chapter two. crappy day.
capítulo dos. día de mierda | 𝖔ne or 𝖙wo?
📍ENCINO, CALIFORNIA.
Casa de los Parker. Hora: 9:28 p. m.
CORALINE HA TENIDO MUCHOS TRABAJOS EN SU CORTA VIDA. Algunos fueron buenos, como la vez que repartía periódicos. La empresa la contrató con tanto entusiasmo que la sorprendió. ¡Incluso le dieron una bicicleta! Jamás había montado una antes, pero se empeñó en aprender. Pasó hasta altas horas de la noche practicando, aterrada de no hacerlo bien, de decepcionar a la empresa. Ella quería demostrar que estaba comprometida, que podía manejar el trabajo.
Por supuesto, cuando Oliver se enfermó y tuvo que cuidarlo toda una semana, no importaron las excusas. La despidieron sin miramientos.
Otros trabajos fueron peores. La vez en que trabajó de camarera en un bar de mala muerte siempre la perseguiría. Lo de "malo" ni siquiera se acercaba a describir lo tóxico que fue ese lugar. Las miradas lascivas, el olor a alcohol y otras sustancias que no quería recordar. Los toques inapropiados, las risitas burlonas. Y ella, aún tan joven, tan desesperada, había soportado todo por una paga que apenas alcanzaba para sobrevivir.
Así que sí, Coraline ha tenido muchos trabajos. Algunos buenos, otros pésimos. Todo para llevar algo que comer, todo para asegurarse de que su hermano menor tuviera lo que ella nunca pudo tener. Todo para darle a Oliver la estabilidad que a ella le faltaba.
Todo por él. Su única familia.
Sin embargo, ¿este trabajo? Coraline miró con ojos cansados a los dos niños frente a ella, quienes se peleaban y decían cosas que no deberían estar diciendo a su edad. La chica no sabía cómo clasificar este trabajo.
El empleo de niñera le había caído como un milagro.
Al principio pensó que sería pan comido. Con la experiencia de haber cuidado a Oliver día y noche, pensó que sería fácil. Al principio lo fue. Les decía palabras dulces, les hacía sentir importantes, escuchados, valiosos...
Debería haber sido malditamente fácil.
Hasta que a Coraline se le olvidó lo más básico: establecer límites.
Todo iba bien, o eso pensaba Coraline. Los niños comenzaron con empujones juguetones y palabras pasivo-agresivas. Los niños son así, ¿no? Juguetones, que no saben cuándo parar. Coraline, creyendo que era solo una fase, tardó demasiado en darse cuenta de que tenía que intervenir.
No lo hizo.
Y ahí fue cuando todo se fue al carajo.
—¡¿Sí?! ¡Ve a llorarle a nuestra madre, Arthur! —escupió las palabras con enojo la niña, sacándole el dedo del medio al recién nombrado. Arthur la miró con furia, apretando los puños.
—Oh, vete a la mierda, Megan —soltó él, casi burlón y frío.
Coraline, apoyada contra la pared, los observaba con cansancio. ¿Qué les enseñan en esta casa?, se preguntó, aunque sabía que no debía quejarse. A su edad, ella estaba más preocupada por saber si encontraría algo para comer esa noche, mientras sus padres se perdían en alguna fiesta, fuera de la realidad.
Aunque, no es el mejor ejemplo.
Pero esa es la diferencia entre ellos tres, ¿no? Se dijo a sí misma con amargura. Arthur y Megan Parker vivían en un mundo completamente diferente al de Coraline y Oliver Pierce.
Los primeros vivían en Encino, una zona tranquila, sin preocupaciones sobre qué comerían al día siguiente. Sus problemas eran de otro tipo: el último videojuego que salió o qué destino turístico elegirían para las vacaciones familiares, siempre con los dos padres presentes, siempre con su mundo perfecto.
—¡Ustedes dos, cállense la boca, por Dios! —soltó, harta.
Los dos chicos la miraron sorprendidos, como si ella hubiera roto alguna regla tácita del universo de niños malcriados. Coraline, sin embargo, se mantenía serena. Sin problemas, sin alterarse por las adversidades. Las superaba con tranquilidad.
Pronto, las miradas de los chicos cambiaron. Ahora se veían molestas.
—Tú no puedes hablarnos así —dijo Megan, como si Coraline fuera una persona insignificante. Arthur asintió con un aire de acuerdo, como si no hubiera nada que discutir.
