𝐕𝐢𝐠𝐢𝐧𝐭𝐢𝐪𝐮𝐚𝐭𝐭𝐮𝐨𝐫
XXIV
El baile acabó pasadas de las tres de la mañana.
Entre los guardias reales de ambos reinos pudieron contener a Su Majestad, la reina Charlotte, pues se tambaleaba de lo ebria que estaba y deseaba volver al recinto, contrario a lo que su hijo y sobrino le indicaban.
No había rastro de Nikolai, pero según los rumores de las mismas debutantes, hacía dos horas ya que se había marchado acompañado de una joven de la alta sociedad. Alex escuchó también esas palabras, pensó que aquella pobre señorita no sabía en lo que se estaba metiendo.
Los Bridgerton fueron de los últimos en salir, nuevamente, acompañados de Lady Danbury, quien insistió en que el duque de Hastings la escoltara hasta su carruaje.
Aquello había servido para varias cosas;
No pondrían a Alex en una encrucijada, y ambos hombres se pudieron marchar tranquilos, porque estaban postergando el irse, por supuesto, por miedo a que el otro se quedara en la casa.
Colin Bridgerton se había quitado los zapatos y estaba recostado en uno de los sillones del salón continuo, aquel al que algunas parejas habían acudido cuando quisieron tener un poco más de privacidad. De su boca corría un hilo de baba, estaba profundamente dormido y probablemente despertaría con un dolor terrible de cuello si seguía en aquella incómoda posición.
Alex subió a su habitación una vez que la última persona se marchó, en este caso, la familia Featherington, con las bolsas de mano llenas de canapés.
Se quitó el maquillaje, se puso su bata de seda para dormir, se alisó el peinado dejando los bucles sueltos y suspiró profundamente. Entonces se cubrió la cara con una de las almohadas de plumas y gritó tan fuerte, que si no hubiera estado minimizado, aquel grito pudo haber despertado al duque de Sussex a unas siete cuadras de distancia, y eso que él era sordo.
Se sentó en la cama con una gran sonrisa, una de autosuficiencia, el corazón le latía fuertemente, pero esa sonrisa poco a poco fue deformándose.
¿Por qué había tardado tanto? ¿Si quiera aquello era real? En el baile no conversaron, ambos sabían que no lo necesitaban, pero la verdad era que el duque ignoraba lo que había ocurrido en aquellos establos, pero el corazón le Alex no podía.
Necesitaba aclarar sus pensamientos, necesitaba preguntarle directamente a él si lo que había dicho ahí, frente a todos, era cierto.
Tomó la almohada nuevamente y se recostó en la fría cama. Cerró los ojos esperando que, entre sueños, encontrara las respuestas a su dilema, pero no podía concebir el sueño. Todos los recuerdos de esa noche, aún frescos en su memoria, la atormentaban a tal grado de no dejarla descansar.
Se levantó pesadamente, quizá si escribía se dejaría llevar un poco por el cansancio, pero la luz en aquella habitación terminaría por arruinarle la vista.
Cruzó los pasillos desiertos de la residencia Spinster la cual conocía a la perfección. Siempre había preferido el estudio de su padre más que el del duque en cuestión, el cual se encontraba en el ala oeste y tenía un balcón que daba la mejor vista a la luna y a los grandes jardines.
Abrió las grandes puertas que daban acceso al balcón, y se dispuso a contemplar la madrugada antes de la salida del sol. Aún había silencio, excepto por el canto de unos somormujo lavanco que surcaban los cielos.
La joven tomó su libreta y comenzó a dibujar garabatos que en poco tiempo se transformaron en corazones, que a su vez, comenzaron a tomar forma en un solo nombre.
Un estruendo resonó fuertemente debajo, Alex se levantó en el gran balcón y se acercó a la orilla, del lado de la residencia de Hastings había un jarrón roto en el suelo del patio.
—¿Simon? —preguntó Alex al ver la gran figura del duque intentando esconderse fracasadamente entre las cortinas de su propio balcón, se le escapó una risa al enlazar que él mismo había tirado aquel jarrón.
Simon Basset se aclaró la garganta y salió de su fallido escondite, mirando hacia el lado contrario, como si apenas acabase de llegar a la escena.
—Oí el estruendo y...salí a ¿investigar? —pero no sonó muy convencido, Alex rio en su lugar y él también lo hizo mientras se rascaba la nuca—. Está bien, me atrapaste.
Simon levantó ambas manos en señal de rendición y echó la cabeza hacia delante, Alex negó por descubrirlo en su pequeña y muy obvia mentira.
