𝖷𝖨𝖨. 𝖲𝗂𝖾𝗆𝗉𝗋𝖾 𝗍𝖾𝗇𝖽𝗋𝖾́ 𝖯𝖺𝗋𝗂𝗌



Charlotte's POV.

No tomo conciencia de dónde estoy hasta que veo la cara de mi mejor amigo al otro lado del cristal. Le envié un mensaje cuando estaba en el aeropuerto de Londres durante mi corta escala de dos horas.

Pierre esperando a que llegara el avión. Le pedí que, por favor, se acercara a recogerme al aeropuerto porque preví que no tendría ni fuerzas ni lucidez mental para llegar hasta la estación de metro y realizar el trayecto hasta casa.

Camino a duras penas, cojo mi maleta y avanzo por el lugar como una zombie. Antes de que pueda pararme a pensar en lo que estoy haciendo, me encuentro en la salida del aeropuerto, me abrazo a Pierre y rompo a llorar desconsoladamente. No puedo controlarlo. No sé cómo activar el mecanismo que cierra las compuertas de mis lacrimales y retiene la poca cantidad de líquido que debería quedarme dentro a estas alturas.

—Lottie, ¿qué te pasa? —me pregunta—. Ey, ey... ¿Qué ha ocurrido?

—Vamos —consigo decirle—. Llévame a casa, por favor.

Pierre coge mi maleta y la hace rodar mientras avanzamos juntos hacia el exterior.

Su coche está aparcado cerca de la salida, en la zona de carga y descarga con los intermitentes puestos. Su truco para poder aparcar donde le sale de las narices y que parezca que sólo va a tardar un minuto. Me subo en la parte trasera del coche y me tumbo a lo largo de los asientos. Él guarda la maleta y después sube al coche. Cuando se percata de que no estoy a su lado, mira hacia detrás y me ve tirada como una chaqueta vieja, con los ojos empapados, rojos e hinchados. Duda unos segundos, pero después arranca el motor y abandonamos el lugar.

Creo que me he dormido o he caído inconsciente, porque hemos tardado un parpadeo en llegar a mi casa. Menos mal que es de los que tienen parking propio. Cuando el motor del coche se detiene, Pierre abre la puerta trasera y se queda mirándome. Veo su cara del revés, porque sigo tumbada, y puedo leer en él que quiere y necesita hacerme mil preguntas y que yo se las responda todas, pero permanece en silencio y simplemente me sujeta una mano para ayudarme a salir después de que me he incorporado en el asiento.

—¿Qué es? ¿Sucedió algo con tu madre? —me pregunta en la escalinatas del porch, a las que he llegado apenas sin fuerzas y siento que en cualquier momento voy a caer rendida en el suelo.

Yo me limito a negar con la cabeza.

Llegamos a casa. Me quito las zapatillas y me tiro en el sofá. Vuelvo a llorar, sintiéndome tal adolescente herida por su ex.

Pierre se sienta a mi lado y puedo oler desde aquí su impotencia al no saber qué me ocurre y no quiero que siga sufriendo sin motivo. En verdad, no lo merezco. Cualquier otra persona se habría negado a arrancar el coche en la estación hasta tener toda la información necesaria, pero Pierre siempre me ha dado mi espacio y nunca me ha obligado a expresar aquello para lo que no estaba preparada o, simplemente, no me apetecía.

—Charlotte... —me susurra—. Te voy a preparar algo, ¿si?, y luego, si quieres, me cuentas qué ha pasado. O duermes un poco, lo que prefieras.

Vuelvo a asentir sin levantar la cabeza de la almohada. Cuando despierto, en la mesilla hay una taza con una infusión, supongo que una tila o algo por el estilo. La toco y está fría, por lo que debo de llevar durmiendo más de una hora. Todavía es de día, así que tal vez sea la hora de comer o, quizás, un poco más. Me levanto del sofá, voy al baño y, al salir, Pierre está en mi habitación, abriendo la cama.

—Aquí estarás más cómoda —me dice—. He deshecho tu maleta y he puesto a lavar la ropa.

Me siento en la cama y le doy un sorbo a la infusión.

