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continuemos con esta historia jekeje
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Suguru llegó a su apartamento con pasos lentos, sintiendo el peso del día sobre sus hombros. Había algo reconfortante en el silencio que lo esperaba al abrir la puerta, aunque también era un recordatorio de la soledad que había aprendido a aceptar con el tiempo.
Dejó las llaves sobre la mesa de entrada y se quitó el abrigo con un leve suspiro. El apartamento era sencillo, decorado con tonos neutros y pocos objetos personales, salvo por algunas fotografías en un estante cercano al sofá. Una de ellas destacaba: una joven Tsumiki sonriendo a la cámara mientras Suguru sostenía una cometa que habían intentado volar aquel día.
La nostalgia lo golpeó por un momento, pero sacudió la cabeza. No quería ahogarse en recuerdos. Caminó hacia la cocina y puso agua a hervir para prepararse una taza de té. El aroma del jazmín llenó el pequeño espacio, envolviéndolo en una calma momentánea.
Mientras esperaba, revisó su teléfono. Había varios mensajes sin leer, pero uno en particular captó su atención:
"Fue un gusto conocerte, Suguru. No olvides que esta también puede ser tu casa cuando lo necesites."
Era de Kenjaku. Suguru sonrió levemente, recordando la calidez con la que lo habían recibido. No estaba acostumbrado a gestos tan sinceros, y aunque al principio había sido reservado, algo en esa pareja le había dado una sensación de pertenencia que no experimentaba desde hacía tiempo.
Tecleó una respuesta breve pero honesta:
"Gracias por la invitación. Fue un placer. Espero que Choso esté descansando bien."
Dejó el teléfono sobre la mesa y se llevó la taza de té a la sala. Se dejó caer en el sofá, permitiendo que la calidez de la bebida y el silencio lo envolvieran. Cerró los ojos, intentando ordenar sus pensamientos.
Había algo inquietante en cómo esa tarde con Kenjaku y Jin había despertado en él una mezcla de emociones. Por un lado, estaba agradecido por el gesto de amabilidad. Por otro, no podía ignorar la sensación de vacío que había crecido desde que perdió el rumbo de lo que alguna vez llamó familia.
Se levantó de repente, sintiendo la necesidad de hacer algo, cualquier cosa, para evitar que esos pensamientos lo consumieran. Caminó hacia el pequeño estante donde guardaba algunos libros y sacó uno al azar, uno que había leído tantas veces que las páginas estaban gastadas. Se sentó de nuevo en el sofá, pero en lugar de leer, simplemente sostuvo el libro entre las manos, mirando por la ventana hacia las luces de la ciudad.
—Tal vez… debería aceptar su invitación otra vez —murmuró para sí mismo, aunque no estaba seguro de si lo decía en serio.
Por ahora, decidió dejar que la noche transcurriera en calma, permitiendo que el recuerdo de esa cálida tarde le diera un respiro en medio de su soledad.
...
Era ahora jueves. Suguru se despertó en el sofá adolorido. Se cambió con su uniforme y, como siempre, se puso el abrigo. Era diciembre, y el frío de la mañana hacía que sus movimientos fueran aún más lentos de lo habitual.
Con una rutina casi automática, salió de su apartamento. Pero en lugar de ir directo al trabajo, decidió detenerse en una tienda abierta las 24 horas. Tenía hambre, aunque el apetito era escaso, y al pasar por los estantes, tomó un pequeño jugo. Sin embargo, algo más llamó su atención.
Una caja de cigarrillos.
Suguru la tomó, sin pensarlo mucho, y la pagó junto con el jugo. Al salir de la tienda, encendió uno, sosteniéndolo entre los labios con torpeza. Apenas dio una calada, sintió cómo el humo quemaba su garganta.
—¡Cof... cof! ¡Ewww! ¿Cómo la gente puede soportar esto? —se quejó, tosiendo. Pero en lugar de desecharlo, lo intentó de nuevo.
El sabor seguía siendo amargo y desagradable, pero había algo en el acto que lo distraía, que lo hacía sentir un poco menos atrapado en sus pensamientos. Caminó hacia el trabajo, tirando el cigarro al suelo cuando lo terminó.
En la oficina
Una vez en su escritorio, Suguru se sentó y comenzó a revisar los documentos que tenía pendientes. El cansancio se acumulaba en su cuerpo como una pesada niebla. Poco a poco, sin darse cuenta, sus ojos comenzaron a cerrarse.
Se quedó dormido.
El tiempo pasó rápidamente, y cuando despertó de golpe, notó que ya eran las 6 de la tarde.
—¡Mierda! ¿Cómo me pude quedar dormido? —se dijo, tratando de no entrar en pánico mientras revisaba los documentos a medio terminar.
Comenzó a trabajar a toda prisa, ignorando la incomodidad en su espalda y los parpadeos constantes que hacían que las palabras se mezclaran en la pantalla. Finalmente, logró terminar todo, pero al levantarse para entregar los papeles, se veía fatal.
El encuentro con Utahime
Suguru entró en la oficina de Utahime, quien lo miró alarmada desde el momento en que cruzó la puerta.
—¡Madre de Dios, Geto! ¿Qué te pasó? —preguntó preocupada, acercándose a él con rapidez.
—Ah... nada, Utahime. Solo vine a entregar lo de hoy. Tengo que ir a ver a mi hija... —bostezó, dejando los papeles sobre su escritorio.
Utahime iba a decir algo más, pero Suguru ya estaba saliendo del edificio. No pidió ni su paga del día.
La discusión con Gojo
Afuera, Suguru sacó la caja de cigarrillos de su abrigo y encendió otro, inhalando profundamente. Esta vez, el sabor no le pareció tan malo. Una calada, luego otra. Poco a poco, su mente se fue calmando, aunque el cansancio seguía presente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó una voz familiar.
Suguru giró la cabeza, encontrándose con Satoru Gojo, quien lo miraba con una mezcla de enfado y preocupación.
—Nada —respondió Suguru, llevándose el cigarro a los labios nuevamente.
Satoru frunció el ceño, acercándose más. —Hueles a tabaco. ¿Por qué estabas fumando?
Suguru se encogió de hombros, claramente desinteresado. —Ocupate de tus asuntos, Gojo. No eres nadie importante en mi vida como para preocuparte.
Las palabras golpearon a Satoru como un puñetazo, pero no dejó que su expresión lo delatara.
—Quizás no soy importante, pero soy tu jefe, y me preocupa lo que hacen mis empleados.
Suguru soltó una risa amarga. —¿Tus empleados? Más bien parece que te importa lo que hago yo, y solo yo.
—Sea lo que sea, me importa. —Satoru dio un paso adelante, sujetando suavemente la muñeca de Suguru. —Deberías cuidar de ti mismo.
Suguru se soltó bruscamente.
—Déjame en paz. ¿O qué? ¿Me vas a seguir como perro? —rio con amargura. —Si es así, mejor vete acostumbrando a ser un perro de la calle, Satoru.
Las palabras lo hirieron más de lo que quería admitir, pero Gojo no lo dejó ver. Su expresión se endureció, y tras un breve silencio, murmuró:
—Bien. Haz lo que quieras, Geto. —Se dio la vuelta y se dirigió a su auto, dejándolo atrás.
Suguru lo observó marcharse, sintiéndose un poco culpable por su reacción, pero no tenía la energía para disculparse.
Solo quería ir a casa.
Suguru llegó a casa agotado, con la espalda pesada y los párpados cayendo de puro cansancio. Al abrir la puerta de su pequeño apartamento, lo primero que vio fue a Tsumiki sentada en el sofá, abrazando el peluche que le había regalado Satoru.
—Mami… tengo hambre —dijo la pequeña con una voz somnolienta, apretando aún más el peluche entre sus brazos.
Suguru asintió con suavidad, dejando su abrigo en el perchero. —Está bien, cielo. Te prepararé algo rápido.
Caminó hacia la cocina, sacando los ingredientes básicos para hacer una sopa caliente. Mientras esperaba a que el agua hirviera, sus pensamientos vagaban entre el cansancio acumulado y el peso de las responsabilidades.
Poco después, sirvió un plato humeante de sopa y lo llevó al comedor.
—Aquí tienes, Tsumiki. Cómelo todo, ¿sí?
La niña se acercó a la mesa con pasos pesados y empezó a comer. Apenas podía mantener los ojos abiertos, el sueño estaba ganándole la batalla. Suguru se sentó frente a ella, observándola con una mezcla de ternura y preocupación.
—¿Está rica?
—Mhm… —respondió Tsumiki con un pequeño asentimiento mientras seguía comiendo.
Cuando terminó, se levantó lentamente y llevó el plato al fregadero. Luego, tomó su cepillo de dientes y fue al baño. Suguru la observaba desde la cocina mientras lavaba el plato. No había comido nada él mismo; el cansancio le había quitado el apetito.
Después de asegurarse de que Tsumiki estaba lista para dormir, la acompañó a su habitación. La arropó con cuidado, asegurándose de que el frío no la alcanzara.
—Te amo, mami… —murmuró la niña antes de cerrar los ojos, abrazando su peluche con fuerza.
Suguru sonrió con dulzura, inclinándose para besarle la frente. —Yo también te amo, cielo. Buenas noches.
Apagó la luz y cerró la puerta con suavidad, dejando que el silencio llenara el apartamento.
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Suguru se dirigió a su habitación, dispuesto a descansar un poco, pero su teléfono comenzó a vibrar. Al mirar la pantalla, vio que era una videollamada de Shoko. Dudó un momento, pero finalmente aceptó, viendo el rostro sonriente de su amiga aparecer en la pantalla.
—¡Suguru! ¿Cómo estás? —preguntó la Omega con su habitual tono amistoso.
—Cansado, como siempre —respondió él, dejando escapar un suspiro mientras se acostaba en la cama. —¿Y tú? ¿Alguna novedad?
Shoko negó con la cabeza. —Nada interesante. De hecho, quería proponerte algo.
—Soy todo oídos —dijo Suguru, aunque su voz sonaba adormilada.
Shoko sonrió, inclinándose un poco hacia la cámara. —Utahime me comentó que no has estado durmiendo bien últimamente. Pensé que, para que te enfoques mejor en tu trabajo, podría cuidar de Tsumiki durante el día.
Los ojos de Suguru se abrieron un poco más, sorprendido. —¿De verdad harías eso? No quiero causarte molestias…
—¡Para nada! —respondió Shoko rápidamente, moviendo una mano para restarle importancia. —Somos amigos, Suguru, y quiero ayudarte. Además… quiero practicar para ver si algún día sería buena madre.
Esa última frase hizo que Suguru soltara una risa suave. —Está bien, Shoko. Te llevaré a Tsumiki mañana a las cuatro. ¿Te parece?
—Perfecto. ¡No te preocupes por nada! —dijo la Omega con una gran sonrisa. —Ahora, descansa, ¿sí?
Suguru asintió, despidiéndose con una sonrisa antes de colgar. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien más lo estaba ayudando a cargar el peso de todo lo que llevaba encima.
Dejó el teléfono a un lado, cerró los ojos y permitió que el sueño finalmente lo envolviera.
...
Era 23 de diciembre, viernes. Suguru se despertó antes del amanecer, a las 4 de la mañana. Su cuerpo estaba tenso y cansado, pero sabía que tenía que levantarse. Sin hacer mucho ruido, preparó rápidamente un par de cosas para Tsumiki, quien seguía durmiendo profundamente abrazando su peluche favorito. Cuando la despertó suavemente, la pequeña murmuró algo entre sueños, pero terminó levantándose sin quejarse demasiado.
Ambos se dirigieron hacia la casa de Shoko. A pesar de la hora, Shoko los recibió con una sonrisa amable, como siempre. La calidez en su actitud logró relajar a Suguru un poco.
—Te prometo que la cuidaré bien, Suguru —le dijo mientras tomaba la mano de Tsumiki. La niña, un poco tímida al principio, terminó sonriendo cuando Shoko le mostró un par de juguetes que había preparado para ella.
—Gracias, Shoko… De verdad no sé cómo agradecerte esto.
—No seas tonto. Somos amigos, y esto no es nada. Ahora ve, antes de que llegues tarde al trabajo —le respondió, empujándolo con suavidad hacia la puerta.
Suguru asintió, lanzó una última mirada a su hija, y se fue con un nudo en la garganta.
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El día en la oficina comenzó como cualquier otro. Suguru llegó temprano y se sumergió en sus tareas, tratando de distraerse de sus pensamientos. Pero pronto, el bullicio de sus compañeros rompió su concentración.
—¿Sabían que mañana el jefe se va a casar? —comentó una de las chicas del grupo cercano.
—¡Sí! Qué envidia... Aunque es una lástima que se case con la arrogante de Mei Mei —agregó otra, con una mueca de desdén.
—Bueno, quizás no sea tan mala... o al menos eso espero —respondió alguien más, provocando risas entre el grupo.
Suguru, sin embargo, sentía como si el aire a su alrededor se volviera más pesado con cada palabra que escuchaba. Sus manos comenzaron a temblar, y aunque intentó disimularlo, tuvo que apartar la vista de la pantalla del monitor.
—Y lo peor es que todos tenemos que asistir —dijo un chico con evidente molestia—. Como si no tuviéramos otra opción.
Esa última frase hizo que Suguru apretara los puños con fuerza. Lo que faltaba... pensó, sintiendo cómo un amargo vacío se expandía en su pecho.
Sabía que no tenía escapatoria. Como empleado de Gojo, su presencia era obligatoria. Pero la idea de estar ahí, viendo cómo Satoru prometía su vida a alguien más, lo destrozaba por dentro.
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La jornada laboral se sintió interminable. Cada vez que alguien mencionaba la boda, Suguru sentía que su paciencia se desgastaba un poco más. Cuando finalmente llegó el final del día, en lugar de ir directamente a casa, decidió dar un largo paseo. Necesitaba despejar su mente, aunque fuera por un momento.
Pero el alivio no llegó. Esa noche, mientras se preparaba para dormir, su mente estaba llena de recuerdos: las risas compartidas con Satoru, las bromas que solo ellos entendían, y las veces que había deseado decirle lo que realmente sentía. Ahora, todo eso parecía tan lejano, tan imposible.
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Al día siguiente, la boda llegó rápidamente. El salón estaba lleno de invitados. Todo era lujo y perfección, una celebración digna del hombre que Satoru era. Suguru llegó puntual, vistiendo su mejor traje, aunque no podía ocultar la incomodidad en su rostro. Se sentó en una mesa al fondo, tratando de pasar desapercibido.
Pero el destino parecía tener otros planes. Desde su asiento, podía ver claramente a Mei Mei, quien estaba deslumbrante con su vestido, tomando la mano de Satoru mientras ambos saludaban a los invitados. Cada gesto entre ellos era como un cuchillo clavándose más profundo en el corazón de Suguru.
Para empeorar las cosas, Mei Mei comenzó a comportarse de forma especialmente cariñosa con Satoru, a sabiendas de que Suguru estaba mirando. Cada toque, cada sonrisa, parecía calculado para provocarlo.
Suguru trató de mantener la calma, pero la presión era insoportable. Su pecho dolía, su respiración se volvía irregular, y antes de darse cuenta, se levantó abruptamente de la mesa y salió corriendo hacia el balcón.
El aire frío de diciembre lo recibió como un golpe. Suguru apoyó las manos en la barandilla, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir. Pero no pudo más. El dolor acumulado finalmente lo superó, y comenzó a llorar en silencio, su cuerpo temblando mientras trataba de mantener el control.
Detrás de él, escuchó el sonido de la puerta del balcón abriéndose. Se giró rápidamente, limpiándose las lágrimas con torpeza, solo para encontrarse con Shoko.
—Suguru… —murmuró ella con preocupación mientras se acercaba.
—Estoy bien —respondió él rápidamente, aunque su voz temblaba y sus ojos estaban enrojecidos.
—No, no lo estás. Déjate de mentiras, Suguru. Te conozco demasiado bien.
Suguru dejó escapar un suspiro tembloroso y volvió a mirar al horizonte. —No debería sentirme así, Shoko… Pero no puedo evitarlo.
Shoko se quedó a su lado, colocando una mano en su hombro. —Es normal, Suguru. Lo que sientes es válido, pero no tienes que cargar con esto solo.
Suguru negó con la cabeza, dejando que algunas lágrimas más escaparan. —¿Por qué tiene que doler tanto?
Antes de que Shoko pudiera responder, la puerta del balcón volvió a abrirse. Esta vez, fue Satoru quien apareció. Al ver a Suguru en ese estado, una expresión de sorpresa y preocupación cruzó su rostro.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, aunque su tono era más suave de lo habitual.
Suguru se enderezó rápidamente, tratando de recuperar la compostura. —Nada que te importe, Satoru.
—¿De verdad vas a decirme eso? —replicó Satoru, cerrando la puerta detrás de él.
La tensión en el aire era palpable. Shoko miró a ambos hombres, dudando si debía intervenir o dejarlos solos.
La tensión entre los tres era como una cuerda a punto de romperse. Satoru dio un par de pasos hacia Suguru, quien evitaba mirarlo, aún apoyado en la barandilla del balcón, con los ojos hinchados por las lágrimas.
—Suguru… —comenzó Satoru, su voz era baja, casi suave.
—Déjalo, Satoru —interrumpió Suguru, su tono cargado de cansancio y dolor—. No necesito que digas nada.
—No puedo hacerlo.
Suguru apretó los dientes, su agarre en la barandilla se hizo más fuerte. —¿Qué quieres de mí, Satoru? ¿Quieres que finja que todo está bien? ¿Que no siento que mi pecho se desgarra cada vez que te veo con ella?
Satoru frunció el ceño, sintiéndose incómodo con las palabras de Suguru, pero al mismo tiempo incapaz de ignorarlas. —Todo lo que presenciaste ahí… con Mei Mei, fue una mentira.
Eso hizo que Suguru finalmente lo mirara, sus ojos reflejando incredulidad y un profundo dolor. —¿Una mentira? ¿Pretendes que crea eso después de todo lo que he visto? ¿Después de cómo ella te tocaba? ¿De cómo la mirabas?
Satoru suspiró, pasándose una mano por el cabello en un gesto frustrado. —No la amo, Suguru. Nunca lo hice. Esto… —hizo un gesto vago hacia el salón donde la fiesta continuaba—. Todo esto es solo una fachada.
Suguru rió amargamente, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. —¿Y por qué demonios haces algo así? ¿Por qué fingir algo tan grande?
—Porque… —Satoru vaciló, su voz perdiendo fuerza—. Porque es lo que se espera de mí. Porque soy Satoru Gojo, y siempre tengo que ser perfecto, siempre tengo que cumplir con lo que todos quieren de mí.
Suguru negó con la cabeza, su corazón aún ardiendo de dolor. —Eso no explica nada, Satoru. Nada.
La mirada de Satoru se endureció, pero había una vulnerabilidad en sus ojos que Suguru rara vez veía. Dio un paso más cerca, acortando la distancia entre ambos.
—¿De verdad no lo entiendes? —preguntó Satoru, su voz temblando ligeramente.
Suguru bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de las palabras de Satoru. —No, no entiendo nada.
—Es porque tú… siempre has sido tú, Suguru.
Las palabras flotaron en el aire, el frío de la noche intensificando su impacto. Suguru levantó la mirada lentamente, sus ojos llenos de confusión y desesperanza.
—¿Qué estás diciendo, Satoru? —su voz se quebró, casi inaudible.
Satoru no respondió de inmediato. En su lugar, avanzó hasta que estuvo frente a Suguru, tan cerca que podía sentir el temblor en el cuerpo del otro. Antes de que Suguru pudiera reaccionar, Satoru levantó una mano para acariciar suavemente su rostro, limpiando una lágrima que caía por su mejilla.
—Estoy diciendo que te amo, idiota. Siempre lo he hecho, pero fui demasiado cobarde para admitirlo.
Suguru lo miró, sus labios temblando mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar. Pero su corazón, tan lastimado por los años de dolor y rechazo, se resistía a creerlo.
—No… no puedo creerlo, Satoru. No después de todo lo que he pasado. No después de todo esto…
Suguru se llevó una mano al rostro, cubriéndose los ojos mientras las lágrimas volvían a caer. Satoru no esperó más. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia él y lo besó. Fue un beso suave, lento, lleno de todo lo que Satoru no había podido decir en palabras.
El cuerpo de Suguru se tensó al principio, sorprendido, pero poco a poco sus barreras comenzaron a romperse. Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas mientras correspondía al beso, con un dolor y un deseo que había reprimido durante tanto tiempo.
Detrás de ellos, Shoko observaba en silencio desde la puerta del balcón. Sus ojos estaban ligeramente abiertos por la sorpresa, pero al ver la escena, decidió darles su espacio. Con un suspiro, cerró la puerta del balcón con cuidado, quedándose como vigía para asegurarse de que nadie interrumpiera el momento entre sus amigos.
Cuando el beso terminó, Satoru no se alejó demasiado. Sus frentes se tocaron, y ambos permanecieron en silencio, respirando entrecortadamente.
—No sé si puedo creer en esto, Satoru… —murmuró Suguru, sus ojos aún llenos de lágrimas.
—No tienes que hacerlo ahora. Solo… quédate conmigo esta noche.
Suguru cerró los ojos, dejando que el peso de las palabras de Satoru y su propio dolor se mezclaran en un remolino de emociones. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió no pensar, no luchar. Solo dejó que el momento existiera.
