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Toji estacionó el auto frente al edificio de Shoko. Suguru estaba débil, apenas podía mantenerse despierto. Su cuerpo, agotado por el celo y las emociones intensas, parecía ceder más con cada minuto.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Toji, mirando al Omega con preocupación mientras lo ayudaba a salir del auto.

Suguru asintió débilmente. —Shoko me cuidará… no te preocupes. Tú también necesitas descansar.

Toji lo ayudó a subir los escalones con cuidado, sujetaándolo firmemente por la cintura para evitar que se tambaleara. Aunque intentó mantener la compostura, la fragilidad de Suguru lo inquietaba profundamente.

Al llegar, tocaron la puerta. Shoko abrió, adormilada, con el cabello despeinado y en pijama. Sus ojos se entrecerraron por el cansancio, pero se abrieron completamente al ver la figura de Toji junto a Suguru.

—¿Qué demonios…? —preguntó, mirando al Alfa con desconfianza antes de posar su vista en Suguru.

—Es… una larga historia. ¿Puedo quedarme contigo esta noche? —pidió Suguru, con un hilo de voz.

Shoko asintió sin dudar. —Por supuesto. Pasa.

Mientras Suguru entraba tambaleándose, Toji lo siguió con una expresión seria. Aunque no era alguien que acostumbrara a sonreír, intentó suavizar sus rasgos al cruzar miradas con Shoko.

—Gracias por recibirlo. Necesitaba un lugar seguro —dijo Toji.

Shoko lo miró con curiosidad antes de cerrarle la puerta. —¿Quién eres?

—Toji Fushiguro. Amigo de Suguru —respondió, desviando la mirada.

Shoko alzó una ceja, claramente desconfiada. —Bueno, amigo o no, parece que te preocupas mucho por él.

Suguru se dejó caer en el sofá apenas entraron, pero de repente rompió en llanto, incapaz de contener más las emociones acumuladas. Shoko y Toji se acercaron de inmediato, alarmados.

—¡Suguru! —exclamó Shoko, poniéndose de cuclillas frente a él.

Toji, sin pensarlo dos veces, lo envolvió en un abrazo firme, acunándolo en su regazo como si fuera lo más natural del mundo. El Omega temblaba entre sus brazos, pero poco a poco comenzó a calmarse al sentir las feromonas reconfortantes del Alfa.

—Estoy aquí… todo está bien ahora —susurró Toji, acariciándole la espalda con suavidad.

Shoko observó la escena en silencio, con una mezcla de sorpresa y admiración. No esperaba ver a un Alfa actuar de manera tan delicada y comprensiva. Era evidente que Toji no estaba allí solo por compromiso; realmente se preocupaba por Suguru.

Cuando Suguru logró calmarse lo suficiente, explicó entre sollozos lo que había ocurrido con Satoru. Sus palabras hicieron que Shoko apretara los puños con furia.

—Ese imbécil no va a cambiar nunca… —murmuró Shoko con desprecio.

En ese momento, Utahime bajó las escaleras, atraída por los ruidos. Al ver a Suguru destrozado y a Toji abrazándolo, su rostro se tensó.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó, mirando a Shoko con seriedad.

Suguru, con la voz entrecortada, le explicó lo sucedido. Utahime apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos.

—¿Gojo? Ese idiota… lo voy a matar —gruñó, llena de rabia.

Su mirada se posó en Toji, y no pudo evitar notar la postura protectora que tenía hacia Suguru.

—¿Y tú quién eres? —preguntó con brusquedad.

Toji levantó la vista, incómodo por la atención. —Soy Toji Fushiguro… amigo de Suguru.

Shoko soltó una risa irónica. —Déjalo como el novio de Suguru.

La pareja se quedó boquiabierta, completamente sonrojada. Suguru desvió la mirada, avergonzado, mientras Toji fruncía el ceño, intentando no mostrar cómo esas palabras lo afectaban.

—Shoko, no digas tonterías… —murmuró Suguru, pero Shoko lo interrumpió con un gesto firme.

—Suguru, después de esto, te recomiendo que dejes a Gojo. No puedo apoyar a alguien que ha cruzado esa línea contigo. Pero estaré contigo en cualquier decisión que tomes.

Utahime desvío la mirada.. sabía que su amigo tal vez, pudo aver estado en un momento difícil. Pero no quería hablar y dar su opinión, aparte que el alfa nuevo le intrigba.

Toji apretó suavemente el hombro de Suguru, llamando su atención. —Estoy aquí contigo. No estás solo.

Aunque Suguru agradecía las palabras de apoyo, su corazón seguía dividido. Una parte de él tenía la esperanza de que Satoru cambiara, de que aún pudieran salvar lo que tenían. Pero otra parte, la que temblaba de miedo al recordar lo sucedido, sabía que tal vez esa esperanza era en vano.

—Gracias… a todos. Necesito tiempo para pensar —susurró Suguru, secándose las lágrimas.

Toji asintió, respetando su decisión, aunque en el fondo deseaba que Suguru pudiera liberarse del vínculo tóxico que tenía con Satoru. Lo único que quería era verlo sanar y ser feliz, incluso si eso significaba que no fuera a su lado.

La escena se traslada a un apartamento minimalista, donde Satoru, con la mirada perdida y el rostro marcado por el agotamiento, sostiene su teléfono con manos temblorosas. Había intentado contenerse, pero la culpa y el vacío lo estaban destrozando. Finalmente, marca el número de Kento Nanami, su última esperanza de redención.

El tono del teléfono suena varias veces antes de que la voz profunda y calmada de Kento responda.

—¿Gojo? ¿Qué necesitas? —pregunta Nanami, con el tono formal y reservado de siempre.

Satoru titubea, tragando saliva antes de responder. —Nanami… hice algo horrible.

La línea se queda en silencio por un momento antes de que Kento suspire con exasperación.

—No me sorprende. ¿Qué hiciste esta vez?

Satoru se frota el rostro, sintiendo el peso de sus acciones aplastarlo. —Intenté… intenté forzar a Suguru. Perdí el control.

El silencio al otro lado de la línea se vuelve denso, casi insoportable, antes de que Kento hable nuevamente, esta vez con un tono cortante.

—¿Me estás diciendo que intentaste abusar de él? —pregunta, su voz cargada de desaprobación.

—¡No fue así! Bueno… sí, pero no quise hacerlo. No pensé con claridad… estaba celoso, desesperado. Pensé que lo estaba perdiendo —admite Satoru, su voz rompiéndose al final.

Kento suspira, su paciencia al límite. —Satoru, siempre has sido arrogante, pero esto… esto cruza una línea que no puedo tolerar. Suguru confió en ti, y lo traicionaste de la peor forma.

—¡Lo sé! —grita Gojo, con lágrimas acumulándose en sus ojos. Su ego y orgullo estaban destrozados, pero no más que su corazón.

—¿Entonces por qué me llamas? ¿Esperas que justifique tus acciones? —pregunta Nanami, su voz fría como el hielo.

—No… quiero que me ayudes a arreglarlo —responde Satoru, su tono implorante.

Kento, quien ya había considerado colgar y bloquearlo, cierra los ojos con frustración. —¿Arreglarlo? Satoru, esto no es algo que puedas solucionar con una disculpa o con tus típicas excusas arrogantes. Suguru necesita espacio, y tú necesitas enfrentar las consecuencias de tus acciones.

—¡Por favor, Nanami! Sólo… dile que lo siento, que lo amo y que lo necesito. Dile que voy a cambiar. Haz que vuelva conmigo —suplicó Gojo, finalmente rompiéndose. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro mientras su voz se volvía más desesperada.

El silencio del otro lado era ensordecedor. Kento estaba considerando bloquear a Gojo en ese momento, incapaz de soportar más su irresponsabilidad. Sin embargo, escuchar a Satoru llorar, algo que nunca había presenciado en todo el tiempo que lo conocía, lo detuvo.

—Satoru… —comenzó Kento con un tono más suave, aunque seguía siendo firme—. Esto no se trata de ti. Suguru está herido, física y emocionalmente, por lo que le hiciste. Si realmente lo amas, dale espacio. Demuéstrale que puedes cambiar, pero no esperes que lo haga ahora ni que sea fácil.

—No puedo… no puedo perderlo, Nanami —murmuró Satoru, su voz rota.

—Entonces empieza por cambiar, y deja que él decida si quiere o no volver. Pero déjalo en paz por ahora. No es algo que puedas arreglar hablando conmigo o presionándolo a él.

Satoru se quedó en silencio, con la respiración entrecortada, mientras las palabras de Nanami lo golpeaban como un balde de agua fría.

—Gracias… supongo —susurró finalmente, aunque su corazón seguía sintiéndose vacío.

Nanami colgó sin decir nada más, sintiendo una mezcla de lástima y frustración hacia el Alfa. Sabía que Satoru tenía el potencial de ser mejor, pero también sabía que eso dependería únicamente de él. Suguru merecía algo mejor, y si Satoru realmente quería recuperarlo, tendría que demostrarlo con acciones, no palabras.

Después de colgar, Satoru dejó caer el teléfono en la mesa frente a él, hundiendo su rostro en sus manos. Su mente estaba nublada con la imagen de Suguru alejándose, con el dolor en sus ojos y el miedo que él mismo había provocado. Cada segundo que pasaba parecía un castigo, y aunque había buscado consuelo en Nanami, lo único que había recibido era la verdad cruda.

Se levantó con torpeza, tambaleándose hacia el sofá, donde se dejó caer como si su cuerpo no tuviera fuerza. La realidad de sus acciones pesaba como un yunque en su pecho.

—Soy un idiota… un maldito idiota —murmuró para sí mismo, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a brotar de nuevo.

Mientras tanto, Nanami, quien acababa de colgar la llamada, permaneció pensativo. Aunque había sido duro con Satoru, no podía evitar preocuparse por el impacto que todo esto tendría en Suguru. Decidió llamarlo, con la esperanza de poder hablar con él y asegurarse de que estuviera bien.

