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Al día siguiente después de la plática con Kento y Haibara. Satoru se levantó sin Suguru a su lado. Ya que este no había vuelto.. anoche. Esperaba que se haya quedado con Shoko y Utahime a dormir, y no con Toji.

Hizo su rutina normal. Bañarse, cambiarse para hacer ejercicio y desayuno. Pero se sentía vacío al no ver al Omega por ningún lado..

Satoru respiró hondo mientras se dirigía hacia la zona de cardio del gimnasio, su mente llena de pensamientos caóticos sobre Suguru, lo que había perdido, y el rastro de lo que podría haber sido. Aún no entendía del todo cómo había llegado tan lejos en este abismo emocional. Todo lo que sabía era que necesitaba hacer algo para calmar su mente, algo que lo ayudara a centrar sus pensamientos y encontrar una dirección clara. El gimnasio, un lugar donde solía liberarse del estrés, parecía ser la solución.

El ambiente estaba familiarmente limpio y moderno. Las luces fluorescentes brillaban sobre el piso de alfombra gris, y el sonido de los pesas cayendo y los ejercicios de los demás usuarios llenaban el aire. Satoru se dirigió a la cinta de correr, con cuidado de no llamar demasiado la atención, aunque sabía que era difícil pasar desapercibido en este lugar. Las chicas lo miraban de vez en cuando, pero él mantenía su mirada fija al frente, concentrado en lo que tenía que hacer.

Comenzó con los estiramientos, estirando sus piernas y brazos, tratando de concentrarse en el movimiento, en la forma. El sudor comenzó a brotar lentamente de su frente mientras se preparaba para la rutina. Sin embargo, algo cambió en el aire. Un olor familiar le hizo fruncir el ceño. Roble y café negro. Un aroma profundo y envolvente que le hizo recordar el extraño, pero fascinante, poder de la presencia de un alfa.

Satoru levantó la mirada sin dejar de mover los brazos, su corazón dando un pequeño salto cuando sus ojos se encontraron con un hombre alto, con una figura musculosa que irradiaba confianza. La mirada del hombre estaba fija en la persona con la que estaba hablando, un entrenador alfa. Satoru, al notar la energía palpable que emanaba de él, no pudo evitar sentirse desbordado por un impulso primitivo: la necesidad de controlar, de marcar su territorio.

El hombre tenía el cabello oscuro, algo largo y desordenado, con una mirada profunda y calculadora que no dejaba espacio a dudas. Su postura era desafiante, y la forma en que se movía solo confirmaba lo que Satoru ya sabía. Este alfa no era alguien que pasara desapercibido.

Al principio, Satoru apretó los puños, sus uñas marcando la piel de su palma. Cada fibra de su ser le decía que debía hacer algo, reaccionar, enfrentarse a ese hombre, pero sabía que no podía. No ahora, no mientras se estaba reconstruyendo. En su mente, luchaba con las emociones que esa presencia había despertado. Había sido tan fácil perder el control en el pasado, pero no podía hacerlo de nuevo.

Con un esfuerzo monumental, Satoru forzó una respiración profunda y se obligó a seguir con su calentamiento. Su mente seguía centrada en esa figura imponente, aunque sabía que no era el momento adecuado para actuar. No sabía quién era, pero sí sabía lo que representaba para él. Ese alfa parecía ser la antítesis de todo lo que él había sido: calmado, calculador, y con la seguridad de alguien que no necesitaba demostrar nada.

Decidió continuar con su rutina, subiendo la velocidad de la cinta. Pero, al mismo tiempo, no podía dejar de observar al extraño alfa desde el reflejo del espejo. Satoru lo vio irse al área de pesas, seguido de su compañero. Sentía una mezcla de celos y rabia que, aunque no quería admitirlo, era más profunda de lo que podría haber anticipado. ¿Cómo se atrevía ese alfa a acercarse tanto a su mundo, a la vida de Suguru?

El pensamiento lo torturaba, pero Satoru sabía que debía concentrarse. Si algo había aprendido en los últimos días, era que no iba a conseguir nada si no podía dominar sus impulsos. Tomando otro trago de aire, volvió a centrarse en la cinta, ignorando el dolor que comenzaba a surgir en sus piernas. Pero, aunque lo intentó, su mente seguía divagando entre recuerdos de Suguru y la incontrolable necesidad de reconquistar lo que había perdido.

No podía permitirse rendirse ahora.

Satoru después de acabar sus entrenamientos empezó a ver a la gente que estaba en el gym. Usualmente había caras nuevas. Vaya sorpresa se llevó al ver a un tipo enorme con pelo desordenado y algo largo. Con una pequeña cortada en la fisura de sus labios. Desde lejos se notaba que era Alfa.

Hasta que escucho la voz de un entrenador. —¡Toji, que alegría que te vea por aquí!—dijo el hombre. El otro solamente le miro con frialdad y sonrió—Vaya, vaya.. pensé que ya no nos volveríamos a ver—pronuncio el alfa.

Satoru al escuchar el nombre. Apretó los puños.. alfin estaba de cara a cara con el Alfa que estaba intentando cortejar a su Omega.
Al notar la presencia de Toji, no pudo evitar sentir cómo su cuerpo reaccionaba con molestia. El alfa ni siquiera lo miraba, parecía completamente ajeno a su presencia, como si no le importara lo más mínimo. Su actitud desinteresada solo alimentaba el fuego de irritación en Satoru.

El joven Gojo se acercó a la máquina de pesas, decidido a desafiar al hombre que tanto le incomodaba. Aunque la presencia de Toji lo hacía sentirse celoso y frustrado, quería ver hasta dónde podía llegar ese alfa. Así que, sin pensarlo mucho, se tiró en la máquina de pesas y ajustó el peso al máximo.

Toji, con su habitual calma, giró la cabeza ligeramente para observarlo, pero en lugar de reaccionar como Satoru esperaba, simplemente dijo en tono bajo, sin una pizca de interés:

—¿Vas a ocupar la máquina?

Satoru, aún sorprendido por la falta de respeto de Toji hacia su presencia, simplemente negó con la cabeza y se acomodó en la máquina.

Toji, sin perder la compostura, respondió con una sonrisa ladeada, mientras se ponía en posición en la máquina de pesas cercana. Se acomodó con facilidad, y para sorpresa de Satoru, puso el peso al máximo. Satoru observó en silencio, sin poder creer lo que veía. Toji estaba levantando una cantidad de peso impresionante sin esfuerzo alguno.

A pesar de la molestia que Satoru sentía, no pudo evitar admirar la fuerza de Toji. Sus músculos estaban marcados con precisión, y su postura era relajada, como si esa carga fuera algo trivial para él.

El joven Gojo no pudo evitar apretar los puños, sintiendo una mezcla de envidia y frustración mientras veía a Toji levantar las pesas con facilidad. La imagen de Suguru en su mente, abrazado por los brazos de ese mismo alfa, lo hizo aún más irritable.

En su mente, las imágenes de su Omega, Suguru, siendo tocado y abrazado por Toji, invadieron sus pensamientos. Satoru apretó los dientes al ver la escena mental de Suguru sonriendo mientras Toji lo poseía, sus ojos brillando de deseo mientras el alfa lo sujetaba. El dolor en su pecho se intensificaba con cada repetición que Toji hacía, y Satoru no podía evitar sentir celos arder dentro de él.

Cuando Toji terminó su serie, Satoru apenas pudo mantener la compostura. Toji lo miró brevemente, sin mostrar mucha emoción en su rostro, y se levantó con la misma calma con la que había comenzado.

Satoru, incapaz de seguir el ritmo del peso, ajustó rápidamente la máquina a un nivel más bajo. Sin embargo, la vergüenza lo invadió al darse cuenta de que no podía mantener el mismo peso que Toji había levantado tan fácilmente. Frustrado, exhaló con fuerza y se quedó allí, sin poder evitar la sensación de impotencia que lo consumía.

Mientras Toji se alejaba, Satoru apretó los puños con fuerza, decidido a no dejar que esa sensación de derrota lo dominara. La imagen de Suguru, esa sensación de perderlo para siempre, lo mantuvo en pie. No podía rendirse. No lo haría.

...

Satoru estaba tomando agua mientras descansaba de su entrenamiento, tratando de despejar su mente de todo lo que había estado rondando en su cabeza. Pero algo, o más bien alguien, llamó su atención. No era su intención espiar, pero la conversación que escuchó a unos metros de distancia no pudo evitar atraparlo.

—Oye, Toji, ¿es cierto que andas saliendo con alguien nuevo? —preguntó un hombre con tono curioso.

Satoru se tensó al escuchar el nombre de Toji. Había algo en ese sonido, algo que lo hacía sentirse intruso, pero aun así no podía evitar seguir escuchando.

Toji respondió con una risa baja y segura, esa risa que lo caracterizaba.

—Sí, un Omega Dominante... —dijo Toji, con un tono que Satoru reconoció como algo juguetón—. Son raros de encontrar estos días.

El hombre rió junto a él, pero luego la conversación tomó un giro que hizo que el corazón de Satoru se detuviera por un momento.

—Pero aquí entre nos, ¿está bueno? —preguntó el hombre, claramente curioso.

Satoru sintió cómo una oleada de celos y rabia comenzaban a inundar su pecho. No pudo evitar imaginar lo que Toji había dicho, a quién estaba mirando, cómo lo había estado tocando...

—Créeme, que no te resistirías en solo verle —respondió Toji con esa voz cálida y segura que Satoru odiaba escuchar, porque sabía que esa misma voz le había estado susurrando a su Omega.

Satoru, al escuchar esas palabras, apretó la botella de agua en sus manos, sintiendo que su rabia estaba a punto de estallar. No sabía cómo, pero algo en su interior se rompió al escuchar esa conversación. Toji había conseguido algo más que la atención de Suguru; había conseguido algo mucho más íntimo. Y Satoru estaba perdiendo el control, no solo de sus emociones, sino también de la situación.

Lo peor de todo era que no sabía si alguna vez podría competir contra la presencia de Toji

Mientras Satoru intentaba calmarse, Toji continuó con la conversación, completamente ajeno a la presencia del alfa blanco que escuchaba cada palabra.

—Vaya, que te enamoraste, amigo —bromeó el entrenador, dándole una palmada en el hombro.

Toji dejó escapar una risa baja, casi nostálgica, mientras tomaba una toalla para secarse el sudor.

—El... es increíble —respondió, con un tono que sorprendió al entrenador por su sinceridad—. Hoy tuvimos una cita y, créeme, fue de lo mejor. Es alguien con quien puedes hablar de todo, tiene una forma única de ver las cosas, y ni siquiera se esfuerza por ser especial, simplemente lo es.

El entrenador lo miró con una sonrisa burlona.

—Te pegó duro, ¿eh? ¿Y qué hicieron?

—Nada complicado, fuimos a ver un paisaje cerca del río. Le gusta la tranquilidad... Yo no suelo disfrutar esas cosas, pero con él, es diferente. Todo se siente más... —Toji se detuvo, buscando la palabra adecuada, mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios—. Más real.

Satoru, que escuchaba desde su lugar, apretó los dientes. Su mente inmediatamente malinterpretó las palabras de Toji. ¿Qué habían hecho exactamente en esa cita? ¿A qué se refería con que era "más real"? ¿Acaso se estaban burlando de él de forma indirecta?

Cada elogio hacia Suguru no hacía más que alimentar su frustración y sus celos. ¿Por qué Toji tenía el derecho de disfrutar de la compañía de Suguru, mientras él, que había estado a su lado tanto tiempo, lo había perdido?

—Vaya, suena como si fuera alguien difícil de igualar —comentó el entrenador, riendo—. Pero te entiendo, esos Omegas Dominantes tienen algo especial.

Toji negó con la cabeza.

—No es solo eso. Es su carácter, su fuerza, su inteligencia... Tiene una determinación que no ves todos los días. No es alguien que necesite que lo cuiden, pero al mismo tiempo... te hace querer hacerlo.

El entrenador soltó una carcajada.

—Hombre, ya me estás dando envidia. ¿Y qué tal tú? ¿Ya le dijiste cómo te sientes?

Toji encogió los hombros, con un gesto despreocupado.

—Todavía no de forma directa, pero lo verá con el tiempo. Por ahora, me conformo con verlo sonreír.

Satoru sintió que su pecho se comprimía al escuchar eso. Una rabia fría lo recorrió. Esa sonrisa que Toji describía debía pertenecerle a él. Era Satoru quien debería haber hecho a Suguru sentirse de esa manera, quien debería haberlo entendido, protegido, amado... pero no lo había hecho, y ahora alguien más estaba ocupando su lugar.

Se dio la vuelta con rapidez, sin querer escuchar más. Cada palabra de Toji era como una daga, recordándole lo que había perdido. Sin embargo, lejos de rendirse, se prometió a sí mismo que no dejaría que este hombre le robara a Suguru para siempre. Tenía que recuperarlo. A toda costa.

