𝖷𝖵𝖨𝖨. 𝖡𝖺𝖼𝗄 𝗍𝗈 𝖫𝗈𝗇𝖽𝗈𝗇, 𝖢𝗁𝖺𝗋𝗅𝗂𝖾
Charlotte POV'S.
Las enormes ruedas del tren de aterrizaje del avión procedente de Paris golpearon con fuerza el suelo sacudiendo todo el aparato. Antes de que las azafatas se levantaran de sus lugares y las lucecillas del techo dieran permiso a los pasajeros para desabrocharse los cinturones, ya se habían escuchado más de un centenar de chasquidos metálicos. Todos tenían prisa por desembarcar y seguir con sus ajetreadas vidas.
Pero la más rápida fue Charlotte, cuyos tacones enseguida pisaron la moqueta del pasillo avanzando velozmente, pero con estilo, hacia la salida en el morro del avión. Después de un rápido aviso a Pierre de qué se hiciera cargo de la Multinacional, Charlotte volaba a Londres, para descansar o trabajar, depende de que surgiera primero. Aunque no lo pareciera.
Con una habilidad ganada gracias a años y años yendo de rebajas, pudo esquivar a las dos primeras azafatas que intentaron parar sus elegantemente ataviados pies, antes de que la tercera le bloqueara el paso en la puerta de salida.
—Por favor, regrese a su asiento hasta que la maniobra de aterrizaje se haya completado —le pidió amablemente, aunque ya tenía las piernas firmemente apuntaladas en el suelo y las manos se agarraban con fuerza al marco de la puerta.
—¿Perdona? —exclamó Charlotte ladeando la cabeza y poniendo cara de asco—. Le pido que se siente, señorita —insistió la azafata.
—¿Y eso por qué? —preguntó la rubia de pelo a los hombros sin borrar aquella expresión de asco de su cara.
—Para poder mantener la seguridad dentro de la cabina durante la maniobra de aterrizaje.
—No me vengas con tecnicismos de manual, sé de sobra que podríamos viajar de pie sin ningún problema. Así que déjame pasar.
La azafata empezaba a cansarse de aquella sabelotodo que se creía la reina del mundo por llevar ropa que valía mucho más dinero que todo lo que ella pudiera tener en su armario. La miró inquisitivamente mientras empezaba a andar con la esperanza de que la otra cediera.
—Si sigue comportándose inadecuadamente, me veré obligada a llamar a seguridad en cuanto lleguemos al aeropuerto y...
Pero antes de que pudiera completar la frase, Charlotte, que no se había movido ni un centímetro, la interrumpió.
—¡¿Tú y cuántos más?!
Aquello hizo rebosar la paciencia de la azafata, que no dudó en llamar a seguridad en cuanto la puerta del avión se abrió. Al cabo de pocos segundos llegaron dos hombres de casi dos metros de alto y de ancho, con cara de malas pulgas y vestidos de un horrible color marrón, y se llevaron detenida a Charlotte mientras algún atrevido pasajero los abucheaba.
Caminó por unos cuantos pasillos llenos de gente, que Charlotte creía que eran plenamente conscientes del numerito que había montado en el avión y por fin pudo respirar el aire libre de la calle. Inspiró y espiró profundamente, como si aquellas horas de avión hubieran sido dos largos años.
—Señorita O'Marks—anunció hinchando el pecho.
—¡Ay, Dios mío! —exclamó ella—. Jacob, ¡qué bueno que recibiste mi mensaje!
—Discúlpeme la tardanza. La autopista está repleta —dijo mostrando aquella sonrisa tan entrenada—. Permítame ayudarle —dijo Jacob sosteniendo su maleta mientras iban hacia el aparcamiento.
Cuando llegaron, sacó el mando a distancia del coche, apretó un botón y las luces de un Audi azul marino parpadearon. Jacob se adelantó y abrió la puerta del acompañante con su amplia sonrisa.
—Vamos dónde siempre. Colville Terrace entre Portobello Road y Ledbury Road —le dijo mostrándole una mueca.
Eduardo comprendió que Charlotte no estaba para hablar así que el viaje hasta la ciudad fue extremadamente silencioso, sobre todo cuando él quiso encender la radio y ella le lanzó una mirada completamente indescriptible de odio e ira.
—Ya estamos —anunció felizmente, esperando por las gracias de la rubia pero está solo bajó del coche cerrado la puerta del acompañante sin tan siquiera mirar a su chófer. Lo único que pudo ver Jacob fueron sus piernas subiendo los peldaños de acceso al edificio en el que vivía.