En la casa de Shoko, Suguru estaba sentado en el sofá, con Toji a su lado. El Alfa había permanecido en silencio, brindándole compañía mientras el Omega intentaba calmar sus pensamientos. Shoko y Utahime estaban en la cocina, preparando algo para comer, aunque ambas mantenían la atención en Suguru desde la distancia.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Toji en voz baja, girándose hacia él.

Suguru asintió débilmente, aunque su mirada reflejaba cansancio. —Sí, un poco… Gracias por quedarte conmigo.

—Sabes que no hay problema, pero me preocupa que los supresores estén afectándote demasiado. Deberías tomar un descanso de ellos —sugirió Toji con cautela, observando cómo Suguru jugueteaba con sus manos, claramente incómodo.

—Es mejor esto que estar… cerca de un Alfa que no respete mis límites —respondió Suguru con un susurro, evitando la mirada de Toji.

Toji no insistió, pero el comentario lo dejó tenso. Estaba claro que Suguru todavía tenía miedo, y aunque no quería presionarlo, deseaba que entendiera que no todos los Alfas eran como Gojo.

En ese momento, el teléfono de Suguru comenzó a sonar. Shoko apareció desde la cocina, entregándole el dispositivo mientras fruncía el ceño.

—Es Nanami —dijo simplemente, antes de regresar al interior de la cocina.

Suguru dudó un momento antes de contestar. —¿Nanami?

—Suguru, ¿estás bien? —preguntó Kento con su habitual tono serio, pero con un matiz de preocupación que no solía mostrar.

—Sí… bueno, más o menos. Estoy con Toji y Shoko. Estoy a salvo —respondió, tratando de sonar calmado, aunque su voz aún temblaba ligeramente.

Nanami asintió para sí mismo al otro lado de la línea, aliviado de saber que no estaba solo. —Bien. Escucha, Gojo me llamó.

El cuerpo de Suguru se tensó al instante, y Toji, que seguía a su lado, lo notó de inmediato.

—¿Qué quería? —preguntó Suguru con cautela, su tono endureciéndose.

—Quería que te pidiera que volvieras con él. Está completamente destrozado, pero no voy a mentirte: no me da lástima. Lo que hizo está mal, y le dejé claro que no hay excusa para ello.

Suguru se quedó en silencio, procesando las palabras de Nanami. Por un lado, sentía una pequeña punzada en el pecho al imaginar a Satoru sufriendo, pero por otro, sabía que no podía permitirse volver a esa situación.

—No voy a volver con él —dijo finalmente, con firmeza.

—Me alegra escucharlo —respondió Nanami—. Suguru, mereces algo mejor. Si necesitas algo, no dudes en llamarme.

—Gracias, Kento. En serio, gracias por todo.

Después de colgar, Suguru dejó el teléfono a un lado, apoyando su cabeza en el respaldo del sofá. Toji lo observó en silencio antes de colocar una mano en su hombro.

—¿Todo bien?

Suguru asintió lentamente. —Sí, pero… no puedo evitar sentirme culpable, como si estuviera traicionándolo al no querer volver.

Toji negó con la cabeza, su expresión seria. —No estás traicionando a nadie, Suguru. Él fue quien te falló, no al revés. No puedes cargar con esa culpa.

Las palabras de Toji fueron un alivio para Suguru, aunque todavía había una parte de él que luchaba con la decisión. A pesar de todo, aún amaba a Satoru, pero sabía que debía priorizarse a sí mismo por primera vez en mucho tiempo.

Toji se levantó, estirándose. —Iré a comprar algo para que cenemos. Quédate aquí y descansa, ¿de acuerdo?

Suguru asintió, observando cómo Toji se dirigía hacia la puerta. A pesar de todo lo que había pasado, se sentía agradecido por tener personas que lo apoyaran y lo ayudaran a sanar.

Satoru estaba sentado en el borde de su cama, con el teléfono temblando en su mano. Había pasado unos minutos mirando el número que Nanami le había proporcionado, tratando de decidir si debía marcar. Sabía que era su última esperanza, pero el miedo al rechazo lo carcomía. Aun así, no podía rendirse.

Tomando una bocanada profunda de aire, finalmente marcó. Cada tono de llamada hacía que su corazón latiera con más fuerza, como si cada segundo aumentara su ansiedad.

—¿Hola? —contestó una voz femenina al otro lado de la línea, alegre y despreocupada.

Satoru se aclaró la garganta, nervioso. —¿Riko Amanai?

—Sí, ¿quién habla? —preguntó la chica, curiosa.

—Soy Satoru Gojo.

Hubo un breve silencio, seguido por un sonido de sorpresa. —¿¡Gojo!? ¿El Satoru Gojo? —preguntó emocionada, casi dejando caer el teléfono por la impresión.

Satoru esbozó una sonrisa triste al escuchar su reacción. Era un contraste tan grande con el estado en el que se encontraba que apenas pudo mantener su voz firme.

—Sí, ese mismo.

—¡No puedo creer que me estés llamando! Suguru me habló mucho de ti... aunque, bueno, siempre parecía un poco… complicado.

Al escuchar el nombre de Suguru, Satoru sintió que el nudo en su garganta se apretaba. No había tiempo para charlas amables.

—Riko… necesito hablar contigo sobre Suguru.

El tono de Riko cambió de inmediato, pasando de emocionado a serio. —¿Qué pasó?

Satoru respiró hondo, tratando de encontrar las palabras correctas. —Tuve… una pelea con él. Bueno, más que eso. Perdí el control. Hice algo terrible. Algo que no puedo reparar fácilmente.

Riko permaneció en silencio, dejando que continuara.

—Suguru me dejó. Se fue. Está con otras personas ahora, personas que realmente lo cuidan. Pero yo… no puedo simplemente dejarlo ir. Lo amo, Riko. Haría cualquier cosa para recuperarlo. Pero no sé cómo.

La línea quedó en silencio unos segundos más, y Satoru casi temió que hubiera colgado. Finalmente, Riko habló, pero su tono ya no era amable.

—¿Qué le hiciste, Gojo?

La pregunta era simple, pero llevaba un peso que lo golpeó como un ladrillo. Satoru sabía que tenía que ser honesto.

—Lo lastimé. Perdí la paciencia. No fui el Alfa que él necesitaba… ni siquiera fui un buen compañero. Fui egoísta y… traté de imponerme sobre él.

Riko soltó un suspiro audible. Ya no estaba sorprendida, pero sí decepcionada.

—Siempre pensé que eras un imbécil, pero nunca imaginé que llegarías tan lejos. Suguru no se merece eso, ¿sabes? Él es una de las personas más maravillosas que existen, y tú… lo heriste de la peor manera.

Satoru sintió que su pecho se encogía ante sus palabras. Sabía que tenía razón, pero oírlo de alguien cercano a Suguru lo hacía aún más doloroso.

—Lo sé —murmuró, su voz quebrándose—. Lo sé, y no espero que me perdone. Pero… no puedo rendirme con él. Por favor, Riko, necesito tu ayuda.

Riko se quedó pensando por un momento. Podía sentir la desesperación en la voz de Satoru, pero también sabía que ayudarlo sería traicionar la confianza de Suguru. Finalmente, dejó escapar un suspiro.

—No voy a prometerte nada, Satoru. No puedo garantizar que Suguru te quiera de vuelta, ni siquiera que quiera escucharte. Pero… hablaré con él.

El alivio inundó a Satoru, aunque su corazón todavía estaba lleno de incertidumbre.

—Gracias, Riko. De verdad, gracias.

—No lo agradezcas aún. Esto no es para ti, Gojo. Es para él. Pero te advierto, si lo lastimas de nuevo, no te molestes en buscarme.

Antes de que Satoru pudiera responder, Riko colgó, dejándolo solo con sus pensamientos. Aunque había logrado dar un paso hacia la reconciliación, sabía que el camino sería largo y difícil.

Mientras tanto, Riko permaneció mirando su teléfono, debatiéndose sobre si debía o no llamar a Suguru. Sabía que este asunto podría abrir heridas que su amigo estaba tratando de sanar, pero también sabía que él merecía decidir qué hacer.

Finalmente, suspiró y marcó.

Riko marcó el número de Suguru mientras su corazón latía con fuerza. Sabía que lo que estaba a punto de hacer podría agitar aún más las cosas, pero no podía ignorar la desesperación en la voz de Satoru ni la preocupación por su amigo.

Después de un par de tonos, la voz de Suguru finalmente contestó, suave pero agotada.

—¿Riko? ¿Por qué llamas tan temprano? —preguntó, su tono reflejando tanto sorpresa como cansancio.

—Perdón por molestarte, Suguru, pero… necesitaba hablar contigo —dijo Riko con cautela, intentando sonar calmada.

Hubo una pausa, y Suguru suspiró. —¿Es sobre Satoru, verdad?

Riko apretó los labios, sorprendida por lo rápido que Suguru había adivinado. —Sí, es sobre él.

—Si está intentando contactarte para que intercedas por él, dile que no quiero saber nada. Lo último que necesito es otra charla sobre cómo "él puede cambiar".

Riko sintió cómo su corazón se apretaba al escuchar el tono dolorido de Suguru. Había tanta tristeza y frustración en su voz que por un momento dudó en seguir. Pero finalmente reunió valor.

—Suguru, lo sé, créeme. Sé lo que te hizo y sé que no tienes ninguna obligación de escucharlo. Pero también sé que Satoru está destrozado. Literalmente no puede dejar de pensar en ti.

—Eso no lo justifica, Riko —respondió Suguru con un tono firme. Su voz tembló levemente al continuar—: Lo que hizo… no fue un error pequeño. Me hizo sentir que no valía nada.

Riko sintió un nudo en la garganta. Sabía que Suguru estaba en lo cierto, pero también sabía que Satoru parecía sinceramente arrepentido.

—Lo sé. Y no estoy diciendo que lo perdones ni que regreses con él. Pero… ¿no crees que necesitas cerrar este capítulo de tu vida? Tal vez hablar con él pueda ayudarte, no por él, sino por ti.

Suguru se quedó en silencio por un momento, y Riko temió haberlo presionado demasiado. Finalmente, Suguru suspiró.

