Destino Ilícito

Disclaimer:
Bungō Stray Dogs|文豪ストレイドッグス
y sus personajes, son propiedad intelectual de Kafka Asagiri, ilustrado por Sango Harukawa.

Géneros:
| Omegaverse | Bromance |
| Fluff | Hurt | Confort | AU |

La vida se compone de una serie de eventos inesperados, algunos lo llaman casualidad y otros lo llaman destino.

Chūya Nakahara no era precisamente creyente de las casualidades, por ello, le gustaba planear, aunque fuera pésimo en ello por una razón que se escapaba de sus propias manos. Esa razón tiene nombre y apellido, y está de pie apoyado en el marco de la puerta que conecta la cocina con su sala de estar, robándole la poca paciencia que tiene: su novio, Osamu Dazai.

Cuatro años de relación bien vividos, salen juntos desde la secundaria y a pesar de que los dos son polos opuestos, que tienen discusiones infantiles por cualquier cosa y poseen personalidades que se tildarían no del todo acordes a sus castas, están felices juntos.

Chūya es el mayor por unos meses, pues ambos tienen la misma edad. Solía ser el capitán de Judo en su escuela a pesar de ser de baja estatura, podía derribar a cualquiera de incluso el doble de su peso y presumía de un abdomen duro, plano y lleno de cuadritos; Dazai se encargaba de hacerle añicos la idea de que sería alfa.

―Voy a ser un alfa, ya lo verás. ¡Y restregaré tu estúpido rostro en los resultados de mi examen, bastardo!

― Tranquilo, enano~ cuando te conviertas en omega te prometo que yo estaré ahí para reírme. Y te haré mi novio entonces, ya lo verás.

― ¡En tus sueños, maldita caballa!

― ¿Cuándo he fallado en mis deducciones? ―preguntó con tono indignado, llevándose una mano al pecho, exagerando su reacción.

― Ésta vez lo harás, te equivocarás y yo te daré una paliza.

― ¿Eso es una apuesta? ¡La acepto! Pero cuando pierdas, serás todo mío, chaparrito~ ―concluyó en voz cantarina.

Chūya no sabía que acababa de cavar su propia tumba. Después de todo, solo tenían catorce en ese momento, así que ninguno tomó real preocupación por el asunto hasta que el año siguiente recibieron los resultados de sus exámenes a final de año. El par de quinceañeros revisaron sus sobres con prisas, propias de la ansiedad. Y Chūya se derrumbó sobre su propia miseria cuando resultó ser de ese diez por ciento cuyo resultado final marcaba con firmeza «Omega masculino». Dazai al contrario, estaba que brincaba en un pie, no por haber resultado «Alfa» sino porque había ganado la apuesta. Pese a ello, le tomó todo un año más conquistar al terco Chūya de mal genio y boca de camionero, porque de cada tres palabras que salían de sus labios, dos eran groserías... O al menos así era con Dazai.

Ahora a sus veintidós, luego de tantas convivencias, planes fallidos y otros no tanto, Chūya ha tomado una enorme decisión que podría cambiarle a ambos la vida, y como siempre, tiene todo planeado para ese momento, aunque sus planes suelen salir de cabeza.

Se acerca el cumpleaños del castaño y luego de meditarlo por varios meses, reflexionar cuidadosamente los pros y contras de esperar un poco más, romperse la cabeza buscando un buen regalo y acabar con la conclusión de que no hallará mejor regalo de cumpleaños en el mundo, decidió que esa noche le permitirá marcarlo.

Su hermana mayor lo apoya, admira que Chūya halla resistido sus impulsos por tanto tiempo y considera que al menos él, ha madurado lo suficiente para estar seguro de que desea unirse a su tonto alfa. Además, Kōyō también le sorprende que el mismo castaño no se haya dejado dominar por su instinto y que sea él, quien más a cuidado a Chūya desde que eran adolescentes. Incluso el collar que lleva el pelirrojo, fue un regalo de Dazai que aceptó a regañadientes y tras muchas burlas de que ahora sería su perro; aunque Osamu les tenía un pánico irracional a los caninos.

