𝖷𝖨𝖵. 𝖣𝗎𝖾𝗅𝗈 1/3
MARATÓN 1/3
Dos meses después...
Charlotte's POV.
Mi reflejo me mentía.
Me mostraba a una mujer feliz con brillantes labios rojos y sombra de ojos color coral. Una mujer que parecía que acababa de ganar la lotería, no una con el corazón roto que llevaba los cuatro últimos años tratando de rehacer su vida.
En dos semanas cumpliría veinticuatro años, y estaba empezando a mostrar todos los síntomas de una crisis de mediana edad.
Comenzaba a cuestionarme todo lo que había hecho en mi existencia, comparándome con mis amigas, mientras me preguntaba si volvería a encontrar más satisfacciones a lo largo del camino. Incluso había escrito una lista con todo lo que tenía que hacer cuando fuera mi próximo cumpleaños:
1) Esbozar un plan para dejar mi trabajo en cinco años.
2) Cancelar todas las tarjetas de crédito y ponerme a pagar unas cuotas más altas de la hipoteca.
3) No ver tantas películas románticos...
4) Ahorrar lo suficiente para llevar a mis futuras hijas a un crucero de una semana en verano.
5) Vivir en Bora Bora.
—¡Lottie, espabila! ¡Vamos a llegar tarde! —me gritó Chloe desde la cocina.
—¡Ya voy! —chillé, cogiendo la chaqueta antes de bajar las escaleras.
Me eché un último vistazo en el espejo del pasillo y maldije entre dientes. No podía creerme que me hubiera dejado convencer por Chloe para asistir a otra fiesta de negocios.
—¡Estás estupenda! —me dijo Chloe mirando mi vestido blanco con escote palabra de honor—. ¿Te puedo pedir prestada tu ropa?
—Solo si yo te puedo pedir prestada tu vida...
Puso los ojos en blanco e ignoró mi pesimismo, como de costumbre.
—Esta noche es la noche, lo presiento.
«Siempre dice lo mismo...».
—Chloe, ¿de verdad es obligatorio que vayamos? Tengo que mirar algunas cosas del trabajo y...
—¿¡El día de la Nuit Blanche?! ¿Es que te has vuelto loca? ¡Vamos a salir!
—¿Por qué? Hemos asistido a un montón de fiestas así y siempre es lo mismo... ¿No podemos quedarnos en casa, beber un poco de vino y charlar?
—Lott... —la miré mientras se dirigía a la puerta—. Vamos a salir —repitió, abriéndola—. Ahora. No tienes trabajo que hacer, y lo sabes. Y te toca conducir a ti, así que vamos.
El salón era inmenso, aunque no suponía una sorpresa, este tipo de eventos siempre eran impresionantes.
Estaba tan hecha a ellos que me había convertido en una buena lectora de actitudes: el tipo que había junto a la ventana tenía por lo menos sesenta años, aunque el tinte que debía de llevar echándose más de veinte años comenzaba a pasarle factura; era evidente que la mujer que bailaba al lado de los altavoces acababa de divorciarse, pues todavía usaba la alianza y se tomaba un trago cada vez que el dj gritaba: «¡Un brindis por todas las solteras!».
Había estado en su lugar, de hecho.
Los asientos que había delante de las ventanas de la pared del fondo estaban ocupados por tímidas mujeres que no hacían más que atusarse la ropa y el pelo como si fueran nerviosas alumnas de secundaria. La mayoría se obligaba a estar allí, y seguramente no habían disfrutado de una relación plena y funcional en su vida.
Mientras Chloe y Pierre conversaban con las demás corporaciones, tomé dos cervezas que había en el extremo de la mesa y ocupé un sofá vacío, desde donde contemplé cómo un hombre intentaba invitar, con poca fortuna, a una de aquellas mujeres.
—¿Está ocupado este asiento? —me olvidé de la pareja para estudiar al magnífico ejemplar masculino de ojos grises que me sonreía amablemente.
—No. No lo está.