—No sé si quiero hablar con él. Ni siquiera sé si estoy listo.

Riko asintió, aunque sabía que él no podía verla. —Eso está bien. Nadie te está apurando, Suguru. Pero si alguna vez decides que quieres decirle algo, cualquier cosa, estaré aquí para ayudarte.

Suguru murmuró un agradecimiento antes de colgar. Aunque la conversación no había resultado en una resolución inmediata, Riko sabía que había plantado una semilla.

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Mientras tanto, Satoru estaba sentado en su departamento, mirando su teléfono como si su vida dependiera de ello. Cada minuto que pasaba sin noticias de Riko se sentía como una eternidad. Finalmente, cuando el teléfono vibró con un mensaje, casi lo dejó caer en su apuro por leerlo.

Era de Riko:

"Hablé con él. No quiere verte por ahora, pero está pensando en todo. Dale tiempo, Gojo. Es lo único que puedes hacer."

Satoru sintió una mezcla de alivio y dolor al leer las palabras. Al menos Suguru estaba considerando algo, aunque no fuera lo que él esperaba.

"Tiempo", pensó Satoru mientras dejaba el teléfono a un lado. Era lo único que tenía ahora, pero no estaba seguro de cuánto podría soportar sin él.

Suguru regresó a casa después de pasar unos días refugiado con Shoko, aún dudando si era una buena idea volver. Pero Toji lo había tranquilizado por teléfono la noche anterior.

—Si crees que estás listo, hazlo, Suguru. No por él, sino por ti. Yo estaré aquí para lo que necesites, incluso si decido no dejar mi trabajo —dijo Toji con una firmeza que Suguru agradeció.

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Suguru después de eso pidió amablemente quedarse con Shoko, Toji acepto y estuvo de acuerdo con su idea. Utahime se mantuvo sería. Y algo molesta ya que quería pasarla la noche con la castaña.

...

—¿Estás seguro de esto?—dijo Shoko mirándole.

—Si, le di demasiado tiempo para pensar sobre sus acciones, aparte no creo que Utahime quiera no volver a pasar otra noche sin ti.

Lo dijo por qué la Alfa tenía ojeras mientras tomaba café con pancito. Está los miro con molestia.

—Entiendo, pero solo algo más.. siempre dime lo que pase, o cualquier intento desesperado de Gojo y-

—Shoko, estaré bien.

La Castaña asintió y se despidió del Omega. Al cerrar la puerta suspiro. —Vamos Utahime quita esa cara..—menciono riendo. La Alfa se indigno. —A este paso pienso que te importa más Geto que yo—carrespeo.

Hasta que sintió los brazos de la Omega. Abrazándola. —Uta' no te pongas así..—empezo a mimar dando caricias a la alfa. La cual se sonrojo mientras sentía que le temblaba la mano. Hasta que paro las caricias ajenas. Y tumbó a Shoko a la mesa. La cual la miro con una sonrisa coqueta. —¿Tan rápido desayunaste?—murmuro juguetona. —Ya desayunare luego.. tengo ganas de otra cosa—dijo sonriente.

...

Cuando Geto llegó, Satoru y el no se vieron. Y así paso todo el maldito día. Ninguno iba a hablar.. hasta que a la hora de dormir se miraron. Pero no hablaron..

—(Supongo que ya se aburrió de intentarlo)—penso Geto antes de cerrar sus ojos.

La luz del sol comenzaba a colarse por las ventanas cuando Suguru despertó, su cuerpo aún cansado, pero algo más relajado tras una noche de descanso. Al darse cuenta de que no estaba solo en casa, su respiración se volvió un poco errática. Escuchaba ruidos provenientes de la cocina, y una mezcla de aromas dulces y salados llenaba el aire.

Suguru se levantó lentamente y caminó hacia la cocina, encontrándose con Satoru, quien estaba concentrado en preparar algo en la estufa. Llevaba un delantal negro con un dibujo torpe de un gato que claramente había pintado a mano.

—Oh, mira quién decidió unirse al mundo de los vivos —bromeó Satoru al notar su presencia. Una sonrisa radiante adornaba su rostro mientras agitaba una espátula en el aire—. ¡Siéntate! Tengo una sorpresa para ti.

Suguru parpadeó, desconcertado. Era raro que Satoru organizara algo así. Por lo general, su idea de una comida era pedir comida para llevar.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con un tono cauteloso mientras se sentaba en la mesa.

—Desayuno, obviamente. ¿No hueles? Estoy haciendo hotcakes, huevos revueltos, tostadas… —Satoru hizo una pausa dramática—. Y tengo jugo fresco. Todo para ti.

Suguru dejó escapar una risa suave, pero aún había un nudo en su estómago. Aunque quería relajarse, una parte de él seguía tensa, como si estuviera esperando que algo malo sucediera.

—No tenías que hacer esto, Satoru —dijo en voz baja, mirando sus manos entrelazadas sobre la mesa.

—Claro que tenía que hacerlo. Has estado tan serio últimamente… Pensé que un desayuno digno de reyes podría animarte. Además, ¿quién podría resistirse a mis habilidades culinarias?

Satoru sirvió el desayuno en la mesa, colocando los platos con cuidado. Los hotcakes estaban decorados con trozos de frutas frescas, y el café humeante tenía un aroma delicioso. Suguru lo observó en silencio, notando el esfuerzo que Satoru había puesto en todo.

—Gracias… —murmuró Suguru, tomando un tenedor.

El desayuno transcurrió en un ambiente tranquilo y, poco a poco, Suguru comenzó a relajarse. Satoru contaba anécdotas divertidas, haciendo reír a Suguru más de una vez. Por momentos, podía olvidarse de su incomodidad y disfrutar de la compañía.

—¿Ves? Sabía que esto te haría bien. —Satoru sonrió ampliamente mientras recogía los platos vacíos—. Aunque, honestamente, también lo hice porque quería verte sonreír.

Suguru se detuvo un momento, mirando a Satoru con una mezcla de sorpresa y gratitud. Era raro que Satoru hablara con tanta sinceridad.

—Satoru… yo… —comenzó a decir, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

Satoru dejó los platos en el fregadero y se acercó, apoyándose en la mesa frente a Suguru.

—No tienes que decir nada —dijo con suavidad, su tono inusualmente serio—. Solo quería recordarte que estoy aquí. Para lo que sea.

Suguru sintió un leve calor en el pecho, como si la coraza que había construido comenzara a resquebrajarse un poco.

—Gracias… de verdad —respondió finalmente, permitiéndose una pequeña sonrisa.

La conexión entre ambos parecía fortalecerse, y aunque Suguru todavía tenía un conflicto interno sobre sus sentimientos hacia Toji, este momento con Satoru le daba un respiro que necesitaba desesperadamente.

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El ambiente cálido que se había formado durante el desayuno comenzó a desvanecerse cuando Suguru, con el ceño ligeramente fruncido, tomó su teléfono y comenzó a teclear. La luz de la pantalla iluminaba su rostro, y aunque no decía nada, su atención claramente ya no estaba en la mesa.

Satoru, que aún estaba de pie frente a él, lo observó con una sonrisa que empezaba a desmoronarse. Conocía esa expresión en Suguru: era una mezcla de concentración y cautela, una que últimamente solo aparecía cuando hablaba con él.

Toji.

El nombre resonó en la mente de Satoru como una herida abierta. Aunque nunca lo mencionaban directamente, era evidente que Toji había entrado en la vida de Suguru de una forma que a Satoru le resultaba insoportable. Y lo peor de todo era que no podía culparlo. No después de lo que había hecho.

Un nudo se formó en su garganta mientras intentaba mantener la compostura. Sus ojos se posaron en el Omega, que parecía ignorar por completo su presencia.

—¿Es algo importante? —preguntó Satoru con un tono casual, aunque su voz traicionó un leve temblor.

Suguru levantó la vista, parpadeando como si recién se diera cuenta de que Satoru seguía ahí.

—Ah, no… solo un mensaje. —Su respuesta fue rápida, casi demasiado.

Satoru asintió lentamente, pero el dolor en su pecho creció. No hacía falta ser un genio para saber a quién estaba escribiendo.

El silencio se hizo más pesado, y Satoru, en un intento desesperado por recuperar algo de lo que habían compartido durante el desayuno, se acercó a recoger la taza de café de Suguru.

—Me alegra que te haya gustado el desayuno —dijo con una sonrisa forzada—. Pensé que no aceptarías quedarte, después de… bueno…

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pero ambos sabían a qué se refería. A aquella noche. Al momento en que Satoru, cegado por el calor de su celo, había perdido el control. Suguru había logrado detenerlo antes de que algo realmente ocurriera, pero el daño estaba hecho. Esa línea que nunca debió cruzarse había dejado una grieta profunda entre ellos.

Suguru bajó la mirada, evitando el contacto visual.

—Gracias por el desayuno, Satoru… De verdad. Fue un bonito detalle —dijo en voz baja, aunque su tono carecía de la calidez que Satoru deseaba escuchar.

Satoru dejó la taza en el fregadero, quedándose de espaldas a Suguru por un momento mientras intentaba reunir el coraje para hablar.

—Suguru… —comenzó, girándose lentamente hacia él—. Yo sé que la cagué. Sé que no puedo cambiar lo que pasó esa noche, pero… estoy intentando. Estoy intentando hacer las cosas bien contigo.

El Omega lo miró, y por un momento, algo parecido a la culpa pasó por sus ojos. Pero enseguida se desvió hacia el teléfono, como si necesitara una excusa para no enfrentarlo.

—Lo sé, Satoru. Y lo agradezco… pero hay cosas que simplemente no se arreglan con un desayuno.

Las palabras cayeron como un golpe. Satoru sintió que le arrancaban el aliento, pero no permitió que su sonrisa desapareciera por completo.

—Entiendo —murmuró.

Suguru se levantó de la mesa, su teléfono aún en mano, y se dirigió hacia la sala. Satoru lo siguió con la mirada, sus manos apretándose en puños a sus costados. Era consciente de que recuperar a Suguru no sería fácil, pero lo que más le dolía era saber que Toji estaba ahí, ocupando un lugar que él había perdido.