Con el corazón lleno de determinación, salió del gimnasio, decidido a hacer lo necesario para reconquistar a su Omega, aunque tuviera que enfrentarse al mismísimo Toji para lograrlo.

Satoru llegó a casa con el corazón hecho pedazos después de escuchar la conversación entre Toji y su entrenador. Las palabras del alfa resonaban en su mente una y otra vez, mezcladas con imágenes de Suguru sonriendo, riendo, e incluso dejándose llevar por el cariño de ese hombre. La idea era insoportable.

Abrió la puerta de su casa y el olor familiar de Suguru lo golpeó con fuerza, mezclado con el suave aroma de té recién preparado. Sin embargo, no sintió el usual calor de hogar que solían compartir. Se sintió extraño, como un intruso.

Caminó hacia la sala y, desde la entrada, pudo escuchar la voz de Suguru en lo que parecía ser una llamada telefónica.

—¡Ay, Shoko, hoy fue uno de mis mejores días! Él... él es espléndido. Siento que me enamora más con solo verle.

Satoru se detuvo en seco, ocultándose tras la pared que daba al pasillo. Cada palabra lo hería como una estocada directa al pecho. ¿Espléndido? ¿Enamorarse más? Un nudo se formó en su garganta, pero no pudo moverse; necesitaba escuchar más.

—Vaya, me alegro mucho por ti, amigo —respondió Shoko con un tono cálido—. Necesitabas esto después de Satoru.

Satoru apretó los puños, sintiendo que su corazón se rompía un poco más.

—Hablando de él... vino a preguntarnos cómo resolver las cosas contigo —añadió Shoko.

Suguru bufó por lo bajo, claramente irritado.

—Por favor, ahora resulta que le importo —respondió con frialdad.

—Pero, Suguru... estaba llorando, literalmente enfrente de Utahime y de mí.

—¿Y? —replicó sin titubear, su tono lleno de resentimiento—. Yo lloré durante tres años, Shoko. Yo me entregué a él completamente, y él simplemente me trató como una basura.

Satoru sintió que cada palabra le perforaba el pecho como un cuchillo. Quería interrumpir, explicarse, defenderse, pero sus piernas no se movían.

—Bueno, sabes que respeto tu decisión —continuó Shoko—, pero él ha estado sospechando de tu príncipe azul... y créeme, eso podría afectarte a ti.

—¿Como si él nunca me hubiera engañado? Aunque lo niegue, yo sé que él y Mei Mei tenían algo.

—Pero nunca pudiste probarlo, Suguru. ¿Cómo sabes que es cierto?

—Supongo que es intuición. Además, Utahime siempre supo algo. Pero no va al caso. Yo solo pienso darle una probada de su propia medicina.

—¿Qué? —preguntó Shoko, sorprendida—. ¿Entonces estás jugando con ese alfa solo para hacer que Satoru sufra?

Suguru titubeó.

—No... o bueno... quizás parece, pero...

—Suguru, como tu mejor amiga, te digo que esto puede terminar mal. Muy mal.

—¿Eh?

—Sabes que Satoru podría acusarte de infidelidad, y eso afectaría tu reputación.

—Eso no me preocupa, Shoko.

—Bueno, ¿y tu puesto como cabeza de una de las empresas más grandes de Japón? Eso sí podría afectarte, y mancharía el nombre de tu familia.

—Shoko, tranquila. Yo me encargo.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo?

—Divorciándome de Satoru.

El silencio fue ensordecedor. Satoru sintió como si el suelo bajo sus pies desapareciera.

—¿Así de fácil? —preguntó Shoko, incrédula.

—Sí. Mis padres me dijeron que si no daba a luz a un descendiente, el contrato del matrimonio se rompería. Y yo podría seguir casado... o divorciarme.

—¿Qué...? No entiendo.

—Mira, Shoko. La única condición para seguir casados era que yo tuviera un hijo con Gojo. Pero si después de un tiempo no pasaba nada o había una infidelidad de por medio, podríamos separarnos sin repercusiones.

—¿Y ya decidiste qué harás?

—Aún estoy viendo qué hacer. Solo sé que quiero cerrar este capítulo de mi vida.

—Suguru...

—Prefiero hablar contigo en persona. Luego te marco, bye. Te quiero.

—Yo igual, Suguru.

El sonido de la llamada finalizada llenó el aire, seguido por un profundo suspiro de Suguru. Sin embargo, Satoru no pudo evitar que sus lágrimas cayeran en silencio mientras retrocedía hacia la puerta. El peso de lo que había escuchado lo aplastaba, pero lo único que tenía claro era que no podía enfrentarlo aún.

Se deslizó fuera de la casa, cerrando la puerta con cuidado para no ser descubierto, y se quedó de pie en la entrada, su mente dando vueltas mientras las lágrimas seguían cayendo.

¿Cómo llegamos a esto? pensó.

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Satoru salió al jardín trasero de la casa, con la mente hecha un caos, como si cada pensamiento fuera una tormenta distinta. Las palabras de Suguru seguían resonando en su cabeza: "Quiero cerrar este capítulo de mi vida."

Se dejó caer en una de las bancas del jardín, mirando al vacío, sin importarle si alguien lo veía en ese estado. Las lágrimas no dejaban de correr, y por más que intentara, no podía contenerlas. Había perdido a Suguru, y ahora, con lo que había escuchado, parecía que no había forma de recuperarlo.

"¿Qué hice mal? ¿Cómo lo dejé llegar a esto?" pensó, su respiración acelerándose mientras el peso de la culpa lo abrumaba. Había tenido a alguien increíble a su lado y lo había echado a perder con su arrogancia, con sus descuidos. Pero ahora, la idea de que Suguru estuviera enamorado de alguien más lo destrozaba de maneras que no podía comprender.

Dentro de la casa, Suguru dejó el teléfono sobre la mesa y se llevó una mano al rostro. Aunque había hablado con firmeza frente a Shoko, la verdad era que también estaba lidiando con una mezcla de emociones confusas. Amaba a Toji, o al menos creía que lo hacía, pero había algo en Satoru que no podía dejar ir del todo.

"Es como si fuera un fantasma en mi vida, siempre presente, incluso cuando no lo quiero aquí."

Caminó hacia la cocina, buscando algo que lo distrajera, y sirvió un poco de agua. El silencio de la casa lo envolvía, y por un momento se sintió solo, aunque no quería admitirlo.

Afuera, Satoru seguía sentado, temblando entre lágrimas y suspiros cortos. Finalmente, sacó su teléfono y marcó un número que no había usado en mucho tiempo.

—Utahime... —Su voz sonó rota, apenas un susurro.

—¿Satoru? ¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?

—Yo... —Tragó saliva, tratando de calmarse, pero su voz salió temblorosa—. No sé qué hacer, Utahime. Perdí a Suguru... y creo que no hay vuelta atrás.

—¿Estás en casa?

—Sí... estoy en el jardín. No puedo entrar ahora, Utahime. No puedo ni verlo.

Utahime suspiró al otro lado de la línea.

—Satoru, no puedes seguir haciendo esto. Tienes que aceptar que lo lastimaste y que ahora él está buscando su propia felicidad.

—¿Y qué pasa con la mía? —replicó, con un tono desesperado—. ¿Por qué él puede seguir adelante y yo no?

—Porque tú tuviste tu oportunidad y la desperdiciaste —respondió con franqueza.

Satoru cerró los ojos, dejando que sus lágrimas fluyeran aún más. Sabía que Utahime tenía razón, pero eso no hacía que doliera menos.

—Por favor, ven por mí... no puedo estar aquí solo. —Pidió, su voz quebrándose.

—Voy en camino, no hagas nada estúpido.

Colgó la llamada y se quedó allí, abrazándose las rodillas mientras intentaba recomponerse. Pero el dolor era demasiado.

Dentro, Suguru terminó su vaso de agua y se sentó en el sofá. No podía sacudirse la sensación de que algo estaba mal, pero decidió ignorarlo. Había tomado su decisión, y estaba dispuesto a seguir adelante, aunque eso significara enfrentar momentos incómodos.

Un rato después, Utahime llegó en su auto y entró directamente al jardín trasero. Allí encontró a Satoru sentado en la banca, completamente derrotado. Salió rápidamente y se arrodilló frente a él.

—Satoru... —dijo suavemente, colocando una mano en su hombro.

Él levantó la vista, sus ojos rojos y llenos de lágrimas, y no pudo evitar aferrarse a ella como si fuera su única salvación.

—No puedo perderlo, Utahime. No puedo...

—Ya lo perdiste, Satoru. Ahora necesitas encontrar una manera de seguir adelante, incluso si duele.

Satoru se quedó en silencio, abrazándola con fuerza, mientras el peso de la verdad caía sobre él como un muro implacable.

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Esa misma noche, Utahime llevó a Satoru a su departamento. La Alfa lo ayudó a salir del auto y lo guió hasta la puerta. Su expresión era de pura preocupación, pero mantenía la calma por él.

—Vamos, Satoru, respira profundo. Estás a salvo ahora —le dijo mientras abría la puerta.

Dentro, Shoko estaba en la sala con un libro en las manos, pero al escuchar la puerta, levantó la vista y se sorprendió al ver a Satoru.

—¡¿Qué demonios le pasó?! —preguntó mientras dejaba el libro de lado y se levantaba rápidamente.

Utahime negó con la cabeza mientras ayudaba a Satoru a sentarse en el sofá.

—Está destrozado... escuchó algo que no debía, y no lo está manejando bien.

Shoko frunció el ceño, pero en lugar de cuestionar más, tomó una manta y la colocó sobre Satoru.

—Satoru, mírame —le dijo suavemente mientras se agachaba frente a él. El Alfa no respondió de inmediato; su mirada estaba perdida, como si su mente estuviera atrapada en otra dimensión.

—Shoko... yo lo arruiné todo... —murmuró finalmente, su voz rota.

La Omega Castalla suspiró, pasando una mano por su cabello.

—Escucha, sé que estás pasando por algo muy duro, pero tienes que darte paciencia, ¿de acuerdo? Nadie espera que arregles todo de la noche a la mañana. Utahime, ¿puedes prepararle algo caliente? Un té, tal vez.

—Claro.

Mientras Utahime iba a la cocina, Shoko tomó asiento al lado de Satoru y colocó una mano en su hombro.

—Escucha, sé que estás pasando por algo muy duro, pero tienes que hablar de esto, aunque no sea ahora.

Satoru asintió levemente, aunque las lágrimas seguían rodando por sus mejillas.

—Voy a llamar a Kento y a Yuu. Tal vez hablar con ellos te ayude.

—Sí... por favor... necesito hablar con ellos —susurró.

Más tarde esa noche

Kento llegó primero, como era de esperarse. Entró con un aire profesional, esperando que se tratara de un asunto laboral urgente.

—¿Qué sucede, Satoru? —preguntó Kento al entrar en la sala, ajustándose las mangas de su camisa. Sin embargo, su rostro cambió al instante al ver el estado de Satoru: desaliñado, con los ojos rojos e hinchados y una expresión derrotada.

—Kento… gracias por venir —dijo Satoru en voz baja, levantando la mirada con un esfuerzo visible.

Kento frunció el ceño y se acercó, dejando su portafolio en la mesa.

—Esto no parece un asunto de trabajo. ¿Qué ha pasado?

Antes de que Satoru pudiera responder, la puerta se abrió nuevamente y Yuu Haibara entró con su característico entusiasmo.

—¡Hey! ¿Qué tal, chicos? ¿Qué sucede? ¿Por qué tan... —su voz se apagó al ver a Satoru. La sonrisa despreocupada de Haibara se desvaneció al instante.

—Satoru… ¿estás bien? —preguntó mientras se acercaba rápidamente.

Utahime salió de la cocina con una bandeja de té, mirando a ambos recién llegados.

—Gracias a ambos por venir. Satoru necesitaba compañía. Está pasando por un momento complicado.

Kento cruzó los brazos, observando a Satoru con preocupación.

—De acuerdo, ¿puedes explicarnos qué está pasando?

Satoru tomó una respiración profunda y miró a ambos.

—Es Suguru… creo que lo he perdido para siempre.

Yuu y Kento intercambiaron miradas.

—¿A qué te refieres? —preguntó Yuu, sentándose frente a él, con una expresión seria que rara vez mostraba.

—Lo escuché hablar con Shoko... está considerando divorciarse de mí. Y no solo eso… hay alguien más. Un Alfa. Toji Fushiguro.

Kento levantó una ceja y se inclinó hacia adelante.

—¿Qué tan seguro estás de eso?

—Lo vi… en el gimnasio. Estaban hablando de Suguru. Toji hablaba de él como si fuera la persona más increíble del mundo. Y luego escuché a Suguru decirle a Shoko que se está enamorando de él.

Yuu soltó un suspiro mientras apoyaba un codo en la rodilla, pensativo.

—¿Y tú qué hiciste?