—Deja eso, debe de estar ya helada.

—Da igual —susurro.

—Dame, te preparo otra. ¿O vas a seguir durmiendo?

Niego con la cabeza y me encojo de hombros. Después le tiendo la taza y me acerco hasta el escritorio. Pierre ha dejado encima de la mesa mi ordenador portátil y mi móvil, lleno de mensajes.

No me doy cuenta de lo que estoy haciendo hasta que voy por la octava foto en Instagram y la cara de Harry aparece en la pantalla, en una foto con Sophia.

Mi mejor amigo se sienta a mi lado, me pasa el dedo por la cara para secar las lágrimas pero es inútil. Entonces su mirada se desvía hacia la cámara.

—¿Qué pasó en Nueva York? ¿Qué hay de Harry... y Sophia?

Exhalo desesperadamente y la angustia que siento en el pecho se multiplica.

—Él... él... —titubeo—. Es sólo que... —sorbo por la nariz—. Él simplemente va a casarse. Yo dejé que esto sucediera. Lo he perdido todo, lo he perdido para siempre... —Pierre me abraza y caigo sobre su hombro—. No puede ser. ¿Por qué?

Él intenta consolarme, pero no dice nada. Entiendo que no debe de ser fácil encontrar qué decir, o qué no decir y qué no preguntar para no hacer más daño. Yo respiro agitadamente y de pronto siento que todo lo que he estado conteniendo a lo largo del día está siendo expulsado. Me pesa el pecho, siento una tensión enorme en la boca del estómago, como si mi barriga fuera de piedra y no cediera cuando los pulmones intentan llenarse de aire. No puedo respirar. Me ahogo. Intento inspirar, pero no tengo fuerzas para hacerlo.

—Lottie, tranquila —dice.

—No puedo tranquilizarme. ¡No puedo hacerlo! Lo siento... —digo, no se muy bien por qué—, me falta el air... No puedo.. No...Pierre, me ahogo.

¿Qué me está pasando? Por favor, ¿qué es esto? Me estoy muriendo. He estado tanto tiempo mal que se me han agotado las fuerzas y mi corazón no da más de sí. Me he sobrepasado. Mi cuerpo ha dicho basta.

No, no quiero que ocurra ahora, no así. No puedo respirar.

—Charlie, respira despacio, por favor —me dice mi amigo sujetándome las manos—. Mírame.

—No puedo —digo—. Llévame al médico o llama a alguien.

Me voy a desmayar y cada vez me falta más el aire. Hago gestos incontrolables con los brazos. Me pongo de pie pero me mareo así que vuelvo a sentarme en la cama.

—Lottie, estás respirando a todo tren. ¡Mírame y respira conmigo!

Él inspira. Yo inspiro, pero el aire apenas entra. Él espira lentamente. Intento hacer lo que me pide, pero mi cuerpo va a otro ritmo y me cuesta muchísimo forzarlo a bajar a esa velocidad, porque siento que es peor así. Hago lo posible por respirar al ritmo que me indica mi amigo y después de un par de minutos empiezo a sentirme mejor, o, más que mejor, menos mal. Sobre todo porque, entre tanta sensación confusa, he llegado a decirme a mí misma que si realmente me estuviera asfixiando ya me habría quedado sin aire hace un rato. Pierre se levanta, me deja solo y empiezo a temblar. ¿Y esto ahora qué es? Siento un hormigueo en los pies y dejo de sentirlos. Después empiezo a notar el mismo hormigueo en las manos y empiezo a ponerme nervioso otra vez.

Él no tarda en aparecer de nuevo en mi habitación.

—Tómate esto —me tiende una pastilla y un vaso de agua.

—¿Qué es lo que sientes?

—No sé... esto —desvío la mirada hacia la taza de té que tengo entre las manos.

Creo que es la primera vez en mi vida que siento algo parecido a la tristeza que me inunda ahora.

Luego de un par de lagrimas, le cuento lo ocurrido aquella última noche. La noche en Bahamas. Cada vez que recuerdo las palabras que Harry usó, la historia se vuelve más y más borrosa. Como un libro que se arruga y se desvirtúa de tanto usarlo, cuyas letras se aclaran al exponerlas a la luz del sol, mis recuerdos de aquella noche se vuelven más turbios con cada lectura que hago de ellos. Pero el dolor se mantiene intacto.

