➛ ❪ 00 ❫ 'Aurora y Finnick'
▌CAPÍTULO CERO :
❜𖥻... 𝙰𝚞𝚛𝚘𝚛𝚊 𝚢 𝙵𝚒𝚗𝚗𝚒𝚌𝚔 ...𖥻❛
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𝐔𝐍 𝐃𝐎𝐋𝐎𝐑 𝐏𝐔𝐍𝐙𝐀𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐄 𝐏𝐑𝐄𝐒𝐄𝐍𝐓𝐎́ 𝐄𝐍 𝐒𝐔 pecho cuando abrió sus ojos abruptamente.
No era la primera vez que Aurora despertaba con el metálico sabor a sangre en su boca y tampoco era la primera vez que buscaba consuelo en las delicadas caricias de su abuela, Mags. Pero incluso cuando eso era lo que lograba calmarla la mayoría de las veces, había madrugadas en las que nada parecía ser suficiente.
Soltó un largo suspiro y apoyó con firmeza sus codos encima del blando colchón para mantenerse ligeramente inclinada hacia adelante. Notó que su pecho subía y bajaba e intentó regular su respiración para no despertar a su abuela que, como todas las noches, acostumbraba a dormir con ella. Aurora nunca tuvo la certeza de si Mags solo quería asegurarse de estar para ella cuando despertara por pesadillas o, en cambio, era ella quien no se animaba a despegarse del lado de su abuela; sin embargo, lo único que le importaba era que podía tener un aroma familiar al cerrar los ojos y al despertar un rostro que la miraba con dulzura, tranquilidad y con cariño. Era todo lo que tenía, pero era, sin lugar a duda, más de lo que necesitaba.
Aurora recorrió la enorme habitación con la mirada, demasiado pintoresca para su gusto, pero lo suficientemente agradable para Mags. Las casas de la Aldea de los Vencedores estaban hechas de mármol blanco con incrustaciones de objetos marinos y, hasta ese momento, solo habían sido ocupadas siete de las doce que había construido el Capitolio. Y, aunque todas las casas se parecían, las que estaban habitadas habían sido decoradas a gusto del vencedor en cuanto se mudaron. Es por esa razón, que la casa de Mags y la de ella no se parecían demasiado.
Los ojos de Aurora detuvieron su recorrido en la enorme ventana junto a la cama, ya que algo afuera había captado su atención. Una luz lejana, proveniente del cuarto de Finnick del otro lado, la obligó a fruncir el entrecejo de inmediato. La casa de él estaba junto a la de su abuela, por lo que era fácil verla, incluso si solo los separaban algunos cuantos metros. Con indecisión en sus pensamientos, sus manos se movieron vacilantes sobre las suaves sábanas. No estaba segura de si era lo correcto, pero sin duda era lo que deseaba; después de todo, Finnick Odair había sido su mejor amigo antes de convertirse en su mentor.
Aurora se deslizó por la cama sin hacer demasiado movimiento, asegurándose de que Mags no despertara, y salió del cuarto luego de abrigarse solo con una bata de seda blanca —con bordados de algas y peces de colores verde y azules hechos cuidadosamente—, que su abuela acostumbraba a dejarle en los pies de la cama. En el Distrito 4 no solía hacer frío, así que no necesitaba cubrirse nada más que por la brisa de la noche debido a las olas de mar.
Salió de su habitación y descendió las escaleras con sigilo, haciendo que solo la madera crujiera ligeramente bajo sus pies mientras veía sus propias pinturas colgadas en la pared junto a ella. Se dirigió hacia la puerta de salida con la esperanza de que Mags no se despertara hasta el amanecer. Al ver que el cielo comenzaba a aclararse, decidió que al menos se arriesgaría para verificar el estado de Finnick antes de regresar rápidamente a la cama.
Cuando abrió la puerta de la entrada, dio un pequeño respingo hacia atrás con los latidos de su corazón golpeando contra su pecho de forma violenta. Al principio sintió su cuerpo helarse ante el susto que le había provocado su repentina presencia, pero al percatarse de que se trataba de Finnick, su expresión se transformó en confusión y luego tranquilidad. Ni siquiera lo puso en duda; al ver que el hombre frente a ella cargaba con unos ojos hinchados y rojos y una enorme sonrisa que mostraba más tristeza que alegría, se acercó a él y rodeó su torso con sus delgados brazos.
—Sí, yo también —murmuró ella sobre su pecho, dándole a entender que, al igual que él, había despertado otra noche más por aquellas pesadillas—. Yo también.
