Bonus

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La responsabilidad de llevar a toda una comunidad nunca fue fácil para Helena Onawa. Desde su primera transformación, su vida había cambiado para siempre; una crisis entre los genes de los portadores de la magia Quileute en la sangre hizo que Helena fuera la elegida para crear una nueva línea sucesoria y portadora del gen cuando esa criatura en forma de mujer amenazó a su pueblo y solo ella la pudo detener.

Desde su primera transformación, a los 15 años hasta ahora que lucía de 22, había pasado mucho tiempo, tiempo le sirvió para analizar porque ella no envejecía como las demás mujeres de su tribu. Al no haber otros lobos para defender el pueblo, ella tendría que estar fuerte y joven en caso de amenaza, retrasando así su proceso de envejecimiento.

Ahora había más como ella, Helena fungía la función de Alfa aunque podría cambiarse ese término por el de mentora. Veía a los jóvenes como hermanos menores a los cuales se les debía instruir y preparar lo mejor que se pudiera. Le alegraba ya no sentirse tan sola, pero eso significaba que algo malo estaría por venir.

Fue una mañana de Enero cuando ellos aparecieron, los demonios con cara de ángeles, los Cullen. Su pequeña y naciente manada formada por Ephraim Black, Quil Ateara y Levy Uley, los encontró en el bosque alimentándose de animales en su mayoría herbívoros. Con curiosidad, la mujer los observó a cada uno de ellos con detenimiento. Al llegar a un varón de cabello cobrizo no pudo evitar emitir una sonrisa al ver su cara de confusión al verla.

El intercambio de palabras fue largo y extenso, desde un principio Helena supo que ellos eran diferentes por sus ojos más dorados que el sol, su dieta animal y su refinado comportamiento. El tratado consistió en delimitar territorios y normas de convivencia para no matarse unos a otros. La joven, como alfa, tomó la decisión de permitirles a los Cullen permanecer en Forks cuanto tiempo pudieran.

La mirada del joven de cabello cobrizo la seguía en cada movimiento realizado. Helena sintió algo extraño, algo parecido a la lava caliente deslizándose en su interior cuando se miraban.

El tratado fue cerrado y ambos grupos se separaron pero, algo había cambiado. Helena sintió mucha contradicción al sentirse como se sentía respecto al vampiro refinado. La joven no se sentía tan recelosa como sus hermanos, era de una curiosidad insaciable y el vampiro no se escaparía de ella.

Su primer encuentro a solas fue cerca del río en donde había ocurrido su primera transformación. Él estaba terminando de cazar cuando captó el olor de Helena. Había pensado en ella durante mucho tiempo, su inmovil corazón se sacudió por primera vez en toda su existencia con solo mirarla y recordarla.

Edward Cullen siguió su olor como un cachorro a su dueño, que a diferencia de los demás lobos, la mujer poseía un olor particular que no le molestaba, incluso le agradaba, parecido a la tierra mojada y las flores silvestres.

La mujer estaba descalza recogiendo pequeños frutos silvestres, Edward no pudo evitar acercarse y para su sorpresa, ella no se alejó. Helena lo miró sorprendida, estaba rompiendo las reglas del tratado pero no le importó.

– Lamento mi intromisión en sus labores, me iré para no ocasionar algún problema o incomodidad– habló Edward cortésmente.

– Háblame de tú por favor, creo que no me he presentado formalmente contigo, mi nombre es Helena Onawa– la suave voz de la joven contrastaba profundamente con su apariencia fuerte y decidida, su respuesta fue acompañada por una hermosa sonrisa que, de ser humano, a Edward le hubiera acelerado el corazón.

– Edward Anthony Masen Cullen– el inmortal le ofrece la mano totalmente esperanzado de poder tocar su piel.

La mujer lobo dudó pero terminó aceptando su mano, el choque de temperaturas dejó sin aliento a ambos, fuego contra hielo, conviviendo en perfecta armonía.

A la luz de la luna hablaron en voz baja y susurros, Edward estaba encantado con la joven y ella sintió su corazón por primera vez latir por amor.

Siguieron encontrándose a escondidas de sus respectivas familias, Helena no quería provocar los celos irracionales de Levy Uley, quien le había confesado sus sentimientos.

Edward, en una ocasión en la que su familia estaba fuera de casa, invitó a su hogar a Helena. En la intimidad de su salón de música, Edward tocó en el piano la dulce melodía compuesta para ella, provocando sus lágrimas de emoción. Fue ahí, en un lugar en el cuál jamás pensó estar, donde ella y Edward Cullen se besaban por primera vez. Fue una explosión de sensaciones, de lo correcto y lo incorrecto, de lo que era y lo que debía hacer.

Helena huyó de ahí, confundida y dejando a un Edward desolado. No se vieron durante meses, para desdicha de ambos.

Helena, como lo fuerte y valiente que era, una noche decidió hacer caso omiso a sus temores y acudir al lugar habitual, esperando que él viniera a su encuentro. Para su sorpresa, Edward estaba ahí, bajo la luz de la luna, esperándola. Su encuentro culminó en un beso cargado de sentimientos y un encuentro que los unió para siempre.

Los años pasaron y la permanencia de los Cullen en Forks estaba a punto de terminar; Edward le suplicó a Helena que lo acompañara, que su familia aceptaría su relación pero Helena lo rechazó, en su espalda cargaba a toda una comunidad a la cual no iba a abandonar.

Cuando Edward Cullen se fue, una fracción de su corazón se fue con él, una mujer nueva había nacido y dedicaría su vida a proteger a su tribu.

Conoció al padre de su hija y al amor de su vida un día en la playa muchos años después, un extraño que venía de lejos, del otro lado del mundo, del que se enamoró profundamente.

Tuvo una familia perfecta, por fin su gen quileute había respondido otorgándole la bendición de envejecer a lado de sus seres queridos. Todo cambió cuando enfermó de cáncer, de repente dejó de tener fuerza, en ese momento supo que era hora de prepararse para abandonar ese mundo.

Contacto a su primer amor, quien a pesar de lucir como un inmaculado joven de 17 años, aún la miraba con amor a pesar de ser ella ya una mujer adulta. Le hizo prometer que cuidaría su tesoro hasta que fuera el momento de entregárselo a su pequeña leona.

Edward no pudo evitar preguntarse si hizo lo correcto al alejarse de ella, pero al verla tan feliz con su familia supo que su sacrificio había valido la pena.

Una gran parte de su alma martirizada murió junto con Helena. Edward acudió a su entierro de manera oculta y desde que estaba en Forks, las flores silvestres no faltaban en su última morada.

Cada que Edward Cullen miraba a Denahi Coleman, observaba la viva imagen de su madre, claro, con un sentido del humor más actual y ácido, pero veía su fuerza y valentía.

Sabía que Helena seguía ahí, cuidando a su pequeña y quién sabe, tal vez en otra vida coincidiría de nuevo para esta vez no separarse nunca.

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