Y eso está bien. Ya los dos hermanos no estaban peleados, debería ser un punto a su favor. Pero la ira, esa ira enterrada en su interior, hervía en sus venas. Quería explotar, romperlo todo, arrasar con todo.
Estos niños... estos estúpidos niños.
No sabían nada. Nada de la vida. Nada de la lucha diaria por sobrevivir. Todo les caía en bandeja de plata.
Coraline hizo un esfuerzo por calmarse. Son solo niños, se repitió. No saben lo que dicen. No es su culpa, al menos no del todo. Son solo criaturas perdidas que no comprenden nada aún.
Respiró hondo, su pecho se expandió con el aire fresco de la noche. Está bien.
—Les hablo como quiero. Soy su niñera.
Y, mierda. Quizás no estaba tan calmada después de todo. Coraline sabía lo que acababa de hacer: había afirmado su posición por encima de ellos. Como si estuvieran por debajo de ella, y joder, Coraline estaba lo suficientemente familiarizada con los niños malcriados como para saber que eso no les gustaba. Lo sabía muy bien, y vio la confirmación en sus ojos cuando ambos fruncieron el ceño, ofendidos.
—¿Quién te crees que eres? —habló Arthur, con un tono que hizo que el mal presentimiento de Coraline creciera—. Solo eres nuestra niñera, no nuestra madre. Realmente, ¿quién te crees que eres? Te pagamos por cuidarnos. Solo eres alguien que se arrastra por nuestro dinero.
Qué mierda.
Megan aprovechó el silencio, dando el golpe final mientras Coraline se quedaba paralizada.
—No nos hables como si estuvieras a nuestro nivel —levantó la barbilla, con esa mirada tan despectiva que Coraline casi podía sentirla cortándole la piel—. Estás muy por debajo de nosotros.
Coraline había tenido suficiente de esta mierda egocéntrica.
Y justo a tiempo.
La chica mayor escuchó cómo la puerta se abría, el característico sonido metálico de las llaves seguido de unos pasos firmes sobre el piso. Era la señal inequívoca de que los señores Parker, padres de los demonios que tenía frente a ella, habían llegado.
Coraline exhaló despacio, sintiendo el peso acumulado de las últimas horas. Tenía muy claras sus prioridades, gracias. Todo lo que hacía, lo hacía por Oliver. No importaba si era quedarse hasta tarde en la noche o aguantar trabajos de mierda; todo era por él.
Pero incluso las prioridades tienen límites.
¿Volver a rebajarse? ¿Aguantar malos tratos y comentarios burlones de niños que no sabían nada del mundo real?
No.
Coraline enderezó la postura y dejó escapar un pequeño suspiro, como si expulsara toda la frustración que había contenido durante el día. Cuando los señores Parker entraron a la sala de estar con una gran sonrisa, probablemente listos para preguntar cómo había ido todo, la pelinegra se les acercó con decisión.
Su propia sonrisa se formó en su rostro, grande y brillante, pero tan falsa como una moneda de plástico.
—Renuncio —soltó, con la voz clara y firme, como si fuera el acto más sencillo del mundo.
El desconcierto de los Parker apenas tuvo tiempo de asentarse en sus rostros antes de que Coraline les diera la espalda y, sin esperar respuesta alguna, cruzara la puerta de salida.
Afuera de la casa de los Parker, con los sonidos de los grillos llenando la noche y las luces de la calle alumbrando la acera, Coraline colocó sus manos en sus rodillas, sintiendo que todo el peso de sus hombros aumentaba. Renunciar no le había dado alivio, para nada. La chica podía apostar que había empeorado todo.
¿Y ahora qué iba a hacer?
Sentía sus propios ojos llenarse de lágrimas, pero se las prohibió. No podía llorar, no podía permitirse un momento de debilidad. Debía mantenerse fuerte, aunque por dentro todo le gritara que se derrumbara. Conseguiría otro trabajo. Siempre pasaba así, ¿no? La vida seguía, tenía que seguir.
Pasando una mano por su cabello negro, sintió el roce familiar de sus dedos contra las puntas ligeramente secas. Inhaló profundamente, llenándose de ese aire nocturno que traía consigo el aroma distante de pasto húmedo y los ecos de risas apagadas desde otras casas. Soltó el aire lentamente, dejando que la tensión de sus hombros disminuyera solo un poco. Ella podía hacerlo. Podía.
