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AHHH MUCHAS GRACIAS X EL APOYO A LA HISTORIA, PROMETO SER ACTIVA POR USTEDES 🐊💗💗
Por eso les dejo más bonitos momentos de Gojo sufriendo y Sugu siendo feliz.

Continuación:

Suguru disfrutaba más de los encuentros con Toji de lo que quería admitir. Habían tenido ya varias citas casuales: un café aquí, una caminata allá, y siempre, siempre, Toji se mostraba exactamente como era. Sincero, atento y con una cortesía que contrastaba enormemente con las extravagancias y el ego de Satoru.

En su última salida, Toji le confesó algo que captó aún más la atención de Suguru.

—No quiero que pienses que estoy intentando impresionarte, porque no tengo mucho que ofrecer, al menos no en términos materiales —dijo el Alfa con un tono serio, pero sin perder esa naturalidad que lo caracterizaba. Estaban sentados en un pequeño parque después de haber tomado un café. Toji miraba el horizonte mientras hablaba, con las manos cruzadas sobre las rodillas—. Apenas estoy aquí por trabajo. No vivo en esta ciudad, y mi situación económica no es la mejor.

Suguru, sorprendido por la honestidad, sonrió con ternura.

—¿Y por qué me cuentas esto? —preguntó, ligeramente divertido.

Toji lo miró directamente, con esos ojos serenos que parecían leerlo como si fuera un libro abierto.

—Porque quiero que me conozcas como soy. No quiero que creas que voy a prometerte cosas que no puedo cumplir.

Esa respuesta lo desarmó por completo. Estaba tan acostumbrado a los despliegues de riqueza y poder de Satoru, siempre tan preocupado por demostrar lo mucho que tenía, que escuchar algo tan sencillo y genuino hizo que su corazón se agitara de una manera que no había sentido en años.

—No tienes que preocuparte por eso. No necesito que seas algo que no eres —respondió Suguru, sintiendo un calor agradable en el pecho.

—Entonces, me dices que no te importaría salir con un tipo como yo —añadió Toji con una sonrisa ligera, inclinándose un poco hacia él. Había algo coqueto en su tono, pero no era invasivo, solo juguetón.

—¿Y quién dice que ya no estoy saliendo contigo? —replicó Suguru, arqueando una ceja con una pequeña sonrisa.

Toji rió suavemente y negó con la cabeza.

—Eres peligroso, Geto Suguru.

—¿Yo? —rió también, sintiéndose extrañamente cómodo.

La conversación continuó de manera natural, fluyendo como si se conocieran de toda la vida. A diferencia de los encuentros tensos con Satoru, donde siempre había un aire de expectativas y reproches, estar con Toji era... fácil. No había presiones, ni máscaras, solo dos personas disfrutando de la compañía del otro.

Mientras caminaban hacia donde Toji había estacionado su coche, el Alfa se detuvo de repente y lo miró con una expresión seria, pero cálida.

—Suguru, si alguna vez quieres que esto se detenga, solo dímelo. No quiero ser una carga o complicar tu vida más de lo que ya es.

Suguru lo miró sorprendido, pero luego le dedicó una sonrisa sincera.

—Toji, créeme, lo último que eres es una carga.

El Alfa asintió y le devolvió la sonrisa, antes de abrir la puerta del coche para que Suguru subiera. A pesar de todo lo que había pasado con Satoru, esa sensación de paz y entendimiento que tenía con Toji comenzaba a enamorarlo cada vez más.

Toji y Suguru se volvieron inseparables en los últimos días. Aunque ambos sabían que su relación aún era un tanto discreta, no les impedía disfrutar de su tiempo juntos. Toji se había encargado de mostrarle a Suguru lugares tranquilos, apartados del bullicio de la ciudad, donde ambos podían simplemente ser ellos mismos sin preocuparse de miradas curiosas o incómodas preguntas.

—Quiero enseñarte algo —le dijo Toji una tarde, mientras sostenía la mano de Suguru y lo conducía a un sendero rodeado de árboles. El Omega estaba cubierto con una bufanda y unas gafas oscuras, intentando mantener un perfil bajo, pero Toji siempre se aseguraba de estar detrás de él, no solo para protegerlo, sino también para ocultarlo si alguien pasaba cerca.

—¿A dónde me llevas ahora? —preguntó Suguru, fingiendo molestia, aunque no podía evitar sonreír.

