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A la mañana siguiente, Suguru despertó con una sonrisa, recordando la noche anterior. Se sentía completo, convencido de que él y Satoru finalmente habían consolidado su relación, y creía que este nuevo vínculo los haría inseparables. Sin embargo, al salir de la habitación, notó que Satoru estaba en la cocina, sentado frente a una taza de café, mirando hacia la ventana con una expresión que no reconocía: estaba serio, con la mandíbula apretada y la mirada distante.

Suguru se acercó, esperando una sonrisa o alguna palabra cariñosa, pero Satoru apenas lo miró. Suguru intentó romper el silencio con una sonrisa.

—Buenos días, Satoru. —Suguru le dio un suave beso en la mejilla—. ¿Dormiste bien?

—Sí, todo bien —respondió Satoru, apartándose ligeramente de manera casi imperceptible. Su tono era seco, distante, sin el calor ni el afecto que Suguru había llegado a conocer tan bien.

Suguru frunció el ceño, pero intentó no darle demasiada importancia. Pensó que tal vez Satoru estaba cansado o distraído. Sin embargo, a lo largo del día, esa frialdad persistió. Cada vez que Suguru intentaba acercarse, Satoru respondía de manera cortante o cambiaba el tema rápidamente, como si evitara cualquier interacción más profunda.

Finalmente, Suguru no pudo contenerse más. Cuando Satoru se sentó en el sofá a revisar algunos papeles de su empresa, Suguru se acercó con cautela, sentado a su lado.

—Satoru... —susurró, intentando no sonar demasiado desesperado—. ¿Pasa algo? Te he notado distante… ¿dije o hice algo mal?

Satoru levantó la vista, sus ojos fríos e impenetrables.

—No, Suguru, no pasa nada. Todo está bien. Sólo he estado ocupado con el trabajo —respondió sin emoción, volviendo su atención a los documentos.

Suguru sintió un nudo en el estómago. No podía entender por qué Satoru actuaba así, especialmente después de la noche que habían compartido. ¿Acaso había malinterpretado el significado de su conexión? ¿Por qué su alfa, después de lo que creyó que era su unión definitiva, ahora parecía tratarlo con una indiferencia que lo destrozaba por dentro?

Pasaron las horas y, aunque Suguru intentaba calmar su ansiedad, su mente no dejaba de girar en círculos. Observaba a Satoru desde la distancia, buscando alguna señal de afecto, alguna mirada que confirmara que todo estaba bien, pero lo único que recibía era la misma frialdad distante. Cada palabra y cada gesto de Satoru le recordaban que algo había cambiado, y aunque no sabía qué era, sentía cómo su corazón comenzaba a quebrarse lentamente.

Suguru intentó una vez más acercarse, esta vez colocando suavemente su mano sobre la de Satoru.

—Satoru… ¿por qué estás actuando así? Pensé que después de anoche… habíamos dado un paso importante. ¿Acaso no…?

Satoru suspiró, apartando su mano de la de Suguru.

—No te preocupes tanto, Suguru. No todos los días tienen que ser intensos —dijo sin mirarlo, mientras recogía sus papeles y se levantaba—. Tengo cosas que hacer en la oficina.

Sin decir más, Satoru se marchó, dejándolo solo en el sofá, con el eco de sus propias dudas resonando en la habitación vacía.

Satoru, con una mezcla de frustración y ansiedad, necesitaba salir a despejar su mente. La presión de la relación con Suguru, el peso de lo que significaba el vínculo, y el apego creciente de su pareja lo sobrecargaban. Sin admitirlo completamente, la cercanía emocional que Suguru mostraba le resultaba abrumadora y le recordaba compromisos y responsabilidades que no estaba seguro de querer enfrentar aún. Decidió llamar a Mei Mei, una amiga con quien siempre podía relajarse y quien, además, solía ofrecerle un punto de vista más desapegado.

—¿Mei Mei? ¿Estás libre? Podríamos vernos en ese bar cerca de mi oficina —propuso, intentando sonar casual.

Mei Mei aceptó sin cuestionamientos. Más tarde, en el bar, Satoru se sintió aliviado. Mei Mei, con su personalidad confiada y un tanto despreocupada, bromeó y jugueteó con él, logrando que Satoru se relajara un poco. La Omega sabía cómo devolverle una sensación de ligereza y control, algo que, por momentos, sentía que se le escapaba en su relación con Suguru. Aunque no lo dijo en voz alta, hablar con Mei Mei le permitía olvidarse por un rato de los problemas en casa.

...