Agradeciendo no haberse olvidado su bolso, lo abrió para revisar cuánto dinero tenía. Sus dedos rozaron las monedas frías y los billetes algo arrugados, y aunque no era mucho, una pequeña parte de ella se sintió aliviada. Podía hacer unas compras pequeñas, lo justo para sobrevivir un par de días. Tal vez incluso podía permitirse esos dulces favoritos de Oli. La idea le arrancó un leve suspiro, como si imaginar la sonrisa de Oli le recordara que no todo estaba perdido.
Con ese pensamiento, se enderezó. No tenía todas las respuestas en ese momento, pero eso no importaba. Por ahora, sabía lo que tenía que hacer.
📍RESEDA, CALIFORNIA.
Reseda Flats, Mini Marts. Hora: 10:05 p. m.
EL SONIDO FAMILIAR DE LA CAMPANILLA RESONÓ CUANDO CORALINE ENTRÓ EN LA PEQUEÑA TIENDA DE RESEDA. El aire estaba impregnado con un aroma a comida y un toque de suciedad, pero resultaba reconfortante, como si fuera una extensión de hogar. De fondo, sonaba una canción que no conocía, pero que se sentía agradable, como si llevara años sonando en ese lugar. Sin saludar al chico que atendía, tomó una canasta y comenzó a meter los productos que consideraba necesarios: una caja de leche, cereal, gomitas de fresa para ella, esas papitas picantes para Oliver...
Cosas simples, pero que formaban parte del día a día de los Pierce.
Cuando terminó, se acercó a la caja. Y ahí estaba, de nuevo, Johnny Lawrence. La mañana no había sido suficiente para borrar lo mal que se veía, y eso hizo que algo dentro de Coraline se removiera.
Tal vez fuera lástima, o quizás empatía. Era raro ver a alguien tan destrozado, pero a la vez, el tipo parecía estar tan mal como ella. Como si, de alguna forma, compartieran el peso de la vida que los aplastaba a ambos.
Coraline no era de esas personas que socializan con los vecinos. Si tuviera que contar los pocos con los que hablaba, usaría los dedos de una mano. Y Johnny era uno de esos pocos. Tal vez porque él había sido testigo de lo que sucedía en casa de los Pierce: había arreglado cosas dañadas, traído pequeños juguetes para Oliver, o simplemente había estado ahí, sin hacer preguntas, solo ofreciendo su ayuda.
Coraline se acercó al mostrador y, al verlo concentrado en las pizzas secas, le dedicó una sonrisa casi involuntaria. Sin embargo, no pudo evitar notar los ojos vacíos de Johnny, y algo en su interior se apretó. Él la miró de reojo.
—¿Perdiste el trabajo otra vez? —preguntó Coraline, sacando los productos de la canasta sin pensarlo mucho. Johnny resopló, se quedó mirando unos segundos y luego, con la misma frialdad de siempre, la sorprendió con una pregunta.
—¿Perdiste el trabajo igualmente? —no debería sorprenderle que Johnny lo supiera. Después de todo, lo conocía lo suficiente para saber cuándo tenía trabajo o no. A pesar de sí misma, Coraline se sintió sorprendida y sacudió la cabeza, dejando que una pequeña sonrisa se formara en sus labios.
No contestó a la pregunta de Johnny. Él tampoco insistió. En cambio, volvió a concentrarse en las pizzas. Señaló una en particular.
—Esa de ahí.
El hombre detrás del mostrador, que había permanecido en silencio durante todo el intercambio, abrió la vitrina de las pizzas y, sin pensarlo, tomó una con la mano. Coraline frunció la nariz.
—¿No se pondrá guantes? —preguntó Johnny, como si pensara lo mismo que ella. El hombre lo miró como si nada, indiferente ante su comentario.
De repente, una sombra pasó por detrás de ellos. Coraline, curiosa, miró con más atención. ¿Otra vez? Miguel Díaz, el vecino nuevo, estaba allí. No podía creer que se encontrara con los dos, en el mismo día, en el mismo lugar.
Aunque, pensándolo bien, Reseda no era tan grande.
—¿Hola? ¿Dónde está el Pepto Bismol? —preguntó en español Miguel, sin siquiera notar a Johnny ni a Coraline.
Coraline, sin saber por qué, anotó en su mente que el vecino nuevo sabe español. Tal vez Oliver pueda tener un tutor de español, pensó con diversión. Con la pizza aún en la mano, el chico del mostrador señaló hacia un pasillo al fondo.