—¿Te molesta la compañía? —preguntó el joven duque acercándose al filo del balcón, Alex negó.
—¿A tres metros de distancia? —cuestionó con una ceja alzada—. Para nada, siéntete como en casa, sin retórica.
—Creo que son cuatro metros—dijo Simon sentándose en su gran balcón e intentando medir la distancia con los ojos entrecerrados—, o quizá cinco.
—Son tres metros—afirmó Alex sin titubeos.
—¿Apuestas?
Alex giró los ojos con una sonrisa.
—Nunca apuesto a perder—afirmó a la par que se echaba el cabello detrás de las orejas—, y tú ya has perdido apuestas contra mí.
—Quizá me dejo ganar, quizá el verdadero premio es perder con gracia contra una bella señorita como tú.
Con la tenue luz de las velas, Alex cerró los ojos un momento, se había ruborizado completamente.
—¿Simon? —atinó a preguntar la pelinegra, la primera palabra que había dicho después de tal declaración. Se sentía en una ensoñación, él la miró desde donde estaba, también con una sonrisa grande en el rostro—. ¿Esto es real?
—Yo también tardé un poco en creerlo, incluso hice bocetos burdos sobre mi discurso—afirmó el duque, y cortó una flor de la enredadera del balcón que logró enviar hasta el de Alex con ayuda de la brisa nocturna—, pero créeme cuando te digo que no hay nada más real en este mundo que mis sentimientos por ti. Son legítimos, Alex. Si es que existo, es por ti.
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Alex bajó de su habitación pasadas de las doce del mediodía. Le dolía la cabeza un poco, y su cabello había amanecido de un humor terrible, se pasó dos horas intentando arreglarlo inútilmente, así que antes de volverse loca y cortarlo, decidió llamar a Joanne que lo arregló en un santiamén.
Se encontró con Colin comiendo una caja de chocolates en un sillón del salón de arte, mientras recorría el camino habitual hacia el comedor. Él le sonrió, tenía los dientes manchados, ella hizo una mueca y soltó un gruñido. Colin asintió, abrió los brazos y Alex no puso objeción. Ahora ella era quien comía chocolates mientras Colin masajeaba sus sienes.
—Para ser la mujer más envidiada de Londres no luces feliz.
—Tengo un problema y necesito tu ayuda—lo meditó bastante, necesitaba aclarar su mente, después de la declaración de Simon en su balcón, comenzaba a desconfiar de lo que creía.
—¿Por qué existe un problema? —cuestionó Colin tomando un chocolate, Alex se levantó y lo miró fijamente.
—Anoche besé a tu hermano—confesó, esperando la reacción de Colin, Alex tomó un cojín y se cubrió con él la cara de la vergüenza.
—Tengo muchos hermanos—dijo Colin sin inmutarse tomando otro chocolate, pero Alex alejó la caja de él mirándolo con confusión—. ¿Qué?
—¿Lo sabías ya? —cuestionó sin titubeos.
—Yo le quité la paja del cabello cuando nadie me vio hacerlo—dijo encogiéndose de hombros—, ¿ahora sí me das los chocolates?
Alex le extendió la caja.
—Gracias, los regalos de Nikolai siempre son los más dulces—aclaró, Alex iba a protestar pero prefirió no hacerlo.
Una de las cocineras anunció su llegada y Alex le permitió el acceso, dejó en una de las mesas un juego de té con galletas y bocadillos y un tazón con fruta que ella tomó para comenzar su desayuno.
—Pon esa cara cuando alguien se haya muerto—la regañó Colin—, ¿alguien los vio?, ¿es eso lo que te preocupa?
Alex negó.
—Entonces no hay problema alguno que resolver—dijo conforme con la respuesta y ahora tomando una uva del bowl de Alex, pero luego vio su cara casi deformada—, oh, no...no estás confundida.
—Necesito que me hagas un favor—pidió poniendo sus manos unidas frente a su rostro. Colin suspiró después de mirar al cielo.
—No hay confusión alguna en esa cabecita—negó mientras tomaba entre sus manos la cabeza de Alex y la agitaba suavemente—. Mira, créeme que sería muy feliz de que te convirtieras en mi hermana por matrimonio también, pero yo mismo he sido testigo del largo recorrido que ha hecho Simon para poder declararte sus sentimientos.
—¿Lo sabías? —cuestionó.
—¡Claro que sí! —afirmó—, alguien tenía que asesorarlo, todas esas magníficas ideas debían tener el respaldo de alguien dentro y, ¿quién mejor que el hermano de la novia?
