𝖷𝖨𝖨𝖨. 𝖴𝗇 𝖫𝗈𝗇𝖽𝗋𝖾𝗌 𝗂𝗇𝗏𝖾𝗋𝗇𝖺𝗅



Harry's POV.

Abro los ojos y la vista que se me presenta a través de la ventanilla del avión en el que me encuentro, me relaja bastante. Es viaje se me ha hecho eterno y no por el viaje en sí, si no por la ansiedad que llena mi pecho al saber que estoy en casa. Lo bueno de todo esto es que, al parecer, vamos a aterrizar en breve. Lo noto cuando me fijo en la azafata que está parada casi frente a mi asiento y el cartel que brilla a su espalda y pide que nos abrochemos el cinturón.

—Señoras y caballeros, informamos que vamos a aterrizar en breve y solicitamos que se pongan el cinturón... —pronuncia la voz del piloto junto a todas las indicaciones que se suelen dar en los aterrizajes, a la vez que la azafata señala cada una de las cosas que está explicando el piloto, a través del sistema de sonido del avión, con voz cansina.

El avión toca tierra y espero a que esté vacío para salir sin ninguna prisa y sin armar demasiado alboroto. Una vez fuera, el aire azota sin compasión mi rostro pero a pesar de ello, siento que me ahogo.

Camino con la firme decisión de llegar a casa, tomo el primer taxi que veo, para que me acerque hasta la zona donde vivo. Ya que aún no me han podido enviar mi coche, pero no me importa, sólo pienso en llegar a casa.

El conductor me intenta ayudar con mi maleta, mientras que le doy el dinero que marca el taxímetro además de una pequeña propina.

Mi día había sido alocado. Salí en la noche para evitar que la gente me siguiera. Dormí durante todo el día y llegué a casa en setenta y dos horas.      

Casa.      

Qué extraña palabra. Ya casi nunca estoy en casa, he vivido en un hotel. Son fáciles, tranquilos y con seguridad de primera clase. Nunca tendría que irme si no quisiera. Tengo a alguien que me compra la comida y lava la ropa. Cuando algo se rompe, hay alguien allí para arreglarlo y mis invitados son seleccionados.      

El clima en Londres durante el invierno es más frío de lo que recordaba. Espero que mi ayudante empacara mi ropa apropiada, ni siquiera he tenido tiempo de armar mi maleta yo mismo. Sophia prometió llamarme ni bien aterrizara. Ella quería venir conmigo como apoyo moral, pero me negué. No la necesito. No la quiero aquí. Solo de entrada y salida, le dije. Salvo que la dejé un par de días antes de lo previsto porque necesito tiempo para mi.

El paseo hasta las escalinatas de mi casa es minuciosamente largo, rodeado de arbustos bien podados y una bella pero pequeña fuente de agua, es la casa más modesta y a ningún paparazzi se le ocurriría buscarme aquí, y doy gracias por ello porque de verdad necesito tiempo para mi mismo.

—¡Harry! —Grace está gritándome incluso antes de que esté en la puerta. Su voz es muy aguda, me recuerda a un agudo y doloroso rechinido de uñas arañando una pizarra. Su pelo restirado con tanta fuerza que su rostro no tiene más remedio que sonreír.

Grace tiene dos años más que yo y es quién queda encargada de mi hogar y de Polly, mi perra, cuando no estoy. Una vieja amiga de la familia y también de Gemma.

—Gracie —le digo sonriendo encontrándome en su abrazo, además de limpiar de maravilla es una gran cocinera.

—¿Cómo estás? ¿Qué tal Nueva York y Bahamas? —pregunta con un brillo de esperanza en sus ojos.      

Niego con la cabeza, no necesito decirle nada, Grace lo entiende. Todo esto ha sido una locura, mi novia es la nueva media hermana de mi ex novia y mi mejor amigo y hasta podría decir que mi ex compañero de banda está saliendo con mi ex novia.

—Oh, bueno, que mal... —suspira—, bueno, Polly está durmiendo pero déjame decirte que te ha echado demasiado de menos.

—Tan sólo fueron dos semanas —le digo y ambos reímos.    

—Bueno, debo irme ahora. Te dejé la cena preparada, si hay algo que pueda hacer por ti, házmelo saber —dice de nuevo con su voz aguda.

—Gracias Grace, que tengas una linda noche —me despido de ella cerrando la puerta de mi casa.

Cuando entro, saludo a Polly y suspiro mientras saco la pasta del microondas. 

Al cabo de unos minutos, me meto en mi habitación, dejando caer mi bolso sobre la cama. Me acerco a la puerta corrediza de cristal, y abro las cortinas gruesas y oscuras mirando las luces de Londres a lo lejos.      

Deslizo el pestillo y abro la puerta, dejando entrar el aire frío. El sonido de cristales rotos me hace mirar al Big Ben, que se ve diminuto desde aquí. Añoraba estar en casa.

Nada ha cambiado.      

La casa blanca de dos pisos con la puerta roja es la misma. No hay coches en la entrada, el césped está cuidado a la perfección, la fuente que Louis amaba utilizar como piscina cuando teníamos 16 años, la Xbox de Liam reposaba aún en mi mesa ratona y las fotos de Niall con Zayn pegadas en mi refrigerador, cómo si aún estuviéramos en One Direction.

¿Las cosas habían cambiado? Dímelo a mi.

Las paredes de la habitación se están acercando, y rápido. Debería de haberme quedado en un hotel de la ciudad donde podría al menos tener una suite con espacio para moverme y sin ver viejas fotografías de mis amigos.