—Allá —le respondió de la misma manera. Johnny lo miró por un momento, su mirada rozando a la incredulidad. Coraline no sabía si era porque el hombre señaló con la pizza, o si era un tipo de xenofobia interiorizada.
—¿Puede ponerla en un plato? —Coraline rió, tratando de ocultarlo con una tos. Era reconfortante saber que, incluso en lo más bajo de su vida, Johnny aún podía mantener su actitud desafiante. El hombre frente a ellos miró a Johnny con molestia. Sin embargo, buscó el dichoso plato, al mismo tiempo que, Miguel, quien había buscado el remedio, se colocaba al lado de Johnny.
Por un momento, las miradas de los dos chicos se encontraron. Coraline le sonrió, Miguel le correspondió. A la chica le resultaba agradable el vecino nuevo, tenía esa vibra dulce y calmante a su alrededor; por supuesto, era algo que tal vez Johnny no compartía, al menos, no todavía; pues mientras el intercambio de Coraline y Miguel fue agradable, el de Johnny y Miguel fue incómodo.
El hombre, que Coraline comienza a llamar Pepe en su cabeza, seguía buscando el plato, con la pizza en la mano. Tal vez por la incomodidad del momento, o porque el chico sintió la necesidad de excusarse, alzó ligeramente el remedio, diciendo: —Mi abuela no se siente bien.
Miguel sonrió torpemente, mostrando sutilmente los frenillos en sus dientes. Coraline soltó una ligera risa, sin poder resistirse. El chico era verdaderamente dulce. Antes de que Johnny hablara, la chica decidió tomar la palabra.
—Espero se mejore —le respondió amablemente. Miguel la miró con una pizca de sorpresa al inicio, que cambió rápidamente a una gran sonrisa.
Por supuesto, eso fue arruinado por Johnny.
—No pregunté —respondió acidamente en dirección al chico moreno. Coraline se dividió entre reír o rodar los ojos, prefirió hacer los dos. Johnny se hastió de la espera —. ¡Vamos! ¿Cómo se dice en español "dame mi maldita rebanada"?
Pepe paró su búsqueda, soltando un suspiro fastidiado y molesto. Coraline pudo confirmar su propia pregunta: era xenofobia interiorizada. No le sorprendió. La chica solo era una espectadora entre todo el intercambio, dividida entre la diversión y el interés, sin importar si demoraba un poco más en llegar a su casa.
Con tal, a Coraline le gustaba ver el mundo arder, pero no arder en él.
—Pinche pendejo, probablemente tiene un pene pequeño —habló Pepe en dirección a Miguel, los dos rieron, aunque el chico intentó ocultarlo. Coraline agrandó su sonrisa divertida, sin saber lo que Pepe dijo, pero teniendo un presentimiento de que no iba a hacer del agrado de Johnny.
Johnny lo miró por un momento, desconcertado.
—¿Qué dijiste? —Pepe dejó de sonreír. Ahora Johnny se dirigió a Miguel. A Coraline le pareció sumamente gracioso, buscando conocimiento del mismo chico a quien trató mal —. ¿Qué dijo?
—No quieres saberlo —le dijo torpemente Miguel a Johnny, sin saber cómo responder a su pregunta. Sin embargo, Johnny no dio su brazo a torcer.
—Sé que es algo malo, solo dímelo —Johnny miraba intensamente al hombre, como si su intención fuera que Pepe se arrepintiera de todos sus pecados y decidiera exponerlos ahora mismo. Era gracioso.
—¿De verdad quieres saber? —preguntó esta vez la chica, divertida. Incluso si no sabía que había dicho Pepe, al igual que Johnny, presentía que no era nada bueno. Eso no evitaba meter cizaña a la situación.
Johnny asintió bruscamente, y miró de Miguel a Coraline, de Coraline a Miguel.
El moreno, al parecer rendido, le respondió.
—Dijo que tiene un pequeño... —resopló un poco, incómodo. Miguel hizo un movimiento raro con la mano, mirando de reojo la parte baja de Johnny, su cuerpo tenso.
Coraline soltó una carcajada genuina, y colocando su codo en la mesa, presionó su mano con su cara, sin poder evitarlo. La incomodidad de Miguel, la defensiva de Johnny y lo dicho por Pepe le hicieron el día. Coraline no recordó cuando fue que rió tanto.
