Chuuyaciento
Hincado en el suelo, Chuuya fregaba el piso entre tarareos bajos, los cuales eventualmente se convertirían en una hermosa canción. Desde las escaleras, el gato de su madrastra lo observaba, moviendo su esponjosa cola negra de lado a lado, con una mirada altiva y maliciosa. Tan pronto Chuuya se descuidó, el gato se metió a un macetero y empezó a dar brincos por el húmedo suelo.
- ¡Rashomon, no! Ah, estúpido gato maldito -refunfuñó entre dientes, enjuagando el trapo para volver a fregar el piso.
- ¿Chuuyaciento? ¡Chuuyaciento! -se oyó desde el segundo piso de la mansión.
Chuuya limpió veloz las manchas de tierra y recogió la cubeta para subir las escaleras. Desde que muriera su padre, quedó a cargo de su madrastra y sus dos hijas. A partir de entonces quedó convertido en la sirvienta de la mansión, porque literalmente le daban vestidos viejos y rotos para vestir cuando su ropa dejó de quedarle, además de que constantemente estaba cubierto de cenizas y polvo mientras aprendía cómo limpiar. Sus hermanastras comenzaron a llamarle Chuuyaciento y el tonto apodo se quedó.
Tocó la puerta antes de ingresar a la habitación de su madrastra. La bella mujer, siempre de mirada altiva, lo observó apenas por el rabillo del ojo antes de empezar a hablar.
- Tardaste demasiado. Hoy deberás despolvar los tapetes, cambiar las cortinas, lavar mi ropa y la de las niñas -Kouyou finalmente se giró para encararlo. A su lado, el pequeño Rashomon parecía burlarse de sus desgracias y movía su cola feliz-. Oh, sí. Y dale un baño a Rashomon.
El gato hizo mala cara, Chuuya quería reírse pero se contuvo lo mejor posible. Así iba su día a día, recibiendo una lista de tareas para mantener la mansión limpia. Mientras cumplía sus tareas, un grupo de ratas siempre le hacía compañia. No eran los seres más agradables del mundo, pero las 3 ratas siempre estaban con él y parecían comprenderle. Estas tres ratas, aunque Chuuya no lo sabía, tenían nombres; Fyodor, la rata negra. Nikolai, la rata marrón y Shibusawa, la rata blanca.
Mientras Chuuya limpiaba, las ratas lo observaban, molestaban a Rashomon y lo hacían perseguirlas por el jardín para evitar que importunase al pelirrojo. Ese día, llegó una carta de palacio. Chuuya dejó lo que hacia y emocionado, subió a entregar la carta a su madrastra. Sus hermanastras brincaban eufóricas por saber lo que diría la carta.
- ¿Qué dice la carta, mamá? ¿Qué dice, qué dice?
- Calmenseniñas; compostura, compostura.
La carta invitaba a toda la familia para presentar a sus jóvenes casaderas ante el príncipe heredero. A Chuuya le brillaron los ojitos de pensar que tendría la oportunidad de ir a una fiesta, sin saber que tan pronto expresara su alegría, Kouyou la pisotearía con una sonrisa.
- Podrás ir -dijo sonriente-. Siempre y cuando termines tus tareas y tengas algo decente que ponerte.
- ¡Si! Gracias, muchas gracias.
- Pero mamá -reclamó Lucy-, ¿de verdad lo vas a dejar ir?
- ¿No oíste lo que dije? -Kouyou miró a su otra hija, Louisa se acomodó los anteojos con timidez-, dije "si termina y tiene algo decente que ponerse".
Lucy sonrió igual de malévola que el gato y Louisa intentó hacerlo de igual forma. Entre ambas comenzaron a sacar trapos viejos que ya no usaban para darle trabajo que hacer a Chuuya. Un cinturón gastado, un collar de cuentas y telas atrajeron la atención del pelirrojo, las separó del resto de las cosas y se dispuso a terminar todas sus tareas veloz, dejando aquellas cosas en su habitación en el ático.
Las tres ratas se pusieron a trabajar, con ayuda de otras ratas pudieron terminar de armar un traje para Chuuya. Lograron hacerle un pantalón de vestir, una camisa rosa y pulieron unos zapatos que sacaron a saber de dónde. Chuuya miró anonadado la sorpresa que le dejaron las ratas. Emocionado se vistió de rosado, bajó las escaleras llamando a su madrastra y hermanastras, que ya iban saliendo apresuradas.
- Esperen, ya estoy listo, ¡voy con ustedes!
Las tres voltearon a ver como el pelirrojo con el cabello atado en un moño bajo, se les unía con un lindo traje rosa. Kouyou sonrió perspicaz antes de acercarse a él y observarlo de pies a cabeza.
- Supongo que haz terminado todas tus tareas.