—¡Gracias, Jacob! Te veré luego.
Completamente agotada por la experiencia vivida en el aeropuerto y horriblemente asqueada por la simple presencia de Jacob, Charlotte se encaminó a la entrada y, por primera vez en todo el día, notó una sensación de alivio al sentirse en Londres y del merecido descanso. Subió los seis escalones que había justo después de la puerta de acceso al apartamento, cruzó el camino de baldosas de mármol bordeado por césped recién cortado y giró la llave, encontrándose con su lindo apartamento londinense.
Aunque no era nuevo, hacía poco que lo habían remodelado por completo y del pasado ya solo conservaba su diseño externo al más puro estilo art déco. El interior, completamente funcional, impolutamente blanco, tenía ese toque industrial que tanto gustaba últimamente. Era un edificio tan moderno que se había decidido prescindir del portero y sustituirlo por un centenar de cámaras de vigilancia, un conducto para deshacerse de la basura y un jardinero que trabajaba unas pocas horas. Todo lo más eficiente del mundo. Charlotte, llamó al ascensor y esperó arreglándose el peinado gracias al reflejo que le ofrecía la puerta metálica. Pocos segundos después se oyó el sonido de una campanilla, y su espejo improvisado se partió por la mitad dándole acceso al interior del ascensor. Entró, pulsó el botón del ático y esperó a que una voz robótica le anunciara que había llegado. Las puertas se abrieron pausadamente, salió al rellano y torció a la derecha.
Después de acomodarse en su acogedor apartamento, Charlotte se dirigió al balcón trasero para tomarse un café. Cogió una de las cápsulas de al lado de la cafetera, la introdujo en la máquina, pulsó un par de botones y, tras un sonido de agua borboteando, el café empezó a salir mientras que en Skype encontró a Tiffany, quién la miraba comprensivamente a través de la pantalla de su Mac Book Pro.
—Lottie, sinceramente, ¿qué te pasa?
—No sé —respondió furtivamente ella—. Mi madre pidiéndome que regrese a Nueva York, el trabajo, los aviones, Ryder...
—¿Ryder? —preguntó su amiga extrañada—. Pero si es muy guapo.
—Ya —respondió Charlie—, y un imbécil.
—Bueno, nadie es perfecto —bromeó Tiffany.
—El problema es que él tiene más de imbécil que de perfecto —protestó Charlotte.
—¿Le has dado una oportunidad?
Ella negó con la cabeza.
—Pues, entonces, no sabes si es el hombre de tu vida.
—Tiff, por favor —Charlotte se iba relajando a la vez que insultaba más a Ryder—. ¿Cómo va a ser ese el hombre de «mi» vida? ¡Pero si sólo piensa en él!
Tiffany no dijo nada, solo la observó.
—Soy guapa, inteligente y con un empleo envidiable, ¿y tengo que conformarme con eso? ¡Basta ya!
—Bueno, no debes sufrir por ello —intentó consolarla Tiffany—, aún somos jóvenes.
—¿Jóvenes? ¡Claro! Tenemos casi treinta años y mi único pretendiente es ese inglés con aires de grandeza cuyo único sueño es lamerle el culo a mi madre.
—Vamos, no exageres.
—Ya, pero...
Tiffany la miró detenidamente y, entonces, sonrió con malicia.
—Lo que puedes hacer es alegrarte el día, ¿no? —propuso—. No haces daño a nadie.
Charlotte la miró lentamente, sin acabar de comprender a qué se refería.
—Lottie, estás muy tensa, estás en Londres de vacaciones y estás sola. ¿Sabes quién más está en Londres, esta de vacaciones y está solo?
—No, no, no, no, no... sé a dónde van esos ojos pícaros y esa sonrisa maliciosa. ¿Te volviste loca? No necesito a Harry.
—¿De verdad? Por cómo actúas, cualquiera diría que sí necesitas a Harry.
—¿Para qué? —preguntó ella extrañada. Tiffany la miró indignada.
—¡¿Para qué?! ¡¿Para qué?!
—Sí, ¿para qué?
—Charlotte, pareces tonta. ¡Que lo que necesitas es un polvo!
Ella se sobresaltó y sus mejillas enrojecieron.
—¿En serio me estás diciendo que me aproveche de él? Tiffany, son las 4 de la mañana exactamente aquí, ¿te crees que estará despierto?