—Coraline, deja de reírte —la señaló, pero la chica estaba más concentrada en palmear levemente la mesa del mostrador por la risa. Miguel, quien la había visto con una sonrisa por su carcajada, la acompañó, sin poder evitarlo. Incluso Pepe embozó una sonrisa burlona. El mal humor de Johnny aumentó, casi haciendo sentir mal a Coraline. Casi —. ¿Dijo que tengo un pene pequeño? —preguntó, en dirección a Miguel, mirando intensamente a Coraline y a Pepe.
Coraline debería dejar de llamar Pepe al hombre, pensó mientras se limpiaba unas pequeñas lágrimas que soltó. Johnny continuó hablando.
—Dile que él lo tiene —demandó. A la chica le parecía como un niño pequeño.
—Hablo inglés, imbécil —habló el hombre. Coraline chasqueó la lengua, con una sonrisa burlona.
—Te tiene ahí, Johnny.
Johnny miró a los tres, sus ojos brillando con ironía y molestia.
—¿En serio? —exclamó, dejando caer algunos billetes sobre el mostrador, los cuales cayeron al suelo. En la distracción de Pepe, el rubio mayor aprovechó para arrebatarle la pizza de las manos, mirando con desdén al hombre una última vez antes de girarse para irse.
—¡Nos vemos después, John! —le gritó con burla la chica, recibiendo como única respuesta el portazo de la tienda—. O mañana —murmuró con una sonrisa traviesa. Miguel a su lado soltó una risa.
Cuando Pepe estaba a punto de atender a Miguel, este negó con un gesto, señalando a Coraline.
—Atiéndela a ella, llegó primero —Miguel no dijo nada, solo se encogió de hombros. Coraline se recargó en el mostrador, cruzando los brazos, mientras miraba a Miguel con una sonrisa burlona.
Era raro cómo la pesadez había desaparecido de su cuerpo tras el intercambio de antes, como si fuera un bálsamo para sus heridas recientes. Así que, era obvio que el humor de Coraline había cambiado, ahora más... relajada y abierta.
—Gracias, caballero de armadura brillante.
O tal vez "relajada y abierta" simplemente significaba "burlona".
Miguel rió, y cuando iba a responder con una broma propia, la puerta de la tienda se abrió, y voces bulliciosas se acercaron a ellos. Coraline notó que eran cuatro chicos, uno de ellos fumando, soltando el aire por toda la tienda, lo que hizo fruncir el ceño a los dos. No parecían mayores que Miguel y Coraline, de hecho, parecían de la misma edad.
Justo en ese momento, cuando Coraline le entregó el pago al hombre, quien le entregó la bolsa con las compras, la colocó en su bolso, y recibía el Pepto Bismol de Miguel, uno de los chicos se acercó, aparentemente el líder del grupo.
Miguel, al parecer, no les prestó atención.
—Hey, hermano —habló el chico del copete en dirección a Pepe, con una actitud confiada. Coraline se quedó esperando a Miguel, un mal presentimiento naciendo en su pecho. Por lo general, ella debía hacerle caso a sus instintos. Hoy, su intuición le decía que las cosas iban mal, y, oh sorpresa, terminó sin trabajo—. Dame una caja de cerveza.
Pepe lo miró de arriba a abajo, y también echó un vistazo a los otros tres chicos. Los analizó, y Coraline solo deseaba que Miguel terminara de pagar el maldito remedio.
—¿Eres universitario? —preguntó con cautela. Los chicos detrás del del copete se rieron, solo aumentando la sensación de incomodidad de Coraline.
—Sí, claro. Por supuesto —respondió el chico con confianza y relajado. Coraline podría apostar toda su casa a que era mentira. Ahora, la chica iba a conocer un lado de Miguel: no se quedaba callado. Cuando Miguel finalmente prestó atención y pagó por el Pepto, miró al grupo y dijo:
—No, espera... Te he visto antes —hubo un silencio pesado, mientras las miradas se dirigían hacia Miguel y Coraline, quien se mantenía a su lado, casi paralizada—. ¿No asistes a la preparatoria West Valley?
Y mierda, Coraline tenía tantas cosas que pensar. Primero, aunque estén en vacaciones, Miguel sabe que van a la misma preparatoria, lo cual es raro; segundo, que Coraline y Miguel estudiaran en la misma escuela; tercero, ¿Miguel no puede callarse? ¿No siente el peligro?; cuarta y última, ¿ella es la única que siente que esto va a acabar mal?