—Paciencia, cariño. Ya casi llegamos —respondió Toji con su habitual tono sereno.

El apodo lo hizo sonrojar levemente, aunque no dijo nada. Caminaban tomados de la mano, el Alfa siempre adaptando su paso para que Suguru no se sintiera apresurado. Al llegar a la cima del sendero, Suguru se detuvo en seco.

Frente a ellos, se desplegaba un paisaje impresionante: un campo verde que parecía extenderse hasta el horizonte, con flores silvestres salpicando el terreno y un lago cristalino reflejando el cielo azul. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el paisaje de tonos dorados y anaranjados.

—Es hermoso... —susurró Suguru, maravillado.

—Sabía que te gustaría. Es uno de mis lugares favoritos cuando necesito un respiro —confesó Toji, mirando más a Suguru que al paisaje.

El Omega se dio cuenta de la mirada de Toji y, algo nervioso, apartó la vista, enfocándose de nuevo en el lago. Toji, sin decir nada más, apretó ligeramente su mano antes de guiarlo hacia una roca plana donde ambos se sentaron.

—Siempre sabes a dónde llevarme —dijo Suguru después de unos minutos en silencio.

—Es fácil, solo pienso en lugares donde puedas relajarte y olvidarte de todo lo que te preocupa.

Las palabras de Toji eran simples, pero cargadas de significado. Suguru lo miró de reojo, observando cómo la luz del atardecer iluminaba sus facciones fuertes y decididas. No podía negar que estar con él le hacía sentir algo que no había experimentado en mucho tiempo: tranquilidad y seguridad.

—Gracias por esto, Toji. En serio.

—No tienes que agradecerme nada, Suguru. Solo quiero verte feliz.

Suguru sintió que su corazón se aceleraba. Aunque intentaba mantener una fachada tranquila, algo en la forma en que Toji lo miraba, con esa mezcla de seriedad y dulzura, lo desarmaba por completo.

Después de un rato, Toji se levantó y extendió su mano hacia él.

—Ven, quiero que veas el lago más de cerca.

Suguru tomó su mano sin dudarlo, y juntos bajaron hacia la orilla. Toji, como siempre, se aseguraba de que no tropezara en el camino, manteniéndose cerca en todo momento. Una vez allí, Suguru se inclinó para tocar el agua, notando lo fresca y limpia que estaba.

—¿Te das cuenta de que siempre me tratas como si fuera de cristal? —preguntó, levantando la mirada hacia Toji con una sonrisa divertida.

—No es que piense que seas frágil, es solo que... bueno, quiero cuidarte.

Esa respuesta fue suficiente para que Suguru sintiera un nudo en el estómago, pero no uno desagradable, sino uno lleno de emoción y algo que comenzaba a parecerse a la felicidad.

Sin pensarlo mucho, se giró y entrelazó sus dedos con los de Toji.

—Gracias por todo, Toji. De verdad.

El Alfa lo miró por un momento antes de devolverle una sonrisa cálida.

—Para eso estoy aquí.

Esa tarde, mientras el sol desaparecía en el horizonte y las primeras estrellas aparecían en el cielo, Suguru supo que estar con Toji era una de las mejores decisiones que había tomado en mucho tiempo.

...

Una tarde tranquila en el bosque

Toji y Suguru caminaban juntos por un sendero rodeado de árboles altos y frondosos. El aroma de la naturaleza llenaba el aire, mientras la luz del sol se filtraba entre las hojas, creando destellos dorados a su alrededor. Desde que empezaron a verse con frecuencia, los paseos habían sido su manera favorita de disfrutar del tiempo juntos.

Suguru, cubierto con una bufanda para evitar ser reconocido, caminaba unos pasos delante de Toji. Cada tanto, el Alfa ajustaba su ritmo para permanecer cerca de él, siempre atento a cualquier cosa que pudiera incomodarlo. Aunque no era alguien de muchas palabras, Toji sabía cómo hacer que Suguru se sintiera protegido.

—¿Te gusta este lugar? —preguntó Toji, señalando un claro en el bosque donde los rayos de sol creaban un espectáculo de luces.

—Es hermoso… —respondió Suguru con una leve sonrisa. Aunque intentaba mantener la compostura, era evidente que el paisaje lo había cautivado.