- Lo he hecho.
- Y haz conseguido algo decente que ponerte, te queda bien ese cinturón, ¿no lo crees, Lucy?
- A mi no me lo parece-... Oye, ¡ese cinturón es mío! -y la pelirroja sin dudar le fue a arrancar el mismo a Chuuya.
- ¡No, espera!
- Y esa camisa, el color de esta tela combina tan bien con tu tono de piel, ¿no te parece, Louisa?
- ¡Esa tela es mía! -y así está desgarró la camisa para terminar lanzando los harapos al suelo.
Poco a poco, cada una de las hermanastras fueron destrozando el traje que con tanto esfuerzo las ratas habían elaborado para él. Chuuya se vió en harapos mientras las tres mujeres se marchaban al carruaje y corrió enojado al jardín para largar a llorar sobre una banca. Las ratas se quedaron a mirar la desdicha del muchacho, cuando un montón de destellos comenzaron a aparecer hasta reunirse en el banco, donde apareció un hombre de largo cabello negro usando orejeras para invierno, consolando suavemente al muchacho.
Chuuya se exaltó al notar al extraño, que temblaba con ropas abrigadas y le sonreía con calma.
- ¿Quién es usted?
- Soy tu hado madrino... No, no, espera, creo que lo dije mal -Chuuya arqueó una de sus finas cejas, el hombre lo ignoró y continuó-. Bueno, el punto es que vine a ayudarte para que vayas al baile.
Pronto el hombre comenzó a danzar, sosteniendo entre sus guantes una varita mágica, cantaba y hacía a los objetos moverse, convirtió una calabaza en carroza, a las tres ratas en caballos, al caballo en conductor y trató de convertir al gato también en caballo pero este escapó, así que tomó al viejo perro que nunca se levantaba de su alfombra y también lo usó. El transporte estaba listo, apresuró a Chuuya para abordar, más este se rehusó, pues no vestía para la ocasión.
- Oh no, que tonto soy, no puedes ir en esos trapos, ¿verdad que no? -Chuuya naturalmente negó.
Un movimiento aquí y otro por allá, y pronto Chuuya vestía con un elegante...
- ¿Vestido celeste? ¿Y zapatillas de cristal?
- Es para que te dejen entrar, como no llevas invitación, debes ser una "señorita en edad casadera" Para poder pasar. Ahora ve, disfruta de la fiesta y no lo olvides, antes de la última campanada de la media noche, todo el encanto se romperá.
Con esa advertencia en mente, Chuuya partió al gran baile. Al llegar todo era lujo, la gente reía y bebía, Chuuya evitó encontrarse a su madrastra y sus hermanastras, mientras la fiesta se desarrollaba. Pronto el príncipe hizo su aparición, y Chuuya, escéptico lo observó.
Era castaño, guapo y alto, vestía acorde al rango. Pero lo que tenía su vista prendada en su dirección era el sombrero de cabeza de caballa que ostentaba. ¿Por qué lo usaba? Literalmente parecía que el pez boquiabierto le miraba. El peso de su mirada hizo al príncipe acercarse a pedirle un baile; todo mundo en silencio espectante. Chuuya aceptó el extraño gesto del raro príncipe Dazai, bailó toda la noche hasta la primera campanada de las doce.
- Oh, debo irme -dijo angustiado. Por raro que fuera todo, lo había disfrutado.
- ¿Ir a dónde? Al menos dime tu nombre.
- No puedo, es tarde -y se separó del príncipe caballa. Dazai le vio escapar y le siguió por la escalinata.
En su huir dejó atrás una zapatilla de cristal, misma que más tarde el príncipe usaría para ir en su encuentro. Chuuya volvió a su casa en trapos harapientos, con una sonrisa en su rostro y una zapatilla de cristal en la mano. No tenía quejas, había bailado toda la noche con un ¿príncipe pescado? Había conocido a su ¿hado madrino? Y había tenido a sus amigos las ratas como caballos. No necesitaba nada más, o quizás le había faltado darle un beso en la boca al pescado.
No, no. No al pescado, al príncipe.
Chuuya despertó de un brinco, sudando. Cerró el libro de cuentos que había estado leyendo antes de quedarse dormido y apartó la copa medio vacía de vino. El plato donde había servido su cena seguía intacto, con la caballa asada mirando en su dirección -sin ver realmente-, con la boca abierta. Desde entonces, Chuuya tomó nota mental de que leer y beber era una mala combinación, tan mala como agregar a Dazai en cualquier ecuación.
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Solo puedo decir que no, no consumo ningún tipo de psicotrópico ni nada 😂 este es un especial que hice el año pasado y les comparto en honor al cumpleaños del pixel más sensual y bonito que adoramos. ¡Feliz cumpleaños, Chuuya Nakahara!
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