—Lo siento, amigo. No voy a venderle alcohol a menores de edad —dijo Pepe, encogiéndose de hombros, y tal vez eso debería haber sido una señal para huir. Coraline tomó la muñeca de Miguel, pero no pudieron irse muy lejos.
El chico del copete se acercó a Miguel, quien, gracias al cielo, se dio cuenta del lío en el que se había metido, si la forma en que tragó saliva era alguna pista.
—¿Qué diablos hacen?
El chico empujó a Miguel, quien, por consecuencia, empujó a Coraline, pues aún la tenía firmemente agarrada. Todos terminaron afuera del establecimiento. Coraline sintió cómo sus piernas temblaban. No estaba acostumbrada a este tipo de problemas, siempre había preferido huir.
Ahora, con el corazón palpitante, no podía huir.
El chico del copete siguió acercándose a ellos, y en un movimiento cobarde, Coraline se posicionó detrás de Miguel. Más tarde le pediría perdón por usarlo como escudo. El chico siguió hablando.
—¿Por qué lo arruinaron? —Coraline quería decir que no tenía nada que ver, pero sabiamente se quedó callada.
—Amigo, yo... —Miguel intentó arreglar la situación, pero ya era demasiado tarde. El chico que antes parecía confiado ahora se mostraba frustrado y enojado.
—Creía que estábamos en la universidad —gruñó. Miguel alzó las manos, como si intentara disculparse. Fue Coraline quien tomó la palabra.
—No sabíamos que iban a comprar alcohol —dijo, mirando por encima del hombro de Miguel.
Era una mentira evidente. Coraline sabía perfectamente que iban a comprar alcohol, por eso había estado atenta a la conversación, a diferencia del moreno. El chico del copete la miró, soltó una risa seca y un resoplido molesto, mirando a uno de sus amigos.
Saben, tal vez no lo he dicho antes, pero Coraline está acostumbrada a huir.
Y ahora, se lamentaba no haberlo hecho.
Uno del grupo la agarró por los brazos, tomándola por sorpresa. La tenía atrapada, y por más que se moviera, no podía liberarse. El chico del copete empujó a un lado a Miguel, haciéndolo tropezar y caer.
Mierda, mierda, mierda.
Esto es muy malo.
—¡Suéltame, maldito bastardo! —gritó Coraline al chico que la mantenía atrapada. Sin embargo, ellos seguían riendo y celebrando, como si estuvieran en una fiesta. Coraline podía sentir el nudo en su garganta, y su respiración se agitaba. Toques en sus brazos. Risas burlonas, asquerosas.
Se sentía pequeña, débil.
—¡Suéltala! —gritó esta vez Miguel. Todos, incluido el chico que tenía a Coraline atrapada, lo rodearon. El chico miraba a Coraline, con desesperación. Se sentía culpable, todo por su culpa. Coraline, que no había hecho más que ser amable con él, ahora estaba en esa situación por su culpa.
Nadie prestó atención a las palabras de Miguel.
Siguieron riendo, hasta que notaron la bolsa en las manos de Miguel.
—¿Qué tenemos aquí? ¿Qué es esto? —uno de los chicos le quitó la bolsa a Miguel y comenzó a abrirla. Las risas continuaron. Coraline comenzó a odiarlos.
—¿Tienes diarrea? —dijo el chico del copete. Coraline lo odió. Hablaba como si eso fuera una razón para burlarse y causar dolor en los demás.
—Deberíamos llamarlo 'Rhea —dijo uno de ellos, riendo, mientras empujaba a Miguel. El chico, Coraline notó, parecía cansado y preocupado, mirando de reojo hacia ella.
El miedo comenzó a ser reemplazado por ira, esa ira que enterraba en lo más profundo de sí misma. Se volvió a mover, esta vez furiosa. Miguel no le había hecho nada a nadie, ¿por qué tenían derecho a fastidiarlo?
—Son todos unos patéticos. ¿Quiénes se creen para burlarse, eh? —escupió. Todos la miraron, algunos con burla, otros con preocupación, otros con molestia. Tal vez no debía decirlo, Coraline no era de las que hablaba sobre el físico de los demás; pero, mierda, se sentía cegada por pura ira—. Me sorprende que no se burlen de ti —dijo mirando al chico del copete con desdén y burla—. Pregunta seria, ¿eso es un peinado o un proyecto de arquitectura?
Esta vez, las risas se dirigieron hacia el chico del copete. Incluso Miguel soltó una risa.
