Desde que tenía memoria sabía algo muy claro: su amor por su mejor amigo era lo más grande que tenía en su interior.

Siempre vivía en su mente los recuerdos de la infancia junto a él, cuando jugaban en la casa del otro, sus salidas al cine, sus pijamadas, todo eso era de un valor gigante para él.

Ya entrando en la adolescencia quiso confesar sus sentimientos, pensando que, tal vez, algún día incluso podrían casarse. Pero aquel chico había cambiado, ya no era la misma persona que habitaba en sus memorias.

Se volvió alguien frío con todo el mundo, evitándolos de cualquier manera posible, cada pregunta sobre sus cambios era respondida de forma indiferente; todo esto lastimaba al pobre enamorado.

Intentó de muchas maneras volver a conectarse con él, ya sea enviándole mensajes o tratando de invitarlo a actividades juntos, pero todo fue en vano.

Aquella llama del amor seguía en su corazón, no parecía querer apagarse en ningún momento, pero las espinas también crecían y lo lastimaban enormemente.

En su mente se formulaba una solución a ese dolor, dejarlo ir y no volver a buscarlo, pero no era algo fácil.

Ya había comprado un ticket y no había vuelta atrás, se sentía atado a la fuerza a ese carrusel.