Mientras tanto, Suguru, cada vez más abrumado y sintiéndose cada vez menos comprendido, decidió desahogarse con Shoko, su amiga de confianza. Al encontrarse, Shoko estaba con Utahime, su Alfa, quien también escuchó atentamente. Suguru, con la voz temblorosa y visiblemente afectado, les contó sobre la noche que había pasado con Satoru y cómo creía que al fin habían consolidado su unión. Sin embargo, sus palabras se fueron tiñendo de tristeza al recordar la frialdad con la que Satoru lo había tratado al día siguiente.

Shoko, en principio, no pudo ocultar su emoción al enterarse de que sus amigos finalmente se habían unido, pero su alegría se transformó rápidamente en preocupación al notar lo mal que Suguru estaba lidiando con la situación.

—Suguru, eso no suena como el Satoru que conozco… —dijo Shoko, frunciendo el ceño—. Si realmente se consolidaron, ¿por qué él está actuando tan distante?

Utahime asintió, mirando a Suguru con seriedad.

—Suguru, tú no eres un problema —dijo con firmeza—. No debería hacerte sentir así, especialmente después de algo tan importante para ustedes.

Suguru bajó la mirada, sintiéndose más confundido y vulnerable que nunca. ¿Había sido demasiado rápido? ¿Había presionado a Satoru sin querer? Utahime y Shoko intentaron animarlo, pero el dolor y la duda que sentía eran difíciles de disipar.

Suguru comenzaba a preocuparse cada vez más. Satoru no había aparecido en todo el día y, por más que trataba de justificarse a sí mismo, no podía evitar el malestar en su pecho. Estaba sentado junto a Shoko y Utahime, quienes lo observaban con cautela mientras él intentaba disimular su nerviosismo.

—¿No se supone que hoy estaba trabajando? —preguntó Shoko, notando la ansiedad en el rostro de Suguru.

—No… hoy es su día libre. No entiendo por qué no ha vuelto a casa. A Satoru no le gusta hacer nada extra si no es necesario —respondió Suguru, con el ceño fruncido.

Shoko levantó una ceja, sorprendida, mientras Utahime intentaba ofrecerle una sonrisa tranquilizadora.

—Quizás solo salió a ver a unos amigos —sugirió Utahime en un intento de calmarlo, aunque en el fondo tampoco entendía por qué Satoru no estaba allí.

A pesar de sus palabras, Suguru no lograba deshacerse de la inquietud. Algo no se sentía bien y, aunque no quería parecer obsesivo, el silencio de Satoru era doloroso.

Mientras tanto, en un hotel al otro lado de la ciudad, los gemidos y jadeos de Satoru y Mei Mei llenaban la habitación. La cama rechinaba con cada movimiento mientras ambos compartían risas y susurros cargados de complicidad.

—Vaya, parece que realmente tenías ganas de desahogarte —comentó Mei Mei con un tono travieso mientras se recostaba, encendiendo un cigarrillo.

Satoru, aún sin aliento, se dejó caer a su lado, disfrutando del alivio momentáneo.

—¿Suguru no puede ayudarte con eso? —preguntó ella, esbozando una sonrisa divertida.

Satoru soltó una risa amarga.

—Ni siquiera sirve para algo tan simple. Es bueno en la cocina, eso es todo.

—¿No tienes miedo de perder tu dignidad con él? —bromeó Mei Mei con un toque sarcástico.

Satoru rió junto a ella, levantándose para dirigirse al baño. Ambos caminaron desnudos hacia el baño envuelto en vapor, donde rosas flotaban en la bañera, y continuaron disfrutando de la compañía del otro hasta que fue momento de irse.

Cuando ya estaban vistiéndose, el teléfono de Satoru sonó. Al ver el nombre de Suguru en la pantalla, su expresión se endureció y contestó con desgano.

—¿Qué quieres?

—¡Ah! Satoru… solo quería saber dónde estabas. No te he visto en todo el día y… me preocupaba —respondió Suguru con un tono nervioso.

Satoru rodó los ojos, exhalando con fastidio.

—¿En serio tenías que llamarme para esto? Estoy ocupado, Suguru. No tengo que darte explicaciones de cada paso que doy.

Suguru sintió cómo el comentario lo golpeaba. Intentó responder, aunque su voz comenzó a temblar.

—Solo quería asegurarme de que estabas bien… pensé que tal vez yo había hecho algo mal y por eso…

Satoru soltó una risa sarcástica, cortándolo de inmediato.

—¿Siempre tienes que pensar que todo es por ti? ¿No puedes dejarme un respiro sin asumir que es tu culpa? Honestamente, es agotador, ¿puedes dejar de depender de mi para cada maldito pensamiento tuyo?

La voz de Suguru apenas salió en un susurro tembloroso.

—Lo siento… no quería molestarte…

Satoru suspiró, aún sin suavizar el tono.

