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Hola hijos les prepare su comida, espero y la disfruten
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El primer día de regreso al trabajo fue un infierno para Suguru. Al entrar al edificio de la empresa de Satoru, el aire parecía más pesado de lo normal. Cada paso hacia su oficina se sentía como un martillo golpeando en su pecho. La última cosa que quería era cruzarse con el alfa, pero sabía que no podría evitarlo para siempre. Satoru era el dueño de la empresa, después de todo.

Suguru intentaba mantenerse ocupado, escondido detrás de montones de documentos y reportes que debía entregar. Su oficina, pequeña y algo apartada, había sido su refugio durante meses. Había aprendido a evitar a Satoru, a esquivar sus intentos de hablar o de acercarse… pero siempre había un límite.

No pasaron ni dos horas antes de que escuchara un golpe suave en la puerta de su oficina. Suguru no necesitó mirar para saber quién era.

—Suguru, soy yo. ¿Puedo pasar? —preguntó Satoru, con un tono amable, casi tímido, algo raro en él.

Suguru se quedó en silencio, esperando que Satoru entendiera la indirecta y se fuera. Pero el alfa no se movió.

—Por favor, solo quiero hablar contigo —insistió Satoru desde el otro lado de la puerta.

Suguru suspiró profundamente, cerrando los ojos con frustración. Finalmente, se levantó y abrió la puerta, quedándose en el marco para evitar que Satoru entrara.

—¿Qué necesitas, Satoru? Estoy ocupado —dijo, manteniendo su tono frío y distante.

Satoru se detuvo por un momento, sorprendido por la hostilidad. Pero en lugar de retroceder, sonrió débilmente.

—Solo quería verte. Han pasado semanas, Suguru. Ni siquiera respondes mis mensajes. Pensé que tal vez aquí… podríamos hablar.

—No tengo nada que decirte. Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer —replicó Suguru, moviéndose para cerrar la puerta.

—Espera. Por favor —dijo Satoru, deteniendo la puerta con una mano—. Sé que algo está mal. No soy estúpido, Suguru. Te conozco mejor de lo que crees, y puedo ver que estás mal. Déjame ayudarte, al menos como un amigo.

La palabra amigo hizo que Suguru apretara los dientes. Sus manos temblaban ligeramente mientras mantenía la puerta a medio cerrar.

—No necesito tu ayuda, Satoru. No ahora, no nunca. Deja de insistir —dijo, su voz temblando apenas perceptiblemente.

Satoru frunció el ceño, claramente dolido por la frialdad de Suguru, pero no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.

—¿Por qué me alejas tanto? ¿Qué hice para merecer esto? —preguntó, con un tono que mezclaba frustración y tristeza.

Suguru lo miró directamente a los ojos por un instante. Y en ese momento, el alfa pudo ver algo más allá de la hostilidad: miedo, culpa y un dolor profundo que no lograba comprender.

—No eres tú, Satoru. Soy yo. Y no quiero hablar de esto. Por favor, déjame en paz —respondió Suguru antes de cerrar la puerta con fuerza, dejando a Satoru en el pasillo.

El alfa permaneció allí, mirando la puerta cerrada, sintiéndose impotente. Sabía que algo grave le estaba ocurriendo a Suguru, y el pensamiento de no poder ayudarlo lo estaba destrozando.

Dentro de la oficina, Suguru se dejó caer en la silla, ocultando su rostro entre las manos. Había logrado mantener a Satoru fuera, pero cada vez le costaba más mantener la fachada.  Se sentía como si estuviera cayendo en un abismo sin fin, y no sabía cuánto más podría soportar.

Utahime, quien trabajaba en el mismo piso que Suguru, no pudo evitar notar el cambio drástico en él. Siempre había sido un hombre tranquilo, reservado pero con cierta calidez, especialmente cuando hablaba de Tsumiki o Satoru. Ahora, su rostro lucía demacrado, sus ojos carecían de brillo, y su actitud era más fría de lo normal.

Ese día, mientras pasaba cerca de su oficina, lo vio con la cabeza apoyada en el escritorio, sus hombros tensos y temblorosos. Parecía que estaba al borde del colapso. Utahime frunció el ceño. Había ignorado su comportamiento extraño durante semanas, pensando que era estrés laboral, pero esto era diferente. Decidió que no podía quedarse de brazos cruzados.

Tocó suavemente la puerta antes de entrar, sin esperar una respuesta.

—Suguru, ¿tienes un momento? —preguntó, cerrando la puerta detrás de ella.

Él levantó la cabeza lentamente, sus ojos enrojecidos y su expresión cansada.

—¿Qué necesitas, Utahime? Estoy ocupado.

—Eso es mentira, y lo sabes —respondió ella con firmeza, acercándose a su escritorio—. Suguru, ¿qué te está pasando? Te ves horrible, y todos lo notan.

Suguru suspiró, apartando la mirada.

—Estoy bien, solo cansado. Es todo.

Utahime cruzó los brazos, claramente no creyéndole.

—Por favor, no me salgas con eso. Soy tu amiga, Suguru. Y aunque no lo creas, me importas. No tienes que decirme todo, pero al menos dime si necesitas ayuda.

Suguru se quedó en silencio, sus manos temblando ligeramente mientras las escondía bajo el escritorio. Por un momento, parecía que iba a hablar, pero se mordió el labio y negó con la cabeza.

—No es algo de lo que quiera hablar, Utahime. Agradezco tu preocupación, pero puedo manejarlo.

Ella lo observó con tristeza, dándose cuenta de que estaba escondiendo algo muy grave.

—Está bien, no te voy a presionar… pero prométeme que, si necesitas algo, me lo dirás. No importa lo que sea. ¿De acuerdo?

Suguru asintió ligeramente, aunque no tenía intención de cumplir esa promesa. Utahime suspiró, sintiéndose impotente.

Antes de irse, se detuvo en la puerta y miró hacia atrás.

—Suguru… a veces, hablar con alguien puede marcar la diferencia. No tienes que cargar con todo tú solo.

Cuando Utahime salió, Suguru se recargó contra la silla, dejando escapar un suspiro tembloroso. Sus palabras habían tocado una fibra sensible, pero también lo hacían sentir aún más atrapado. No podía hablar. No podía decirle a nadie lo que había pasado, porque el peso de la culpa y la vergüenza lo estaban destrozando por dentro.

Mientras tanto, Utahime decidió que no iba a dejar esto así. Si Suguru no hablaba, entonces tal vez necesitaba buscar ayuda para él… y sabía exactamente a quién llamar.

Suguru se encontraba en su oficina, tratando de concentrarse en los informes apilados frente a él, cuando Utahime entró para entregarle unos documentos. Aunque no quería hablar con nadie, se resignó a escucharla mientras ella comentaba algunos detalles sobre los reportes. Sin embargo, mientras intentaba mantener la compostura, sintió un mareo repentino acompañado de una náusea intensa.

La conversación de Utahime se desvaneció en el fondo mientras Suguru se ponía pálido. De pronto, se levantó abruptamente y salió corriendo de la oficina, dejando a Utahime sorprendida y preocupada.

—¡Suguru! —exclamó, siguiéndolo rápidamente.

Suguru llegó al baño justo a tiempo, inclinándose sobre el inodoro mientras comenzaba a vomitar. El sonido y la intensidad del momento hicieron que Utahime se detuviera en la entrada del baño, incapaz de ocultar su preocupación.

Cuando Suguru finalmente terminó, escupió y se apoyó contra la pared del cubículo, su rostro todavía pálido y bañado en sudor.

—Debe haber sido algo que comí —dijo con voz débil, intentando sonar casual mientras se limpiaba la boca con la manga.

Utahime frunció el ceño, cruzando los brazos.

—¿Estás seguro? Porque eso no parecía solo "algo que comiste", Suguru. ¿No prefieres tomar algún medicamento o al menos descansar un rato?

Él negó con la cabeza, sonriendo débilmente mientras se incorporaba con esfuerzo.

—Estoy bien, de verdad. No es nada grave.

Utahime lo miró con escepticismo, pero no insistió. Sin embargo, el incidente solo incrementó su preocupación por su amigo. Suguru regresó a su oficina, tambaleándose un poco. Se sentó frente a su escritorio, deseando que el malestar desapareciera, aunque su mente comenzaba a divagar.

"¿Será el aborto? ¿O algo más…?" pensó con inquietud. Desde que había tomado esa decisión, su cuerpo no había vuelto a sentirse del todo bien, pero había atribuido todo al estrés y al cansancio.

Sin embargo, esta vez la sensación era diferente. Suguru se llevó una mano al abdomen de forma inconsciente, un gesto que lo hizo tensarse de inmediato.

"No... imposible."

Decidió ignorar el malestar y enfocarse en el trabajo, esperando que se tratara de algo pasajero. Pero durante el resto del día, no pudo evitar sentirse inquieto. Las palabras de Utahime resonaban en su mente, y por más que intentara convencerse de que todo estaba bien, una pequeña voz en su cabeza le decía que tal vez debería asegurarse.

Esa noche, cuando llegó a casa con Tsumiki, se sintió demasiado agotado incluso para preparar la cena. Se limitó a darle algo simple a su hija antes de acostarla. Mientras tanto, él se sentó en el sofá, mirando su teléfono sin realmente verlo.

Entre los mensajes no leídos estaba otro de Satoru.

"¿Por qué no me respondes? ¿Estás bien? ¿Te pasó algo? Por favor, dime si necesitas algo, Sugu'."

Suguru apretó los labios y dejó el teléfono a un lado, sintiéndose incapaz de responder. En su mente, todo estaba mal, y ni siquiera Satoru podía arreglarlo. Pero justo cuando estaba a punto de levantarse, un mareo lo obligó a sentarse de nuevo.

Algo definitivamente no estaba bien.

Suguru intentó convencerse de que necesitaba avanzar, de que mantener a Satoru a su lado era lo mejor para ambos, especialmente para Tsumiki. Por eso, una noche, después de mucho pensarlo, tomó su teléfono y le escribió un mensaje breve:

"Siento haber estado distante, ¿podemos hablar?"

La respuesta de Satoru no tardó en llegar.

"¡Por supuesto, Sugu'! Ven a mi casa cuando quieras. Estoy aquí para ti siempre, ya lo sabes."

Suguru suspiró, sintiendo un peso en el pecho. Esa misma tarde, dejó a Tsumiki con una niñera y fue a ver a Satoru. Cuando llegó, Gojo lo recibió con una sonrisa amplia, esa que siempre iluminaba cualquier lugar. Sin decir nada, lo abrazó con fuerza, enterrando el rostro en el cuello de Suguru.

—Te extrañé tanto, Sugu' —murmuró Satoru, apretándolo aún más.

Suguru se quedó inmóvil por un momento, sintiendo el calor del cuerpo de Satoru contra el suyo. Finalmente levantó los brazos y lo abrazó de vuelta, aunque su gesto carecía de la misma intensidad.

—Perdóname por estar tan raro últimamente —dijo en voz baja, sin mirarlo directamente—. He estado... pasando por muchas cosas.

Satoru lo tomó de los hombros y lo miró con esa mezcla de preocupación y ternura que siempre lo desarmaba.

—No importa, Sugu'. Solo quiero que estés bien. Lo que sea que estés pasando, puedes contármelo, ¿sí? Estoy aquí para ti.

Antes de que Suguru pudiera responder, Satoru inclinó su rostro y lo besó suavemente. Fue un beso lleno de cariño, pero para Suguru, se sintió como un recordatorio de todo lo que había perdido, de lo mucho que estaba fingiendo. Aun así, correspondió al beso, forzando una sonrisa cuando Satoru se separó.

—Gracias, Satoru. En serio.

Gojo sonrió, aliviado.

—Eso significa que estamos bien, ¿no? ¿Vamos a empezar de nuevo? —preguntó con entusiasmo.

Suguru asintió lentamente, pero su sonrisa no llegó a sus ojos.

—Sí, vamos a empezar de nuevo.

Esa noche, pasaron tiempo juntos, Satoru haciendo todo lo posible por hacer reír a Suguru, cocinando su plato favorito y recordándole los momentos felices que habían compartido. Por momentos, Suguru casi creyó que todo estaba bien. Pero cuando se quedó solo en el baño, mirándose al espejo, la realidad volvió a golpearlo.

La culpa, el dolor y el vacío seguían ahí, enterrados bajo esa sonrisa falsa que había aprendido a usar tan bien.

"No puedo seguir así para siempre," pensó mientras apoyaba las manos en el lavabo, sintiendo las lágrimas acumulándose en sus ojos. Pero entonces recordó a Tsumiki, a Satoru, y a todo lo que perdería si dejaba caer esa máscara.

Así que decidió seguir fingiendo, al menos por un poco más de tiempo.

...

Satoru había estado planeando aquella noche con mucho cuidado, emocionado por la posibilidad de volver a conectar con Suguru después de los altibajos que habían enfrentado. Preparó una cena especial, sabiendo que el Omega estaba pasando por un mal momento, y esperaba que esa noche pudieran dar un paso hacia adelante.

Cuando finalmente se encontraron, la cena transcurrió con cierta tranquilidad. Suguru estaba algo distante, pero Satoru no quiso forzar las cosas. Intentó mantener una conversación ligera, hablándole de su día y recordándole lo mucho que lo quería. Pero había algo en la forma en que Suguru sonreía, algo falso que lo inquietaba.

Terminaron de comer, y Satoru decidió que era momento de acercarse. Se inclinó hacia Suguru, tomando su rostro entre sus manos con cuidado, y lo besó. Al principio, Suguru no se resistió, y eso le dio a Satoru la confianza para profundizar el beso, dejando que sus manos bajaran suavemente hacia los muslos del Omega.

Fue entonces cuando todo cambió. Suguru se tensó de golpe, sus ojos abiertos de par en par. De repente, no veía a Satoru frente a él, sino a Toji. Las imágenes del abuso invadieron su mente como una pesadilla, y el terror lo consumió.

Con un salto, Suguru se apartó bruscamente, sus ojos llenos de lágrimas y su cuerpo temblando.

—¡NO QUIERO! ¡NO QUIERO QUE ME TOQUES! —gritó desesperado, su voz quebrándose mientras retrocedía hasta quedar pegado a la pared.

Satoru se quedó inmóvil, completamente sorprendido por la reacción de Suguru.

—¿Sugu'? ¿Qué pasa? Soy yo... Satoru —dijo suavemente, alzando las manos para mostrar que no tenía intención de acercarse más.

Pero Suguru no podía escucharlo. Sus respiraciones eran rápidas, irregulares, y su mirada estaba perdida en un punto fijo, como si estuviera atrapado en otro lugar.

El silencio entre ambos era insoportable.

—Por favor, no me toques... no quiero... —susurró Suguru entre sollozos, su voz apenas audible.

El corazón de Satoru se rompió al verlo así. Todo el entusiasmo que había tenido por esa noche, toda la esperanza de que pudieran recuperar lo que tenían, se desmoronó en un instante. Dio un paso atrás, tragando con dificultad, intentando no dejarse llevar por la frustración.

—Está bien... no voy a tocarte —murmuró, su voz rota pero contenida. Luego, con más firmeza, añadió—: Pero, ¿puedes decirme qué está pasando?

Suguru no respondió. Sus labios temblaban, pero no podía encontrar las palabras. ¿Cómo podría explicarle lo que estaba pasando?

Satoru lo miró fijamente, intentando entender.

—¿Es por mí? ¿Hice algo mal? —preguntó, esta vez con un tono más dolido, casi resentido—. ¿O simplemente ya no confías en mí?

—No es eso... —murmuró Suguru, evitando mirarlo a los ojos.

—¿Entonces qué es? ¡Dímelo, por favor! —insistió Satoru, ahora claramente frustrado—. ¡No puedes seguir alejándome y esperar que entienda todo por arte de magia!

Suguru intentó hablar, pero las palabras no salían. No podía decirle la verdad. No podía confesarle lo que Toji le había hecho, ni cómo eso lo había destrozado por completo.

El silencio de Suguru fue la gota que colmó el vaso para Satoru.

—¿Sabes qué? Olvídalo... —dijo finalmente, su voz fría y llena de amargura—. Haz lo que quieras, Suguru. Pero no esperes que siga aquí para siempre si ni siquiera puedes confiar en mí.

Sin decir nada más, Satoru se dio la vuelta y salió del departamento, cerrando la puerta tras de sí con un golpe seco.

Suguru se quedó allí, paralizado, mientras las lágrimas caían por su rostro. Quería gritarle que no era su culpa, que no era él el problema, pero las palabras no salían. Se dejó caer al suelo, abrazándose a sí mismo mientras sollozaba en silencio.

Por más que quisiera, no podía dejar que Satoru se acercara más. No mientras las cicatrices que cargaba seguían tan abiertas y dolorosas.

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Suguru seguía sentado en el sofá, con los brazos alrededor de sus rodillas. La tensión en el ambiente era palpable tras haber rechazado a Satoru de manera tan abrupta. El alfa estaba parado cerca de la puerta de la sala, mirándolo con el ceño fruncido, visiblemente afectado.

—Suguru... no entiendo qué te pasa últimamente —dijo finalmente Satoru, su tono frío, pero cargado de frustración.

El omega apenas lo miró, sus ojos hinchados por las lágrimas que ya no podía controlar.

—Lo siento, Satoru... de verdad lo siento —murmuró, la voz rota.

Pero ese "lo siento" no parecía ser suficiente para el alfa. Satoru apretó los puños, dejando salir un suspiro tembloroso.

—Siempre dices lo mismo. Que lo sientes. Pero nunca me explicas nada. ¿Qué estás sintiendo, Suguru? ¿Por qué actúas como si yo fuera un problema para ti? —preguntó, dando un paso hacia él, aunque manteniendo una distancia prudente.

Suguru negó con la cabeza rápidamente, temblando como si tuviera frío.

—No es eso... no eres tú...

—Entonces, ¡explícamelo! —exclamó Satoru, perdiendo un poco la paciencia—. Porque ya no sé qué hacer contigo. He intentado entenderte, he intentado darte espacio, pero parece que cada vez me odias más.

Las palabras golpearon a Suguru como un balde de agua fría. ¿Odiar a Satoru? Jamás. Lo amaba, pero el dolor y el miedo lo estaban consumiendo.

—¡No te odio! —respondió al fin, con la voz quebrada—. Yo... no sé cómo manejar esto.

—¿Esto? ¿Qué es "esto"? —insistió Satoru, claramente dolido.

El omega trató de buscar las palabras, pero no podía explicar lo que sentía. No podía decirle que cada vez que lo tocaba, los recuerdos de Toji volvían con fuerza. No podía confesarle el aborto, ni el vacío que sentía desde entonces.

Finalmente, Satoru dejó escapar un suspiro pesado y se pasó una mano por el cabello, mirando al techo como si buscara paciencia.

—No puedo seguir así, Suguru —dijo con frialdad—. No puedo seguir intentando acercarme a ti, solo para que me rechaces una y otra vez.

Suguru sintió cómo su corazón se hundía aún más al escuchar esas palabras.

—Satoru, yo... —intentó decir algo, pero el alfa levantó una mano, deteniéndolo.

—No. No me expliques ahora. No quiero escucharte decir "lo siento" otra vez. Necesito aire. Voy a salir —dijo con firmeza, dándose la vuelta y dirigiéndose hacia la puerta de entrada.

Cuando la puerta se cerró de golpe, el sonido resonó en toda la casa, dejando a Suguru completamente solo.

Se dejó caer de espaldas en el sofá, con las lágrimas brotando nuevamente. Quería explicarle a Satoru lo que sentía, pero las palabras simplemente no salían.

