𝖵𝖨𝖨𝖨. 𝖭𝖾𝗐 𝖸𝖾𝖺𝗋'𝗌 𝖤𝗏𝖾
Diez horas para Año Nuevo.
2:35 p.m.
John. F Kennedy Airport.
New York City.
Charlotte POV'S.
Un corazón roto hace que muchas cosas cambien. Por ejemplo: no suelo ser el tipo de persona que frunce el ceño cuando una señorita sonriente me desea felices vacaciones mientras facturo el equipaje en el aeropuerto JFK. Pero, ahora mismo, no puedo evitarlo. Es casi Año Nuevo y lo único que quiero es salir de Nueva York tan rápido como me sea posible. No quiero mirar atrás, quiero olvidar que una vez estuve aquí y que Harry ya es parte de la familia, eso para empezar.
Mi estadía en Mónaco junto a Zayn había sido lo mejor de mi viaje, sin duda alguna. Habíamos ido de fiesta cada noche, nos habían fotografiado para revistas como Vanity Fair y Vogue pero sobre todo, habíamos logrado recuperar el tiempo perdido. Todos los medios habían hablado de nosotros las primeras semanas del viaje, luego, pasamos a ser dos más del montón, pero sin embargo, había disfrutado mucho pasar días a su lado, y esperaba que siguiésemos en contacto a pesar de la distancia.
Luego de tantos años, Nueva York me volvió a parecer una ciudad llena de luces, emocionante. Pero hace una semana, eso cambió. Empecé a darme cuenta de a lo que se refería Pierre, cuando se quejaba de que «otra vez en ese lugar lleno de idiotas, te traerá sufrimiento» y claro que fue así, no todo el tiempo ves a tu hermanastra salir con el rizado de tu ex. Como toda la gente desagradable —hay mucha y siempre parece interponerse en mi camino—. Las ratas. El hecho de que toda la ciudad huela a menudo como si estuviera bajo una sombrilla gigante hecha de pizza rancia.
La sonrisa de la mujer se está metamorfoseando en un ceño fruncido. Me doy cuenta de que debo de parecer un poco rara aquí de pie, con cara de enfado y mirando a la nada.
Trato de cubrirme diciendo:
—¡Oh, sí, hola! —le digo que voy a tomar el vuelo de las ocho horas que va a Paris, al Aeropuerto Internacional Charles de Gaulle. La mujer de rojo mira a la pantalla, arrugando la frente.
—Vaya, pues ha venido con casi cinco horas de antelación. Ya veo que a ustedes los parisinos les gusta ser puntuales, ¿verdad?
Lo que me gustaría decirle, si fuera socialmente aceptable y no me hiciera parecer una loca es:
«No tiene nada que ver con la puntualidad, Delancey (ese es el nombre que se lee en el letrerito que lleva prendido en el pecho). Hasta hace unos días, lo de irme a casa no me apetecía nada. Estaba pasando el mejor semestre de mi corporación. Y entonces llegué aquí y descubrí que es mucho mejor el café de Flore que Starbucks. Pero entonces... uno de vuestros chicos —Harry, no creo que lo conozcas— va y me rompe el corazón. Desde el minuto en que eso ocurrió, empecé a darme cuenta de cosas: como, por ejemplo, del frío del demonio que hace aquí en diciembre. Empecé a darme cuenta de que los vagones del metro de esta ciudad son tan cómodos para viajar como ir en un carrito de supermercado. Empecé a darme cuenta que las personas en esta ciudad dejan que sucedan cosas estúpidas de veras, ¡como que los automóviles se metan en un cruce de peatones cuando hay un montón de gente pasando! Oh, y no soy parisina. Soy newyorkina»
Pero lo que en realidad dije fue:
—Estoy deseando llegar a casa, supongo.
Que no era menos cierto. Solo una manera más directa de decir lo que quería decir. Tal vez fuese por eso por lo que las cosas no acabaron funcionando con Harry. Quizá, si se lo hubiera dicho, si le hubiera preguntado si era feliz junto a Sophia... Si hubiera sido más directa, ¿estaríamos juntos todavía?