—¡Genial! —Se sentó y puso su cerveza sobre la mesa—. Me llamo Landon. ¿Cómo te llamas tú?
—Charlotte. Charlotte O'Marks.
—Bonito nombre. ¿Cómo te ganas la vida, Charlotte?
—Soy directora de una corporación de arquitectura. ¿Y tú?
Pasó el dedo por la etiqueta de la botella.
—Poseo una compañía de cerveza, Leyland Beers. Está en Nevada, Estados Unidos.
—Impresionante... —comenté—. ¿Y qué haces exactamente para...?
—Si no te importa que te lo pregunte —me interrumpió—, ¿cuál es tu edad?
—Veintitrés años, ¿y la tuya?
—Guau... —me miró de arriba abajo—. La mía, treinta y dos. Realmente eres bella, ¿Podría tener tu número? ¿Puedo llamarte alguna vez?
¿En serio? ¿Así funciona todo hoy en día? ¿Edad? ¿Número de teléfono? ¿Es que el arte de conversar ha muerto?
—¿Sabes qué? —me levanté—. Necesito ir al cuarto de baño. Vuelvo enseguida.
Pasé entre la multitud para ir a la terraza exterior, donde muchos de los asistentes disfrutaban viendo la ciudad iluminada. Paris era hermoso por la noche.
Respiré hondo para inhalar el aire.
Cuando miré por encima del hombro, vi que Chloe estaba hablando con un tipo al que le tocaba el hombro burlonamente mientras se mordía el labio. Me pilló observándola y me hizo señas para que me acercara. Me pareció leerle en los labios «¡Tiene un amigo!».
Volví la cabeza al tiempo que ponía los ojos en blanco.
—No me parece que te lo estés pasando muy bien —dijo una voz ronca a mi lado que me recordó tanto a Harry. Ni siquiera me molesté en mirarlo. No quería entablar más conversaciones inútiles ni sufrir presentaciones estúpidas. Solo quería irme a casa.
Suspiré.
Tomé otro sorbo de cerveza antes de negar con la cabeza.
Mi vida era perfecta hacía solo unos años; estaba con un hombre que yo pensaba que me amaba, un precioso hogar en Manhattan con mis padres, una carrera meteórica... Y todo terminó de golpe y porrazo. Se había roto del todo. No había posibilidad de arreglo.
Se había destrozado, se había acabado para siempre, y yo era la que había salido más arruinada...
Le envié a Chloe un mensaje de texto mientras iba hacia el aparcamiento, al tiempo que rechazaba numerosas ofertas para bailar.
—¡Eh, eh, eh...! —Chloe entró en el vehículo y cerró la puerta—. ¡Solo llevamos aquí veinte minutos! ¿Ni siquiera quieres quedarte hasta que sea la cuenta atrás de la Noche Blanca?
—No.
—¿Por qué? ¿Qué te pasa? He visto al tipo con el que hablabas. ¡Era muy guapo!
—Mira, Chloe, ya no tengo veinte años. No puedo seguir acudiendo a estas fiestas como si esperara conocer al amor de mi vida. Ya lo conocí, ¿recuerdas? —se me quebró la voz—. Y no funcionó...
Me apoyé en el respaldo y me obligué a tragar el nudo que notaba en la garganta.
Había pasado tiempo, pero el dolor continuaba despertándome algunas noches, se colaba en mis sueños y me golpeaba el corazón como un martillo gigante.
—Estás pensando en Harry y Sophia, ¿no? —me tendió un pañuelo de papel—. Tienes que dejar de hacerlo. No fue culpa tuya.
—¿Cómo pude estar tan ciega? —empecé a llorar.
—Lo siento mucho... De acuerdo, Lott —Chloe me hizo un gesto para que nos cambiáramos de asiento—. Vámonos a casa.
Y así fueron las últimas semanas para mi. Quería comportarme igual que la protagonista de esa película, Come, reza, ama: viajar por el mundo tratando de encontrarme a mí misma mientras probaba nuevos alimentos, absorbiendo otras culturas y follando de forma imprudente con un joven y guapísimo brasileño.