—Bien. Entonces no lo hagas —dijo fríamente antes de colgar sin otra palabra.

Suguru miró el teléfono en sus manos, sintiéndose devastado. Las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a rodar por sus mejillas, y su pecho se contrajo mientras el dolor de la indiferencia de Satoru lo embargaba. Se sentía perdido, preguntándose por qué Satoru, después de todo lo que habían compartido, había cambiado tanto y se mostraba tan frío y distante.

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Mei Mei observaba a Satoru con una sonrisa maliciosa en su rostro. —Vaya, tienes un lado cruel, querido —susurró con tono divertido.

Satoru soltó una risa ligera, tomando la mano de Mei Mei y besándola con delicadeza. —¿Nos vamos, señorita? Quiero llevarte a un último paseo antes de que termine el día.

La mujer rió, encantada, y tomó su brazo mientras ambos salían del hotel. Al llegar a una de las calles más exclusivas de la ciudad, Satoru sacó su tarjeta de crédito y se la entregó a Mei Mei, sonriendo con una confianza despreocupada.

—Gástala en lo que quieras, mi reina —dijo, observándola con admiración.

Mei Mei sonrió ampliamente, sus ojos brillando con emoción. —¡Prometo volver rápido, cariño! —exclamó, dándole un beso en el cuello y dejando una marca que resaltaba en su piel. Con un gesto coqueto, se despidió de Satoru y desapareció en una de las boutiques de lujo.

Satoru la miró alejarse, complacido, pensando que finalmente había encontrado a alguien que entendía sus deseos y necesidades.

...

Mientras tanto, en su apartamento, Suguru estaba hundido en la tristeza. Las lágrimas caían sin cesar mientras se aferraba a una botella medio vacía. Beber se había convertido en su escape, su único consuelo en momentos de dolor. Esta vez, sin embargo, el alcohol solo parecía profundizar la soledad y el vacío que sentía.

—¿Qué hice mal…? —susurró con voz temblorosa, como si intentara encontrar respuestas en el silencio de la habitación.

Las palabras de Satoru resonaban en su mente una y otra vez, cada una como un eco que le recordaba su insignificancia a los ojos de quien amaba. Se sentía débil, desecho, y la botella a su lado era su única compañía en esa interminable noche de sufrimiento.

...

Un par de horas después, Mei Mei salió de la tienda cargada de bolsas de diseñador, con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Al ver a Satoru esperándola, corrió hacia él y lo besó en la mejilla.

—Vaya, sí que aprovechaste, ¿eh? —dijo Satoru, mirando con asombro la cantidad de bolsas que llevaba.

Mei Mei rió con coquetería. —Tendré que darte un premio por ser tan generoso —murmuró, entrelazando su brazo con el de él mientras caminaban juntos por la calle.

Satoru sonrió, sintiéndose invencible con Mei Mei a su lado. —¿Un premio, eh? Entonces tendrás que pensar en algo especial.

Ella lo miró de reojo, sus labios curvándose en una sonrisa traviesa. —Confía en mí, querido. Será una noche que no olvidarás.

Pero mientras Satoru se dejaba llevar por el encanto de Mei Mei, el recuerdo de Suguru y su relación pasada aún permanecía latente en el fondo de su mente. Decidido a ignorarlo, se concentró en el presente, en la compañía de Mei Mei y en la libertad de estar con alguien que no le exigía más de lo que él estaba dispuesto a dar.

Sin embargo, algo en su interior le hacía sentir una pequeña incomodidad, una punzada que prefería no reconocer, y que desechó rápidamente antes de que le arruinara la noche.

Suguru sollozaba en silencio, mirando su reflejo en el espejo con ojos enrojecidos y ojeras que revelaban su agotamiento. Cada parte de él se sentía destrozada, como si el peso de las últimas horas se acumulara en su pecho, haciéndolo difícil respirar.

—¿Por qué, Satoru...? —murmuró en voz baja, notando lo vacío que sonaba su propio tono. Una desesperanza latente comenzaba a instalarse en su interior.

Recordaba esa noche, cómo se había entregado sin reservas, lleno de amor y esperanza. Había ofrecido lo más puro de sí, creyendo que ese momento era algo significativo para ambos. Se había convencido de que sería el inicio de algo hermoso. Pero ahora, al mirar el vacío en sus propios ojos, todo parecía haber sido solo un espejismo.

—Para él, no significó nada… —susurró, sintiendo cómo el dolor se convertía en algo físico, desgarrador.

Recordaba las palabras de sus padres, quienes le aseguraban que, cuando finalmente estuviera con su alfa, la vida sería más fácil, más llevadera. Que el vínculo sería algo hermoso, algo que lo haría sentir seguro y amado. Pero cada una de esas promesas parecía haberse desvanecido como humo en el aire.