—No sé qué decirte, Charlie —me dice Pierre finalmente—. Y yo normalmente tengo respuesta para todo, pero esto... Esto es distinto, no debo explicarte ni advertirte que Harry será parte de tu familia ahora, y honestamente creo que no hay nada que puedas hacer al respecto.

—Lo sé, no te preocupes.

Pierre me abraza y hundo mi cara en su hombro. Parece que por fin he agotado mis reservas y me he secado por dentro, porque llevo todo el día sin llorar. La misma sensación aparece, el mismo agobio y la misma angustia, pero mis ojos permanecen secos. Y lo agradezco, porque así al menos puedo ir por la calle aparentando ser una persona normal, con circunstancias normales, y no una pobre desgraciada al que se le acaba de detener el mundo, que es la imagen que seguramente iba dando en el avión.

Por la noche, después de tomarme una pastilla del sueño, de las que Pierre ha comprado por la tarde, miro mi teléfono y veo la hora, antes de dormirme por completo.

Despierto empapada en sudor y con el corazón latiendo tan fuerte que siento los golpes en las costillas y oigo el sonido de cada latido en los oídos. Harry estaba junto a Sophia en una habitación llena de gente y, al cruzar el altar hasta él, me ha mirado con los ojos vacíos. Sé que la pesadilla era más larga, porque tengo esa sensación de haber vivido algo más, pero no la recuerdo. Miro mi teléfono y son las tres de la mañana. Intento respirar como Pierre me dijo ayer, pero la angustia no desaparece, el pulso no disminuye y mis pensamientos no adquieren claridad.

Me levanto de la cama y las piernas me tiemblan. Rebusco en el cajón de la mesilla de noche, abro la caja de las pastillas y me pongo una debajo la lengua. Normalmente me las trago, pero necesito que haga efecto ya.

Me siento al borde de la cama y siento que quiero romper a llorar. Me invade el miedo, mis pensamientos se nublan y mi pecho se oprime incluso más. Si sigo así, no tardaré en empezar a ahogarme.

Una de las ventajas de vivir en Paris es que no es una ciudad en la cuál puedas sentarte a llorar porque el amor de tu vida se te ha ido de las manos. De hecho, la gente que vive aquí tiende a odiar el amor no destinado a ser.

¿Cómo demonios voy a ser capaz de concentrarme en mi trabajo sin ver su cara a todas horas? ¿Con qué derecho puedo ser feliz sabiendo qué alguien me ha robado esa oportunidad? No es justo. No para mi. Sin embargo, no puedo quedarme entre las sábanas de mi cama de por vida y algo tendré que hacer con ella hasta que me toque a mí pagar el precio y reunirme con él.

Tengo que avanzar. Necesito hacerlo. No puedo quedarme quieta viendo cómo el miedo me consume y el remordimiento me desgarra las entrañas. No pierdo nada por intentarlo y ver qué ocurre. Es decir, pensar simplemente en el presente, aquí y ahora. Y el mío de momento es seguir haciendo mis cosas en la compañía. Ya tendré tiempo dentro de unos meses de preocuparme por cómo voy a afrontar ese nuevo capítulo que debería comenzar en la vida de Harry.

De nada me sirve volverme loca ahora pensando en cosas que ni siquiera sé si van a llegar. Y ahora mi destino es ese. Vivir sin motivo. Sentir sin apreciarlo. Sufrir por mis decisiones. Y añorar todo aquello que nunca más volveré a tener porque alguien ha decidido tomar todo lo que alguna vez fue mío.

Me tumbo de nuevo e intento no pensar en nada. No quiero llamar a Pierre para que venga, que por cierto está durmiendo en la habitación de al lado junto a Chloe por si algo me sucedía. Cuando la pastilla finalmente hace efecto, dejo el teléfono a un lado, y dejo que la pastilla mágica me ayude a dormir largo y tendida como si todo lo malo que sucede en el mundo hubiera desaparecido.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top