𝐔𝐍𝐀 𝐏𝐄𝐒𝐀𝐃𝐈𝐋𝐋𝐀. || 3
—¡Abi, ¿puedes salir a tirar la basura?! ¡Estoy ocupada con los ravioles!— me grita mi mamá.
—¡Vooooy!— me limpio las lágrimas y bajo a la cocina.
Salí a tirar la basura en el contenedor, cuando de repente pasa uno de esos locos en moto que hacen maniobras peligrosas, y me silba.
Un escalofrío me recorre la piel, y un muy feo recuerdo apareció en mi mente. De la vez en la que abusaron de mí...
Volví adentro y corrí prácticamente a la habitación. Me encerré y apoye la espalda en la puerta, deslizándome hacia el piso lentamente hasta que mi trasero tocó el piso. Ahí abracé mis piernas y apoyé mi rostro en ellas, y las lágrimas empezaron a salir.
Ese momento fue de lo más horrible. Y pude haberlo evitado... así como pude haber evitado la muerte de Kamiko...
Fue el día del cumpleaños de quince de Ohana, mi amiga y ex compañera de clase. Yo había ido con una remera blanca y un poco transparente, con mi brasier blanco, una pollera de jean negra al cuerpo y unas sandalias plateadas. Muy hermosa, ¿no? La fiesta fue en un salón que estaba en un barrio con bastante actividad criminal, pero en esa zona casi no había peligro, o eso creía yo...
La fiesta terminó a las seis de la mañana. Me despedí de Ohana con una beso y me fui del lugar caminando porque no quería interrumpir el sueño de mis padres sólo por ir a buscarme.
Caminé unas cuantas cuadras, mirando las últimas publicaciones de Facebook, hasta que una camioneta gris de vidrios polarizados paró al lado de mí, y de ella salió un hombre de al menos cuarenta años... ¡y tenía un arma en la mano!
—Hola, zorrita— puso el arma en mi cabeza... Sentí que el corazón se me detuvo y que la sangre se me había helado—. Sube a la camioneta, o muere— su voz era seca y tétrica, le daba un aspecto aún más aterrador.
Yo sólo quería correr, pero si lo hacía, me iba a disparar por la espalda.
Sin más, me tomó del brazo y me metió a la camioneta violentamente. Se subió y la arrancó a toda velocidad...
Después de eso recuerdo que veía luces y más luces, hasta que llegó un momento en el que no las vi más. Me había alejado de la ciudad. Por la oscuridad de la noche, apenas podía ver que estábamos en el campo. Estaba muerta de miedo, no conocía ese lugar, y mucho menos sabía lo que me iba a hacer este tipo.
Lo supe cuando me bajó de la camioneta y me apuntaba con el arma.
—Quítate toda la ropa.
Con la cabeza gacha, le hice caso y quedé desnuda frente a él.
—Buena chica. Ahora, ponte en cuatro...
Y lo siguiente que supe, fue que me estaba violando...
Fueron varios minutos de dolor y lágrimas. Él fue demasiado brusco, sentía cómo salían chorros de sangre de mi zona íntima.
En ese momento dejé de ser yo. Ya no era más la niña feliz que solía ser hacía tan sólo unos meses atrás. Era la chica depresiva que ocasionó la muerte de su mejor amiga, y la que fue abusada por un desconocido. Mi cuerpo le pertenecía a alguien más.
Cuando dejó de penetrarme, se retiró de mi zona íntima, se puso la ropa y me dijo:
—Gracias por este momento, linda— y se fue en la camioneta. Dejándome sola en ese lugar, abrazada a mis piernas y temblando.
Desperté en el hospital, y mis padres estaban ahí, en shock por lo que me pasó. La doctora dijo que un policía me encontró inconsciente en ese campo que quedaba a dos horas de la ciudad, y me trajo al hospital.
Me revisó una ginecóloga, y dijo que constató golpes, hematomas e intento de violación. Estuve a un pelo de quedar embarazada...
Lloré por largo rato, y mis padres me abrazaban para calmarme.
Sí, señor: ya no soy capaz de confiar en los hombres, son todos unos hijos de puta mal nacidos.
Si no hubiera ido caminando yo sola, aún seguiría siendo virgen...
—Abi, ya está la comida— mamá golpea la puerta.
Vuelvo a limpiarme las lágrimas, y salgo a comer.
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