Pero Chūya lo ama. Ama cada idiotez que sale de su boca, ama cuando ríe como un imbécil al hacer alguna payasada, ama cuando se pone meloso con él y lo consciente cuando sabe que está sensible porque se acerca su celo y ama, adora, ¡le pone! Cuando el maldito se pone serio y sus ojos color avellana se tiñen de un tono carmín, amenazante, destilando su enojo solo con la mirada, en especial si está celoso.

Maldita sea, Chūya ama a ese bastardo cubierto de vendas.

Y sabe que es amado, que es el único que conoce casi todo de su pasado, la razón de sus vendas e incluso, sabe que Dazai lo considera como el ancla que le ata los pies a la tierra para que no naufrague en el mar de la devastación que se oculta en la sombra de su pasado.

Ahora más que nunca, sabe que desea volverse uno no solo en cuerpo, sino también en alma, con su castaño.

Los días pasan y el cumpleaños se acerca. Dazai actúa como si no lo recordara, y tal vez no lo recuerda, porque Chūya se encarga de consumir sus tiempos libres de toda la semana. Luego del trabajo se juntan en un café y de ahí parten a la casa del más alto, porque ya sea por ironía de la vida o gracias a su estúpida casta, aunque Chūya sea el mayor, Dazai es veintiún centímetros más alto; metro sesenta contra ese metro ochenta y uno.

Qué injusticia.

Una vez allí, Nakahara pone orden en el departamento, le prepara la cena y dos cajas de bento, una para cada uno, mientras a Dazai lo pone a barrer la casa, fregar los pisos y lavar el baño. Lo que sea que encuentre por limpiar con tal de que este no se acerque a la cocina, pues si en algo no tiene talento Osamu, es en cocinar.

Una vez horneó unas galletas para el pelirrojo y Chūya jura que esa masa verde oscuro que Osamu se atrevió a llamar galletas, se movió. Y él no se arriesgaría a envenenarse o que la masa deforme se volviera un zombie y se lo comiera a él. Desde entonces, le tiene prohibido pisar la cocina, y como vive solo, lo visita a diario para que la casa se mantenga como un lugar decente. Al menos Osamu es bueno haciendo los quehaceres, incluso Chūya se atreve a decir que los hace mejor que él, muy a su pesar; pero jamás lo diría en voz alta. Luego Dazai lo acompaña a su casa, donde vive con su hermana mayor, le da un dulce beso en los labios y le entrega su mochila y el bento que él mismo hizo. Se despiden y el ciclo se repite al día siguiente.

Chūya se levanta una hora antes para ir a despertar a su tonto y perezoso alfa, pues está seguro de que si no lo hace, el hombre terminará por llegar antes de mediodía y solo se echará a dormir en su cubículo. Necesita que Nakahara lo saque de un modo u otro de la cama, y siempre varía la técnica para que no tenga modo de evitar levantarse. Pero ese día es especial, aunque Osamu no lo recuerde.

Chūya se sube a gatas sobre la cama, se sienta sobre la cadera ajena a horcajadas y sonríe viendo al otro apretar los párpados y tratar de jalar más las sábanas blancas que lo cubren porque hace frío.

― Buenos días, bastardo ―pero Dazai no quiere despertar―. Es hora de despertarse, idiota, no me hagas torturarte tan temprano.

― Mmgh ―se queja este―, cinco minutos maaaás~

Y entonces el pelirrojo se mueve despacio, aprovechándose del orden natural de las cosas y la vitalidad ajena, causando que en el otro se dibuje lentamente una mueca placentera por la mera fricción. Y se detiene de golpe cuando sus manos suben a sus caderas, logrando que el otro bufe y suelte un quejido lastimero y gutural por querer continuar.

― Eso no se valeeeee, Chuuuuuuyaa~ ―protesta alargando las vocales lo más que puede mientras el otro se levanta y se va a la cocina a poner el café. Dazai tuerce el gesto y se va frustrado al baño, desde donde le sigue reclamando―: eres cruel, mira que despertarme con agua fría dolería menos.