Ambos se detuvieron en el claro, donde Toji sacó una pequeña botella de agua y se la ofreció. Suguru bebió un poco antes de devolvérsela, agradecido.

—Gracias.

—Siempre que lo necesites —respondió Toji con una sonrisa tranquila, que provocó un ligero rubor en el rostro del Omega.

Pasaron unos minutos en silencio, simplemente disfrutando de la paz del lugar. Toji, con las manos en los bolsillos, observaba a Suguru de reojo. Había algo especial en él, algo que lo hacía sentir diferente, como si todas las capas de protección que había construido a lo largo de su vida se desvanecieran cuando estaban juntos.

Sin pensarlo demasiado, Toji se acercó y besó la frente de Suguru con ternura. El Omega abrió los ojos, sorprendido por el gesto, y su rostro se tiñó de un rojo intenso.

—Toji… —susurró, desviando la mirada.

El Alfa sonrió, encontrando encantadora su reacción.

—Creo que es hora de irnos —dijo Suguru, intentando levantarse para ocultar su nerviosismo.

Pero antes de que pudiera hacerlo, Toji lo tomó suavemente del brazo, acorralándolo contra un árbol cercano. Suguru levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los de Toji. Por un instante, el mundo pareció detenerse.

Los ojos de Toji, intensos y llenos de deseo, lo miraban como si él fuera lo único importante. Suguru sintió cómo su corazón latía con fuerza, y sin quererlo, su mente jugó una mala pasada: por un breve instante, vio a Satoru en lugar de Toji. Su pecho se tensó; siempre había deseado un momento así con el albino, algo que nunca sucedió.

Pero entonces, la realidad lo golpeó de nuevo. Ante él estaba Toji, no Satoru, y la diferencia era abismal. Donde Satoru lo ignoró, Toji lo hacía sentir visible.

Toji inclinó su rostro, sonriendo de forma coqueta. Con cuidado, tomó la barbilla de Suguru y, sin dudarlo, lo besó.

Suguru abrió los ojos, impactado, pero pronto se dejó llevar. Cerró los ojos y se aferró al Alfa, sintiendo cómo el beso pasaba de ser dulce y torpe a uno más profundo y lleno de deseo. Toji lo levantó con facilidad, haciendo que el Omega rodeara su cintura con las piernas. Suguru se aferró con fuerza, hundiendo las manos en su espalda mientras el Alfa lo sostenía con firmeza.

El aire entre ellos estaba cargado de emociones y electricidad. Toji no intentó cruzar ningún límite, pero la intensidad con la que lo sostenía hacía que Suguru se sintiera completamente protegido.

Cuando el beso terminó, ambos estaban jadeando. Suguru escondió su rostro en el cuello de Toji, incapaz de lidiar con la ola de emociones que lo embargaba.

—Eres demasiado adorable cuando te sonrojas —murmuró Toji con una risa baja, provocando que Suguru le golpeara suavemente el pecho con los puños.

—¡Cállate! —respondió el Omega, su voz temblorosa del nerviosismo, aunque no pudo evitar reírse un poco.

Toji lo bajó con cuidado y le pasó un brazo por los hombros mientras caminaban de vuelta al sendero. Aunque ninguno dijo mucho en el trayecto, ambos sabían que algo importante había cambiado entre ellos.

El inicio de algo real.

Días llenos de momentos especiales

Después de aquel beso, algo en la dinámica entre Toji y Suguru cambió para bien. Ahora sus salidas eran más frecuentes, y Toji siempre buscaba formas de sorprender al Omega, llevándolo a lugares hermosos y tranquilos. Desde miradores con vistas panorámicas hasta jardines escondidos entre las montañas, Toji parecía tener un talento especial para encontrar paisajes que dejaban sin palabras a Suguru.

En cada paseo, Suguru se aseguraba de cubrirse con bufandas y gorros para evitar ser reconocido. Aunque al principio le incomodaba un poco, Toji siempre lo apoyaba, incluso poniéndose detrás de él para cubrirlo si notaba que alguien se acercaba. La diferencia de altura hacía que Toji se viera como una especie de guardián, algo que Suguru, aunque no lo admitiera, encontraba reconfortante.

Una tarde, mientras caminaban por un sendero que llevaba a un pequeño lago, Toji tomó la mano de Suguru sin avisar. El Omega lo miró de reojo, algo avergonzado, pero no apartó la mano.