Mientras Suguru escribía un nuevo mensaje, Satoru se quedó en la cocina, apoyándose en la encimera con un suspiro pesado. "Voy a recuperarte", pensó, decidido. "No importa cuánto me cueste. No voy a rendirme contigo, Suguru."

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Suguru se alistaba frente al espejo del dormitorio, ajustando los últimos detalles de su ropa. Su reflejo mostraba a un Omega radiante, elegante y seguro, pero internamente su mente era un torbellino. Sus manos recorrían su camisa, asegurándose de que no hubiera arrugas, y luego deslizó los dedos por su cabello, dándole un toque final.

Desde el otro lado de la habitación, Satoru lo observaba en silencio, fingiendo concentrarse en su computadora mientras terminaba algunos documentos de la empresa. Sin embargo, su mirada constantemente se desviaba hacia Suguru.

El Alfa no podía evitarlo. Suguru siempre había tenido esa habilidad de iluminar una habitación con solo estar en ella, pero hoy parecía diferente. Más distante. Más… inaccesible.

Finalmente, rompió el silencio.

—¿Vas a salir? —preguntó, esforzándose por sonar casual mientras sus ojos permanecían en la pantalla, aunque sus dedos habían dejado de teclear.

Suguru asintió sin siquiera mirarlo, enfocado en su reflejo.

—Sí —respondió con un tono breve y directo, mientras terminaba de ajustarse la chaqueta.

El corazón de Satoru se apretó ante la indiferencia, pero su sonrisa no se desvaneció. Sabía que no tenía derecho a reclamar nada, no después de lo que había pasado entre ellos. Sin embargo, la idea de que Suguru estuviera arreglándose para otro Alfa lo carcomía por dentro.

—Te ves hermoso —murmuró, como si estuviera hablando para sí mismo. Su voz era baja, cargada de un anhelo que intentaba ocultar—. Una envidia para ese Alfa… je…

Pensó que sus palabras pasarían desapercibidas, pero Suguru se detuvo un momento. Giró levemente la cabeza hacia él, aunque no lo miró directamente.

—Gracias, Satoru —respondió con seriedad, antes de tomar las llaves del auto que descansaban en la mesita junto a la puerta.

El sonido de las llaves resonó en el ambiente, marcando una distancia que Satoru no sabía cómo acortar. Lo observó mientras se alejaba, cada paso del Omega parecía llevárselo más lejos de él y más cerca de alguien más.

Satoru suspiró, regresando su atención a la computadora, aunque su mente estaba en cualquier lugar menos en los documentos frente a él.

Mientras la puerta se cerraba tras Suguru, solo una pregunta rondaba su mente: ¿Cómo puedo recuperar a alguien que ya parece haberse ido?

Satoru colgó su teléfono después de que Suguru se marchara, tamborileando los dedos contra la mesa con frustración. Sabía que estaba perdiendo a su Omega, pero no estaba dispuesto a rendirse. La única solución que se le ocurrió fue recurrir a su círculo cercano. Así que, en un impulso, marcó en el grupo de mensajes que compartía con sus amigos más confiables: Nanami Kento, Haibara, Shoko, Utahime y Riko.

"Videollamada urgente. ¿Alguien puede atender?" escribió.

En cuestión de minutos, las caras familiares de sus amigos aparecieron en la pantalla.

—Esto debe ser importante para que Satoru Gojo pida ayuda —comentó Nanami, con su típico tono serio mientras se acomodaba las gafas.

—¿Te metiste en problemas en la empresa? —bromeó Shoko, encendiendo un cigarrillo al otro lado de la llamada.

—¿Se trata de Suguru? —preguntó Utahime, con un poco más de preocupación en su voz.

—Sí, claro que se trata de él —interrumpió Riko, sonriendo ampliamente—. Siempre es él.

Satoru respiró hondo y confesó:

—Sí, es por Suguru. Estoy perdiéndolo. Y sé que es mi culpa. Intenté compensarlo, pero… parece que está acercándose a otro Alfa.

Hubo un breve silencio. Haibara, siempre optimista, fue el primero en responder:

—Bueno, si todavía tienes sentimientos por él, no puedes rendirte. ¡Tenemos que idear algo grande!

—Algo grande puede parecer desesperado —corrigió Nanami—. A veces, los gestos pequeños pero significativos son los más efectivos.

—Regalos, ¿tal vez? —añadió Utahime—. Pero no algo costoso o extravagante. Tiene que ser personal, algo que le recuerde lo mucho que significa para ti.

—¿Qué tal una cita? Algo diferente a lo que haya tenido antes —sugirió Riko—. Que vea que estás dispuesto a esforzarte por él.

—Y aprende a escuchar —dijo Shoko mientras exhalaba el humo de su cigarrillo—. Suguru no es alguien que se enamore de gestos superficiales. Si no mejoras como persona, los regalos y las citas no servirán de nada.

Satoru tomó notas mentales de cada consejo, agradecido de tener amigos que, aunque lo molestaran de vez en cuando, siempre estaban allí para apoyarlo.

—Gracias, chicos. De verdad. Haré lo que sea necesario. No puedo perderlo.

La llamada terminó, dejando a Satoru con más esperanza pero también con el peso de saber que tendría que cambiar si quería recuperar a Suguru.

---

El restaurante al que Toji llevó a Suguru era elegante, con lámparas de cristal y música suave de fondo. Suguru se sintió un poco fuera de lugar, pero Toji, con su actitud despreocupada, lo hizo sentir más cómodo.

—¿Te gusta? —preguntó Toji mientras le sostenía la silla para que se sentara.

Suguru asintió, algo sorprendido.

—Es un lugar muy bonito… y costoso —añadió, observando a su alrededor.

Toji soltó una pequeña risa mientras se sentaba frente a él.

—No te preocupes por eso. Quería que pasaras un buen rato, nada más.

Suguru sonrió levemente, pero en el fondo no podía evitar preguntarse de dónde sacaba Toji los recursos para estos lujos. Sabía que el Alfa tenía un trabajo, pero nunca hablaba mucho de él, y eso despertaba su curiosidad.

La cena transcurrió con fluidez. Toji era encantador, y su conversación siempre era interesante, llena de bromas y comentarios que hacían reír a Suguru a pesar de sí mismo. Sin embargo, también había momentos de silencio en los que Suguru no podía evitar pensar en Satoru.

"¿Qué estará haciendo ahora? ¿Por qué sigo pensando en él?"

—¿Todo bien? —preguntó Toji, interrumpiendo sus pensamientos.

—Sí, solo estaba… distraído.

Toji inclinó la cabeza, observándolo detenidamente.

—Si algo te preocupa, puedes decírmelo. Estoy aquí para escucharte.

Suguru negó con la cabeza, forzando una sonrisa.

—Estoy bien. Gracias, Toji.

El Alfa asintió, aunque parecía no estar completamente convencido.

A medida que la noche avanzaba, Suguru no podía negar que disfrutaba de la compañía de Toji. Sin embargo, una parte de él seguía sintiéndose incompleta, como si algo faltara. O, quizás, como si alguien más estuviera ocupando un rincón de su corazón que no había logrado cerrar del todo.

El restaurante había comenzado a llenarse, pero Suguru apenas notaba el bullicio alrededor. La atención de Toji era tan intensa que lo hacía sentir como si solo ellos dos existieran en ese espacio. A medida que conversaban, las bromas y los comentarios ingeniosos de Toji empezaron a volverse más atrevidos.

—Sabes, ese traje te queda demasiado bien —dijo Toji, con una sonrisa ladina mientras sus ojos recorrían discretamente la figura de Suguru—. Si no estuviera lleno de gente aquí, me encargaría de hacerte saber cuánto.

Suguru se sonrojó al instante, un ligero carraspeo escapándole de los labios.

—Toji… —murmuró, tratando de disimular su nerviosismo mientras jugaba con la servilleta entre sus dedos.

Toji se inclinó un poco sobre la mesa, acercándose a Suguru, quien evitaba su mirada con el rostro ardiendo.

—¿Qué? ¿Te intimidan mis cumplidos? —preguntó con voz grave, pero cargada de burla, claramente disfrutando de la reacción del Omega.

Suguru levantó la vista, armándose de valor.

—No me intimidan. Solo… no estoy acostumbrado a tanta confianza de tu parte.

Toji sonrió ampliamente, apoyando el mentón en una mano mientras lo miraba fijamente.

—Deberías acostumbrarte, porque no tengo intención de detenerme.

El ambiente entre ambos comenzó a llenarse de una tensión palpable. A pesar de sentirse algo nervioso, Suguru también notaba cómo su corazón se aceleraba con las palabras y miradas de Toji.

En un momento, mientras Toji se levantaba para recoger la cuenta, se inclinó cerca de Suguru, susurrándole al oído:

—Por cierto, ese sonrojo te hace ver aún más atractivo.

Suguru casi deja caer su copa, provocando una risa baja y satisfecha por parte de Toji.

"Este hombre es demasiado" pensó Suguru, quien apenas podía controlar su propia sonrisa mientras se dirigían juntos hacia la salida.

---

Satoru trabajó incansablemente durante toda la tarde, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Había instalado una cabaña en el patio trasero, decorándola con luces cálidas que colgaban como pequeñas estrellas en la noche. Dentro, había colocado un colchón suave, almohadas y mantas, creando un ambiente acogedor.

Había instalado una pantalla frente a la cabaña, con un proyector listo para reproducir las películas que sabía que a Suguru le encantaban. A un lado, había dispuesto una pequeña mesa con dulces, chocolates y bebidas que había comprado con esmero. Había tenido que resistir la tentación de comerse los dulces, pero su determinación lo había mantenido firme.

Finalmente, encendió una vela aromática para darle un toque relajante al ambiente. Todo estaba listo.

Se sentó en el borde de la cabaña, revisando nerviosamente su teléfono, esperando recibir algún mensaje de Suguru. Sabía que el Omega estaba con Toji, y no podía evitar que un poco de celos le recorrieran el pecho. Pero también sabía que no podía rendirse.

"Cuando llegue, haré que recuerde por qué alguna vez me eligió a mí."