No lo hizo al instante. Finnick lo puso en duda por varios segundos recordando las veces en las que Aurora se removió incómoda ante el tacto de cualquier persona, exceptuando su abuela, pero al sentir las caricias de la chica sobre su espalda, se arriesgó a abrazarla de igual manera. Las palmas de sus manos se deslizaron desde los antebrazos de ella hasta la parte superior de su espalda, donde comenzó a darle suaves caricias de arriba a abajo. En poco tiempo, no pudo seguir resistiéndose, así que rodeó sus brazos en el cuerpo escuálido de Aurora y hundió su rostro en el hueco entre su cuello y cabeza. Ni siquiera se dio cuenta de que sus lágrimas habían comenzado a salir nuevamente hasta que vio de reojo una gota deslizándose por la piel de ella.
—Lo siento —murmuró alejándose de Aurora mientras negaba con la cabeza y apretaba las yemas de sus dedos sobre sus párpados para no seguir llorando—. Lo siento. No quiero molestarte siempre, sé que es agotador tener que escuchar lo mismo...
La chica se acercó nuevamente a él y alzó la mano hasta alcanzar su mejilla, donde pudo barrer las lágrimas.
—¿Alguna vez me has escuchado quejarme de ti? No, Finnick, jamás me quejaría de que hicieras algo tan humano como llorar por algo que te golpeó fuerte —habló Aurora, con aquella sonrisa diminuta que a él tanto lo calmaba—. Puedes contarme tus pesadillas las veces que quieras o las veces que ocurran, porque si al final del día hablarlo al menos te ayuda a intentar dormir, no es una molestia, es un desahogo.
Finnick sonrió nuevamente, pero esta vez con más honestidad.
—¿Cómo es que eres tan buena en esto? —preguntó mostrándose más tranquilo.
Aurora se encogió de hombros como si no significara nada.
—Digamos que estudiar tu comportamiento fue todo un reto para mí —dijo—, pero eres muy predecible, al menos para mí. Además, eres mi mejor amigo, te conozco, Odair.
—Bueno, Rory, te conozco también. —Finnick tomó la mano de la chica y la sacó de su casa—. ¿Vas a contarme qué es lo que no te deja alimentarte como debes?
Aurora bajó la mirada para escanear su propio cuerpo y fue en ese momento en que recordó que ya no lucía como hacía solo unos años atrás. Estaba casi en los huesos, pero ella no sufría ningún trastorno alimenticio en el que tuviese pavor de subir de peso; su escasa alimentación se debía más que nada a que cualquier cosa que quisiera comer, a ella le sabía a metal. O más preciso, a sangre.
Aurora se dirigió al pórtico y se sentó en los escalones, ajustando su bata. Finnick se acomodó a su lado, permitiendo que ella recostara la cabeza en su hombro. Por un instante, cerró los ojos.
—Maldito el día en que me apodaste 'Rory' —bromeó Aurora—. Y no te preocupes, Mags ha estado preparando mis comidas favoritas para asegurarse de que coma algo.
Finnick soltó una corta risa mientras se acariciaba las manos para relajarse y no mostrarse tan tenso.
—¿Sopa de ostras? —preguntó, arqueando una ceja aunque ella no pudiera verlo—. Seguro que es eso.
Aurora bajó la mirada por unos segundos, una sonrisa se asomó en sus labios.
—Era el plato favorito de mis padres —compartió, sin sentir incomodidad al mencionarlos.
—Lo sé —respondió él—. Eran unos cocineros excepcionales... —se alejó un poco de Aurora y le lanzó una mirada divertida—. Lástima que su hija no heredara ese talento.
Aurora rió, reconociendo la verdad en las palabras de Finnick aunque le costara admitirlo; nunca se le dio bien cocinar, a pesar de conocer algunas recetas que le enseñó su padre.
—No veo la necesidad de aprender ahora que tengo a ti y a mi abuela para ocuparse de eso —dijo, golpeando suavemente el antebrazo de su amigo mientras seguía sonriendo. Él fingió que le dolía y se acarició el brazo.
Después de un breve silencio, una voz casi inaudible los interrumpió.
Aurora y Finnick se voltearon rápidamente, pero se relajaron al ver a Mags parada frente a ellos. Ambos sonrieron como niños al escuchar una palabra medianamente clara salir de su boca: abrazo. La señora se sentó en medio de ambos, y tanto Aurora como Finnick recostaron sus cabezas en los hombros de ella en silencio y con sus ojos cerrados, como si solo el tacto de Mags los trasladara a un mar de paz y esperanza. Acarició el cabello de ambos con delicadeza y, a pesar de querer formular una oración completa, solo dos palabras llegaron a los oídos de ellos con claridad: Nos cuidamos.
—Nos protegemos... —siguió Finnick.
Aurora estiró sus labios.
—Y nos amamos —finalizó.
©-GIMEVERLARK-
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