—¿Sabes? —dijo Toji, rompiendo el silencio mientras caminaban—. Nunca pensé que terminaría disfrutando tanto de estas salidas.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Suguru con curiosidad, aunque su tono estaba cargado de ternura.

—Bueno… no suelo tener tiempo para estas cosas. Entre el trabajo y la vida, nunca me detuve a disfrutar de algo tan simple como un paisaje. Pero contigo… —Toji hizo una pausa, mirando al Omega con una sonrisa genuina—. Contigo todo parece valer la pena.

Suguru se quedó en silencio, sintiendo cómo su corazón daba un vuelco. Nadie había sido tan sincero con él en mucho tiempo, y menos aún de una manera tan desinteresada.

—Toji… —murmuró, intentando procesar lo que sentía.

El Alfa se detuvo y giró hacia él, tomando sus manos entre las suyas.

—Mira, Suguru… sé que no soy el hombre perfecto. No tengo dinero, ni una casa grande, y mi trabajo apenas me permite vivir tranquilo. Pero soy sincero contigo. No quiero aparentar algo que no soy.

Suguru sintió cómo las palabras de Toji resonaban en su corazón. Estaba tan acostumbrado a que las personas intentaran impresionar con superficialidades que la honestidad de Toji lo desarmaba por completo.

—No necesitas nada de eso, Toji —respondió con una sonrisa suave—. Lo único que importa es cómo me haces sentir.

Toji sonrió, acercándose para besar su frente una vez más.

—Entonces, ¿me permites seguir llevándote a estos lugares? Hay mucho más que quiero enseñarte.

—Siempre y cuando no dejes de sostenerme la mano —bromeó Suguru, entrelazando sus dedos con los de Toji.

—Eso no lo dudes —contestó el Alfa con una leve risa, apretando suavemente la mano del Omega mientras continuaban su paseo.

Un amor que crecía lentamente, pero con raíces firmes.

...

La caída de Satoru

Satoru había dejado de ser el Alfa imponente que siempre aparentaba ser. Su cabello, antes perfectamente arreglado, ahora caía en mechones desordenados alrededor de su rostro. Las ojeras marcaban profundamente su piel, un testamento de las noches sin dormir, y su ropa estaba arrugada, como si hubiera dejado de preocuparse por su apariencia. Caminaba sin rumbo, atrapado en sus propios pensamientos, mientras el peso de la realidad lo aplastaba.

Había bloqueado a Mei Mei de todas partes. Sus intentos de arreglar las cosas con ella solo le habían demostrado lo vacío que era todo sin Suguru. Incluso había vendido algunos de los regalos extravagantes que había comprado para Mei Mei, destinando ese dinero a intentar recuperar a Suguru con detalles sinceros. Pero nada funcionaba.

Cuando no estaba perdido en sus propios pensamientos, buscaba desesperadamente formas de reconectar con Suguru. Pero el Omega lo ignoraba en cada intento. Ni los mensajes, ni las visitas repentinas, ni siquiera los regalos dejados en su puerta lograban una reacción de él.

Una tarde, exhausto y sin más opciones, Satoru decidió buscar ayuda. Sabía que Utahime y Shoko eran las personas más cercanas a Suguru. Encontró a ambas en una cafetería cerca del hospital donde Shoko trabajaba.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Utahime, levantando una ceja al verlo entrar. Su tono no era amable.

Shoko, quien estaba tomando un sorbo de café, simplemente lo observó con curiosidad, esperando a que hablara.

Satoru se sentó frente a ellas sin pedir permiso, apoyando los codos en la mesa y sosteniendo su cabeza con las manos. Parecía derrotado.

—Necesito su ayuda —dijo, su voz apenas un susurro.

Utahime bufó, cruzándose de brazos. —¿Ayuda? ¿Ahora vienes a pedir ayuda?

Shoko arqueó una ceja pero no dijo nada, dejando que Utahime continuara.

—Te recuerdo que tú eres el único responsable de cómo están las cosas, Gojo. Suguru te dio todo, y tú lo tiraste por la borda por… ¿Mei Mei? —La Alfa lo miró con desprecio.

—Lo sé, Utahime… lo sé —murmuró Satoru, apretando los dientes.