Miró hacia el cielo estrellado, tomando una bocanada de aire fresco para calmarse. A pesar de los nervios, no podía evitar sonreír con la esperanza de que esta noche fuera el primer paso para recuperar el corazón de Suguru.

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Suguru se acomodó en su silla, tratando de no prestar demasiada atención al Alfa frente a él, pero era casi imposible. Toji parecía exudar confianza en cada movimiento, desde la manera en que sostenía su copa de vino hasta cómo lo miraba, con esa chispa descarada en los ojos.

Toji tomó un sorbo de vino, dejando el vaso sobre la mesa con un leve "clink". Luego miró alrededor del restaurante antes de inclinarse ligeramente hacia Suguru, su voz baja, pero lo suficientemente clara como para escucharse por encima del ruido de fondo.

—Dan ganas de correr a toda esta gente de aquí —murmuró con una sonrisa que era más peligrosa que encantadora.

Suguru frunció el ceño, algo confundido.

—¿Correrlos? ¿Por qué dirías eso? —preguntó, ladeando la cabeza con curiosidad.

Toji soltó una breve risa antes de recostarse contra su silla. Sus ojos brillaron con picardía mientras se llevaba la copa de vino a los labios de nuevo.

—Porque si estuviéramos solos… bueno, digamos que esta mesa no sería para cenar.

El comentario hizo que Suguru se quedara en blanco por un momento. Sus ojos se abrieron ligeramente, y pudo sentir cómo el calor subía a sus mejillas hasta dejarlas completamente rojas.

—¡Toji! —exclamó en un susurro, claramente escandalizado, mirando rápidamente a su alrededor para asegurarse de que nadie los hubiera escuchado.

Toji soltó una carcajada baja, claramente disfrutando de la reacción del Omega.

—¿Qué? No dije nada que no estuvieras pensando —dijo con una sonrisa confiada, sus ojos fijos en los de Suguru.

—¡Yo no estaba pensando en eso! —protestó Suguru, pero su voz temblaba, delatándolo.

El Alfa apoyó los codos en la mesa, acercándose un poco más, y su tono se volvió más bajo, más íntimo.

—¿No? Porque parece que ahora lo estás haciendo.

Las palabras de Toji, junto con su mirada intensa, hicieron que Suguru desviara rápidamente la vista, apretando los labios para no soltar algún comentario torpe. Pero no podía evitarlo; las imágenes que Toji había plantado en su mente aparecieron sin permiso, y eso lo ponía aún más nervioso.

El Alfa volvió a reírse, claramente complacido consigo mismo, y se recostó de nuevo en su silla.

—Tranquilo, Suguru. Solo estaba bromeando… un poco —dijo, tomando otro sorbo de su vino, como si nada hubiera pasado.

Suguru respiró hondo, tratando de recuperar la compostura, pero sabía que la noche con Toji apenas comenzaba, y ya no estaba tan seguro de poder manejar los constantes coqueteos del Alfa.

Suguru intentó concentrarse en su plato, pero los coqueteos de Toji seguían resonando en su cabeza. Cada movimiento del Alfa, cada sonrisa, cada mirada tenía un propósito claro: ponerlo nervioso, y claramente estaba logrando su objetivo.

Toji, por su parte, parecía disfrutar el efecto que tenía sobre el Omega. Tomó un trozo de pan, untándolo con mantequilla de una manera casi exageradamente lenta, con una sonrisa maliciosa.

—¿Qué pasa, Suguru? ¿Por qué estás tan callado? —preguntó con una voz suave, aunque con un evidente matiz burlón.

Suguru levantó la mirada, tratando de mostrarse serio.

—No estoy callado. Solo estoy disfrutando la comida —dijo, intentando sonar seguro de sí mismo, pero el rubor en sus mejillas lo traicionaba.

Toji ladeó la cabeza, mirándolo con interés.

—¿Seguro? Porque parece que tu cabeza está en otro lugar. ¿Pensando en algo… interesante?

Suguru se atragantó ligeramente con su bebida, cubriéndose la boca rápidamente mientras tosía. Toji soltó una carcajada, extendiendo una mano para darle unas ligeras palmadas en la espalda.

—Tranquilo, hombre. No quería matarte… todavía —bromeó, su tono dejando claro que estaba disfrutando de cada segundo.

Suguru respiró hondo, recuperándose.

—Eres imposible, Toji —dijo, entrecerrando los ojos en un intento de mostrarse firme, aunque su tono carecía de cualquier tipo de convicción.

Toji apoyó el mentón en su mano, observándolo con una expresión de falsa inocencia.

—¿Imposible? Eso suena como un cumplido. ¿Sabes? Me gustan los retos —respondió, su sonrisa ampliándose.

El Omega rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír levemente. Había algo en la forma en que Toji era tan descarado y seguro de sí mismo que, aunque lo ponía nervioso, también lo hacía sentir… intrigado.

Mientras continuaban cenando, Toji parecía más relajado, dejando de lado los comentarios subidos de tono, pero el ambiente seguía cargado de una tensión que Suguru no podía ignorar. Cuando llegaron los demás platillos. el Alfa levantó su copa nuevamente, mirándolo fijamente.

—Por ti, Suguru. Porque, aunque no lo creas, estar aquí contigo hace que este lugar sea mil veces mejor —dijo con una voz más seria, aunque aún con ese brillo en sus ojos.

Suguru bajó la mirada, claramente sonrojado, y alzó su propia copa, aunque su mano temblaba ligeramente.

—Gracias… Toji. Por todo esto —murmuró, sorprendido de lo genuino que sonaba el Alfa.

Toji sonrió, dejando la copa a un lado.

—Ahora que lo pienso, tal vez no debería ser tan directo contigo. Podría asustarte, ¿no?

Suguru lo miró, confundido por el cambio de tono.

—¿Qué quieres decir?

Toji se inclinó hacia adelante, sus ojos verdes fijos en los de Suguru.

—Solo digo que tal vez debería ser más paciente. Pero, si me das la oportunidad, te aseguro que no te arrepentirás.

Las palabras de Toji hicieron que el corazón de Suguru diera un vuelco. Había algo en su tono, en su mirada, que hacía que sus defensas se tambalearan. Sin embargo, antes de que pudiera responder, el Alfa cambió de tema, dejándolo con ese torbellino de pensamientos y emociones.

El camarero llegó con el postre, una delicada presentación de pastel de chocolate y crema que parecía sacado de una revista culinaria. Suguru sonrió agradecido al ver el plato frente a él.

—Se ve increíble, muchas gracias —dijo el Omega al camarero, quien asintió cortésmente antes de retirarse.

Sin embargo, Toji, que había estado observando la interacción con atención, soltó un leve resoplido mientras entrecerraba los ojos.

—¿Qué tiene de especial? Solo está haciendo su trabajo —murmuró en voz baja, pero lo suficiente para que Suguru lo escuchara.

El Omega levantó una ceja, mirándolo con curiosidad.

—¿Qué? Solo estaba siendo educado.

Toji no respondió de inmediato, desviando la mirada hacia un lado mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. Su mandíbula estaba ligeramente apretada, y sus labios formaban un pequeño puchero que, aunque probablemente no era su intención, lo hacía lucir más adorable que intimidante.

Suguru se quedó mirándolo por un momento antes de reprimir una risa.

—¿Estás… celoso? —preguntó con un toque de incredulidad en su voz, aunque sus ojos brillaban con diversión.

—¿Celoso? —repitió Toji, girando la cabeza para mirarlo. Su tono sonaba a la defensiva, pero el leve rubor en sus mejillas lo delataba.

—No seas ridículo, Suguru. ¿Por qué estaría celoso de un camarero?

Suguru dejó escapar una risa ligera, tapándose la boca con una mano para no hacerlo sentir peor.

—No lo sé, parece que alguien no está acostumbrado a compartir la atención —respondió, tomando su cuchara para probar el postre.

Toji lo observó mientras hablaba, su expresión endurecida suavizándose poco a poco al ver cómo Suguru se relajaba.

—Es solo que… no sé. Me molesta pensar que otros puedan llevarse tu sonrisa tan fácilmente —murmuró, su voz más baja, casi como si hablara consigo mismo.

Suguru se detuvo un momento, sorprendido por la confesión inesperada. Bajó la cuchara y lo miró directamente, su expresión mostrando una mezcla de ternura y sorpresa.

—Toji… —empezó, pero el Alfa se encogió de hombros, tratando de restarle importancia.

—Olvídalo. Solo come tu pastel antes de que se derrita —dijo, haciendo un gesto hacia el plato de Suguru, aunque su tono tenía un deje de timidez.

Suguru sonrió suavemente antes de seguir comiendo. Había algo en la forma en que Toji mostraba ese lado vulnerable, ese pequeño toque de inseguridad, que lo hacía ver mucho más humano. Era un contraste interesante con su habitual confianza arrolladora, y Suguru no podía evitar sentir una calidez especial en su pecho.

Mientras ambos disfrutaban del postre, el ambiente entre ellos se volvió más ligero. Suguru dejó que el sabor dulce del chocolate calmara su mente, aunque no pudo evitar echar un vistazo ocasional a Toji, quien parecía haberse recuperado rápidamente de su pequeño ataque de celos y volvía a sonreírle con esa picardía característica.

El aire entre ellos seguía cargado de esa mezcla de tensión y comodidad, un equilibrio único que solo ellos podían crear. Suguru intentaba ignorar los pequeños destellos de celos que Toji dejaba escapar con sus miradas y comentarios, pero era imposible no notarlo.

El Alfa tomó un sorbo de su vino, mirándolo de reojo con una expresión casi molesta mientras Suguru terminaba el último bocado de su postre. Finalmente, Toji habló, su voz cargada de esa mezcla entre sarcasmo y frustración:

—Parece que estoy compitiendo con medio mundo por un poco de tu atención, ¿eh? Primero el camarero, ahora el pastel.

Suguru soltó un suspiro suave, dejando la cuchara sobre el plato. Lo miró directamente, con esa calma que siempre lograba desarmar a Toji.