«Vamos, Charlotte. Ser más directa no habría hecho que Harry fuera menos imbécil y se relacionará con la hija de tu padrastro»
No puedo saltarme mi propia lógica. Cuando mi bolso de mano arrolla a la estatua de la Libertad que estaba disfrazada en Times, golpea ligeramente a un taxi y lo envía a estrellarse contra el edificio del Empire State que está debajo, me doy cuenta de dos cosas: que llevo un bolso de mano demasiado grande, algo que mi madre siempre me ha dicho, y segundo, que debo de haber facturado el equipaje, comprobado mi maleta y haberme alejado del mostrador para caminar por el aeropuerto y meterme en una tienda de regalos sin haberme dado cuenta de nada.
Pues, sí, resulta que tengo la tarjeta de embarque metida en el pasaporte y estoy, por alguna razón, dentro de una tienda de regalos. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? No quiero comprar recuerdos para no olvidar mi estadía aquí. Lo que quiero es dejarlo todo atrás. Nueva York, bienvenida a todo lo que llegaste a tocar en mí, a todo lo que me encaprichaste... y a todo lo que acabaste por destrozar.
No estaba mintiendo a Delancey. Ahora mismo, lo único que quiero es irme a casa.
La picazón, fuerte, que siento tras los ojos me dice que ha llegado la hora de salir de aquí —no quiero ser la chica llorona de la tienda de regalos—, así que me abro camino entre estanterías donde se muestran estatuas suaves y rascacielos de plástico, en dirección al edificio principal del aeropuerto. Agacho la cabeza para evitar los gigantescos pósters de la skyline: hoy, ahora que estoy de mal (triste) humor, no veo las luces brillantes de la ciudad que nunca duerme. Veo edificios afilados, puntiagudos, que parecen armas apuntando al cielo. Vamos, Nueva York, ¿qué te hizo el cielo?
Por Dios, venir al aeropuerto tan pronto debe de haber sido un error, pero en realidad no quería ver como las festividades daban causa a que Harry, su novia, sus amigos, mis amigos y mi madre estén decorando juntos el Penthouse para simplemente acabar contando los segundos para la medianoche o ver como Jeremy se encarga de fotografiarnos a todos. Iban a ser cinco largas horas para sentarme por ahí y deprimirme; mirar al iPhone, entrar en Instagram cada cinco minutos, refrescar, refrescar, refrescar, hasta que ya no me quede batería, y ni siquiera puedo pasar el tiempo que me resta escuchando música. Pero tal vez eso sea bueno: no es que quede mucho que escuchar en mis listas de canciones, salvo algunas piezas deprimentes.
Lo mejor será que me distraiga, así que me meto en la librería Hudson (librería, nada de ver libros en grandes almacenes, como se hace aquí en Estados Unidos), hasta que llego a un punto en que no sé qué hacer: no sé qué estoy buscando. Resulta que la lista de los más vendidos está llena de chick-lit, algo que suele gustarme —pero que, ahora mismo, me haría vomitar—. Entonces pongo los ojos en una trilogía de misterio basura, vulgares y violentos, y ahí aparece una idea. Un libro que sea todo trama, violencia y «sin sentimientos». Eso parece ser lo que necesito precisamente ahora. Tardo unos cinco minutos en decidirme, tratando de predecir cómo será de entretenido cada libro; pero resulta difícil de adivinar ya que las cubiertas son casi idénticas: con las siluetas de hombres que posan medio caminando.
El eslogan del libro en mis manos dice, literalmente: «Ahí va DONNY...». No sé quién es Donny o POR QUÉ VIENE, pero tomo el libro y me lo llevo al mostrador, dando la vuelta y pisando de paso a una figura que está a punto de dislocarse un hombro para alcanzar un libro de tapa dura en una estantería. Uno de los mayores best sellers.
Le oigo gruñir, luego jurar en el momento en que un libro que no es el que busca cae de la estantería. Me da tiempo a darme cuenta de que se trata de un pequeño libro de bolsillo antes de que me golpee en la cabeza. De manera instintiva, levanto las manos, lo atrapo y lo sostengo.
—Oh, perdóname.