—Mentiras… —dijo, sintiendo la amargura en su garganta. Su reflejo le devolvía una mirada rota, una que no reconocía como suya.

Sentía como si Satoru lo hubiera usado, como si todo lo que había entregado con tanto amor y esperanza fuera un simple entretenimiento pasajero.

..

Horas después, Satoru llegó a casa, sus pasos firmes resonando en el silencio de la noche. Suguru lo esperaba en la sala, intentando reunir el valor para enfrentarlo, para preguntarle a dónde había ido y, sobre todo, por qué estaba actuando así.

—¿Llegaste tarde…? —murmuró Suguru, levantándose del sofá con inseguridad, sus manos temblorosas. Sus ojos inmediatamente captaron la pequeña marca en el cuello de Satoru, y su corazón se hundió.

Satoru levantó una ceja al ver la mirada acusadora de Suguru, notando cómo su expresión cambiaba al ver el chupetón. Bufó, rodando los ojos.

—¿Qué? ¿Ahora también vas a hacer un escándalo por una tontería? —dijo con desprecio, cruzando los brazos con indiferencia.

Suguru sintió cómo una oleada de dolor y rabia se mezclaban en su pecho, su voz quebrándose mientras respondía—. ¿Una tontería, Satoru? Esa noche… yo pensé que te importaba. Pensé que yo… —Se interrumpió, sus ojos llenos de lágrimas que intentaban no caer—. Y ahora apareces así, como si… como si nada de eso hubiera significado algo.

Satoru se rio sarcásticamente, negando con la cabeza—. Por favor, Suguru, ¿no te das cuenta de lo ridículo que suenas? Estás exagerando, y encima has estado bebiendo. ¿De verdad esperas que te tome en serio así?

—¿Exagerando? —Suguru apenas podía creer lo que escuchaba—. Satoru, ¿me estás diciendo que lo que vi es…? ¿Que esto no significa nada para ti? ¿Después de todo lo que he hecho por ti, después de entregarme por completo?

Satoru suspiró, harto de la situación—. ¿Sabes qué? No tengo tiempo ni paciencia para esto. Quizá no deberías beber tanto si te vas a poner así de sensible.

Las palabras de Satoru fueron la última gota. Suguru sintió cómo las lágrimas finalmente caían, rodando por su rostro mientras la amargura de sus palabras se clavaba en su corazón.

—No soy yo quien debería estar tomando, Satoru. Tal vez si me hubieras tratado con un mínimo de respeto, no estaría así… —Suguru tragó saliva, su voz temblorosa y quebrada—. ¿Sabes qué? Ya no sé ni quién eres. El alfa con el que soñaba, el que pensé que eras, no es esta persona frente a mí.

Satoru evitó mirarlo a los ojos, su expresión severa y distante, sin decir nada. Suguru lo miró con el corazón roto, sintiéndose como un extraño en la vida de la persona que más amaba.

Sin esperar respuesta, Suguru se giró y salió de la habitación, sus sollozos ahogados llenando la casa mientras subía las escaleras.

Suguru, con la mente nublada por el
alcohol y el dolor, se tambaleó hacia el cuarto de Satoru, su corazón golpeando con desesperación. Apenas podía mantenerse de pie, pero sus emociones lo empujaban a seguir. Se arrodilló frente a Satoru, sus manos temblorosas agarrando la ropa del alfa mientras lágrimas silenciosas caían por su rostro.

—Satoru… p-por favor, perdóname… —murmuró, su voz rota y débil—. Haré lo que sea, te lo prometo. No tienes que volver a enfadarte conmigo…

Suguru se aferraba a la idea de hacer cualquier cosa, incluso dejando de lado toda su dignidad, rogando desesperadamente. Su oferta lo hizo temblar, el dolor evidente en su mirada, mientras suplicaba y se humillaba.

—Suguru, ya basta… —dijo Satoru, con un tono cortante y frío que solo hizo que el omega se sintiera aún más rechazado. Satoru dio un paso atrás, reacio a aceptar el gesto desesperado de Suguru. Observó cómo él intentaba sonreír, aunque la tristeza le teñía los ojos, tratando de recomponerse para esconder su dolor.

Suguru se levantó lentamente, sus manos cayendo al suelo. Por dentro, se sentía vacío, cada fragmento de su corazón destrozado por el rechazo de Satoru. Con un intento final, murmuró:

—¿Es mi culpa, Satoru? ¿Hice algo mal?

Pero Satoru permaneció en silencio, sin ofrecer ni consuelo ni respuestas.