Sin embargo, sabía que era imposible. Así que opté por dar largos paseos por los campos Elíseos, caminatas en las que solía terminar acurrucada contra una roca, sollozando hasta que me dolían los costados.
Por mucho que intentara fingir que estaba bien, siempre había algo que desencadenaba un recuerdo de Harry: una pareja joven en el parque, un vendedor de flores ofreciendo rosas rojas, un grupo de universitarios con sus camisetas de la universidad de Paris...
Me puse a leer libros sobre cómo superar un ex, esperando que eso me inspirara o iluminara, pero solo me hicieron sentirme más deprimida. Empecé a salir con amigos, pensando que eso me distraería de mi agonía, pero parecían más interesados en compadecerme. Intentaba llamar a Nate, Green, Noah, Blair, Tiff, pero no había caso, les echaba de menos aún más. Después de meses llorando sin parar, decidí enfrentarme al dolor por fases.
Pasé la «fase del helado de menta y chocolate viendo al doctor Phil», en la que me sentaba a ver cómo el famoso médico despedazaba a las parejas infieles. Grabé todos los programas y me los puse una y otra vez. Incluso llegué a imitar el tono de su voz cuando decía: «¿Por qué has hecho eso?», y me recompensaba con una cucharada cuando no gritaba «¡Mentiroso!» al ver al marido culpable tratando de justificarse.
Incluso tuve una fase «Me valoro, escucha mi grito», donde tomé las siguientes decisiones drásticas:
1) Cortarme el pelo, que llevaba por la cintura, a la altura de los hombros.
2) Fumar, un hábito que me duró solo un día.
3) Hacerme un tatuaje con la fecha de mi libertad en el pie y agujeros en las orejas, a los que, ya en la tienda, acompañé con un piercing.
4) Cantar himnos feministas cada vez que me subía al coche, estaba trabajando en el despacho o limpiando mi casa. Canciones como I Knew You Were a Trouble de Taylor, a quien debería agradecerle por describir a Harry tan bien en una canción y Shout Out To My Ex, disfrutando la intensidad de la garganta de Perrie Edwards.
A pesar de que nunca me había dado por correr, empecé a levantarme temprano y me obligué a salir a hacer footing. Al principio solo hacía un kilómetro, hasta que, por fin, llegué a recorrer cinco.
Me corté el pelo todavía más, al estilo Bob. Además, reservé dos días al mes en un salón de belleza, incluso me compré ropa nueva, para sustituir mis conjuntos negros por blusas de seda, faldas tubo, vestidos y trajes de colores.
Los días pasaron y no supe más de Harry. Chloe me había recomendado bloquearle de todas mis redes, incluso de mis llamadas, para no estar pendiente de sus fotos, mensajes, noticias, y demás. Creo que esa decisión fue la que me ayudó a salir adelante y me llevó a luego de tantos meses, tener una cita.
«En este momento estoy recibiendo exactamente lo que me merezco...».
El tipo con el qué estaba era un idiota. Un grandísimo idiota.
—Mmm, ¿Scott? —me aclaré la garganta—. Acabo de recordar que tengo que levantarme temprano para ir a trabajar, así que...
—¿Puedes darme un segundo, por favor? —se burló, mirándome.
Ni siquiera sabía cómo responder a eso, y él no me dio la oportunidad. Salí de la habitación y cerré la puerta detrás de mí. Agarré el móvil de la encimera de la cocina y me metí en el baño.
Busqué en la lista de «llamadas recientes» hasta llegar al número de Pierre, y respiré hondo antes de hacer la llamada.
«Por favor, contesta, Pierre... Por favor, contesta...».
—¡Hola —me saludó el buzón de voz después de seis timbrazos—. Estás llamando a mi línea personal, pero no puedo atender el teléfono ahora mismo. Estoy trabajando o trabajando. ¡Déjame un mensaje, y haré lo posible por responderte cuando pueda!
¡Bip!