—¿De verdad lo sabes? Porque no parece que lo entendieras. Suguru te amaba, y tú lo trataste como si fuera desechable. Y ahora, ¿qué? ¿Esperas que te perdone porque finalmente te diste cuenta de lo que perdiste?

Satoru levantó la mirada, mostrando el dolor en sus ojos.

—No espero que me perdone… solo quiero saber cómo puedo arreglar las cosas. Estoy dispuesto a hacer lo que sea.

Shoko suspiró, finalmente interviniendo. —Satoru, esto no es algo que puedas arreglar con regalos o palabras bonitas. Suguru sufrió mucho por tu culpa, y ahora que parece estar encontrando algo de felicidad, ¿quieres interrumpir eso?

—¡No quiero interrumpir nada! —exclamó Satoru, desesperado—. Solo quiero demostrarle que lo amo, que estoy dispuesto a cambiar.

Utahime golpeó la mesa con la palma de la mano, haciendo que Satoru se sobresaltara.

—¿Amor? Si realmente lo amabas, no lo habrías traicionado. ¿Sabes lo que sentía cada vez que llegabas tarde a casa o lo ignorabas por estar con Mei Mei? ¿Sabes cuánto lloró cuando se dio cuenta de que preferías a otra persona? Esto es tu karma, Gojo. Aprende a vivir con ello.

Las palabras de Utahime lo golpearon como un puñetazo. Satoru bajó la mirada, incapaz de responder. Shoko, aunque más tranquila, añadió:

—Tal vez lo mejor que puedes hacer es dejarlo ir. Deja que encuentre su felicidad, aunque no sea contigo.

Satoru apretó los puños, sintiendo una mezcla de ira, tristeza y resignación. Sabía que tenían razón, pero la idea de perder a Suguru para siempre era insoportable.

Cuando se levantó para irse, Utahime lo miró una última vez.

—Si realmente lo amas, demuéstralo con acciones, no con palabras vacías. Pero no esperes que te reciba con los brazos abiertos. Él ya está empezando a vivir sin ti.

Satoru salió de la cafetería, sintiéndose más perdido que nunca. Y mientras caminaba por las calles, no pudo evitar preguntarse si aún tenía una oportunidad de redimirse… o si ya era demasiado tarde.

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La reunión;

Al día siguiente, Satoru se reunió con sus viejos amigos, Yuu Haibara y Nanami Kento, en una pequeña cafetería discreta. Haibara llegó primero, con su típica sonrisa optimista y su energía contagiosa.

—¡Gojo! Tiempo sin verte. ¿Qué pasa? ¿Por qué esta reunión de emergencia?

Antes de que Satoru pudiera responder, Nanami llegó, puntual y con su habitual seriedad. Se sentó frente a ellos, cruzando los brazos.

—¿Qué hiciste ahora, Gojo?

Satoru suspiró, dejando a un lado su orgullo.

—Necesito su ayuda. Quiero recuperar a Suguru.

Ambos lo miraron sorprendidos. Haibara fue el primero en reaccionar.

—¿Recuperarlo? ¿Qué pasó? Pensé que ustedes dos estaban destinados a estar juntos.

Nanami frunció el ceño. —Déjame adivinar. Fuiste un idiota, lo descuidaste y él decidió irse.

Satoru rascó la parte trasera de su cabeza, incómodo.

—Sí… básicamente. Lo di por sentado. Lo descuidé, y fui un imbécil. Y ahora… creo que hay alguien más en su vida.

Nanami levantó una ceja. —¿Alguien más? ¿Qué sabes de esa persona?

Satoru apretó los labios, visiblemente incómodo.

—Creo que es un Alfa. No sé cómo se llama, pero… Suguru ha estado llegando con feromonas que no son las mías. Eso me está volviendo loco.

Haibara hizo una mueca, y su usual expresión alegre se tornó seria.

—Eso suena complicado, amigo. Pero si quieres recuperarlo, tendrás que hacer las cosas bien.

Nanami asintió. —Exacto. Esto no es solo cuestión de pedir disculpas. Tienes que mostrarle que has cambiado y que mereces otra oportunidad.

—Lo sé. —Satoru apretó los puños—. Pero no sé cómo empezar. Todo lo que intento no funciona. Suguru me ignora, se burla de mí… parece que no le importa.

Haibara colocó una mano en su hombro, tratando de animarlo.