Suguru, en su desesperación, sintió que ya no tenía nada que perder. Con la voz rota y la mirada humillada, se acercó a Satoru e, intentando encontrar cualquier forma de arreglar lo que estaba mal, susurró:

—Satoru… si eso es lo que necesitas… puedo… puedo hacerte feliz —dijo, su voz temblando mientras bajaba la mirada—. Puedo hacerte sentir bien… si me dejas…

<<Me humillare ante ti si es necesario, solo para que me perdones y fijamos estar bien.. satoru>>

Antes de que pudiera terminar, Satoru se alejó de golpe, con una mezcla de furia y desprecio en el rostro.

—¿De verdad crees que eso es lo que quiero, Suguru? —espetó, su tono lleno de disgusto—. Eres patético. ¿De verdad te has rebajado tanto?

Suguru sintió como su rostro se encendía de vergüenza y dolor, cada palabra de Satoru enterrándose en lo profundo de su pecho. Pero antes de que pudiera responder, Satoru continuó con frialdad.

—Lárgate de mi vista ahora mismo… o mejor, me iré yo.

Suguru alcanzó a levantar una mano, intentando detenerlo, pero Satoru ya se estaba dando la vuelta, sin siquiera mirarlo una última vez. Y así, sin más, salió del cuarto, dejando a Suguru solo, desesperado y hundido en el silencio aplastante de la habitación.

Suguru no había dormido en toda la noche. Después de la fuerte discusión con Satoru, se quedó en la sala, sumido en sus pensamientos y emociones contradictorias, buscando sin éxito una manera de calmar el torbellino en su pecho. Cuando amaneció, decidió levantarse para preparar el desayuno, esperando que eso le diera algo de claridad. Sin embargo, al entrar en la cocina, notó que Satoru ya se había ido a trabajar. Ese detalle, tan pequeño pero tan significativo, lo desanimó profundamente. Sintiéndose vacío, tomó una simple manzana y se la comió en silencio, sin notar realmente el sabor mientras la resaca y el cansancio pesaban sobre él.

Reuniendo el poco ánimo que tenía, se dirigió al trabajo. Su apariencia desaliñada y el cabello mal peinado dejaban ver su agotamiento; las ojeras marcaban sus ojos con un aire de tristeza que, pese a su intento de ocultar, era evidente. Evitó encontrarse con cualquiera en el camino a su oficina, cerrando la puerta detrás de él en cuanto llegó y dejándose caer en la silla, sintiéndose un extraño en su propia piel.

Encendió su computadora y abrió una simple nota en blanco, tratando de anotar ideas para disculparse con Satoru. Escribió sin pensar demasiado, solo para tener algo en lo que concentrarse:

"¿Cómo puedo disculparme con Satoru?

1. Cocinarle algo, algún postre.

2. Comprarle algo.

3. …"

Suguru miró la pantalla, pero no podía pensar en nada más. Sentía que las palabras se le escapaban, y un peso incómodo se instalaba en su pecho, creciendo con cada segundo que pasaba. Cuando su teléfono comenzó a sonar, contestó sin entusiasmo.

—¿Está hablando Suguru Geto? ¿Qué necesita? —dijo, tratando de sonar profesional.

—¡Geto! ¡Necesito que me des contexto de qué pasó entre tú y Gojo! —la voz de Utahime sonaba agitada al otro lado de la línea, casi como si estuviera conteniendo la respiración.

Suguru se sobresaltó, sorprendido por la intensidad de su tono, pero suspiró antes de responder.

—Anoche, cuando te llamé a ti y a Shoko… —hizo una pausa, intentando encontrar las palabras correctas—. Gojo no regresaba, y… cuando finalmente lo vi, tuvimos una pelea.

Optó por no mencionar los detalles humillantes de la noche anterior, la forma en que había terminado suplicando y cómo Satoru lo había rechazado de la manera más fría posible.

—Agh… ¡con razón está tan tenso hoy! —murmuró Utahime con frustración—. Escucha, tienen que arreglar esto. No puedes quedarte así.

Suguru apretó los labios y sintió un nudo en la garganta.

—¿Crees que no he intentado hacerlo? —respondió en voz baja, con una mezcla de desesperación y cansancio.

Utahime guardó silencio unos segundos antes de hablar otra vez, esta vez con un tono más suave.

—Bueno, si las cosas se ponen aún peor, recuerda que Shoko y yo estaremos aquí para apoyarte. —Su voz era firme y sincera—. No tienes que lidiar con esto solo.

—Gracias, Utahime… de verdad. —Suguru esbozó una sonrisa, aunque sin mucha convicción.

Cuando la llamada terminó, Suguru dejó el teléfono sobre el escritorio, mirando la pantalla de la computadora con el documento incompleto. Su mente regresaba una y otra vez a Satoru, a los recuerdos de su relación y a cómo todo parecía haberse desmoronado en un abrir y cerrar de ojos.