—¿En serio, Toji? ¿Te estás molestando por algo tan tonto? —preguntó con un tono que no era ni molesto ni divertido, sino simplemente honesto.

Toji giró los ojos, pero antes de que pudiera responder con alguna frase sarcástica, Suguru se inclinó hacia él. Lo tomó desprevenido al sujetarlo suavemente por la barbilla, acercando sus labios hasta que se encontraron en un beso cálido y decidido.

El Alfa se quedó inmóvil por un instante, sorprendido por la acción repentina, pero rápidamente reaccionó. Sus manos encontraron la cintura de Suguru, aferrándolo con firmeza mientras profundizaba el beso, olvidándose de su mal humor en cuestión de segundos.

Cuando Suguru finalmente se apartó, sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas, pero su expresión mostraba una mezcla de satisfacción y nerviosismo.

—¿Eso calma tus celos? —preguntó con un toque de picardía, intentando mantener el control de la situación.

Toji lo miró fijamente por un momento antes de soltar una risa baja, esa que hacía que Suguru sintiera un leve escalofrío.

—Por ahora… —respondió con voz ronca, pasando su pulgar por los labios de Suguru como si quisiera memorizar el momento. Luego, inclinó un poco la cabeza, observándolo con esa mirada intensa que siempre lograba dejarlo sin palabras.

—Aunque, si no fuera por toda esta gente, ya te habría hecho mío aquí mismo.

El comentario hizo que el rostro de Suguru se encendiera por completo. Sus ojos se abrieron con sorpresa, y rápidamente desvió la mirada mientras sus manos buscaban algo con qué ocuparse, como la servilleta en su regazo.

—¡Toji! —exclamó en un tono de reproche, aunque su voz no logró ocultar el nerviosismo que sentía.

El Alfa soltó una risa suave, claramente disfrutando de la reacción de Suguru.

—Es verdad, cariño. No me culpes por ser honesto.

Suguru negó con la cabeza, tratando de calmar el rubor que subía por su cuello.

—Eres estupido. —murmuró, llevándose una mano a la frente mientras intentaba recuperar la compostura.

Toji, sin embargo, estaba más que satisfecho con el resultado. Su humor había mejorado considerablemente, y no podía dejar de sonreír mientras miraba al Omega, quien todavía luchaba por superar el impacto de su comentario.

A pesar de todo, había algo en la forma en que Toji lograba hacer que su corazón latiera más rápido, aunque fuera a base de bromas y comentarios descarados. Suguru no sabía si era buena idea, pero empezaba a sentirse peligrosamente atraído por esa personalidad arrolladora.

...

Suguru se despidió de Toji en la entrada del restaurante, ambos de pie bajo la tenue luz de un farol. El Alfa le dedicó una sonrisa tranquila, una que, por un momento, lo hizo olvidar todos los comentarios descarados y el constante coqueteo durante la noche.

—Gracias por aceptar salir conmigo, Suguru —dijo Toji, su voz baja y suave, algo poco común en él, pero que logró desconcertar al Omega.

Suguru sonrió ligeramente, sintiendo una pequeña oleada de calidez en su pecho.
—Gracias a ti por invitarme… Lo pasé muy bien.

Toji inclinó la cabeza, mirándolo con una expresión tan segura como siempre.
—Espero que lo repitamos pronto. Aunque, la próxima vez, podría cocinar para ti. Prometo que no sería un desastre.

Suguru soltó una risa suave, sacudiendo la cabeza.
—No estoy tan seguro de eso… pero veremos.

El Alfa se acercó un poco más, casi invadiendo su espacio personal, pero no lo suficiente como para incomodarlo. Con una sonrisa ladeada, levantó la mano y, con delicadeza, apartó un mechón de cabello que caía sobre el rostro de Suguru.

—Buenas noches, Suguru —murmuró Toji antes de retroceder, dándole espacio.

El Omega asintió, ligeramente sonrojado, antes de girar sobre sus talones y caminar hacia su auto. A pesar del cansancio que sentía, había algo en su pecho que seguía latiendo con fuerza.

---

Cuando llegó a casa, lo primero que notó fue que todas las luces estaban apagadas, excepto la del patio trasero, que parpadeaba débilmente. Frunció el ceño, sintiendo un ligero desconcierto, pero decidió no darle demasiada importancia.

Dejó las llaves sobre la mesa de la entrada y caminó hacia el patio, siguiendo la luz. Apenas abrió la puerta que daba al jardín, se quedó completamente inmóvil, sus ojos ampliándose con sorpresa.

El patio estaba transformado. Había una cabaña pequeña instalada en el centro, adornada con luces cálidas que brillaban como pequeñas estrellas. Una pantalla grande estaba colocada frente a unos cojines mullidos, con una manta perfectamente doblada al lado. En una mesita, había una selección de dulces y un par de tazas que parecían contener chocolate caliente.

Y ahí estaba Satoru, de pie junto a la cabaña, con las manos en los bolsillos y una sonrisa nerviosa en el rostro.

—Bienvenido a casa, Suguru —dijo con una voz más suave de lo habitual, como si temiera que cualquier tono más alto arruinara el momento.

Suguru parpadeó, incapaz de procesar lo que estaba viendo. Miró a Satoru, luego a la cabaña, y finalmente volvió a él.

—¿Qué es todo esto…?

El Alfa se encogió de hombros, intentando actuar con naturalidad, aunque era evidente que estaba algo nervioso.
—Quería compensarte… por todo. Por cómo han estado las cosas últimamente. Pensé que sería bueno tener una noche tranquila, solo nosotros dos.

El Omega lo miró fijamente por un momento, su corazón latiendo con fuerza. No esperaba algo así de Satoru, y mucho menos después de cómo habían estado las cosas entre ellos.

—¿Hiciste todo esto… tú solo? —preguntó, su voz más baja, casi temblorosa.

Satoru asintió, rascándose la nuca con cierta incomodidad.
—Bueno, tuve algo de ayuda con las ideas… pero sí. ¿Qué opinas?

Suguru no respondió de inmediato. Su mirada recorrió todo el espacio una vez más antes de volver a fijarse en Satoru. Había algo en la expresión del Alfa, una mezcla de nerviosismo y esperanza, que lo hizo sentir un leve nudo en la garganta.

Finalmente, dejó escapar un suspiro suave y asintió.
—Es… increíble, Satoru. Gracias.

El Alfa sonrió, visiblemente aliviado.
—Entonces, ¿te quedas?

Suguru lo miró durante unos segundos más antes de asentir, una pequeña sonrisa formándose en sus labios.
—Sí.

Satoru se iluminó como un niño en Navidad.
—¡Perfecto! Ven, hice chocolate caliente. Aunque, si prefieres vino… también traje.

Suguru soltó una risa suave y negó con la cabeza, dejándose guiar hacia los cojines mientras pensaba, por primera vez en mucho tiempo, que quizá las cosas entre ellos todavía podían arreglarse.

El aire helado del exterior los envolvía con cada brisa, haciendo que Suguru se estremeciera ligeramente mientras se acomodaba en los cojines junto a Satoru. La manta que habían llevado consigo proporcionaba algo de calidez, pero no era suficiente para combatir el frío de la noche.

Satoru, siempre atento, lo notó de inmediato.
—¿Estás bien? ¿Tienes frío? —preguntó mientras tomaba una de las tazas de chocolate caliente y se la pasaba al Omega.

—Estoy bien —murmuró Suguru, tomando la taza entre las manos y disfrutando del calor que irradiaba. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que se inclinara ligeramente hacia Satoru, buscando instintivamente más calor.

Satoru apenas se movió al sentirlo acercarse, pero su corazón comenzó a latir más rápido. Cuando Suguru finalmente se apoyó en él, rodeándolo con los brazos en un abrazo inesperado, Satoru sintió como si el tiempo se detuviera.

El aroma de las feromonas de Suguru lo envolvió. Lavanda suave y tranquilizadora, como una brisa calmante en medio del caos de su mente. Fue un perfume que lo llenó de paz, pero también de deseo reprimido, algo que tuvo que luchar por contener.

Suguru cerró los ojos un momento, dejando que el fresco olor a menta fresca que emanaba de Satoru lo envolviera. Era un aroma que siempre lo hacía sentir cómodo, incluso en sus peores días. Le recordaba a algo familiar, algo que solía ser suyo.

—Hueles bien —murmuró casi en un susurro, como si hablara más para sí mismo que para Satoru.

El Alfa tragó saliva, sus instintos luchando contra él. Sin embargo, cuando el aroma a café negro y roble, una mezcla inconfundible que pertenecía a Toji, llegó a su nariz, su corazón se encogió un poco. Era sutil, pero estaba ahí. Sabía que Suguru había pasado la noche con él.

A pesar de eso, no dijo nada. No podía. En cambio, ajustó la manta sobre ambos y se permitió disfrutar del momento, aunque su mente estaba dividida entre el presente y el Alfa que lo había precedido.

—¿Sabes qué es lo mejor de esta noche? —preguntó Satoru, tratando de aliviar la tensión que sentía en su pecho.

Suguru levantó la mirada, curioso.
—¿Qué cosa?

—Que puedo probar todos los chistes malos que quiero y tú estás demasiado cómodo como para escapar —respondió con una sonrisa traviesa.

Suguru no pudo evitar reír suavemente, una risa que calentó el corazón de Satoru más que cualquier manta.
—¿Es en serio? ¿Vas a arruinar este momento con tus chistes?

Satoru hizo un gesto dramático, como si estuviera ofendido.
—¿Arruinar? Suguru, mis chistes son obras maestras incomprendidas. ¡Por ejemplo! ¿Qué hace una abeja en el gimnasio?

Suguru lo miró, incrédulo.
—No tengo idea.

—¡Zum-ba! —dijo Satoru con una sonrisa enorme, esperando la reacción.

El Omega parpadeó antes de negar con la cabeza, pero no pudo evitar una pequeña sonrisa que delató su diversión.
—Eres un desastre, Satoru.

—Tal vez, pero soy tu desastre —respondió con un guiño, aunque inmediatamente se corrigió—. Bueno… al menos por esta noche.