—Primero, necesitas calmarte. No puedes actuar desesperado o forzarlo a escucharte. Eso solo lo alejará más.

Nanami intervino con su tono serio.

—Y segundo, debes aceptar que podría haber alguien más. No se trata de competir con ese Alfa, sino de demostrarle a Suguru por qué tú eres la mejor opción para él.

Satoru se quedó en silencio, procesando sus palabras.

—Pero… ¿y si ya no hay nada que pueda hacer? ¿Y si realmente lo perdí?

Haibara negó con la cabeza, sonriendo levemente.

—Mientras todavía lo ames y estés dispuesto a cambiar, siempre hay una oportunidad. Pero tienes que ser paciente.

Nanami lo miró con firmeza. —Si realmente quieres recuperarlo, debes estar preparado para el esfuerzo. Esto no se arreglará en un día.

Satoru respiró profundamente, sintiendo una chispa de esperanza.

—Gracias, chicos. Haré lo que sea necesario para recuperarlo. No pienso rendirme.

Nanami ajustó su corbata y se puso de pie.

—Entonces no arruines esto, Gojo. Es tu última oportunidad.

Haibara asintió. —Y si necesitas ayuda, ya sabes que estoy aquí.

El primer paso

Con el consejo de sus amigos, Satoru empezó a trazar un plan. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesto a demostrarle a Suguru que había cambiado y que merecía una segunda oportunidad.

Aunque el Alfa desconocido seguía siendo una amenaza en su mente, Satoru decidió concentrarse en lo que realmente importaba: hacer feliz a Suguru nuevamente, como solía hacerlo.

Nanami y Haibara estaban todavía en la mesa, con un café en mano mientras charlaban con Satoru, cuando Suguru llegó al lugar. Su presencia iluminó el ambiente de inmediato, con una sonrisa que no había mostrado en meses. Llevaba un abrigo negro y se veía radiante, como si todo en su vida estuviera en perfecto equilibrio.

—¡Vaya, qué sorpresa Nanami y Haibara! —saludó con su tono carismático, acercándose a ellos.

Nanami levantó la vista, siempre serio, pero le dedicó un pequeño asentimiento. Haibara, por su parte, le devolvió la sonrisa.

—¡Suguru! Cuánto tiempo sin verte. Te ves… feliz —comentó Haibara, genuinamente contento por su amigo, aunque no dejó de notar el ligero cambio en el ambiente.

Satoru, que hasta entonces había estado con el semblante sombrío, casi se emocionó al ver esa sonrisa. Hacía tanto que no veía a Suguru así, relajado y genuino. Se quedó observándolo como si fuera un espejismo, tratando de grabar ese momento en su memoria.

—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó Suguru, dirigiéndose a Haibara y Nanami mientras ignoraba por completo a Satoru.

—Gojo nos invitó. Quería ponerse al día —respondió Nanami con calma, tomando un sorbo de su café.

Suguru arqueó una ceja, claramente sorprendido.

—¿Satoru? —miró al albino por primera vez desde que llegó, aunque su tono era distante.

—Sí —intervino Haibara rápidamente, tratando de suavizar el ambiente—. Estamos aquí para… apoyarlo un poco. Ha tenido días difíciles.

Suguru soltó una leve risa, aunque no había verdadero humor en ella.

—¿Días difíciles, eh? Eso es… curioso.

La tensión en el aire era palpable. Satoru abrió la boca para decir algo, pero se quedó congelado al notar que Suguru llevaba consigo un suave aroma a roble y café, el mismo que había mencionado antes. Ese Alfa había estado con él otra vez.

—Suguru, ¿quieres sentarte con nosotros? —preguntó Haibara, intentando romper el hielo.

—No puedo quedarme mucho —respondió el Omega, con la sonrisa aún en su rostro—. Solo pasaba a saludar.

—¿Vienes de alguna parte? —preguntó Nanami, observándolo con atención.

Suguru asintió, sin mostrar ningún rastro de nerviosismo.

—Sí, de una cita.

El corazón de Satoru se encogió al escuchar esas palabras, aunque trató de mantener una expresión neutral. Haibara y Nanami intercambiaron miradas, conscientes de lo incómodo que se había vuelto el momento.

—Bueno, espero que lo hayas pasado bien —respondió Haibara, tratando de mantener la conversación ligera.