Necesito caminar y pensar. Pensar demasiado.

Una extrañaba necesidad de hablar con Charlotte me inunda el ser. Necesito saber que ella está bien o qué al menos lo intenta. Lo único que logro averiguar es que ha regresado a Paris, para continuar su trabajo en la compañía de su padre.

Golpeo con mis puños mi cabeza.      

—Eres tan estúpido, Harry.

A ella seguro no le importas. La dejaste y le dijiste que ibas a casarte.       

Mi estancia aquí me recuerda a ella y la noche en la que perdió su virginidad conmigo y me está volviendo loco.

Me tiro en la cama intentando cesar mis recuerdos de ella hasta quedarme completamente dormido.

— Hola —gruño en el teléfono, enojado de que alguien me esté despertando antes de que el sol haya incluso decidido levantar su cabeza fea hoy. Entrecierro los ojos mirando hacia el reloj, sus números rojos mostrándome que es poco después de las cuatro de la mañana. Se supone que estoy de vacaciones y no puedo ni siquiera dormir.      

—¿Amor? ¿Estás despierto? Pensé que esto era un viaje de entrada y salida. Según mis cálculos, saliste hace tres días. Parece que has decidido pasar algún tiempo extra allí. ¿Qué está pasando?      

—Jesucristo, Sophia son como las cuatro. ¿Qué demonios quieres?      

—Bueno —hace una pausa. Sé que ella está mirando sus uñas, probablemente pensando que necesita otro manicure o algo así. Realmente no me importa, solo quiero dormir y olvidar lo que pasó ayer—. ¿Cuándo vienes a casa?     

—Pronto.

Estoy demasiado cansado para jugar su juego. Debería haberla despedido hace mucho tiempo, pero no lo hice y ahora estoy atorado.      

—Harry —dice mi nombre en voz tan baja que sé lo que viene.

No estoy de humor para lidiar con su mierda hoy.      

—Ahora no, Sophia.      

—Te echo de menos. Ha pasado casi una semana desde que nos hemos visto. Permíteme estar allí contigo. Me necesitas.      

—No.      

Le cuelgo. No puedo tratar con ella y definitivamente no la quiero aquí. Le expliqué perfectamente que necesitaba un tiempo sólo para mi, para mi música, mi hogar, mi perra y mis guitarras. 

Salgo de la cama lentamente y me dirijo a la ducha.

Estoy bajo el agua caliente, permitiéndole caer sobre mi cabeza. Creo que he estado temiendo este día más. Cerré el agua una vez que se puso fría y no me molesté en secarme mientras caigo de nuevo en la cama. Podría estrangular a Sophia por despertarme. Sé que ella lo hace a propósito porque no quiere que me olvide que está allí... en Nueva York, posiblemente llamando a diseñadores de vestidos de novia y decoradores de interiores. A ella le encanta acompañarme a todo lugar. La idea de que la prensa sepa que me voy a casar es emocionante para ella. Sophia quiere el paquete completo, el dinero, la fama y la cara en todas las revistas y ella aún piensa que soy el boleto, sin importar que hemos estado saliendo por más de tres años.

La fría sensación que me rodea, hace que abra los ojos en busca de algo calentito en lo que refugiarme del extraño frío matutino que estaba haciendo en la ciudad. Una vez tapado hasta la cabeza, con la pequeña manta que mi madre me había tejido, trato de volver a caer dormido, pero unos suaves a la par que persistentes toques en la puerta me lo impiden. Me mantengo en mi sitio, muy quieta y sin hacer ningún ruido a ver si así la persona que se encuentre tras la puerta decide irse, pero me temo que no funciona.

Estos días fríos me recuerdan tanto a Lottie. Un escalofrío recorre mi cuerpo al completo de solo pensar en ella y me fijo en mi piel erizada mientras le maldigo en silencio por ver en lo que me ha convertido. Esta persona que solo parece querer llorar a cada momento y que ha caído en su faceta más oscura por ella.

—¡Vamos bomboncito! Hay que sacar a ese trasero tuyo de casa, me lo prometiste — insiste la voz de Louis y yo no tengo ni chispa de ganas de salir de la cama tiene razón.

Aguarden. ¿Louis?

—¿Qué haces aquí? ¿Quién te dejó entrar? ¿Qué no estabas en Doncaster? —exclamé nada mas abrió la puerta y me lo encuentré con su pelo castaño un tanto más revuelto que de costumbre.

—Demasiadas preguntas... demasiadas. Comenzaré a responder por parte — dice rascándose la nuca—. Primero, ahora estoy despertándote y sacándote de esa agonía llamada extrañar a tu rubia candente —hace una pausa para susurrar "Charlotte"—, segundo, ¿olvidas que tengo las llaves de cada una de las casas de todos mis amigos? Soy como el psicópata de la serie You... el que protagoniza a Dan Humphrey en Gossip Girl, el insignificante personaje ese, ¿lo tienes, no?

—Louis no tengo idea alguna, no se de que estás hablando, no sé quién es Dan Humphrey y mucho menos se qué es Gossip Girl. Ya vete de aquí.

—Qué amargada y aburrida debe ser tu vida sin conocer al mítico Chuck Bass —se cruza de brazos rodando sus estúpidos ojos—, bueno y por último, no, no estoy en Doncaster. Ahora mueve tu lindo trasero fuera de esa cama.

—Voy a cambiarme y nos vamos.

Esa fue mi sentencia final. No quería oír más idioteces.

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