—¡Cállense! —les gritó, su furia ahora dirigida hacia ella. Mierda, tal vez era su turno de callarse. —. Me la pagarás, maldita perra —dijo, intentando acercarse a ella.
Sin embargo, al ver su movimiento, Miguel tomó su brazo y, rápidamente, le dio un golpe en la nariz. No logró partirle la nariz, lo cual Coraline lamentaba profundamente; pero al menos lo hizo tropezar.
Y después de eso, todo pasó tan rápido.
Dos chicos habían tomado a Miguel por los hombros, mientras el chico del copete se levantaba furioso. Tomó el Pepto Bismol y se lo echó encima a Miguel, para después darle un puñetazo en el estómago, haciéndolo caer.
—¡Eso es brutal, Kyler!
Coraline, enojada, regañándose por no haberlo pensado antes, le pisó el pie al chico que la tenía atrapada y, en un movimiento rápido, pateó al chico del copete, que ahora sabía que se llamaba Kyler, por detrás, haciéndolo caer por segunda vez.
El maldito se merecía más.
Coraline fue hacia Miguel, levantándolo. Sin embargo, en su ira, él intentó taclear a uno de ellos, fallando en el intento, pues terminó siendo empujado con facilidad, desatando las risas de nuevo. Miguel solo logró chocar contra un auto rojo desgastado muy familiar para Coraline.
—¡Oigan! —y ahí estaba, ¿Johnny no se había ido?
Pensó Coraline desconcertada. Viendo que ahora toda la atención estaba en el adulto, Coraline se acercó sutilmente a Miguel y lo levantó por segunda vez. Dios mío, este día es una pesadilla. La chica se quedó junto al moreno, apretando su suéter, sin importarle el olor del Pepto sobre su cabeza. Miguel, al notar su ansiedad, apretó su mano suavemente.
—Cuidado con el auto, amigo —por supuesto, hablaba primero del auto. ¿Por qué no le sorprendía? Coraline rodó los ojos. El grupo de matones se miró confundido entre ellos.
—¿Quién es este? —murmuraban. Sin embargo, Johnny continuó.
—Dejen a los pobres estúpidos en paz.
Mientras Miguel miraba sorprendido al rubio, seguramente por defenderlos cuando siempre había sido amargado, Coraline volvió a rodar los ojos ante la forma de Johnny de dirigirse a ellos. Idiota.
—¿Vieron a este sujeto? —se burló uno de los matones, señalando a Johnny—. Come su cena en la tienda como un vago.
Coraline podría darles la razón en parte. Johnny sí parecía un vago, pero eso no les daba derecho a burlarse de él. Decidió, en su mente, darle medio punto.
Mientras las risas continuaban (en serio, ¿por qué se reían tanto?), Miguel y Coraline caminaron lentamente, quedándose atrás de Johnny. Estaban tan concentrados en la situación que no se dieron cuenta de que sus manos seguían unidas.
—Espera, creo que lo conozco —dijo Kyler, el matón con el copete. Coraline ya empezaba a odiar su voz—. Es el imbécil que limpió mi tanque séptico.
—Por eso huele como porquería —se rieron otra vez. Coraline gruñó, dando un paso adelante, pero Miguel la detuvo con rapidez.
—Oh, wow, wow, wow. ¿Qué piensas hacer? —preguntó Miguel, preocupado.
No quería ver a Coraline otra vez en esa situación. Aunque acababan de conocerse, recordaba el miedo y las lágrimas de la chica, que contrastaban con su sarcasmo y sus carcajadas. Quería protegerla.
Coraline volvió a gruñir.
—¡No lo sé! Pero esos estúpidos no pueden burlarse de Johnny así —gritó, sintiendo un nudo en el pecho. Johnny era una de las pocas personas en las que confiaba. Sabía que no podía cambiar su situación, pero si al menos podía defenderlo de esos matones, lo haría.
No fue necesario que dijera más. Johnny, sin previo aviso, se acercó al grupo. Miguel y Coraline se miraron, preocupados.
—Confíen en mí. Se están metiendo con el tipo equivocado en el día equivocado.
—¿De verdad? —Kyler se rió con sarcasmo, una gran sonrisa en su rostro. Johnny asintió, calmado. Kyler sacudió la cabeza, y luego empujó a Johnny—. Vete de aquí, perdedor.
Eso fue lo que activó algo en Johnny. Con un movimiento rápido, le dio una patada en toda la cara a Kyler, haciéndolo caer al suelo por tercera vez. Coraline no pudo evitar reírse, celebrando.