—Nada… no sé qué hacer. No quiero perderlo, pero siento que ya no hay nada que pueda hacer para recuperarlo.

Kento negó con la cabeza.

—Satoru, si de verdad quieres recuperarlo, necesitas actuar. Pero no con impulsos o celos. Necesitas demostrarle que has cambiado y que aún vale la pena estar contigo.

—¿Y si ya es demasiado tarde? —preguntó Satoru con la voz rota.

Yuu le dio una palmada en la espalda.

—Nada está perdido hasta que lo intentas, amigo. Suguru es terco, pero también sé cuánto te amaba. Tal vez, si le muestras que estás dispuesto a cambiar de verdad, tengas una oportunidad.

Satoru bajó la cabeza, con las manos temblando.

—Pero, ¿y si él ya no siente nada por mí? ¿Y si de verdad está enamorado de Toji?

Kento suspiró y se puso de pie.

—Eso no lo sabrás hasta que lo enfrentes. No estoy diciendo que sea fácil, pero si de verdad quieres arreglar esto, tendrás que ser honesto con él. No es cuestión de ganar o perder; es cuestión de aclarar las cosas.

Yuu asintió.

—Exacto. Pero también tienes que estar preparado para cualquier respuesta. Si él decide seguir adelante sin ti, entonces tendrás que aceptarlo.

Satoru los miró, tratando de encontrar fuerza en sus palabras.

—¿Creen que realmente pueda arreglar esto?

—Eso depende de ti, Satoru. Pero tienes que empezar ahora —dijo Kento, ajustándose las gafas.

—Estamos contigo, pase lo que pase —añadió Yuu con una sonrisa de apoyo.

Satoru asintió lentamente, sintiendo una chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, no todo estaba perdido.

Satoru tomó un sorbo del té que Utahime le había servido, tratando de calmar sus nervios.

—Entonces… ¿qué debo hacer primero? —preguntó, mirando a Kento y Yuu con seriedad.

Kento, siempre pragmático, cruzó los brazos mientras pensaba.

—Primero, tienes que hablar con Suguru. Pero no lo hagas desde un lugar de desesperación o enojo. Tienes que demostrarle que realmente estás dispuesto a cambiar.

Yuu asintió, inclinándose hacia adelante.

—Exacto. Y más importante aún, no lo confrontes por Toji. Si empiezas con celos, solo lo alejarás más.

Satoru soltó un suspiro frustrado.

—¿Cómo puedo no mencionarlo? Es como si todo lo que hago últimamente girara en torno a él. Cada vez que pienso en Suguru, lo veo con Toji, sonriendo, riendo… y eso me está matando.

—Lo entiendo —dijo Kento con calma—, pero si le haces sentir que estás enfocado en otra persona en lugar de en él, solo reforzarás la idea de que no has cambiado.

Utahime, que había estado escuchando desde la cocina, intervino:

—Suguru está buscando algo que tú no le diste, Satoru. Si realmente quieres recuperarlo, tienes que demostrarle que estás dispuesto a ser esa persona.

—¿Y si ya no soy suficiente? —preguntó Satoru con la voz temblorosa, mirando el suelo.

Yuu le dio un leve golpe en el hombro, sonriendo con calidez.

—¿Quién dijo que no eres suficiente? Has cometido errores, sí, pero todos los cometemos. Lo importante es cómo decides seguir adelante.

Kento asintió.

—El primer paso es aceptar tus fallos y responsabilizarte por ellos. Y, más allá de intentar recuperar a Suguru, tienes que trabajar en ti mismo, Satoru. Porque si no cambias, aunque vuelvan a estar juntos, las cosas terminarán igual.

Satoru asintió lentamente, sintiendo el peso de sus palabras.

—Tienen razón… Necesito enfrentar esto, pero también necesito enfrentarme a mí mismo.

—Eso es un buen comienzo —dijo Utahime, sirviendo más té para todos.

Después de unos momentos de silencio, Yuu se levantó con una sonrisa.

—Entonces, ¿qué sigue? ¿Vas a hablar con él hoy?

Satoru negó con la cabeza.

—No… todavía no. Necesito tiempo para pensar en lo que voy a decir. Y también necesito demostrarle que estoy cambiando, no solo decírselo.

—Una decisión sensata —comentó Kento—. Pero no te tomes demasiado tiempo. Si dejas pasar la oportunidad, podrías arrepentirte.

Satoru miró a sus amigos y asintió, agradecido por su apoyo.

—Gracias a todos… En serio. No sé qué haría sin ustedes.

Utahime cruzó los brazos y sonrió levemente.

—Bueno, ya sabes que no te dejaríamos caer, Satoru. Pero esto es algo que solo tú puedes resolver.

Yuu le dio un pulgar arriba.

—Confío en ti, amigo. Puedes hacerlo.

Kento recogió su portafolio y se preparó para irse.

—Me avisas si necesitas algo más, Satoru. Pero recuerda: acciones, no palabras. Eso es lo que hará la diferencia.

—Lo recordaré —dijo Satoru con determinación.

Cuando sus amigos se despidieron y Utahime regresó a la cocina, Satoru se quedó solo en la sala. Cerró los ojos por un momento, respirando profundamente.

Era hora de enfrentar su verdad, cambiar y recuperar lo que más valoraba. Suguru.

Satoru dejó escapar un suspiro pesado, mientras sus pensamientos se agolpaban en su mente. Cada vez que pensaba en Suguru, el dolor de haberlo perdido le pesaba como una losa. Sabía que sus errores no se podían deshacer, pero también entendía que debía hacer algo más que solo prometer cambiar. Tenía que demostrarlo con hechos.

—Necesito arreglar esto, de alguna manera... —murmuró para sí mismo, levantándose del sofá. La decisión ya estaba tomada: hablaría con Suguru, pero no sería solo una conversación. No quería que fuera solo otra discusión vacía.

Su mente aún estaba llena de dudas, pero la presencia de sus amigos había dejado claro algo: era hora de enfrentar las consecuencias de sus actos, de ponerse en primer plano y ser honesto con Suguru. Y lo haría de la manera correcta, sin caer en viejas trampas de celos o inseguridades.

Se levantó y se dirigió hacia la puerta, decidido a salir, a buscar a Suguru. Necesitaba aclarar las cosas. Necesitaba demostrarle que podía ser diferente, que estaba dispuesto a cambiar por él.

Con una última mirada hacia el salón, Satoru salió de la casa, respirando profundamente como si, de alguna manera, ese aire fresco pudiera darle la fuerza que necesitaba. Mientras caminaba por las calles, su mente repasaba todo lo que le había dicho Kento: acciones, no palabras. Era la única forma en que podría redimir lo que había perdido.

Finalmente, llegó a la puerta de la casa de Suguru. Sus manos temblaban ligeramente, pero con determinación, tocó el timbre.

Después de unos momentos, la puerta se abrió y Suguru apareció, con su habitual calma. Pero esta vez, había algo en su mirada. Algo que Satoru no pudo identificar al principio, pero que supo que tendría que descifrar si quería llegar al fondo de todo.

—¿Qué quieres, Satoru? —preguntó Suguru, su voz firme, pero con una ligera tristeza que no pasó desapercibida.

Satoru tragó saliva, sus palabras se atascaban en su garganta. Pero finalmente, las encontró.

—Tengo algo que necesito decirte. No solo palabras, sino lo que estoy dispuesto a hacer para que entiendas que... que me importa.

Suguru lo observó en silencio, cruzando los brazos.

—¿Y qué es lo que quieres hacer exactamente? —preguntó, como si ya estuviera acostumbrado a escuchar promesas vacías.

Satoru dio un paso adelante, su mirada fija en Suguru.

—Demostrarte que he cambiado, que no soy el mismo de antes. —sus ojos brillaron con una intensidad que sorprendió a Suguru—. Te debo más de lo que puedo expresar con palabras, pero quiero mostrarte con mis acciones, que puedo ser el hombre que necesitas. El hombre que mereces.

Suguru lo miró fijamente por unos segundos, sopesando sus palabras. Finalmente, suspiró y apartó la vista, como si no estuviera listo para creerle aún.

—No sé si eso sea suficiente, Satoru... —dijo en un tono bajo, pero sin perder la firmeza—. A veces, las promesas se desvanecen tan rápido como se hacen.

Satoru sintió que el dolor lo invadía una vez más, pero no retrocedió.

—Lo sé... pero esta vez, no será así. Te lo juro.

Suguru cerró los ojos por un momento, y Satoru sintió que el tiempo se detenía. Finalmente, Suguru lo miró otra vez, pero esta vez su expresión era más suave.

—Vamos a ver si realmente lo puedes demostrar, Satoru. Solo así sabrás si hay alguna oportunidad.

Satoru asintió, sintiendo un peso menos en su pecho.

Era un comienzo, y eso era lo único que necesitaba.

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Suguru dejó pasar a Satoru para que se sentara a la mesa y juntos cenaran. La pizza que había pedido estaba caliente, humeante, con un olor delicioso que envolvía la habitación. Satoru, aún en silencio, tomó una porción y empezó a comer, mientras Suguru comenzaba con una ligera sonrisa en su rostro, pero pronto notó que la conversación seguía en el aire.

—¿Y qué hay con Mei Mei? —dijo Suguru mientras comía, mirando a Satoru.

Satoru se detuvo en seco y miró a Suguru, como si estuviera esperando el momento adecuado para hablar. Después de un momento, soltó una ligera risa nerviosa y, mirando hacia abajo, respondió:

—La bloqueé.

Suguru, sorprendido al principio, dejó caer la pizza sobre su plato, sus ojos fijos en Satoru. —¿En serio? ¿Por qué?

Satoru suspiró y se recostó un poco más en su silla. —La verdad... ya no quería seguir con las cosas así. No me sentía bien, y con todo lo que ha pasado entre nosotros... No quería seguir dándole falsas esperanzas.

Suguru lo observó en silencio por un rato, analizando las palabras de Satoru. Finalmente, sonrió con una mezcla de comprensión y cansancio.

—A veces tomar decisiones difíciles es lo mejor, aunque parezca que no lo sea. ¿Y qué vas a hacer ahora?

Satoru, un poco más relajado, le dio un pequeño sorbo a su bebida antes de responder, con un tono que mostraba algo de sinceridad.

—Quiero enfocarme en arreglar las cosas contigo, Suguru. Quiero que lo intentemos de nuevo. No voy a seguir con los errores del pasado.

Suguru se quedó en silencio, observando la pizza y luego levantando la mirada hacia Satoru. —Bueno... te daré un poco de tiempo. Pero, como dije antes, las palabras ya no significan tanto. Quiero ver acciones.

Satoru asintió con determinación. —Lo sé. Y lo haré, te lo prometo.

Mientras continuaban comiendo, la conversación se desvió hacia temas más ligeros, pero las palabras de Suguru seguían resonando en la mente de Satoru. Sabía que las cosas no serían fáciles, pero al menos esa noche sentía que había dado un paso hacia la dirección correcta.

Satoru, mientras pensaba en lo que había hecho y en lo que quería hacer, se dio cuenta de que, aunque no todo estaba resuelto, había algo que valía la pena seguir luchando. Por Suguru, por él, por lo que ambos podrían llegar a ser, si realmente intentaban superarlo todo.

Y aunque la noche terminaba en silencio, Satoru sabía que estaba en el camino para cambiar. O al menos eso esperaba.

Satoru terminó de lavar los platos, sintiendo cómo la casa volvía a ser un poco de su hogar. Aunque todo seguía en el aire, y las palabras no dichas entre él y Suguru aún pesaban sobre su pecho, se sentía mejor, como si por fin algo en su vida estuviera volviendo a la normalidad. El sonido del agua corriendo, la cocina limpia, y la presencia de Suguru a su lado le traían una sensación de confort que no había experimentado en mucho tiempo.

—Me voy a dormir, te espero en la cama —susurró Suguru con cansancio, mientras se levantaba de la mesa y caminaba hacia la habitación. Satoru asintió, apenas sonriendo, como si el gesto de Suguru le diera una pequeña chispa de esperanza.

Después de terminar con los platos, Satoru se dirigió al cuarto. Encontró a Suguru ya acostado, cubriéndose con la manta. Su cuerpo estaba relajado, casi inconsciente de todo lo que sucedía a su alrededor. Satoru, sin pensarlo demasiado, se cambió rápidamente y se metió en la cama a su lado.

Con cuidado, rodeó a Suguru con un brazo, abrazándolo de manera suave, temeroso de despertarlo. Sin embargo, para su sorpresa, el Omega respondió a su abrazo de inmediato, acomodándose más cerca de él. Satoru se sonrojó al sentir la calidez de su cuerpo pegado al suyo, el contacto tan cercano lo hizo sentir una mezcla de emociones que no sabía cómo manejar.