Pero Nakahara solo ríe en voz baja y se apresura a tener el desayuno listo, así que cuando Dazai regresa ya arreglado y ve todos sus platillos favoritos en la mesa, enarca una ceja y le busca la quinta pata al gato.

― Dime que no olvidé nuestro aniversario o algo así... ¿Qué estámos celebrando, Chuy?

― La única fecha que te permito olvidar, cabeza hueca ―pero aunque parece regañarlo, Chūya se ríe de este mientras se acerca a darle un beso y sostiene sus mejillas con gracia ante la mirada desconcertada ajena―. Feliz cumpleaños, momia mal envuelta.

— Mal envuelta pero tuya, ¿no?

Y con las bromas arranca el día. Dazai trabaja ese día con una sonrisa de oreja a oreja, no por las felicitaciones que recibe en el trabajo, ni por los presentes que sus subordinados le dan, sino por el magnífico inicio del día que ha tenido. Después del trabajo Chūya le invita a una cita en un restaurante donde sirven cangrejo, y Dazai casi quiere llorar de alegría porque es su platillo favorito de todos, lo adora tanto como Chūya ama el vino o a su horripilante sombrero.

Los planes de Chūya están yendo de maravilla y eso le sorprende tanto que se siente como algo demasiado bueno para ser verdad. El desayuno le salió perfecto, ambos llegaron a tiempo al trabajo y llegaron a la hora justa para su reserva en el restorán. La comida es amena y Chūya siente mariposas en el estómago porque aún no le ha dicho a Dazai lo que sigue al terminar de cenar, él piensa que la cena es su regalo cuando solo es una fachada para el momento ideal.

Era demasiado bueno para ser verdad.

Pues luego de pagar y dirigirse a la salida, chocan sin querer con un grupo de personas que van ingresando al local, pero ese no fue el problema.

El problema es el jovencito de grisácea cabellera y ojos bicolor que ha caído al piso temblando y con las mejillas totalmente rosadas luego de ver a su alfa.

El problema es el instinto de su alfa despertando con violencia por el dulce aroma del joven omega que ha entrado en celo tan pronto tenerlo frente.

El problema es que su alfa, acaba de encontrarse con su destinado...

Si, los planes de Chūya suelen salir de cabeza.

•••

Chūya lleva tres días sin salir de su habitación. Su hermana ha tenido que reportarlo enfermo en el trabajo, ha intentado que coma sus tres comidas al día, pero con suerte logra que coma al menos una. Está deprimido, angustiado y Kōyō jura que va a castrar al castaño si vuelve a poner un pie en su casa, porque aunque desconoce los detalles de lo sucedido, lo hará pagar por cada lágrima que derrama el omega en voz baja sobre su almohada.

El celular tiene cientos de llamadas perdidas, un montón de mensajes de texto y sabrá Dios cuántos mensajes de voz en el buzón. Todos de Osamu Dazai.

Y Chūya no lo odia, no está enojado con él por reaccionar así ante su destinado, no. Tiene miedo; miedo de que Dazai le diga que lo mejor es dejarlo, que se quedé con ese lindo omega que se encontraron durante su celebración de cumpleaños. Miedo de no ser suficiente, porque el chico es su destinado y contra el destino, no hay modo de luchar... Por eso escapó aquel día cuando lograron calmar a ambos, tanto el repentino celo del omega como el impulso del alfa por marcarlo. Tan pronto parecía haberse calmado la situación, Chūya huyó despavorido, temeroso y frágil como nunca se sintió ser; fuera de sí.

Nakahara nunca fue el típico omega. Él era dominante, fuerte, un grosero cuando se enojaba y un amor con los niños, los ancianitos y los felinos porque le dan ternura. Él no era un llorón, pero ahora lloraba mares. Él no era un pesimista, pero ahora temía enfrentarse a la realidad. Él no era un cobarde dependiente, pero ahora temía perder a su novio y joder que sí, lo necesitaba.