Suguru sintió un calor inmenso al estar en contacto con un alfa nuevamente. El deseo, la tensión acumulada durante tanto tiempo, todo estalló de golpe. Sin pensarlo, lo besó apasionadamente. Las lenguas se entrelazaban con desesperación, como si intentaran comunicarse todo lo que no se habían dicho durante años. La pasión entre ellos era palpable, como si las heridas que habían dejado el pasado finalmente pudieran cerrarse.
Cuando se separaron, sus respiraciones entrecortadas llenaban el aire. Suguru desvió la mirada, sintiendo una mezcla de emociones, pero la más fuerte de todas era la inseguridad. Recordó todos esos momentos tristes, todo lo que había soportado, y cómo había sido ignorado por Satoru cuando más lo necesitaba.
—Como desearía no haberla regado cuando te ignoré desde un principio, cuando éramos esposos... —dijo Suguru, su voz quebrada por el dolor de la memoria.
Satoru lo miró intensamente, sus ojos llenos de arrepentimiento.
—Perdóname por intentar fijarme en Mei cuando estábamos casados... —dijo con sinceridad, su rostro reflejando la culpa y la frustración.
Suguru negó con la cabeza, una sonrisa amarga asomándose en sus labios.
—No eres el único que cometió errores, Satoru... supongo que somos imbéciles, los dos.
Satoru dio un paso hacia él, tocando suavemente su rostro con la palma de la mano, como si temiera romper algo irremediable. Sus ojos se suavizaron y, por fin, las palabras que habían estado atrapadas en su garganta por tanto tiempo salieron de su boca.
—Te amo, Suguru. —La confesión fue directa, sin reservas, como un suspiro lleno de sinceridad. El miedo que había sentido durante tanto tiempo por perderlo ahora era más grande que cualquier otra cosa.
Las palabras de Satoru llegaron al corazón de Suguru, pero el miedo seguía presente. No podía dejar de recordar todo lo que había sufrido, las promesas rotas, las mentiras que habían marcado su relación.
—Y yo a ti, Satoru... —respondió con la voz entrecortada, como si esas palabras fueran las más difíciles de decir.
A pesar del dolor que todavía sentía, algo dentro de él despertaba. No podía negar lo que su corazón sentía, pero temía que todo fuera una ilusión, que Satoru solo lo estuviera buscando por un impulso del momento. Sin embargo, en ese instante, en la suavidad de las palabras y el contacto, comenzó a creer que tal vez, solo tal vez, las cosas podrían ser diferentes.
La celebración de la boda seguía en marcha, pero ambos sabían que necesitaban un momento a solas, un espacio donde pudieran hablar sin que las apariencias los interrumpieran. Sin pensarlo, Satoru tomó la mano de Suguru y lo llevó a un lugar más privado. Cerraron la puerta y, en un segundo, sus labios se encontraron de nuevo, esta vez con más urgencia, con más necesidad.
Suguru no dudó ni un segundo. La corbata de Satoru cayó al suelo, y rápidamente comenzaron a desnudarse mutuamente. Pero, en medio de la pasión, algo lo hizo detenerse.
—No, Satoru... esto está mal. Tú estás con Mei. No quiero meterme en esto. —Sus palabras fueron duras, pero necesarias, porque en su interior aún se sentía confundido y herido.
Satoru no se separó. Con una ternura infinita, tomó su rostro entre sus manos y lo miró a los ojos, con una sinceridad que no dejaba lugar a dudas.
—Mei es solo un papel firmado, Suguru. Solo un compromiso de fachada. El que tiene mi corazón eres tú. Por favor... Concédeme esta noche, solo tú y yo. Que la luna sea la única testigo de lo que tenemos.
Las palabras de Satoru hicieron que el corazón de Suguru latiera más rápido. ¿Era posible que todo esto fuera real? A pesar de sus dudas, a pesar del miedo de volver a caer, algo en su interior le dijo que, quizás, esta vez todo sería diferente.
Suguru lo miró, el sonrojo llenando sus mejillas. No podía evitarlo, las emociones lo envolvían por completo.
—Satoru... —susurró, y en ese momento todo su ser se rindió. Con un suspiro, lo besó de nuevo, esta vez con una mezcla de deseo, arrepentimiento y esperanza.
La pasión entre ellos creció, y el resto del mundo dejó de existir. Ya no había más palabras, solo ellos, el uno para el otro, compartiendo un momento que ninguno de los dos podría olvidar.
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La intensidad entre ambos aumentaba como un fuego que no podía contenerse. Satoru acariciaba el rostro de Suguru con devoción, como si tocara algo sagrado. Sus labios recorrían con lentitud el cuello de Suguru, dejando un rastro de calor en su piel. Suguru, incapaz de contenerse, dejó escapar pequeños gemidos débiles, sonidos que apenas salían de sus labios, pero que desataron algo en Satoru.
—Suguru… —murmuró Satoru con la voz ronca, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y ternura. Cada jadeo que Suguru emitía lo hacía perder aún más el control, incapaz de detenerse.
El cuerpo de Suguru temblaba bajo las caricias firmes pero delicadas de Satoru. Su piel reaccionaba a cada roce, y su respiración se volvía más irregular con cada segundo. Las manos de Satoru se deslizaron por el torso de Suguru, desabrochando los botones de su camisa con una destreza lenta y precisa. La piel tibia de Suguru quedó expuesta, y su cuerpo reaccionó involuntariamente al roce de los dedos del alfa.
—Sa… Satoru, espera… —Suguru intentó hablar, pero su voz se quebraba en jadeos débiles, como si no pudiera completar las palabras.
—No quiero esperar más, Suguru… —respondió Satoru, su frente apoyada contra la de él. Su voz era un susurro grave, lleno de emoción y arrepentimiento—. He esperado demasiado tiempo para esto… demasiado tiempo para volver a sentirte cerca.
Suguru intentó aferrarse a algo de control, pero la pasión en los ojos de Satoru y las caricias que lo envolvían lo hacían ceder poco a poco. Sus manos terminaron sobre los hombros de Satoru, sujetándose para no perder el equilibrio mientras el alfa lo besaba con más intensidad.
—Satoru… —jadeó su nombre una vez más, su voz cargada de vulnerabilidad. El sonido hizo que Satoru perdiera completamente la compostura.
Satoru lo levantó con facilidad, llevándolo hasta un pequeño sofá en la habitación privada. Lo acomodó con cuidado, como si Suguru fuera algo delicado. Con la respiración entrecortada, lo miró por un momento, admirándolo como si fuera la única persona que importaba en el mundo. Suguru desvió la mirada, su rostro encendido por el sonrojo y la vulnerabilidad.
—Eres tan hermoso, Suguru… —susurró Satoru mientras sus manos recorrían el torso de Suguru, acariciándolo con una devoción casi reverente.
Cada toque era lento pero firme, cada beso era más profundo que el anterior, y Suguru no podía contener los pequeños gemidos que escapaban de sus labios. Satoru bajó sus labios al cuello de Suguru, dejando besos húmedos y marcas que parecían una declaración de que le pertenecía.
—Esto… esto está mal… —Suguru intentó protestar, su voz temblorosa, pero sin fuerza real para resistirse.
Satoru detuvo su recorrido por un momento, levantando la cabeza para mirarlo directamente a los ojos. Con una mano, sostuvo el rostro de Suguru con una suavidad que contrastaba con la intensidad de su mirada.
—No hay nada más correcto que esto… —dijo Satoru con una firmeza que hizo que Suguru se quedara sin palabras—. Nunca debí dejarte ir. Eres mío, siempre lo has sido.
Suguru tragó saliva, su pecho subiendo y bajando rápidamente por la intensidad del momento. Había algo en la manera en que Satoru lo miraba, algo tan sincero y desesperado que hacía que su corazón latiera con fuerza.
Finalmente, Suguru cedió por completo. Sus manos se alzaron para tomar el rostro de Satoru y lo atrajo hacia él para un beso más profundo, más desesperado, que encapsulaba todos los sentimientos que había intentado reprimir.
Sus cuerpos se movían al unísono, entre caricias y besos que subían de intensidad. Los pequeños gemidos de Suguru se hicieron más audibles, y Satoru, perdido en el deseo, sonrió contra los labios de él, incapaz de ocultar lo que sentía.
—No tienes idea de cuánto te he extrañado… —jadeó Satoru, su voz entrecortada mientras lo miraba con los ojos nublados por la emoción.
Suguru no respondió con palabras. En su lugar, se aferró a él con más fuerza, dejando que sus cuerpos hablaran por ellos, ignorando todo lo demás. El mundo exterior no importaba, la boda, los errores, las dudas… en ese momento solo existían ellos dos, y el amor que nunca había desaparecido.
La noche seguía envuelta en un aire denso de pasión y deseo. En la habitación privada, el ambiente era íntimo, cálido, y cargado de emociones reprimidas. Suguru, con la piel perlada de sudor, intentaba contener sus gemidos, mordiendo suavemente la almohada mientras Satoru continuaba con movimientos intensos pero cargados de amor.
—Te amo, Suguru… —jadeó Satoru, su voz ronca mientras mantenía el ritmo, su mano sosteniendo firmemente la cadera del omega para mantenerlo cerca de él. Cada palabra que salía de sus labios era un recordatorio de cuánto lo había extrañado
Suguru, incapaz de resistirse más, dejó escapar un gemido ahogado que resonó en la habitación. Sus dedos se aferraron a las sábanas mientras el alfa jalaba suavemente su cabello, obligándolo a alzar la cabeza. Sus miradas se cruzaron, y por un momento, todo lo demás desapareció.
—Satoru… —murmuró Suguru con la voz quebrada por la intensidad del momento, sus ojos brillando con lágrimas de puro sentimiento—. También te amo… siempre lo he hecho.
Satoru sonrió, esa sonrisa dulce y sincera que Suguru había amado desde siempre, y se inclinó para besarlo nuevamente, uniendo sus labios en un gesto cargado de promesas y arrepentimientos.
Mientras tanto, afuera de la habitación, Mei Mei permanecía con los brazos cruzados, sus ojos cerrados y sus dientes apretados. Podía escuchar perfectamente los jadeos, los gemidos y el choque rítmico de las pieles. La escena que se desarrollaba dentro era más que suficiente para hacer que la sangre le hirviera.
—Esto no se quedará así… —pensó, apretando los puños con fuerza mientras una sonrisa venenosa se formaba en su rostro—. Si no puedo tenerte, Satoru… nadie lo hará.
Sabía que enfrentarlo ahora sería un error. Conociendo a Satoru, pediría el divorcio en un abrir y cerrar de ojos, y eso era lo último que quería. Si realmente quería destruir a Suguru, debía ser estratégica. Satoru y sus sentimientos por él eran fuertes, pero incluso los amores más sólidos podían ser derrumbados si se tocaban los puntos correctos.
Decidida, Mei Mei empezó a observar más de cerca a las personas en la fiesta. Entre risas y conversaciones ajenas, escuchó algo que captó su atención por completo. Cerca de una mesa, Shoko y Utahime hablaban tranquilamente, sus voces mezclándose con la música y el ruido de fondo.
—Yo apoyo totalmente a Suguru, ya sea que decida estar con Gojo o no… —dijo Shoko con tranquilidad mientras tomaba un sorbo de su bebida—. Después de lo que pasó con Toji, se merece algo mejor.
Mei Mei levantó una ceja, intrigada.
—¿Toji? —repitió para sí misma, intentando captar más detalles.
Utahime suspiró, claramente molesta.
—Ese alfa es una basura. No entiendo cómo alguien puede dejar a su omega embarazado y simplemente abandonarlo… ¡Peor aún, tener el descaro de no asumir ninguna responsabilidad! —exclamó, indignada—. Fue una pesadilla para Suguru, y aún así logró salir adelante.
Mei Mei abrió los ojos de par en par, su mente ya trabajando a toda velocidad. "¿Omega? ¿Embarazo? ¿Abandono?" Había encontrado justo lo que necesitaba. Si había algo que podía usar contra Suguru, era eso. Una sonrisa siniestra se formó en sus labios. Había buscado oro, pero lo que había encontrado era un diamante puro, afilado y listo para usar como arma.
De inmediato, sacó su teléfono y se apartó del bullicio, dirigiéndose a un lugar más privado. Marcó un número rápidamente, esperando que su asistente respondiera.
—Señorita Mei Mei, ¿en qué puedo ayudarle?
—Consígueme el número de un alfa llamado Toji. Lo quiero ahora.
—Claro, señorita. Haré las averiguaciones necesarias.
Con eso, colgó la llamada y se permitió reír suavemente, una risa que pronto se transformó en algo más siniestro.
—Suguru Geto… te aseguro que vas a lamentar haber vuelto a cruzarte en mi camino.
Dentro de la habitación, ajenos a los planes de Mei Mei, Satoru y Suguru seguían entregándose por completo. Suguru descansaba su cabeza en la almohada, su cuerpo temblando mientras Satoru seguía moviéndose dentro de él. Cada estocada estaba cargada de pasión y amor, y cada gemido que escapaba de los labios de Suguru hacía que Satoru se volviera loco.
—Suguru… —jadeó Satoru mientras se inclinaba hacia adelante, besando la espalda desnuda de su amante. Su voz temblaba, llena de emoción y deseo—. No quiero que esto termine nunca.
Suguru volteó la cabeza para mirarlo, con sus ojos brillantes y sus labios entreabiertos.
—Tampoco yo… —susurró, su voz cargada de vulnerabilidad.
Satoru sonrió, inclinándose para besarlo una vez más mientras continuaban su danza de pasión, ignorando todo lo que los rodeaba. El mundo exterior no importaba; solo existían ellos, unidos por un amor que parecía inquebrantable… aunque el peligro acechaba, más cerca de lo que imaginaban.
La noche continuó en un frenesí de pasión y deseo. Las manos de Satoru exploraban cada rincón del cuerpo de Suguru, mientras sus labios no se cansaban de susurrar palabras cargadas de amor y lujuria. Suguru, con el rostro sonrojado y la respiración entrecortada, se encontraba atrapado entre la intensidad del momento y la vergüenza que lo inundaba cada vez que su cuerpo se rendía por completo al alfa.
—Sa… Satoru… —jadeó débilmente cuando su cuerpo alcanzó su límite, temblando ligeramente mientras trataba de recuperar el aliento.
Satoru, con una sonrisa traviesa pero llena de ternura, lo miró desde arriba, admirando su belleza vulnerable. Sus dedos apartaron un mechón de cabello pegado en la frente de Suguru, mientras sus ojos brillaban con pura devoción.
—Vamos, cariño… —dijo con un tono juguetón, acercándose para besar el cuello de Suguru—. Solo una vez más, ¿sí? Prometo que será la última… esta noche.
Suguru, avergonzado pero aún atrapado en la intensidad del momento, desvió la mirada, intentando ocultar el rubor en sus mejillas. Su voz salió suave, casi como un susurro.
—Satoru… no crees que alguien notará tu ausencia? Estamos en tu boda, por el amor de Dios… —hizo una pausa, mordiendo su labio inferior con nerviosismo—. Y si el novio desaparece de la nada, y encima con alguien más… será un escándalo.
Satoru dejó escapar una ligera risa, inclinándose para atrapar los labios de Suguru en un beso profundo y lleno de amor. Cuando se separaron, sus ojos azules lo miraron con una intensidad que hacía que el omega olvidara todo lo demás.
—Al carajo ellos —respondió con firmeza, su voz baja y ronca—. No me importa lo que digan o piensen. Lo único que importa ahora eres tú, Suguru. Quiero estar contigo… solo contigo.
Las palabras de Satoru hicieron que el corazón de Suguru latiera más rápido. Por mucho que intentara resistirse, sabía que no podía negar cuánto deseaba esos momentos con él. Sin embargo, la culpa y la realidad no dejaban de atormentarlo.
—Satoru… no deberíamos estar haciendo esto —susurró, aunque su tono carecía de convicción—. Esto… esto está mal.
Satoru lo tomó del rostro con ambas manos, obligándolo a mirarlo directamente a los ojos.
—¿Qué es lo que está mal, Suguru? —preguntó con seriedad, aunque su voz seguía siendo suave—. ¿Estar con la persona que amas? ¿Seguir lo que dicta tu corazón? Mei y yo nunca debimos casarnos. Tú lo sabes. Yo lo sé. Esta boda fue un error desde el principio… pero tú no lo eres. Tú eres lo único correcto en mi vida.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de Suguru, luchando contra las emociones que lo abrumaban.
—Satoru… yo… —comenzó a decir, pero su voz se quebró.
—Shh… —Satoru lo interrumpió, inclinándose para besarlo suavemente, transmitiendo todo su amor y devoción en ese simple gesto—. No tienes que decir nada. Déjame demostrarte cuánto significas para mí.
Sin esperar una respuesta, lo tomó en sus brazos, besándolo con más pasión, mientras las emociones entre ambos se intensificaban. Satoru no tenía intención de regresar a la fiesta, no mientras tuviera a Suguru en sus brazos.
Afuera, mientras tanto, Mei Mei permanecía en silencio, su rostro impasible pero sus ojos llenos de ira. Sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo dentro de esa habitación. Los sonidos ahogados de gemidos y los murmullos de palabras de amor eran inconfundibles. Sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos mientras apretaba los puños con fuerza.
—Satoru… —pensó para sí misma, su voz cargada de resentimiento—. ¿Cómo te atreves a humillarme de esta manera? Pero no te preocupes… si no puedo tenerte, nadie más lo hará. Y yo misma me aseguraré de que ese omega tuyo pague caro por lo que me está arrebatando.
Apretó los dientes, conteniéndose de irrumpir en ese momento. Sabía que confrontar a Satoru ahora sería un error, uno que seguramente terminaría en un divorcio instantáneo. No, debía ser astuta. Si quería destruir a Suguru, tenía que ser cuidadosa y usar las cartas correctas.
De inmediato, su mente recordó lo que había escuchado antes, las palabras de Shoko sobre un tal Toji. Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios mientras sacaba su teléfono y comenzaba a planear su próximo movimiento.
—Suguru Geto… disfruta de este momento mientras puedas, porque te aseguro que muy pronto, todo lo que amas se desmoronará.
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Mei se asustó cuando su teléfono vibró. Aceptó la llamada rápidamente, casi corriendo al escuchar la voz al otro lado de la línea.
—Soy Toji Fushiguro, veo que usted pedía hablar conmigo. ¿Puedo saber de qué se trata? —la voz de Toji era grave, ronca y directa.
Mei salió al patio, buscando mejor privacidad, antes de contestar con calma.
—Buenas noches, primeramente, soy Mei Mei, hija de uno de los grandes empresarios... —dijo, aunque su tono indicaba que estaba fingiendo ser más amable de lo que realmente se sentía.
Toji, desde el otro lado, se mostró algo indiferente.
—No me interesa quién sea, señora. Solo dígame, ¿para qué me necesita? —respondió con algo de impaciencia en su voz.
Mei, aunque le molestaba su actitud, lo ignoró y continuó.
—Disculpe si parezco una metiche, pero... ¿usted anduvo con Suguru Geto?
Toji frunció el ceño, sorprendido por la pregunta.
—Mm... sí, ¿y qué pasa con eso?
—No es nada... solo quería comentarle lo rápido que cambiaron las cosas —respondió Mei, fingiendo una especie de lástima.
—¿Eh? ¿A qué te refieres? —preguntó Toji, intrigado.
—¿Que apoco no sabías que está saliendo con el gran Satoru Gojo? —fingió sorpresa en su voz.
—¿¡Qué!? —Toji no pudo evitar soltar un rugido de indignación, golpeando la mesa donde estaba.
Mei sonrió con malicia, disfrutando del efecto que estaba causando.
—Sí... Satoru Gojo es mi esposo, y justo ahora está teniendo sexo con tu Omega... —dijo en un tono casi burlón.
Toji sintió un fuego recorrer su cuerpo. No podía creerlo.
—¿¡Boda!? —dijo, ahora claramente molesto.
—Sí, exactamente. Satoru Gojo es mi esposo, y en este momento, mientras todos están celebrando nuestra boda, él está en la cama... con Suguru —dijo Mei, con un tono lleno de veneno, disfrutando cada palabra.
Toji, incapaz de controlar su furia, gritó:
—Eso no puede ser... ¡no puede estar pasando!
Mei continuó con su manipulación.
—Oh, créeme, está pasando. Y, como un buen marido, está haciendo lo que cualquier esposo haría, mientras yo... —Mei dejó la frase en el aire, sabiendo que Toji caería en su juego.
—¿Qué quieres de mí, exactamente? —preguntó Toji, aún desconcertado y molesto.
Mei sonrió, su voz se tornó fría y calculadora.
—Solo necesito tu ayuda para separarlos. Estoy segura de que tú sabes lo que hay que hacer... —dijo, fingiendo que se preocupaba por la situación.
—Claro... —dijo Toji, tomando un respiro. Su voz ahora tenía un tono más calculador. —Dame la ubicación y haré lo que haga falta.
Mei colgó, sonriente, y en ese momento, envió la ubicación de Suguru a Toji.
Toji, por su parte, sonrió de forma fría y siniestra.
"Pronto, Suguru Geto sentirá lo que es perderlo todo", pensó para sí mismo.
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Por lo mientras, en ese pequeño cuarto..
La atmósfera era tranquila después de las carcajadas, Gojo por su parte desecho el condón ya usado al bote de basura, pero tan pronto como Satoru se recostó junto a Suguru, un silencio cómodo se apoderó del cuarto. Ambos se miraban en la penumbra, sintiendo el calor de la cercanía, una paz que los envolvía después de la tormenta de emociones que habían compartido.