Suguru no dijo nada, pero se acurrucó un poco más contra él. A pesar de todo lo que había pasado entre ellos, en ese momento, en medio del frío de la noche, parecía que algo en su dinámica todavía tenía esperanza de ser reparado.

Satoru sintió que su corazón se detuvo un instante cuando Suguru rió suavemente, tomando su comentario como una broma. Aún así, no pudo evitar un leve sonrojo que se extendió por sus mejillas, un reflejo de la mezcla de nerviosismo y agrado que le provocaba estar tan cerca del Omega.

Suguru levantó la cabeza y lo miró directamente a los ojos, una chispa juguetona brillando en sus irises oscuros. Ese tipo de mirada que siempre había hecho que Satoru se sintiera desarmado.

—¿Mi desastre, eh? —repitió Suguru, inclinando la cabeza con un toque de picardía en su voz. —¿Estás seguro de eso, Satoru?

El Alfa tragó saliva, tratando de mantener la compostura, pero esa cercanía, ese aroma, y esa manera en que Suguru lo miraba hacían que su control se tambaleara. Se rascó la nuca, desviando la mirada como si estuviera buscando algo interesante en el horizonte.
—Bueno... sólo decía, ya sabes, por el chiste y eso —respondió, tratando de sonar casual, aunque su voz traicionó un ligero temblor.

Suguru se acercó un poco más, como si quisiera comprobar si realmente lo había puesto nervioso. La sonrisa en sus labios era casi traviesa, una que Satoru conocía muy bien.
—¿Y qué harías si realmente lo fueras? —preguntó en un tono bajo, lo suficientemente suave como para parecer inocente, pero cargado con una intensidad que encendió una chispa peligrosa entre ambos.

Satoru se quedó sin palabras por un momento, demasiado consciente del calor del cuerpo de Suguru contra el suyo, del aroma a lavanda que seguía calmándolo y enloqueciéndolo a partes iguales. Sus pensamientos estaban en caos, pero no podía desviar la mirada de esos ojos oscuros que lo retenían como un ancla.

—Yo... probablemente... —empezó, pero sus palabras murieron en su garganta cuando Suguru alzó una ceja, claramente disfrutando del efecto que tenía sobre él.

Y luego sucedió. Suguru, quizás por impulso, o tal vez sólo para provocarlo más, dejó un pequeño beso en la comisura de los labios de Satoru, lo suficientemente rápido como para parecer inocente, pero lo suficientemente cerca como para hacer que el Alfa se congelara completamente.

El mundo de Satoru se detuvo. No supo si respirar, moverse, o simplemente quedarse en ese momento para siempre. Sus ojos estaban fijos en Suguru, cuya expresión era ahora una mezcla de diversión y algo que Satoru no podía identificar del todo.

—¿Qué pasa? —preguntó Suguru con fingida inocencia, ladeando la cabeza—. ¿Te he dejado sin palabras?

Satoru finalmente reaccionó, soltando una risa nerviosa mientras se llevaba una mano al rostro, tratando de ocultar su evidente rubor.
—Suguru, ¿por qué eres así? No es justo, ya sabes.

—¿Qué no es justo? —replicó el Omega, apoyando una mano en el pecho de Satoru, como si quisiera asegurarse de que no se apartara.

Satoru levantó la mirada y lo encontró ahí, tan cerca, tan hermoso como siempre, con esa sonrisa suave pero cargada de intenciones. Finalmente, decidió que no podía más.

Llevó una mano temblorosa al rostro de Suguru, acariciando su mejilla suavemente.
—No juegues conmigo, Suguru —susurró, su voz ahora más grave, con un tinte de deseo que ni siquiera él podía disimular.

Suguru parpadeó, y aunque intentó mantener la misma expresión tranquila, un leve sonrojo comenzó a asomarse en sus mejillas. Pero, en lugar de retroceder, se acercó un poco más, desafiándolo con la mirada.
—¿Y qué harás si no dejo de jugar, Satoru?

Esa fue la gota que colmó el vaso. Satoru inclinó su rostro hacia el de Suguru, acortando la distancia entre ambos hasta que sus respiraciones se mezclaron. Durante un momento, dudó, esperando alguna señal de que debía detenerse, pero cuando Suguru no se apartó, sino que entrecerró los ojos y dejó escapar un suspiro suave, Satoru supo que era su momento.

Lo besó.

No fue un beso torpe o vacilante. Fue lento, profundo, lleno de emociones que había contenido durante demasiado tiempo. Suguru respondió casi de inmediato, como si hubiera estado esperando esto desde hacía mucho. Las feromonas de ambos se intensificaron, mezclándose en el aire frío, creando un contraste cálido que envolvió a ambos en ese instante.

Cuando se separaron, ambos estaban ligeramente sin aliento, y Suguru no pudo evitar reír suavemente, apoyando su frente contra la de Satoru.
—Vaya, parece que ya no soy el único que está jugando ahora.

Satoru sonrió, sus ojos brillando con esa chispa característica suya.
—Esto no es un juego, Suguru. Nunca lo fue.

La seriedad en su voz hizo que Suguru se sonrojara aún más, y por primera vez en mucho tiempo, el Omega se sintió vulnerable ante él.

---

Suguru decidió alejarse un poco de Satoru, sacando su teléfono para distraerse mientras el Alfa lo observaba desde su lugar. Satoru, notando la falta de atención, decidió actuar. Sin pensarlo demasiado, se acercó por detrás y lo abrazó suavemente, descansando su cabeza en el hombro de Suguru. El Omega se quedó quieto por un momento, sorprendido por el gesto, pero luego sonrió con calma.

Satoru, aprovechando la cercanía, comenzó a dejar pequeños besos húmedos en el cuello de Suguru, dejando un rastro de calor en su piel. Suguru no pudo evitar soltar una risa suave.

—¿Necesitas mi atención, Satoru? —preguntó con un toque de burla, arqueando una ceja mientras mantenía su vista en la pantalla de su teléfono.

El Alfa se quedó en silencio por un instante, pero luego murmuró algo que Suguru no alcanzó a escuchar. Con una sonrisa ligera, Suguru respondió sin apartarse:
—Estoy hablando con Shoko, quiere saber qué estamos haciendo.

Satoru bufó, claramente algo celoso, pero no dijo nada. Suguru aprovechó el momento y, sin previo aviso, tomó una foto de los dos. Satoru parpadeó, desconcertado.

—¡Eh! ¿Qué haces? —exclamó, mirándolo con una mezcla de sorpresa y diversión.

Suguru rió suavemente mientras escribía algo en la pantalla. Satoru, curioso, intentó asomarse, pero el Omega fue más rápido y envió la foto.

—Le dije a Shoko que estoy contigo —dijo Suguru con calma, mostrando la pantalla del teléfono.

Satoru leyó el mensaje que decía: "Estoy con Satoru". Por alguna razón, esa pequeña acción hizo que su corazón latiera con fuerza.

La respuesta de Shoko llegó rápidamente:

-😲

+Dios, Geto… ustedes dos son tan lindos.

La imagen que acompañaba el mensaje mostraba a Shoko con Utahime. Shoko estaba sentada cómodamente mientras Utahime descansaba en la cama, claramente mandando mensajes desde su teléfono.

—¿Quieres hablar con ellas? —preguntó Suguru, levantando la mirada para observar la reacción de Satoru.

—¿Por qué no? —respondió Satoru con un toque de curiosidad, aunque no pudo evitar sentirse nervioso por la idea.

Suguru marcó la llamada y, en cuestión de segundos, la voz animada de Shoko llenó la habitación.

—¡Pero mírenlos! ¡La pareja del año! —exclamó Shoko con diversión. Utahime, que estaba detrás de ella, saludó brevemente con una sonrisa antes de volver a concentrarse en su teléfono.

—Shoko, exageras como siempre —respondió Suguru con una ligera sonrisa.

—¡No, no lo hago! —insistió Shoko—. ¿Cómo están pasando la noche?

—Tranquilos. Satoru organizó una pequeña sorpresa, ¿verdad? —dijo Suguru, girando su rostro hacia el Alfa, quien levantó la mano en un saludo casual.

—Ah, así que el gran Satoru Gojo también sabe ser romántico —bromeó Utahime—. ¿Qué hiciste? ¿Rompiste tu tarjeta de crédito?

—Oye, no todo lo soluciono con dinero. Esto lo hice con mis propias manos, ¿saben? —respondió Satoru, fingiendo estar ofendido.

—¡Eso sí que es nuevo! —Shoko rió, claramente disfrutando la situación.

Suguru rió también, apoyándose un poco más en Satoru mientras sostenía el teléfono.
—Bueno, al menos puedo decir que me impresionó.

Las palabras de Suguru hicieron que Satoru sonriera con orgullo, acercándose aún más al Omega. Shoko, al notar la cercanía entre ellos, chasqueó la lengua con burla.

—Esos dos están a un paso de no responder más porque estarán demasiado ocupados con otras cosas.

Suguru soltó una carcajada, mientras Satoru simplemente levantó una ceja, claramente sin negar nada.

—Shoko, deberías preocuparte más por Utahime —bromeó Suguru, señalándola con la mirada.

—¿Qué tiene que ver Utahime? —preguntó Shoko, fingiendo inocencia, pero Utahime rápidamente reaccionó.

—¡Suguru, ni te atrevas! —exclamó, completamente sonrojada, lo que provocó otra ronda de risas.

La llamada continuó con más bromas y risas, pero Satoru apenas podía concentrarse. Tenía la vista fija en Suguru, en cómo su expresión se iluminaba al hablar con sus amigas, en cómo su risa resonaba como una melodía que había extrañado demasiado.

Era en momentos como ese cuando Satoru sabía que haría cualquier cosa para mantener a Suguru a su lado.

Después de un rato, la llamada con Shoko y Utahime terminó. Suguru colgó con una sonrisa relajada, dejando el teléfono a un lado mientras suspiraba suavemente. El ambiente se quedó en un silencio cómodo, solo interrumpido por el crujido del viento frío contra las ventanas.

Satoru lo observó, notando cómo el Omega se frotaba los brazos ligeramente, intentando calentarse.