Levanto la vista y miro en los ojos marrones de un tipo alto, que supongo es un par de años mayor que yo. Lleva el pelo largo y desgreñado, como si la gorra que lo cubre se lo hubiera aplastado un poco, sé que la ha estado llevando casi todo el día. He vivido en Nueva York el tiempo suficiente para reconocer a un tipo así: se trata de un «gilipollas de Williamsburg» bueno, un insulto, está bien, acuñado por mí, y Chloe, quienes pensábamos que era la «mejor» y «más parisina» traducción de Hipster que jamás hubieran oído.
Alarga la mano que le queda libre. Con la otra sujeta el libro que sea que ha venido a comprar y una bolsa de la misma tienda de regalos de la que salí hace un rato.
—¿Quieres que vuelva a ponerlo en la estantería?
Bajo la vista y miro los dos libros que tengo en las manos. El que acabo de rescatar de una muerte muy dolorosa está cubierto de dibujos de copas de vino, instrumentos musicales y, por alguna razón, un cachorro.
—Oye —me dice—, ¿puedo pedirte tu opinión sobre algo?
—Pues claro.
Se pone todos los libros bajo un brazo, luego mete la mano en la bolsa de la tienda de regalos y saca un osito de peluche de color rosa con una camiseta negra en la que se ve lo que parece el dibujo del skyline de Nueva York hecho por un niño. En letras grandes de color rosa puede leerse: llevo nueva york en el corazón.
Pero no hay ningún dibujo de un corazón. De hecho, la palabra corazón que se lee es como si se estuviera deletreando.
—Lo he comprado para mi novia. Vuelve a casa después de pasar un semestre en California... ¿Te parece muy ñoño? A ver, en una escala del uno al diez.
—Diecisiete.
Se ríe. Demasiado. Me pregunto si esa risa sería tan fastidiosa si no hubiese estallado después de que él mencionara la palabra novia. Me pongo a tararear algo mientras que el Hipster paga por mi libro, una vez ha pagado, me da una bolsa y salimos juntos de la librería, deteniéndonos justo fuera.
Nos hemos metido en medio de una tormenta humana, en la que los viajeros que vuelven a casa por Año Nuevo caminan en todas direcciones.
—Gracias por el libro —digo, mientras lo guardo en el bolso de mano.
Está a punto de contestar cuando ambos nos sobresaltamos al oír la voz de un tipo: un aullido agudo que pasa cortante por encima del run run general del aeropuerto.
—¿De veras quieres romper? ¿¡Lo dices en serio!?
Ambos nos quedamos parados. Una pareja encarada justo en la puerta de Llegadas. La chica es una rubia bronceada con un pelo rubio rizado asquerosamente perfecto, que lleva un despampanante abrigo de calle blanco. No parece mucho mayor que yo.
De la maleta de color azul claro que hay detrás de ella se deduce que es ella la que acaba de llegar. Él tiene también más o menos mi edad, y lleva un abrigo de color marrón claro que queda de pena con la camisa de cuadros escoceses amarillos y beige que se ve debajo. De un hombro le cuelga una mochila roja, pero no veo en ella ninguna etiqueta que indique que haya volado. No se trata de una joven pareja que vuelve de viaje, sino de una pareja que se reúne aquí en el aeropuerto. Mejor dicho: eran una pareja. Y lo de «reunirse» tal vez no sea más que una forma de hablar.
La chica tiene las manos juntas, se las ha llevado al pecho. El gesto universal que quiere decir: «Lo siento muchísimo». El chico ha dejado caer a un lado la mano en la que llevaba una docena de rosas rojas, mientras mira de izquierda a derecha, desorientado, como si acabaran de pedirle que calculara la raíz cuadrada de 23.213.
—Ella le había dicho que volverían a verse para Año Nuevo.
Eso es lo que me deja de piedra. Maldita sea, ¿será «esa» la chica por la que ha venido él?
Me mira. Una mirada que dice: ¿Te lo puedes creer? ¿Puedes creerte que tenga que soportar algo así?
—Se suponía que ella iba a ocuparse de esto. Pero ya ves, él está aquí, ha venido para «sorprenderla» y ponerla en esta situación tan incómoda.
Menudo idiota, ¿no te parece?