—Sí, lo hice. De hecho, ha sido un día increíble —dijo Suguru, lanzándole una mirada fugaz a Satoru antes de volver a centrar su atención en los demás.

El Omega se despidió rápidamente, alegando que tenía cosas que hacer. Al salir, dejó tras de sí el aroma del Alfa desconocido, que pareció envolver a Satoru como un recordatorio constante de lo lejos que estaba de recuperarlo.

Cuando Suguru desapareció, Haibara fue el primero en hablar.

—Eso… fue incómodo.

Nanami suspiró, mirando a Satoru.

—Si todavía tienes esperanzas, será mejor que empieces a actuar en serio, Gojo. Esto no será fácil.

Satoru se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más. Su corazón estaba hecho pedazos, pero algo en él se negaba a rendirse.

—No importa lo que cueste. Voy a recuperarlo. Aunque tenga que empezar desde cero.

Nanami y Haibara se quedaron un momento más con Satoru después de la tensa despedida de Suguru. El albino no dejaba de tamborilear los dedos sobre la mesa, claramente inquieto y frustrado.

—¿Qué piensan que debo hacer? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.

Nanami lo miró con calma, pero su tono era directo como siempre.

—Primero, deja de lamentarte. Suguru no va a regresar si sigues en este estado.

Haibara asintió con entusiasmo.

—¡Sí! ¡Tienes que demostrarle que has cambiado! Pero no solo con palabras, Satoru. Tienes que hacer algo que de verdad le llegue.

Satoru frunció el ceño, apoyando los codos en la mesa mientras hundía la cara entre sus manos.

—¿Y qué se supone que haga? Cada vez que lo veo, es como si estuviera más lejos. Como si ya no le importara nada de lo que haga.

Nanami dejó su taza de café sobre la mesa con un golpe seco, atrayendo la atención de Satoru.

—¿Te importa de verdad recuperar a Suguru, o es solo tu ego hablando?

Esa pregunta golpeó a Satoru como un balde de agua fría. Por un momento, no supo qué responder. Pero cuando levantó la vista, sus ojos brillaban con determinación.

—Lo amo. Más que a nada en este mundo. No puedo imaginar mi vida sin él.

Nanami cruzó los brazos, evaluándolo con seriedad.

—Entonces deja de actuar como un niño caprichoso. Suguru no es un premio que puedas ganar con regalos o palabras bonitas. Tienes que demostrarle que eres digno de su tiempo, y para eso… necesitas hacer algo significativo.

Satoru asintió lentamente, tomando las palabras de Nanami como un reto personal.

—¿Algo significativo? ¿Como qué?

Haibara intervino, entusiasmado.

—¡Llévalo a un lugar especial! Algo que le recuerde quién eras antes de que todo esto se fuera al diablo. Hazle ver que aún puedes ser el Satoru que él amaba.

Nanami rodó los ojos, pero no pudo evitar asentir.

—Es un buen punto. Pero antes de eso… necesitas resolver tus propios problemas. Si sigues cargando toda esa inseguridad y culpa, no importa lo que hagas. Suguru lo verá y se alejará aún más.

Satoru suspiró, pero asintió. Sabía que tenía razón.

—Bien, primero voy a trabajar en mí mismo. Luego, cuando esté listo, haré algo que realmente lo sorprenda. Algo que no pueda ignorar.

Haibara sonrió ampliamente, golpeando a Satoru en la espalda con entusiasmo.

—¡Ese es el espíritu! ¡Sabía que no te rendirías tan fácilmente!

Nanami, por su parte, simplemente se levantó y recogió su abrigo.

—Solo recuerda, Satoru: esto no será fácil. Suguru no está esperando que lo rescates. Si quieres recuperarlo, tendrás que demostrarle que has cambiado de verdad.

Con esas palabras, Nanami y Haibara se despidieron, dejando a Satoru solo en la cafetería.

El albino se quedó allí, mirando por la ventana con una mezcla de esperanza y determinación. Sabía que el camino para recuperar a Suguru sería largo y difícil, pero estaba dispuesto a enfrentarlo. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía un propósito claro: demostrarle a Suguru que aún podía ser el Alfa que él merecía.

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Con esto termino el cap, me la pasé bien haciendo sufrir a Gojo JAJAJA 🐊 YA ERA HORA DE K SUGU TENGA ALGUIEN K LE KIERA (por ahora)
😋 Adiós mis lectores

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