Satoru, con una sonrisa en los labios, pasó su brazo por encima de Suguru, atrayéndolo hacia su pecho. Suguru se acomodó sin decir palabra, disfrutando del contacto y de la seguridad que le ofrecía Satoru. Sin embargo, algo parecía inquietar a Suguru, aunque no lo expresó de inmediato.
Después de unos momentos, trató de levantarse lentamente, pero sus piernas temblaban visiblemente, debilitadas por la intensidad de todo lo sucedido. Un estremecimiento recorrió su cuerpo y, en un intento por levantarse, perdió el equilibrio, cayendo al suelo con un leve golpe.
Sus ojos se llenaron de lágrimas sin que pudiera evitarlo, y dejó escapar un sollozo débil, intentando contener la emoción que le había embargado. Recordaba aquella noche con Toji, su cuerpo marcado por la fuerza, y la sensación de ser tomado sin su consentimiento. El miedo y la vulnerabilidad regresaban con fuerza en ese momento.
Satoru, alertado por el sonido, se incorporó rápidamente y fue a su lado, sin pensarlo. Lo levantó con suavidad, abrazándolo con firmeza mientras besaba su frente y limpiaba las lágrimas que caían sin cesar.
—Tranquilo, Sugu… estoy aquí para ti —susurró Satoru, su voz llena de ternura y promesa. —No tienes que estar solo en esto.
Suguru, aún temblando, se aferró a él, dejando que las lágrimas siguieran fluyendo. Era un dolor que no podía esconder, pero la presencia de Satoru le daba consuelo, aunque el temor seguía latente en su pecho.
—Lo siento… —murmuró Suguru, entre sollozos. —No quería… no quiero ser débil.
Satoru lo miró, su expresión seria pero llena de comprensión.
—No eres débil, Sugu. Todos tenemos nuestros momentos, y yo no voy a dejarte. Nunca lo haré.
—Aparte que no te preocupes, nadie aguanta una cogida por el gran Satoru Gojo!
Suguru le miro molesto de nuevo.
—Cállate.
El silencio volvió a envolver la habitación, esta vez cargado de un entendimiento profundo entre ambos. Suguru cerró los ojos, aún aferrándose a Satoru, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que no estaba solo, que podía encontrar algo de paz en sus brazos.
Los dos se besaron nuevamente, esta vez con un cariño palpable, como si quisieran aferrarse a esa conexión que recién habían descubierto. El suave roce de sus labios transmitía la intimidad y la cercanía que ambos habían deseado durante tanto tiempo. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que Suguru se apartara ligeramente, sonrojado, con la respiración agitada.
—Hay que cambiarnos… Si alguien nos ve, estaremos en problemas —dijo, mirando a Satoru con una mezcla de nerviosismo y vergüenza, su rostro aún teñido de rojo.
Satoru, aunque con una sonrisa juguetona, asintió sin dudar. No era por miedo a lo que los demás pudieran pensar, sino porque Suguru lo había pedido. Siempre había sido así, él se adaptaba a las necesidades de Suguru, sin importar lo que pensaran los demás.
—Está bien —respondió, su voz suave, mientras se acercaba para ayudar a Suguru a ponerse la ropa.
Suguru temblaba levemente mientras lo miraba, con una mirada molesta pero sonrojada, tratando de mantenerse firme a pesar de la calidez que sentía en su pecho.
—Vamos, no me mires de esa forma —dijo Satoru con tono coqueto, mientras le ayudaba a ponerse la camiseta. —Sé que lo disfrutaste tanto como yo.
Suguru, evidentemente irritado pero aún nervioso por lo que acababan de compartir, rodó los ojos y se cruzó de brazos.
—Eres un idiota —murmuró, pero su tono era menos enojado de lo que pretendía, traicionado por el leve sonrojo que aún adornaba su rostro.
Satoru soltó una risa suave, y aunque Suguru intentó parecer molesto, no pudo evitar sentirse cómodo en su presencia. Mientras continuaban vistiéndose, la tensión entre ellos había disminuido, dejando espacio para una complicidad silenciosa que los unía de manera inquebrantable.
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Los dos salieron juntos, intentando actuar con naturalidad, pero apenas Satoru puso un pie fuera de la habitación, todas las miradas se dirigieron hacia él. El bullicio de la fiesta pareció detenerse por un instante antes de que alguien rompiera el silencio.
—¡Aquí estás! Vaya, pensábamos que habías desaparecido —exclamó Haibara alegre, acercándose con una sonrisa despreocupada.
Satoru soltó una carcajada relajada, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, Suguru, quien caminaba justo detrás de él, instintivamente dio un paso hacia atrás, alejándose un poco. Sus ojos evitaban a toda costa el contacto visual con los presentes, mientras trataba de disimular el rubor que teñía su rostro.
—Eh, lo siento, me perdí por ahí… ya saben cómo soy —bromeó Satoru con su característico tono despreocupado, rascándose la nuca mientras le lanzaba una mirada tranquila a Haibara.
Suguru, por su parte, sentía el corazón acelerado, casi como si lo fueran a descubrir en cualquier momento. Su mente no podía dejar de preocuparse por si alguien había escuchado los gemidos, los golpes de las pieles chocando o incluso las risas que compartieron después.
—¿Todo bien, Suguru? —preguntó Shoko, alzando una ceja al notar que el omega estaba más callado de lo habitual.
—¡Eh! Sí, sí, todo bien, solo… hace algo de calor, ¿no creen? —respondió rápidamente, tratando de desviar la atención mientras se frotaba la nuca, claramente nervioso.
Satoru apenas contuvo una risa al verlo tan inquieto, pero decidió no presionarlo. Sabía que Suguru no estaba acostumbrado a este tipo de situaciones, mucho menos después de lo que acababan de hacer.
—Vamos, no lo atosiguen —intervino Satoru, dándole una mirada tranquila a sus amigos. Luego pasó un brazo por encima de los hombros de Suguru, quien casi se paralizó por el gesto.
Suguru le lanzó una mirada de reproche, pero no dijo nada. Solo rogaba que nadie sospechara nada mientras intentaba recuperar la compostura. Por dentro, aún podía sentir el calor de las manos de Satoru sobre su piel, y el recuerdo lo hizo estremecerse ligeramente.
"Por favor, que nadie haya escuchado nada…" pensó para sí mismo, mientras seguían caminando hacia el resto del grupo, con Satoru siempre a su lado, tan despreocupado como siempre.
Mientras caminaban hacia el centro del lugar, los demás continuaban con la fiesta, aparentemente sin percatarse de la tensión que Suguru intentaba ocultar. Sin embargo, cada mirada lanzada en su dirección le hacía sentir como si un letrero gigante colgara sobre su cabeza, señalando lo que había pasado en aquella habitación.
Satoru, por otro lado, parecía estar en su elemento. Saludaba a todos con una sonrisa confiada y despreocupada, como si acabara de regresar de una charla casual en lugar de lo que realmente había sucedido.
—¡Vamos, chicos, relájense! Es una fiesta, ¿no? —comentó Satoru, guiñándole un ojo a Haibara, quien parecía demasiado emocionado para notar cualquier cosa fuera de lo normal.
Suguru soltó un suspiro bajo, tratando de mantenerse sereno. Sin embargo, cuando sintió que Satoru aún mantenía su brazo sobre sus hombros, no pudo evitar apartarse un poco, fingiendo que necesitaba ajustarse la chaqueta.
—Satoru, ¿no crees que deberíamos separarnos un poco? —murmuró Suguru, casi inaudible.
Satoru arqueó una ceja, divertido, y bajó la voz para que solo él pudiera escucharlo.
—¿Por qué? ¿Temes que alguien descubra lo que hicimos? —susurró con una sonrisa traviesa.
Suguru le dio un leve codazo en las costillas, intentando mantener la calma.
—Baja la voz, idiota —le espetó en un tono que pretendía ser firme, pero que solo logró sonar nervioso.
Satoru soltó una risa baja, claramente disfrutando de la incomodidad de Suguru.
—Tranquilo, nadie sospecha nada. Además, ¿qué importa? —dijo, inclinándose ligeramente hacia él. Su voz adquirió un tono más serio—. No me avergüenza estar contigo, ¿sabes?
Suguru sintió que el calor en su rostro aumentaba al escuchar esas palabras. No respondió, simplemente miró hacia otro lado, tratando de calmar su mente. Pero antes de que pudiera decir algo más, Shoko se les acercó con dos copas en la mano.
—Aquí están, para que se relajen un poco. Parecen tensos —comentó, entregándoles las bebidas mientras los miraba con curiosidad.
Satoru tomó la copa con una sonrisa, mientras Suguru aceptaba la suya con cierta torpeza.
—Gracias, Shoko —dijo Suguru, intentando sonar normal.
—De nada. Aunque me pregunto… —Shoko ladeó la cabeza, observándolos atentamente—, ¿dónde estaban ustedes dos? Desaparecieron bastante tiempo.
Suguru casi se atraganta con su bebida, mientras Satoru soltaba una carcajada.
—¿Nosotros? Oh, solo hablábamos de cosas serias, ya sabes… estrategias para mantener la paz mundial —respondió Satoru con sarcasmo, alzando la copa como si estuviera brindando.
Shoko lo miró con escepticismo, pero decidió no insistir.
—Ajá, claro. Bueno, disfruten la fiesta —dijo antes de alejarse para unirse al resto del grupo.
Suguru suspiró con alivio, pero antes de que pudiera relajarse por completo, sintió la mano de Satoru rozar la suya de manera casi imperceptible.
—¿Ves? Te preocupas demasiado —murmuró Satoru, mirándolo de reojo.
Suguru le lanzó una mirada molesta, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se formara en sus labios. Aunque el miedo aún rondaba en su mente, había algo en la confianza de Satoru que lo hacía sentir un poco más seguro.
Quizás, pensó, no todo el mundo tenía que saber lo que había pasado esa noche. Pero para él, el recuerdo quedaría grabado, junto con la sensación de los labios de Satoru sobre los suyos y el calor que compartieron en aquel cuarto.
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Hasta que llegó el momento del baile con la novia. Satoru estaba algo desanimado, pero Suguru le dio una palmada en el hombro, mostrándole una sonrisa que trataba de animarlo. Desde ahí, Suguru vio cómo el alfa se dirigía hacia Mei Mei para iniciar el vals.
La orquesta comenzó a tocar una de las canciones tradicionales, y aunque la escena era hermosa, Satoru no parecía del todo presente. Mei Mei, luciendo radiante, mantenía una sonrisa mientras se movían al compás de la música, pero su mirada estaba fija en él, buscando algo más que simple cortesía.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —preguntó Mei Mei en un susurro, tratando de mantener el tono ligero mientras bailaban.
—Estaba atendiendo unas llamadas del trabajo —respondió Satoru sin mucho sentimiento, evitando cualquier mirada directa hacia ella.
Mei Mei apretó ligeramente su agarre en la mano de Satoru, quien no mostró ninguna reacción.
—De seguro… no me estés mintiendo, Satoru.
El alfa soltó un leve suspiro, mirando a otro lado.
—Ya, Mei, deja de hacer una escena ahora, ¿quieres? Estamos en tu boda, después de todo.
La respuesta cortante de Satoru dejó a Mei Mei momentáneamente desconcertada, pero recuperó la compostura rápidamente, manteniendo su sonrisa para no llamar la atención de los invitados. La pieza terminó poco después, y ambos se separaron con un gesto de cortesía.
Ahora le tocaba a los invitados bailar. Cuando la música cambió a un ritmo más suave, Satoru regresó directamente hacia Suguru, extendiéndole la mano con una sonrisa encantadora.
—¿Me concedes esta pieza? —preguntó Satoru, ignorando cualquier posible mirada de los demás.
Suguru lo miró, visiblemente nervioso.
—No puedo, Satoru… mis piernas… me duelen demasiado… —murmuró, intentando evitarlo.
Pero Satoru no iba a aceptar un no por respuesta. Sin perder su sonrisa, improvisó.
—Tranquilo, Sugu'. Solo relájate. Yo me encargo.
Antes de que Suguru pudiera protestar, Satoru lo tomó con cuidado, guiándolo al centro de la pista. Suguru se aferró a su hombro, claramente incómodo, pero la seguridad en los movimientos del alfa lo tranquilizó un poco.
—Satoru… me duele —susurró el omega, aferrándose aún más fuerte al cuello del alfa mientras sus piernas temblaban.
Satoru le respondió con voz baja y suave, acercándose lo suficiente para que solo él pudiera escucharlo.
—No te preocupes. No dejaré que te caigas.
El alfa colocó su mano firmemente en la cintura de Suguru, sosteniéndolo con cuidado mientras lo guiaba en pasos lentos y fluidos. La música envolvía la sala, y aunque Suguru estaba claramente nervioso, Satoru logró que ambos se movieran como si no hubiera ninguna incomodidad.
A pesar de su molestia inicial, Suguru comenzó a relajarse, dejándose llevar por los movimientos seguros de Satoru. Sin embargo, de vez en cuando desviaba la mirada, temeroso de las opiniones de los demás.
Mientras tanto, desde un rincón del salón, Mei Mei observaba la escena con el ceño fruncido. Aunque mantenía una sonrisa en su rostro, sus ojos reflejaban frustración al ver la cercanía entre su esposo y el omega.
Satoru, sin prestarle atención a nadie más, se inclinó ligeramente hacia Suguru mientras seguían bailando.
—¿Lo ves? Te dije que no tenías de qué preocuparte. Yo siempre me encargo de ti, Sugu'.
El omega soltó un leve suspiro, sintiendo cómo las tensiones de la noche desaparecían poco a poco. Cerró los ojos y apoyó la frente en el hombro de Satoru, dejándose llevar completamente.
Cuando la música finalmente terminó, Satoru sostuvo a Suguru por un momento más, asegurándose de que no se tambaleara antes de ayudarlo a volver a su asiento.
—¿Ves? Sobrevivimos al baile, y lo hiciste increíble —dijo Satoru, sonriendo mientras ayudaba a Suguru a sentarse.
Suguru, todavía algo sonrojado, desvió la mirada, pero una leve sonrisa asomó en sus labios.
—Gracias… por no dejarme caer.
Satoru se inclinó hacia él, acercándose lo suficiente para susurrarle al oído.
—Nunca lo haría.
El omega no pudo evitar sonrojarse aún más, mientras Satoru volvía a su asiento junto a él, ignorando por completo las miradas curiosas de los demás. Sin embargo, en el rostro de Mei Mei, la sonrisa forzada daba señales de que no iba a quedarse quieta por mucho más tiempo.
La velada continuó con el ambiente animado de los invitados, risas, música y copas tintineando mientras los camareros se deslizaban entre las mesas sirviendo más bebidas. Satoru permanecía al lado de Suguru, asegurándose de que estuviera cómodo y que nadie se acercara demasiado para incomodarlo.
Suguru, aunque todavía algo avergonzado por el baile, había comenzado a relajarse de nuevo. Se dejó llevar por la atmósfera y el apoyo constante de Satoru. Sin embargo, las miradas insistentes de Mei Mei desde el otro lado del salón no pasaban desapercibidas.
Satoru, que había notado los ojos de Mei Mei en ellos, soltó una risa baja y burlona mientras inclinaba su rostro hacia Suguru.
—¿Sabes? Si Mei Mei pudiera, seguramente lanzaría uno de esos adornos de la mesa en mi cabeza.
Suguru lo miró, entre divertido y preocupado.
—No bromees, Satoru… Está en su boda. Deberías al menos tratar de… no llamar tanto la atención.
Satoru alzó una ceja, evidentemente despreocupado.
—¿Por qué tendría que importarme? Ya te dije, Sugu', la única opinión que me interesa aquí es la tuya.
Suguru suspiró, rodando los ojos, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa escapara de sus labios. Era tan típico de Satoru, siempre seguro de sí mismo y desafiando a todos.
Mientras los dos seguían hablando en su pequeño rincón, Mei Mei decidió no ignorar más la situación y se dirigió hacia ellos con pasos firmes, su vestido ondeando con elegancia. Satoru fue el primero en notar su acercamiento y, para sorpresa de Suguru, en lugar de lucir incómodo o tenso, sonrió como si nada estuviera ocurriendo.
—¡Mei! —exclamó con fingido entusiasmo, levantándose de su asiento. —¿Necesitabas algo?
Mei Mei lo miró con una sonrisa educada, aunque su tono era afilado.
—Quería saber si mis invitados están disfrutando de la velada. Aunque parece que algunos están demasiado… cómodos.
Satoru alzó una ceja, detectando de inmediato el veneno detrás de sus palabras. Sin embargo, no se dejó intimidar.
—Por supuesto, estamos disfrutando. La música, la comida, el ambiente… Todo impecable, como siempre. Aunque, para ser honesto, lo que más me gustó fue el baile.
Suguru sintió cómo se le aceleraba el corazón al escuchar eso y trató de intervenir, pero Mei Mei fue más rápida.
—Claro, fue un baile muy interesante, Satoru. Pero espero que recuerdes que esta noche no es sobre ti. Es nuestra noche.
La sonrisa de Satoru se amplió aún más, claramente disfrutando de la incomodidad de Mei Mei.
—¿Cómo podría olvidarlo? Eres la estrella de la noche, Mei. Nadie podría opacarte.
Suguru, sintiéndose atrapado en la tensión entre ambos, finalmente se levantó, aunque sus piernas aún temblaban ligeramente.
—Voy al baño —dijo apresuradamente, buscando una excusa para escapar.
Satoru lo siguió con la mirada, notando su incomodidad, y en cuanto Mei Mei comenzó a hablar de nuevo, levantó una mano para detenerla.
—Mei, no me interesa discutir contigo esta noche. Disfruta de tu boda, y yo disfrutaré de la compañía de mi mejor amigo. ¿Entendido?
Mei Mei apretó los labios, claramente molesta, pero decidió no insistir.
—Haz lo que quieras, Satoru, pero recuerda tus límites.
Dicho esto, giró sobre sus talones y se alejó, dejando a Satoru solo por unos momentos.
Mientras tanto, Suguru estaba en el baño, apoyándose contra el lavabo mientras se miraba en el espejo. Su reflejo mostraba un rostro cansado y ligeramente sonrojado, los recuerdos del baile y las miradas de los demás pesaban en su mente. Pero lo que más le preocupaba era cómo todo esto estaba afectando a Satoru.
"No puedo seguir siendo una carga para él", pensó mientras se lavaba el rostro con agua fría, tratando de despejar su mente.
Antes de que pudiera continuar con sus pensamientos, la puerta del baño se abrió, y Satoru apareció con su característico andar despreocupado.
—¿Estás bien? —preguntó, cruzándose de brazos mientras lo miraba con preocupación.
Suguru asintió, aunque evitó encontrarse con su mirada.
—Sí, solo necesitaba un momento para mí.
Satoru se acercó, colocándole una mano en el hombro.
—No tienes que cargar con todo tú solo, Sugu'. Estoy aquí contigo, ¿recuerdas?
Suguru finalmente lo miró, encontrando en los ojos de Satoru una sinceridad que siempre lo desarmaba.
—Lo sé… pero no quiero que te metas en problemas por mi culpa.
Satoru soltó una risa suave, acariciándole el cabello.
—¿Problemas? ¿Con Mei Mei? Por favor, he lidiado con cosas peores. Además, nada ni nadie me hará apartarme de ti.
Suguru sintió que un nudo se formaba en su garganta. No respondió, pero permitió que Satoru lo abrazara, encontrando en sus brazos la seguridad que tanto necesitaba.
Después de unos momentos, Satoru se separó, mirándolo con una sonrisa tranquilizadora.
—Ahora, volvamos a la fiesta. No quiero que piensen que nos escapamos para algo… inapropiado.
Suguru rodó los ojos, pero no pudo evitar soltar una risa ligera.
—Eres un estúpido, Satoru.
—Lo sé.
Ambos salieron juntos del baño, listos para enfrentarse a lo que quedaba de la noche, con Satoru decidido a proteger a Suguru de cualquier cosa… incluso de las miradas más críticas.
...
Los dos volvieron al salón principal. Satoru, con su presencia imponente, empezó a recibir palabras amables de los invitados. Felicitaciones por su reciente matrimonio con Mei llegaban de todos lados: empleados, socios y conocidos le lanzaban cumplidos.
Suguru, incómodo con toda la atención, decidió retirarse de la escena, buscando un momento de tranquilidad. Pero antes de que pudiera salir completamente, un rostro familiar lo interceptó. Mei Mei estaba frente a él, con una sonrisa que escondía intenciones nada amables.
—Mira, Suguru... —comenzó Mei con un tono tranquilo pero cortante. —Hoy es mi gran día, y como la esposa legítima de Satoru, quiero pedirte un favor muy especial.
Suguru levantó una ceja, sintiendo venir algo desagradable.
—¿Y cuál sería ese favor? —preguntó, manteniendo la calma.
Mei Mei ladeó la cabeza y sonrió, aunque sus ojos destilaban una frialdad innegable.
—Que respetes mi compromiso con él. Espero que entiendas lo mucho que invertí en esta boda, lo que representa para nuestra familia, y no quiero que alguien como tú arruine esto. Te lo digo de la manera más sofisticada que puedo: aléjate de Satoru... si es que te quieres a ti mismo.
Suguru se sorprendió por lo directa que fue. Por un momento, no supo cómo responder, pero no estaba dispuesto a dejar que Mei lo intimidara.
—Mira, Mei. —Su tono se volvió más serio. —No es mi culpa que Satoru quiera pasar más tiempo conmigo que contigo. Quizá deberías pensar en eso.
La Omega apretó los labios, claramente irritada.