Después de unos minutos, su teléfono vibró. Era un mensaje de Satoru:

"No sé cómo ayudarte, Suguru. Pero no puedo seguir haciendo esto yo solo. Si de verdad quieres arreglar esto, háblame cuando estés listo."

Suguru dejó caer el teléfono a un lado y cubrió su rostro con las manos.

"¿Qué estoy haciendo?" pensó, sintiendo que todo se estaba desmoronando a su alrededor. Quería a Satoru. Lo necesitaba. Pero las heridas que cargaba eran demasiado profundas.

Horas después, cuando la casa estaba en completo silencio, Suguru seguía sin poder dormir. Finalmente se levantó y fue a la cocina, donde se sentó frente a la mesa con una taza de té que ni siquiera tocó.

El dolor y la culpa lo carcomían. Por un lado, sentía que Satoru no merecía cargar con sus problemas, pero por otro, no quería perderlo. Estaba atrapado en un círculo interminable de culpa, miedo y amor.

"¿Cómo puedo arreglar esto si ni siquiera puedo arreglarme a mí mismo?" pensó, dejando caer la cabeza sobre sus brazos mientras las lágrimas seguían cayendo.

..

Al día siguiente, la relación entre Suguru y Satoru parecía estancada, pero Gojo no iba a rendirse tan fácilmente.

Suguru estaba en la oficina, concentrado en sus tareas, cuando un aroma floral lo sacó de su concentración. Levantó la mirada y se encontró con Satoru entrando con un ramo de rosas en tonos pastel: suaves rosas y lilas, decorado con un elegante lazo de satén. En el centro, una tarjeta destacaba con letras cursivas que decían: "Perdóname, mi amor."

Los ojos de Suguru se agrandaron por la sorpresa, mientras su corazón latía rápidamente. No esperaba un gesto tan directo de Satoru, y menos en el trabajo.

—¿Qué es esto? —preguntó, aunque su voz sonaba más suave de lo que esperaba.

Satoru, con su típico aire despreocupado, pero con una carita que parecía la de un cachorrito arrepentido, se acercó lentamente.

—Es mi forma de decirte que lo siento, Sugu. No quiero que las cosas sigan mal entre nosotros... —dijo, ofreciendo el ramo con ambas manos—. Por favor, perdóname.

El omega tragó saliva, intentando mantener la compostura. A pesar de todo lo que había pasado, ese gesto tocó algo en su interior.

La oficina entera estaba boquiabierta. Todos los compañeros de Suguru, incluidas Utahime y un par de asistentes nuevas, estaban observando la escena con incredulidad. El ambiente laboral siempre había sido profesional, pero Satoru Gojo, el dueño de la empresa, acababa de romper todas las normas no escritas con su gesto público de arrepentimiento.

Finalmente, Suguru sonrió. Una sonrisa tímida, pero real.

—Eres un idiota, ¿sabes? —murmuró, mientras aceptaba el ramo.

Las miradas de los presentes se intensificaron, y antes de que Suguru pudiera decir algo más, Satoru cerró la distancia entre ellos y lo besó.

El beso fue breve, pero lo suficientemente intenso como para hacer que Suguru casi dejara caer el ramo. Sus ojos se abrieron de golpe, pero no tuvo tiempo de reaccionar antes de que los gritos de emoción de algunas compañeras rompieran el silencio.

—¡Qué romántico!
—¡Son perfectos juntos!
—¡Eso es amor verdadero!

Utahime, por su parte, estaba entre atónita y avergonzada, llevándose una mano a la frente mientras murmuraba: —Este par no tiene remedio...

Suguru se apartó de Satoru, con el rostro completamente rojo.

—¿¡Tienes que hacer esto aquí!? —susurró furioso, aunque no podía evitar que una pequeña sonrisa escapara de sus labios.

—Por supuesto que sí —respondió Satoru, encogiéndose de hombros—. Si no te hago sonreír en el trabajo, ¿entonces cuándo?

Las risas nerviosas de los empleados llenaron el lugar, mientras Suguru desviaba la mirada. Aunque seguía sintiendo un peso en el corazón, algo en ese gesto de Satoru le había dado un respiro.

Satoru se inclinó hacia él nuevamente, susurrando cerca de su oído:

—Te amo, Suguru. No importa cuánto me alejes, siempre voy a encontrarte.

Suguru sintió un escalofrío recorrer su espalda. Miró a Satoru, quien lo observaba con esos ojos tan sinceros y llenos de amor que casi dolía mirarlos.

—Yo... también te amo, Satoru. Solo necesito... tiempo —confesó, en un susurro apenas audible.

Satoru sonrió de oreja a oreja, satisfecho con esa pequeña victoria.

—Tómate todo el tiempo que necesites, amor. Pero solo para que sepas... nunca me rendiré contigo.

Suguru suspiró, mirando las rosas en sus manos. Tal vez, después de todo, podía encontrar una forma de sanar, aunque fuera lentamente.

Después del gesto de Satoru y su beso inesperado, Suguru comenzó a recibir algunas miradas incómodas por parte de ciertos compañeros de trabajo. Aunque había quienes lo miraban con admiración o incluso con envidia, otros no podían ocultar el disgusto o la incomodidad que sentían al ver que el jefe de la empresa tenía una relación tan cercana y evidente con uno de sus empleados.

Suguru lo notó de inmediato. Durante toda la mañana, aquellos que antes le hablaban con normalidad ahora apenas le dirigían la palabra o se limitaban a mirarlo de reojo. La incomodidad en el ambiente era palpable, pero él decidió ignorarla. Había aprendido a lidiar con esas situaciones; después de todo, tenía problemas más grandes que unas miradas malintencionadas.

Sin embargo, Satoru también lo notó. Y a diferencia de Suguru, él no era alguien que dejara pasar las cosas tan fácilmente.

Durante una reunión rápida en la oficina principal, Satoru se levantó de su asiento al frente y, con su característica sonrisa despreocupada, miró a los presentes.

—Antes de que sigamos con los reportes de esta semana, quiero aclarar algo —dijo, cruzándose de brazos—. He notado que algunos aquí tienen problemas con cómo manejo mi vida personal.

El silencio en la sala era sepulcral. Nadie se atrevía a mirar directamente a Satoru, pero las miradas incómodas entre algunos empleados eran evidentes. Suguru, por su parte, se tensó en su silla, deseando desaparecer en ese instante.

Satoru continuó, sin dejar de sonreír, pero con un tono firme que dejaba claro que no estaba bromeando:

—Si alguno de ustedes tiene algún problema con mi relación con Suguru, pueden pasar a mi oficina. No para discutirlo, claro, sino para firmar su carta de renuncia.

Las palabras cayeron como un balde de agua fría en la sala. Utahime, que estaba al fondo, dejó escapar un suspiro mientras murmuraba: —Siempre tiene que hacerlo a lo grande...

—Esto es un lugar de trabajo —añadió Satoru, inclinándose ligeramente hacia adelante—, y espero profesionalismo de todos. Si alguien aquí siente que no puede cumplir con eso, no tengo problemas en buscar un reemplazo. ¿Quedó claro?

Los empleados asintieron rápidamente, algunos incluso con nerviosismo. Nadie quería arriesgarse a enfrentarse al CEO de la empresa.

Satoru, satisfecho, se enderezó y volvió a sonreír de forma relajada.

—¡Perfecto! Ahora sigamos con el reporte de marketing, ¿sí?

Cuando la reunión terminó, Suguru lo alcanzó en el pasillo.

—¿Era necesario hacer todo eso? —preguntó en voz baja, todavía avergonzado por el espectáculo que Satoru había montado.

Satoru se encogió de hombros, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Por supuesto que sí. No voy a dejar que nadie te haga sentir mal aquí. Si alguien tiene un problema con nuestra relación, ese problema no eres tú, amor, sino ellos.

Suguru suspiró, aunque en el fondo no podía evitar sentirse aliviado. Incluso si Satoru era exagerado, no podía negar que esa determinación suya era una de las cosas que más lo había enamorado.

A partir de ese momento, las miradas malintencionadas se disiparon rápidamente. Nadie se atrevió a decir nada más, y aunque Suguru seguía sintiendo cierta incomodidad al notar que todavía era el centro de atención, sabía que mientras Satoru estuviera cerca, no tenía nada que temer.

Esa tarde, mientras ambos salían de la oficina juntos, Satoru lo miró con una sonrisa traviesa.

—¿Ves? Todo está mejor ahora. Podríamos celebrar con una cena en mi casa. Tú, yo, y quizás una botella de vino.

Suguru lo miró con una mezcla de diversión y cansancio.

—¿Siempre tienes que ser tan escandaloso?

—Siempre, Sugu. Es parte de mi encanto.

Y aunque Suguru puso los ojos en blanco, no pudo evitar soltar una pequeña risa. Por un momento, su carga se sintió un poco más ligera.

Suguru marcó a Shoko aquella tarde, su tono tranquilo, aunque con una ligera pizca de nerviosismo.

—Shoko, ¿podrías cuidar a Tsumiki por un rato? No será mucho tiempo, lo prometo.

Shoko no dudó en aceptar.

—Claro, no te preocupes, tráela cuando quieras.

Utahime, quien estaba con Shoko en ese momento, no pudo ocultar su emoción al escuchar la noticia.

—¡¿De verdad vamos a cuidar a Tsumiki?! —exclamó, con una sonrisa brillante—. ¡Me encanta esa niña!

Mientras tanto, Suguru preparó todo para dejar a su hija al cuidado de las dos mujeres. La razón por la que necesitaba ese tiempo libre era porque Satoru había insistido en invitarlo a su casa para pasar una velada tranquila. Esta vez, Satoru había prometido algo especial: tomarían algo en el jacuzzi de su departamento, que ofrecía una vista impresionante de toda la ciudad.

Cuando llegó la hora de salir, Suguru dejó a la niña con Utahume, quien rápidamente se dirigió con Shoko adentró

En el coche de Satoru, de camino a su casa, Suguru miraba por la ventana. La ciudad comenzaba a encenderse con miles de luces, reflejándose en los vidrios de los edificios y en las calles abarrotadas. La vista era simplemente hipnotizante.

—Es hermoso, ¿no crees? —preguntó Satoru, rompiendo el silencio mientras mantenía una mano en el volante.

Suguru, con la mirada fija en el horizonte, asintió lentamente.

—Sí, siempre me ha gustado cómo se ve la ciudad de noche. Todo se siente más… tranquilo.

Satoru sonrió al escuchar eso. Aunque en el fondo sabía que Suguru todavía estaba lidiando con muchas cosas, esos pequeños momentos de paz eran señales de que las cosas podían mejorar, aunque fuera poco a poco.

Al llegar al lujoso departamento de Satoru, este le abrió la puerta con una sonrisa amplia y juguetona.

—Bienvenido a mi reino, mi querido Suguru.

Suguru rodó los ojos, aunque una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Satoru siempre sabía cómo quitarle un poco de peso de encima con su actitud despreocupada.

—Deja de actuar como si fueras el rey de algo —respondió Suguru con un tono sarcástico mientras entraba.

Satoru se encogió de hombros y cerró la puerta detrás de ellos.

—Solo trato de impresionarte, amor. ¿Acaso no funciona?

Suguru negó con la cabeza, aunque no podía negar que la calidez y la energía de Satoru le daban cierta sensación de alivio.

—Ven, vamos al jacuzzi. Todo está listo —dijo Satoru, guiándolo hacia el balcón.

Cuando Suguru salió al amplio balcón, quedó impresionado. El jacuzzi, iluminado suavemente, estaba ubicado estratégicamente para ofrecer una vista panorámica de la ciudad. Las luces brillaban como estrellas en el horizonte, y el ambiente era tranquilo, con solo el murmullo lejano del tráfico como fondo.

Satoru, ya desabrochándose la camisa, lo miró con una sonrisa traviesa.

—¿Qué te parece? ¿Bonito, verdad?

Suguru asintió, todavía observando la vista.

—Es impresionante...

—Espera a que te metas al agua. Es justo lo que necesitas para relajarte un poco.

Suguru se cambió lentamente, todavía sintiéndose un poco nervioso. No era común que aceptara algo como esto, pero quizás lo necesitaba más de lo que quería admitir.

Ambos entraron al jacuzzi, el agua caliente relajando al instante los músculos de Suguru. Satoru se acomodó a su lado, con una expresión tranquila pero llena de intención.

—¿Ves? Te dije que te haría bien —dijo Satoru, tomando una copa de vino que había dejado preparada. Le pasó otra a Suguru, quien la aceptó con un leve suspiro.

—Gracias por esto, Satoru —dijo finalmente, mirando el reflejo de las luces de la ciudad en el agua.

—Siempre, amor —respondió Satoru, acercándose un poco más, aunque sin cruzar ningún límite. Sabía que debía ser paciente.

El momento se sintió casi perfecto, pero en el fondo, Suguru todavía cargaba con un peso que no sabía cómo liberar. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, permitió que la calidez del momento lo envolviera, aunque fuera solo por esa noche.

En medio del jacuzzi, la atmósfera relajada pronto se tornó más íntima. Satoru, con su eterna sonrisa juguetona, se acercó lentamente a Suguru hasta que sus labios se encontraron en un beso suave pero apasionado. La calidez del agua y la vista de la ciudad parecían desaparecer mientras ambos se perdían en ese momento.

Sin embargo, Satoru, en su entusiasmo, empujó sin querer a Suguru hacia abajo, sumergiéndolo en el agua. Suguru, sorprendido, agitó los brazos tratando de salir a la superficie. Cuando finalmente logró tomar aire, el cabello largo y oscuro de Suguru estaba completamente suelto, pegado a su rostro, resaltando aún más sus facciones.

Satoru, que lo miraba embelesado, no pudo evitar reírse.

—Te ves increíble así, Sugu', como salido de una película —comentó con esa sonrisa que tanto lo caracterizaba.

Suguru, por otro lado, estaba claramente molesto.

—¡Pareces idiota! ¿¡Acaso querías matarme, baboso!? —exclamó mientras se acomodaba el cabello mojado hacia atrás.

Satoru no paraba de reírse, incluso sujetándose el estómago mientras lo hacía.

—¡Vamos, no fue para tanto! Además, siempre me ha gustado cómo te ves con el pelo suelto... ¿Sabías que luces aún más sexy? —dijo, inclinándose un poco más cerca de él.

Suguru lo fulminó con la mirada, aunque no pudo evitar ruborizarse un poco por el comentario.

—Deja de decir tonterías, Satoru.

Pero antes de que pudiera continuar su reclamo, Satoru volvió a acercarse, capturando sus labios en un beso más profundo, esta vez cuidando de no volver a empujarlo bajo el agua. Suguru intentó resistirse al principio, todavía molesto, pero al final cedió, dejando que la intensidad del momento lo envolviera.

Cuando finalmente se separaron, Satoru apoyó su frente contra la de Suguru, con una sonrisa suave pero cargada de ternura.

—Lo siento, amor. A veces me paso... pero sabes que nunca haría algo que realmente te lastimara, ¿verdad?

Suguru suspiró, desviando la mirada hacia las luces de la ciudad.

—A veces pienso que no eres consciente de tus propios límites, Satoru.

Gojo soltó una risa ligera.

—Bueno, para eso te tengo a ti, ¿no? Eres mi equilibrio, Sugu'.

Suguru no respondió de inmediato, pero no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, aunque intentara ocultarla. Por mucho que Satoru pudiera desesperarlo, sabía que en el fondo sus intenciones eran sinceras.

El resto de la noche continuó con ambos compartiendo pequeños momentos de cercanía, dejando que las tensiones se diluyeran en el calor del agua y la tranquilidad del paisaje nocturno.

En medio del jacuzzi, la atmósfera relajada pronto se tornó más íntima. Satoru, con su eterna sonrisa juguetona, se acercó lentamente a Suguru hasta que sus labios se encontraron en un beso suave pero apasionado. La calidez del agua y la vista de la ciudad parecían desaparecer mientras ambos se perdían en ese momento.

Sin embargo, Satoru, en su entusiasmo, empujó sin querer a Suguru hacia abajo, sumergiéndolo en el agua. Suguru, sorprendido, agitó los brazos tratando de salir a la superficie. Cuando finalmente logró tomar aire, el cabello largo y oscuro de Suguru estaba completamente suelto, pegado a su rostro, resaltando aún más sus facciones.

Satoru, que lo miraba embelesado, no pudo evitar reírse.

—Te ves increíble así, Sugu', me encanta tu cabello mojado, Mmngh.. te follaria en este momento si me lo permites —comentó con esa sonrisa que tanto lo caracterizaba.

Suguru, por otro lado, estaba claramente molesto.

—¡Cállate! —exclamó mientras se acomodaba el cabello mojado hacia atrás. y algo nervioso

Satoru no paraba de reírse, incluso sujetándose el estómago mientras lo hacía.

—¡Vamos, no fue para tanto! Además, sabes que siempre me ha gustado cómo te ves con el pelo suelto... ¿Sabías que luces aún más sexy? —dijo, inclinándose un poco más cerca de él.

Suguru lo fulminó con la mirada, aunque no pudo evitar ruborizarse un poco por el comentario.

—Callate..

..

El resto de la noche continuó con ambos compartiendo pequeños momentos de cercanía, dejando que las tensiones se diluyeran en el calor del agua y la tranquilidad del paisaje nocturno.

La velada continuaba mientras ambos bebían tranquilamente, disfrutando del paisaje nocturno desde el jacuzzi. Suguru, con su mirada fija en las luces de la ciudad, decidió romper el silencio con una pregunta que había rondado su cabeza.

—¿Y qué hay con Mei? ¿Por qué no está en casa? —preguntó, sin voltear a ver a Satoru.

El rostro de Gojo cambió de inmediato, su expresión relajada tornándose un poco más seria.

—Ella tiene un viaje de negocios —respondió con voz calmada—. Me pidió que fuera con ella, pero me negué. Es simplemente aburrido.

Suguru suspiró, girándose un poco hacia él mientras dejaba su copa sobre el borde del jacuzzi.

—No me parece bien, Satoru… Mientras ella trabaja, tú la engañas conmigo… Incluso tuvimos sexo en su boda. Sé que a veces puede ser una persona difícil, pero no puedo evitar sentirme mal por ella —confesó, desviando la mirada, incómodo.

Sin decir nada, Satoru se inclinó hacia él, envolviéndolo en un abrazo cálido que hizo que Suguru lo mirara de reojo.

—Suguru, no pienses que te estás metiendo en algo o que estás interfiriendo. Sabes que lo de Mei y yo es pura fachada, una obligación que acepté por las circunstancias. Lo único que tengo que hacer es esperar un año. Cuando eso pase, me divorciaré y finalmente podré estar contigo —declaró con una sonrisa confiada.

Suguru se apartó ligeramente, no convencido del todo, y lo miró con seriedad.

—Deberías ponerte en su lugar, Satoru. ¿Cómo te sentirías si tú y yo fuéramos esposos y yo hiciera lo mismo?

Gojo apenas dejó que terminara la frase cuando su expresión cambió a pura emoción.

—¡¿Esposos?! —exclamó con una sonrisa brillante—. Ay, Sugu’, si tú y yo estuviéramos casados, te aseguro que no dejaría que nuestro matrimonio se fuera a la mierda. Daría cada billete que tengo para mantenernos juntos y felices —dijo en tono coqueto, inclinándose hacia él con una sonrisa encantadora.

Suguru rodó los ojos, pero no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa ante el entusiasmo de Satoru.

—Estoy hablando en serio, Satoru. Sé más empático con ella. Deberías aclarar las cosas para que no se haga falsas ilusiones contigo. Y también deberías hablar con tus padres.