—¿Por qué no? En el peor de los casos puedes quejarte a tu madre de que te ha roto el corazón de nuevo y seguro que no lo verás en una buena temporada.
Ahí estaba, otro excelente consejo de Tiffany.
Podía pasarlo bien y a la vez matar dos pájaros de un tiro, pero Charlotte no podía dejar de pensar en que Harry seria hombre casado en un par de meses y eso era algo que le carcomía la existencia.
—Bueno. No lo sé, podrías dejarle un mensaje de voz o simplemente llamarle. Nadie ignora un mensaje o una llamada durante la madrugada. Debo irme, Blair está esperándome para una noche de películas de Meryl Streep. ¡Te echamos de menos! Ven pronto, por favor.
Sin poder contestar nuevamente, Tiffany se desconectó y allí estaba ella nuevamente: sola y dudando si llamarle a Harry para pasar la noche acompañada y no tener que dormir sola con el temporal de lluvias veraniegas de Londres.
Tal como entró en el apartamento, se duchó, y se echó en su enorme cama. Quería dormirse, pero con los nervios que tenía de querer ver a Harry, no lo conseguía y se quedó pensando en la última noche que pasaron juntos.
Cómo él la había amado, y sobre todo lo radical y sincero que había sido. Ella también, la verdad. No estaban para relaciones en aquél tiempo.
Pero la vida no era justa.
Harry entraba y salía en su vida en forma de huracán, porque Harry era un huracán.
Y eso lo cambió todo. Todo pasó a un segundo plano en cuanto él apareció por la rendija de su vida de nuevo. Y no podía pensar en otra cosa y ni en otro hombre, ni siquiera en Ryder. ¿Dejaría que la sedujera de nuevo?
Sintió por él un abrumador y tórrido deseo y necesitó que le trajera un beso intenso, como cuando lo conoció.
Algo tenía ese hombre que cuando sus labios mordían el espacio de sus labios, desplegaban alas las emociones hacía un camino sin nombre.
Pero sólo por parte de ella, que era una romántica, porque él seguía igual que siempre. Y eso la situaba en inferioridad de condiciones. No podía dejar que siguiera siendo el que llevara las riendas de sus emociones y sentimientos.
Y ahora... ¿qué iba a hacer? ¿Abrirle de nuevo su corazón? O vivir de nuevo un sublime instante como antaño, esperando a que se case con su media hermana. Eso estaba descartado.
Ya no estaba para instantes en la noche por muy sublimes que fueran ni que sus cuerpos se expresaran libres de ataduras.
Quería algún tipo de compromiso. Si Ryder quería algo con ella, sería algo más que un sueño flotando en el aire, quería algún tipo de compromiso que la hiciera sentir segura. Tampoco un anillo en el dedo, pero sí una historia más duradera con fidelidad por ambas partes.
Debía estar preparada. Sabía que uno de estos días, si Harry se enterase que estaba en Londres, la llamaría y querría volver a repetir lo que pasó aquella noche y ella debía estar preparada para poner ahora sus normas.
Pero esta vez, ella había cambiado. No se conformaría con una noche y si te vi no me acuerdo.
Pero Charlotte, ya no era la misma Charlotte de antaño, ni deseaba lo mismo. Ya había dejado de ser virgen. Él se había ocupado de ello, años atrás y ahora si volvía, las cosas serían diferentes o no serían nada.
Ella no era como él, pasarlo bien un rato y dentro de otro mes otro ratito. No era de esas mujeres.
Ahora tenía otras prioridades. Era una mujer siempre con prioridades y objetivos y si le hablaban de relaciones, si acaso las tenía, habría compromiso y sobre todo fidelidad. Aún era joven, pero si Harry, seguía siendo una vida loca, ella no le daría entrada en su vida.
Si en dos años no lo había olvidado, podría hacerla sufrir y eso, no se lo iba a permitir a nadie. Para eso estaba Sophia... que pensaba como él.
Pensando en sus besos, esos del pasado, se quedó dormida hasta casi las tres de la tarde.
Soñó con Harry, con sus rizos castaño y sus ojos esmeraldas, su perfume, el que olía muy bien y en dos cuerpos desnudos dormitando bajo el sol en Nueva York.
Perdón por desaparecer tanto tiempo, prometo actualizar más seguido. Espero que les haya gustado el capítulo. Tal vez se reencuentren nuestros amados... sólo tal vez 🤣❤️ ¡Lxs amo!
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