—¿Te crees gracioso, eh? —dijo, su tono subiendo ligeramente. —Pfft, lo que dirán de ti después de esto... Que tengas las agallas de seguir coqueteando con un alfa que no solo engañaste, sino que también está casado. Qué necesitado estás, Suguru. Te estoy avisando: al final veremos quién ríe último.
Le dedicó una sonrisa llena de falsa dulzura antes de girarse y marcharse con pasos firmes.
Suguru frunció el ceño, murmurando para sí mismo en tono burlón:
—"Viimis quiim rii primiri".
Pero aunque intentó tomárselo a la ligera, no pudo evitar sentir una punzada de incomodidad. ¿Acaso Mei tenía razón? ¿Estaba mal querer estar cerca de Satoru, sabiendo que este ya tenía un compromiso?
Con un suspiro pesado, salió al patio del gran salón, buscando alejarse de la multitud y de los pensamientos que lo atormentaban. Se dejó caer en una de las bancas de piedra, su mente llena de dudas.
"¿De verdad soy tan malo?"
Era una pregunta que no podía responder. Todo lo que sabía era que, por mucho que intentara justificar sus sentimientos, algo dentro de él seguía sintiéndose terriblemente equivocado.
El frío de la noche lo envolvió, pero no fue suficiente para despejar su mente. A lo lejos, el sonido de la música seguía resonando, marcando el inicio de los bailes. Suguru cerró los ojos y apoyó la cabeza en sus manos, intentando calmarse.
"¿Debería tener el honor de ser amado?"
El peso de esa pregunta lo hundía más en su propio abismo de inseguridades, hasta que escuchó pasos acercándose.
Alzó la vista lentamente, temiendo que Mei hubiese regresado para continuar con su ataque. Sin embargo, se sorprendió al ver a Satoru, quien caminaba hacia él con las manos en los bolsillos, una expresión mezcla de curiosidad y preocupación en su rostro.
—Te buscaba por todas partes, Sugu'. —Su voz era suave, casi como si intentara no perturbarlo más de lo que ya estaba. —¿Qué haces aquí afuera, tan solito?
Suguru apartó la mirada, intentando mantener la compostura.
—Solo necesitaba aire.
Satoru se acercó más, sentándose a su lado en silencio. Observó a Suguru por un momento antes de hablar.
—Déjame adivinar... Mei te dijo algo, ¿no?
Suguru no respondió de inmediato, pero su silencio lo delató.
—No es nada que no merezca escuchar —murmuró finalmente, su tono cargado de resignación. —Tiene razón, Satoru. Estoy siendo egoísta al quedarme cerca de ti. Estás casado, y por mucho que digas que soy importante para ti, ella ocupa un lugar que yo no puedo.
Satoru suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—Sugu', ya te lo he dicho. Esto con Mei es solo una fachada. No significa nada.
Suguru lo miró, sus ojos reflejando un conflicto interno.
—¿Y qué importa eso? —preguntó, su voz temblando ligeramente. —La gente no ve lo que pasa detrás de las puertas cerradas. Solo ven a un alfa casado con su omega, y yo... yo no debería estar aquí, interfiriendo.
Satoru lo tomó por los hombros, obligándolo a mirarlo directamente.
—Suguru, no dejes que Mei te haga pensar así. No tienes la culpa de nada. Yo elegí estar contigo. ¿Lo entiendes?
Suguru apretó los labios, intentando contener las lágrimas que amenazaban con salir.
—No sé si lo merezco —susurró, apenas audible.
Satoru suavizó su agarre, deslizando una mano hasta entrelazarla con la de Suguru.
—Por supuesto que lo mereces. Todos merecemos ser amados, Sugu', y tú más que nadie.
Por un instante, el peso que cargaba Suguru pareció disiparse. La sinceridad en las palabras de Satoru era como un bálsamo para su alma atormentada. Sin decir nada, dejó que Satoru lo abrazara, apoyando su cabeza en el hombro de este.
El silencio entre ellos fue interrumpido por la música que se escuchaba desde el salón.
—Es hora de los bailes. —La voz de Satoru rompió el momento, con un tono despreocupado. Se levantó y extendió la mano hacia Suguru. —¿Me concedes esta pieza?
Suguru negó con la cabeza, una pequeña sonrisa asomando en su rostro.
—Satoru, mis piernas aún me duelen. Apenas puedo caminar.
Satoru le guiñó un ojo, inclinándose un poco hacia él.
—No te preocupes. Yo me encargo.
Antes de que Suguru pudiera protestar, Satoru lo tomó suavemente por la cintura, apoyándolo para que se pusiera de pie. Suguru, nervioso pero confiado, dejó que Satoru lo guiara de regreso al salón, donde las luces y la música esperaban por ellos.
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La música suave llenaba el salón cuando Satoru extendió su mano hacia Suguru, invitándolo a bailar. Aunque inicialmente se negó, Suguru finalmente aceptó, cediendo ante la insistencia del alfa.
—Tranquilo, Sugu', solo relájate, ya lo hicimos antes —murmuró Satoru con una sonrisa confiada mientras lo guiaba al centro de la pista.
Sin embargo, cada paso resultaba complicado para Suguru. Sus piernas aún dolían y, aunque intentaba seguir el ritmo, tropezó ligeramente, provocando un ruido que atrajo la atención de los invitados.
Un silencio incómodo llenó el salón mientras todas las miradas se clavaban en ellos. Los murmullos no tardaron en comenzar.
—¿Qué hace Satoru bailando con él?
—Es su boda... ¡esto es inapropiado!
—Pobre Mei, qué descaro...
Suguru sintió el calor subirle al rostro, su vergüenza intensificándose con cada comentario que alcanzaba sus oídos. Se aferró a Satoru por reflejo, buscando estabilidad, pero su incomodidad era evidente. Finalmente, se apartó, su rostro completamente rojo.
—Voy a sentarme... —susurró apresurado, alejándose hacia su mesa.
—Suguru, espera... —intentó detenerlo Satoru, pero Suguru negó con la cabeza, evitando mirarlo.
Satoru suspiró y lo siguió hasta la mesa, intentando calmarlo.
—No pasa nada, la gente habla por hablar. No tienes que sentirte así.
Pero Suguru solo negó de nuevo, levantándose con cuidado.
—Déjalo, Satoru. Yo... voy a salir un momento.
Antes de que Satoru pudiera insistir, Mei apareció a su lado, tomando su brazo con una sonrisa impecable.
—¡Satoru, amor mío, es hora de partir el pastel! —dijo con un tono dulce, pero firme, jalándolo hacia el centro del salón.
Suguru se detuvo en la puerta, mirando de reojo cómo Satoru titubeaba entre seguirlo o quedarse con Mei.
—Ve, Satoru... disfruta la cena y la noche. Me retiro —dijo Suguru con un tono tranquilo, aunque su mirada reflejaba tristeza.
Con eso, salió del salón sin mirar atrás.
Satoru se quedó inmóvil por un momento, observando la puerta por donde Suguru acababa de desaparecer. Sentía un nudo en el pecho, pero finalmente permitió que Mei lo guiara hacia el pastel.
Desde una mesa alejada, Utahime observaba la escena con una mezcla de enojo y frustración. Apretaba los puños con fuerza, mientras Shoko bebía tranquilamente de su copa de vino.
—Y ahí se va otra vez la oportunidad de que se vuelvan a unir —comentó Shoko con tono resignado, llevándose la copa a los labios.
—¡¿Cómo puedes estar tan tranquila?! —gruñó Utahime, claramente molesta.
—Prefiero el vino que las telenovelas de esos dos... aunque admito que estoy perdiendo la paciencia —respondió Shoko con una sonrisa sarcástica.
Utahime la miró buscando algo de consuelo, pero al ver que su pareja seguía bebiendo, bufó molesta.
—Parece que prefieres el vino que a mí —soltó con un tono acusador.
Shoko dejó su copa a un lado y, con una calma sorprendente, tomó el rostro de Utahime entre sus manos antes de besarla profundamente. El sabor amargo del alcohol se mezcló con la intensidad del gesto, y al separarse, Shoko la miró con seriedad.
—Sabes a vino... —murmuró Utahime, relamiéndose los labios con una sonrisa.
—¿Y qué tal? —preguntó Shoko, alzando una ceja.
—Como me encantaría probarte de todas las formas... —respondió Utahime, su tono cargado de deseo.
Shoko suspiró, acostumbrada a los comentarios intensos de su pareja, pero no pudo evitar una sonrisa traviesa.
—¿Ahora? ¿En plena boda?
—¿Y qué? —respondió Utahime mientras la cargaba con facilidad—. Si Suguru y Satoru tuvieron su momento, ¿por qué nosotras no?
—¡Espera! Todavía no me acabo mi copa... —protestó Shoko, aunque no hizo mucho por resistirse.
—No te preocupes, cariño, me aseguraré de llenar tu copa después de esto —murmuró Utahime con una sonrisa juguetona antes de desaparecer en un cuarto apartado.
Mientras tanto, en el centro del salón, Satoru y Mei partían el pastel juntos, rodeados de flashes de cámaras y aplausos. Satoru mantenía una sonrisa en su rostro, pero en su mente solo había una pregunta:
"¿Dónde estará ahora, Suguru?"
Fuera del salón, Suguru caminaba en silencio, dejando que el aire frío de la noche aliviara el peso en su pecho. Sus pensamientos eran un torbellino, pero una duda se hizo más fuerte que todas las demás:
"¿De verdad tengo el honor de ser amado?"
Suguru salió al patio, sintiendo cómo el frío de la noche le erizaba la piel. Sacó lentamente una pequeña caja de cigarros de su bolsillo, buscando algo que le ayudara a calmar el caos que sentía en su interior. Encendió uno, observando cómo el extremo del cigarro se iluminaba con una tenue chispa.
Mientras daba la primera calada, el humo llenó sus pulmones y se mezcló con el dolor que se acumulaba en su pecho. Las lágrimas comenzaron a brotar, cayendo silenciosamente mientras los recuerdos de lo que había pasado horas atrás lo inundaban.
Satoru...
El pensamiento de su nombre lo hizo apretar los dientes. Recordaba claramente cómo los dos se habían entregado mutuamente, cómo sus cuerpos se unieron con un fervor casi desesperado. No era solo deseo; era amor, una conexión profunda que ambos compartían, pero que parecía destinada a desmoronarse.
"El sexo es algo sin sentido si no lo compartes con alguien que amas", pensó, dejando escapar una amarga sonrisa. Había algo tan hermoso en la forma en que se habían encontrado, cómo sus almas se entrelazaron en esos momentos. Pero ahora, esa felicidad parecía lejana, casi ilusoria.
Soltó el humo lentamente, observando cómo desaparecía en el aire nocturno, igual que su esperanza.
Mientras tanto, dentro del salón, Satoru hacía lo posible por mantener las apariencias. Sonreía, saludaba y respondía a los comentarios de los invitados, pero su mente estaba en otro lugar, o más bien, en otra persona.
—Voy al baño —anunció de repente, dirigiéndose hacia la salida.
Mei lo miró con desconfianza, pero decidió no decir nada. Después de todo, no quería causar una escena frente a los demás.
Satoru se escabulló rápidamente, buscando desesperadamente a Suguru. Cuando lo encontró en el patio, fumando en soledad, sintió una punzada en el pecho al verlo tan vulnerable, tan herido.
Sin decir una palabra, se acercó y le arrebató el cigarro de entre los dedos.
—¿Qué estás haciendo? —protestó Suguru, molesto y sorprendido.
Antes de que pudiera decir algo más, Satoru lo interrumpió, inclinándose hacia él y besándolo con intensidad. Fue un beso profundo, cargado de emociones: culpa, desesperación, pero sobre todo, amor.
Suguru cerró los ojos con fuerza, frunciendo las cejas mientras sentía cómo sus lágrimas caían sin control. Quería apartarse, decirle que esto no estaba bien, que era demasiado tarde, pero su corazón no se lo permitió.
Los brazos de Satoru rodearon su cintura, acercándolo más a él, como si con ese gesto pudiera reparar todo lo que había roto entre ellos.
—Lo siento... —murmuró Satoru contra sus labios cuando se separaron brevemente, su voz ronca y llena de dolor—. No puedo evitarlo, Suguru. No puedo dejarte ir.
Suguru bajó la mirada, apretando los puños contra el pecho de Satoru.
—Eres un idiota... —susurró con voz temblorosa—. No puedes venir aquí después de todo y... y hacer esto.
Satoru levantó su rostro con cuidado, obligándolo a mirarlo a los ojos.
—Lo sé, soy un idiota. Pero no puedo fingir que no siento esto por ti. Ni siquiera con Mei...
El nombre de Mei resonó como un golpe en el pecho de Suguru.
—Entonces, ¿qué somos, Satoru? ¿Qué significa esto para ti? —preguntó con amargura, sus ojos todavía brillando con lágrimas.
Satoru no respondió de inmediato. En lugar de eso, lo abrazó con fuerza, como si temiera que Suguru pudiera desaparecer en cualquier momento.
—Significa que te amo... y que no puedo perderte.
Las palabras de Satoru eran como un bálsamo y una herida al mismo tiempo. Suguru quería creer en ellas, pero la realidad los separaba.
—Pero ya me perdiste... —susurró Suguru finalmente, con una tristeza desgarradora en su voz. Se apartó lentamente de los brazos de Satoru, sintiendo que si se quedaba un segundo más, su resolución se desmoronaría.
Satoru lo miró con desesperación, pero no intentó detenerlo esta vez.
Suguru comenzó a caminar hacia la salida del patio, dejando atrás a Satoru y a los recuerdos que compartían.
Satoru se quedó allí, con el cigarro de Suguru todavía entre sus dedos, observando cómo el humo se disipaba, igual que la esperanza de recuperar lo que alguna vez tuvieron.
Satoru no estaba dispuesto a dejarlo ir, no esta vez. Dio unos pasos rápidos hacia Suguru y lo abrazó por la espalda, rodeando su cintura con firmeza. Su agarre era desesperado, como si con ese contacto pudiera evitar que todo se desmoronara.
—Suguru... —murmuró contra su cuello, con la voz quebrada—. Prométeme algo.
El Omega se tensó, intentando resistir, pero la calidez de Satoru y el tono suplicante en su voz lo hicieron detenerse.
—¿Qué quieres que prometa, Satoru? —preguntó con suavidad, aunque su voz todavía estaba teñida de dolor.
Satoru lo giró con cuidado para mirarlo de frente. Sus ojos, usualmente llenos de confianza, ahora brillaban con vulnerabilidad y amor.
—Prométeme que tú y yo nos casaremos algún día. No me importa si nos juzgan, si somos mal vistos, si no tenemos el mismo poder que antes... —Satoru hizo una pausa, tragando con fuerza mientras sus manos se aferraban a la cintura de Suguru—. Tú serás mi Omega, Suguru. Quiero que me lo prometas.
Suguru abrió los ojos con sorpresa, sintiendo cómo el pecho se le apretaba. Las palabras de Satoru eran como un bálsamo para su corazón roto, y por un momento, el mundo dejó de existir, dejando solo a ellos dos bajo el cielo nocturno.
Una pequeña sonrisa se formó en los labios de Suguru, y aunque las lágrimas aún corrían por sus mejillas, había un destello de esperanza en su mirada.
—Te estaré esperando, Satoru... —murmuró con voz suave, colocando una mano sobre la mejilla del Alfa.
Satoru inclinó su frente contra la de Suguru, cerrando los ojos mientras respiraba profundamente.
—Te lo prometo, Suguru. No importa cuánto tiempo pase, no importa lo que tenga que hacer... voy a cumplir esa promesa.
El viento frío acarició a ambos mientras permanecían allí, juntos en un momento que parecía eterno, como si el tiempo se hubiera detenido para ellos. En ese instante, no había bodas, ni compromisos, ni secretos; solo dos almas que se encontraban en medio del caos, aferrándose la una a la otra con todo lo que tenían.
Y aunque ambos sabían que el camino que les esperaba sería difícil, esa promesa les daba algo que antes no tenían: una razón para seguir adelante.
Satoru no soltó a Suguru durante largos segundos. Sus manos todavía firmes en su cintura, mientras ambos permanecían en silencio, envueltos en un torbellino de emociones. El Alfa se inclinó ligeramente hacia él, dejando un beso en su frente, un gesto lleno de ternura y determinación.
—No permitiré que nada ni nadie nos separe otra vez, Suguru... No importa lo que tenga que hacer, siempre te elegiré.
Suguru bajó la mirada, conmovido y al mismo tiempo preocupado. Quería creerle, quería pensar que Satoru realmente podría cumplir esa promesa, pero el peso de la realidad lo arrastraba. Mei, la boda, los ojos de todos sobre ellos... era un abismo que no podían ignorar.
—Satoru... —murmuró con un tono entrecortado—. Esto no es tan fácil como quieres que sea. Tú tienes responsabilidades... ella te espera.
Satoru lo interrumpió suavemente, colocando un dedo en sus labios.
—Que espere. Esta noche no es suya, Suguru. Es nuestra.
El Omega lo miró con incredulidad, pero no pudo evitar que una chispa de esperanza naciera dentro de él. Antes de que pudiera responder, Satoru lo tomó de la mano y lo guió lejos del salón, hacia una parte más tranquila del jardín. Las luces de la fiesta se iban apagando a la distancia, y el murmullo de los invitados quedaba atrás.
—¿A dónde vamos? —preguntó Suguru, aunque no parecía oponer resistencia.
—A un lugar donde nadie pueda encontrarnos —respondió Satoru con una sonrisa traviesa, pero sus ojos estaban cargados de emoción.
Llegaron a un rincón apartado, bajo un árbol grande que los cubría de las luces. Allí, Satoru se detuvo y se giró hacia Suguru.
—Aquí nadie puede juzgarnos, nadie puede separarnos.
Suguru lo miró en silencio, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. El Alfa siempre tenía esa habilidad de hacer que el mundo desapareciera cuando estaban juntos, como si nada más importara.
—Satoru, yo... —empezó a decir, pero las palabras se le atoraron en la garganta.
Satoru aprovechó el momento para acercarse más, su rostro a centímetros del de Suguru.
—Déjame amarte, Suguru... aunque sea esta noche.
Suguru cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso antes de asentir con la cabeza.
—Esta noche... es nuestra.
Y con eso, Satoru lo besó de nuevo, profundo y lleno de pasión, mientras el mundo a su alrededor se desvanecía una vez más. Ambos sabían que no podían detener el tiempo, pero en ese instante, parecía que habían logrado hacerlo.
..
Gojo parecía estar lleno de energía y claramente no había terminado con lo que quería hacer. Se acercó a Suguru, comenzando a juguetear con su ropa de manera descarada, lo que hizo que el Omega se sonrojara completamente.
—¡Satoru, espera! Si alguien nos ve... —dijo Suguru, tratando de detenerlo, visiblemente nervioso.
—Si tienes tanto miedo de eso, ¿por qué no hacemos algo más discreto? —respondió Satoru con una sonrisa juguetona, inclinándose hacia él.
Con un gesto pícaro, Gojo llevó una mano al rostro de Suguru, inclinándolo ligeramente hacia abajo, lo que hizo que el Omega lo mirara con los ojos muy abiertos. Satoru reía ante la reacción de su compañero, claramente disfrutando del momento.
—Vamos, no te pongas tan tenso. No es como si no hubiéramos hecho algo similar antes —bromeó, arqueando una ceja.
Suguru lo miró con el ceño fruncido, su rostro encendido de vergüenza y un evidente toque de irritación. Sin pensarlo mucho, le dio un golpe leve en el costado, lo suficientemente fuerte como para que Satoru retrocediera con un pequeño quejido.
—¡Eso dolió! —se quejó, aunque no pudo evitar soltar una carcajada después—. Vaya, sigues siendo el mismo de siempre.
Suguru, todavía avergonzado, se cruzó de brazos, intentando disimular su nerviosismo mientras Satoru lo observaba con esa mirada traviesa que siempre lo desarmaba.
—Eres imposible —murmuró Suguru, desviando la vista para no encontrarse con esos ojos que parecían leerlo por completo.
Satoru solo sonrió, acercándose de nuevo, esta vez con más calma, colocando una mano en la cintura de Suguru.
—Y tú eres adorable cuando te pones así —dijo con suavidad, inclinándose hacia él para dejar un beso fugaz en su frente, desarmándolo por completo.
Suguru lo miró fijamente, aún molesto por la actitud juguetona de Satoru, pero en el fondo sabía que era imposible resistirse a él. Con un suspiro resignado y un leve sonrojo que no lograba ocultar, decidió ceder.
—Eres un fastidio, ¿sabes? —dijo mientras Satoru sonreía ampliamente, claramente disfrutando de la situación.
—Si, pero también sé que me amas —respondió el alfa con un tono divertido, su mano acariciando suavemente el cabello oscuro de Suguru.
Suguru no respondió, pero esa mirada determinada en su rostro hablaba por sí sola. Se inclinó hacia Satoru, dejando que sus acciones hablaran por él. Satoru dejó escapar un suspiro entrecortado, mezclado con una risa ligera, mientras sus ojos brillaban al observar cada uno de los movimientos de Suguru.
—Así me gusta... —susurró Satoru, inclinando la cabeza hacia atrás, completamente relajado.
Los momentos transcurrieron con una mezcla de ternura y pasión contenida. Suguru, aunque aún algo avergonzado, mantenía su concentración, mientras Satoru disfrutaba del momento con una sonrisa que oscilaba entre la picardía y la adoración.
—Eres increíble, Suguru —murmuró el alfa, llevando una mano al rostro de su compañero, acariciando suavemente su mejilla.
