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Capítulo once

Despedir a mi padre en su viaje a la ciudad ha sido de las cosas más difíciles que he hecho en toda mi existencia. Trate de que no se notara que estaba a punto de echarme a llorar, si lo hacía sabría que había algo oculto en mi urgencia de sacarlo de Forks. Partió rumbo a Seattle sabiendo lo fundamental que era para mi, si algo me pasaba en la estúpida pelea, sabría que lo amaba y que luché hasta el final por mantenerlo a salvo.

Esa noche estaba en mi habitación hojeando el libro que hizo mamá. Cuando llegué al apartado al que correspondía, me imaginé a mi misma enfrentando a Dask'iya y supe que yo no era ni la mitad de valiente de lo que había sido mi madre en ese momento.

Después de darme un largo baño de agua caliente para relajar mis músculos, me proponía a dormir temprano cuando escucho pequeños golpes en la ventana de mi habitación. Me coloco una bata para saber que carajos pasa, descalza camino hacia mi ventana; cuando la abro y asomo mi cabeza encuentro a Jacob al pie de mi ventana con una rosa blanca en su mano derecha.

– ¡Sus ojos en el cielo alumbrarían tanto los caminos del aire que los pájaros cantarían ignorando a la noche!– gritó Jacob declamando, debía ser el peor orador de la historia. Mi boca se abre pero no emite ningún sonido, suelto un jadeo y lo miro esperando alguna explicación.

– ¿Qué luz es la que se asoma por aquella ventana? ¡Es el oriente! ¡Y Julieta es el sol!– declama o hace el intento de hacerlo, suelto una risa y lo miré divertida.

– Jacob Black, ¿Qué mierda haces? Shakespeare debe estar revolcándose en su tumba– le grité divertida negando.

– ¡Diciendo lo único que aprendí de poesía en la secundaria, ahora hazte a un lado!– grita y realiza una serie de maniobras para llegar a mi ventana para entrar a mi habitación.

Doy unos cuantos pasos para atrás y Jacob intenta tomar mi mano pero está ya estaba enfilada para darle un buen golpe en la mandíbula.

– ¡¿Qué carajos?!– pregunta Jacob sobándose el lugar del golpe que le acababa de propinar.

– Lo mereces hijo de la...– me tapa la boca con la mano, aunque en realidad me tapa toda la cara.

– Cálmate para que podamos hablar.

Giro los ojos y asiento respirando profundamente.

– Antes de que digas algo, en verdad lo siento. Lamento haberte dejado en el campo y lamento no buscarte después, creí que necesitarías tu espacio; últimamente creo que he hecho todo mal, con la manada, con mis amigos, contigo...– Jacob desvía la mirada. Yo permanezco callada asimilando lo que está sucediendo.

– Siempre es lo mismo, Jacob... La eliges a ella y después vienes a mi. Estoy harta de eso, ¿Has intentado dejar de cagarla? Tal vez eso ayude – entrecierro mis ojos.

Jacob niega y con sus enormes manos coloca la rosa blanca en mi melena enredada. Junta su frente con la mía.

– Creí que mis sentimientos por Bella eran definitivos y no te voy a negar que aún siento cosas por ella pero, cuando te vi tan frágil en los brazos del chupasangre sentí como mi corazón se oprimía; y ese día en la playa lo supe...– la voz de Jacob sonaba tan firme e inequívoca que me desequilibra un poco.

– ¿Supiste qué?

– Que te amo, siempre lo he hecho– me quedo sin aire, como si hubiera caído al mar helado de La Push.

– Ese día le grité a Bella que yo te amaba, no fue una declaración, eso tú ya lo sabías– eso era verdad, para nadie era secreto que mi primer amor, Jacob Black, aún estaba muy presente en mi corazón.

Jacob me tomó del rostro con esas cálidas manos enormes y me besó. Mis manos lo acercan a mí tomándolo del cabello, el beso empieza sutil y suave hasta convertirse en un beso exigente y furioso. Me sentía realmente pequeña entre sus brazos, pero curiosamente, mi cuerpo delgado y pequeño encajaba perfecto en el suyo, grande y musculoso.

Las manos de Jacob pasan de mi rostro a mi cuello para después sujetarme de los brazos con delicadeza, como si yo fuera a romperme. Sus manos bajan aún más, a mis costados y una alarma se activa en mi cabeza haciendo que me separe de él.

– No... yo no estoy lista, no aún– niego firmemente, estar íntimamente con alguien era algo que me aterraba y no iba a tomarlo a la ligera.

– Entiendo, no quiero que te sientas incómoda– toma mi mano derecha y toca el brazalete que me regaló.