Al escuchar eso último, Gojo suspiró y rodó los ojos, dejando caer la cabeza hacia atrás.

—Mis padres… Esos viejos solo quieren explotarme. Lo único que les importa es cuánto dinero pueden obtener a costa de mi imagen. No me interesa lo que piensen.

Suguru notó la tensión en el tono de Satoru y decidió intervenir, soltando unas feromonas calmantes para relajar al alfa. De inmediato, Gojo sintió el efecto, su postura relajándose mientras lo miraba con una expresión más tranquila.

—Eres increíble, ¿lo sabías? —murmuró Satoru, acercándose para besar su mejilla.

Suguru no alcanzó a responder antes de que Satoru empezara a llenar su rostro de besos rápidos y juguetones, lo que lo hizo soltar una risa suave mientras intentaba apartarlo sin mucho éxito.

—¡Ya basta, baboso! —protestó, aunque en el fondo no podía ocultar el calor que le llenaba el pecho cada vez que Satoru mostraba ese lado tan efusivo y sincero.

—No hasta que te saque otra sonrisa —replicó Satoru con una sonrisa amplia, continuando con su ataque de besos mientras Suguru simplemente suspiraba, resignado a dejar que el momento siguiera.

Satoru continuaba dejando besos por todo el rostro de Suguru, uno tras otro, sin darle respiro ni oportunidad de apartarse. Con cada beso, la sonrisa del alfa se ensanchaba, mientras Suguru suspiraba con una risa ligera que trataba de contener.

—Eres tan molesto —murmuró Suguru, frunciendo el ceño de manera apenas creíble.

—Molesto, pero no puedes resistirme, ¿o sí? —replicó Satoru con una sonrisa traviesa, rodeando la cintura del omega y acercándolo más a él bajo el agua.

Suguru abrió la boca para replicar, pero Satoru no le dio tiempo. Sus labios se encontraron en un beso repentino, lento y profundo. Por un instante, Suguru se tensó, sorprendido por la intensidad, pero pronto cedió, relajándose mientras las manos de Satoru lo envolvían con más firmeza.

El calor del jacuzzi parecía intensificarse con cada segundo que pasaba, sus cuerpos pegados mientras el beso se volvía más desesperado. Las manos de Satoru se deslizaron lentamente por la espalda de Suguru, acariciándolo con ternura. Suguru, por su parte, subió sus manos hasta el cabello suelto de Satoru, enredando los dedos entre los mechones blancos y tirando ligeramente de ellos, arrancándole un gemido grave.

—¿Qué intentas hacerme, Suguru? —preguntó Satoru con voz ronca, separándose apenas unos centímetros para mirarlo a los ojos.

—Yo no hice nada… Tú empezaste —replicó Suguru con las mejillas encendidas, desviando la mirada para evitar el azul intenso de los ojos de Satoru.

Satoru sonrió ampliamente, con un brillo travieso en los ojos. —Y no pienso detenerme.

Antes de que Suguru pudiera protestar, Satoru lo tomó por las caderas, levantándolo ligeramente para sentarlo sobre sus piernas. Las ondas del agua los rodeaban, salpicando suavemente a su alrededor. Los ojos de Satoru no dejaban de recorrer el rostro de Suguru con intensidad, como si quisiera memorizar cada detalle.

—Eres tan hermoso, Sugu' —murmuró Satoru, inclinándose para dejar un rastro de besos desde la mandíbula de Suguru hasta su cuello.

Suguru cerró los ojos, inclinando un poco la cabeza hacia atrás para darle más acceso, pero luchaba internamente entre entregarse por completo o detenerlo antes de que las cosas se descontrolaran.

—Satoru… aquí no —susurró con la voz temblorosa.

Satoru dejó escapar una suave risa contra su piel, dejando un beso lento en su clavícula. —No hay nadie más, estamos solo tú y yo, Sugu'...

Suguru sentía su corazón latir con fuerza, su respiración ligeramente agitada. Antes de que pudiera responder, los labios de Satoru volvieron a encontrar los suyos, esta vez en un beso más profundo, sellando cualquier palabra. Las manos de Satoru subieron hasta el rostro de Suguru, sosteniéndolo con ternura mientras lo acercaba aún más.

El omega sentía que todo a su alrededor se desvanecía. Era como si el mundo entero estuviera en pausa, dejando solo a Satoru y a él bajo el cielo estrellado, con las luces de la ciudad brillando en la distancia y el agua del jacuzzi envolviéndolos en su calor.

Satoru no se apartaba, profundizando el beso mientras sus manos se deslizaban suavemente por los costados de Suguru, deteniéndose justo en su cintura. La respiración de ambos era entrecortada, mezclándose con el sonido del agua que se agitaba a su alrededor.

Suguru intentó mantenerse tranquilo, pero la intensidad de los labios de Satoru, sumada al calor de su toque, hacía que todo dentro de él se desmoronara. Finalmente, cuando se separaron, ambos estaban sin aliento, sus frentes tocándose mientras intercambiaban miradas cargadas de emoción.

—¿Sabes cuánto tiempo he esperado este momento? —susurró Satoru, sus ojos celestes brillando con ternura y deseo.

Suguru lo miró con una mezcla de nerviosismo y algo de ternura, desviando la mirada para intentar mantener la calma. —Siempre haces lo que quieres, Satoru…

Gojo soltó una pequeña risa, inclinándose ligeramente hacia él. —No es cierto. Lo único que quiero de verdad eres tú, Suguru.

Esas palabras hicieron que el corazón de Suguru se detuviera por un instante. Por más que quisiera no creerle, había algo en la sinceridad de su tono y en la intensidad de su mirada que lo desarmaba.

—Satoru… —murmuró, casi en un susurro.

Antes de que pudiera continuar, Gojo lo abrazó con fuerza, envolviéndolo en sus brazos como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento. Suguru parpadeó sorprendido al principio, pero luego, lentamente, correspondió el abrazo, apoyando su frente contra el hombro de Satoru.

—Te prometo que no voy a dejarte nunca, Sugu’. Pase lo que pase, siempre voy a estar aquí para ti —susurró Satoru, acariciándole la espalda con delicadeza.

Suguru cerró los ojos, dejando que esas palabras calaran en él. Una parte de él quería creerle, quería confiar, pero las dudas y los miedos seguían presentes, incluso si en ese momento sentía una extraña calma en los brazos de Satoru.

—Estás empapando mi hombro, por cierto —bromeó Satoru tras notar que algunas lágrimas comenzaban a caer por las mejillas de Suguru.

Suguru se separó ligeramente, limpiándose rápidamente las lágrimas y murmurando con algo de vergüenza: —Idiota…

Gojo rió suavemente, sosteniéndolo por el rostro con ambas manos. —Eso es lo que amo de ti, esa manera tan linda de ser, incluso cuando intentas actuar como si fueras frío.

Suguru puso los ojos en blanco, aunque no pudo evitar que una pequeña sonrisa curvara sus labios. Gojo, viéndolo así, se inclinó de nuevo para robarle otro beso, esta vez más suave y tierno, como si quisiera memorizar cada segundo.

—¿Sabes? Creo que deberíamos quedarnos aquí toda la noche —dijo Satoru con una sonrisa traviesa—. Pedimos algo de comer, nos relajamos y hacemos como si el resto del mundo no existiera.

Suguru arqueó una ceja. —¿Y si Tsumiki llama?

—Shoko y Utahime son más que capaces de cuidarla. Además, ¿cuándo fue la última vez que pudimos estar juntos sin interrupciones? Esta noche es solo para nosotros, Sugu’.

Suguru suspiró, dejándose convencer. Aunque había muchas cosas que lo inquietaban, en el fondo no podía negar que la idea de desconectarse del mundo por unas horas le atraía.

—Está bien, pero si te pones demasiado pesado, me voy —advirtió con un tono más relajado.

—¿Pesado yo? Jamás. Soy todo un caballero —respondió Satoru con una sonrisa, provocando una pequeña risa en Suguru.

La noche continuó, y ambos se sumergieron aún más en la tranquilidad del jacuzzi. Las luces de la ciudad brillaban a su alrededor, mientras las risas y las caricias se mezclaban en un ambiente que, al menos por esa noche, parecía perfecto.

Satoru no se apartaba, profundizando el beso mientras sus manos se deslizaban suavemente por los costados de Suguru, deteniéndose justo en su cintura. La respiración de ambos era entrecortada, mezclándose con el sonido del agua que se agitaba a su alrededor.

Suguru intentó mantenerse tranquilo, pero la intensidad de los labios de Satoru, sumada al calor de su toque, hacía que todo dentro de él se desmoronara. Finalmente, cuando se separaron, ambos estaban sin aliento, sus frentes tocándose mientras intercambiaban miradas cargadas de emoción.

—¿Sabes cuánto tiempo he esperado este momento? —susurró Satoru, sus ojos celestes brillando con ternura y deseo.

Suguru lo miró con una mezcla de nerviosismo y algo de ternura, desviando la mirada para intentar mantener la calma. —Siempre haces lo que quieres, Satoru…

Gojo soltó una pequeña risa, inclinándose ligeramente hacia él. —No es cierto. Lo único que quiero de verdad eres tú, Suguru.

Esas palabras hicieron que el corazón de Suguru se detuviera por un instante. Por más que quisiera no creerle, había algo en la sinceridad de su tono y en la intensidad de su mirada que lo desarmaba.

—Satoru… —murmuró, casi en un susurro.

Antes de que pudiera continuar, Gojo lo abrazó con fuerza, envolviéndolo en sus brazos como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento. Suguru parpadeó sorprendido al principio, pero luego, lentamente, correspondió el abrazo, apoyando su frente contra el hombro de Satoru.

—Te prometo que no voy a dejarte nunca, Sugu’. Pase lo que pase, siempre voy a estar aquí para ti —susurró Satoru, acariciándole la espalda con delicadeza.

Suguru cerró los ojos, dejando que esas palabras calaran en él. Una parte de él quería creerle, quería confiar, pero las dudas y los miedos seguían presentes, incluso si en ese momento sentía una extraña calma en los brazos de Satoru.

—Estás empapando mi hombro, por cierto —bromeó Satoru tras notar que algunas lágrimas comenzaban a caer por las mejillas de Suguru.

Suguru se separó ligeramente, limpiándose rápidamente las lágrimas y murmurando con algo de vergüenza: —Idiota…

Gojo rió suavemente, sosteniéndolo por el rostro con ambas manos. —Eso es lo que amo de ti, esa manera tan linda de ser, incluso cuando intentas actuar como si fueras frío.

Suguru puso los ojos en blanco, aunque no pudo evitar que una pequeña sonrisa curvara sus labios. Gojo, viéndolo así, se inclinó de nuevo para robarle otro beso, esta vez más suave y tierno, como si quisiera memorizar cada segundo.

—¿Sabes? Creo que deberíamos quedarnos aquí toda la noche —dijo Satoru con una sonrisa traviesa—. Pedimos algo de comer, nos relajamos y hacemos como si el resto del mundo no existiera.

Suguru arqueó una ceja. —¿Y si Tsumiki llama?

—Shoko y Utahime son más que capaces de cuidarla. Además, ¿cuándo fue la última vez que pudimos estar juntos sin interrupciones? Esta noche es solo para nosotros, Sugu’.

Suguru suspiró, dejándose convencer. Aunque había muchas cosas que lo inquietaban, en el fondo no podía negar que la idea de desconectarse del mundo por unas horas le atraía.

—Está bien, pero si te pones demasiado pesado, me voy —advirtió con un tono más relajado.

—¿Pesado yo? Jamás. Soy todo un caballero —respondió Satoru con una sonrisa, provocando una pequeña risa en Suguru.

La noche continuó, y ambos se sumergieron aún más en la tranquilidad del jacuzzi. Las luces de la ciudad brillaban a su alrededor, mientras las risas y las caricias se mezclaban en un ambiente que, al menos por esa noche, parecía perfecto.

El agua caliente del jacuzzi envolvía sus cuerpos mientras el sonido de la ciudad a lo lejos comenzaba a desvanecerse, creando una atmósfera de calma y privacidad. Satoru, sin dejar de sonreír, pasó su brazo por los hombros de Suguru, atrayéndolo aún más cerca. La cercanía de sus cuerpos y la suavidad de sus gestos creaban una sensación agridulce en Suguru, quien se sentía dividido entre la paz que le brindaba la presencia de Satoru y las dudas que lo acechaban constantemente.

—Sugu’, ¿te has dado cuenta de lo que acabamos de lograr? —dijo Satoru, su tono juguetón pero con una mirada seria. Suguru le miró, sin comprender del todo.

—¿Qué quieres decir? —respondió, con una pequeña sonrisa de desconcierto.

Gojo lo miró con una intensidad que Suguru no había visto antes. Era como si finalmente pudiera ver en los ojos de Satoru una promesa, algo más allá de las bromas y las risas.

—Lo que quiero decir es que hemos llegado hasta aquí juntos, ¿verdad? —susurró Gojo, acariciando suavemente el cabello de Suguru. —A pesar de todo lo que ha pasado, las complicaciones, las decisiones, aquí estamos.

Suguru suspiró, descansando su cabeza en el hombro de Satoru, dejando que la calidez de su cuerpo lo reconfortara.

—Es complicado, Satoru. A veces siento que todo está mal, que me estoy ahogando… —dijo en voz baja, su tono lleno de vulnerabilidad.

Satoru, sin pensarlo, ajustó su posición, colocando a Suguru frente a él. Lo miró intensamente, como si quisiera leer cada uno de sus pensamientos.

—No tienes que hacerlo solo, Sugu. Yo estoy aquí. Y no me importa cuánto tiempo pase, siempre lo estaré. —Gojo le sonrió con esa luz especial en sus ojos, una que solo reservaba para él.

Suguru, tocado por sus palabras, asintió lentamente, aunque una pequeña parte de él seguía sin estar completamente seguro de lo que quería. Había demasiadas emociones conflictivas dentro de él, demasiadas cosas que no entendía completamente.

—Satoru, es… es todo tan confuso. No sé si soy capaz de seguir adelante, de aceptar todo lo que está pasando.

Gojo lo abrazó, con fuerza pero también con ternura, como si quisiera hacerle sentir que, sin importar cuán confuso estuviera todo, él lo tenía.

—Lo sé, lo sé —murmuró Satoru, besando la frente de Suguru. —No tienes que tener todas las respuestas ahora mismo. Y no importa cuán confuso se sienta todo. Lo que importa es que estamos juntos en esto. Y eso es todo lo que quiero.

Suguru cerró los ojos, dejándose llevar por el abrazo de Satoru, sintiendo una calidez que había estado ausente durante tanto tiempo. Aunque seguía sin tener todas las respuestas, una parte de él se sintió aliviada al saber que, al menos por esa noche, no estaba solo.

Ambos permanecieron en silencio por un largo rato, disfrutando de la compañía del otro, el murmullo suave del agua y las luces de la ciudad iluminando el ambiente como un escenario en el que solo existían ellos dos.

Finalmente, Satoru rompió el silencio, su tono ligero pero con un atisbo de seriedad.

—Oye, ¿no te gustaría hacer todo esto de nuevo, pero con más tiempo? —preguntó, sonriendo de manera traviesa.

Suguru se separó ligeramente, levantando una ceja mientras lo miraba.

—¿Más tiempo? —repitió, con una sonrisa burlona. —¿Quieres quedarte a vivir aquí, o qué?

Gojo rió y lo abrazó más fuerte.

—No, pero la idea de un fin de semana solo nosotros dos… No estaría nada mal.

Suguru lo miró, sintiendo cómo su corazón latía más rápido por un momento, antes de relajarse de nuevo.

—Ya veremos. —dijo, con un toque de indiferencia, pero en sus ojos había un destello de algo más.

La noche continuó, con ellos dos disfrutando de su tiempo juntos. Aunque el futuro seguía siendo incierto y lleno de dudas, en ese momento, Suguru sentía que, tal vez, todo iba a estar bien. Al menos por ahora, eso era suficiente.

La cena llegó después de un rato, un sushi fresco y delicioso que ambos compartieron mientras continuaban en el jacuzzi. Suguru no pudo evitar sonreír al ver la variedad de sushi frente a él, su comida favorita. La presentación perfecta de los rolls y nigiris le hizo agua la boca, y no tardó en tomar un par de palillos para comenzar a disfrutar.

Satoru, por otro lado, no era un gran fan del sushi, pero quería hacer feliz a Suguru. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por seguir el ritmo de su compañero, cometió el error de tomar un tenedor en lugar de los palillos para comer. Al principio, Suguru no lo notó, pero cuando levantó la vista y vio a Satoru llevándose un rollo con tenedor a la boca, su cara se endureció.

—¡Satoru! —exclamó, visiblemente molesto.

Satoru lo miró confundido, sin entender del todo por qué Suguru reaccionaba de esa manera.

—¿Qué pasa, Sugu? —preguntó con una sonrisa inocente, sin darse cuenta de lo que había hecho mal.

—¡¿Cómo vas a comer sushi con un tenedor?! —Suguru se inclinó hacia él, claramente indignado. —¿Acaso no sabes cómo usar los palillos? ¡Es una ofensa! ¡Un completo desastre!

Satoru frunció el ceño, sin saber qué hacer. Era evidente que Suguru estaba genuinamente molesto, algo que rara vez sucedía con él. Satoru dejó el tenedor y, sonriendo con una mezcla de arrepentimiento y diversión, tomó los palillos de su compañero.

—Ok, ok. Lo siento, no sabía que era tan grave. —se disculpó, aunque su tono todavía tenía un toque juguetón. —Lo intentaré, tranquilo.

Suguru resopló, cruzando los brazos, aún molesto pero sintiendo una extraña satisfacción al ver a Satoru intentar hacer lo correcto. Aun así, no podía dejar de sentir que la simple idea de usar un tenedor para algo tan importante como el sushi era una falta de respeto.

—Es solo que… —Suguru suspiró, mirando cómo Satoru luchaba por usar los palillos. —No es difícil, Satoru. Es un pequeño esfuerzo. Un gesto de respeto por la cultura.

Satoru, finalmente, logró levantar un rollo con los palillos, aunque de una manera torpe, haciendo que Suguru soltara una pequeña risa.

—Mira, al menos lo intenté. —dijo Satoru con una sonrisa de disculpa, tratando de suavizar la situación.

Suguru no pudo evitar sonreír también, a pesar de estar molesto antes. Ver a Satoru tan empeñado en hacer lo correcto le hizo sentirse un poco mejor.

—Bien, lo harás bien. No es tan difícil. Solo… respétalo un poco más la próxima vez. —Suguru murmuró, dándole una mirada que mezclaba reproche y ternura.

Satoru, por fin, levantó los palillos correctamente, y antes de dar el primer bocado, miró a Suguru con una expresión traviesa.

—Prometido, no usaré tenedor para el sushi de ahora en adelante, Sugu. —sonrió con complicidad.

Suguru no pudo evitar sentirse un poco más relajado. A pesar de las pequeñas discusiones y diferencias, al final, ambos sabían que se entendían y se respetaban, aunque de maneras extrañas a veces.

Al final, Satoru logró comer el sushi de manera mucho más digna, y Suguru, a pesar de sus críticas, disfrutó de la comida junto a él, sintiendo que el ambiente entre los dos volvía a ser cómodo, aunque su corazón aún albergara dudas.

.

Después de terminar la cena, ambos permanecieron en el jacuzzi, disfrutando de la vista nocturna de la ciudad. Las luces brillaban como un mar de estrellas, y el aire fresco de la noche creaba un contraste perfecto con el agua tibia. Satoru, como siempre, parecía relajado, con los brazos extendidos a lo largo del borde del jacuzzi, mientras miraba a Suguru con una sonrisa en los labios.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Satoru, rompiendo el silencio.