Suguru, sin mirarlo directamente, no pudo evitar soltar una pequeña risa nerviosa. Aunque había comenzado molesto, ahora se sentía más conectado con Satoru, como si nada más importara en ese momento.
Cuando finalmente terminó, Suguru se apartó, limpiándose las manos con delicadeza mientras evitaba el contacto visual.
—Suficiente, ¿contento? —preguntó con un tono sarcástico, aunque su rostro seguía levemente sonrojado.
Satoru no pudo evitar reír, inclinándose hacia él para capturar sus labios en un beso profundo y lleno de afecto.
—Siempre estoy contento contigo, Sugu'.
Suguru puso los ojos en blanco, aunque no pudo evitar sonreír.
—Eres un tonto... —susurró mientras Satoru lo abrazaba con fuerza, dejando que el momento se llenara de un silencio cómodo y cargado de emociones.
Satoru mantuvo a Suguru en su abrazo, como si quisiera asegurarse de que nunca se apartara de su lado. Apoyó la barbilla en el hombro del omega y dejó escapar un suspiro satisfecho, como si el mundo entero no existiera más allá de ese instante.
—Sugu', ¿alguna vez has pensado en cómo sería si las cosas fueran diferentes? —preguntó Satoru en voz baja, rompiendo el silencio.
Suguru frunció ligeramente el ceño, apartándose un poco para mirarlo a los ojos.
—¿Diferentes cómo?
—Si no estuviera casado... si solo fuéramos tú y yo, sin todo este lío que hemos creado —murmuró Satoru, su tono vulnerable, algo que rara vez mostraba.
Suguru lo observó por un momento, con sus facciones relajadas pero con una tristeza oculta en su mirada.
—Lo he pensado, Satoru. Más veces de las que quisiera admitir... Pero, al final, no podemos vivir de "qué pasaría si". Tú tomaste tus decisiones, y yo decidí quedarme a tu lado a pesar de todo. No podemos cambiar lo que ya está hecho.
El alfa lo miró, mordiéndose ligeramente el labio, claramente luchando con las emociones que Suguru le despertaba.
—Lo sé, pero no puedo evitar imaginarlo... Lo que seríamos si solo fuéramos nosotros, sin Mei, sin las miradas, sin los juicios.
Suguru sonrió con melancolía, levantando una mano para acariciar el rostro de Satoru.
—Entonces solo podemos hacer lo mejor con lo que tenemos ahora. Por muy complicado que sea, no puedo imaginarme mi vida sin ti, incluso si duele.
Satoru tomó la mano de Suguru y la besó con suavidad.
—Prometo que encontraré una manera de que esto funcione... de que seamos nosotros, sin importar lo que tenga que hacer.
Suguru soltó una risa suave, aunque sus ojos mostraban una mezcla de esperanza y duda.
—Siempre haces promesas imposibles, Satoru.
—Y siempre las cumplo, ¿no? —respondió Satoru, con su sonrisa característica.
Suguru negó con la cabeza, pero se permitió relajarse un poco más en el abrazo del alfa. Ambos sabían que el camino por delante no sería fácil, pero en ese momento, solo importaban ellos dos y el extraño consuelo que encontraban el uno en el otro.
El sonido lejano de la música del salón les recordó que aún estaban en la boda, y que la realidad seguía esperando más allá de las puertas del jardín donde estaban.
—Deberías volver antes de que alguien note que te fuiste —dijo Suguru con suavidad, aunque sus palabras estaban cargadas de pesar.
Satoru negó con la cabeza.
—No quiero volver ahí. Quiero quedarme contigo.
—Y yo quiero que te quedes... pero sabemos que no puedes.
Satoru apretó la mandíbula, claramente luchando con la idea de regresar a un lugar donde no quería estar. Finalmente, suspiró, inclinándose para besar a Suguru una vez más, como si quisiera grabar ese momento en su memoria.
—Esto no termina aquí, Suguru. Prometo que no lo hará.
Suguru asintió, observándolo mientras la luz de la noche iluminaba el rostro de su amado. Los dos siguieron juntos viendo la luna llena.
Mientras la brisa nocturna acariciaba su rostro, una sola pregunta resonaba en su mente: ¿Cuánto más podría soportar esto sin romperse?
El beso que compartieron duró una eternidad, o al menos eso le pareció a Suguru. Era suave, pero lleno de emociones reprimidas, y cuando finalmente se separaron, Satoru lo miró con una mezcla de ternura y diversión.
—Quiero tener sexo ahora... —dijo Satoru haciendo un puchero infantil, como si estuviera rogando por algo tan sencillo como un dulce.
Suguru lo miró incrédulo, con el rostro aún ligeramente sonrojado. Sin pensarlo dos veces, le dio una cachetada ligera en el hombro.
—¡No! Me duelen las piernas, y además, ya le di algo de “mantenimiento” a tu amiguito. Deja de joder, Satoru —dijo, molesto pero claramente divertido.
Satoru suspiró teatralmente, llevándose una mano al corazón como si hubiera recibido el golpe más cruel de su vida.
—Eres tan cruel conmigo, Suguru. Ni siquiera te importa mi sufrimiento.
Suguru soltó un suspiro cansado, rodando los ojos, aunque no pudo evitar sonreír al verlo actuar como un niño mimado.
—¿Cómo ha estado Tsumiki? —preguntó Satoru, cambiando abruptamente de tema.
Suguru parpadeó, algo sorprendido, pero rápidamente suavizó su expresión. Era típico de Satoru preocuparse por los demás, incluso en los momentos más inusuales.
—Pues ha estado bien. Shoko me ha estado ayudando a cuidarla —respondió con sinceridad.
Satoru sonrió ampliamente, visiblemente aliviado.
—¡Qué bien! Me daba miedo que en medio de la noche nos interrumpiera mientras yo... ya sabes... —dijo con un tono travieso y una sonrisa pícara.
Suguru abrió los ojos como platos y lo miró con el rostro completamente rojo.
—¡Satoru! ¿Cómo puedes decir esas cosas tan casualmente?
Satoru se encogió de hombros, como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Qué tiene de malo? Es la verdad. Además, ¿quién podría resistirse a alguien como tú? —respondió, inclinándose hacia Suguru, apoyando un brazo en la pared detrás de él, encerrándolo entre su cuerpo y la superficie.
Suguru desvió la mirada, incómodo pero con una sonrisa nerviosa.
—Tú y tus comentarios... de verdad, no sé cómo te aguanto.
Satoru inclinó la cabeza, sonriendo con esa mezcla de confianza y ternura que siempre lograba desarmarlo.
—No necesitas aguantarme, Sugu’. Solo tienes que amarme.
Suguru lo miró de reojo, y aunque intentó mantener su expresión seria, no pudo evitar que una pequeña sonrisa escapara de sus labios.
—Eres un idiota... pero supongo que no cambiaría eso de ti.
Satoru rio suavemente, inclinándose aún más para acercar sus labios a los de Suguru.
—Entonces, ¿puedo tomarte eso como un “sí” a la segunda ronda? —bromeó.
Suguru le dio un empujón ligero en el pecho, alejándolo un poco.
—¡Déjalo ya, Satoru!
Satoru se quedó quieto por un momento, mirando a Suguru con una expresión más tranquila, casi seria.
—Sabes, no importa cuánto intentes negarlo... siempre termino volviendo a ti. Y tú, a mí.
Suguru suspiró, aunque su mirada reflejaba esa misma verdad que Satoru acababa de expresar.
—Eres imposible, Gojo Satoru...
Ambos se quedaron en silencio por unos segundos, disfrutando de la tranquilidad del momento. Sin importar lo complicado que fuera todo entre ellos, esos pequeños instantes a solas les recordaban que, a pesar de todo, aún tenían algo que los unía profundamente.
Suguru bajó la mirada, fingiendo que estaba concentrado en su ropa, pero en realidad solo intentaba esconder la pequeña sonrisa que no podía controlar. Satoru, que siempre era un experto en leerlo, apoyó su mentón en el hombro de Suguru, abrazándolo por la cintura con una familiaridad que lo hacía sentir que todo estaba bien.
—Oye, ¿te he dicho últimamente lo mucho que me gustas? —susurró Satoru, su aliento rozando suavemente el cuello de Suguru.
—Si no me lo dices al menos una vez al día, creo que explotas —respondió Suguru, tratando de sonar indiferente, pero fallando miserablemente cuando su voz salió más suave de lo que esperaba.
Satoru sonrió, satisfecho.
—Bueno, no quiero decepcionarte. Así que, te lo diré otra vez... me gustas, Suguru. Me gustas tanto que me asusta, pero al mismo tiempo, no quiero que cambie.
Suguru finalmente levantó la mirada, encontrándose con los ojos azules de Satoru. Por un momento, se olvidó de todo lo demás: de la fiesta, de las miradas curiosas, incluso de los problemas que ambos sabían que los esperaban al día siguiente. Todo lo que podía ver era a Satoru, completamente sincero, completamente suyo.
—Satoru... —murmuró, su voz cargada de emociones que no sabía cómo expresar del todo.
Satoru lo interrumpió colocando un dedo en sus labios.
—No necesitas decir nada, Sugu’. Sé que no eres bueno para estas cosas, y está bien. Yo hablaré por los dos.
Suguru no pudo evitar reír entre dientes.
—Qué conveniente para ti, ¿eh?
—Por supuesto —dijo Satoru con una sonrisa descarada—. Alguien tiene que encargarse de que este amor épico no se quede sin narrador.
Suguru negó con la cabeza, aunque su sonrisa permanecía.
—Eres un idiota, pero creo que no quiero que cambies nunca.
Satoru arqueó una ceja, con una expresión de falsa sorpresa.
—¿"Creo"? ¿Solo "creo"? Eso duele, Sugu’.
—Bueno, no quiero que te confíes demasiado —respondió Suguru, cruzándose de brazos, aunque su tono era claramente juguetón.
Satoru rio suavemente antes de acercarse una vez más, esta vez sin bromas, sin comentarios ingeniosos. Solo era él, mirándolo con esa intensidad que hacía que Suguru sintiera que el mundo entero se desvanecía.
—Suguru, no me importa lo que pase después de esta noche. No me importa lo que la gente piense, lo que digan... Solo sé que quiero seguir teniendo esto contigo, aunque sea complicado, aunque a veces sea difícil.
Suguru sintió que su pecho se apretaba, pero no de una forma dolorosa, sino de esa manera cálida que solo Satoru podía provocarle.
—Yo también quiero eso, Satoru. Siempre lo he querido...
El silencio entre ellos esta vez no era incómodo. Era un silencio lleno de comprensión, de promesas no dichas pero claramente entendidas.
Finalmente, Satoru rompió el momento con una de sus clásicas sonrisas traviesas.
—Entonces, ¿puedo tomar eso como un “sí” a la segunda ronda?
Suguru se llevó una mano al rostro, intentando ocultar su sonrisa mientras lo empujaba suavemente.
—¡No vuelvas con eso, idiota!
—Lo tomaré como un “quizá” —respondió Satoru, mientras Suguru rodaba los ojos y ambos se reían como si no tuvieran una sola preocupación en el mundo.
¡Entendido! Cambiaré el enfoque hacia algo más dinámico en la fiesta, manteniendo las tensiones y los matices de la relación entre los personajes. Aquí va:
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La fiesta estaba en pleno apogeo. Los invitados charlaban entre risas mientras las copas de champán circulaban sin cesar. Satoru había regresado al salón junto a Suguru, ambos actuando con una naturalidad tan convincente que pocos se habrían dado cuenta de su ausencia.
Sin embargo, Mei, siempre atenta, lo notó al instante. Caminó hacia él con una copa en la mano y una sonrisa calculada.
—Satoru, querido, pensé que te habías perdido la diversión —comentó con un tono dulce, aunque su mirada tenía un deje de reproche.
—¿Perderme esto? —respondió él con una sonrisa despreocupada, tomando la copa que Mei le ofrecía—. Nunca, mi preciosa esposa.
Mei arqueó una ceja, evaluándolo. Aunque su expresión seguía siendo encantadora, cualquiera que la conociera bien sabría que no estaba satisfecha con su respuesta.
Mientras tanto, Suguru se había deslizado hacia una esquina del salón, buscando a Shoko y Utahime, quienes parecían estar en medio de una acalorada discusión.
—¡Te digo que no puedes confiar en él! —exclamó Utahime, cruzando los brazos con frustración.
—¿De quién hablas ahora? —preguntó Suguru mientras tomaba asiento junto a ellas.
—De Satoru, obviamente —respondió Utahime sin dudarlo—. Está jugando con fuego.
Shoko rodó los ojos, aunque una sonrisa perezosa cruzó su rostro.
—Utahime cree que Satoru debería ser más... discreto —explicó, tomando un sorbo de su vino.
Suguru no respondió de inmediato, pero su mirada se desvió hacia Satoru, quien ahora conversaba animadamente con un grupo de invitados, con Mei aún pegada a su lado.
—Discreción y Satoru no van de la mano —murmuró finalmente, su tono una mezcla de resignación y afecto.
—Eso es lo que me preocupa —dijo Utahime, suspirando profundamente—. Algún día, todo esto va a explotar en su cara.
—Bueno, no sería la primera vez —respondió Shoko con una sonrisa irónica.
Antes de que pudieran continuar, un camarero se acercó con una bandeja de pequeños pastelillos. Suguru tomó uno distraídamente mientras sus pensamientos volvían a lo ocurrido hace apenas unos minutos en el exterior. Aunque intentaba actuar con normalidad, aún podía sentir el calor en sus mejillas y el latido acelerado de su corazón.
De repente, Satoru se les unió, tomando asiento junto a Suguru con su típica energía despreocupada.
—¿De qué están hablando? —preguntó, apoyando un brazo sobre el respaldo de la silla de Suguru.
—De lo irresponsable que eres —respondió Utahime sin rodeos.
Satoru soltó una carcajada.
—Oh, Utahime, ¿cuándo aprenderás a relajarte? Estamos en una boda, ¿no? ¡Diviértete un poco!
Utahime lo fulminó con la mirada, pero antes de que pudiera responder, Shoko intervino.
—¿Y tú? ¿Estás "divirtiéndote"? —preguntó, levantando una ceja mientras le lanzaba una mirada significativa.
Satoru sonrió ampliamente, pero Suguru, sintiéndose demasiado expuesto, apartó la mirada y se puso de pie.
—Voy por algo de beber —anunció, alejándose rápidamente.
Satoru lo siguió con la mirada, su sonrisa suavizándose un poco.
—¿Qué le pasa?
—Nada que tú no sepas ya —respondió Shoko con un tono casual, aunque sus ojos brillaban con astucia.
Satoru negó con la cabeza, pero antes de que pudiera decir algo más, Mei se acercó nuevamente, interrumpiendo la conversación.
—Satoru, los invitados quieren verte. Es tu boda, después de todo.
La sonrisa de Satoru volvió a ser la de siempre, despreocupada y encantadora.
—Por supuesto, querida. Lo que tú digas.
Sin embargo, mientras se alejaba con Mei, sus ojos buscaron a Suguru entre la multitud. Algo en él le decía que la noche aún tenía mucho más por revelar.
Suguru permanecía en la barra del salón, intentando distraerse con el movimiento de las copas y el sonido de la música que inundaba el lugar. Sin embargo, su mirada no podía evitar buscar a Satoru entre la multitud. Lo encontró rápidamente: allí estaba, junto a Mei, rodeado de invitados, riendo y charlando como si no hubiera un solo problema en el mundo.
El pecho de Suguru se apretó. Aunque sabía que Satoru tenía que desempeñar su papel como el novio perfecto, verlo tan cómodo junto a Mei lo hizo sentir como una sombra. ¿Qué estoy haciendo aquí?, pensó mientras jugueteaba con su copa. Se sentía como una intrusión en algo que no le pertenecía.
Mientras tanto, Shoko observaba a Suguru desde la mesa donde aún se encontraba con Utahime. La expresión de Suguru no pasó desapercibida para ella, y dejó escapar un suspiro pesado.
—¿Ves lo que te digo? Esto es un desastre esperando a suceder —murmuró Utahime, cruzando los brazos con fuerza.
—Ya basta, Utahime —respondió Shoko, frotándose las sienes—. Estoy tratando de disfrutar al menos una parte de esta noche.
—¿Disfrutar? ¿Cómo puedes disfrutar cuando todo esto es una mentira? —replicó Utahime, ahora aún más molesta—. Suguru está claramente incómodo, Satoru está actuando como si nada pasara, ¡y Mei no tiene ni idea de lo que ocurre a su alrededor!
—Y tú no estás ayudando —respondió Shoko con una mirada severa. Se levantó de la mesa, claramente abrumada, y tomó una copa de vino de la bandeja de un camarero que pasaba cerca—. Necesito aire.
Utahime rodó los ojos, pero antes de que pudiera responder, sus ojos se fijaron en dos figuras familiares que se acercaban a la mesa.
—Oh, genial, justo lo que necesitábamos —murmuró con sarcasmo.
Nanami y Haibara aparecieron con sus trajes impecables, sonriendo con calma mientras se acercaban.
—Parece que esta mesa es la más tranquila del lugar —comentó Haibara con su usual tono alegre mientras se sentaba.
—Eso no es difícil con todo el caos que hay aquí —respondió Utahime, echando un vistazo hacia la pista de baile, donde algunos invitados comenzaban a soltarse más de la cuenta.
Nanami tomó asiento junto a Haibara, observando el ambiente con su característica seriedad.
—Es una boda, Utahime. El caos es inevitable.
—Sí, bueno, algunos caos son más... incómodos que otros —respondió Utahime, mirando de reojo hacia la barra donde Suguru aún permanecía.
Haibara siguió la dirección de su mirada y frunció el ceño ligeramente.
—¿Está todo bien con Geto? Parece un poco... perdido.
Utahime suspiró, pero antes de que pudiera responder, Shoko regresó a la mesa con una expresión agotada.
—No está bien, y todos lo sabemos —dijo con franqueza, dejando su copa sobre la mesa. Miró a Nanami y Haibara con una mezcla de exasperación y preocupación—. Suguru está lidiando con mucho más de lo que debería, pero no podemos hacer nada si él mismo no lo quiere resolver.
Nanami asintió con seriedad, pero Haibara parecía más inquieto.
—Tal vez podríamos hablar con él, al menos para que no se sienta tan solo —sugirió, su tono genuinamente preocupado.
Shoko lo consideró por un momento antes de asentir.
—Ve. Tal vez te escuche más a ti que a cualquiera de nosotras.
Haibara se levantó de inmediato y comenzó a caminar hacia la barra, mientras Nanami se quedaba en la mesa, observando con atención la dinámica entre los presentes. Utahime, por su parte, simplemente apoyó la cabeza en su mano, dejando escapar un suspiro largo.
—Esto no va a terminar bien, ¿verdad?
Shoko tomó un sorbo de su vino antes de responder.
—Probablemente no.
Haibara avanzó hacia la barra con pasos firmes pero cuidadosos, como si temiera ahuyentar a Suguru si se acercaba demasiado rápido. Al llegar, se apoyó junto a él, dejando suficiente espacio para no invadir su privacidad, pero lo suficientemente cerca como para que supiera que no estaba solo.
—¿Es buena la bebida o estás aquí para escapar? —preguntó con su tono amable, observando de reojo a Suguru.
Suguru, que hasta entonces había estado girando el vaso en su mano, levantó la mirada hacia Haibara. Su expresión estaba cargada de emociones contenidas, y aunque intentó responder con una sonrisa, apenas logró curvar los labios.
—Un poco de ambas —respondió con un tono apagado. Luego miró hacia su copa y añadió—: Supongo que era inevitable que alguien viniera a comprobar si estoy bien.
—¿Y lo estás? —preguntó Haibara directamente, sin rodeos, pero con suavidad.
Suguru soltó una risa breve y amarga antes de llevarse la copa a los labios.
—Definitivamente no.
Haibara asintió, como si entendiera perfectamente lo que Suguru sentía.
—A veces las bodas tienen esa forma de sacar cosas que preferiríamos dejar enterradas —dijo, cruzando los brazos y mirando hacia la multitud—. Aunque, conociendo a Satoru, probablemente sea más complicado que eso.
El comentario hizo que Suguru levantara una ceja, sorprendido por la franqueza de Haibara.
—¿Sabías...?
—No soy ciego, Geto —respondió Haibara con una sonrisa tranquila—. Tú y Satoru tienen una forma... única de mirarte. Lo he notado desde hace tiempo.
Suguru apartó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta. Las palabras de Haibara no eran acusatorias, pero no pudo evitar sentir que había sido descubierto.
—Es complicado —admitió finalmente, apretando el vaso en su mano.
—Lo imagino —dijo Haibara, inclinándose ligeramente hacia él—. Pero no tienes que lidiar con todo esto solo.
Suguru dejó escapar un suspiro largo y pesado, dejando el vaso en la barra.
—Es difícil no sentir que estoy... interrumpiendo. Como si no tuviera derecho a estar aquí —confesó en voz baja, sin mirar a Haibara—. Él está casándose con otra persona, y yo estoy aquí, fingiendo que todo está bien.
Haibara permaneció en silencio por un momento, dejando que las palabras de Suguru se asentaran. Finalmente, habló con suavidad:
—No creo que Satoru quiera que te sientas así. Si estás aquí, es porque eres importante para él. Y aunque eso pueda doler ahora, significa que todavía hay algo entre ustedes que vale la pena.
Suguru lo miró, intentando encontrar alguna respuesta en sus palabras. Pero antes de que pudiera responder, una voz familiar interrumpió su conversación.
—¿Interrumpo algo?
Ambos se giraron para encontrar a Nanami acercándose, con su típica expresión seria. Suguru dejó escapar un suspiro, mientras Haibara sonreía ligeramente.