– Entenderé si quieres irte...– hago una mueca al decir esto.

Di que no, di que no, no seas idiota.

– No quiero irme, creí que...– se detiene y suspira, yo sonrío al oír que se quedaría. – Creí que sí es nuestra última noche de normalidad antes de la pelea, me gustaría pasarla contigo.

Sonrío y lo envuelvo en un abrazo enterrando mi cabeza en su pecho.

– Puedes quedarte pero al primer ronquido te echo un tapete allá afuera– sonrió y lo beso en los labios.

– Puedo con eso, ¿Me perdonas?– me pregunta sonriendo.

– Meh, olvidado. Pero de una vez te advierto que una cagada más y adiós.

Esa noche dormimos juntos, el enorme cuerpo de Jacob Black no cabía en mi pequeña cama matrimonial pero como pudimos nos acomodamos. Platicamos hasta muy tarde, de mis planes, de sus planes, del miedo que sentía por cada uno de los integrantes de la manada, en especial por Leah y por él; Jake también se confesó conmigo, diciéndome lo mucho que temía que algo me pasara.

– Daría todo porque no estuvieras ahí, no quiero que algo malo te pase– susurró él en la oscuridad, su calor y el mío hacía innecesario el uso de mantas o cobijas.

– No puedo quedarme en casa, es mi deber– conteste con un hilo de voz.

– Si se lo pidiera a Sam tal vez...– continuó Jake pero yo niego con la cabeza haciendo que nuestras narices se froten.

– No puedes tratarme como una muñeca frágil Jacob, tengo más fuerza de la que crees, de la que todos piensan. No se pero algo me dice que yo debo estar ahí, por algo me transforme en lobo y es para esto; además Sam me odia un poco– tomé su mano y entrelacé mis dedos con los suyos.

A la mañana siguiente despertamos temprano para desayunar, cociné una gran cantidad de cosas que tanto Jake y yo devoramos en cuestión de minutos; el desayuno transcurrió entre besos y bromas, era un ambiente parecido al de hace tiempo. Esa tarde Jake tenía que reunirse con Edward y Bella para llevar a la mosca muerta al campamento; estaría siendo una maldita mentirosa al decir que no me preocupaba ese trío de tarados.

Jacob se quedaría en el campamento esa noche para asegurarse de que todo estuviera en orden para cambiar de lugar con Seth en la mañana a primera hora, tanto a mi como a Seth nos habían relegado a funciones de vigilancia, él se encargaría de proteger a la "sin expresiones faciales" de Swan y yo el pueblo, cosa que no iba a permitir.

– Seth, yo iré en tu lugar– el pequeño Clearwater negó y yo alcé mi ceja retándolo.

– Jacob me dijo...– lo interrumpí cerrando sus labios.

– Me importa una mierda lo que haya dicho Jacob, yo voy.

– ¿Entonces yo me perderé todo lo emocionante?– pregunta Seth desilusionado.

– Eh, déjame pensarlo, ¡Sí!– le gritó y le doy un golpe en la cabeza.

– Pero Deni– refunfuñó Seth.

– Tengo una corazonada Seth, debo estar ahí, tú no. Así que ayuda un poco y cuida el pueblo y la reservación.

Cuando cayó la noche sentía los nervios a flor de piel, según los reportes del tiempo caería una fuerte tormenta. Yo no dejaba de deambular por la casa de Leah, quien gustosa me recibió esa noche.

– Pareces alma en pena Deni, le harás un hoyo al piso– me reprendió mi mejor amiga. Sabía que para ella tampoco era fácil, para nadie lo era pero Leah ya había sufrido demasiado así que traté de calmar mis nervios.

– Lo siento– me disculpé.

– Estará bien, tranquila. Lo siento por la mosca muerta de Swan, soportar a esos dos debe ser un infierno– sonríe de lado y me entrega una taza de leche caliente.

Miré por la ventana y observé el cielo encapotado, le pedí a mamá que los mantuviera a salvo, a Jake y a Edward, incluso a Bella.

Tuve que salir en la madrugada a caminar descalza por la playa, el escuchar las olas de La Push calmó mi ansiedad, el enterrar mis pies en la arena me reconfortó.

Tenía que ser la primera en entrar en fase e ir hacía el campamento para que no le diera tiempo a Sam de ir por mi y arrastrarme de vuelta. Acudí a mi casa, me vestí con unos shorts de mezclilla y una blusa blanca ligera; coloqué tanto el collar como el brazalete junto a la rosa blanca que me había regalado Jake y corrí hacía el bosque, en dirección a las montañas.


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