El aroma a lavanda, tan característico de Suguru, se desprendió de su cuello. Satoru cerró los ojos por un momento, inhalando profundamente. No podía evitarlo, lo extrañaba. Esa fragancia, ese calor, todo lo que alguna vez había sido suyo. Recordó el olor de roble y café, el de Toji, y un leve escalofrío recorrió su espalda, pero lo ignoró. El único aroma que realmente deseaba era el de Suguru.

El simple acto de abrazarlo, sentir su respiración profunda y tranquila, hizo que su pecho se aliviara. Aunque las cosas entre ellos no estaban resueltas, aunque todo seguía sin aclararse, había algo en la calma de esa noche que lo hacía sentir que, al menos por ahora, todo estaba bien. Que por un breve momento, podían ser ellos mismos otra vez.

Satoru, con una ligera sonrisa en los labios, se acercó un poco más a Suguru, besando suavemente su cuello, y murmuró en voz baja, más para él mismo que para Suguru:

—Te extrañé tanto…

Suguru, dormido, no respondió, pero Satoru sabía que ese gesto, aunque pequeño, significaba algo. Quizás no todo estaba perdido. Quizás todavía había algo que podría salvarse entre ellos. Y aunque no pudieran volver al pasado, al menos podían seguir adelante, juntos, aunque fuera por esa noche.

Satoru cerró los ojos, sintiendo el peso del sueño llegar poco a poco, mientras el aroma de Suguru lo envolvía, dándole la paz que tanto necesitaba. Y así, abrazado a él, se quedó dormido, sin saber lo que el futuro les depararía, pero con la esperanza de que, al menos por un momento, las cosas podrían estar bien.

El silencio en la habitación era acogedor, solo interrumpido por las suaves respiraciones de ambos. Satoru estaba completamente relajado, el calor de Suguru contra él era como un refugio. Por más que su mente tratara de dar vueltas sobre los problemas que aún quedaban sin resolver entre ellos, el simple hecho de estar tan cerca de él le traía una paz que no había sentido en mucho tiempo.

Suguru, aunque dormido, parecía más tranquilo. El peso de la distancia que había existido entre ellos durante semanas no estaba presente en ese momento. Satoru lo miró mientras se mantenía abrazado, observando cómo su rostro tranquilo parecía olvidar el sufrimiento reciente, tal vez también como él lo hacía.

“¿Por qué tuvimos que llegar tan lejos?”, pensó Satoru. Pero las preguntas que rondaban su mente fueron apagadas por el suave susurro de Suguru.

—Satoru… —murmuró el Omega en su sueño, sin despertar.

El sonido de su voz hizo que Satoru se tensara ligeramente, pero luego se relajó al darse cuenta de que no estaba molesto ni preocupado. Al contrario, su pecho se llenó de una pequeña chispa de esperanza al escuchar su nombre, como si Suguru, de alguna manera, aún lo buscara.

Satoru no pudo evitar acariciar suavemente su cabello, moviendo sus dedos entre los mechones oscuros y suaves. A pesar de todo, de las palabras no dichas, de la distancia, y de la incertidumbre sobre el futuro, en ese momento, Satoru quería creer que todo estaría bien.

El brillo tenue de la luna entraba por la ventana, iluminando su rostro y creando una atmósfera tranquila. Los dos estaban juntos, y aunque el futuro aún estaba incierto, ese momento era lo único que importaba. En la calma de la noche, Satoru volvió a cerrar los ojos, dejándose llevar por el sueño, aferrándose a la sensación de tener a Suguru a su lado.

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A la mañana siguiente, el sol ya comenzaba a asomarse a través de las cortinas, lanzando rayos cálidos por toda la habitación. Satoru despertó lentamente, el sonido suave de las aves afuera rompiendo el silencio. Notó que Suguru aún estaba dormido a su lado, y por un momento, solo se quedó mirándolo, observando cómo el Omega se acurrucaba más cerca de él.

Poco a poco, Satoru se levantó con cuidado, sin querer despertar a Suguru. Se estiró con calma, sintiendo que su cuerpo había descansado mucho mejor que en noches anteriores. Mientras caminaba hacia la cocina para preparar algo de desayuno, la paz que había sentido la noche anterior seguía en su pecho. Pero la realidad no tardó en regresar, y las dudas, que habían quedado escondidas bajo la superficie, empezaban a despertar de nuevo.

“¿Y ahora qué?”, pensó Satoru, mientras se concentraba en preparar el desayuno. “¿Cómo seguimos?”.

Aunque había sido una noche reconfortante, sabía que aún quedaba mucho por resolver. Las palabras que Suguru había dicho, y las de Mei Mei, se repetían en su mente, pero no podía dejar que eso lo consumiera.

"Dejemos que todo fluya", pensó Satoru. "No todo tiene que resolverse hoy."

Sin embargo, un sentimiento de incertidumbre se apoderó de él mientras veía el café calentándose en la cafetera. No era solo el dolor por lo que había sucedido en el pasado, sino la incertidumbre de lo que podría suceder a partir de ahora.

Satoru miró hacia el pasillo, donde Suguru seguía descansando. Pensó que, tal vez, lo más importante ahora era dar pequeños pasos. Quizás hoy sería el día para hablar.

Satoru terminó de preparar el desayuno en silencio, con la mente llena de pensamientos dispersos. A pesar de la calma de la mañana, su corazón no dejaba de latir con algo de ansiedad. Necesitaba hablar con Suguru, pero no sabía por dónde empezar. Las palabras parecían atorarse en su garganta cada vez que intentaba pensar en un inicio.

Con el café listo y algunos panes calentándose en el horno, Satoru fue a la habitación, donde Suguru aún seguía dormido, abrazado a las almohadas. Sus ojos se suavizaron al verlo, el estrés de los días pasados olvidado por un momento. Aproximadamente media hora después, el aroma del desayuno despertó a Suguru, quien se estiró con pereza antes de abrir los ojos.

—¿Ya estás despierto? —preguntó Satoru, su voz suave mientras entraba en la habitación.

Suguru, al escuchar la voz de Satoru, sonrió levemente, aunque todavía parecía algo agotado por la falta de sueño. Se incorporó lentamente, rascándose la cabeza y mirando alrededor, antes de encontrar los ojos de Satoru.

—Sí… huele a café —respondió, sonriendo un poco más abiertamente—. ¿Te preocupaste por prepararlo todo solo? No tenías que hacerlo…

—No fue nada —dijo Satoru con una sonrisa débil, pero sincera—. Quería que al menos tuviéramos un buen desayuno juntos, después de todo lo que ha pasado.

Suguru asintió, su mirada suave pero con una leve tristeza que no pasó desapercibida por Satoru. Sintió una necesidad urgente de hablar, de aclarar las cosas entre ellos, pero no quería que se sintiera presionado.

—Bueno, voy a ponerme algo para comer —dijo Suguru, levantándose de la cama y estirándose una vez más antes de caminar hacia la cocina.

Satoru lo observó en silencio, su mente agitada. Sabía que este momento era crucial, que tenía que hablar con Suguru de una vez por todas y sincerarse. No podía seguir con la incertidumbre en el aire, ni con las emociones sin resolver.

—¿Suguru? —llamó Satoru mientras lo observaba colocar los platos en la mesa.

El Omega se detuvo un momento, luego se giró hacia él, una mirada cautelosa en sus ojos.

—Sí, Satoru? —respondió con calma, esperando que él continuara.

Satoru dio un paso hacia él, sintiendo cómo el aire entre ellos se volvía pesado.

—¿Por qué no hablamos de todo esto? —dijo, su voz un poco temblorosa, aunque determinada—. Sé que hay mucho que no hemos dicho, cosas que necesitamos aclarar.

Suguru lo miró en silencio, como si estuviera evaluando sus palabras, pero no respondió de inmediato. En lugar de eso, caminó lentamente hacia Satoru y se apoyó en el borde de la mesa, con los ojos mirando al vacío.

—No sé qué quieres que diga, Satoru… —dijo finalmente, con una mirada que no mostraba enojo, pero sí algo de cansancio—. Ya te he dicho lo que siento. Ya sabes por qué estoy molesto.

Satoru suspiró, caminando hacia él y tomando suavemente sus manos.

—Te lastimé, lo sé. Y… eso me duele más que cualquier cosa. No hay excusa para lo que hice —dijo sinceramente, su voz rota—. Pero… Suguru, estoy aquí. Estoy dispuesto a arreglar esto, si tú también lo quieres.

El Omega lo miró fijamente, sus ojos vacíos al principio, como si estuviera analizando sus palabras. Luego, un pequeño suspiro escapó de sus labios, y cerró los ojos brevemente antes de mirar a Satoru.

—No sé si todo esto se puede arreglar, Satoru. No sé si todo lo que hemos vivido tiene solución. Pero sí sé que hay algo que no puedo negar: te quiero. Y aunque me haya alejado, siempre has sido importante para mí. —dijo con un tono más suave, la tristeza visible en su rostro.

Satoru sintió una ola de alivio, aunque también sabía que aún había muchas cosas que sanar.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó con voz baja, esperando una respuesta de Suguru, que parecía ser el inicio de algo importante.

Suguru lo miró por un momento antes de finalmente dar un paso hacia él.

—Creo que lo único que podemos hacer es empezar de nuevo… poco a poco. —respondió con un suspiro, una pequeña sonrisa asomando en sus labios.

Satoru asintió, sintiendo una mezcla de alivio y esperanza. Quizás no todo estaba perdido. Quizás, aún había una oportunidad para ellos.

Satoru sonrió, aunque la ansiedad aún rondaba en su pecho. Sentir que las cosas podían mejorar con Suguru era algo que nunca había dejado de desear, y aunque todo parecía roto, al menos ahora había una pequeña chispa de esperanza.

—Lo haremos juntos, ¿te parece? —preguntó Satoru con un tono suave pero firme, mientras tomaba una vez más las manos de Suguru, sin soltarle.

Suguru asintió, su mirada cálida, pero también un tanto insegura. El peso de todo lo sucedido todavía parecía pesar sobre él, pero la disposición de Satoru para arreglar las cosas le daba una razón para intentar.

—Eso suena bien, Satoru —respondió, suavemente.

Ambos se quedaron un momento en silencio, como si cada uno estuviera sumido en sus propios pensamientos. El bullicio de la cocina, el sonido del café goteando lentamente en la cafetera, les rodeaba mientras el mundo afuera seguía su curso. Pero aquí, en ese pequeño espacio, parecía que el tiempo se había detenido. Una pausa, un descanso para ambos.

Finalmente, Suguru rompió el silencio.

—No fue solo lo que hiciste, Satoru —comenzó, su voz ahora más tranquila—. Fue todo lo que no hiciste. Las veces que no estuviste allí cuando más te necesitaba. Las promesas que se rompieron. Eso… me dolió mucho.

Satoru apretó las manos de Suguru, como si pudiera transmitirle con ese gesto lo que sentía en su corazón.

—Lo sé. Y lo lamento profundamente. Pensé que estaba haciendo lo correcto, pero lo único que logré fue alejarte. Y no sé cómo hacer para que me perdones, pero estoy aquí, dispuesto a escuchar y a cambiar.

Suguru lo miró por un momento, observando la sinceridad en los ojos de Satoru. Era claro que no era solo un simple arrepentimiento; su compañero estaba dispuesto a enfrentarse a todo lo que implicaba sanar esa relación.

—No se trata solo de pedir perdón, Satoru. Es un proceso… un largo proceso. Y tú tienes que demostrarme que realmente vas a cambiar —dijo con calma, pero con firmeza.

Satoru asintió, tomando sus palabras con seriedad. Lo entendía. No era algo que se resolviera de inmediato. No podría ser solo una disculpa y un abrazo; debía demostrar que podía ser mejor, que podía ser el hombre que Suguru necesitaba.

—Lo haré. Cada día, lo haré —prometió, su voz llena de determinación.

Suguru sonrió levemente, un gesto que hizo que el corazón de Satoru se acelerara un poco.

—Eso espero, Satoru. Porque yo… —pausó por un momento, como si se estuviera preparando para decir algo importante—. Yo todavía te quiero. Y quiero que esto funcione. Pero si vamos a seguir adelante, tiene que ser de verdad.

Satoru sintió una ola de emociones mezcladas: alivio, gratitud, y una profunda sensación de amor hacia Suguru. A pesar de todo lo que había pasado, había una base sólida en su relación que no se había destruido por completo. Y, aunque el futuro no estaba claro, él sabía que estaban dispuestos a intentarlo.

—Lo prometo. Lo que necesites, lo que sea, lo haré —dijo con convicción, apretando las manos de Suguru una vez más.

Suguru asintió, su rostro relajándose un poco más.

—Entonces empecemos. Poco a poco, Satoru. Solo, no te apresures a hacer promesas que no puedas cumplir —advirtió, con una ligera sonrisa en sus labios.