—Nada que no pueda esperar —respondió Haibara, alejándose un poco para darle espacio a Nanami.
Nanami se cruzó de brazos y miró a Suguru con una mezcla de preocupación y firmeza.
—Suguru, entiendo que esta situación no es fácil para ti, pero no tienes que enfrentarlo solo. Estamos aquí, incluso si no siempre lo parece.
Las palabras de Nanami eran menos suaves que las de Haibara, pero llevaban el mismo mensaje: apoyo. Suguru asintió lentamente, sintiendo una extraña calidez al saber que no estaba completamente solo.
—Gracias, chicos —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Mientras tanto, en el otro lado del salón, Satoru levantaba la vista, buscando a Suguru entre la multitud. Su sonrisa habitual se desvaneció ligeramente cuando no lo encontró de inmediato. Mei le habló al oído, preguntándole algo sobre los planes para después de la boda, pero su atención estaba claramente en otra parte.
—¿Todo bien? —preguntó Mei con un tono curioso.
Satoru sonrió de forma tensa, asintiendo.
—Sí, todo está bien —mintió.
Pero en su corazón, sabía que nada lo estaría hasta que pudiera hablar con Suguru nuevamente.
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Nanami observó a Suguru con una mirada que mezclaba compasión y seriedad, como si intentara transmitirle que su lugar allí era más importante de lo que pensaba.
—Suguru, si sientes que estás interrumpiendo, creo que deberías preguntarte algo —dijo Nanami con calma, ajustándose la corbata—. ¿Qué es exactamente lo que estás interrumpiendo?
Geto frunció el ceño, sorprendido por la pregunta.
—¿A qué te refieres? —preguntó con una ligera irritación, aunque una parte de él estaba intrigada.
Nanami se cruzó de brazos, manteniendo su tono neutral.
—Si él realmente quisiera que fueras un simple espectador, no estarías aquí, ¿verdad? Gojo no hace nada sin un propósito. Y aunque sus métodos sean... cuestionables a veces, dudo que dejarte venir a su boda fuera una casualidad.
Haibara asintió con una sonrisa tranquila.
—Kento tiene razón. Satoru siempre ha sido demasiado obstinado para dejar las cosas al azar. Tal vez no lo admita, pero está claro que tú le importas, Suguru.
Las palabras de ambos resonaron en Suguru como un eco, pero en lugar de consuelo, dejaron una sensación de vacío en su pecho. Si era verdad que Satoru lo quería allí, ¿por qué entonces todo se sentía tan doloroso?
—A veces me pregunto si ser importante para él es suficiente —murmuró Suguru, su voz apenas un susurro.
Antes de que Haibara pudiera responder, una voz femenina interrumpió la conversación.
—¿Por qué todos están tan serios? Esto es una boda, no un funeral.
Los tres voltearon para ver a Shoko, que se había acercado en silencio con una copa de vino en la mano. Su expresión despreocupada contrastaba con la tensión en el aire, pero sus ojos se clavaron directamente en Suguru.
—Shoko... —comenzó Suguru, pero ella lo interrumpió levantando una mano.
—Antes de que empieces a disculparte o algo por el estilo, déjame decirte esto: necesitas dejar de castigarte por lo que sientes. Si estás aquí, es porque Satoru quiere que estés aquí. Punto.
La Omega bebió un sorbo de su vino, su mirada afilada nunca dejando a Suguru.
—Y si realmente crees que estar cerca de él te está lastimando, entonces habla con él. Pero no sigas torturándote en silencio, porque honestamente, es agotador verte así.
Shoko terminó su copa de un solo trago, dejando a Suguru completamente sin palabras. Nanami y Haibara intercambiaron una mirada rápida, ambos sorprendidos por la franqueza de Shoko.
—Siempre tan sutil, Shoko —comentó Haibara con una sonrisa divertida.
—Alguien tenía que decirlo —respondió ella, encogiéndose de hombros.
Suguru bajó la mirada, sus manos apretándose ligeramente en el borde de la barra. Las palabras de Shoko lo habían golpeado más fuerte de lo que esperaba, pero también había algo de verdad en ellas. ¿Por qué seguía evitando a Satoru si parte de él quería desesperadamente enfrentarlo?
Mientras Suguru reflexionaba, Shoko suspiró y lo miró con un poco más de suavidad.
—Mira, solo haz lo que tengas que hacer. Pero recuerda que no estás solo en esto, ¿de acuerdo?
Suguru asintió lentamente, y justo cuando estaba a punto de responder, una risa estridente resonó en el salón. Todos giraron hacia la dirección del sonido, y allí estaba Satoru, rodeado por un pequeño grupo de invitados, aparentemente en su elemento.
Sin embargo, sus ojos buscaron automáticamente entre la multitud, y cuando finalmente encontraron a Suguru, su sonrisa se desvaneció ligeramente. Por un breve momento, los dos se miraron, y el peso de todo lo no dicho pareció llenar el aire entre ellos.
—Ahí está tu respuesta, Suguru —dijo Nanami en voz baja—. ¿Qué vas a hacer ahora?
Suguru respiró hondo, sintiendo que su corazón latía con fuerza. Sabía que no podía seguir evitándolo, no esta vez.
—Voy a hablar con él —respondió con determinación, dejando su vaso en la barra y girándose hacia donde estaba Satoru.
Shoko sonrió con aprobación, mientras Haibara le dio una palmada en el hombro.
—Buena suerte —dijo con sinceridad.
Suguru asintió y comenzó a caminar hacia Satoru, cada paso sintiéndose como un salto al vacío. Mientras tanto, Satoru lo observaba acercarse, su expresión una mezcla de curiosidad y nerviosismo, como si estuviera esperando ese momento tanto como Suguru.
Cuando finalmente estuvieron frente a frente, el bullicio del salón pareció desvanecerse, dejando solo el sonido de sus corazones latiendo al unísono.
—Tenemos que hablar, Satoru —dijo Suguru con firmeza, su mirada fija en la del Alfa.
Satoru asintió lentamente, una pequeña sonrisa curvando sus labios.
—Lo sé, Suguru. Vamos.
Y con eso, ambos salieron del salón, dejando atrás la fiesta y los murmullos de los demás. Para ellos, era hora de enfrentar lo que realmente importaba.
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Satoru guió a Suguru hacia una terraza solitaria, lejos del bullicio de la boda. Las luces de la ciudad iluminaban el cielo nocturno, y una suave brisa agitaba sus cabellos. Suguru estaba nervioso, pero no podía seguir guardando lo que sentía.
Satoru fue el primero en romper el silencio.
—Sabía que vendrías a buscarme —dijo con una sonrisa suave, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de emociones—. Siempre lo haces.
Suguru frunció el ceño, su voz cargada de una tensión que no pudo disimular.
—Satoru, esto no es un juego. No puedo seguir ignorando lo que siento... lo que tú sientes.
Gojo ladeó la cabeza, como si estuviera considerando sus palabras. Luego dio un paso más cerca, acortando la distancia entre ellos.
—¿Y qué es lo que sientes, Suguru? —preguntó con un tono bajo, casi un susurro, pero lo suficientemente firme para hacer que el Omega sintiera un nudo en el estómago.
Suguru apretó los puños, su mirada fija en los ojos azules de Satoru, que brillaban como si pudieran ver a través de él.
—Siento que estoy atrapado, Satoru. Cada vez que estoy cerca de ti, todo lo demás desaparece, y aunque trato de alejarme, siempre termino volviendo. Pero luego te veo tan feliz, rodeado de gente, y siento que no encajo en tu mundo.
Satoru dejó escapar un suspiro, y antes de que Suguru pudiera decir algo más, lo tomó por las manos.
—¿De verdad crees que no encajas en mi mundo? —preguntó con sinceridad—. Suguru, tú eres mi mundo.
Las palabras de Satoru golpearon a Suguru con fuerza, como si hubieran perforado todas sus inseguridades de golpe.
—No digas eso tan fácilmente, Satoru —dijo Suguru, su voz temblando—. ¿Sabes cuánto me duele pensar que solo soy una parte más de tu vida?
Satoru negó con la cabeza, su agarre en las manos de Suguru volviéndose más firme.
—No eres solo una parte, eres la razón por la que sigo adelante. ¿De verdad crees que estaría aquí, que haría todo esto, si no fuera porque te amo?
Suguru abrió los ojos con sorpresa, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Amarme? —repitió en voz baja, como si la palabra fuera demasiado difícil de creer.
Satoru asintió, su mirada llena de determinación.
—Te amo, Suguru. Siempre lo he hecho. Pero tú tienes que decidir si quieres quedarte conmigo o seguir huyendo.
Suguru sintió que su corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de estallar. Sus lágrimas comenzaron a caer antes de que pudiera detenerlas, y todo lo que había estado reprimiendo finalmente salió a la superficie.
—¡Por supuesto que quiero quedarme! —gritó, su voz quebrándose—. Pero tengo miedo, Satoru. Miedo de no ser suficiente, miedo de arruinarlo todo.
Satoru lo jaló hacia sí y lo abrazó con fuerza, enterrando su rostro en el cuello de Suguru.
—No tienes que ser perfecto, Suguru. Solo tienes que ser tú. Eso es todo lo que necesito.
Suguru cerró los ojos, permitiendo que las palabras de Satoru lo envolvieran. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía respirar, como si el peso que había estado cargando finalmente se hubiera aligerado.
—Está bien, Satoru —murmuró contra su pecho—. Me quedaré contigo.
Satoru sonrió contra su cabello, sintiendo que su corazón estaba completo por primera vez.
—Gracias, Suguru.
Y mientras se abrazaban bajo la luz de la luna, ambos supieron que, aunque el camino no sería fácil, estaban dispuestos a enfrentarlo juntos.
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(NOTA: Amo hacer dramas lol, jekeje)
Satoru mantuvo el abrazo con fuerza, como si al soltarlo Suguru pudiera desaparecer de nuevo entre sus dudas e inseguridades. Sin embargo, el Omega comenzó a temblar. Sus lágrimas, inicialmente silenciosas, se transformaron en un llanto incontenible que resonó en la quietud de la noche.
—No entiendes, Satoru —sollozó Suguru, aferrándose a la tela del traje del Alfa, casi rasgándolo—. No entiendes lo mucho que duele. Lo mucho que me destruye amarte...
Satoru se tensó, pero no lo soltó.
—Suguru, por favor... —susurró con una voz quebrada.
—¡Es que no puedo evitarlo! —exclamó Suguru, separándose solo lo suficiente para mirarlo directamente a los ojos, sus pupilas llenas de dolor—. No puedo dejar de sentirme como una carga. Tú... tú mereces algo más, alguien que no te arrastre con sus inseguridades y su cobardía.
El Alfa negó con la cabeza, con los ojos ardiendo por las lágrimas que luchaba por contener.
—No digas eso. No vuelvas a decir eso, Suguru.
—¡Es la verdad! —gritó, su voz rota y su rostro contorsionado en angustia—. Mírame, Satoru. No soy fuerte como tú. No soy alguien que pueda mantenerse de pie a tu lado sin tambalearse. Siempre siento que estoy interrumpiendo, que no pertenezco a este mundo que parece tan brillante, tan... perfecto.
Satoru finalmente no pudo contenerse más. Tomó el rostro de Suguru con ambas manos, forzándolo a mirarlo de frente.
—¡No es perfecto sin ti! —gritó, su voz cargada de desesperación—. ¿Qué no lo entiendes? Desde que te fuiste, todo lo que hago se siente vacío. No me importa si estás tambaleándote, si tienes dudas, si crees que no eres suficiente. ¡Porque para mí, tú siempre serás suficiente!
Suguru lo miró con incredulidad, como si no pudiera procesar las palabras que estaba escuchando.
—Satoru...
El Alfa cerró los ojos, las lágrimas finalmente cayendo por su rostro.
—Sé que no soy fácil de amar. Sé que puedo ser egoísta y terco, y probablemente he cometido errores que te hicieron pensar que no te quería. Pero te juro que nada de eso importa. Lo único que quiero es a ti.
El silencio que siguió fue abrumador. Suguru apretó los labios, su mente una tormenta de emociones, hasta que finalmente susurró:
—Pero, Satoru... ¿y si te decepciono? ¿Y si no soy suficiente?
Satoru lo abrazó de nuevo, con más fuerza que antes, como si su vida dependiera de ello.
—Entonces me decepcionas —respondió, su voz suave pero firme—. Y yo también te decepcionaré a veces. Pero eso no significa que no merezcamos intentarlo. Quiero estar contigo, con todo lo que eso conlleva.
Suguru finalmente dejó escapar un sollozo ahogado, sus brazos envolviendo a Satoru como si nunca quisiera soltarlo.
—Lo intentaré, Satoru... —murmuró entre lágrimas—. No sé si puedo ser todo lo que necesitas, pero lo intentaré.
Satoru sonrió, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.
—Eso es todo lo que te pido, Suguru.
Y bajo la luz de la luna, con las sombras de la ciudad como testigos, ambos se quedaron allí, abrazados en un momento de frágil esperanza. Aunque las dudas y el miedo seguían acechando, al menos ahora tenían algo que no habían tenido en mucho tiempo: un verdadero comienzo.
---
El abrazo se rompió lentamente cuando Suguru retrocedió, pero solo para mirarlo una vez más, sus ojos hinchados por el llanto, su rostro todavía lleno de inseguridades.
—Satoru... yo... tengo miedo.
Gojo lo miró, sus ojos azules brillando con una intensidad que parecía perforar la oscuridad.
—Yo también tengo miedo —admitió en un susurro, su voz temblando por primera vez en años—. Pero prefiero tener miedo contigo que vivir una vida sin ti.
Suguru tragó saliva, su pecho subiendo y bajando de forma irregular mientras intentaba controlar el mar de emociones que lo consumía.
—¿Y si vuelvo a fallarte? —preguntó en un hilo de voz, casi inaudible, como si temiera que la respuesta lo destrozara por completo.
Gojo sonrió, pero era una sonrisa cargada de tristeza, de amor, y de una fortaleza que parecía inquebrantable.
—Entonces fallas, y yo estaré allí para levantarte.
Suguru cerró los ojos con fuerza, dejando que más lágrimas cayeran. Se cubrió el rostro con las manos, incapaz de soportar la intensidad de las palabras de Satoru.
—No entiendo cómo puedes quererme tanto... después de todo.
Gojo extendió la mano y, con la suavidad de alguien tocando algo frágil, apartó las manos de Suguru de su rostro.
—Porque te amo, Suguru. Y no importa cuántas veces te lo diga, nunca será suficiente para que entiendas cuánto significas para mí.
Suguru sintió que su corazón se rompía y se reconstruía al mismo tiempo. Quiso responder, pero las palabras se le atascaron en la garganta. Sólo pudo inclinarse hacia Satoru, apoyando su frente contra la del Alfa, mientras respiraba profundamente, tratando de calmar el caos en su interior.
Pero el momento de calma fue breve. La puerta detrás de ellos se abrió con un chirrido, interrumpiendo su frágil burbuja de intimidad. Ambos se giraron rápidamente, sus cuerpos tensos.
Ahí estaba Shoko, con Utahime detrás de ella, mirándolos con una mezcla de sorpresa y confusión.
—¿Interrumpimos algo? —preguntó Shoko, levantando una ceja mientras sostenía su cigarrillo medio consumido.
Suguru se apartó bruscamente de Satoru, su rostro ardiendo de vergüenza. Se llevó una mano a la nuca, tratando de ocultar su incomodidad.
—No... estábamos... —balbuceó, pero su voz se apagó.
Utahime cruzó los brazos, mirando directamente a Satoru con una expresión de molestia.
—De verdad, Gojo, ¿ni siquiera puedes comportarte en la boda?
Satoru soltó una risa nerviosa, llevándose una mano a la nuca.
—¿Qué puedo decir? El amor no espera.
Shoko rodó los ojos, exhalando una bocanada de humo.
—Ustedes dos necesitan aprender a ser menos dramáticos. Aunque, honestamente, se ven tan miserables que casi me dan pena.
Suguru bajó la mirada, sintiéndose como si estuviera interrumpiendo algo más grande que él mismo. El peso de sus inseguridades volvió a caer sobre sus hombros, y de repente, toda la valentía que había reunido para estar allí con Satoru se desvaneció.
—Yo... debería irme —murmuró, girándose para marcharse.
—No. —La voz de Satoru resonó con firmeza, y antes de que Suguru pudiera dar un paso, el Alfa tomó su mano, deteniéndolo.
Utahime suspiró, claramente molesta.
—Esto se está volviendo incómodo. ¿Podemos simplemente... fingir que no vimos nada?
Antes de que nadie pudiera responder, otra voz interrumpió.
—¿Qué está pasando aquí?
Nanami y Haibara aparecieron al final del pasillo, ambos luciendo confundidos. La tensión en el ambiente se hizo palpable, y Suguru sintió que el suelo bajo sus pies estaba a punto de desmoronarse.
Satoru, sin soltar la mano de Suguru, alzó la barbilla con esa arrogancia característica suya.
—Nada que te importe, Nanami.
Nanami frunció el ceño, cruzando los brazos.
—Si estás causando una escena en la boda de alguien más, entonces sí me importa.
Haibara, siempre más optimista, sonrió nerviosamente, tratando de aliviar la tensión.
—Vamos, chicos, no hagamos esto más incómodo de lo que ya es.
Pero Suguru no podía soportarlo más. Soltó la mano de Satoru con brusquedad y dio un paso atrás, su rostro lleno de confusión y dolor.
—Esto fue un error... Yo no debería estar aquí.
—¡Suguru! —Satoru dio un paso hacia él, pero Suguru levantó una mano, deteniéndolo.
—No puedo hacer esto, Satoru. No así.
Y antes de que alguien pudiera detenerlo, Suguru se giró y se marchó, dejando a Satoru de pie en el pasillo, con el corazón roto y las manos temblorosas.
Shoko suspiró profundamente, apagando su cigarrillo en una maceta cercana.
—Bueno, eso fue un desastre.
Utahime lo miró con el ceño fruncido.
—Satoru, ¿alguna vez piensas en las consecuencias de tus acciones?
Satoru no respondió. Simplemente se quedó allí, mirando el lugar por donde Suguru había desaparecido, sintiendo como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones.
Haibara se acercó, poniéndole una mano en el hombro.
—Oye, aún tienes tiempo de arreglar esto. Pero tienes que pensar bien qué decirle.
Satoru cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso.
—No importa lo que diga —murmuró—. Él siempre encuentra una razón para alejarse.
Pero en el fondo de su corazón, sabía que no podía rendirse. Porque aunque Suguru siguiera huyendo, Satoru estaría allí, dispuesto a seguirlo hasta el fin del mundo.
...
Minutos después;
El ambiente en el lugar estaba cargado de risas descontroladas y música alta, mientras los invitados se sumergían en la euforia del alcohol. Sin embargo, una escena destacaba en medio de todo: Satoru y Suguru, completamente absortos el uno en el otro, besándose con una intensidad que cruzaba la línea de lo íntimo hacia lo exhibicionista.
Suguru jadeaba contra los labios de Satoru, sus dedos aferrándose a los hombros de su amante mientras sus cuerpos se pegaban más de lo necesario. Satoru, por su parte, parecía disfrutar exhibiendo al mundo cómo sus lenguas se entrelazaban, completamente indiferente a cualquier mirada ajena.
En la mesa donde Satoru debería estar sentado con Mei, ella permanecía inmóvil, con el rostro rígido y los ojos entrecerrados, clavados en la escena que se desarrollaba frente a ella. Los meseros, incapaces de ignorar el evidente espectáculo, intercambiaban miradas incómodas, preguntándose si debían intervenir, pero ninguno se atrevía a hacerlo.
Mei apretó los puños bajo la mesa, su paciencia colgando de un hilo. No había tomado más que un par de sorbos de su copa durante la noche; no porque no quisiera emborracharse, sino porque sabía que perder la compostura en ese momento le daría a Satoru el gusto de salirse con la suya.
Cada jadeo, cada movimiento descarado de sus labios contra los de Suguru, era una daga clavándose lentamente en su orgullo. Satoru no solo la ignoraba, sino que tenía el descaro de hacer todo aquello en público, como si su existencia no tuviera el menor peso.
El ruido de los cubiertos chocando contra los platos y las conversaciones borrosas de los demás invitados eran un eco distante en los oídos de Mei. No importaba que estuvieran rodeados de gente; ella se sentía sola en medio de un caos al que no había pedido asistir.
Un mesero se acercó tímidamente para rellenar su copa, pero la evitó mirar a los ojos. Era evidente que todos sabían lo que estaba pasando, y la incomodidad impregnaba el aire. Mei soltó un suspiro seco, apartando la copa.
—No necesito más vino —murmuró con voz helada, sin siquiera dirigirle la mirada al mesero.
A lo lejos, los amantes seguían con su espectáculo. Suguru se arqueaba ligeramente contra Satoru, aferrándose a la barra como si fuera lo único que lo mantenía de pie. Los labios de Satoru se movían por su cuello, dejando marcas visibles que cualquiera con ojos podría notar.
Algunos invitados, demasiado borrachos para captar la incomodidad de la situación, miraban la escena entre risas nerviosas o comentarios obscenos. Otros simplemente se sumergían en su propio mundo, ignorando lo que ocurría frente a ellos.
Mei, en cambio, se sentía atrapada en un vórtice de humillación y rabia. Su respiración era lenta pero pesada, un intento por mantener la calma. No quería causar un escándalo, pero sabía que su paciencia estaba al borde del colapso.