Suguru se quedó mirando la pantalla, absorto en sus pensamientos. Por más que intentara encontrar alguna forma de enmendar lo ocurrido, sentía que todo esfuerzo era en vano. Los recuerdos de la discusión con Satoru lo asaltaban constantemente: las palabras frías, el tono distante, y aquella manera en que Satoru lo había rechazado… Lo peor no había sido la discusión, sino la sensación de que algo se había roto irreparablemente entre ellos.

Suspirando, Suguru cerró la computadora y se dejó caer en la silla. La conversación con Utahime lo había calmado un poco, pero no lo suficiente como para aliviar la ansiedad en su pecho. La culpa, el arrepentimiento, y la duda lo atormentaban. ¿Qué había hecho mal? ¿Había sido demasiado sensible? ¿O quizás demasiado insistente?

Un par de golpes en la puerta de su oficina lo sacaron de sus pensamientos. Al levantar la vista, vio a Shoko entrar con una expresión de preocupación.

—Hey… ¿estás bien? Utahime me dijo que habías tenido una noche difícil. —Shoko se acercó, dejando una taza de café en su escritorio.

Suguru sonrió levemente, tratando de disimular su angustia.

—Gracias, Shoko… La verdad es que… he tenido mejores días. —Tomó un sorbo de café, buscando algún tipo de consuelo en el amargo sabor—. Siento que todo se está desmoronando, ¿sabes? Anoche fue una de esas noches que prefiero olvidar.

Shoko se sentó frente a él y lo miró con seriedad.

—Suguru, todos tenemos malas noches. Pero lo importante es que no te quedes atrapado en esos pensamientos. ¿Satoru sabe cuánto te afecta esto?

Suguru negó con la cabeza, una sonrisa amarga en sus labios.

—No creo que le importe. Parece que ya tomó su decisión… —Las palabras salieron cargadas de resignación, y por un momento, Suguru sintió que iba a quebrarse frente a Shoko—. No quiero parecer patético, pero… he intentado todo. Me disculpé, traté de hacer las paces, y aun así, me siento… rechazado.

Shoko lo miró con compasión y suspiró.

—A veces, en una relación, uno de los dos necesita tiempo para procesar. No puedes hacer que Satoru cambie de parecer de la noche a la mañana, pero sí puedes dejarle saber que estás ahí, sin presiones.

Suguru asintió, aunque las palabras de Shoko le parecían tan distantes. Todo parecía tan simple cuando alguien más lo decía, pero vivirlo era una historia completamente distinta.

—Voy a intentar darle espacio. Tal vez eso sea lo que necesita. —Suguru trató de convencerse de sus propias palabras, aunque el vacío en su pecho no cedía.

Shoko se levantó y le dio una palmadita en el hombro.

—Haz lo que creas mejor, pero no te olvides de cuidarte también. No te destruyas en el proceso, ¿de acuerdo?

Suguru asintió lentamente, observando cómo Shoko salía de la oficina. Una vez más, se quedó solo, sumido en sus pensamientos. Quizás el consejo de Shoko era lo correcto: dejar que las cosas fluyeran y darle a Satoru el espacio que él necesitaba. Pero mientras tanto, Suguru tendría que encontrar la manera de lidiar con el dolor de la espera… sin perderse a sí mismo en el intento.

A la mañana siguiente, después de la devastadora discusión con Satoru, Suguru decidió hacer algo que pocas veces hacía: hablar con sus padres. Quizá no esperaba un consejo milagroso, pero al menos quería desahogarse, dejar de cargar todo en silencio.

Al llegar a la casa de sus padres, se sentó en el despacho de su padre, esperando que este lo escuchara. Suguru trató de explicarle la situación con Satoru, aunque omitió algunos detalles dolorosos. Su padre lo escuchó en silencio, y cuando Suguru terminó, su padre guardó un largo silencio, como si estuviera evaluando la situación.

—Suguru, no te preocupes —dijo finalmente, con una sonrisa que resultaba un poco enigmática—. Yo me encargaré de que Satoru actúe como corresponde.

Suguru frunció el ceño, sin entender del todo lo que su padre quiso decir, pero lo dejó pasar, con la esperanza de que esto mejorara su relación.

Horas después, Satoru recibió una llamada inesperada de su propio teléfono. Al responder, la voz fría y directa del padre de Suguru lo sorprendió.

—Satoru, ya sabes lo que esperamos de ti. Si quieres seguir recibiendo tu pago, vas a tener que mejorar esa actuación y tratar a Suguru como se merece, especialmente frente a él. ¿Lo entiendes?