Satoru asintió, agradecido por la oportunidad. Sabía que las palabras eran solo el principio, pero con ese primer paso, algo dentro de él había comenzado a sanar también. La relación entre ellos no iba a ser fácil, pero por primera vez en mucho tiempo, Satoru sentía que valía la pena luchar por ella.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la compañía mutua, sabiendo que, aunque no todo estaba arreglado, al menos tenían la oportunidad de volver a empezar.

---

Suguru se sintió algo bien. Pero hasta que recordó esos tiempos.. dónde el Omega buscaba atención del alfa.. y ese solamente lo ignoraba.

Apartó las manos de Satoru con un movimiento suave pero firme, como si todavía tuviera dudas sobre permitir que su exesposo entrara de nuevo en su vida.

—No es tan fácil, Satoru —dijo con una voz cansada, pero con un dejo de determinación que dejó a Satoru helado—. Esto no es algo que puedas arreglar solo diciendo que lo harás mejor.

El alfa sintió un nudo formarse en su garganta, pero mantuvo su mirada fija en Suguru.

—Sé que te hice daño, pero estoy dispuesto a demostrarte que he cambiado, Suguru. Por favor, dame una oportunidad.

Suguru soltó una risa amarga, que le dolió más a Satoru que cualquier otra cosa.

—¿Una oportunidad? —repitió, su tono cargado de incredulidad—. ¿Después de todo lo que pasó? ¿Después de años sintiéndome como si no fuera suficiente para ti?

Satoru quiso responder, pero Suguru levantó una mano, deteniéndolo.

—¿Sabes cuántas veces me quedé esperando que me miraras como algo más que una obligación? Que dejaras de poner tu trabajo, tus amistades, incluso tus caprichos, por encima de mí.

El alfa bajó la cabeza, sintiendo el peso de cada palabra de Suguru como un golpe directo.

—Sé que fallé, y lo admito. Pero quiero enmendarlo, no quiero perderte —insistió Satoru, su voz cargada de sinceridad.

Suguru lo miró fijamente, como si buscara algún indicio de que las palabras de Satoru fueran más que promesas vacías.

—No sé si puedo creer en ti, Satoru. No después de todo. No quiero volver a ser el único que pone de su parte mientras tú haces lo que te da la gana.

Satoru sintió que su corazón se rompía un poco más. Suguru estaba tan herido que parecía imposible acercarse a él.

—No espero que me perdones ahora, ni mañana. Solo te pido tiempo. Déjame demostrarte que puedo ser alguien mejor para ti, para nosotros.

Suguru suspiró, desviando la mirada hacia la ventana, como si no quisiera enfrentarse directamente al dolor en los ojos de Satoru.

—Tal vez puedas cambiar, pero eso no significa que yo quiera volver a intentarlo contigo, Satoru. Ya no soy el mismo que aguantaba todo con la esperanza de que un día fueras diferente.

La franqueza de esas palabras le dolió más de lo que Satoru estaba dispuesto a admitir, pero también entendió que esta vez no sería fácil.

—Lo entiendo —respondió, su voz apenas un susurro—. Solo quiero que sepas que no me rendiré, Suguru. Te demostraré que soy digno de ti.

Suguru no respondió de inmediato, y el silencio entre ellos se sintió como una barrera impenetrable. Finalmente, se levantó de su asiento y se dirigió hacia la sala.

—Haz lo que quieras, Satoru. Pero no esperes que yo me quede sentado esperando a que me convenzas.

El alfa observó cómo Suguru salía del comedor, sintiéndose derrotado pero, al mismo tiempo, más determinado que nunca. Sabía que no iba a ser fácil, pero también sabía que valía la pena luchar por él, incluso si el camino estaba lleno de rechazos y dudas.

Mientras recogía los platos de la cena, Satoru se prometió a sí mismo que no descansaría hasta recuperar el corazón de Suguru, aunque tuviera que enfrentarse a su propio pasado y arreglar todas las cosas que rompió en el proceso.

Satoru respiró hondo mientras veía a Suguru sentado en el sofá del salón, hojeando un libro con aparente tranquilidad. Durante días había intentado pensar en cómo acercarse a él sin arruinarlo, sin decir algo que hiciera más grande la brecha que ya existía entre ambos. Finalmente, reunió el valor para hablar.

—Suguru —dijo mientras se acercaba con cautela.

El Omega alzó la vista brevemente, lo suficiente para indicar que lo había escuchado, pero sin mucho interés.

—¿Qué pasa? —preguntó de forma escueta.

—Pensé que... tal vez podríamos salir mañana —dijo Satoru, intentando sonar despreocupado. Pero la tensión en su voz era evidente.

Suguru dejó el libro a un lado y lo miró directamente, arqueando una ceja.

—¿Salir?

—Sí, ya sabes... algo tranquilo. Hay un café que encontré, no es costoso, pero es bonito. Podríamos ir allí a tomar algo, hablar un poco... —Satoru bajó ligeramente la mirada, sintiéndose vulnerable al pedir algo tan simple, pero que significaba tanto para él.

Suguru lo observó en silencio durante unos segundos, como si estuviera evaluando la propuesta.

—¿Por qué ahora? —preguntó finalmente.

Satoru se mordió el labio, incómodo. Sabía que Suguru no se lo pondría fácil.

—Porque quiero arreglar las cosas contigo. Quiero que pasemos tiempo juntos, como antes.

El Omega soltó un suspiro, mirando hacia un lado.

—¿Y crees que salir a un café va a cambiar todo lo que pasó entre nosotros? —dijo con tono neutral, pero había un leve dejo de amargura en sus palabras.

—No... pero es un comienzo —respondió Satoru con honestidad.

Suguru lo miró fijamente, y por un momento Satoru pensó que iba a aceptar, pero luego el Omega negó con la cabeza lentamente.

—Lo siento, Satoru. Tengo planes mañana.

El Alfa sintió como si un balde de agua fría le cayera encima.

—¿Planes? —preguntó, intentando no sonar dolido, aunque su voz tembló ligeramente.

—Sí, planes —respondió Suguru, cruzándose de brazos y desviando la mirada, como si la conversación ya no le interesara.

Satoru tragó saliva.

—¿Es con Toji?

El nombre salió antes de que pudiera detenerse, y el cambio en la expresión de Suguru fue inmediato. Sus ojos brillaron con molestia mientras se inclinaba un poco hacia adelante, dejando claro que no le gustaba el rumbo que había tomado la conversación.

—¿Y si lo fuera? ¿Qué? —respondió con frialdad.

Satoru apretó los puños, pero se obligó a mantener la calma.

—Solo... quiero saber.

—Bueno, no es asunto tuyo —respondió Suguru con sequedad, levantándose del sofá.

El Alfa lo observó mientras se dirigía hacia la puerta, su corazón latiendo con fuerza.

—Suguru, por favor...

El Omega se detuvo, pero no se giró para mirarlo.

—Gracias por la invitación, Satoru. Pero ya no soy esa persona que salía contigo solo porque lo pedías. Si realmente quieres que esto funcione, vas a tener que esforzarte más que esto.

Y con esas palabras, Suguru salió de la habitación, dejando a Satoru solo, una vez más, con el peso de su fracaso aplastándole el pecho.

A pesar de todo, el Alfa no iba a rendirse. Sabía que recuperarlo no sería fácil, pero estaba decidido a demostrarle que realmente estaba dispuesto a cambiar. Aunque le tomara todo el tiempo del mundo.

Satoru se quedó en el salón, mirando hacia la puerta por donde Suguru había salido. Un silencio pesado llenaba la habitación, pero dentro de su mente, los pensamientos chocaban como una tormenta. ¿Por qué había mencionado a Toji? ¿Por qué siempre arruinaba las cosas cuando intentaba acercarse?

Se dejó caer en el sofá, llevándose las manos a la cara. Sentía el peso de su propia frustración, de las decisiones equivocadas que lo habían llevado a este punto. Sabía que Suguru tenía razón: no bastaba con una simple invitación para arreglar años de errores. Pero no podía evitar sentirse impotente al ver cómo el Omega se alejaba cada vez más de él.

"Tengo que hacer algo más... algo que realmente demuestre que estoy dispuesto a cambiar," pensó.

Mientras tanto, Suguru estaba en su habitación, recargado contra la puerta cerrada. Cerró los ojos, soltando un suspiro cansado. Por mucho que quisiera ignorarlo, la manera en que Satoru lo había mirado hacía unos momentos seguía rondando en su mente. Había visto algo diferente, algo genuino, pero la desconfianza y el resentimiento lo mantenían firme en su decisión de no ceder.

"No puedo permitir que vuelva a lastimarme," se dijo a sí mismo, aunque una parte de él no estaba tan segura de sus propias palabras.

Suguru se acercó a su cama y tomó su teléfono. Tenía un mensaje de Toji, quien le había confirmado que pasarían tiempo juntos al día siguiente. No era una cita romántica, al menos no desde la perspectiva de Suguru, pero sabía que el Alfa disfrutaba de su compañía. Aún así, no podía evitar preguntarse si estaba haciendo lo correcto al pasar tanto tiempo con él.

"No estoy usando a Toji," pensó, intentando convencerse. "Solo estoy buscando algo de paz."

Al día siguiente

Satoru decidió no quedarse de brazos cruzados. Aunque Suguru había rechazado su invitación, eso no significaba que fuera a rendirse. Pasó horas buscando un lugar especial, algo diferente, que pudiera captar la atención del Omega. Cuando finalmente lo encontró, sintió que había dado un pequeño paso en la dirección correcta.

Por la tarde, vio a Suguru preparándose para salir. Su corazón se aceleró, pero trató de mantener la calma mientras lo observaba desde el marco de la puerta.

—¿Vas a salir? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

—Sí, ¿por qué? —respondió Suguru, sin mirarlo.

Satoru respiró hondo antes de hablar.

—Quiero pedirte algo, y espero que lo consideres.

Finalmente, Suguru lo miró, arqueando una ceja.

—¿Qué cosa?

—Dame una oportunidad. Una sola. Quiero llevarte a un lugar especial, solo nosotros dos. No tiene que ser hoy, pero... dime un día y una hora. Prometo que valdrá la pena.

Suguru frunció el ceño, claramente desconfiado.

—Satoru, no sé qué intentas, pero...

—No estoy intentando nada, solo quiero hacer las cosas bien por una vez.

El silencio se instaló entre ellos por un momento. Suguru parecía debatirse internamente, pero finalmente negó con la cabeza.

—Hablaremos después, Satoru. No ahora.

Y con eso, salió de la casa, dejando al Alfa nuevamente con las palabras atascadas en la garganta.

Satoru apretó los dientes, pero esta vez no se dejó hundir por el rechazo. “No importa cuánto me rechaces, Suguru. Voy a demostrarte que puedo ser el Alfa que mereces.”

Mientras tanto, con Suguru

Suguru llegó al lugar donde había quedado con Toji. El Alfa ya estaba ahí, esperándolo con una sonrisa relajada que, por un momento, lo hizo sentir más ligero.

—Llegaste justo a tiempo —dijo Toji, levantándose para saludarlo.

—¿Qué pensaste? ¿Que te iba a dejar plantado? —bromeó Suguru, tratando de aliviar la tensión interna que sentía.

Pasaron las siguientes horas conversando, riendo y compartiendo anécdotas. Toji era alguien sencillo, pero eso era justo lo que Suguru necesitaba en ese momento: alguien que no le complicara la vida, que lo hiciera sentir valorado sin expectativas ni presiones.

Sin embargo, a pesar de lo bien que se sentía en compañía del Alfa, no podía evitar que una parte de su mente volviera a Satoru. A las palabras que le había dicho antes de salir. “Dame una oportunidad…”

Suguru negó con la cabeza, intentando borrar esos pensamientos. No quería caer nuevamente en esa trampa. Pero, ¿sería realmente una trampa esta vez?

La noche continuó, pero las preguntas seguían rondando su mente, dejándolo dividido entre lo que había perdido y lo que tal vez aún podía recuperar.

...

Suguru y Toji salieron juntos después de que el Alfa insistiera en que tenían que "despejarse un poco". Suguru no estaba del todo convencido, pero aceptó, pensando que una salida casual no le haría daño. Mientras caminaban hacia el destino que Toji tenía planeado, el Omega no pudo evitar mirarlo de reojo. Siempre le sorprendía lo relajado y seguro que parecía, como si nada en el mundo pudiera afectarlo.

—¿A dónde me estás llevando, Fushiguro? —preguntó Suguru, ligeramente intrigado cuando vio que se dirigían hacia una zona más animada de la ciudad.

—Es una sorpresa, pero te prometo que lo disfrutarás —respondió Toji con una sonrisa despreocupada.

Después de unos minutos más de caminata, llegaron frente a un elegante bar que destacaba por sus luces cálidas y una música suave que se podía escuchar desde afuera. Suguru arqueó una ceja, algo desconfiado.

—¿Un bar? —preguntó, cruzándose de brazos.

—No cualquier bar —aclaró Toji mientras abría la puerta y lo guiaba hacia adentro.