Suguru, que había estado mirando las luces de la ciudad, lo miró de reojo. Asintió lentamente, aunque en el fondo todavía sentía ese leve peso en el pecho que lo había acompañado durante semanas.

—Sí… creo que sí. —murmuró, acomodándose un poco en el agua.

Satoru no dijo nada más al principio, pero su mirada seguía fija en Suguru, como si intentara descifrar lo que realmente estaba pasando por su mente. Finalmente, se inclinó hacia él, apoyando el mentón en el hombro de su amante.

—No tienes que cargar con todo tú solo, ¿sabes? —susurró con voz suave, su tono más serio de lo habitual. —Estoy aquí para ti, Suguru. Siempre lo estaré.

Suguru cerró los ojos por un momento, dejando escapar un leve suspiro. Era difícil para él aceptar ayuda, incluso de Satoru, pero las palabras del alfa, aunque simples, tenían un peso que lograba calmarlo un poco.

—Lo sé. —respondió al final, girando la cabeza ligeramente para mirar a Satoru. —Y te lo agradezco. Pero a veces… simplemente necesito mi espacio, ¿entiendes?

Satoru se quedó en silencio por un momento, asintiendo lentamente. No era fácil para él aceptar esa distancia, especialmente porque deseaba estar siempre cerca de Suguru, pero entendía que no podía forzarlo.

—Está bien, Sugu. —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa. —Solo prométeme que, cuando sientas que no puedes más, me lo dirás. No quiero que te guardes todo hasta que sea demasiado tarde.

Suguru lo miró fijamente por unos segundos antes de asentir. No sabía si realmente podría cumplir esa promesa, pero al menos, en ese momento, quería intentarlo.

—Lo prometo. —dijo en voz baja.

Satoru sonrió ampliamente, como si esas palabras fueran todo lo que necesitaba escuchar. Se inclinó y depositó un beso suave en la frente de Suguru, dejando que el silencio se instalara de nuevo entre ellos.

Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho, ya que Satoru, con su habitual energía, rompió el momento con una de sus ideas repentinas.

—¡Oye! —dijo de repente, enderezándose en el agua. —¿Qué tal si hacemos un viaje? Solo tú y yo. Nada de trabajo, nada de problemas. Solo diversión. ¿Qué dices?

Suguru levantó una ceja, claramente escéptico.

—¿Un viaje? ¿A dónde exactamente?

—¡A donde quieras! —respondió Satoru con entusiasmo. —Podemos ir a la playa, a las montañas, o incluso a otro país. Tú eliges.

Suguru dejó escapar una pequeña risa, negando con la cabeza. La idea de un viaje era tentadora, pero también sabía lo impulsivo que podía ser Satoru.

—Déjame pensarlo, ¿sí? —dijo finalmente.

—¡Eso es un sí para mí! —exclamó Satoru, abrazándolo de nuevo y plantándole un beso en la mejilla. —Voy a empezar a planearlo. Será el mejor viaje de nuestras vidas.

Suguru no pudo evitar sonreír ante el entusiasmo de Satoru, aunque en el fondo todavía se sentía un poco inseguro. Aun así, decidió dejarse llevar por el momento, disfrutando de la compañía del alfa que, a pesar de todo, siempre lograba sacarle una sonrisa.

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Utahime y Shoko estaban cómodamente viendo una película con Tsumiki, quien se encontraba sentada entre ellas, disfrutando un gran bol de papitas. La niña masticaba con entusiasmo, mientras sus grandes ojos se mantenían atentos a la pantalla. Sin embargo, su curiosidad pronto rompió el silencio.

—¡Tía Shoko! ¿Cuánto tardará mi mami? —preguntó con una voz dulce pero impaciente, girándose para mirarla.

Shoko, distraída mientras tomaba una papita, le sonrió con tranquilidad. —No mucho, cariño. Debe estar con tu papá.

Tsumiki ladeó la cabeza, confundida, y negó con la cabeza. —¿Cuál de los dos? —preguntó inocentemente.

Shoko frunció el ceño y la miró fijamente, su interés repentinamente despertado. —¿Cómo que cuál de los dos? Obviamente tu papi Satoru.

La niña negó de nuevo con la cabeza, como si estuviera explicando algo muy básico. —Él no es mi papá verdadero. ¡De hecho, mi otro papi vino una noche a visitarnos! —dijo con una sonrisa infantil. —Me caí bien. Jugamos mucho mientras mami dormía.

Shoko sintió que algo en su pecho se retorcía. Sus ojos se entrecerraron, y por un momento quedó en blanco. Utahime, por su parte, ya se había quedado dormida en el sillón y no había escuchado nada. Shoko, agradeciendo que Utahime no estuviera consciente, dejó el bol en la mesa y miró a la niña con seriedad.

—Tsumiki, cariño, ven conmigo —le pidió, tomando su pequeña mano y llevándola hacia la sala para hablar en privado.

Se arrodilló frente a ella y la miró directamente a los ojos. —Dime, pequeña… ¿cómo estaba tu mami cuando ese hombre vino? —preguntó con calma, aunque su mente estaba corriendo a mil por hora.

La niña no tardó en responder, hablando con la misma naturalidad con la que lo haría al describir un juego. —Pues… estaba sin ropa, pero papi la cubrió con una cobija. Luego jugamos. Mami nunca se despertó —respondió con una sonrisa inocente, como si no comprendiera del todo lo que estaba contando.

El estómago de Shoko se hundió, y sus puños se apretaron inconscientemente. —¿Y qué te dijo ese hombre? —continuó, tratando de mantener la calma en su tono, aunque su mente ya estaba llenándose de suposiciones aterradoras.

—Me dijo que yo era igual a él… y que era mi verdadero papi —dijo bajando un poco la voz, como si fuera un secreto. —Pero no le he dicho nada a mami porque creo que no quiere que esté cerca de nosotras.

Shoko respiró hondo, tratando de calmar el torbellino de pensamientos en su mente. Si lo que Tsumiki decía era cierto, entonces Suguru había sido víctima de algo mucho más grave de lo que jamás imaginó. Cerró los ojos por un momento, y en su mente no pudo evitar imaginar a su amigo llorando en su cama, abrazándose a sí mismo, vulnerable, después de lo que solo podía describir como una pesadilla.

"Si esto es verdad… si Toji realmente hizo algo como esto… Y si Suguru quedó embarazado…" pensó, su rostro endureciéndose. Una posibilidad terrible cruzó por su mente, y lo peor era que parecía encajar. Suguru probablemente ni siquiera sabía cómo lidiar con todo eso, y ahora estaba con Satoru. Si Gojo llegaba a enterarse, podría destrozar emocionalmente a Suguru.

—Mami estuvo rara después de que papi se fuera… —continuó Tsumiki, interrumpiendo los pensamientos de Shoko. —Incluso trató de ser una piñata —agregó con naturalidad, aunque sin comprender del todo lo que significaban sus palabras.

El comentario hizo que Shoko se quedara inmóvil por un momento. ¿Suguru… había intentado quitarse la vida? La idea la golpeó como un puñetazo en el pecho.

Respiró hondo y abrazó a Tsumiki con fuerza, intentando consolarla mientras se calmaba. —Oh, pequeña… prométeme que serás fuerte, ¿sí? Yo hablaré con tu mami, no te preocupes por nada. ¿Por qué no mejor volvemos a ver la película? —le dijo con una sonrisa amable que ocultaba el peso de sus pensamientos.

La niña asintió feliz, aceptando el abrazo, y ambas regresaron al sofá donde Utahime seguía dormida. Pero Shoko no podía concentrarse en nada más que en lo que acababa de escuchar. Su mente estaba en Suguru, en lo que habría pasado, y en cómo podía enfrentarlo. Tendría que hablar con él pronto, pero tendría que hacerlo con cuidado. Sabía que cualquier palabra equivocada podría romperlo aún más.

mal, aunque no sabía exactamente qué.Mientras tanto, en casa de Satoru...

Satoru observaba a Suguru en el agua, notando la expresión pensativa en su rostro. Las luces de la ciudad reflejaban en los ojos oscuros de Suguru, haciendo que pareciera más distante de lo usual.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Satoru con una sonrisa suave, inclinándose un poco más hacia él.

Suguru se sobresaltó levemente, como si hubiera sido arrastrado de vuelta al presente. Negó con la cabeza y sonrió con cierta timidez. —Nada importante…

—Vamos, Suguru. Te conozco. Cuando haces esa cara, siempre estás pensando en algo complicado. Suéltalo —insistió Satoru, colocando una mano en la mejilla de Suguru para atraer su atención.

Suguru suspiró, pero evitó el contacto visual. —Es solo… Tsumiki. No puedo evitar pensar si estaré haciendo lo correcto para ella. Si soy suficiente como padre...

Satoru frunció el ceño ligeramente, sintiendo la duda en la voz de Suguru. —Eres más que suficiente, Suguru. ¿De dónde viene esto? ¿Tsumiki dijo algo?

Suguru negó con la cabeza. —No, no. Ella siempre está feliz, pero... no puedo sacarme de la cabeza que ella merece algo mejor. Alguien que no tenga tanto equipaje emocional, alguien que no esté atrapado entre un pasado difícil y... esto. —Hizo un gesto hacia ellos, refiriéndose a su relación y la complicada situación con Mei.

Satoru se inclinó hacia adelante, envolviendo a Suguru en un abrazo firme, ignorando el agua que salpicaba por todos lados. —Tsumiki no necesita a alguien "perfecto", Suguru. Te necesita a ti. Eres su mundo. Y en cuanto a "esto"... —Se apartó lo justo para mirarlo a los ojos—. Esto no es algo malo. Sé que no es ideal ahora, pero estoy trabajando para que sea mejor. Para que no tengas que preocuparte más.

Suguru suspiró, dejándose llevar por la calidez del abrazo. —¿Y si Tsumiki algún día me culpa por todo esto? ¿Por no haberle dado una familia estable?

—Eso no va a pasar, porque ella sabe que todo lo que haces es por amor. Y si alguien intenta hacerla dudar de ti, bueno... —Satoru sonrió con un aire confiado—, ya sabes que yo estaré ahí para enfrentarlos.

Suguru no pudo evitar reír un poco ante la actitud de Satoru. —Siempre tan seguro de ti mismo...

—Y siempre tan enamorado de ti, Suguru. —Satoru lo besó suavemente en los labios, sellando sus palabras con un gesto que hizo que Suguru olvidara, aunque fuera por un momento, todas sus preocupaciones.

Mientras tanto, en el apartamento de Suguru…

Shoko estaba en la cocina preparando algo de té mientras Tsumiki seguía viendo la película en la sala. Utahime seguía dormida en el sofá, pero Shoko apenas podía concentrarse en lo que estaba haciendo. Las palabras de la niña seguían repitiéndose en su mente: "El no es mi papá verdadero... incluso intentó ser una piñata..."

Se llevó una mano al rostro, tratando de calmarse. Era evidente que algo muy grave había sucedido, algo que Suguru no le había contado. Y lo peor era que Toji parecía estar involucrado.

Shoko tomó el teléfono y marcó el número de Suguru, pero este no respondió. Probó con Satoru, pero tampoco hubo respuesta. Frustrada, dejó el teléfono en la encimera y respiró hondo. Tenía que confrontar a Suguru, pero tenía que hacerlo en persona.

Regresó a la sala y se sentó junto a Tsumiki, quien la miró con curiosidad. —Tsumiki, cariño, ¿quieres pasar la noche conmigo? Así tu mami puede descansar un poco cuando llegue.

La niña sonrió y asintió con entusiasmo. —¡Sí! Me gusta quedarme contigo, tía Shoko.

Shoko le devolvió la sonrisa, aunque por dentro estaba decidida. No iba a dejar que Suguru siguiera lidiando con esto solo. Hablaría con él, y si era necesario, enfrentaría a Toji por lo que había hecho. Suguru merecía vivir sin miedo, y ella se aseguraría de que lo hiciera.

De vuelta con Satoru y Suguru...

Ambos habían salido del jacuzzi y estaban envueltos en toallas, sentados en el balcón con un par de copas de vino. La noche era tranquila, pero Suguru aún sentía ese peso en el pecho, como si algo estuviera mal.

—¿Crees que todo esto valdrá la pena? —preguntó de repente, mirando a Satoru.

Satoru lo miró con una mezcla de ternura y determinación. —No tengo la menor duda, Suguru. Todo esto, todo lo que estamos haciendo, es para poder tener la vida que queremos. Y te prometo que, pase lo que pase, voy a estar contigo.

Suguru asintió, pero en el fondo sabía que había verdades que aún no había enfrentado, cosas que necesitaban salir a la luz antes de que pudiera sentirse verdaderamente libre.

Satoru y Suguru ya no podían aguantar más. El deseo se desbordaba entre ellos, pero Suguru, siendo un omega, aún llevaba el peso de los recuerdos y marcas de la noche que Toji le había impuesto. Aunque había sanado físicamente, las cicatrices emocionales seguían presentes.

Satoru lo besó nuevamente con intensidad, sus labios transmitiendo un amor y deseo que buscaban sanar las heridas invisibles de su pareja. Las vibraciones del jacuzzi parecían amplificar la conexión entre ambos, relajando el cuerpo de Suguru.

Cuando Satoru se movió entre las piernas de Suguru, abriéndolas con cuidado, el omega sintió una ligera contracción en su interior. Era un recordatorio de las tensiones acumuladas que aún no se habían desvanecido.

—Por favor, Suguru... déjame hacerlo —susurró Satoru, su voz temblorosa y cargada de deseo, pero también de preocupación.

Suguru, jadeando por la mezcla de placer y anticipación, asintió débilmente. Sin embargo, al sentir el primer intento de entrada, su cuerpo reaccionó automáticamente con una leve rigidez, provocándole una incomodidad que no pudo ocultar.

Satoru se detuvo al instante. Sus ojos llenos de preocupación buscaron los de Suguru. —¿Te duele? No quiero hacerte daño...

El omega respiró hondo, intentando relajarse. Aunque quería seguir adelante, sabía que su alfa nunca lo presionaría. —Solo un poco... pero puedo soportarlo. Sigue.

Satoru negó con la cabeza. —No quiero que "soportes" nada, Suguru. Esto no tiene que ser así.

El alfa se inclinó hacia adelante, dejando suaves besos en el rostro y el cuello de Suguru, mientras usaba sus manos para acariciar sus muslos y ayudarlo a relajarse. Cada caricia era lenta, cada beso transmitía calma.

—Si no estás listo, no pasa nada. Puedo esperar todo el tiempo que necesites —dijo Satoru con dulzura.

Suguru lo miró a los ojos, notando la sinceridad en sus palabras. Aunque su cuerpo aún recordaba el dolor, el calor y la devoción de Satoru lograban calmarlo poco a poco. —No quiero esperar, Satoru. Quiero esto contigo.

El alfa asintió con cuidado, tomando todo el tiempo necesario para que Suguru se sintiera más cómodo. Antes de intentar nuevamente, Satoru se aseguró de usar su aroma alfa para calmar el instinto natural de su pareja omega. La habitación, ya cargada con las feromonas naturales de ambos, comenzó a llenarse de una fragancia tranquilizadora y protectora que ayudó a Suguru a relajarse por completo.

Poco a poco, Satoru comenzó a moverse, con una suavidad infinita. Suguru seguía respirando profundamente, dejando que el amor y la paciencia de su pareja lo envolvieran. Aunque las primeras sensaciones eran incómodas, no tardaron en dar paso a una mezcla de placer y conexión emocional que lo hizo aferrarse a los hombros de Satoru.

—¿Así está bien? —preguntó Satoru, siempre atento a cualquier señal de Suguru.

El omega asintió mientras un pequeño jadeo escapaba de sus labios. —Sí... más que bien.

Con cuidado, el ritmo de Satoru se volvió más natural, dejando que la conexión entre alfa y omega hablara por ellos. Las vibraciones del jacuzzi, el calor del agua y la cercanía de sus cuerpos crearon un ambiente en el que ambos se perdieron completamente.

—Eres tan hermoso, Suguru... —murmuró Satoru, besando los labios de su amante mientras sus manos recorrían el cuerpo del omega con adoración.

Suguru sintió cómo las palabras de Satoru llegaban a lo más profundo de su ser, rompiendo las cadenas de inseguridad que aún lo retenían. Aunque sabía que su pasado aún lo perseguiría, en ese momento, con Satoru, se sentía amado y protegido.

Los dos alcanzaron el clímax juntos, sus cuerpos tensándose antes de relajarse por completo en los brazos del otro. Satoru abrazó a Suguru con fuerza, manteniéndolo cerca mientras ambos intentaban recuperar el aliento.

—Gracias por confiar en mí... —susurró Satoru, acariciando el cabello mojado de Suguru.

—Siempre confiaré en ti... —respondió Suguru, apoyando su cabeza en el pecho de Satoru mientras el agua seguía burbujeando a su alrededor.

---

Mientras tanto, en el apartamento de Shoko, está seguía procesando lo que Tsumiki le había contado. Había tantas preguntas sin respuesta, tantos vacíos que la historia de la niña dejaba al descubierto.

—(¿Por qué no me dijiste nada, Suguru?) —pensó, apretando los puños mientras miraba hacia la ventana.

Sabía que debía enfrentarlo, pero también entendía que esto no era algo que pudiera resolver con una simple conversación. Si lo que sospechaba era cierto, todo el mundo de Suguru podría derrumbarse... y ella no lo permitiría.

...

Los amantes decidieron que una ronda no era suficiente. Suguru jadeaba mientras marcaba con sus uñas la espalda contraria. Satoru sonrió, viendo a su pareja,  retiro su mechon característico, viendo sus hermosos ojos cristalizados, no por dolor al contrario de placer  mezclado con emoción.

El alfa era un experto provocando a Suguru asegurándose de moverse lentamente, haciendo que cada estocada diera en un punto que hacía que Suguru arqueara la espalda. La habitación estaba llena de gemidos y respiraciones pesadas.

—¿De verdad quieres un hijo mío?—pregunto Satoru con voz ronca aumentando la velocidad. Geto no podía responder, se encontraba siendo penetrado muy fuerte. Sus sonidos llegaban a salir pausados, Pero rápidamente asintió.

—S-Si.. si quiero Satoru.. —gimio al terminar sus palabras. Con esto el corazón del alfa se agito de emoción. Beso a Suguru con pasión. Liberando feromonas para mejorar el ambiente. Suguru daba pausas para seguir su candente beso.

Con unas estocadas más. Ambos volvieron a llegar al climax, gritando el nombre del contrario. Y así ambos quedaron exahustos.

Satoru miro juguetón a su amante —¿Crees que hayamos logrado lo del bebé?—pregunto curioso.

Geto se puso una mano en su vientre, para después volver a mirar al Albino —Tendremos que intentarlo muchas veces ¿No crees?~—alzo una ceja, sonriente.

Satoru se quedó rojo, este rio —Oh, no me lo digas dos veces—respondio burlón

Ambos rieron, antes de que Satoru agarrará las manos de Geto juntadolas con las suyas —Suguru.. te prometo que haré todo lo posible para que estés bien. —

Suguru sonrió

—Te creo Satoru.

...

Suguru se levantó con cuidado, asegurándose de no despertar a Satoru, quien dormía profundamente con una expresión tranquila en su rostro. Por un momento, el omega se quedó observándolo, sintiendo cómo la culpa comenzaba a envolverlo como un pesado manto.

—No soy digno... —murmuró para sí mismo, apartando la mirada y abrazándose los hombros.