—Bueno... —suspiré—. ¿Te acuerdas de que hace años, cuando tenía vida sexual, solía calificar a las pollas en una escala del uno al cinco? ¿Y que aunque la meta era una de cinco estrellas, un tres y medio estaba genial, y me hubiera conformado? —hice una pausa—. Bueno, en este momento estaba a punto de aceptar una polla de una estrella y no puedo creerme que él lleve en mi casa tanto tiempo como para no haberme visto el c...
—¡Oh Dios mío, Charlotte! —respondió al teléfono a mitad de la frase, riéndose—. ¿En serio? Son las tres de la mañana.
—¿Estabas ignorando mi llamada a propósito?
—No. Estoy junto a Jake y tú mensaje se ha oído a través del sistema de altavoces, por cierto.
Jake es su novio.
—¿El de la polla de una estrella es el tipo del que me hablabas antes? ¿El de Tinder?
—No —me senté en el suelo—. Ese es un empresario de Nothing Hill con mucho éxito llamado Jameson Turner que me rogó que cambiáramos la cita quince minutos antes de vernos.
—Y claro, bloqueaste su número al instante, ¿verdad?
—Quise, pero... —suspiré. Era el primer tipo decente que conocía en la aplicación desde hacía tiempo, y habíamos hablado de vez en cuando durante las últimas semanas—. Me va a compensar en unos días llevándome a uno de los clubes nocturnos más exclusivos de la ciudad. El que tiene una estrella es solo un ejemplo de lo que pasa cuando estoy demasiado desesperada...
—Por favor, no me digas que lo has conocido en un bar...
—Peor... —confesé, apoyándome en el inodoro—. Lo he conocido en el Hyde Park mientras corría. Me dijo que era muy guapa, y fue todo lo que necesitó para conseguir una cita conmigo.
Su silencio me hizo saber que estaba siendo amable al no decirme lo patética que me había vuelto.
—Siento que todavía no he vuelto a ser yo misma, ¿sabes? Mierda, mi vida sigue sin ir bien por cuarto año consecutivo, y... —hice una pausa a mitad de la frase, sintiendo que las lágrimas hacían que me picaran los ojos.
—Le voy a decir a Jake que me lleve de vuelta a casa a primera hora —dijo Pierre en voz baja—. Así podremos quedarnos hasta el amanecer y beber mimosas como en los viejos tiempos. También podremos ir de compras.
—No, no, no Pierre. —arranqué un buen trozo de papel higiénico del rollo y me limpié los ojos—. No es necesario que hagas eso. Al menos este fin de semana.
—¿Por qué? Tú atravesarías el país en un abrir y cerrar de ojos si yo te necesitara.
Contuve un suspiro. Aceptar esa oferta me convertiría en la peor amiga del mundo. No debía destruir la suerte de mi amigo en poder follar por las noches.
—Estaré bien —afirmé—. Te lo prometo. Solo he tenido un momento de debilidad.
—¿Estás segura?
—Totalmente.
—Bien, bueno... —hizo una pausa de unos segundos.— ¿Has probado eHarmony? ¿OkCupid? Quizás ahora sean mejores que Tinder.
—Nunca he oído hablar bien de esas webs de citas.
—Han pasado años desde que no estás con alguien que no sea Harry Styles; quizá tengas que adaptarte a la forma en la que han cambiado las cosas. No puedes entrar en Tinder una vez y encontrar a una de cinco estrellas. Eso me decías a mí.
—Punto a tu favor. Me daré de alta en las dos esta noche.
Hubo un suave golpe de repente en la puerta.
—Te llamaré más tarde, Pierre —me despedí—. Tengo que irme —puse fin a la llamada y abrí la puerta para encontrarme cara a cara con un tal Scott desnudo.
—¿Sabes qué? Creo que me voy a ir.
—Creo que es una gran idea.
Le vi coger la chaqueta y ponerse rápidamente los pantalones, y a continuación robó de forma muy poco sutil un puñado de galletas con tropezones de chocolate de la encimera de la cocina.
Se fue de mi casa sin molestarse en despedirse.
Genial, bien por mi. Mi vida amorosa no podría ir mejor.
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