Ni siquiera dice adiós ni nada; se acerca a la pareja que se está peleando, sacando el estúpido oso de peluche y plantándoselo a ella en el hombro. Ella da un brinco por la sorpresa, se vuelve, suelta un jadeo de satisfacción; entonces la muchacha sonríe y lo besa, en un beso largo y profundo. El pobrecillo osito rosa no parece muy cerca de resolver este problema matemático. Me doy la vuelta para no ver la extraña escena y me encamino hacia seguridad, recordando algo que el Hipster me dijo.
«Enseguida me doy cuenta de que él es el idiota»
5:30 p.m
—Señor, entiendo que usted esté enfadado, pero no soy responsable del tiempo que hace. Si quiere poner una queja ante alguien, inténtelo con Dios.
He oído a la señora que está en la puerta de embarque decir lo mismo de varias maneras distintas al menos a cuatro pasajeros diferentes, y todavía tengo la esperanza de que sea alguna alucinación mía eso de que una tormenta está afectando al aeropuerto JKF y lo está sumiendo en el caos.
Cuando me llega el turno para que me atiendan en el mostrador, pongo la palma de la mano encima, como si necesitara apoyarme para alzarme un poco, le digo a la señorita el número de vuelo que tengo y espero con desesperación que mi avión tenga algún tipo especial de ruedas con tecnología extraterrestre que le ofrezcan el agarre suficiente como para deslizarse por la pista de despegue sin importar el grosor de la nieve, para que me lleve lejos, muy lejos de aquí. Para que me lleve a casa. La azafata mira a la pantalla.
—Bueno, querida, la buena noticia es que su avión está aquí en el JFK. La mala, que no podrá despegar debido a la...
Entonces se lanza a darme una explicación, pero no la escucho, porque en ese momento siento la cabeza como si me la hubieran metido debajo del agua, con ese sonido tan peculiar y enervante que parece que hace que todo se oiga en la distancia. El abrigo negro de estilo militar que llevo, el que me trajo Susan cuando cambió el tiempo, empieza como a tomar vida propia y a apretarme por todo el cuerpo.
Mi vuelo de vuelta a casa ha sido cancelado.
Estoy atrapada.
—¿Y el siguiente vuelo? ¿No puede cambiarme? Lo que quiero decir, hay un vuelo de madrugada, no me importa llegar a las ocho de la mañana en lugar de a las seis. De todos modos, no voy a dormir. Nunca duermo en los aviones. Me emociono demasiado cuando viajo.
(Me doy cuenta de que no sé lo que digo, y ya sé por qué lo hago: porque mientras siga hablando, no me echaré a llorar.)
«No puedo haberme quedado atrapada. ¡No puede ser!» Quiero irme a casa. Pierre, Chloe y mi perro me esperan. De hecho, Pierre debe de estar mirando el estatus de mi vuelo ahora mismo, y cuando vea que lo han retrasado se pondrá como loco.
—Señorita, lo siento —dice la azafata, poniendo una cara de esas que te dicen que se le rompe el corazón por ser la portadora de malas noticias a una desconocida. Ya la he visto poner la misma cara al menos dos veces—. Pero según está el tiempo, todos los demás vuelos a Paris, Londres y Madrid tienen ya largas listas de espera... No tiene muchas posibilidades de poder subirse a un avión esta noche. Lo siento mucho.
Me envía a otro mostrador de información, donde otra azafata demasiado sonriente mira a la pantalla de su ordenador durante lo que juraría son al menos cinco minutos completos, antes de decirme que el primer vuelo en el que puede incluirme no sale al menos hasta las nueve y media... de la mañana siguiente. Así que no estaré la mañana del primero de Enero con mis amistades. En lugar de eso, estaré aquí, en Nueva York: la ciudad que nunca duerme, pero que quiero dejar.
Tengo otro de esos momentos perdidos. Y vete a saber cuántos minutos después, deambulo de vuelta por la terminal principal. He dejado mi equipaje a un lado mientras me encuentro sentada en uno de esos sofás elegantes.
—Todo irá bien, Charlie. Ya lo verás.
En la otra mano, tengo el teléfono móvil y estoy hablando con Pierre y Chloe. Quiero que se pongan histéricos, lo mismo que yo, pero Pierre siempre ha sido un tipo encantador y tranquilo. De hecho, todo el mundo lo conoce por eso.