—¡Eso, Johnny!
Sin embargo, Johnny no tuvo tiempo de voltear hacia ella, pues los otros matones se lanzaron sobre él. Coraline temió lo peor, pero Johnny, con precisión, empezó a devolverles los golpes, como si tuviera una habilidad especial para manejar la situación.
¿Es esto karate? A Coraline le estaba gustando el karate, si eso significaba ver a Kyler y su grupo caer al suelo, adoloridos y humillados.
Cuando los matones quedaron en el suelo, Johnny se giró hacia ellos, respirando con dificultad. Mientras Miguel lo observaba, asombrado y sin palabras, Coraline sonreía ampliamente, sus ojos brillando con emoción.
—Diablos, ¿cómo...? —murmuró Miguel, dirigido a Johnny. Pero el tacleo de Kyler desde atrás interrumpió su pregunta.
Coraline hizo una mueca de dolor al ver los golpes repetidos que Kyler le daba a Johnny en el abdomen. Eso dejaría marcas. Kyler obligó a Johnny a levantarse, poniéndole un brazo alrededor del cuello.
—¿Qué pasa? ¿No puedes respirar? —se burló. Pero Johnny, sin esfuerzo, volteó la situación, dejando a Kyler nuevamente en el suelo con un golpe final.
Con jadeos adoloridos y humillados, los matones ya no parecían tener fuerzas para levantarse. Fue Johnny quien, con una sonrisa burlona, lanzó la última frase.
—¿Eso es todo lo que tienen, señoritas?
Sin embargo, como si no hubiera sido suficiente humillación para ellos, los matones se levantaron una vez más. Coraline ya estaba segura de que esos idiotas no podrían con Johnny.
—Eso es caliente —dijo una voz rasposa. Coraline miró a Miguel, quien seguía observando la pelea, para luego voltear a su izquierda. Allí estaba una mujer desaliñada, una vagabunda, observando a Johnny.
Por su salud mental, Coraline decidió ignorar lo que la mujer dijo.
Justo cuando Johnny tenía a Kyler por el cuello, un auto de policía se estacionó en el lugar. Coraline sabía que la situación no se veía bien: un hombre con apariencia de vagabundo, rodeado de adolescentes adoloridos, y con Kyler aún ahorcado.
—¡Oye! —gritó el policía mientras corría hacia Johnny—. ¡Deja al muchacho!
Coraline y Miguel se acercaron lo suficiente para ver cómo el policía rociaba gas pimienta en los ojos de Johnny. Sin poder hacer nada, intentaron defenderlo.
—¡Hey, déjenlo!
—¡No es su culpa!
Pero nada parecía suficiente. Con un último golpe, Johnny fue desmayado. Coraline no se dio cuenta de cuándo, pero los matones ya se habían ido. No la sorprendía. Eran unos cobardes.
Los dos chicos, impotentes, observaron cómo la policía se llevaba a Johnny.
Coraline pasó una mano por su cabello, despeinado y sudado.
—Qué día de mierda.
Miguel no pudo sino asentir, sin palabras. Todo había sido un caos.
❛ hills's note
(o, cosas que se me olvidó decir) ❜
i. la personalidad de coraline estará algo fragmentada. es mi primer fic (al menos publicado), y aun tengo muchas ideas y dudas sobre la protagonista. no se sorprendan si hay algo de coraline que se sienta raro, o lejano.
ii. al igual que la personalidad de cora, la narración y la escritura varía. solo soy una chica que ama leer y los fics, así que soy novata y experimento con mi obra. por lo que es normal que algunas escenas sean lentas, y otras rápidas.
iii. contrario a todo, las interacciones de miguel y cora son, al menos en esta temporada, únicamente platónicas/amistosas; así mismo, será el de robby y cora. el acto uno solo sienta las bases del entorno de coraline, no el romance. miguel solo piensa que cora es una chica bomita y agradable, y cora piensa que miguel es un chico dulce.
iv. recuerdan que en las advertencias decía "situaciones incomodas"??? bueno, eso también equivale a palabras incomodas o sin sentido, como la burla de cora hacia el peinado de kyler. fue una pésima burla, o chiste, o lo que sea, así que no será la primera vez.
v. amo ver como las personas votan por mi historia, no pensé q eso m daría inspiración para actaulizar. amo todo. sin más que decir, nos leemos después, xoxo.
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