Satoru apretó los dientes, molesto por las exigencias. Aunque estaba enojado, no podía perder la oportunidad económica que esto le brindaba, así que aceptó. Pero su enojo hacia Suguru aumentaba, considerándolo responsable de la situación en la que estaba. Sin embargo, estaba dispuesto a seguir adelante con la “actuación”.

Horas después, cuando Suguru volvió a su apartamento, se encontró con Satoru esperando en la entrada. Sorprendido y algo esperanzado, Suguru se acercó.

—Satoru, yo… gracias por volver.

Satoru suspiró, fingiendo una sonrisa y poniendo una mano en el hombro de Suguru.

—Lo siento por antes, Suguru —dijo, esforzándose en sonar convincente—. Creo que… exageré un poco. Pero bueno, no eres fácil de soportar a veces.

Suguru, sin embargo, no se enfocó en la última parte. Sus ojos brillaban, emocionado de escuchar una disculpa. Aunque había algo en la actitud de Satoru que se sentía frío, eligió ignorarlo, convencido de que con tiempo todo mejoraría.

—Gracias, Satoru. Te prometo que haré todo lo que esté en mis manos para que esto funcione.

Con una sonrisa complaciente, Satoru asintió, y luego sugirió que salieran a cenar. Suguru no cabía de la alegría, aceptando de inmediato la invitación.

Suguru observaba a Satoru con sorpresa cuando, de repente, sintió sus labios en el cuello, en un suave beso que fue solo el comienzo. Los labios de Satoru siguieron trazando un camino de pequeños besos y mordiscos, dejando ligeras marcas en su piel. Suguru comenzó a sentir el deseo crecer en su interior; el tacto de Satoru despertaba en él un anhelo que le resultaba casi imposible de ignorar, y se inclinó hacia él, queriendo ir más allá.

Sin embargo, Satoru se detuvo justo antes de que la situación se intensificara, apartándose con una sonrisa juguetona.

—Creo que es hora de cenar, ¿no? —dijo con un tono ligero, como si nada hubiera ocurrido.

Suguru, algo desconcertado pero contagiado por la actitud relajada de Satoru, terminó riendo suavemente. Aunque deseaba más, también sabía que disfrutar de estos momentos simples y cercanos juntos era algo especial.

Ambos se dirigieron a la cocina y comenzaron a preparar la cena juntos, moviéndose con una sincronización casi natural entre risas y miradas cómplices. Para Suguru, estos momentos compartidos en la cocina tenían un significado profundo; era como si en esos pequeños gestos cotidianos existiera una conexión genuina. Mientras trabajaban juntos en la comida, Suguru se permitió imaginar, aunque fuera solo por un momento, que realmente compartían esa vida que tanto anhelaba a su lado.

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Después de una cena tranquila, los dos se dirigieron al baño, riendo suavemente mientras se preparaban para compartir una ducha. Esta vez no había lugar para el malestar o la incomodidad. Satoru sonrió al ver a Suguru, con su cabello mojado y su bata, mientras se metían juntos bajo el agua caliente. El vapor llenaba el aire, empañando los espejos, pero lo que realmente importaba era lo que estaba entre ellos: la cercanía, el respeto, la ternura.

Satoru la miraba de reojo, observando cómo Suguru se relajaba poco a poco bajo el agua. Fue un gesto sencillo, pero algo en su mirada cambió, un suspiro de alivio. Por primera vez en días, sentía que todo estaba bien, que no había barreras entre ellos.

—Esto está perfecto —dijo Satoru, mientras ayudaba a Suguru a enjuagar el shampoo de su cabello. Suguru, a su vez, le devolvió la sonrisa, tomando el jabón y frotándolo suavemente en su piel.

—Lo es —respondió Suguru, casi en un susurro—. Me alegra que estemos bien.

El agua caliente y el sonido suave de las gotas caídas parecían acallar todas las preocupaciones. Cuando terminaron de ducharse, salieron juntos, riendo suavemente, como si el mundo exterior no existiera. En lugar de la tensión que había marcado las últimas horas, ahora había un lazo más fuerte, algo tan sencillo como estar allí el uno para el otro.

Se dirigieron a la cama, donde se acurrucaron, envueltos en las mantas. Satoru rodeó a Suguru con sus brazos, sin prisa, dejándose llevar por el calor de su presencia. Suguru descansó su cabeza en su pecho, con una sonrisa tranquila, sintiendo la seguridad de ese momento.

—Buenas noches, Satoru —susurró Suguru.

Satoru, acariciando su cabello, respondió con suavidad: —Buenas noches, Sugu. Gracias por quedarte conmigo.