Estaba hecho una bola de nervios, mocos y llanto entre sus mantas más suaves, un esponjoso peluche de carnero que Osamu le había ganado en una feria en el tiro al blanco y una gabardina que le puso sobre los hombros una noche fría, y como estaba impregnada de su aroma, Chūya no se atrevió a lavarla para devolvérsela, en su lugar la tenía bien guardaba en una caja de regalos, doblada, para que no se llenara de polvo y conservara el olor que tanto le gustaba.

Abrazaba esas pertenencias con ahínco, como si fueran su mayor tesoro y lo único que le restaba en la vida. Estaba tan inmerso en ello, que no escuchó como forzaban el cerrojo de su ventana para entrar a la fuerza en su habitación. Fue tarde cuando ya sintió la presencia ajena taladrándole encima desde el marco de la pobre ventana.

― Chūya.

― ¿Q-qué haces aquí? ―y mentalmente se maldijo, porque incluso tartamudeó por la impresión y el temor.

― Vine a verte, por supuesto. No respondes mis llamadas, no lees mis mensajes y creo que tu buzón de voz ya está lleno porque ya no acepta más mensajes. ¿Esa es mi gabardina?

― ¿Cómo entraste aquí?

― Creo que es obvio que por la ventana —indica señalando el violentado cerrojo, víctima de un pasador de cabello.

― Pudiste caer...

― Dolería menos que intentar por la puerta. Tu hermana me tiene vetada la entrada.

― ¡Son dos malditos pisos, Dazai!

― ¡Shh, no grites que te va a oír! No quiero morir sin mis castañas.

Los susurros cesaron. Dazai intentó acercarse pero el pelirrojo solo se apegó más al respaldo de su cama, huyendo de su tacto, sus ojos azules llenándose de más lágrimas. El temor presente en su mirada.

― Si viniste a hablarme de tu destinado, prefiero que te vayas de una vez... Yo... Entiendo que esto termine así, solo vete.

― Se llama Atsushi Nakajima, solo tiene dieciocho años.

― Cállate, por favor.

― Es un chico lindo ―continúa él, con una curva leve en sus labios, observando la reacción ajena―. Es tímido, se sonroja por todo, es muy dócil y obediente. Bastante educado, más alto que tú, por cierto.

― Basta, Dazai...

― Es totalmente mi tipo.

― ¡Ya no más, no me tortures más, imbécil! ―vociferó llevándose las manos a los oídos, queriendo así evitar que las palabras ajenas le llegaran a los mismos.

― Pero es una lástima, ¿sabes? Porque ya tengo novio. Así que nos volvimos amigos ya que él también tiene a alguien que le gusta.

― ¿Qué?

A Chūya se le detuvo el mundo. Lentamente dirigió sus azulinos a los avellanas del contrario, encontrándose con una enorme sonrisa de felicidad genuina en el alfa, como si con ella pudiera eliminar todos sus miedos de la faz de la tierra, en parte así era, pues la calidez regresó a su cuerpo y se permitió romperse una vez más para arrojarse a los brazos de su alfa, porque era suyo, de nadie más. Porque aún tenía la oportunidad de ser su todo y ahora tenía la seguridad de que sus temores no tenían base, se había equivocado, se había dejado llevar por su instinto de omega herido en lugar de confiar en el otro, pero aún lo tenía allí, secando sus lágrimas, burlándose de sus mocos y rogándole a todos los santos existentes que su cuñada no lo castrara por el malentendido, o por malograr la ventana.

Esa misma noche, mientras comenzaba a caer una lluvia de las últimas del verano que ya había iniciado, Chūya le pidió a Osamu que lo marcara.

― Donde cojan en mi casa, los castro a ambos.

― ¡Jesucristo! / ¡Ane-san! ―gritaron Dazai y Chūya respectivamente, desde la cama. Dazai alejando sus manos de la cintura del omega como acto reflejo, como si la mujer hubiese aparecido a su lado y no estuviera tras la puerta, con la bandeja de la cena en manos.

― Ya que se arreglaron, bajen a comer. Vestidos ―advirtió.

Tendrían que dejar el momento para otra ocasión, pero al menos el omega sabía, que pase lo que pase esta vez confiará en su alfa y en la casualidad, porque el destino no siempre es lícito.

Fin.

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