El interior era acogedor pero sofisticado. Había un pequeño escenario para presentaciones en vivo y una pista de baile en el centro, donde varias parejas se movían al ritmo de un tango apasionado. Suguru miró a su alrededor, algo impresionado, pero trató de no demostrarlo demasiado.

—No está mal —admitió, girándose hacia Toji.

—Me alegra que lo apruebes. Pero la verdadera sorpresa aún no llega —dijo Toji con una sonrisa misteriosa.

Antes de que Suguru pudiera preguntar a qué se refería, Toji sacó una bolsa de papel elegante que había estado ocultando todo el tiempo. La extendió hacia Suguru, quien lo miró con escepticismo antes de tomarla.

—¿Qué es esto?

—Ábrelo y verás.

Suguru sacó el contenido de la bolsa y quedó sorprendido al descubrir un vestido rojo con volantes negros, claramente diseñado para destacar. La tela era suave y de alta calidad, y el corte era perfecto para resaltar la figura de quien lo usara.

—Toji… ¿Qué es esto? —preguntó, algo incrédulo.

—Un regalo. Vamos a bailar, y quiero que luzcas espectacular.

—Es precioso, pero… ¿cuánto te costó? —preguntó Suguru, frunciendo el ceño.

Toji soltó una risa baja, acercándose un poco más.

—Digamos que tengo mis contactos. No te preocupes por eso.

—¿Cómo lo conseguiste? —insistió Suguru, sorprendido de que alguien como Toji pudiera obtener algo tan sofisticado.

En lugar de responder, Toji simplemente se inclinó y lo besó, atrapándolo desprevenido. El Omega abrió los ojos con sorpresa antes de apartarse ligeramente, su rostro sonrojado.

—Toji…

—No pienses tanto, solo vamos a bailar —respondió Toji, tomando su mano y guiándolo hacia un vestidor cercano para que pudiera cambiarse.

Momentos después

Cuando Suguru salió, vestido con el elegante atuendo, todo el bar pareció detenerse por un momento. Los volantes negros se movían con cada paso, y el rojo intenso resaltaba su piel pálida y sus rasgos delicados. Toji lo miró con una sonrisa aprobatoria, extendiendo una mano hacia él.

—Sabía que te verías increíble —dijo, sin poder ocultar el orgullo en su voz.

—Eres demasiado confiado —respondió Suguru, aunque no pudo evitar sonreír ligeramente mientras tomaba la mano del Alfa.

La música cambió a un tango clásico, intenso y lleno de pasión. Toji tomó a Suguru por la cintura, atrayéndolo hacia él con seguridad.

—¿Sabes bailar tango? —preguntó Suguru, mirándolo con algo de duda.

—Digamos que me defiendo. Déjame sorprenderte.

Con eso, comenzaron a moverse al ritmo de la música. Toji lideraba con confianza, guiando a Suguru con movimientos fluidos y precisos. El Omega, aunque inicialmente dudoso, se dejó llevar, impresionado por la habilidad de Toji y la conexión que parecía surgir entre ellos mientras bailaban.

Los giros y pasos marcados captaron la atención de todos en el bar, quienes se apartaron para darles espacio y admirar su presentación improvisada. El vestido de Suguru se movía con elegancia, complementando cada movimiento.

Cuando la música llegó a su clímax, Toji giró a Suguru y lo inclinó hacia atrás, sosteniéndolo con firmeza mientras sus rostros quedaban peligrosamente cerca. Suguru jadeó ligeramente, sus ojos encontrándose con los de Toji, llenos de esa confianza desenfadada que lo desarmaba.

—¿Ves? Te dije que sería divertido —murmuró Toji, su voz baja y cercana, haciendo que Suguru sintiera un escalofrío recorrer su espalda.

Suguru, intentando recuperar la compostura, se enderezó con la ayuda de Toji.

—Eres un presumido —dijo, aunque una pequeña sonrisa curvó sus labios.

—Y tú estás disfrutando más de lo que quieres admitir.

Antes de que Suguru pudiera responder, Toji lo tomó de la mano y lo guió fuera de la pista.

—Vamos por una bebida. Nos la merecemos después de esto.

Suguru asintió, su corazón todavía latiendo con fuerza. Por un momento, todo lo demás parecía haberse desvanecido, dejando solo la intensidad de la música, el baile y la presencia de Toji. Pero mientras se sentaban en la barra, una pequeña voz en el fondo de su mente le recordó que esto no era más que una distracción temporal.

Suguru se acomodó en el taburete de la barra, observando su copa mientras Toji pedía dos bebidas más. La música del bar comenzó a cambiar, adoptando un ritmo más lento y sensual, llenando el lugar con una atmósfera cargada de intimidad. Suguru levantó la mirada hacia la pista de baile, notando cómo algunas parejas empezaban a moverse al compás de la música, sus movimientos llenos de pasión y sincronía.

Toji dejó su copa en la barra y se giró hacia Suguru con una sonrisa confiada.

—Es nuestra oportunidad. ¿Me darías el honor de bailar? —preguntó, extendiendo una mano hacia él.

Suguru lo miró con escepticismo, pero algo en la manera relajada de Toji y en la música que los rodeaba lo hizo dudar. Sabía que era peligroso dejarse llevar, pero en ese momento, algo dentro de él quería dejar de pensar. Suspiró y tomó la mano que le ofrecían.

—Solo una canción —dijo con firmeza, aunque no estaba seguro de a quién intentaba convencer, si a Toji o a sí mismo.

Toji sonrió ampliamente, como si ya hubiera ganado. Lo guió hacia la pista de baile, y pronto ambos estaban rodeados por otras parejas que se movían al ritmo del tango que ahora llenaba el aire. Suguru se dejó llevar, intentando no pensar en cómo todos parecían observarlos.

Toji lo tomó con una seguridad que lo desarmó. Su mano en la cintura de Suguru era firme, mientras que con la otra guiaba sus movimientos con una precisión que parecía natural. Suguru se dejó llevar poco a poco, moviéndose al compás de la música, dejando que el Alfa liderara con elegancia y confianza.

El contacto entre ellos era electrizante, y aunque Suguru intentaba mantener la distancia emocional, era imposible ignorar la intensidad en los ojos de Toji. Cada giro, cada movimiento, parecía estar calculado para acercarlos un poco más. Para el final de la canción, Suguru estaba sin aliento, con el corazón latiendo rápidamente, pero no sabía si era por el baile o por la manera en que Toji lo miraba.

—Eres un excelente bailarín, ¿lo sabías? —murmuró Toji, inclinándose lo suficiente como para que sus palabras fueran solo para él.

Suguru sintió cómo sus mejillas se calentaban y desvió la mirada, alejándose ligeramente.

—No es para tanto. Solo seguí tu ritmo —respondió, intentando sonar indiferente.

Toji soltó una risa suave, pero no insistió. En cambio, lo guió de regreso a la barra, donde esperaban sus bebidas.

—¿Te divertiste? —preguntó Toji mientras tomaba un sorbo de su copa, mirándolo con curiosidad.

Suguru se encogió de hombros, aunque una pequeña sonrisa traicionó su intento de parecer indiferente.

—Supongo que no estuvo tan mal —admitió, tomando su copa para esconder su expresión.

Toji lo miró en silencio por un momento, como si estuviera evaluando algo, antes de acercarse un poco más.

—Suguru, no sé qué tanto estés dispuesto a dejarme entrar, pero esta noche ha sido una de las mejores que he tenido en mucho tiempo.

Las palabras de Toji lo tomaron por sorpresa, y por un momento, Suguru no supo cómo responder. Había algo en la sinceridad de Toji que hacía que todo fuera más complicado de lo que debería. Pero antes de que pudiera decir algo, Toji se levantó de su asiento y extendió una mano nuevamente.

—¿Otra ronda en la pista o prefieres quedarte aquí?

Suguru miró la mano extendida y luego al Alfa. Finalmente, negó con la cabeza, dejando escapar una risa suave.

—Te tomas esto muy en serio, ¿verdad?

Toji sonrió de manera despreocupada.

—Cuando se trata de ti, sí.

Suguru rodó los ojos, pero no pudo evitar tomar la mano que le ofrecía.

—Está bien, una más. Pero solo porque no quiero que te quedes con esa sonrisa de victoria.

Toji rió y lo guió de nuevo a la pista, mientras la música cambiaba nuevamente, marcando el inicio de otra canción que prometía ser tan intensa como la anterior.

La música cambió a un ritmo aún más apasionado, y Toji aprovechó el momento para hacer algo inesperado. Mientras giraban en la pista, tomó una rosa de un jarrón cercano y, con un movimiento fluido, se la puso entre los dientes, mirándolo con una mezcla de desafío y diversión.

—¿Qué haces? —preguntó Suguru, entre una risa nerviosa y un suspiro exasperado, aunque no podía ocultar la leve sonrisa que se formaba en sus labios.

—Cortejándote, por supuesto —respondió Toji, su voz ligeramente apagada por la rosa, pero con una seguridad tan natural que dejó a Suguru sin palabras.

El Alfa empezó a moverse con más intensidad, guiándolo con movimientos precisos y firmes. Suguru, aunque inicialmente desconcertado, decidió seguirle el ritmo, dejándose llevar por la energía y la confianza de Toji. Los pasos se volvían cada vez más complejos, los giros más atrevidos, hasta que Toji, en un movimiento dramático, tiró la rosa al suelo y lo inclinó hacia atrás casi hasta rozar el suelo.

Antes de que Suguru pudiera reaccionar, Toji se inclinó y lo besó. Fue un beso lleno de intensidad, pasión y algo que parecía un desafío. Suguru se quedó inmóvil por un segundo, sorprendido, pero pronto dejó de importarle quién estaba mirando. Con un movimiento decidido, enredó una pierna alrededor de Toji, acercándolo más, y le correspondió con la misma intensidad.

El mundo pareció detenerse por un momento. Los aplausos y gritos del público que los rodeaba quedaron como un eco distante mientras ambos se perdían en el momento, moviéndose al compás del último acorde de la canción.

Cuando la música terminó, Toji se separó, ambos respirando con dificultad y las mejillas rojas. Suguru, todavía envuelto en los brazos del Alfa, miró a su alrededor al escuchar el estruendoso aplauso de la multitud que había presenciado su improvisada pero espectacular presentación.

Toji sonrió, satisfecho, y susurró cerca de su oído:

—Creo que hemos robado el show.

Suguru, aún sintiendo su corazón acelerado, intentó recuperar su compostura mientras se enderezaba y bajaba su pierna, aunque una sonrisa pequeña pero genuina se formó en sus labios.

—Eres un idiota... pero admito que estuvo bien.

Toji rió con suavidad y tomó la mano de Suguru para guiarlo fuera de la pista de baile, mientras los aplausos seguían resonando en el bar.

Después de haberse separado de ese apasionado beso, Toji notó cómo Suguru empezaba a tambalearse un poco más de lo habitual. El Omega estaba fuera de sí, con las mejillas encendidas y el cuerpo prácticamente temblando bajo los efectos de las feromonas que ambos habían liberado en su momento de intensidad.

—Vamos, te sacaré de aquí —dijo Toji con voz firme pero amable, rodeando con un brazo la cintura de Suguru para guiarlo fuera del bar.

Sin embargo, apenas llegaron a un callejón cercano, Suguru, con una fuerza sorprendente para su estado, empujó a Toji contra la pared. Toji quedó atónito, sus ojos verdes fijándose en el rostro enrojecido de Suguru.

El Omega lo miraba jadeante, sus labios entreabiertos mientras su pecho subía y bajaba rápidamente. Antes de que Toji pudiera reaccionar, Suguru se puso de puntillas y lo besó.

El Alfa quedó paralizado por un segundo, sorprendido por la iniciativa de Suguru, pero pronto cerró los ojos, dejándose llevar por el contacto. Sentía los latidos acelerados de su propio corazón cuando sus lenguas se encontraron, explorándose con un deseo que parecía no tener fin.

Suguru liberó más feromonas, y Toji no pudo evitar inhalar profundamente ese dulce aroma a lavanda. Era embriagador, como si su cuerpo y su mente se sumergieran en un océano cálido. Sin pensarlo dos veces, Toji rodeó la cintura de Suguru con ambas manos, levantándolo con facilidad y presionándolo contra la pared. El Omega se aferró a su cuello, envolviendo sus piernas alrededor de él, disfrutando del contacto mientras liberaba un suave gemido que hizo que Toji sintiera su propio instinto Alfa intensificarse.

—Suguru... —jadeó Toji, separándose un poco al sentir cómo su propio autocontrol comenzaba a tambalearse.

El Omega, sin embargo, estaba completamente perdido en sus emociones y en la intoxicación de las feromonas. Se inclinó hacia el cuello de Toji, dejando pequeños besos y susurrando con voz cargada de deseo:

—Por favor, Toji... hazme tu Omega... te necesito.