Apoyo la cara en la mano que tengo libre. No es que sirva de mucho para sentirme mejor, pero al menos así me da la sensación de que el aeropuerto está más lejos, en lugar de cerrándose sobre mí.
Pierre empieza a decir algo, pero su voz queda suprimida por la de Chloe, y puedo imaginarme a mi amiga luchando con uñas y dientes por hacerse con el teléfono.
—Pierre, Pierre, ¡quiero hablar con Lot! ¡Por favor!
—Ahora mismo no, Clhoe —dice. Y luego, a mí—. ¿No puedes volver a casa?
—No —respondo—. No quiero ser la pobrecita Charlotte que ha perdido su vuelo a Paris y que además deberá pasar la fiesta con su ex y su actual novia.
—Todo va a ir bien, amiga —repite—. Vuelve al PH, pon tu mejor cara de póker y tranquilízate. Los vuelos no saldrán hasta mañana, sólo debes soportar a tu particular familia esta noche. ¡Luego serás libre!
Me seco los ojos y aparto la boca del teléfono para que no pueda oírme sollozar. Preferiría muchas otras cosas antes que la cálida bienvenida de mi familia: por ejemplo, un vuelo para salir de esta miserable ciudad.
¿Qué tal eso? Dios, ¿por qué la vida no solo ha decidido noquearme, sino también escupirme en la cara y luego echar a correr riéndose de mí?
—Quiero que me prestes atención, ¿de acuerdo, Charls? ¿Me estás escuchando?
—Sí.
—Ya sé que esto es horrible, y lo entiendo, pero no quiero que pases el tiempo holgazaneando, o sentándote por ahí y enfadándote. Sí, has tenido mala suerte, pero esto no es lo peor que puede sucederte, después de todo. ¿De acuerdo? Siempre hay gente con menos suerte que tú.
Le digo que lo entiendo. Y lo entiendo, pero también sé que pasará un buen rato antes de que llegue a estar de acuerdo con el. Finalizamos la llamada, y guardo el teléfono móvil en mi bolso. Sé que buena parte del peso que siento sobre la pierna es el thriller que el Hipster me compró, pero lo que más me hace pensar es que debo volver a casa.
Pierre ha sido muy gentil al tocar ese tema, insistiendo en que si he podido volar sola a los Estados Unidos también podré sobrevivir una noche en una fiesta que obviamente no quiero asistir.
Diez minutos después, me veo haciendo cola en la parada de taxis que está fuera. Es una cola muy larga: el resultado de todos los vuelos que han sido cancelados. La nieve me está cayendo encima. Menuda estúpida soy.
El iPhone que llevo en el bolsillo de los jeans vibra. Varios posts de Instagram de los amigos que están de vuelta en casa, contando que se comerán pavo y ensalada para cenar.
El cielo está encapotado, gris, y la nieve cae sobre los pasajeros atrapados que hacen cola. Un poco más adelante, algunos se están peleándo, y una señora estresada que lleva un abrigo muy aparatoso empieza a hacer patrulla por la cola diciendo que van a llevar tantos pasajeros en los taxis como sea posible. Tiene en las manos una tabla sujetapapeles y va preguntando a la gente adónde va, mientras los reparte a uno u otro taxi según el destino. Cuando me llega el turno para responder, explico que quiero ir al Upper East Side, por lo que la mujer señala un taxi vacío a mi derecha, le agradezco y corro llena de nieve en mi chal hasta llegar al vehículo.
El taxi sigue por la 39, dirigiéndose hacia el este, donde le pedí al taxista que me llevara. No había planeado darme una vuelta por Manhattan, ni mucho menos, pero justo antes de subir al taxi cometí el error de comprobar mi cuenta de Instagram y ver dos fotos de Sophia en la media hora anterior. Con Harry. Juntos, claro.
El taxista me lleva calle abajo por la 2da Avenida, que está más vacía de lo que nunca antes la hubiera visto. No hay nadie frente a los escaparates de las tiendas, y las desnudas ramas de los árboles están cubiertas de blanco ahora que la ventisca arrecia. La calle está casi desierta. Todo aquel a quien no han plantado está en casa de su novia, su novio, su esposa, su marido, supongo. Lleva a su pareja a casa para ver a sus padres, para que les den su aprobación, para que todo se haga oficial, o algo así.