En un momento, el ruido del lugar pareció apagarse para ella. Todo lo que podía escuchar era el eco de su propia voz en su mente, recordándose que no debía perder el control. Pero la imagen de Satoru besando a Suguru con tanta pasión, como si nadie más existiera, era una herida que seguía abriéndose más y más con cada segundo.
"¿Qué clase de broma es esta?", pensó, llevando una mano temblorosa a su copa nuevamente, esta vez con el único propósito de mantenerla ocupada.
Un grupo de invitados pasó junto a su mesa, riendo y tambaleándose, pero ella no les prestó atención. Todo su enfoque estaba en esa barra, en esa escena que no podía dejar de mirar.
Satoru, con una sonrisa satisfecha en los labios, deslizó una mano por la espalda de Suguru, atrayéndolo más hacia él.
—Eres tan mío... —murmuró lo suficientemente alto como para que Mei lo escuchara, aunque no estaba claro si lo hacía intencionalmente o si el alcohol hablaba por él.
Ese comentario fue la gota que colmó el vaso. Mei se levantó de la mesa con movimientos calculados, sus tacones resonando contra el suelo mientras se dirigía a los baños. No iba a enfrentarlo allí, no con todo el mundo mirando, pero tampoco iba a quedarse sentada como si nada estuviera pasando.
A medida que se alejaba, los meseros la siguieron con la mirada, como si esperaran una explosión que nunca llegó. Al llegar al baño, Mei cerró la puerta de un golpe, apoyándose contra el lavamanos mientras se miraba al espejo.
Sus ojos brillaban de rabia contenida, pero no iba a llorar. No por él. No por alguien que tenía tan poco respeto por ella.
Mientras tanto, en la barra, Satoru y Suguru continuaban sumidos en su propio mundo, sin darse cuenta del caos emocional que habían dejado tras ellos.
Suguru intentó apartarse, con el rostro enrojecido tanto por el alcohol como por la intensidad del momento. Jadeó, tratando de recobrar el aliento, mientras su mirada se encontraba con los ojos brillantes de Satoru, que no hacía más que sonreír con una mezcla de deseo y diversión.
—¿Vaya lugar para arreglarnos? —bromeó Satoru, su voz ligeramente arrastrada por la bebida. Su risa resonó cerca del oído de Suguru, que apenas podía procesar lo que estaba ocurriendo.
Suguru, a pesar de su estado borracho, intentó mantenerse firme y tomó un sorbo más de su bebida que había dejado descuidadamente en la barra. El alcohol ardía en su garganta, pero no lo suficiente como para calmar el torbellino en su mente.
—Y en tu boda, nada menos… —murmuró con una sonrisa torcida, sus palabras arrastradas y ligeramente resentidas—. Pagaría por ver la cara de la maldita de Mei Mei —añadió con veneno, casi escupiendo el nombre mientras daba un golpecito en el vaso vacío.
Satoru soltó una carcajada que hizo girar algunas cabezas distraídas, aunque nadie estaba lo suficientemente cuerdo para juzgarlos. Su mano vagó descaradamente por el muslo de Suguru mientras hablaba:
—¡Imagínate! Mei Mei regañándome hasta quedarme sordo. Pero, ¿sabes? —bajó el tono de su voz, sus labios peligrosamente cerca del cuello de Suguru—. Valdría cada segundo, solo por verte así.
Suguru se estremeció ante el roce y trató de apartarlo débilmente, pero era inútil. Entre el alcohol, la adrenalina y el calor que Satoru encendía en él, su resistencia no duraba más de un parpadeo.
—Satoru, no… —murmuró, aunque sus palabras carecían de firmeza, y en el fondo ambos sabían que no lo decía en serio.
—Shh… —Satoru lo interrumpió, llevándose un dedo a los labios de Suguru con una sonrisa pícara—. Nadie nos está mirando… o al menos, nadie que importe.
Y, como si quisiera probar su punto, volvió a besarlo, esta vez con más intensidad, como si el mundo a su alrededor no existiera. Las manos de Satoru se aferraron a la cintura de Suguru, atrayéndolo aún más cerca, ignorando completamente la incomodidad del bartender, que apartaba la mirada mientras fingía limpiar vasos que ya estaban relucientes.
Suguru, entre besos y risas ahogadas, se echó hacia atrás, apoyándose en la barra para no perder el equilibrio.
—Eres un idiota, Satoru… —dijo con una mezcla de fastidio y diversión, aunque su sonrisa lo delataba.
Satoru rio suavemente, sus labios todavía rozando los de Suguru.
—Y tú eres un desastre… pero un desastre que me pertenece.
Los dos continuaron su juego, completamente ajenos al caos emocional que habían dejado en Mei y al revuelo que estaban causando en los empleados del lugar. Era como si el mundo entero se hubiese reducido solo a ellos, dos amantes atrapados en un torbellino de emociones, risas y besos intoxicados.
Y aunque Suguru intentaba mantener una fachada de resistencia, no podía evitar rendirse ante la intensidad con la que Satoru lo miraba, como si fuera la única persona que importará en ese momento
El gemido de Suguru resonó en el aire cargado, un sonido entrecortado y lleno de emociones contradictorias. Satoru, perdido en su propio deseo, continuó con sus labios y lengua recorriendo la marca de enlace en el cuello de Suguru, esa cicatriz emocional que no podía borrar.
Pero entonces Suguru soltó un débil “P-para… por favor”, su voz quebrada y cargada de lágrimas. Sus dedos se aferraban con fuerza a la espalda de Satoru, no en un gesto de placer, sino como si tratara de encontrar algún tipo de ancla para no derrumbarse.
—Shh… tranquilo, no quiero hacerte daño, —murmuró Satoru contra su piel, pero no se detuvo. Su lengua seguía calmando el dolor de esa marca que no le pertenecía, que parecía gritar que Suguru había sido de otro, y eso lo enfurecía en silencio.
Sin embargo, Satoru no entendía —o no quería entender— que no estaba calmando el dolor, sino profundizándolo. Cada roce, cada presión de sus labios era como una aguja clavándose en las emociones rotas de Suguru.
—Satoru… —sollozó Suguru, su voz llena de desesperación. Lágrimas silenciosas comenzaron a rodar por sus mejillas, cayendo como gotas pesadas que llevaban consigo una mezcla de placer, culpa y dolor.
Satoru levantó la vista y lo vio. Por un segundo, su mundo pareció detenerse al encontrarse con los ojos llorosos de Suguru, llenos de emociones que no terminaba de comprender.
—¿Por qué lloras? —preguntó con un tono de confusión genuina, sus manos aún sujetando con fuerza las caderas de Suguru.
Suguru desvió la mirada, incapaz de sostener la intensidad de esos ojos azules.
—Porque… —tragó saliva, intentando controlar el nudo en su garganta—. Porque esa marca no es tuya… y duele.
El silencio que siguió fue atronador. Satoru frunció el ceño, y por un momento, el deseo que había estado nublando su juicio se desvaneció como el humo.
—Suguru… —intentó hablar, pero las palabras se le quedaron atoradas.
Suguru negó con la cabeza, apartándose un poco, aunque sus piernas temblorosas apenas podían sostenerlo.
—No puedo seguir fingiendo que estoy bien, Satoru. Esa marca… —se llevó una mano al cuello, como si intentara cubrirla—. Esa marca es un recordatorio de algo que no puedo cambiar… y de alguien que todavía no puedo olvidar.
Satoru lo miró en silencio, sus manos cayendo lentamente a sus costados. No sabía qué decir, porque en el fondo sabía que era verdad. Esa marca era un símbolo de un vínculo que él no podía romper, sin importar cuánto lo deseara.
Finalmente, Satoru dio un paso atrás, dándole el espacio que necesitaba.
—No quiero ser una sombra en tu vida, Suguru… —murmuró, su voz cargada de un dolor que rara vez mostraba.
Suguru lo miró, sus ojos todavía llenos de lágrimas, pero no dijo nada. Porque en ese momento, tampoco sabía qué era lo que quería.
Satoru permaneció en silencio, observando cómo Suguru luchaba por mantenerse firme, su respiración entrecortada, sus ojos inundados de emociones que parecían desbordarlo. Quería acercarse, sostenerlo, decir algo que arreglara lo que acababa de romper sin darse cuenta, pero una parte de él sabía que no era tan simple.
—Satoru… —Suguru finalmente rompió el silencio, su voz apenas un murmullo, cargada de agotamiento—. No puedo seguir así… No puedo.
Gojo frunció el ceño, un dolor desconocido atravesando su pecho. Ese "no puedo" resonaba en su cabeza como un eco que no quería aceptar. Dio un paso hacia Suguru, pero este retrocedió instintivamente, levantando una mano como barrera.
—No te acerques, por favor, —pidió, su voz temblando, pero con un tono decidido.
—Suguru, no tienes que enfrentarlo solo, —insistió Satoru, su tono ahora más suave, intentando conectar con él—. Yo… yo estoy aquí, contigo.
Suguru lo miró con una mezcla de tristeza y frustración.
—Eso es lo que no entiendes, Satoru, —dijo, pasándose una mano por el rostro mientras las lágrimas continuaban cayendo—. No importa cuánto lo intentes, cuánto me quieras… hay cosas en mí que tú no puedes arreglar.
Gojo se quedó inmóvil, sus manos cerrándose en puños a los costados.
—¿Es por él? —preguntó finalmente, su voz apenas audible, pero cargada de dolor.
Suguru desvió la mirada, pero no respondió. El silencio fue suficiente.
—¿Aún lo amas? —Satoru insistió, su tono más fuerte, aunque su corazón parecía romperse con cada palabra.
Suguru negó con la cabeza rápidamente.
—No, no es eso… —respondió apresurado, pero al instante vaciló—. O tal vez sí… no lo sé. Solo sé que esa marca me recuerda lo que fui… lo que dejé atrás y no puedo recuperar.
Satoru apretó la mandíbula, luchando contra las emociones que amenazaban con desbordarlo. Sentía una mezcla de celos, impotencia y un dolor profundo que nunca antes había experimentado.
—Entonces, ¿qué hacemos, Suguru? —preguntó, su voz quebrándose al final—. ¿Cómo sigo amándote si tú no puedes dejar atrás lo que te ata a él?
Las palabras golpearon a Suguru como un puñal, su respiración acelerándose mientras buscaba una respuesta, pero no la tenía. ¿Cómo podía explicarle a Satoru que el problema no era solo la marca o Toji, sino él mismo?
Finalmente, Suguru tomó una decisión, aunque le doliera más de lo que podía soportar.
—Tal vez… —comenzó, tragando saliva mientras reunía el valor para hablar—. Tal vez necesitas estar con alguien que no esté tan roto como yo.
Satoru lo miró con incredulidad, sus ojos llenándose de lágrimas por primera vez en mucho tiempo.
—No digas eso, —respondió con firmeza, acercándose a él a pesar de la barrera invisible que Suguru intentaba levantar—. No digas que estás roto, porque no lo estás. Eres humano, Suguru. ¿Acaso crees que yo no tengo cicatrices también?
Suguru lo miró, sorprendido por la intensidad de sus palabras, pero el peso en su pecho no desapareció.
—Satoru… yo no quiero arrastrarte conmigo en este caos.
Gojo dio otro paso hacia él, esta vez sosteniéndolo por los hombros.
—Entonces déjame ayudarte a salir, maldita sea, —dijo, su voz temblando con la fuerza de sus emociones—. No me importa lo que cueste, no me importa cuánto tiempo tome. No voy a dejarte.
Suguru lo miró, su visión borrosa por las lágrimas, pero esta vez no se apartó. La calidez de las manos de Satoru sobre sus hombros era lo único que lo mantenía de pie.
—Satoru… —susurró, su voz llena de gratitud y desesperación.
Gojo lo abrazó entonces, uniendo sus frentes mientras cerraba los ojos.
—No me importa cuánto duela, Suguru. Solo no te alejes de mí… por favor.
Suguru finalmente cedió, permitiendo que sus emociones lo consumieran mientras se aferraba a Satoru como si fuera lo único que lo mantenía a salvo en medio de la tormenta.
Vaya mala que estaba tomado..
—Lo extrañas.. verdad—dijo sombrío. Geto abrió sus ojos intentando apartarse de ese abrazo.
Suguru se quedó inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. Las palabras de Satoru resonaban en su mente, cada una como un golpe que lo hacía retroceder más y más hacia un rincón del que no sabía si podría salir.
—¿Q-qué...? —murmuró, su voz quebrada, apenas capaz de procesar lo que acababa de escuchar.
Satoru lo miraba con el ceño fruncido, sus ojos azules usualmente brillantes ahora opacados por el alcohol y una mezcla de celos y rabia.
—¡No me mientas, Suguru! —exclamó, dando un paso hacia él, su tono cargado de una agresividad que no parecía suya—. ¿Lo disfrutaste? ¿Te gustó cuando él te tomó, cuando te marcó como suyo?
Suguru sintió como si le hubieran arrancado el aire de los pulmones. Sus manos temblaban a los costados, mientras su pecho se llenaba de una sensación insoportable de angustia.
—Satoru… no digas eso, por favor… —rogó, su voz rota, como si estuviera al borde de romperse por completo.
—¿Por qué no? —replicó Gojo, alzando la voz aún más—. ¡¿Porque sabes que tengo razón?! ¿Porque sigues pensando en él cuando estás conmigo?
Suguru negó rápidamente, lágrimas acumulándose en sus ojos mientras daba un paso atrás, como si la cercanía de Satoru lo estuviera quemando.
—¡No es cierto! —gritó, desesperado—. ¡Yo no siento nada por él!
Satoru rio amargamente, un sonido que jamás habría salido de él en un estado normal.
—¿De verdad? —preguntó con sarcasmo, sus ojos clavándose en Suguru con una intensidad que lo hacía encogerse—. ¿Entonces por qué sigues llorando por esa maldita marca? ¿Por qué sigues aferrándote al dolor como si fuera un recuerdo preciado?
Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Suguru. Cada palabra de Satoru era como un puñal clavándose más y más profundo en su corazón.
—¡No es eso! —exclamó, casi gritando—. ¡No entiendes nada, Satoru!
Suguru se zafó del abrazo.
Gojo se acercó más, acorralándolo contra la pared, sus manos temblando mientras lo sujetaba por los hombros.
—Entonces explícamelo, —exigió, su voz quebrándose entre la rabia y el dolor—. ¡Hazme entender por qué siento que nunca seré suficiente para ti!
Suguru lo miró con los ojos llenos de lágrimas, su corazón hecho pedazos al ver a Satoru en ese estado.
—Satoru… tú siempre has sido suficiente para mí, —susurró, su voz apenas audible, pero cargada de honestidad—. Pero yo… yo soy quien no es suficiente.
Gojo apretó la mandíbula, su agarre en los hombros de Suguru aflojándose ligeramente.
—¿Por qué sigues castigándote? —preguntó en un tono más suave, aunque la rabia seguía latente en su mirada—. Yo estoy aquí, Suguru. ¿Acaso eso no importa?
Suguru bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de los ojos de Satoru.
—Sí importa, Satoru. Tú eres lo único que importa… pero no puedo borrar lo que pasó. No puedo borrar lo que soy.
El silencio que siguió fue insoportable, una brecha entre ambos que parecía insalvable. Finalmente, Satoru soltó un largo suspiro y se apartó, llevándose una mano al rostro como si intentara aclarar su mente.
—Maldición… —murmuró, su voz apenas audible.
Suguru, sintiéndose vacío, se abrazó a sí mismo, tratando de controlar el temblor en su cuerpo.
—Lo siento, —susurró, casi sin fuerzas—. Lo siento tanto…
Satoru lo miró de reojo, la culpa comenzando a filtrarse a través del velo del alcohol y la rabia. Dio un paso hacia él, pero Suguru levantó una mano, deteniéndolo.
—Déjame… por favor, —pidió, su voz temblando mientras las lágrimas seguían cayendo—. Solo… necesito tiempo.
Satoru quiso replicar, decirle que no lo dejaría solo, pero algo en la expresión de Suguru lo detuvo. Con un nudo en la garganta, asintió lentamente y se apartó, dejándolo solo con su dolor.
Satoru sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de Suguru. Su corazón se encogió de dolor, la culpa lo aplastaba como un peso insoportable. Se aferró al Omega, abrazándolo con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento.
—No volveré a hacerlo, lo juro, Suguru. —Su voz temblaba, llena de arrepentimiento—. Nunca más diré algo tan estúpido. Por favor… no me dejes.
Suguru, aún abrazado a sí mismo, lo miró con ojos vidriosos. Su expresión era una mezcla de tristeza y esperanza, como si quisiera creer en las palabras de Satoru, pero temiera hacerlo.
—Satoru… yo te amo, pero no puedo soportar que dudes de mí de esa manera, —dijo suavemente, su voz rota pero firme—. Me costó demasiado dejar atrás esa noche, y lo hice por ti, porque quiero estar contigo… pero necesito que confíes en mí.
Satoru asintió rápidamente, sus ojos reflejaban el dolor que sentía al ver a Suguru en ese estado.
—Lo haré, te lo prometo. —Levantó la mano y acarició la mejilla de Suguru con ternura, limpiando las lágrimas que aún caían—. Eres lo más importante para mí, y nunca más pondré en duda lo que sientes.
Suguru suspiró, permitiendo que Satoru lo abrazara de nuevo. Aunque aún sentía un peso en el pecho, el calor del alfa le daba una sensación de seguridad que tanto necesitaba.
—Te perdono, Satoru, pero quiero que entiendas algo, —dijo con firmeza, apartándose ligeramente para mirarlo a los ojos—. Si vuelves a insinuar que amo a Toji, aunque sea una sola vez más… me iré. No importa cuánto te ame, no puedo vivir con eso.
Las palabras cayeron como un golpe en Satoru, quien tragó saliva y asintió con seriedad.
—Lo entiendo, Suguru. No volverá a pasar. Haré todo lo que esté en mis manos para demostrarte que confío en ti, porque lo hago. —Su voz estaba cargada de determinación y sinceridad.
Suguru lo miró por unos segundos más, evaluando sus palabras, y finalmente asintió débilmente.
—Está bien… confío en ti, Satoru, —murmuró, recostando su cabeza en el pecho del alfa, buscando consuelo en su abrazo—. Pero necesito que me demuestres que puedo seguir haciéndolo.
Satoru lo abrazó más fuerte, besando la cima de su cabeza con delicadeza.
—Lo haré, todos los días, si es necesario. No volveré a fallarte, mi amor, —prometió, dejando que el silencio llenara el espacio entre ellos, un silencio que aunque tenso, estaba lleno de esperanza.
Suguru cerró los ojos, dejando que el cansancio emocional lo venciera. Aunque aún quedaban heridas por sanar, en ese momento, necesitaba creer en las palabras de Satoru y en el amor que compartían.
Mientras Satoru y Suguru seguían abrazados, tratando de sanar el momento tenso, no se dieron cuenta de los curiosos ojos que los observaban desde no muy lejos.
Utahime, con los brazos cruzados, observaba todo desde una mesa cercana. Su ceño estaba profundamente fruncido, y aunque intentaba mantenerse neutral, el espectáculo frente a ella no dejaba de incomodarla.
—¡¿Ves eso, Nanami?! ¡Esto es exactamente lo que pasa cuando mezclas amor y alcohol! —exclamó, golpeando ligeramente al rubio en el brazo, lo que lo hizo sobresaltarse.
—¡Utahime, por favor, cálmate! —dijo Nanami con un tono exasperado, ajustándose las gafas mientras trataba de entender por qué su amiga estaba tan alterada—. No entiendo por qué me estás agitando a mí, yo no tengo nada que ver con esto.
—¡Porque alguien tiene que reaccionar a esta escena! —gruñó ella, señalando a la pareja abrazada.
—Creo que están arreglándolo... —intentó justificar Nanami, aunque incluso él no estaba seguro de sus palabras.
Mientras tanto, Shoko, quien estaba claramente demasiado ebria como para prestar completa atención, se recostaba en el borde de la mesa con los ojos entrecerrados. Soltó un pequeño ronquido, pero de vez en cuando abría un ojo para mirar la escena de reojo.
—¿Eh? ¿Ya hicieron las paces? —murmuró en voz baja, medio dormida—. Qué rápido... Deberían tomarse su tiempo, hacer más drama, ya saben... algo de calidad para el espectáculo.
A unos pasos de distancia, Haibara estaba completamente envuelto en sus emociones. Con lágrimas corriendo por sus mejillas, se cubría la boca para no sollozar demasiado fuerte.
—¡Es tan hermoso! —lloriqueó—. Su amor es como un poema trágico... dulce pero lleno de dolor. ¡Qué afortunado soy de presenciar algo tan puro y complicado!
Utahime giró los ojos, claramente agotada por la reacción exagerada de su amigo.
—Haibara, ¿en serio? ¿Por qué siempre lloras con estas cosas?
—¡Porque es el amor verdadero! —respondió dramáticamente, secándose las lágrimas con una servilleta.
Mientras tanto, Satoru y Suguru, completamente ajenos a los comentarios y las reacciones de sus amigos, permanecían abrazados. Satoru, ahora más sobrio emocionalmente, acariciaba suavemente el cabello de Suguru, mientras este último respiraba profundamente, tratando de calmarse.
Utahime, finalmente, suspiró con resignación.
—Al menos todo terminó sin golpes... supongo, —murmuró.
Nanami asintió lentamente, aunque por dentro deseaba no haber sido testigo de nada.
La noche había llegado a su fin, y poco a poco todos comenzaron a dispersarse. Utahime, con un suspiro de agotamiento, cargaba literalmente como un costal a su pareja, que estaba completamente inconsciente tras haber bebido más de la cuenta.