Caminó hacia el baño en silencio, cerrando la puerta tras de sí. Encendió la ducha, dejando que el agua caliente llenara la habitación con vapor mientras se miraba en el espejo. Su reflejo parecía cansado, vulnerable. Los recuerdos del aborto que había tenido tiempo atrás regresaron con fuerza, golpeándolo como una ola.

Apretó los puños con fuerza, recordando las palabras de los médicos, los días en que lloró en silencio y cómo evitó hablar de ello con Satoru. Nunca le contó, nunca pudo reunir el valor para hacerlo.

Se metió bajo el agua, dejando que las gotas recorrieran su cuerpo mientras trataba de lavar no solo los rastros del momento reciente con Satoru, sino también la culpa y el dolor que sentía en su interior. Frotó su piel con más fuerza de la necesaria, como si intentara borrar lo que consideraba sus fallas.

—¿Cómo puedo aceptar tener un hijo suyo ahora...? —susurró con voz temblorosa.

Las lágrimas comenzaron a mezclarse con el agua de la ducha. Suguru sabía que Satoru lo amaba, que lo veía como alguien perfecto, pero él no podía evitar sentirse incompleto, roto. No podía dejar de pensar en el bebé que nunca llegó a nacer y en cómo había tomado esa decisión en un momento de desesperación.

Después de un largo rato bajo el agua, salió del baño envuelto en una toalla, su cabello goteando mientras se acercaba a la ventana. Miró la ciudad iluminada, las luces parpadeando como si no hubiera nada malo en el mundo.

Volvió a la cama, pero no se metió bajo las sábanas junto a Satoru. En cambio, se sentó en el borde, abrazando sus piernas y apoyando la cabeza en sus rodillas. La respiración suave y tranquila de Satoru llenaba la habitación, pero en su interior, Suguru se sentía atrapado en una tormenta.

—Tal vez... algún día pueda decírselo... —susurró en voz baja, aunque sabía que el miedo de perder a Satoru lo paralizaba.

Se quedó ahí, en silencio, luchando contra sus propios demonios mientras el alfa dormía plácidamente, ajeno al conflicto interno que consumía al omega que tanto amaba.

(Nota: bye bye niño de Satoru, k Megumi viene a casa ♪⁠~⁠(⁠´⁠ε⁠`⁠ ⁠)

En otra parte de la ciudad, Shoko estaba en su apartamento con una taza de café entre las manos, sentada en el sillón de la sala. Frente a ella, Utahime dormía profundamente con Tsumiki abrazada a su costado. La pequeña había quedado exhausta después de ver películas, pero Shoko apenas podía concentrarse.

Las palabras de la niña aún resonaban en su cabeza.

"Él dijo que era mi verdadero papi."

Shoko se llevó una mano a la frente, intentando calmar la ansiedad que la carcomía. Por un lado, no quería sacar conclusiones apresuradas, pero por otro... no podía ignorar lo que Tsumiki le había contado. Las piezas encajaban demasiado bien: la actitud extraña de Suguru en los últimos meses, el hecho de que nunca mencionó al supuesto hombre, y ahora esto.

Miró a la niña dormir, su respiración tranquila y serena, y sintió un nudo formarse en su garganta.

—Suguru... ¿por qué no me dijiste nada? —murmuró, su voz apenas un susurro.

Pensó en él, en cómo siempre había sido alguien reservado con sus problemas, incluso con quienes más confiaba. Pero esta vez, el silencio de Suguru podía significar algo más profundo, algo que le preocupaba terriblemente.

Sacó su teléfono y dudó por un momento antes de desbloquearlo. Miró la hora: era tarde, pero sabía que si no hablaba con Suguru pronto, la ansiedad no la dejaría en paz. Buscó su contacto y escribió un mensaje.

"¿Estás bien? Necesito hablar contigo. Llámame cuando puedas."

Suspiró al enviar el mensaje y dejó el teléfono a un lado. Por un momento pensó en despertar a Utahime, pero descartó la idea. Sabía que la otra mujer estaría igual de preocupada y probablemente insistiría en confrontar a Suguru de inmediato.

Shoko se levantó y se dirigió al balcón. Encendió un cigarrillo, mirando la ciudad en silencio.

—Si realmente fue Toji... —pensó en voz alta—, entonces las cosas podrían ser mucho más complicadas de lo que imaginaba.

La idea de que Suguru hubiera pasado por algo tan traumático sin decirle nada le llenaba de culpa. Siempre se había considerado su amiga más cercana, pero ahora sentía que había fallado.

—Tienes que hablar conmigo, Suguru... por favor —dijo al aire, mientras el humo del cigarrillo se elevaba en espirales hacia el cielo nocturno.

En el fondo, sabía que este asunto no solo podría destrozar a Suguru, sino también a Satoru, quien seguramente no reaccionaría bien al enterarse de todo.

.

A la mañana siguiente, Suguru se despertó sintiendo un leve dolor en el cuerpo. Se acomodó en la cama por unos minutos, dejando que la luz del sol que entraba por las cortinas lo desperezara lentamente. El aroma de comida recién hecha llenaba el aire, lo que le arrancó una pequeña sonrisa. Satoru siempre había sido madrugador cuando se trataba de consentirlo.

Se levantó, vistiéndose con la primera camiseta que encontró, y se dirigió a la cocina. Allí, Satoru estaba concentrado preparando el desayuno, con una espátula en la mano y un delantal que decía "El mejor chef del mundo". Al escuchar pasos, volteó y sonrió ampliamente.

—¡Buenos días, mi Omega favorito! —saludó con entusiasmo.

Suguru rodó los ojos, algo avergonzado, pero no pudo evitar sonreír.

—Buenos días, Satoru —respondió, sentándose en la barra de la cocina mientras se frotaba el cuello adolorido.

Gojo dejó de batir los huevos por un momento y lo miró con curiosidad.

—¿Y bien? ¿Cómo te sientes? —preguntó con un tono que mezclaba preocupación y emoción.

Suguru levantó una ceja, confundido por la pregunta.

—¿Mareos? ¿Náuseas? ¿Algo fuera de lo normal? —insistió Satoru, inclinándose hacia él con una sonrisa esperanzada.

Suguru parpadeó, entendiendo de golpe lo que Satoru estaba insinuando. Su pecho se apretó, y bajó la mirada, apretando los puños con fuerza. Había llegado el momento de decirle lo que llevaba días guardando.

—Satoru, escucha... necesito que no te enojes por lo que voy a decir —dijo con seriedad, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

La sonrisa de Satoru se desvaneció un poco, dejando la espátula a un lado. Se cruzó de brazos, esperando pacientemente.

—Decidí... decidí que no estoy listo para tener un hijo ahora mismo —confesó Suguru, tratando de mantener su voz firme. Su garganta se sentía seca, pero continuó—. Si vamos a tener hijos, quiero que sea en un momento en el que estemos casados, en el que podamos estar juntos de verdad. No mientras tú sigues casado con alguien más...

El silencio que siguió lo hizo sentirse aún más nervioso. Suguru levantó la mirada tímidamente, esperando ver decepción o incluso enojo en el rostro de Satoru, pero lo que encontró fue algo completamente diferente.

Satoru sonrió, una de esas sonrisas que iluminaban toda la habitación.

—Entiendo tu punto, Suguru. Y quiero que sepas que jamás te obligaría a algo que no quieras —dijo con una sinceridad que lo hizo sentirse aliviado.

Suguru sintió un nudo deshacerse en su pecho. Sin pensarlo, se levantó de la silla y corrió a abrazar a Satoru con fuerza.

—Gracias, Satoru... gracias por entenderme —murmuró, escondiendo su rostro en el cuello del alfa.

Satoru le devolvió el abrazo, acariciando su espalda con suavidad.

—Te amo, Suguru. Ahora siéntate, porque ya es hora de desayunar —dijo con entusiasmo, volviendo a su tono animado.

Suguru rió suavemente y obedeció, sentándose mientras Satoru terminaba de servir el desayuno.

Mientras comían, compartieron momentos ligeros y risas, pero Suguru no pudo evitar notar que, a pesar de la actitud despreocupada de Satoru, había algo en sus ojos que parecía distante, como si estuviera perdido en sus propios pensamientos.

Finalmente, Suguru decidió hablar.

—Satoru... ¿y qué hay de Mei? ¿Has pensado en cómo manejar las cosas con ella? —preguntó, apoyando su codo en la mesa y mirándolo con seriedad.

Satoru se detuvo, dejando los palillos a un lado.

—Mei es un tema complicado... pero no te preocupes, Suguru. Estoy trabajando en eso. Sólo dame un poco más de tiempo, ¿sí? —dijo con una sonrisa tranquilizadora, aunque no del todo convincente.

Suguru asintió, aunque sabía que las cosas no serían tan fáciles como Satoru quería hacerle creer. Pero por ahora, decidió confiar en él y disfrutar del momento juntos.

Lo que ninguno de los dos sabía era que, lejos de allí, Shoko había tomado una decisión: hablar directamente con Suguru sobre lo que había descubierto, sin importar las consecuencias.

...

Suguru terminó de vestirse mientras Satoru lo seguía por toda la habitación, lanzándole miradas lastimeras, como si quisiera convencerlo de quedarse un poco más.

—Suguru, por favor, quédate un rato más. ¡Podemos pasar todo el día juntos! —rogó Satoru, cruzándose de brazos en la puerta, bloqueando la salida.

Suguru suspiró, colocándose su chaqueta.

—Satoru, sabes que no puedo. Tengo que ver a mi hija, prometí estar con ella hoy, y además quiero saber cómo están Shoko y Utahime —respondió con paciencia.

Gojo infló las mejillas, claramente frustrado.

—Tu hija podría venir aquí... ¿por qué no te mudas conmigo? Así no tendrías que ir y venir todo el tiempo —sugirió, intentando una vez más convencerlo.

Suguru lo miró con una mezcla de ternura y cansancio.

—Sabes que no es tan simple, Satoru. Apenas estamos resolviendo las cosas entre nosotros. Dame tiempo, ¿sí? —dijo, acercándose para tomarle las manos.

Satoru suspiró, asintiendo con resignación, aunque no parecía del todo feliz. Suguru aprovechó el momento para darle un beso suave en la mejilla y deslizarse por el lado de la puerta.

—Volveré más tarde, ¿de acuerdo? —prometió mientras caminaba hacia la salida.

—Eso dijiste la última vez, ¡y no volviste hasta la noche! —protestó Satoru, siguiéndolo hasta la puerta.

Suguru solo le lanzó una sonrisa traviesa antes de salir, dejando a Satoru parado en la entrada, viéndolo alejarse con un leve puchero.

---

El camino hacia la casa de Shoko y Utahime fue tranquilo, aunque Suguru no podía evitar sentir un ligero nerviosismo. Había algo en la forma en que Shoko le había estado enviando mensajes los últimos días, algo en su tono que lo inquietaba.

Cuando llegó, tocó el timbre y esperó unos segundos hasta que la puerta se abrió, revelando a Shoko con una expresión seria en el rostro.

—Suguru, pasa. Tenemos que hablar —dijo sin rodeos.

Suguru levantó una ceja, desconcertado, pero obedeció. Apenas entró, vio a su hija jugando en la sala con Utahime, quien le leía un cuento mientras la niña se reía. La escena lo hizo sonreír, aunque esa sensación de calidez fue rápidamente interrumpida por la voz de Shoko.

—Ven conmigo a la cocina. Esto es importante —dijo, caminando hacia el lugar sin esperar respuesta.

Suguru la siguió, sintiendo que algo pesado se instalaba en su pecho.

—¿Qué ocurre, Shoko? —preguntó, apoyándose en la mesa mientras la veía encender un cigarro.

Shoko tomó una calada antes de hablar, su mirada fija en él.

—Escucha, no sé cómo decir esto sin sonar invasiva, pero... tu hija me contó algo el otro día. Algo que me dejó preocupada, y creo que es algo que necesitas saber —dijo con seriedad.

Suguru frunció el ceño, claramente confundido.

—¿Qué te dijo? ¿Está bien? —preguntó rápidamente, su voz llena de preocupación.

Shoko dejó escapar el humo lentamente, como si tratara de ordenar sus pensamientos.

—Me dijo que "otro papá" vino a verte una noche. Y no estoy hablando de Satoru... —soltó, clavando su mirada en él.

El color se esfumó del rostro de Suguru.

—Shoko, yo... —intentó decir algo, pero las palabras murieron en su garganta.

—Suguru, dime la verdad. ¿Qué pasó esa noche? ¿Por qué tu hija dice que ese hombre dijo ser su "verdadero padre"? —insistió Shoko, su tono ahora más suave pero cargado de preocupación.

Suguru sintió que el aire se volvía más pesado. Su mente volvió a esa noche, a las manos ásperas de Toji, a las palabras llenas de desprecio que le había susurrado al oído. Cerró los ojos con fuerza, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir.

—No quiero hablar de eso... no ahora —dijo finalmente, con la voz rota.

Shoko apagó su cigarro y dio un paso hacia él, colocando una mano en su hombro.

—Suguru, sé que es difícil, pero no puedes cargar con esto solo. Si necesitas ayuda, estoy aquí. Pero no ignores esto... sobre todo si involucra a tu hija —dijo con suavidad.

Suguru asintió débilmente, sin mirarla a los ojos.

—Gracias, Shoko. Lo pensaré —murmuró, aunque sabía que no sería tan fácil enfrentar aquello que tanto había intentado olvidar.

Suguru salió de la cocina con los pensamientos pesados, apenas pudiendo mantener la compostura frente a Shoko. Se acercó a la sala donde su hija seguía jugando con Utahime. Aunque intentaba no dejar entrever su frustración, sus manos temblaban ligeramente al recoger el bolso de la pequeña.

—Cariño, es hora de irnos —dijo con una sonrisa forzada, agachándose para hablarle con suavidad.

La niña levantó la mirada y asintió, aunque su alegría habitual parecía disminuida, como si hubiera notado la tensión en el rostro de su madre.

—¿Tan pronto, mami? Estaba jugando con la tía Utahime... —dijo con un ligero puchero.

Suguru le acarició el cabello con ternura, tratando de ocultar la tormenta en su mente.

—Volveremos otro día, lo prometo —dijo, besándole la frente antes de ponerse de pie.

Utahime los observó, confundida por el cambio en la actitud de Suguru, pero no dijo nada. Por su parte, Shoko los siguió hasta la puerta, deteniéndose justo antes de que salieran.

—Suguru... recuerda lo que te dije. No estás solo, ¿de acuerdo? —dijo, mirándolo con preocupación.

Suguru apenas asintió, evitando mirarla a los ojos.

—Gracias, Shoko. Nos vemos luego —dijo rápidamente antes de salir con su hija.

Mientras caminaban hacia casa, la pequeña notó el silencio inusual de su madre. Suguru normalmente hablaba o le contaba historias, pero esta vez no decía nada.

—¿Mami? ¿Estás enojado? —preguntó con inocencia, mirando hacia arriba.

La pregunta lo golpeó como un balde de agua fría. Suguru se detuvo, agachándose para quedar a su altura y sostenerle las manos.

—No, cariño. No estoy enojado contigo. Solo estoy... cansado —dijo, intentando sonreír.

La niña inclinó la cabeza, pareciendo pensativa.

—¿Es por lo que le conté a la tía Shoko? ¿No debía decir nada? —preguntó, con una mezcla de arrepentimiento y confusión en su voz.

Suguru sintió que el corazón se le encogía. No podía culparla, ella no tenía idea de lo que esas palabras significaban para él.

—No te preocupes, pequeña. No hiciste nada malo. Solo... hay cosas que son difíciles de hablar, ¿sí? —dijo, acariciándole la mejilla.

La niña asintió lentamente, aunque aún parecía confundida.

Cuando finalmente llegaron a casa, Suguru la dejó jugando en su habitación mientras él se encerraba en el baño. Cerró la puerta con seguro y se dejó caer contra ella, sintiendo que las lágrimas finalmente comenzaban a salir.

No quería que nadie supiera lo que había pasado esa noche, ni siquiera Shoko. La vergüenza y el dolor lo consumían, recordándole lo vulnerable que se había sentido bajo el control de Toji.

"No puedo dejar que esto me controle. No puedo dejar que mi hija crezca sabiendo que fui débil..." pensó mientras limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano.

Sin embargo, la verdad seguía latente, acechándolo en cada rincón de su mente. Por mucho que intentara enterrar el recuerdo, sabía que eventualmente tendría que enfrentarlo. Pero no hoy. Hoy, al menos, tenía que ser fuerte para su hija.

Suguru salió de la casa de Shoko y Utahime sosteniendo la mano de su hija. Su rostro mantenía una expresión tranquila, pero en su interior un torbellino de emociones lo consumía. La pequeña caminaba a su lado, tarareando una canción, aparentemente ajena al malestar de su madre.

—Mami, ¿podemos ir por un helado antes de ir a casa? —preguntó con entusiasmo, mirándolo con esos ojos llenos de esperanza que siempre lograban ablandarlo.

Suguru suspiró, forzando una sonrisa.

—Claro, cariño. Vamos por tu helado favorito.

Tomaron un camino hacia una heladería cercana, y durante el trayecto, Suguru no podía evitar mirar a su hija. En su pequeña sonrisa y risas encontraba un breve alivio a la tormenta que llevaba dentro, pero también un recordatorio de todo lo que debía proteger.

Al llegar a la heladería, la niña se emocionó al elegir su sabor favorito, mientras Suguru se limitó a observarla desde la mesa. Su mente no podía evitar volver una y otra vez a los eventos de aquella noche. Aunque estaba haciendo todo lo posible por mantener la calma frente a su hija, cada pequeño detalle parecía llevarlo de vuelta a ese recuerdo.

—¿Mami? ¿No vas a pedir nada? —preguntó la niña, con una cucharada de helado en la mano y un gesto curioso.

Suguru negó con la cabeza y sonrió.

—No, cielo. Estoy bien con verte disfrutar el tuyo.

La niña asintió, satisfecha con la respuesta, y siguió comiendo su helado mientras Suguru se sumía en sus pensamientos.

Cuando terminaron, volvieron a casa. Suguru intentó mantener la rutina lo más normal posible: preparó la cena, ayudó a su hija con su tarea y la llevó a dormir. Sin embargo, la sensación de peso en su pecho no desaparecía.

Ya entrada la noche, después de asegurarse de que la niña estaba profundamente dormida, Suguru se sentó en el sofá del salón, mirando al vacío. El silencio de la casa era ensordecedor, y por primera vez en todo el día, se permitió dejar caer la máscara.

Se cubrió el rostro con las manos, sintiendo la culpa y el dolor apoderarse de él. No podía dejar de pensar en cómo todo lo que había pasado podía afectar a su hija si alguna vez lo descubría.

"No puedo dejar que esto me destruya. Por ella, tengo que ser fuerte," se repitió, aunque las palabras sonaban vacías en su mente.

En ese momento, su teléfono vibró en la mesa. Al verlo, reconoció el nombre de Satoru en la pantalla. Dudó por un momento antes de contestar.

—¿Suguru? ¿Estás bien? —preguntó Gojo, su voz suave pero preocupada.

Suguru tragó saliva, luchando por mantener su voz estable.

—Estoy bien, Satoru. Solo cansado.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que Satoru hablara de nuevo.

—Si necesitas algo... lo que sea, solo llámame. ¿De acuerdo?

Suguru cerró los ojos, sintiendo un nudo en la garganta.

—Gracias, Satoru. Te lo prometo.

