublaron ante las lágrimas que amenazaron por salir de sus ojos, apretó sus manos tomando fuerzas para hablarle.
—Todo fue mi culpa... —Hablo tembloroso. —Vance desapareció por mi culpa ¿Verdad?
La femenina suspiro, acurrucándolo en sus brazos mientras lo escuchaba sollozar, acarició su cabello grasiento y enredado, ¿Cuento tiempo más duraría ese martirio?
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