—¿Por qué siempre me toca a mí lidiar con esto? —gruñó mientras avanzaba, tambaleándose un poco bajo el peso. A lo lejos, vio a Satoru, quien, con una sonrisa satisfecha pero claramente cansado, llevaba a Suguru en sus brazos.
Suguru estaba completamente fuera de sí, incapaz de mantenerse en pie por la cantidad de alcohol que había consumido. Apenas murmuraba palabras incomprensibles mientras se aferraba al cuello de Satoru como un niño necesitado de consuelo.
—Eres un desastre, pero un desastre adorable, —le susurró Satoru, mientras ajustaba el peso de su amante en sus brazos y avanzaba con pasos firmes hacia el auto.
Utahime observó la escena por unos segundos y resopló.
—No puedo creer que esos dos sean tan... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Tan ridículamente intensos.
Mientras tanto, Nanami caminaba detrás de Haibara, quien no podía dejar de sollozar.
—¡Es que su amor es tan perfecto! —lloriqueaba Haibara, limpiándose las lágrimas con un pañuelo—. Satoru y Suguru son la definición de almas gemelas. ¡Qué hermoso es ver cómo luchan por estar juntos!
Nanami, con una mezcla de incredulidad y resignación, lo miraba de reojo mientras trataba de mantener la calma.
—Haibara, es tarde. Necesitas descansar. Además, creo que exageras un poco.
Pero Haibara no podía ser detenido. Apenas vieron a Satoru y Suguru, Haibara corrió hacia ellos con lágrimas frescas en los ojos.
—¡Satoru! ¡Suguru! —exclamó, deteniéndose frente a ellos.
Satoru, sosteniendo a un Suguru medio inconsciente, arqueó una ceja con curiosidad.
—¿Qué pasa, Haibara?
—¡Solo quería felicitarlos! —dijo Haibara, sin poder contener la emoción—. Su amor es tan inspirador... ¡tan puro! Estoy seguro de que ustedes son un ejemplo para todos nosotros.
Satoru parpadeó sorprendido, mientras una risa suave escapaba de sus labios.
—Gracias, Haibara. Aprecio el entusiasmo, —dijo con una sonrisa torcida, aunque claramente divertido por la escena.
Suguru, que había logrado abrir los ojos un poco, miró a Haibara con confusión y murmuró débilmente:
—¿Por qué... estás llorando...?
Haibara soltó un sollozo aún más fuerte y se inclinó hacia Suguru, agarrando su mano.
—¡Porque ustedes son perfectos juntos! Es simplemente demasiado para mi corazón.
Nanami, a pocos pasos de distancia, se llevó una mano al rostro, claramente abrumado por la situación.
—Haibara, ya basta, por favor.
Satoru, intentando no reírse demasiado fuerte, asintió hacia Nanami y le dio una palmadita en el hombro.
—Llévatelo a casa antes de que despierte a todo el vecindario, —bromeó.
Finalmente, Haibara fue arrastrado por Nanami, aunque seguía llorando y lanzando felicitaciones desde lejos.
Satoru negó con la cabeza mientras ajustaba a Suguru en sus brazos.
—Bueno, creo que esa fue la forma más intensa de cerrar la noche, ¿no crees, amor? —susurró.
Suguru, con la mirada borrosa y una sonrisa débil, simplemente murmuró:
—Te amo, Satoru...
Y así, la noche terminó mientras cada uno regresaba a casa, llevando consigo las memorias caóticas de un día lleno de emociones.
---
Satoru llegó a casa a toda velocidad con Suguru a su lado, quien, aún borracho, no dejaba de murmurar entre risas y susurros.
—Satoru, ¿sabías que te ves increíble cuando manejas? —dijo Suguru, tocando suavemente el brazo de Satoru mientras se inclinaba hacia él.
—¿Ah, sí? Pues deja de decir esas cosas mientras conduzco, ¿eh? —respondió Satoru con una sonrisa divertida, disfrutando de las palabras de Suguru, a pesar de que estaba completamente borracho.
Suguru, con los ojos entrecerrados por el alcohol, continuó.
—Amo cómo me haces sentir, cómo te mueves, cómo... —Satoru lo miró y, aunque no pudo evitar reírse, respondió de forma juguetona.
—Te estás volviendo un poco atrevido, ¿eh? Te vas a caer de la banca si sigues así.
Suguru no pudo evitar sonrojarse, aunque su sonrisa de satisfacción no desapareció.
—Solo te lo digo porque no puedo dejar de pensar en ti... ¿sabes? Eres mi obsesión, Satoru —dijo, soltando una risa baja, casi incomprensible por lo borracho que estaba.
Cuando finalmente llegaron a casa, Satoru ayudó a Suguru a bajar del coche. El cuerpo de Suguru se tambaleó un poco y Satoru lo sostuvo con firmeza, sin dejar de reír suavemente por la forma en que su amante aún seguía coqueteando con él, sin importarle lo cansados o ebrios que estuvieran.
—Vamos, amor, te llevo a descansar —dijo Satoru con una sonrisa amplia, mientras guiaba a Suguru hacia la puerta de la casa.
Suguru, abrazándose a él mientras caminaban, no dejaba de decirle palabras dulces y traviesas.
—No sabes lo afortunado que me siento de tenerte —susurró Suguru cerca de su oído, provocando que Satoru se sonrojara levemente, aunque respondiera con cariño.
—Yo también me siento afortunado, —dijo Satoru, mientras abría la puerta y los dos entraban a la casa, el uno apoyado en el otro, disfrutando de ese momento, a pesar de todo lo ocurrido esa noche.
Al llegar dentro, Satoru le ayudó a quitarse los zapatos a Suguru, llevándolo hasta la habitación.
—Descansa, te tengo que cuidar como un bebé ahora, —comentó Satoru con una sonrisa divertida, mientras ayudaba a Suguru a acomodarse en la cama.
Suguru le sonrió con los ojos entrecerrados y murmuró algunas palabras que Satoru no entendió completamente, pero que de alguna manera le hicieron sonreír.
—Te amo, Satoru, —dijo Suguru antes de caer en un sueño ligero, dejándose llevar por el cansancio y el alcohol.
Satoru lo observó un momento, el amor reflejado en su mirada, antes de apagar la luz y salir de la habitación. Aunque estaba exhausto, no podía evitar sentirse afortunado de tener a Suguru a su lado.
Satoru salió de la habitación tras asegurarse de que Suguru estaba cómodo y descansando. Al bajar las escaleras, un pequeño sonido de alegría llamó su atención. Al girar, vio a Tsumiki corriendo hacia él con una gran sonrisa en su rostro.
—¡Papi, volviste! —exclamó Tsumiki, abrazando con fuerza la pierna de Satoru.
Satoru, sonriendo ampliamente, se agachó para abrazarla y le acarició el cabello.
—Sí, pequeña, volví. ¿Cómo estás? —le preguntó, levantándola un poco en el aire para darle un pequeño giro.
—¡Estoy bien! Pero, mamá... está rara, ¿por qué está rara? —Tsumiki preguntó, algo preocupada al notar la actitud extraña de su madre.
Satoru sonrió de manera relajada para calmarla.
—Mami está bien, solo un poco cansada, ¿vale? Ya se le pasará. ¿Qué te parece si hacemos algo rico para cenar? —le preguntó, para cambiar de tema y tranquilizarla.
Los ojos de Tsumiki brillaron con emoción.
—¡Quiero hotcakes! —dijo rápidamente, con la voz llena de entusiasmo.
Satoru rió suavemente y asintió, sin dudar ni un momento.
—¡Hotcakes! Claro, te haré unos deliciosos, pero vamos a tener que esperar un ratito. ¿Qué te parece si nos ponemos a ver una película mientras? —propuso, guiándola hacia la cocina.
Tsumiki asentó y corrió hacia el sofá, mientras Satoru se dirigía hacia la cocina con una sonrisa en su rostro. Sabía que hacer hotcakes para ella era algo sencillo, pero ver su cara de felicidad siempre le alegraba el día.
En la cocina, comenzó a sacar los ingredientes. Harina, huevo, leche, un poco de mantequilla... lo necesario para hacer los hotcakes más esponjosos que Tsumiki pudiera imaginar. Mientras mezclaba los ingredientes, Satoru pensaba en cómo su vida había cambiado desde que conoció a Suguru, pero también cómo el amor de su hija siempre lograba darle ese equilibrio que tanto necesitaba.
Cuando los hotcakes estuvieron listos, los sirvió en un plato grande con un toque de miel por encima. Satoru llevó el plato a la mesa, donde Tsumiki lo esperaba con los ojos brillantes de emoción.
—¡Aquí tienes! ¡Tus hotcakes de papá! —dijo Satoru, colocando el plato frente a ella.
Tsumiki miró los hotcakes y luego abrazó a Satoru con una gran sonrisa.
—¡Gracias, papi! —dijo, antes de lanzarse a comer con gusto.
Satoru la observó por un momento, sintiéndose feliz de verla disfrutar de algo tan simple, pero tan importante para ella. A pesar de todo lo que había sucedido esa noche, ver a Tsumiki tan contenta lo hacía sentir que todo valía la pena.
Mientras Satoru estaba sirviendo los hotcakes y disfrutaba de la compañía de Tsumiki, su teléfono vibró sobre la mesa. Al verlo, vio que era una llamada de Mei. Suspiró, sabiendo perfectamente lo que quería decirle, pero no tenía ganas de enfrentarse a eso en ese momento.
—¿Sí? —respondió sin demasiada prisa, sabiendo que estaba a punto de recibir la acostumbrada exigencia de Mei.
La voz de Mei sonó del otro lado de la línea, fuerte y firme.
—¡Satoru! Necesito que estés en el salón ahora, ¡no me hagas esperar más! —dijo, con una mezcla de frustración y furia.
Satoru levantó una ceja y miró a Tsumiki, que seguía comiendo alegremente.
—No voy a ir, Mei —respondió, cortante, sin dudar ni un segundo—. Tengo cosas más importantes que atender ahora. Nos vemos.
Sin esperar a una respuesta, colgó la llamada de manera abrupta. Guardó el teléfono en su bolsillo y se volvió hacia Tsumiki, quien lo miraba curiosa, ajena a la conversación.
—Nada de qué preocuparse, Tsumiki. ¿Listos para terminar la película? —dijo Satoru con una sonrisa, tratando de dejar atrás la tensión de la llamada.
Tsumiki asintió emocionada, sin saber nada de la llamada que acababa de recibir su padre. Mientras ella se acomodaba en el sofá, Satoru se sentó junto a ella, sintiendo cómo el peso de la noche se desvanecía poco a poco al estar con ella.
Pero la llamada de Mei seguía rondando en su mente. A pesar de todo, en ese momento lo único que importaba era hacer sentir especial a Tsumiki y, quizás, intentar comprender mejor lo que había pasado con Suguru. Sin embargo, por ahora, la calma en su hogar era lo que más necesitaba.
Suguru, aún algo aturdido por el alcohol y la emoción de la noche, se levantó lentamente del sofá, mirando a su alrededor con una ligera confusión. Su cuerpo parecía responder de manera más eficaz de lo que había anticipado, considerando el estado en el que había estado antes. Se estiró un poco, sorprendido al sentir que podía caminar sin problemas. La tensión y el dolor que había sentido antes, producto de la borrachera, se habían disipado en su mayoría.
—¿Vaya? —murmuró para sí mismo, dando unos pasos tentativos alrededor de la habitación—. No esperaba esto, pero... supongo que es un alivio.
Satoru lo miró desde donde estaba, con una ligera sonrisa en el rostro.
—Te recuperaste rápido, ¿eh? —comentó, con un tono algo burlón pero cariñoso, observando cómo Suguru se desplazaba con cierta gracia a pesar del estado en el que había estado poco antes.
Suguru levantó una ceja y se acercó a él, sonriendo de manera juguetona.
—Tal vez no lo creas, pero incluso con todo el alcohol, soy resistente —respondió con un toque de arrogancia, pero sin perder su tono amable.
Satoru lo miró con una expresión divertida y negó con la cabeza.
—No me hagas reír. A veces parece que puedes hacer cualquier cosa, incluso con tu forma de ser tan dramático.
Suguru lo miró, pero algo en su mirada cambió. No estaba tan centrado en el tono juguetón de Satoru. Por un momento, se sintió completamente vulnerable y, aunque no lo dijera, se le veía un poco perdido en sus pensamientos.
—A veces, ni yo sé cómo... —murmuró, más para sí mismo que para Satoru, mientras caminaba hacia la ventana y miraba hacia fuera, donde la noche comenzaba a caer con su silencio.
Satoru, notando el cambio en la actitud de Suguru, se acercó a él, poniéndole una mano en el hombro. La suavidad de su gesto era una forma de reconfortarlo, sin necesidad de palabras.
—Está bien —dijo con una sonrisa cálida, tratando de tranquilizarlo—. Todo va a estar bien.
Suguru lo miró brevemente, con una expresión agradecida y algo triste, antes de asentir ligeramente. A pesar de lo que había pasado esa noche, algo dentro de él le decía que la relación con Satoru estaba lejos de ser fácil, pero quizás, por primera vez, podría ser lo que realmente necesitaba para sanar.
Suguru permaneció en silencio por un momento, contemplando la ciudad a través de la ventana, como si estuviera tratando de ordenar sus pensamientos. El peso de la conversación de antes, las emociones a flor de piel, todo parecía acumularse en su mente. No estaba seguro de cómo expresar lo que sentía, pero el peso en su pecho era innegable.
Satoru, sintiendo el cambio en el ambiente, decidió romper el silencio con una pregunta suave, casi en susurro.
—¿Te sientes mejor ahora? —dijo, su tono sincero. Sabía que el estado de Suguru no era solo físico, sino también emocional.
Suguru giró lentamente, mirando a Satoru, quien se mantenía cerca, con su mirada fija en él, buscando algo de respuesta en sus ojos. El calor que irradiaba la cercanía de Satoru le brindaba una extraña calma, algo que no había sentido en mucho tiempo.
—No estoy seguro. —La respuesta fue honesta, con un toque de vulnerabilidad que raramente dejaba ver. —A veces... siento que no lo soy, Satoru. Como si parte de mí se quedara atrapada en el pasado, mientras tú sigues adelante.
Satoru frunció el ceño, la preocupación visible en sus ojos. No había forma de que no se diera cuenta de lo que había estado ocurriendo en la mente de Suguru. Aquella noche había sido más que solo una borrachera, había destapado algo más profundo.
—No tienes que cargar con todo eso solo. —Satoru dio un paso más cerca, sus palabras calmadas pero firmes—. No voy a irme de tu lado. Ni ahora, ni nunca.
Suguru lo miró fijamente, con una mezcla de agradecimiento y duda. Había algo en las palabras de Satoru que le daba esperanza, pero también le resultaba difícil creer en algo tan absoluto después de todo lo que había vivido.
—Lo sé. —respondió, aunque su voz sonaba algo insegura. —Pero no quiero que todo esto sea un peso para ti. A veces siento que te hago más daño que bien.
Satoru negó con la cabeza, la firmeza en su postura se mantenía intacta.
—No me haces daño, Suguru. —dijo con una sonrisa suave—. Estás luchando, lo sé. Pero yo estoy aquí. ¿Lo entiendes?
Suguru lo miró, la tensión de su cuerpo disminuyendo poco a poco al escuchar esas palabras. Satoru nunca había sido de promesas vacías, siempre había actuado según lo que decía. Y, aunque sus inseguridades le decían que no debía confiar en algo tan inquebrantable, una pequeña parte de él quería hacerlo. Quería dejarse llevar por el consuelo de saber que alguien más, alguien importante, estaría allí para él.
—Lo entiendo... —murmuró, su voz más suave, más vulnerable ahora.
Satoru extendió la mano, tocando suavemente la mejilla de Suguru. El contacto, aunque sutil, estaba lleno de cariño, una forma silenciosa de decirle que no importaba lo que había pasado, lo que estaban viviendo, todo estaría bien.
—Vamos, —dijo Satoru, tomando su mano—. Te prometo que mañana todo será mejor. Ahora, vamos a prepararte esa cena que dijiste. Un poco de comida puede hacer maravillas.
Suguru no dijo nada más, pero la ligera sonrisa en su rostro fue suficiente para confirmar que, aunque aún quedaban muchas dudas por resolver, estaba dispuesto a seguir adelante. Y tal vez, solo tal vez, Satoru estaba comenzando a ser el ancla que tanto necesitaba en su vida.
Juntos, caminaron hacia la cocina, dejando atrás las sombras de la noche para enfrentarse a un nuevo día con la esperanza de que, tal vez, esta vez las cosas podrían ser diferentes.
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Suguru se sintió mal, el exceso de alcohol había pasado factura. Se inclinó sobre el inodoro, con un semblante agotado. Satoru se acercó rápidamente, preocupado al ver cómo su amigo luchaba con el malestar.
—Probablemente fue por tomar tanto —murmuró Suguru entre jadeos, intentando mantenerse erguido.
Satoru permaneció a su lado, sin dejarle solo, mientras Suguru seguía vomitando. La pequeña Tsumiki observaba desde la puerta del baño, con el ceño fruncido por la preocupación.
—Ya... ya estoy mejor... —Suguru dijo, tratando de calmarse, pero su cuerpo aún reaccionaba con náuseas.
—Tranquilo, Suguru... —respondió Satoru con una sonrisa tranquilizadora, tratando de aligerar el ambiente. —Sigue sacando todo lo que puedas, ya verás que te sentirás mejor.
Suguru lo miró de reojo, algo irritado por la actitud despreocupada de Satoru, pero al mismo tiempo agradecido por la compañía.
Tsumiki observaba desde la puerta del baño, claramente preocupada al ver a su "mami" corriendo a vomitar. La pequeña frunció el ceño, molesta, y se acercó a su "papi". Le dio un golpecito en la pierna, lo que hizo que Satoru se quejara levemente y desviara la atención hacia ella.
—¡Embarazaste a mami! ¡Y ahora está sufriendo! —exclamó con firmeza, cruzándose de brazos.
Suguru, que apenas podía mantenerse derecho, se sonrojó de inmediato, sus ojos se abrieron como platos. Mientras tanto, Satoru no pudo evitar soltar una carcajada, tapándose la boca con una mano para no incomodar más al Omega.
—¿Eh? ¿Así que ahora es mi culpa? —bromeó Satoru, inclinándose para mirar a Tsumiki. —Bueno, creo que no estamos exactamente en ese caso, pequeñita, pero... ¡yo jamás dejaría sufrir a tu mami! —dijo guiñándole un ojo.
Suguru lo miró con una mezcla de vergüenza y enfado. —Satoru, no le metas ideas raras... —murmuró débilmente mientras se apoyaba en el borde del lavabo, tratando de recuperar la compostura.
Satoru notó que Suguru apenas podía mantenerse en pie y dejó de bromear. Se levantó de donde estaba para acercarse y ayudarlo a estabilizarse, colocando con cuidado una mano en su espalda y otra en su brazo.
—Tsumiki, mami necesita descansar un poco. Ve al sofá mientras lo llevo a la cama, ¿sí? —dijo con una sonrisa tranquilizadora, aunque en su mirada se notaba cierta preocupación.
Tsumiki asintió, aunque todavía fruncía el ceño. —Está bien, pero si vomita otra vez, avísame. Yo sé cómo cuidar a mami también. —La pequeña corrió hacia la sala, dejando a Satoru y Suguru en el baño.
—¿Ves? Ahora hasta Tsumiki está en tu equipo —bromeó Satoru, ayudando a Suguru a caminar hacia su habitación.
—Cállate... esto es tu culpa —murmuró Suguru, aunque su tono era más agotado que molesto. Se dejó guiar por Satoru, quien lo acomodó cuidadosamente en la cama.
—Sí, claro, todo lo malo siempre es mi culpa. —Satoru rodó los ojos con exageración antes de cubrir a Suguru con una manta. Luego, se inclinó para colocarle un beso en la frente. —Ahora, descansa un poco. Voy a ver qué hace Tsumiki.
Suguru lo observó, aún sintiendo la molestia en su cuerpo, pero también una leve calidez por los cuidados de Satoru.
—No hagas que coma tanto azúcar —dijo débilmente antes de cerrar los ojos.
Satoru se rió suavemente. —No prometo nada.
Cuando volvió a la sala, encontró a Tsumiki sentada en el sofá, abrazando una almohada y mirando el reloj con impaciencia.
—¿Ya está mejor mami? —preguntó con ojos grandes y preocupados.
—Sí, pequeña. Solo necesita descansar un rato. Ahora, ¿qué te parece si hacemos esos hotcakes que querías? —propuso, buscando distraerla.
Tsumiki sonrió ampliamente, dejando a un lado su preocupación. —¡Con mucha miel, papi!
—Claro, claro, pero si tu mami me regaña después, tú me defiendes, ¿trato hecho? —dijo mientras se dirigía a la cocina, Tsumiki siguiéndolo de cerca.
—¡Hecho! —respondió con entusiasmo.
Mientras preparaban la cena, Satoru no podía evitar lanzar miradas hacia la habitación, asegurándose de que Suguru estuviera bien. Aunque mantenía la calma frente a Tsumiki, en su interior se sentía culpable por no haberlo detenido antes de que bebiera tanto.
"Debería cuidar mejor de ellos" pensó mientras servía los hotcakes en el plato de la pequeña, dedicándole una sonrisa cariñosa para que no se preocupara más.
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Ijole Aki les traigo su regalo de fin de año, y está muy bellio (no)
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