Colgó antes de que su voz pudiera traicionarlo, dejando el teléfono a un lado mientras se recostaba en el sofá. Sabía que, eventualmente, tendría que enfrentarse a todo lo que había sucedido, pero por ahora, todo lo que podía hacer era seguir adelante un día a la vez.

..

Eran vacaciones por el Año Nuevo, y Suguru había decidido aprovecharlas para pasar tiempo de calidad con su hija. Ese día, mientras esperaba la visita de Riko, decidió preparar algo especial en la cocina. Su hija jugaba en la sala con sus muñecas, tarareando una melodía alegre, mientras Suguru se movía entre los utensilios y los ingredientes.

Todo parecía ir bien hasta que, de repente, una sensación desagradable se apoderó de él. Náuseas intensas lo golpearon sin previo aviso. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de correr al baño. Se inclinó sobre el inodoro, vomitando con fuerza. Su cuerpo temblaba mientras intentaba recuperar el aliento.

—¿¡Qué mierda me pasó!? —pensó con el corazón acelerado, sosteniéndose débilmente del borde del lavabo. Apenas había probado bocado en todo el día, lo que hacía que este malestar fuera aún más desconcertante.

Se lavó la cara con agua fría, intentando calmarse. Al mirarse en el espejo, notó su palidez. Su respiración era irregular, y sus manos no dejaban de temblar.

—Tal vez es estrés… o el cansancio —se dijo a sí mismo, tratando de convencerse.

Unos golpecitos en la puerta lo hicieron enderezarse de inmediato.

—¿Mami? ¿Estás bien? —la vocecita de su hija sonaba preocupada.

Suguru se aclaró la garganta antes de responder.

—Sí, cariño. Estoy bien, solo me sentí un poco mareado. Ve a jugar, ya voy a salir.

La niña pareció dudar, pero finalmente obedeció. Suguru se recostó contra la pared, cerrando los ojos por un momento. "Esto no es normal..." pensó, sintiendo una inquietud creciente.

Decidió ignorar el incidente y volvió a la cocina, esforzándose por actuar con normalidad. Sin embargo, el malestar persistía en su mente.

Cuando Riko llegó, lo saludó con su habitual entusiasmo.

—¡Suguru! ¿Cómo estás? ¡Hace tanto que no nos vemos! —exclamó, abrazándolo con fuerza.

Suguru sonrió débilmente, devolviendo el abrazo.

—Estoy bien, Riko. Solo un poco cansado. ¿Y tú?

Ella lo observó detenidamente, entrecerrando los ojos.

—Te ves pálido. ¿Estás seguro de que todo está bien?

Suguru asintió rápidamente, intentando desviar la conversación.

—Sí, sí. Solo estoy un poco agotado por las vacaciones. Vamos, siéntate. Preparé algo para comer.

Riko lo siguió, aunque claramente no estaba convencida. Durante la comida, Suguru intentó mantener una charla animada, pero su mente no dejaba de divagar. Las náuseas, el cansancio, la palidez… eran señales que no podía ignorar.

Después de que Riko se fue aunque está no quería por el frío que hacía afuera, Suguru tomó una decisión. "Tengo que hacerme un chequeo." Su intuición le decía que algo no estaba bien, y aunque temía lo que pudiera descubrir, sabía que no podía permitirse ignorarlo. Su hija lo necesitaba, y él necesitaba respuestas.

Después de una larga noche sin poder conciliar el sueño, Suguru se levantó de la cama, frustrado por su insomnio. Mientras caminaba hacia la cocina, un antojo extraño se apoderó de él: quería algo picante, pero no cualquier cosa picante, una mezcla que satisfaciera un impulso inexplicable.

Sin pensarlo demasiado, comenzó a reunir ingredientes que normalmente no irían juntos. Tomó pan, lo untó con helado de vainilla, le agregó salsa picante y de tomate, un poco de mayonesa, fresas y trozos de chocolate. Cuando terminó, miró su creación con ojos brillantes y una sonrisa triunfante.

Sin titubear, dio el primer bocado. El contraste de sabores lo sorprendió, pero lejos de disgustarlo, le encantó. Devoró el "sándwich postre" en minutos, relamiéndose al final.

—Esto es lo mejor que he probado en mi vida —murmuró para sí mismo.

Sin embargo, su apetito no estaba saciado. Su antojo cambió nuevamente, esta vez deseaba algo ácido. Enrolló pepinillos en hojas de lechuga, les agregó mostaza, jugo de limón y un poco de sal. Al morder el improvisado taco, suspiró de placer.

—Increíble… —dijo con la boca llena mientras continuaba disfrutando su mezcla.

La necesidad de experimentar lo llevó a preparar otra combinación. Mezcló mantequilla de maní con papas fritas, trozos de mango, chile en polvo y miel, formando una especie de ensalada extraña. Al probarla, soltó un leve gemido de satisfacción.

Luego pasó a algo más dulce. Hizo palomitas de maíz y las cubrió con leche condensada, un toque de café instantáneo y ralladura de limón. Se lo comió directamente del bol, encantado con la mezcla de texturas y sabores.

Finalmente, preparó algo más "refrescante": rodajas de sandía cubiertas con queso crema, mermelada de jalapeño y granos de maíz dulce. Al probarlo, se convenció de que sus antojos eran una revelación culinaria.

Horas después, Suguru se encontró rodeado de platos vacíos, y una sonrisa satisfecha. Sin embargo, una pequeña inquietud comenzó a invadir su mente. "Esto no es normal… ¿Por qué estoy comiendo tanto y cosas tan raras?" pensó, pero decidió no darle demasiada importancia por el momento.

—Tal vez solo es estrés por las vacaciones… —se dijo, aunque en el fondo algo le decía que había más detrás de estos extraños antojos.

(Nota: ver a getito comer comida y no maldiciones m hace feli (⁠ ⁠ˊ⁠ᵕ⁠ˋ⁠ ⁠)

Desde hacía unas semanas, Suguru había comenzado a mostrar comportamientos que no pasaron desapercibidos para sus amigos. Shoko, en especial, notaba que su sensibilidad estaba fuera de lo común. Siempre que intentaba tocar el tema, Suguru evitaba la conversación con una sonrisa nerviosa o cambiaba rápidamente de tema.

—¿Estás seguro de que todo está bien, Suguru? Últimamente te noto… diferente —preguntó Shoko una tarde mientras tomaban café.

—Estoy perfectamente bien, Shoko. Solo estoy algo cansado por las vacaciones —respondió él con una risa incómoda, bebiendo rápidamente su té antes de que ella pudiera insistir.

Incluso Satoru comenzó a notar cambios. Durante una cita en un elegante restaurante, Suguru pidió una combinación que dejó a todos perplejos: pollo al curry con leche condensada y galletas.

Satoru, quien había estado observándolo con una mezcla de fascinación y preocupación, finalmente habló:

—¿Desde cuándo te gusta comer pollo al curry con leche condensada encima y galletas? —preguntó mientras miraba a Suguru, claramente extrañado.

Suguru, ajeno a las miradas sorprendidas de los demás comensales, comía felizmente. Su rostro irradiaba satisfacción mientras daba un nuevo bocado.

—¡Oh, deberías probarlo, Satoru! Es delicioso. Tengo que agradecerle al chef por hacer mi pedido tan rápido —dijo con una sonrisa radiante, señalando su plato como si fuera un premio.

Satoru arqueó una ceja y suspiró, apoyando la barbilla en su mano.

—Agradezco que estés disfrutando, pero, ¿de verdad no te das cuenta de que esto es raro? Tus antojos, tus cambios de humor… algo está pasando contigo, Suguru.

Suguru dejó el tenedor a un lado y suspiró.

—No exageres, Satoru. Quizá solo estoy experimentando cosas nuevas —respondió evasivo, aunque un leve rubor en sus mejillas lo delató.

Satoru no insistió más, pero hizo una nota mental de hablar con Shoko sobre lo que estaba pasando.

<<Que probablemente se le olvide cumplir>>

Mientras tanto, Suguru seguía disfrutando su plato, aunque una parte de él sabía que algo no estaba del todo bien. Su cuerpo estaba enviándole señales, pero todavía no estaba listo para enfrentarlas. "Solo necesito un poco más de tiempo," pensó, sin saber que pronto tendría que confrontar la verdad de lo que estaba ocurriendo.

.

Satoru comía tranquilamente su plato mientras observaba de reojo a Suguru, quien devoraba con entusiasmo su quinto platillo de la noche. No pudo evitar reírse ligeramente al verlo.

—Veo que esta vez tienes un apetito voraz, Suguru —comentó con una sonrisa divertida, apoyando un codo sobre la mesa mientras lo miraba.

La frase, que parecía inofensiva, golpeó algo dentro de Suguru. Bajó la mirada, dejando el tenedor en el plato.

—Lo siento... No sé qué me está pasando últimamente. He estado comiendo demasiado y no entiendo por qué —murmuró, su voz quebrada por la incomodidad.

Satoru notó el cambio de tono y trató de alivianar el ambiente.

—Quizás tu cuerpo por fin está pidiendo lo que necesita. Y, oye, si tus piernas se vuelven más regordetas, no me importará. Me encantará abrirlas cada vez más —añadió en tono pícaro, guiñándole un ojo.

Pero en lugar de sonrojarse, como Satoru esperaba, Suguru sintió un nudo en el pecho. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba a su pareja con incredulidad.

—¿M-me estás llamando gordo? —preguntó con la voz temblorosa, luchando por contener las lágrimas.

Satoru se alarmó inmediatamente, dejando su plato a un lado para inclinarse hacia Suguru.

—¡No, no, no! Para nada, Suguru. No quise decir eso. Lo que quiero decir es que me encantas tal y como eres. Siempre serás hermoso para mí, sin importar nada —dijo rápidamente, tomando las manos de Suguru entre las suyas.

Suguru lo miró, todavía dolido, pero las palabras de Satoru comenzaron a calmarlo un poco.

—¿De verdad? —preguntó con un leve sollozo.

—Por supuesto. No cambiaría nada de ti. Eres perfecto, y me encanta verte disfrutar de la comida. Me preocupa más que estés bien, eso es todo —dijo Satoru, acariciando suavemente las manos de Suguru.

Suguru respiró hondo y asintió, aunque una parte de él seguía sintiendo inseguridad.

—Gracias, Satoru... Supongo que estoy algo sensible últimamente. No sé qué me pasa —admitió, secándose las lágrimas con una servilleta.

—Sea lo que sea, estoy aquí para ti. Siempre —respondió Satoru con una sonrisa cálida.

La velada continuó con menos tensión, aunque Suguru no podía dejar de pensar en las palabras de Satoru. Algo dentro de él le decía que no podía seguir ignorando lo que estaba ocurriendo con su cuerpo.

...

Cuando finalmente terminaron de cenar, Suguru se recostó en su silla, lo bueno es que mantenía su figura dominante, satisfecho después de haber probado una variedad de combinaciones extravagantes. Satoru, por su parte, se levantó con calma y pidió la cuenta, listo para pagar y continuar con la noche.

Cuando el camarero le entregó el recibo, Satoru no pudo evitar arquear una ceja al ver el total.

—Vaya, parece que literalmente nos comimos la carta completa del restaurante —comentó en tono divertido, sosteniendo el recibo en alto.

Suguru lo miró con una mezcla de vergüenza y preocupación.

—Satoru, puedo ayudarte con la cuenta si quieres... No sabía que pedir tanto costaría tanto —dijo, bajando la mirada.

Satoru soltó una carcajada, negando con la cabeza mientras sacaba su tarjeta.

—¡Ni lo pienses, Suguru! Esto no es nada. Tengo mucho dinero  ¿recuerdas? Esto es como dejar propina para mí —dijo con una sonrisa confiada, entregando la tarjeta al camarero.

El camarero, que había estado observando todo con discreción, asintió rápidamente y se llevó la tarjeta.

—De todas formas, no tienes que preocuparte por estas cosas. Si quiero consentirte con una cena enorme, lo haré felizmente. Quiero que disfrutes y te olvides de todo lo demás, ¿entendido? —agregó Satoru, inclinándose hacia Suguru y tocándole suavemente la nariz con un dedo.

Suguru no pudo evitar sonreír ligeramente, aunque una parte de él todavía se sentía algo cohibida.

—Gracias, Satoru. No sé qué haría sin ti... —murmuró, mirando al alfa con genuina gratitud.

El camarero regresó con la tarjeta y el recibo, inclinándose ligeramente mientras agradecía.

—Ha sido un placer servirles. Espero que vuelvan pronto.

Satoru sonrió ampliamente, dejando una propina generosa antes de levantarse y extenderle la mano a Suguru.

—Vamos, cariño. Es hora de llevarte a casa y asegurarnos de que descanses bien. No quiero que sigas sintiéndote raro —dijo con suavidad.

Suguru tomó su mano y se levantó, dejando que Satoru lo guiara fuera del restaurante. Mientras caminaban bajo las luces de la ciudad, Suguru se sentía agradecido por tener a alguien como Satoru a su lado, aunque en el fondo sabía que pronto tendría que enfrentar lo que estaba ocurriendo con su cuerpo.

.

Satoru y Suguru llegaron al impresionante penthouse del alfa, un lugar que siempre impresionaba a cualquiera que lo visitara. Las enormes ventanas ofrecían vistas panorámicas de la ciudad iluminada, y el interior estaba decorado con un estilo moderno, pero acogedor.

Al entrar, Suguru notó algo diferente. Las luces estaban atenuadas, y un suave aroma a vainilla llenaba el aire. Sobre la mesa del comedor había una botella de vino sin abrir y un par de copas preparadas. Cerca del sofá, había una manta de felpa doblada y una pequeña pila de películas clásicas.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Suguru, mirando a Satoru con las mejillas sonrojadas.

Satoru se encogió de hombros, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.

—Solo pensé que, ya que hoy comimos fuera, podríamos pasar el resto de la noche aquí. Relajados, sin preocupaciones. Solo tú y yo —dijo con una sonrisa cálida.

Suguru parpadeó, sintiéndose abrumado por la atención y el detalle.

—Satoru... esto es demasiado. No tenías que hacerlo... —murmuró, desviando la mirada, claramente avergonzado.

Satoru se acercó y levantó el rostro de Suguru con delicadeza, haciendo que lo mirara a los ojos.

—Claro que tenía que hacerlo. Quiero que te sientas especial, porque lo eres para mí. Además, me encanta mimarte, aunque a veces te dé vergüenza —dijo, riendo suavemente antes de besar la frente de Suguru.

Suguru no pudo evitar sonreír, aunque todavía sentía que su rostro estaba completamente encendido.

—Gracias... aunque sigo pensando que eres un exagerado —dijo, intentando sonar serio, pero el tono suave de su voz lo delató.

—Es parte de mi encanto, cariño —respondió Satoru con un guiño antes de guiarlo hacia el sofá.

Continuación:
Satoru se quitó la chaqueta y se acomodó en el sofá, extendiendo un brazo para que Suguru se recostara junto a él. Mientras lo hacía, puso una película romántica en la televisión.

—Vamos, relájate. Yo me encargo de todo esta noche —dijo mientras abría la botella de vino y servía las copas.

Suguru, todavía un poco nervioso, aceptó la copa que Satoru le ofreció. Tomó un sorbo, disfrutando del sabor dulce y relajante del vino. Mientras la película comenzaba, Satoru se aseguró de cubrirlos con la manta, acercando a Suguru más a su lado.

A medida que avanzaba la noche, Satoru hizo todo lo posible por hacerlo sentir amado: desde sus comentarios divertidos sobre la película, hasta sus caricias suaves en el cabello de Suguru. Por primera vez en días, Suguru se permitió dejar de lado sus preocupaciones y simplemente disfrutar del momento con Satoru.

—Oye, ¿puedo decirte algo? —murmuró Suguru de repente, con las mejillas algo sonrojadas.

—Por supuesto, dime lo que quieras —respondió Satoru, mirándolo con curiosidad.

Suguru dudó un momento antes de hablar.

—Gracias por siempre cuidarme. A veces siento que no te lo digo lo suficiente, pero realmente lo aprecio... más de lo que puedes imaginar —dijo en voz baja, evitando la mirada de Satoru.

Satoru sonrió, inclinándose para besar suavemente la frente de Suguru.

—No tienes que agradecerme. Lo hago porque te amo, y siempre lo haré.

Suguru sintió su corazón acelerarse, y aunque intentó ocultarlo, su sonrisa lo delató.

Satoru notó el rubor en el rostro de Suguru mientras la película mostraba una escena cada vez más sugerente. Una sonrisa juguetona apareció en sus labios cuando decidió bromear un poco.

—¿Gustas intentarlo? —preguntó Satoru en un tono suave, pero cargado de picardía.

Suguru se tensó, sus ojos aún enfocados en el suelo mientras su rostro se encendía más.

—S-Satoru... no digas esas cosas —murmuró, llevando las manos a su rostro para intentar ocultar su evidente vergüenza.

Satoru soltó una suave carcajada antes de acercarse un poco más a Suguru.

—No te pongas así, solo era una broma. Bueno... a menos que tú quieras —añadió, arqueando una ceja y mirándolo con ojos brillantes.

Suguru dejó escapar un suspiro, bajando lentamente las manos de su rostro para mirarlo directamente.

—Sabes que siempre tomas todo a juego... —murmuró, pero luego, con un poco más de confianza, añadió: —Aunque, si fuera en serio, tal vez no me molestaría...

Satoru lo miró sorprendido, y una chispa de emoción cruzó su rostro.

—¿Oh? Entonces, ¿me estás diciendo que esto no es solo el vino hablando? —bromeó, aunque había un toque de seriedad en su tono.

Suguru, aún sonrojado, decidió no responder directamente. En cambio, tomó el rostro de Satoru con ambas manos y lo besó profundamente. Fue un beso lento, lleno de emoción y deseo, que dejó a Satoru sin palabras por un momento.

Cuando se separaron, ambos se miraron en silencio por un instante. Suguru fue el primero en hablar.

—Solo... seamos nosotros esta noche. Sin bromas, sin distracciones.

Satoru asintió, tomando la mano de Suguru entre las suyas.

—Siempre, mi amor.

Con cuidado y sin romper la magia del momento, Satoru apagó la televisión y guió a Suguru hacia la habitación, dispuesto a hacer de esa noche algo que ambos recordarían con ternura.

(Nota: kiero ser ESE, SUGURU VENTE KONMIGO YO T SALVO DE LA DESGRACIA Q VENDRA)

.Suguru apenas alcanzó el baño antes de que su cuerpo lo traicionara. Cerró la puerta de golpe, sintiendo cómo el sudor frío le recorría la espalda mientras su estómago se revolvía con violencia.

Satoru, al verlo correr, lo siguió rápidamente y se detuvo frente a la puerta cerrada.

—¡Suguru! ¿Qué pasa? Déjame entrar, por favor —dijo con urgencia, golpeando suavemente la puerta.

Dentro, Suguru se aferró al borde del lavabo, tratando de contener las náuseas. Sus piernas temblaban, y sentía el peso de la cena en su garganta. No pudo evitarlo más y cayó de rodillas frente al inodoro. Su cuerpo reaccionó, expulsando todo de manera abrupta.

—Suguru, estoy preocupado. Si no me dices algo, voy a entrar a la fuerza —dijo Satoru, su voz cargada de ansiedad.

Suguru jadeó, intentando recuperar el aliento tras vomitar. Su garganta ardía, y sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—Estoy bien... solo... necesito un momento —logró responder con un hilo de voz.

Satoru, sin embargo, no estaba convencido.

—Abre la puerta, amor. Déjame ayudarte —insistió.

Después de unos segundos de silencio, Suguru, temblando, se arrastró hacia la puerta y giró el seguro. Apenas lo hizo, Satoru entró rápidamente, encontrándolo en el suelo, pálido y visiblemente agotado.