Toji sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar esas palabras. Su cuerpo reaccionaba instintivamente, pero su mente permanecía alerta. Sabía que algo no estaba bien. Miró con detenimiento a Suguru y tocó su frente. Estaba ardiendo.

—Suguru... estás en celo —murmuró con una mezcla de sorpresa y preocupación.

Suguru gimió en respuesta, enterrando su rostro en el cuello del Alfa.

—Mierda... ¡Toji! Por favor... ¡te necesito ahora! —suplicó con desesperación, mientras su cuerpo temblaba.

Toji apretó la mandíbula, luchando contra su propio instinto. No podía aprovecharse de él en ese estado, no cuando el Omega no estaba en plenas facultades.

—Tranquilo, cariño. Ahora no es el momento. Déjame ayudarte primero —susurró, intentando calmarlo mientras desplegaba sus propias feromonas para contrarrestar el estado de Suguru.

Con Suguru todavía en sus brazos, Toji sacó algo de dinero de su billetera y se dirigió rápidamente a la farmacia más cercana. La dependienta quedó completamente desconcertada al ver a un hombre como Toji cargando a un Omega en pleno celo, pero él no prestó atención a las miradas.

—Necesito supresores, rápido —dijo con voz grave pero tranquila.

La mujer asintió rápidamente y le entregó lo necesario. Toji pagó sin pestañear y salió con Suguru, encontrando un lugar apartado donde pudiera administrarle la inyección con cuidado.

—Esto te ayudará, aguanta un poco —dijo mientras sujetaba a Suguru, inyectándole el supresor con suavidad.

El Omega soltó un suave gemido, y poco a poco, su respiración comenzó a estabilizarse. Toji no se separó de él en ningún momento, manteniéndolo cerca y cubriéndolo con sus feromonas para calmarlo.

—Gracias... Toji —susurró Suguru finalmente, ya más tranquilo aunque visiblemente agotado.

—Siempre voy a cuidarte, Suguru —respondió Toji con una sonrisa suave, acomodándolo mejor en sus brazos.

Suguru apoyó su cabeza en el hombro de Toji, sintiendo una tranquilidad que no había experimentado en mucho tiempo. Aunque su cuerpo seguía débil y mareado, no podía evitar sentirse seguro en los brazos del Alfa que no había dudado en protegerlo, incluso de si mismo

Toji acomodó a Suguru en su automóvil después de asegurarse de que el Omega estuviera lo suficientemente estable para moverse. Mientras conducía hacia su departamento, el silencio los envolvía, pero no era incómodo. Suguru estaba recostado en el asiento del copiloto, con los ojos entrecerrados y una expresión tranquila, aunque su respiración aún era algo pesada.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Toji, lanzándole una mirada rápida pero preocupada.

Suguru asintió débilmente, pero luego dejó escapar una risa suave.

—No me imaginé que terminarías cuidándome así... —murmuró, ladeando la cabeza para mirarlo.

Toji arqueó una ceja y sonrió de lado.

—Bueno, alguien tiene que hacerlo. Además, no iba a dejarte en ese estado en medio de un bar. No soy un bastardo, ¿sabes?

Suguru sonrió y cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo el cansancio empezaba a apoderarse de él. Había sido una noche intensa, llena de emociones y, aunque en algún punto se había sentido completamente fuera de control, ahora estaba agradecido por la calma que Toji le ofrecía.

—Gracias, Toji... —murmuró, casi inaudible.

Toji solo asintió, sin decir nada más. No necesitaba respuestas ni palabras adicionales; su prioridad era asegurarse de que Suguru estuviera bien.

Cuando llegaron al departamento de Toji, este lo cargó con cuidado hasta el sofá, dejando que el Omega se acomodara mientras buscaba algo de agua y una manta para cubrirlo.

—No tenías que cargarme... puedo caminar, ¿sabes? —protestó Suguru débilmente, aunque su tono tenía un dejo de diversión.

Toji se encogió de hombros, entregándole el vaso de agua y acomodando la manta sobre sus hombros.

—Quizás, pero no quise arriesgarme. Además, admito que me gusta tener una excusa para llevarte en brazos —bromeó, guiñándole un ojo.

Suguru negó con la cabeza, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa cruzara su rostro.

—Eres imposible... —murmuró, tomando un sorbo de agua.

Toji se sentó en una silla frente a él, cruzando los brazos mientras lo observaba.

—¿Cómo te sientes ahora? ¿El supresor está funcionando? —preguntó con seriedad.

Suguru asintió.

—Sí, ya me siento más estable... aunque estoy agotado. Ha sido una noche larga —admitió, dejando el vaso vacío sobre la mesa.

Toji lo miró por un momento, estudiando sus expresiones, antes de levantarse y extenderle una mano.

—Ven, necesitas descansar bien. Puedes quedarte en mi cama esta noche.

Suguru lo miró con cierta sorpresa, pero tomó su mano después de unos segundos.

—Gracias... pero, ¿y tú? —preguntó mientras se levantaba, aún un poco tambaleante.

—Puedo dormir en el sofá. No te preocupes por mí. Ahora, vamos, no quiero que te desmayes aquí de cansancio —respondió Toji, guiándolo hacia su habitación.

Al llegar, Toji le ofreció ropa cómoda para dormir y lo dejó solo para cambiarse. Cuando regresó al salón, se acomodó en el sofá, dejando que el cansancio del día lo alcanzara.

Mientras tanto, Suguru se recostó en la cama, abrazando la almohada. Su mente aún daba vueltas, recordando todo lo que había sucedido esa noche. Aunque estaba exhausto, no podía evitar sonreír levemente al pensar en cómo Toji había estado ahí para él, sin dudar ni un segundo en cuidarlo.

Quizás, después de todo, permitir que alguien se preocupara por él no era tan malo.

Suguru estaba acostado en la cama, mirando al techo con los ojos ligeramente enrojecidos. Aunque el supresor había funcionado para controlar su celo, su cuerpo seguía sintiéndose extraño, y su mente estaba llena de emociones revueltas. El cansancio físico no se comparaba con la marea emocional que lo golpeaba. De repente, sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas sin una razón aparente.

Un sollozo suave escapó de sus labios, y Suguru se llevó una mano a la boca para intentar contenerlo, pero las lágrimas ya empezaban a rodar por sus mejillas. Se giró en la cama, abrazando la almohada, intentando calmarse, pero los sollozos solo se intensificaron.

Desde el salón, Toji se movió incómodo en el sofá. Aunque estaba a punto de caer profundamente dormido, algo lo sacó de su estado de somnolencia. Sus sentidos alfa captaron el sonido amortiguado de los sollozos de Suguru, lo que lo hizo levantarse de inmediato.

Caminó rápidamente hacia la habitación, abriendo la puerta con cuidado. La luz tenue del cuarto iluminó la figura de Suguru, quien estaba acurrucado, con las lágrimas todavía resbalando por su rostro.

—Suguru… —dijo Toji con suavidad, acercándose al borde de la cama.

El Omega levantó la mirada, sorprendido de verlo allí. Intentó limpiarse las lágrimas rápidamente, pero Toji ya había notado su estado.

—¿Qué pasa? ¿Te sientes mal? —preguntó Toji, inclinándose hacia él con evidente preocupación.

Suguru negó con la cabeza, aunque su voz temblaba.

—No... no es eso. Solo... no sé por qué estoy así. Creo que mi cuerpo sigue sensible después de... ya sabes. —Se encogió de hombros, intentando quitarle importancia, pero su voz se quebró en la última palabra.

Toji suspiró y se sentó en el borde de la cama.

—Es normal. Tu cuerpo pasó por mucho hoy, y las emociones siempre están más intensas después de algo así. No tienes que disculparte por cómo te sientes —dijo, colocando una mano reconfortante en el hombro de Suguru.

El Omega lo miró por un momento, sus ojos todavía llenos de lágrimas.

—¿Te quedarías conmigo? —preguntó en un susurro casi inaudible.

Toji lo miró sorprendido, pero su expresión se suavizó al instante.

—Claro que sí —respondió con una sonrisa.

Sin dudarlo, Toji se quitó los zapatos y se acomodó en la cama junto a Suguru. Al principio, mantuvo un poco de distancia, pero el Omega rápidamente lo abrazó, acercándose a él como si buscara consuelo. Sus piernas se entrelazaron de manera instintiva, y Suguru apoyó la cabeza en el pecho de Toji, escuchando los latidos calmados de su corazón.

Toji lo rodeó con sus brazos, acariciando suavemente su espalda.

—Así está mejor, ¿verdad? —murmuró Toji, dejando un beso ligero en la cabeza de Suguru.

Suguru asintió, cerrando los ojos mientras se acomodaba aún más cerca.

—Gracias, Toji... por todo —susurró, su voz algo adormilada.

El Alfa sonrió, sintiendo cómo el cuerpo de Suguru finalmente se relajaba entre sus brazos.

—Siempre estaré aquí para ti, Suguru. Siempre —dijo Toji en voz baja, dejando que el sueño los envolviera a ambos en una calma absoluta.

El sol de la mañana entraba por las ventanas cuando Toji se levantó, sintiendo un ligero cansancio. Estiró los brazos y percibió un aroma delicioso que lo hizo seguir el rastro hasta la cocina. Ahí estaba Suguru, vistiendo una camiseta ligeramente holgada mientras cocinaba con tranquilidad.

—Buenos días —dijo Suguru con una sonrisa suave al notar la presencia de Toji.

—Buenos días —respondió Toji, rascándose la nuca y acercándose a la mesa.

Suguru sirvió un plato frente a él. —No había tantas cosas en el refrigerador, así que tuve que improvisar. Espero que te guste.

Toji se sentó y observó el plato. —Vaya, por fin voy a comer algo que no me mate. La cocina nunca ha sido lo mío —bromeó, arrancando una risa ligera de Suguru.

—No te preocupes, cocinar es un don con el que se nace, supongo —replicó el Omega con modestia mientras también se sentaba.

Durante el desayuno, la conversación fluía de forma natural, con risas y comentarios ocasionales que aligeraban el ambiente. Ambos disfrutaron de la comida y la compañía. Sin embargo, cuando terminaron, Suguru miró su reloj y suspiró.

—Bueno, ya tengo que irme —dijo, levantándose y empezando a recoger los platos.

Toji lo miró con algo de tristeza, pero rápidamente sonrió. —Está bien. Pero no será la última vez que nos veamos.

Suguru asintió, dejando los platos en el fregadero y girándose hacia él.

—Lo prometes, ¿verdad? —preguntó con una leve sonrisa melancólica.

—Claro que sí. Te buscaré pronto —respondió Toji, levantándose para despedirse.

El Omega tomó sus cosas y salió, subiendo a su auto. Mientras conducía hacia su casa, sus pensamientos estaban llenos de la noche y la mañana que había compartido con Toji. No podía evitar sentir algo de calidez en su pecho, aunque la realidad pronto lo golpeó al llegar a su hogar.

Cuando abrió la puerta, se encontró con una escena inesperada. Satoru estaba sentado en el suelo, con los ojos rojos e hinchados por haber llorado toda la noche. El ambiente estaba cargado con las feromonas tensas del Alfa, un aroma abrumador y sofocante que hizo que Suguru se tapara la nariz con una mueca de asco.

Satoru alzó la vista al escucharlo entrar y, sin pensarlo dos veces, corrió hacia él para abrazarlo.

—¡Suguru! —exclamó, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello.

El Omega permaneció inmóvil, su expresión era distante y fría.

—Gojo, suéltame —dijo con firmeza, pero Satoru no lo hizo.

Fue entonces cuando Satoru frunció el ceño, notando algo diferente. Un olor familiar pero ajeno. Era el olor de Toji mezclado con el de Suguru, y eso lo alertó de inmediato.

—¿Con quién estuviste? —preguntó con una voz cargada de celos y enojo, apartándose apenas para mirarlo a los ojos.

Suguru soltó un suspiro pesado, harto de la actitud de Satoru.

—No vengas a causarme problemas innecesarios, Gojo. Yo puedo estar con quien quiera —replicó con dureza, cruzándose de brazos.

Las palabras de Suguru fueron un golpe directo al corazón de Satoru. Su expresión pasó de la rabia al dolor en cuestión de segundos.

—Yo… Yo sólo quiero arreglar las cosas contigo… No puedo perderte, Suguru —dijo, su voz temblando mientras sus ojos volvían a llenarse de lágrimas.

—Arreglar las cosas no es tan simple, Satoru. Tú tuviste tu oportunidad, y la desperdiciaste. Ahora, por favor, no interfieras en mi vida —respondió Suguru con frialdad, dándole la espalda para alejarse de él.

Satoru se quedó ahí, derrotado, mientras el Omega desaparecía por el pasillo. El aroma de lavanda mezclado con el de roble seguía impregnando el aire, recordándole que Suguru estaba comenzando a alejarse de él, quizás para siempre.