Le agradezco al chofer que se había encargado de bajar mis heladas maletas de su porta equipaje y me da un caluroso golpe de hombro deseándome feliz Año Nuevo, que ironía, me limité a pensar.
Me acerqué a la puerta giratoria, y se mueve. Pero llega un momento en que me paro en el portal de la calle 34, dudando si quiero entrar o no al Pembrooke.
Entonces es cuando me doy cuenta de la multitud que hay dentro del hall: hay tantas personas que el gentío de antes en el aeropuerto me parece un remanso de calma, algo muy civilizado.
—Anda, vamos. Acabemos con esto —me doy ánimo a mi misma mientras decido ingresar.
Unos diecisiete segundos después, me estoy repensando si dar este paso, porque tan pronto como traspasemos las puertas giratorias, el caos de la noche en el hall de entrada de mi edificio me golpeó como un tortazo en plena cara. Las familias que venían a pasar el nuevo año para visitar a sus familiares. Los niños corretean por todas partes, chillando; sus padres buscan, al tiempo que les gritan. La vista de todo ello me lleva a hacer un alto, pero solo durante unos dos segundos, porque la voz de un hombre conocido me sobresalta.
—¡Señorita, Charlotte! —exclama Rufus, el portero, viéndome llegar con mis cuatro maletas, tapada de nieve en mi abrigo Burberry y mis cabellos rubios—. Creí haberle entendido a su madre que pasaría Año Nuevo en París...
—Cambio de planes Rufus —sentencié mientras subía al elevador—. Feliz víspera de Año Nuevo.
Presione el botón del elevador, que subió más de veinte pisos, luego se oyó una campanilla y las puertas se abrieron, dejando al descubierto una bellísima decoración hogareña rodeando todo el gigantesco apartamento. En la sala, Jeremy y sus trillizos de oro estaban viendo televisión, con inmediatez se dieron la vuelta tal como lechuzas para ver de quién se trataba. La cara de sorpresa era multiplicada por cuatro.
—¡Charlotte, cariño! Pasa, pasa —exclamó Jeremy alertando al resto de la familia. Claro que seguido a los gritos del esposo del año, mamá, Susan, Harry, Niall, Liam, Louis, Zayn, Sienna, Tiffany, Blair, Green, Noah, Nate y sus respectivas familias se encontraban ya casi listos para la cena.
Pero si apenas el reloj marca las 7 p.m, ¿qué rayos hacían todos preparados tal estampita familiar?
—Hijia, ¿qué haces por aquí? Tu vuelo a París salió hace... —la delicada voz de mamá inundó mis tímpanos mientras la veía observar su reloj de Cartier.
—Dos horas, así es —bufé quitándome el gorro de lana de la cabeza y sacudiendo mis cabellos para quitar el resto de nieve de mi cuerpo—. Los vuelos a Europa están cancelados por el temporal.
—¡Qué pena cariño! —me acurruca mamá sus brazos—. Sé cuánto deseabas volver a Francia.
—Oh, Dios mío, que desgracia —susurra la señora McLaren a medida que se lleva la mano a su cabeza y todos vuelven a sus respectivas conversaciones sin importar que acababa de cruzar toda la ciudad nevada en plena víspera del nuevo año. Rodé mis ojos ante la descarada y poca atención que recibí mientras Susan me toma por los hombros y susurra en mi oído.
—Le dejaré un bonito atuendo sobre su cama y una taza de té caliente en su mesa de luz, pero primero, aséese y baje a cenar.
—Gracias Susan —le sonreí subiendo las escaleras a medida que ella y Martin, el mayordomo, subían mis demás maletas.
El vestido que Susan había elegido para mi era bellísimo.
Me siento bastante segura de la selección de ropa que ha hecho para cuando me encuentro en el pie de las escaleras de la primer planta, mientras comienzo a darme cuenta que todas las miradas de la sala se voltean hacia mi, seguramente por el ruido a mis tacones.