—¡Suguru! —exclamó mientras se arrodillaba junto a él, levantándolo con cuidado.

Suguru intentó apartar la mirada, avergonzado.

—Lo siento... no quería arruinar la noche —dijo con un susurro.

Satoru negó con la cabeza, tomando su rostro entre sus manos.

—No seas tonto. No importa la noche; lo que importa eres tú. Esto no es normal, Suguru. Mañana vamos a ver a un médico, ¿de acuerdo?

Suguru asintió débilmente, dejando que Satoru lo abrazara. Su cuerpo aún temblaba, pero en los brazos de Satoru encontró algo de consuelo.

—Gracias, Satoru... —susurró, cerrando los ojos mientras Satoru lo ayudaba a ponerse de pie para llevarlo de vuelta al sofá.

Esa noche, Satoru no se separó de su lado, asegurándose de que Suguru estuviera cómodo y cuidado mientras trataba de comprender qué estaba pasando.

Aunque durmieron juntos esa noche, Suguru no logró encontrar consuelo en los brazos de Satoru. Su mente estaba inundada de miedo y dudas. Lo que había ocurrido no era normal; no podía seguir ignorando los síntomas. Náuseas, antojos inusuales, cambios de humor... todo apuntaba a una posibilidad que lo aterrorizaba: embarazo.

No puede ser... no es posible, pensó mientras miraba el techo en la oscuridad, sintiendo cómo el pecho se le oprimía. Había tomado una decisión antes, una decisión que, aunque dolorosa, creyó definitiva. Aborté. Esto no puede estar pasando. Es mi cuerpo jugando conmigo, nada más.

Suguru se giró lentamente, observando a Satoru, quien dormía plácidamente a su lado, respirando con tranquilidad. Ver su rostro relajado le provocaba un nudo en el estómago. No podía compartir su inquietud con él, no hasta estar seguro.

Con cuidado, se levantó de la cama, asegurándose de no despertarlo, y se dirigió al baño. Cerró la puerta detrás de él y encendió la luz. Su reflejo en el espejo lo hizo detenerse. Tenía ojeras, su piel estaba pálida y sus labios temblaban ligeramente.

Se apoyó en el lavabo, mirando fijamente su abdomen plano.

—Esto no puede estar pasando... —susurró, sus palabras casi ahogadas por el miedo.

Suguru decidió que debía enfrentarlo, aunque le aterraba la posibilidad. Al día siguiente, sin decirle nada a Satoru, buscaría una forma de confirmar sus sospechas.

Un test, pensó. Sólo un test, y si da negativo, podré seguir adelante.

Con esa resolución, volvió a la cama, aunque el sueño no llegó. Durante el resto de la noche, permaneció despierto, escuchando el suave ritmo de la respiración de Satoru, tratando de convencerse de que todo estaba en su mente.

A la mañana siguiente;
Suguru se levantó temprano esa mañana, decidido a acabar con la incertidumbre que lo consumía. Tomó sus cosas rápidamente y salió en dirección a una farmacia cercana, asegurándose de que nadie lo viera. Compró un test de embarazo y, sin perder tiempo, volvió al penthouse de Satoru.

Una vez en el baño, cerró la puerta con llave y abrió la caja con manos temblorosas. Su corazón latía con fuerza mientras seguía las instrucciones y esperaba los resultados. Cada segundo parecía eterno. Finalmente, apareció una sola línea en el test.

—Negativo, —susurró, dejando escapar un suspiro de alivio. Una sonrisa pequeña pero genuina iluminó su rostro mientras dejaba el test en el bote de basura. No estaba embarazado. Todo había sido una falsa alarma.

Suguru salió del baño con una sensación de tranquilidad que no había experimentado en días. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía respirar.

Mientras tanto, en el pequeño y silencioso bote de basura, algo inesperado ocurrió. Lentamente, y con una claridad aterradora, comenzó a formarse una segunda rayita en el test, marcando un resultado positivo. Pero Suguru ya no estaba allí para verlo.

Suguru salió del baño, sintiéndose más ligero que en días. Mientras caminaba hacia la cocina, Satoru lo sorprendió abrazándolo por detrás, apoyando la barbilla en su hombro.

—¿Todo bien, amor? —preguntó Satoru con una sonrisa, besando suavemente el cuello de Suguru.

Suguru asintió, entrelazando sus dedos con los de Satoru. —Sí, estoy bien ahora, —respondió con sinceridad, permitiéndose disfrutar del calor y la seguridad del abrazo.

—Perfecto, porque tengo hambre, y no pienso cocinar solo, —bromeó Satoru, girándolo para besarlo en los labios antes de soltarlo.

Ambos se dirigieron a la cocina, riendo mientras empezaban a preparar el desayuno. Suguru cortaba frutas mientras Satoru batía los huevos. Sin embargo, lo que parecía ser una tarea simple rápidamente se convirtió en algo más íntimo.

Satoru, incapaz de resistirse, se inclinó para besar la mejilla de Suguru mientras este cortaba un plátano. —¿Sabías que eres adorable cuando estás concentrado? —susurró.

Suguru se sonrojó ligeramente, pero negó con la cabeza. —Si sigues molestándome, terminaré cortándome un dedo, —respondió, intentando sonar serio, aunque una sonrisa delataba su diversión.

—Déjame ayudarte entonces, —dijo Satoru, quitándole el cuchillo y dejando el plátano a un lado. En lugar de continuar con la tarea, lo atrajo hacia sí y lo besó con intensidad.

—¡Satoru! El desayuno... —protestó Suguru entre risas, intentando apartarse.

—El desayuno puede esperar, —respondió Satoru, ignorando por completo las sartenes en la estufa.

La escena se detuvo abruptamente cuando el sonido de un teléfono interrumpió su momento. Suguru suspiró, separándose de Satoru para responder.

—Es Shoko, —dijo después de mirar la pantalla, levantando una ceja.

—Dile que estamos ocupados, —respondió Satoru, intentando atraerlo nuevamente hacia él.

Suguru rodó los ojos antes de contestar. —Hola, Shoko. ¿Qué pasa?

La voz de Shoko sonaba ligeramente preocupada al otro lado de la línea. —Suguru, ¿podemos vernos más tarde? Hay algo de lo que quiero hablar contigo.

Suguru frunció el ceño. —¿Todo está bien?

—Sí, sí, nada grave, pero es importante. Te veo después, ¿sí?

Cuando colgó, Satoru lo miraba con curiosidad. —¿Qué quería Shoko?

—No lo sé, pero parece importante, —respondió Suguru, sintiendo una pequeña punzada de inquietud en su interior.

Suguru y Satoru disfrutaron de la tranquila mañana juntos, pero a medida que el día avanzaba, Suguru empezó a preocuparse por su hija. Había pasado demasiado tiempo sin ella últimamente, y la culpa lo invadía.

—Oye, ¿qué tal si salimos de compras? —propuso Satoru mientras terminaban de desayunar.

—¿De compras? —Suguru lo miró con incredulidad.

—Sí, algo relajado. Necesitas ropa nueva, y también podemos comprarle algo lindo a tu hija, —respondió Satoru con una sonrisa despreocupada.

Suguru no pudo negarse. Después de asegurarse de que su hija estuviera bien con la niñera, ambos salieron hacia el centro comercial más exclusivo de la ciudad.

En el Centro Comercial;
Satoru, siendo quien era, no se contuvo en absoluto. Apenas entraron en una tienda de lujo, comenzó a seleccionar ropa para Suguru: chaquetas de diseñador, camisas de seda, zapatos de cuero italiano y accesorios costosos.

—Satoru, esto es demasiado, —protestó Suguru mientras sostenía una camisa que probablemente costaba más que su alquiler mensual.

—Nada es demasiado para ti, amor, —respondió Satoru con una sonrisa. —Además, me gusta presumir a mi Omega.

Suguru rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír ante el comentario.

—Ahora, algo para tu hija, —anunció Satoru, llevándolo a la sección infantil. Allí eligió vestidos adorables, zapatos de marca y hasta un pequeño bolso que hacía juego con uno de los conjuntos.

Mientras caminaban por el centro comercial con varias bolsas en las manos, Suguru notó cómo varias miradas se posaban en ellos. Algunos Alfas miraban con admiración a Satoru, mientras que los Omegas, especialmente, no podían ocultar su envidia.

—¿Ese es Gojo Satoru? —susurró una Omega mientras miraba de reojo.

—Sí, y parece que está con su Omega, —respondió otra, claramente molesta.

—¿Cómo es que alguien como él termina con alguien como ese? —murmuró un tercero, sin saber que Suguru podía escuchar cada palabra.

Suguru se sintió incómodo por los comentarios, pero Satoru, como si supiera lo que estaba pasando, pasó un brazo por su cintura y lo atrajo hacia él.

—Déjalos que hablen, —susurró Satoru con una sonrisa, lo suficientemente alto para que los curiosos lo escucharan. —Yo sé a quién amo, y no es a ellos.

El gesto hizo que Suguru se relajara un poco, aunque no pudo evitar sonrojarse.

—Eres imposible, —murmuró, ocultando su sonrisa.

—Imposiblemente encantador, —respondió Satoru, guiñándole un ojo.

Finalmente, después de varias horas de compras, los dos regresaron cargados de bolsas. Suguru estaba exhausto, pero Satoru parecía estar lleno de energía.

—¿Qué tal si nos damos un tiempo para relajarnos antes de ir por tu hija? —sugirió Satoru, dejando las bolsas en la sala.

Suguru lo miró con curiosidad. —¿Qué tienes en mente?

—Digamos que compré algo más, pero es sorpresa, —respondió Satoru, llevándolo hacia el sofá con una sonrisa traviesa.

Suguru lo siguió con cautela, algo intrigado por la sonrisa traviesa de Satoru.

—¿Qué sorpresa? —preguntó, sentándose en el sofá mientras Satoru rebuscaba entre las bolsas.

—Paciencia, mi querido Omega, —respondió Satoru con un tono juguetón. Finalmente, sacó una pequeña caja envuelta en papel dorado y se la entregó a Suguru.

Suguru lo miró con desconfianza, pero terminó abriendo la caja. Dentro encontró un delicado collar de oro blanco con un pequeño dije en forma de estrella.

—Satoru… esto es hermoso, pero... ¿por qué? —preguntó, acariciando el dije con los dedos.

—Porque te mereces todo lo hermoso de este mundo, Suguru, —dijo Satoru, sentándose a su lado. —Y porque quiero que recuerdes siempre cuánto te amo, incluso cuando estés lidiando con mis locuras.

Suguru se sonrojó, pero no pudo evitar sonreír. Se inclinó hacia Satoru y le dio un beso suave en los labios.

—Gracias, Satoru, —susurró, sintiendo cómo su corazón se llenaba de calidez.

Satoru, satisfecho, tomó el collar y lo colocó alrededor del cuello de Suguru, asegurándose de que quedara perfectamente ajustado.

—Ahora sí, eres oficialmente el Omega más guapo del universo, —bromeó, admirando cómo el collar resaltaba en el cuello de Suguru.

—Eres un exagerado, —replicó Suguru, aunque no pudo evitar reír.

Después de un rato de bromas y risas, decidieron ir por la hija de Suguru. Satoru insistió en manejar, mientras Suguru no dejaba de mirar su reflejo en el espejo del auto, admirando el collar.

.

Cuando llegaron a recoger a la pequeña, ella corrió hacia Suguru con los brazos abiertos.

Cuando llegaron a recoger a la pequeña, esta corrió hacia Suguru con los brazos abiertos.

—¡Papá! —exclamó la niña, abrazándolo con fuerza.

—Hola, cariño, —respondió Suguru, levantándola en brazos y besándole la frente.

La niña miró a Satoru y sonrió. —¿Tío Satoru, trajiste algo para mí?

El tiempo pareció detenerse. Satoru se quedó inmóvil, con una sonrisa congelada en su rostro, mientras sentía cómo esas palabras atravesaban su pecho como una daga. Suguru, por su parte, también quedó en silencio, incómodo ante la reacción de Satoru.

—¿Tío? —repitió la niña inocentemente, sin darse cuenta de la tensión en el aire.

Satoru finalmente recuperó la compostura y soltó una risa nerviosa. —¡Claro que traje algo para ti, pequeña! ¿Acaso crees que me olvidaría de ti?

Rápidamente sacó una bolsa de una de las tiendas que habían visitado y se la entregó a la niña, quien gritó emocionada al ver el vestido y los zapatos nuevos.

—¡Gracias, tío Satoru, eres el mejor! —exclamó, dándole un beso en la mejilla antes de correr a mostrárselos a sus juguetes.

Suguru observó a Satoru con cautela mientras este fingía estar distraído acomodando otras bolsas.

—Satoru... —murmuró, pero este levantó una mano, interrumpiéndolo.

—Está bien, Suguru. Sé que aún falta tiempo, —dijo con una sonrisa, aunque sus ojos delataban un leve dolor. —Vamos adentro ¿Si?

Suguru quiso decir algo más, pero decidió dejarlo pasar. Durante el camino de regreso, Satoru mantuvo su actitud jovial, cargando bolsas, hablando con entusiasmo sobre el vestido que habían comprado, pero Suguru no pudo evitar notar que evitaba mirarlo directamente.

En casa, mientras la niña jugaba con su vestido nuevo, Suguru se acercó a Satoru y tomó su mano.

—Satoru, no eres solo un tío para ella... Sabes que significas mucho más para las dos, ¿verdad?

Satoru finalmente lo miró, con una sonrisa más genuina esta vez.

—Lo sé, Suguru. Pero quiero que sea ella quien me vea de esa forma, a su tiempo. No la voy a presionar.

Suguru lo abrazó, apoyando la frente en su pecho. —Gracias por ser tan paciente.

—Siempre, —respondió Satoru, besándole la frente antes de que los dos fueran a reunirse con la pequeña para terminar el día en familia.

Aunque Satoru lo negaba, no podía evitar sentir una punzada en el corazón cada vez que Tsumiki le llamaba "tío". Había momentos, especialmente después de escucharla decir "papi" en alguna ocasión anterior, en los que realmente sentía que esa niña era su hija. Su hija en todo el sentido de la palabra. Y aunque trataba de convencerse a sí mismo de que aún había tiempo y que las cosas seguirían su curso, no podía evitar desear que el vínculo fuera más profundo, más inmediato.

Al ver que Satoru se sumía en sus pensamientos, Suguru se acercó con suavidad, sentándose a su lado y jugando con su cabello.

—Satoru, —murmuró, mientras pasaba sus dedos entre los mechones plateados, —sé lo que estás pensando. Pero las cosas llegarán a su tiempo, no te presiones. Tsumiki te quiere mucho.

Satoru levantó la mirada, sonriendo levemente pero con los ojos cargados de sentimientos encontrados.

—No sé qué me pasa, Suguru... A veces siento que ya soy parte de su vida, y luego, de repente, me doy cuenta de que no es así. —Dijo en voz baja, como si la verdad lo pesara más de lo que había querido admitir.

Suguru le acarició la mejilla, acercándose a él para darle un beso suave en los labios.

—Lo sé, Satoru. Pero no tienes que hacer nada para que te vea como "papi". Ya estás en su corazón. Solo es cuestión de tiempo, cariño.

Satoru lo miró con algo de tristeza en los ojos, pero luego suspiró y dejó que Suguru lo abrazara. La sensación de consuelo de su pareja, sus mimos y besos tiernos, lo hicieron sentirse más ligero. No era el amor de una hija, pero el amor de Suguru era lo único que necesitaba por ahora.

—Te amo, —susurró Satoru, cerrando los ojos y abrazando a Suguru con fuerza, mientras este le acariciaba la espalda de manera reconfortante.

—Yo también te amo, Satoru. Y sé que todo va a estar bien. —Suguru le sonrió con ternura, y con el contacto suave entre ellos, los dos se quedaron en silencio, disfrutando de ese momento tan necesario de paz y cariño.

Después de un rato en el sofá, con Suguru aún jugando con su cabello y dándole pequeños besos en la frente, Satoru comenzó a relajarse por completo. Finalmente, una pequeña sonrisa se formó en sus labios.

—Sabes, creo que eres mi calmante favorito. —Bromeó, aunque con sinceridad, mirándolo a los ojos.

Suguru rió suavemente. —Eso me convierte en algo adictivo. ¿No deberías preocuparte?

—Si la adicción eres tú, no veo el problema. —Respondió Satoru con un guiño, inclinándose para robarle un beso.

Tsumiki, quien estaba jugando en su habitación, salió corriendo al escuchar las risas. Los encontró abrazados, con Suguru recostado sobre el pecho de Satoru.

—¿Qué hacen? —Preguntó con inocencia, inclinando la cabeza.

—¿Nosotros? Nada importante. Solo descansamos un poco, ¿quieres unirte? —Respondió Satoru, abriendo los brazos para incluirla.

Tsumiki sonrió ampliamente y corrió hacia ellos, subiendo al sofá para acurrucarse entre ambos. Suguru le acarició el cabello mientras Satoru la abrazaba con cariño.

—¿Qué tal si pedimos algo de postre? —Propuso Satoru, intentando cambiar el ambiente.

—¡Helado! —Dijo Tsumiki con entusiasmo.

—Helado será, entonces. —Satoru se levantó, asegurándose de que ambos estuvieran cómodos antes de ir por el teléfono.

Suguru aprovechó el momento para hablar con Tsumiki.

—¿Te la estás pasando bien, pequeña?

—¡Sí! ¡El tío Satoru es muy divertido! —Dijo alegremente.

Suguru le sonrió, aunque notó un pequeño cambio en la expresión de Satoru al escuchar "tío". Fingiendo que no pasaba nada, continuó abrazándola.

Cuando Satoru regresó, había pedido no solo helado, sino también un par de postres más para compartir.

—¡Espero que tengan hambre, porque este será un festín de azúcar! —Dijo animado, dejando las cosas sobre la mesa.

Los tres pasaron la tarde disfrutando de los postres y jugando juegos. Aunque en el fondo Satoru todavía lidiaba con sus sentimientos, el amor de Suguru y las risas de Tsumiki hicieron que el día terminara lleno de calidez.

Mientras Satoru se acercaba con el helado en las manos, Suguru no pudo evitar notar cómo un poco de helado había quedado en los labios de Satoru. Una sonrisa traviesa apareció en su rostro.

—Tienes algo aquí. —Dijo Suguru, señalando los labios de Satoru.

—¿Dónde? —Preguntó Satoru, limpiándose con el dorso de la mano, sin éxito.

—Déjame ayudarte. —Suguru no esperó más y lo besó directamente, limpiando el helado con sus labios.

Satoru se quedó quieto por un momento, sorprendido, antes de sonrojarse profundamente. Sin embargo, no dejó pasar la oportunidad y rápidamente intensificó el beso, sujetando con una mano la nuca de Suguru mientras profundizaba el contacto.

—¡Oye! —La voz de Tsumiki los interrumpió, dejando el momento en suspenso.

Ambos se separaron de golpe, girándose hacia la niña, que los observaba con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—¿Eso qué fue? ¿Por qué se comen las caras? —Preguntó Tsumiki, confundida.

Suguru y Satoru intercambiaron miradas, ambos visiblemente avergonzados.

—Ehh... es algo que hacen los adultos cuando... —Comenzó a decir Satoru, tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero Suguru lo interrumpió.

—Cuando se quieren mucho. —Dijo con una sonrisa nerviosa, tratando de calmar la situación.

Tsumiki frunció el ceño, claramente confundida. —¿Entonces me pueden besar así? ¿Porque me quieren mucho?