Suguru apenas había llegado a su habitación cuando sintió un calor abrumador recorrer su cuerpo. Su respiración se tornó entrecortada, y sus piernas, temblorosas, colapsaron bajo su peso, dejándolo de rodillas en el suelo.

—No... ¿Cómo es posible...? —murmuró, llevando una mano temblorosa a su cuello mientras el aroma de sus propias feromonas comenzaba a invadir la habitación. El supresor que Toji le había puesto parecía haber perdido su efecto mucho antes de lo esperado.

Suguru, con la poca lucidez que le quedaba, se levantó tambaleándose y cerró con llave la puerta de la habitación. No podía dejar que Satoru lo viera en ese estado. Su orgullo y su dolor no se lo permitirían.

Mientras tanto, Satoru seguía sentado en la sala, su mente aún atrapada en la discusión que había tenido con Suguru minutos antes. Sin embargo, algo lo inquietó. Un aroma familiar comenzó a filtrarse desde el pasillo, uno que no había sentido en mucho tiempo: las feromonas de Suguru. Pero esta vez eran distintas, más intensas, más irresistibles.

Frunciendo el ceño, Satoru se levantó y caminó hacia la habitación de Suguru. El olor se hacía más fuerte con cada paso que daba, acelerando su corazón y despertando instintos que había intentado reprimir durante tanto tiempo.

Cuando llegó a la puerta, notó que estaba cerrada con llave.

—Suguru... ¿Estás bien? —preguntó, golpeando suavemente la madera. No obtuvo respuesta, solo un leve jadeo ahogado que provenía del otro lado.

Alarmado, Satoru insistió. —¡Suguru! ¡Ábreme la puerta!

Dentro de la habitación, Suguru estaba arrodillado en el suelo, tratando de controlar su respiración. El calor era insoportable, y su cuerpo parecía actuar por sí solo, incapaz de ignorar las feromonas que llenaban el aire.

—No... no puedes verme así... —susurró con voz aguda y temblorosa.

Pero Satoru no estaba dispuesto a rendirse. Con un movimiento decidido, usó su fuerza para abrir la puerta de un golpe, entrando sin permiso.

—¡Suguru! ¿Qué...? —La imagen frente a él lo dejó sin aliento.

El Omega estaba en el suelo, su rostro sonrojado, su cuerpo cubierto de un sudor brillante, y sus feromonas eran tan fuertes que Satoru tuvo que tomar un momento para controlar su propio instinto Alfa.

—S-Sal de aquí... —murmuró Suguru con la poca fuerza que le quedaba, intentando apartarse.

Pero Satoru no podía moverse. Ver a Suguru así, tan vulnerable, tan necesitado, despertó algo profundo en él. Su corazón latía con fuerza, y sus manos temblaban.

—No puedo dejarte así, Suguru. Estás en celo... ¿Qué demonios pasó? —preguntó, arrodillándose junto a él.

Suguru apartó la mirada, las lágrimas comenzando a rodar por sus mejillas debido a la mezcla de dolor, vergüenza y desesperación.

—Por favor... vete. No puedo... no quiero que lo veas... —rogó, pero Satoru negó con la cabeza.

—No voy a dejarte solo, Suguru. No esta vez —dijo, su voz cargada de determinación.

Aunque el Omega intentó resistirse, su cuerpo no tenía fuerzas para luchar. Su mente estaba dividida entre su necesidad instintiva y su renuencia emocional, mientras Satoru lo miraba con una mezcla de preocupación y deseo.

Satoru no podía apartar los ojos de Suguru, quien estaba completamente invadido por el celo. Las feromonas del Omega eran embriagantes, y el aroma lo hacía perder la noción de la razón. A pesar de que quería ayudarlo, algo más primitivo en su interior empezaba a tomar el control.

—Suguru... Déjame ayudarte, por favor —susurró Satoru mientras se inclinaba hacia él, tratando de acercarse más.

Pero el Omega, aún entre jadeos y con el cuerpo tembloroso, levantó una mano y la apoyó en el pecho del Alfa, deteniéndolo.

—N-No... aléjate... —dijo con voz rota, pero firme.

Satoru se detuvo por un momento, mirándolo con ojos cargados de deseo y preocupación. Pero la lucha interna en su mente parecía estar ganando terreno.

—Suguru, no puedo ignorarte así. Necesitas esto… necesitas ayuda. Déjame aliviarte —dijo con una voz más grave, mientras sus manos se movían hacia la camisa de Suguru, comenzando a desabrocharla.

—¡No! —gritó Suguru, girando su cuerpo para intentar alejarse, aunque sus piernas flaqueaban por el calor.

Satoru, sorprendido por la resistencia, lo sujetó suavemente por los hombros. —Tranquilo, no voy a hacerte daño... —murmuró, inclinándose más cerca.

—¡Te dije que te alejaras! —gritó nuevamente el Omega, luchando por empujarlo con las pocas fuerzas que tenía, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de lágrimas y rabia.

Satoru detuvo su avance, pero sus manos aún estaban sobre Suguru.

—Suguru, estás perdiendo el control. No quiero aprovecharme de ti, pero… mírate. Estás sufriendo —insistió, con una expresión que oscilaba entre el deseo y la preocupación genuina.

—¡No necesito tu ayuda! ¡Déjame en paz, Satoru! —jadeó Suguru, apartando las manos del Alfa con un esfuerzo final, logrando retroceder hasta la esquina de la habitación.

El silencio se instaló entre ambos por unos segundos. Satoru respiraba con dificultad, intentando calmar sus propios impulsos, mientras Suguru lo miraba fijamente, abrazándose a sí mismo como si eso fuera suficiente para protegerse de su propio cuerpo.

—¿Qué pasó contigo, Satoru? —murmuró Suguru, con lágrimas deslizándose por sus mejillas. El dolor en su voz era inconfundible. —Antes te importaba cómo me sentía. Ahora solo ves una oportunidad.

Las palabras lo golpearon como un balde de agua fría. Satoru retrocedió, mirando sus propias manos como si apenas se diera cuenta de lo que había estado a punto de hacer.

—Yo… lo siento… No era mi intención… —balbuceó, pero Suguru no quería escucharlo.

—Vete, Satoru. Déjame solo.

Satoru observó a Suguru, su corazón latiendo con fuerza. La combinación de las feromonas de Suguru y los celos que lo consumían lo cegaban completamente. En su mente, el rechazo dolía como una herida abierta, pero el pensamiento de que otro Alfa podría haber tomado su lugar lo hacía perder el control.

—¿Es eso, verdad? —dijo Satoru, con una risa amarga que no alcanzó sus ojos. Dio un paso hacia Suguru, quien retrocedió instintivamente. —Ya tienes a alguien más… ¿Es por eso que no me dejas ayudarte? ¿Es por eso que me rechazas?

Suguru jadeó, su cuerpo aún temblando por el celo que lo debilitaba, pero su mente trataba de mantenerse clara. —Satoru, no… esto no tiene nada que ver con nadie más. Solo aléjate...

—¡Mientes! —gruñó Satoru, avanzando con pasos firmes mientras sus ojos destellaban una mezcla de dolor y rabia. —¡Puedo olerlo, Suguru! Ese Alfa dejó su marca en ti, ¿verdad?

—¡No sabes de qué estás hablando! —Suguru trató de mantener la distancia, pero su cuerpo ya no respondía como quería.

Satoru lo alcanzó en un par de zancadas y lo empujó contra la pared, sujetándolo por las muñecas. Su agarre no era violento, pero sí lo suficientemente firme como para que Suguru no pudiera liberarse.

—¿Entonces qué es esto? —demandó Satoru, sus ojos recorriendo el rostro del Omega, que ahora mostraba un destello de verdadero miedo. —¡Dime la verdad, Suguru! ¿Te entregaste a otro?

—¡Déjame ir, Satoru! —gritó Suguru, intentando zafarse, pero su cuerpo debilitado apenas podía ofrecer resistencia.

El Alfa se inclinó más cerca, sus ojos ahora oscuros y su voz grave. —Si no vas a decirme la verdad, entonces lo comprobaré yo mismo.

Suguru abrió los ojos con horror al escuchar esas palabras. Un frío recorrió su espalda cuando entendió lo que Satoru estaba insinuando.

—Satoru… no hagas esto, por favor… —su voz se quebró, y el miedo era evidente en su tono.

Pero Satoru estaba demasiado consumido por su ego herido y sus emociones desbordadas. Con un movimiento rápido, intentó deslizar su mano hacia la camisa de Suguru, pero el Omega reunió todas las fuerzas que le quedaban para resistirse, moviéndose y tratando de empujarlo con sus piernas.

—¡Dije que me dejes en paz! —gritó Suguru, su voz cargada de desesperación.

El grito pareció romper algo en Satoru. Por un instante, su agarre se aflojó, y en su rostro apareció una chispa de conciencia.

—¿Qué estoy haciendo...? —murmuró Satoru, retrocediendo con las manos temblorosas. Miró a Suguru, quien respiraba con dificultad, con los ojos llenos de lágrimas y el cuerpo temblando.

—Eso mismo me pregunto… ¿Qué te pasó, Satoru? —dijo Suguru, su voz temblorosa pero cargada de decepción y dolor.

El Alfa se quedó allí, paralizado por el remordimiento, mientras Suguru se deslizaba por la pared, abrazándose a sí mismo para recuperar algo de calma.

—Vete… —dijo Suguru en un susurro apenas audible.

Satoru asintió, incapaz de mirarlo a los ojos. Se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Una vez afuera, apoyó la frente contra la pared, sintiendo el peso de sus acciones como una losa sobre sus hombros.

Suguru permaneció en el suelo de la habitación durante unos minutos, tratando de calmar su respiración y contener las lágrimas que brotaban sin control. El miedo aún recorría su cuerpo, y el calor residual de su celo solo lo hacía sentirse más vulnerable.

—Esto no puede seguir así… —murmuró para sí mismo, sintiendo un peso en su pecho que casi lo ahogaba.

Después de unos minutos, logró reunir fuerzas para levantarse. Caminó hacia la cama, tomó una manta y se envolvió en ella, como si quisiera protegerse del mundo exterior. Su mente estaba revuelta, pero sabía una cosa con certeza: Satoru había cruzado una línea peligrosa, y no estaba seguro de si podían volver a ser lo que alguna vez fueron.

Mientras tanto, Satoru estaba sentado en el sofá de la sala, con la cabeza entre las manos. El remordimiento lo consumía, y las palabras de Suguru resonaban en su mente una y otra vez.

"¿Qué te pasó, Satoru?"

Se sentía como un monstruo. Todo lo que había hecho había sido impulsado por el miedo de perder a Suguru, pero ahora no estaba seguro de si había perdido todo de manera definitiva.

—Soy un idiota… —susurró, golpeando con el puño la mesa frente a él.

Quería regresar, pedirle perdón, explicarle que no era su intención lastimarlo, pero sabía que sus disculpas no serían suficientes. Lo había asustado, lo había herido… y eso era imperdonable.

Suguru, por su parte, decidió que necesitaba poner algo de distancia entre ellos. Tomó su teléfono y marcó rápidamente un número.

—¿Toji? —dijo, su voz aún temblorosa pero intentando sonar firme.

—Suguru, ¿qué ocurre? —la voz profunda y calmada del Alfa al otro lado de la línea le dio un pequeño respiro de tranquilidad.

—¿Podrías venir por mí? Necesito salir de aquí…

Toji no hizo preguntas. —Estaré ahí en diez minutos. Mantente fuerte.

Suguru colgó y comenzó a empacar algunas cosas en silencio. No quería estar en esa casa ni un segundo más.

Cuando Toji llegó, lo encontró esperando fuera, abrazándose a sí mismo. El Alfa notó de inmediato la vulnerabilidad en los ojos de Suguru, algo que lo hizo fruncir el ceño.

—¿Qué pasó? —preguntó, su tono bajo pero lleno de preocupación.

—No quiero hablar de eso ahora… —murmuró Suguru, subiendo al auto rápidamente.

Toji no insistió. En cambio, colocó una mano firme pero reconfortante en el muslo de Suguru mientras conducía. Sabía que el Omega necesitaba tiempo para abrirse.

En el camino hacia su departamento, Suguru finalmente rompió el silencio. —Satoru… ya no es el mismo. Se está volviendo alguien que no reconozco.

Toji apretó los labios, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza al escuchar esas palabras. No quería presionarlo, pero juró para sí mismo que protegería a Suguru de cualquier cosa que lo lastimara.

—Estás a salvo conmigo, Suguru —dijo Toji, con una firmeza que hizo que el Omega sintiera un ligero alivio.

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Que bellio el chambeador, pronto lo odiare pero ahora lo amo 🥹, maten a Gojo mejor k Suguru se quede conmigo 🫦😏, AME ESCRIBIR LA PARTE DEL TANGO!
BNOS AQUI LES DEJO SU COMIDA

16208 PALABRAS!! 😟

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