«¿Me estoy poniendo colorada? Porque me siento como si lo estuviera.» Suspiro rápidamente y me pongo a caminar hacia abajo, pensando en si era una buena idea llevar este tipo de vestimenta. Sí, definitivamente, me estoy poniendo colorada.
Trato de apartar los ojos de Harry, de la camisa negra y blanca, que en realidad le pega bastante bien con el abrigo que viste, para que no me note en la mirada que estoy en sintonía con él.
—¿Te gusta? —le digo a Tiffany quien se acerca caminando hacia mi lentamente—. Estoy muy nerviosa. ¿Se nota?
—Ni un poco —sonríe Blair moviendo su cabeza—. Te ves radiante. Harry estará lamentándose por haber perdido tan bella mujer.
—Oh, B. Eso es muy lindo de tu parte —muerdo mi labio inferior y le devuelvo la sonrisa mientras noto como todos se sientan en la mesa para una gran cena.
Oh, vaya, esto no me saldrá bien.
La cena había sido mucho mejor a lo que me imaginé mientras tomaba una ducha. Casi nadie había mencionado sobre mi repentina llegada y eso es algo que me dejó un poco más tranquila al respecto, de todas formas, el avión de mañana saldría cerca de las 10 a.m, y sería la primera en pisar el JFK, sea como sea.
Durante los próximos veinte minutos habíamos estado haciendo estupideces varias, riendo, bebiendo algo y pasándolo bien en grupo. También habíamos hecho fotografías desde distintos dispositivos, y también desde la polaroid que Blair había traído. Lo cierto es que habíamos hecho montones y bastante divertidas.
En cuanto a Sienna y Niall eran sin duda una pareja realmente divertida y dinámica, podías ver la complicidad entre ambos y cómo estaban tan compenetrados. Ambos eran personas muy agradables y divertidas. Me alegraba sobre manera de verles juntos.
—¡Hey, una última foto, una grupal! —exclamó mamá preparando la cámara a modo de selfie. Todos nos colocamos abrazandonos de forma que ninguno quedase tan al extremo como para no aparecer en la foto, y sonreímos ampliamente antes de que ella apretase el botón. Nadie sabía cómo había salido la foto, ya que con estas cámaras polaroids no tenías manera de saber hasta tener la foto en tus manos, pero realmente daba igual ya que sólo queríamos un recuerdo de este momento.
—Esta no es un festejo sin alcohol — Green se quejó por quinta vez en la noche, aún teniendo 24 años seguía sin superar los Bloody Mary que bebía cada día cuando solía tener 17.
—G, logré traer esto sin que Evangeline se enterara. ¿Puedes creer que sobrepasamos los 20 y aún así no nos permite beber? —la voz quejumbrosa de Nate hizo reír a Blair quien bebió un sorbo de su vino blanco.
Noah le extendió un copa negra, Green sonrió con felicidad ante eso, sujeto a la copa.
—Noah, eres un ángel ante mis ojos.
Pero aquella mirada con brillo se esfumó al ver de qué era la bebida; Whisky en este instante dudaba si lo había hecho aproposito.
—Sabes que, prefiero no tomar esta noche, quiero recordarlo perfectamente.
Tras eso la botellas fue dejada en una mesa, alejándose lo más posible de él. Odiaba esa bebida con todo su ser.
No era necesario el alcohol para actuar con tanta adrenalina. Éramos jóvenes y todo eso lo traíamos en la sangre.
—Faltan sólo dos minutos para año nuevo —anunció Jeremy en voz alta, prendiendo con un encendedor las bengalas de chispas que cada quien tenía en sus manos, para prepararnos todos.
Al mismo tiempo, cuando llegó la hora, comenzamos a hacer la cuenta atrás. No podía evitar sonreír porque a pesar de no haber querido venir aquí, estaba pasando un buen momento, con mis personas favoritas, así que podría admitir que estaba feliz. Muy feliz.
—¡Aquí vamos! —exclama Nate.
Los fuegos artificiales comenzaron, el grito de los chicos no se hizo de esperar, adiós 2022 y hola 2023.
El reloj marcaba las 12:00 a.m del día 1 de Enero.