Los dos se quedaron ahí, abrazados, en silencio, disfrutando de la paz que se habían ganado, sin necesidad de palabras, solo con la promesa tácita de que todo estaría bien.

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...

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Después de su noche tranquila juntos, los dos se despertaron con una sensación diferente. No era solo el calor de las mantas ni el brillo de la mañana, sino la sensación de que las cosas entre ellos finalmente estaban en el camino correcto.

—¿Te gustaría salir hoy? —preguntó Satoru, sonriendo mientras acariciaba el cabello de Suguru.

—¿Salir? ¿Adónde? —Suguru se estiró, aún un poco somnoliento, pero con una curiosidad creciente.

Satoru se levantó de la cama con una sonrisa traviesa. —Te he estado escuchando hablar sobre algunas cosas que te gustan… ¿por qué no vamos a verlas en persona? Te invito, claro. ¡Será divertido!

Suguru lo miró, intrigado. —¿De qué hablas?

—Vamos a comprar cosas. Cosas caras. Cosas que te hagan sentir bien —dijo Satoru, con una mirada pícara. Sabía que no podía resolver todo con regalos materiales, pero a veces un gesto como este hacía que todo fuera más fácil.

Suguru sonrió, sabiendo que Satoru había notado las pequeñas cosas que le interesaban. —Bueno, si tú lo dices, ¿por qué no?

Y así, después de un rápido desayuno y algo de ropa cómoda, los dos salieron a la ciudad. Satoru había planeado todo cuidadosamente, queriendo hacerle un regalo a Suguru que fuera mucho más que material. Era una forma de mostrarle cuánto lo apreciaba, de una manera que solo él podía entender.

Visitaron varias tiendas exclusivas de ropa de diseñador, accesorios de lujo, y joyerías. Satoru se mantenía cerca de Suguru, guiándolo entre las estanterías llenas de artículos caros.

—¿Este te gusta? —Satoru le preguntó mientras sostenía una bufanda de seda que parecía perfecta para el frío que se avecinaba.

Suguru la tocó, admirando la suavidad del tejido. —Es realmente bonito. Pero no sé si es necesario…

Satoru lo miró, casi como si estuviera evaluando sus palabras. —Hoy no es sobre lo necesario, Sugu. Es solo para ti. Porque te lo mereces.

Suguru no pudo evitar sonrojarse un poco. Esa sinceridad, esa calma de Satoru, era algo que le gustaba, pero también le hacía sentirse vulnerable. A veces pensaba que no merecía tanto, pero Satoru no se detendría.

Siguieron caminando por la tienda, y Satoru continuó eligiendo cosas, desde relojes hasta carteras, sin escatimar en nada. No se trataba solo de materialismo. Era una forma de mostrar a Suguru que él era importante, que valía todo lo que pudiera ofrecerle.

Después de un rato, Satoru se detuvo frente a una vitrina que mostraba una pieza en particular. Un collar que resaltaba por su elegancia y sencillez, pero con un toque de sofisticación que solo alguien como Suguru podría llevar.

—Esto… esto te quedaría perfecto —dijo Satoru mientras señalaba el collar.

Suguru observó el collar, luego a Satoru. —Es hermoso, Satoru, pero… ¿por qué tanto? No necesitas gastar tanto dinero…

Satoru sonrió, tomando el collar y acercándose a Suguru. —Porque quiero verte feliz. Porque cuando te veo sonreír, todo vale la pena. Así que… lo tomamos. Y si te gusta más, seguimos buscando. Quiero verte brillar.

Suguru se quedó en silencio por un momento, mirando el collar y la manera en que Satoru lo miraba. Era difícil resistirse. Pero no era solo el regalo. Era todo lo que Satoru hacía por él.

—Está bien —respondió finalmente, con una sonrisa—. Lo tomaré. Gracias, Satoru.

La sonrisa de Satoru fue lo único que necesitaba escuchar. Era su manera de decir "no tienes que hacer nada para merecerlo".

Después de hacer las compras, ambos se dirigieron a un restaurante elegante en el centro de la ciudad. Los dos se sentaron en una mesa reservada, disfrutando de la comida mientras se miraban con complicidad. Las luces suaves y la música en el fondo creaban el ambiente perfecto para una noche en la que nada parecía importar más que estar juntos.

La conversación fluía con naturalidad. No había presión. Solo ellos.

<<Lo que sea solamente para que dejes de molestarme Geto..>>Pensó Satoru aún con su sonrisa.. <<Quiero irme a casa.. y dormir>>

§Creeme Satoru, extrañarás demasiado a Geto después de esto§

Adiós mis LECTORES ME VOLVI GEGE 🗣️🗣️🐊😡🔥😭 YA NO CREO EN EL AMOR

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