—¿Tienes frío? —preguntó Satoru, inclinándose hacia él.

—Un poco —admitió Suguru, abrazándose a sí mismo, aunque no parecía demasiado incómodo.

Sin pensarlo demasiado, Satoru levantó una manta del sofá y la colocó sobre ambos, envolviendo a Suguru en su calidez. Sin embargo, no se quedó ahí; Satoru extendió sus brazos alrededor de él, abrazándolo con suavidad.

—Ven aquí, eso debería ayudar. —Su voz era baja, casi un susurro, mientras descansaba su barbilla sobre el hombro de Suguru.

El Omega se quedó quieto por un momento, sorprendido por el gesto, pero eventualmente se relajó, dejando que el aroma fresco de las feromonas de menta de Satoru lo envolviera. Era un olor que siempre había encontrado reconfortante, casi adictivo, y en ese momento no era diferente.

Suguru se movió un poco, acomodándose mejor en el abrazo, y finalmente apoyó su cabeza en el pecho de Satoru. Aspiró profundamente, dejando que la menta lo llenara, pero también detectó algo más.

Entre la frescura de la menta, había un rastro sutil de café negro y roble: Toji. La mezcla de aromas lo hizo fruncir ligeramente el ceño, pero el olor a lavanda, el suyo propio, seguía predominando en el aire, ayudándolo a calmarse.

Satoru también lo notó. La presencia de Toji en el aroma de Suguru le provocó un ligero nudo en el estómago, pero decidió ignorarlo. Lo importante era que Suguru estaba ahí, con él, en ese momento.

—Tus feromonas siempre huelen bien, ¿sabes? —murmuró Satoru, rompiendo el silencio con una sonrisa que Suguru no podía ver.

—¿Eso crees? —respondió Suguru con una pequeña risa.

—Claro que sí. Es como… lavanda en primavera. Relajante, pero también un poco adictivo. —Satoru apretó ligeramente su abrazo, dejando un beso suave en el cabello de Suguru antes de continuar—. ¿Y yo? ¿Cómo huelo para ti?

Suguru se quedó en silencio por un momento, como si lo estuviera pensando, antes de sonreír ligeramente.

—Menta fresca… como si siempre estuvieras limpio y lleno de energía. Es agradable… demasiado agradable, diría yo. —Suguru levantó la vista, encontrándose con los ojos de Satoru, que brillaban con una mezcla de diversión y algo más.

—¿Demasiado agradable? —preguntó Satoru, fingiendo estar ofendido.

—Es un problema, ¿sabes? Hace que sea difícil enojarse contigo. —Suguru rió suavemente, sacudiendo la cabeza antes de volver a acomodarse en el pecho de Satoru.

El Alfa sonrió, aliviado por la cercanía y el tono relajado de Suguru.

—Bueno, es bueno saber que tengo al menos un punto a mi favor —dijo con un toque de humor, aunque su voz traicionaba un ligero temblor de emoción.

El Omega se rió, dejando que el ambiente cálido y reconfortante los envolviera a ambos. Afuera, el viento frío seguía soplando, pero dentro, en ese pequeño rincón de calma, todo parecía estar bien.

Satoru sabía que todavía tenía mucho trabajo por hacer para ganarse nuevamente el corazón de Suguru, pero momentos como ese le daban esperanza. Una esperanza que no estaba dispuesto a dejar ir.

...

Mientras Suguru dormía profundamente, su respiración suave llenaba la habitación. Satoru lo miró con una pequeña sonrisa, su expresión suavizándose al ver al Omega tan tranquilo y relajado, algo que no veía a menudo últimamente. Con cuidado, se inclinó y ajustó la manta sobre él, asegurándose de que estuviera bien abrigado.

—Duerme bien, Suguru —murmuró en voz baja, casi como un susurro que se perdió en el silencio de la habitación.

Se levantó con sigilo, intentando no hacer ruido, y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él con delicadeza. Una vez fuera, dejó escapar un largo suspiro, pasando una mano por su cabello blanco. Había tantas emociones revolviendo su interior, pero sabía que necesitaba apoyo para hacer las cosas bien esta vez.

Con esa determinación, tomó su teléfono y marcó rápidamente el número de Nanami. El tono sonó un par de veces antes de que la voz seria y tranquila de su amigo respondiera.

—¿Gojo? ¿Qué pasa? —preguntó Nanami, directo al punto, como siempre.

—Nanamin, necesito tu ayuda —dijo Satoru, dejando caer todo rastro de su habitual tono despreocupado. Su voz era seria, con un matiz de vulnerabilidad poco común en él.

Nanami guardó silencio por un momento, claramente sorprendido por la sinceridad de su amigo.

—Dime qué necesitas.

Satoru se apoyó contra la pared, mirando hacia el cielo nocturno a través de la ventana.

—Es Suguru. Estoy tratando de… no sé, reconquistarlo. Pero lo arruiné tanto antes que no sé por dónde empezar. Quiero que vuelva a confiar en mí, pero no puedo hacerlo solo.

Nanami dejó escapar un pequeño suspiro al otro lado de la línea, pero su voz permaneció tranquila.

—Primero, necesitas paciencia, Gojo. Mucha paciencia. Suguru no va a olvidar lo que pasó de la noche a la mañana. Pero si realmente quieres recuperar su confianza, tendrás que demostrar que estás dispuesto a esforzarte, incluso en los pequeños detalles.

—Eso intento, pero a veces siento que cualquier cosa que hago no es suficiente. —Satoru dejó caer la cabeza contra la pared, frustrado.

—Entonces sigue intentándolo. No se trata de hacer grandes gestos, sino de ser constante. Escucha lo que necesita, incluso si no lo dice en palabras. ¿Qué has hecho hasta ahora?

—Organicé una noche para nosotros… películas, dulces, todo lo que le gusta. Y parecía que estaba funcionando, pero aún está distante. Y luego está Toji… —La última parte la dijo en un tono más bajo, con un evidente toque de celos.

—Ah, así que esto también es sobre Toji —murmuró Nanami, entendiendo rápidamente la situación.

—No es que lo odie, pero… es difícil ver cómo lo hace reír tan fácilmente.

—Entonces asegúrate de ser alguien con quien él también pueda reír. No se trata de competir, Gojo, se trata de ser la mejor versión de ti para él.

Satoru guardó silencio, asimilando las palabras de Nanami.

—Gracias, Nanamin. No sé qué haría sin tu cerebro sensato.

—Probablemente algo impulsivo y estúpido —respondió Nanami, con un toque de humor seco.

Satoru rió suavemente, relajándose un poco.

—Bueno, gracias por evitar que lo haga. Te mantendré al tanto.

—Hazlo. Y, Gojo, no lo arruines esta vez.

—No lo haré —prometió Satoru antes de colgar.

Guardó el teléfono y volvió a la habitación, mirando a Suguru una vez más.

"Paciencia", pensó para sí mismo, recordando las palabras de Nanami. Se sentó en una silla junto a la cama, decidido a estar ahí cuando Suguru despertara. "Voy a hacer que esto funcione, cueste lo que cueste."

Satoru no pudo evitar sentirse inquieto mientras observaba a Suguru dormir desde la silla. Las palabras de Nanami seguían resonando en su cabeza: "Paciencia." Pero en ese momento, más que paciencia, necesitaba cercanía. No podía soportar la distancia que aún existía entre ellos, aunque pequeña, seguía siendo palpable.

Dejó escapar un suspiro bajo y silencioso mientras se levantaba lentamente. Caminó hasta el lado de la cama, asegurándose de no hacer ruido. La figura de Suguru, envuelta en las mantas, parecía tan tranquila y vulnerable que su corazón se apretó.

—Espero que no me odies por esto… —murmuró Satoru para sí mismo antes de deslizarse con cuidado bajo las mantas.

El calor del cuerpo de Suguru lo envolvió de inmediato, una sensación que había extrañado más de lo que quería admitir. Sin pensarlo dos veces, Satoru rodeó con sus brazos al Omega, abrazándolo como si fuera su ancla.

Suguru se movió ligeramente, adormilado, pero no despertó del todo. Sólo murmuró algo ininteligible y se acomodó más cerca del calor del Alfa.

Satoru escondió su rostro en el cabello de Suguru, inhalando profundamente su suave aroma a lavanda, mezclado con un ligero toque de roble y café negro que aún permanecía. El contraste lo hacía sentir un leve nudo en el pecho, pero decidió ignorarlo.

—Lo siento… —susurró Satoru, apretando un poco más su abrazo, como si temiera que Suguru se desvaneciera en cualquier momento. No sabía si se refería a esa noche, a lo que había hecho antes, o simplemente a todo el dolor que había causado. Quizás era una disculpa por todo junto.

Por un momento, el Alfa se permitió pensar que todo estaba bien. Que esa noche no había heridas, ni errores, ni miedos. Sólo ellos dos, juntos, como solían estarlo.

—Satoru… —murmuró Suguru de repente, con la voz adormilada, aunque su tono sonaba suave y tranquilo.

—¿Te desperté? —preguntó el Alfa, tensándose un poco.

—Hmm… no del todo. —Suguru abrió un ojo, mirándolo con una mezcla de somnolencia y algo más que Satoru no pudo descifrar. Luego suspiró, volviendo a cerrar los ojos mientras dejaba que el Alfa lo abrazara más fuerte.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz baja, sin sonar molesto.

—No podía dormir. Necesitaba… esto. —Satoru no intentó esconder la vulnerabilidad en su voz.

Suguru no dijo nada al principio, pero sus labios se curvaron en una ligera sonrisa antes de responder:

—Eres un tonto, Satoru.

—Lo sé. —Satoru dejó escapar una risa suave, relajándose al notar que Suguru no lo estaba rechazando.

Por un instante, el silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez era un silencio cómodo, lleno de algo que Satoru no quería nombrar todavía.

"Quizás esta noche no sea la última. Quizás todavía haya esperanza."

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Lol, actualize a las 5:34 am. Lit ya casi me voy a la escuela JAJAJA
PERO SIEMPRE ACTUALIZO!
BYEES 💗

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