—¡Feliz Año Nuevo! —grtitamos al unísono al finalizar la cuenta atrás e inmediatamente se podía escuchar como todo el mundo en la ciudad y balcones a los alrededores vitoreaban, gritaban expresando felicidad. Podía ver como las personas no paraban de abrazarse «me incluyo en ese grupo», o incluso besarse, como era el caso de las parejas.
A partir de ese momento todos fueron por algo más de alcohol para brindar por este nuevo año que comenzaba, volviendo dentro riendo y platicando tranquilamente. Yo, por otro lado, decidí quedarme en el borde del balcón, admirando al Empire desde lejos, viendo toda la ciudad iluminada y nevada. Definitivamente, y aunque me costase admitirlo, Nueva York era mi hogar y una de las ciudades más hermosas del mundo.
Estaba sumida en mis pensamientos sobre la ciudad cuando pude oír una voz ronca detrás de mi.
—Hola —como podía imaginar, se trataba de Harry cuando me giré sobre mi propio cuerpo—. Feliz Año Nuevo, Charlie.
Ahora está sonriendo, y veo que es bastante guapo cuando se relaja.
—Hola —me hago a un costado en el barandal dándole un espacio donde ubicarse, a mi lado, por supuesto—. Igualmente para ti, Harry.
—Me alegra que finalmente estés pasando este momento aquí, junto a todos nosotros —miro a Harry y veo que una sonrisa está a punto de abrirse paso en su cara. Pienso para mis adentros que probablemente estaría guapo si sonriera. Pero como no ha sonreído mucho hasta ahora, pues por eso no lo sé con seguridad.
—Aunque no lo parezca, creo que yo también lo estoy —asiento riendo, sin despegar mi vista de la ciudad iluminada.
Se acerca a mí y, por un momento, creo que va a tomarme las manos en las suyas y me va a apartar del barandal.
—He estado pensando mucho en ti últimamente —confiesa y dejo de mirar tal edifico emblemático para posar mis ojos sobre los suyos—. Hace exactamente cinco años, te conocí, en este mismo lugar...
—¿Vas en serio? —pregunto viendo cómo sus rulos comienzan a cubrirse de a poco con nieve—. No puedo creer que hayas estado pensando en mi, después de todo...
—Claro que si. Te propongo algo, Charlie —dice cruzándose de brazos y yo hago una seña de que soy toda oídos—. Empecemos de cero, como si jamás nos hubiésemos conocido. Sé qué estás con Zayn y yo con Sophia pero creo que...
—Alto ahí —digo—. No estoy con Zayn... pero creo que me interesa lo demás —vuelve los ojos hacia mi y me mira.
—En ese caso... —hace silencio unos segundos mientras sonríe—. Es todo un placer, soy Harry Styles.
Extiende a su mano hacia mi y me detengo a mirarla tan cerca de mi que los nervios cobran parte de mi cuerpo.
Miro al suelo para que no vea la cara de tonta que he puesto. Ojalá fuese mejor improvisando porque, si lo fuese, podría seguir jugando a este juego. Pero no soy buena improvisando. Siempre me suspendían en arte dramático.
—Charlotte O'Marks —estreché su mano con seguridad—. Estoy más qué segura de que el placer es todo tuyo —le guiñé mi ojo al mismo tiempo que idealizaba la idea de que no puedo evitar la sonrisa que en estos momentos curva mis labios.
Feliz Año Nuevo, Nueva York. Estamos de vuelta.
___________________
¡HOLA A TODOS! ❤️
• I'm back, yes •
Me alegra poder seguir con esta historia que siendo honesta tenía abandonada y por eso les digo que lo lamento mucho. He estado en otras cosas y honestamente muy enfocada en By Your Side (mi otra nueva historia) pero pensé que no podía dejar de escribir esto, ya que MDM tiene 23k y Dios mío, GRACIAS.
Muchas personas han estado comentando y pidiendo que la continúe, además de mandarme dms acerca de la historia y quería agradecerles con este re comienzo y larguísimo capítulo. ¡Si han llegado hasta aquí quiero decirles que son lo mejor!
Espero que les haya gustado y dejen sus votos y/o comentarios debajo.
Gracias por empujarme a seguir con esta bella historia. Significa muchísimo para mi.
Nos leemos pronto ❤️✨
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top