Satoru se echó a reír, rascándose la nuca. —Es un tipo de beso especial entre adultos, Tsumiki. Los niños tienen sus propios besos, como los de la frente. —Le dio un beso suave en la frente para demostrarlo.

La niña pareció aceptar la explicación y volvió a concentrarse en su helado.

Mientras tanto, Suguru miró a Satoru con una expresión entre divertida y avergonzada. —Eso estuvo cerca.

—Lo sé. Pero no me arrepiento de nada. —Respondió Satoru con una sonrisa coqueta, dándole un pequeño empujón a Suguru antes de sentarse nuevamente a su lado.

El resto de la tarde transcurrió sin más incidentes, aunque ambos tuvieron cuidado de no repetir nada frente a Tsumiki.

.

Después de terminar sus helados, Tsumiki de repente tuvo una idea brillante mientras jugaban juntos en la sala.

—¡Vamos a jugar a la familia! —exclamó con entusiasmo.

Satoru arqueó una ceja y sonrió divertido. —Eso suena bien, ¿qué roles tenemos?

Tsumiki se cruzó de brazos, claramente decidida. —Tú serás el papá, porque eres fuerte y puedes protegernos.

—Por supuesto. ¿Y tú? —preguntó Suguru, intrigado.

—Yo seré... el perro. —Dijo con una enorme sonrisa.

Ambos hombres parpadearon sorprendidos, pero Satoru no tardó en reír a carcajadas. —¡Qué original! ¿Y quién será la mamá?

Tsumiki giró hacia Suguru con una mirada traviesa. —¡Suguru será la mami!

Suguru puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír. —¿Y por qué yo?

—Porque cocinas y eres bueno cuidándonos. —respondió la niña con lógica impecable.

Satoru no pudo contenerse. —¡Perfecto, ya tengo esposa!

Suguru suspiró, divertido. —Está bien, pero no abuses del papel, ¿entendido?

Tsumiki entonces se levantó y tomó un pañuelo que encontró por ahí, doblándolo para usarlo como un velo. —Ahora sí, los voy a casar.

—¿Casarnos? —preguntó Suguru, alzando una ceja.

—Sí, tienen que estar casados para ser una familia de verdad. —dijo Tsumiki con una seriedad que los hizo reír.

La pequeña los hizo sentarse uno frente al otro en el sofá. Satoru, siempre dispuesto a jugar, tomó la mano de Suguru con una sonrisa traviesa.

—¿Aceptas ser mi esposo? —preguntó Satoru en un tono dramático.

Suguru rodó los ojos, pero no pudo evitar responder con una pequeña sonrisa. —Supongo que sí, si eso significa que te encargarás de lavar los platos.

Tsumiki se apresuró a interrumpir. —¡No, no, eso lo digo yo! Ahora... ¿papá acepta a mamá?

Satoru asintió con entusiasmo. —Por supuesto. No podría pedir mejor compañero.

—Entonces los declaro papá y mamá. ¡Pueden besarse! —dijo Tsumiki, aplaudiendo emocionada.

Satoru aprovechó la oportunidad para inclinarse hacia Suguru, quien rápidamente le puso una mano en el rostro para mantenerlo a raya.

—Ni lo pienses. —Dijo Suguru con una sonrisa divertida.

Tsumiki, viendo que no se besaron, exclamó: —¡No es oficial si no hay beso!

Satoru se giró hacia la niña, riendo. —Está bien, está bien, le daré un beso en la mejilla.

Suguru suspiró mientras Satoru le daba un pequeño beso teatral en la mejilla. Tsumiki, satisfecha, empezó a correr alrededor de ellos ladrando como si fuera un perro feliz.

—Creo que esto será un caos. —Murmuró Suguru con una sonrisa.

—El mejor tipo de caos. —Respondió Satoru, echándose hacia atrás en el sofá con una expresión relajada y feliz.

Tsumiki, con toda la energía del mundo, dejó de correr alrededor de ellos y se plantó con las manos en la cintura.

—¡Papá y mamá tienen que pelear! —ordenó con una sonrisa traviesa.

Suguru frunció el ceño, sorprendido. —¿Pelear? ¿Por qué tendríamos que hacer eso?

—¡Porque en las familias siempre hay discusiones tontas! —respondió como si fuera una ley universal. —Voy a decirles sobre qué, y ustedes tienen que actuar.

Satoru se rió, claramente disfrutando el juego. —Está bien, dime, pequeña directora. ¿Sobre qué discutimos?

Tsumiki pensó un momento, llevándose un dedo a la barbilla. De repente, chasqueó los dedos. —¡Sobre quién olvidó sacar la basura!

Suguru se cruzó de brazos, mirando a Satoru con una ceja alzada. —Oh, eso es fácil. Fue tu culpa, ¿verdad?

—¿Mi culpa? —respondió Satoru, fingiendo indignación. —Yo saqué la basura la semana pasada. ¡Es tu turno, mamá!

Suguru suspiró dramáticamente, poniéndose una mano en la frente. —Por supuesto, siempre soy yo quien hace las cosas importantes en esta casa. Cocinar, limpiar, cuidar a Tsumiki, y ahora también sacar la basura.

—¡Oye! —exclamó Satoru, fingiendo estar herido. —Yo también hago cosas importantes.

—¿Ah, sí? —Suguru lo miró con un destello travieso en los ojos. —Dime, ¿cuándo fue la última vez que lavaste los platos?

—¡Eso no cuenta! —dijo Satoru, agitando las manos. —Tengo habilidades más... estratégicas.

—¿Como qué? ¿Ser un desastre? —replicó Suguru con una sonrisa burlona.

Tsumiki estaba rodando por el suelo de la risa, disfrutando del espectáculo.

—¡Más emoción! ¡Papá, di algo más fuerte! —animó la niña.

Satoru se levantó del sofá, señalando a Suguru dramáticamente. —¡Eres la persona más terca que he conocido!

Suguru también se levantó, cruzando los brazos. —¿Y tú? ¡Eres un desastre con patas!

—¡Por eso nos amamos! —exclamó Satoru antes de agarrar a Suguru y envolverlo en un abrazo inesperado.

Suguru se quedó en blanco un segundo, pero finalmente sonrió mientras Satoru lo balanceaba de un lado a otro.

—Eso no es una pelea, ¡es un abrazo! —protestó Tsumiki.

Satoru miró a la niña con una sonrisa divertida. —Cariño, las mejores peleas terminan con abrazos.

Tsumiki bufó, pero finalmente se rindió, saltando al sofá. —Está bien, pero para la próxima quiero una pelea más larga. ¡Y más gritos!

Los dos hombres se miraron y soltaron una carcajada antes de sentarse a su lado, dejando que la pequeña continuara dictando las reglas de su divertido juego de "familia".

La tarde avanzó mientras Tsumiki seguía organizando su versión de una familia perfecta.

—¡Ahora vamos a comer juntos! —anunció la niña mientras colocaba algunos juguetes en la mesa para "preparar la comida".

—¿Qué vamos a comer, chef Tsumiki? —preguntó Satoru con una sonrisa.

—¡Helado y pastel! —gritó emocionada.

—Mmm, no suena muy balanceado, ¿no crees? —comentó Suguru, tratando de sonar serio.

Tsumiki lo fulminó con la mirada, como si hubiese dicho la mayor locura del mundo. —¡Es mi casa, mis reglas!

Satoru se rió. —Oye, parece que la jefa aquí es Tsumiki. ¿Qué opinas, mamá?

Suguru suspiró con exageración. —Creo que esta familia necesita más verduras...

—¡Nooo! —protestó la niña mientras abrazaba una muñeca, fingiendo ser un chef indignado.

Satoru aprovechó la distracción para acercarse a Suguru. —Déjala. Con lo linda que es, puede salirse con la suya.

Suguru lo miró de reojo, ocultando una pequeña sonrisa. —No estoy criando a una pequeña dictadora.

—¿Seguro? Porque yo soy la prueba de que los dictadores también pueden ser encantadores —bromeó Satoru, guiñándole un ojo.

Tsumiki interrumpió el momento al golpear la mesa con un juguete. —¡Basta de hablar, a comer!

Ambos obedecieron, sentándose frente a la mesa improvisada mientras la niña les "servida" trozos de pastel imaginario.

—Papá, tienes que probarlo primero —ordenó Tsumiki, señalando a Satoru.

Él tomó el juguete con seriedad, como si realmente fuera una obra maestra culinaria. —¡Oh, es delicioso! —exclamó dramáticamente, provocando risas en Tsumiki.

Luego le pasó el turno a Suguru, quien también fingió probar el pastel. —Definitivamente el mejor pastel que he probado en mi vida —dijo, haciendo una reverencia a la "chef".

La niña aplaudió emocionada y se acomodó entre ambos, recostando la cabeza en los brazos de Suguru.

—¿Sabes algo, Tsumiki? —preguntó Satoru mientras le acomodaba el cabello. —Creo que nuestra familia es la mejor.

—¡Claro que sí! —respondió la pequeña, dándoles un beso en la mejilla a cada uno.

Suguru y Satoru se miraron, compartiendo una sonrisa silenciosa. Era un momento sencillo, pero lleno de paz, y ambos sabían que harían todo lo posible por mantener ese pequeño mundo que habían creado junto a Tsumiki.

Tsumiki, con su energía inagotable, observaba a Satoru y Suguru mientras jugueteaban con los juguetes. Entonces, con su mente infantil llena de ideas, señaló a ambos con determinación.

—¡Ahora quiero que peleen! Pero de verdad, como en las películas.

Satoru arqueó una ceja, sorprendido. —¿Pelea? ¿Por qué querrías que tus padres peleen?

—¡Porque así se reconcilian al final! —respondió la niña con una lógica impecable para su edad.

Suguru le guiñó el ojo a Satoru, claramente disfrutando la idea de jugar con el escenario. —Está bien, pero necesitamos un motivo.

Tsumiki se cruzó de brazos, pensativa. —Mmm... ¡Papá gastó todo el dinero en dulces y ahora mamá está enojado!

—¡Eh! —protestó Satoru, fingiendo indignación. —Yo solo quería que mi familia estuviera feliz.

—¡Esa no es una excusa! —replicó Suguru, poniéndose de pie con los brazos en jarras, entrando completamente en el papel.

—¿Ah, sí? ¿Y qué harás al respecto, mamá? —dijo Satoru, inclinándose hacia él con una sonrisa desafiante.

—¡Te voy a enseñar a no gastar irresponsablemente! —Suguru lo señaló con el dedo, su tono teatral arrancando risas a Tsumiki.

Satoru también se levantó, fingiendo estar herido. —¿Así me tratas después de todo lo que hago por esta familia?

—¡Basta de palabras! —gritó Suguru, y ambos comenzaron una “pelea” exagerada, tirándose cojines y bloqueando con movimientos ridículamente dramáticos, como si fueran actores de una película de acción.

Tsumiki saltaba emocionada en el sofá, vitoreando a ambos. —¡Más fuerte, papá! ¡Mamá, dale con el cojín grande!

En un momento, Suguru tropezó “accidentalmente” con un cojín y cayó al suelo. Satoru se acercó, cruzando los brazos con expresión triunfante. —Parece que he ganado, mamá.

Pero Suguru, con una mirada teatral de desafío, susurró lo suficientemente alto para que Tsumiki escuchara. —Nunca te perdonaré por gastar ese dinero...

Satoru aprovechó el momento para dramatizar aún más. —Si eso es así... entonces me voy. No puedo quedarme en una casa donde no me valoran.

Tsumiki se quedó boquiabierta mientras Satoru se dirigía hacia la puerta.

—¡Papá, no! —gritó, corriendo hacia él y abrazándolo.

Satoru se detuvo, agachándose para mirarla a los ojos. —Pero tu mamá no me quiere más...

Suguru, aún en el suelo, fingió sollozos exagerados. —¡Tienes que aprender a ser responsable, Satoru!

Tsumiki, con lágrimas fingidas en los ojos, corrió hacia Suguru. —¡Mamá, perdónalo, por favor!

Satoru y Suguru se miraron de reojo, conteniendo la risa antes de abrazar juntos a Tsumiki.

—Está bien, prometo no gastar tanto dinero en dulces —dijo Satoru, acariciándole el cabello.

—Y yo prometo no gritarle tanto a papá —añadió Suguru, apretándola también.

Tsumiki sonrió ampliamente, satisfecha. —¡Sabía que podían arreglarlo!

Mientras la niña regresaba a sus juguetes, Satoru y Suguru compartieron una sonrisa cómplice.

—Eres buen actor, mamá —susurró Satoru, dándole un suave empujón en el hombro.

—Tú no te quedas atrás, papá —respondió Suguru con una risa suave, dejando que la paz volviera al momento familiar.

..

(Nota: ya quiero k venga megumi 💔)

Satoru y Suguru no pudieron contenerse más y se besaron apasionadamente, como si no hubiera nadie más en la habitación. Tsumiki, sentada en el suelo con sus juguetes, los observó con una mezcla de curiosidad y ligera exasperación.

Con una sonrisa divertida, Satoru cargó a Suguru en brazos como si fuera lo más natural del mundo. —Creo que mamá necesita un descanso, ¿no te parece, Tsumiki? —dijo con un tono juguetón, mirando a la niña.

—¡Deja de llamarme mamá! —protestó Suguru, rojo como un tomate, mientras ocultaba la cara en el pecho de Satoru.

Tsumiki rodó los ojos, claramente acostumbrada a sus dramas. —Hagan lo que quieran, pero esta vez estoy preparada. —Sin perder el tiempo, sacó un par de orejeras de colores de su cajón y se las puso con determinación.

Mientras Satoru se dirigía al cuarto con Suguru en brazos, Tsumiki murmuró para sí misma: —No quiero volver a escuchar los aullidos de la coyota ni los chillidos del ratoncito.

La niña continuó jugando con sus bloques, construyendo una torre con toda su concentración, mientras los pasos de Satoru se perdían en el pasillo y el sonido de una puerta cerrándose indicaba que los "padres" estaban ocupados.

En el cuarto, Satoru y Suguru se miraron entre risas, abrazándose con ternura antes de dejarse llevar por el momento. Mientras tanto, Tsumiki disfrutaba de su tranquilidad, feliz de que sus orejeras la mantuvieran al margen de cualquier "escándalo" en la casa.

Tsumiki, algo cansada de llevar puestas las orejeras, decidió quitárselas. Sin embargo, justo en ese momento, un sonido peculiar llamó su atención. Desde la habitación de sus "padres" se escuchó un grito claro y algo… extraño.

—¡OH MIERDA, SATORU! ¡A-AH!~ —era la voz de su mami, Suguru.

Tsumiki frunció el ceño, confusa y molesta al mismo tiempo. Sin pensarlo dos veces, se levantó de su pequeño rincón de juegos y caminó directamente hacia la puerta de la habitación. Tocó con fuerza, cruzando los brazos como si estuviera lista para dar un sermón.

—¡Oigan! ¿Qué están haciendo ahí adentro? ¡Dejen de hacer ruido! —exigió con tono autoritario.

Dentro de la habitación, Suguru estaba completamente congelado, rojo como un tomate, mientras Satoru trataba de reprimir una carcajada.

—Creo que nuestra hija está enojada contigo, mamá —susurró Satoru divertido, lo que provocó que Suguru le lanzara una almohada en la cara.

—¡Esto es culpa tuya! —murmuró Suguru, intentando recomponerse mientras buscaba algo con qué cubrirse.

—¡Sé que están ahí! ¡Abran la puerta! —volvió a insistir Tsumiki desde afuera, golpeando la puerta con más fuerza.

Finalmente, Satoru decidió levantarse y abrir la puerta. Se acomodó un poco la ropa y la abrió con su mejor sonrisa. —Hola, princesa. ¿Qué pasa?

Tsumiki lo miró seria, con los brazos aún cruzados. —¿Por qué mamá está gritando? ¿Se lastimó? —preguntó, mirando fijamente a Suguru, que intentaba esconderse bajo las sábanas.

Suguru, al borde del colapso, respondió lo mejor que pudo. —¡No, no es nada! Solo... eh... ¡nos estábamos divirtiendo!

Tsumiki frunció más el ceño, claramente dudando de su respuesta. —Pues hagan sus "juegos" más silenciosos, porque algunos queremos dormir, ¿entendido? —dijo, girándose para regresar a su cuarto, murmurando: —De verdad, los adultos son raros.

Cuando Tsumiki cerró la puerta de su habitación, Suguru dejó caer su cabeza contra la almohada, cubriéndose el rostro de la vergüenza.

—Te lo dije, esto es tu culpa —susurró, lanzándole otra almohada a Satoru.

Satoru, por su parte, se dejó caer en la cama, riendo. —Vamos, mamá, no fue para tanto. Aunque admito que nuestra hija tiene carácter.

Suguru solo pudo suspirar, mientras Satoru lo abrazaba por la espalda y le daba un beso en la cabeza. —Tranquilo, te ves adorable cuando te sonrojas.

Satoru, con una sonrisa divertida, observó a Suguru esconderse bajo las sábanas después del incómodo momento con Tsumiki.

—Bueno, parece que nuestra pequeña jueza ya nos dio permiso para seguir… ¿no crees, mamá? —bromeó Satoru, inclinándose para besar la frente de Suguru.

Suguru le lanzó una mirada fulminante desde debajo de las mantas. —Deja de llamarme así o, te juro, esta noche dormirás en el sofá.

—Lo siento, lo siento —respondió Satoru entre risas, mientras acariciaba el cabello de Suguru—. Pero, en serio, no tienes que ponerte tan nervioso.

Suguru suspiró, aunque no pudo evitar sonreír ligeramente. —¿Y cómo no? Me siento como si la tierra me hubiera tragado frente a nuestra hija.

Satoru negó con la cabeza y, en un movimiento rápido, lo abrazó por la cintura. —Bueno, al menos no gritaste mi nombre tan fuerte esta vez. Eso es un progreso.

Suguru lo golpeó suavemente en el hombro, sonrojado. —¡Cállate, idiota!

Ambos comenzaron a reírse, el ambiente entre ellos relajándose poco a poco. Satoru se inclinó para darle un beso en los labios, suave y dulce, que Suguru correspondió con timidez.

—Te amo, ya lo sabes, ¿verdad? —susurró Satoru contra sus labios.

Suguru asintió, dejando que su frente descansara contra la de Satoru. —Sí, y yo a ti… pero, por favor, trata de comportarte.

Justo cuando ambos parecían haber encontrado un momento de calma, un fuerte golpe en la pared los interrumpió.

—¡Oigan! ¡Sigo escuchándolos! —gritó Tsumiki desde su habitación, claramente molesta.

Satoru intentó contener la risa mientras Suguru enterraba su rostro en el pecho de Satoru, completamente avergonzado.

—¿Ves lo que causas? —murmuró Suguru, su voz ahogada contra Satoru.

—No soy yo, eres tú y tus irresistibles gritos de guerra —respondió Satoru en tono burlón, acariciándole el cabello.

—¡Tonto! ¡Deja de hablar y duérmete de una vez! —siseó Suguru, dándole un suave empujón.

Ambos decidieron acurrucarse bajo las sábanas, dejando cualquier "juego" para otra ocasión. La noche terminó con risas suaves y caricias tiernas, mientras la pequeña Tsumiki, finalmente satisfecha con el silencio, se quedó dormida en su habitación.

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La comida hoy estaba salada JAKDHAKJQ Pero c k les gustó 🗣️🔥

Suguru ya sabemos k kieres pite de satoru, no t hagas el difícil 🙄🙄🥺 GETO OMEGA DOMINANTE CANON NO LO PIENSO DISCUTIR😡😡😡

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