Alex rio levemente, aquello cobraba mucho sentido.
—Pero está bien, ¿en qué puedo ayudar a que no te sientas confundida y tu mente por fin se aclare? —preguntó.
Alex arrugó la nariz, no quería dar muchos detalles porque le parecía que aquella hoja era sumamente personal.
—Necesito que hagas que Anthony y Simon escriban mi nombre—explicó, Colin la miró sin entender.
—¿Y lo dejarás al azar o algo así? —Alex desvió la cara negando con la cabeza—. Lo voy a hacer, pero quiero algo a cambio.
Por supuesto, no iba a dejar a Colin sin un pago digno de su tarea.
—Ya tienes el nombre de mi primogénito, ¿qué más quieres? —preguntó Alex con un fingido dolor en la voz.
Colin negó después de arrojarle una uva y que Alex se cubriera con el cojín.
—Ya no se llamará Colin—declaró—, lo pensé bastante y después de que te cases seré el segundo hombre de tu vida, y después de que tengas un hijo, ocuparé quizá y con suerte el tercer lugar.
A pesar de que lo que Colin decía le causaba risa a Alex, él lucía muy serio con su explicación.
—Puedo ser el tercer lugar siempre que sea el primer y único Colin—terminó, y al ver que Alex lo miraba confundida, volvió a arrojarle una uva que le golpeó el ojo.
—¡Oye! —se quejó ella lanzando un chocolate en su dirección que él atrapó con la boca, pronto, la habitación se había convertido en un campo de batalla donde quien sufría era Colin cuando la comida caía al suelo.
—Podríamos ahorrarnos todo esto—dijo Colin entre risas detrás de un sofá, Alex le acababa de lanzar una fresa que apenas pudo esquivar lo suficiente para arrojar moras usando la cuchara de catapulta—, si tan solo nos hubiésemos casado.
La cara de desconcierto de Alex le arrancó una sonora risa a Colin que después prosiguió un ataque con uvas.
—Preferiría besar un sapo—dijo Alex sacándole la lengua infantilmente.
—Ayer lo hiciste en los establos—le recordó, y después la caja entera de chocolates voló en su dirección.
Un sonido de tres golpes con un bastón en el suelo resonó en la sala, pero Colin y Alex estaban tan ocupados en el contrataque que no se percataron del anuncio de una persona en la sala.
—¿Interrumpo algo? —preguntó Daphne Bridgerton, de pie en la entrada. Miraba perpleja que Alex y Colin ahora peleaban con los cojines, y estaba segura de que su hermano no minimizaba la fuerza porque su contrincante era una mujer. Parecía una pelea que había durado una eternidad, y era verdad, pero las risas en sus rostros eran tales que disipó ideas erróneas.
—Tu hermano es un tonto—se quejó Alex después de ser derribada a un sillón.
—Tu hermano también es un tonto—contractó Colin, Daphne ahogó una risa.
—Tú eres mi hermano, tonto—se burló Alex, Colin entrecerró los ojos intentando entender, y cuando finalmente lo hizo, Alex pudo derribarlo de igual forma.
Daphne sintió un vuelco en el estómago, pero intentó disipar esas ideas. A veces sentía envidia de la relación de complicidad que tenían ambos jóvenes, porque ella no poseía esa cercanía con ninguno de sus hermanos.
—Creo que sería prudente volver después—indicó, y su voz sonó levemente rota.
—Oh, no, no—se apresuró Alex levantándose de su lugar y ayudando a Colin a pararse de igual forma—, Colin ya se iba, ¿no es verdad?
Colin la miró indignado, pero no puso oposición.
—Tengo muchas cosas que hacer y nada de tiempo por perder—declaró, se despidió de Daphne y luego fue a mover su mano con rapidez en el cabello de Alex, haciendo que este se enredara para después salir huyendo.
Daphne se cubrió con la mano al ver que el cabello de Alex parecía un nido de pájaros.
—Te ayudo—murmuró, aguantando nuevamente una risa—, ¿dónde tienes un cepillo?
—En las habitaciones de invitados—aseguró tomando la mano de Daphne caminando por el pasillo hasta llegar a una, Daphne iba a abrirla pero Alex negó—. Está ocupada.
Daphne movió la mano como si la perilla le quemara, con un visible sonrojo en el rostro. Esas eran las habitaciones de invitados del ala oeste de la residencia Spinster, y sabía que Colin se quedaba en las habitaciones principales, entonces esa era la habitación de Lord Williams.
Alex no se percató del sonrojo de Daphne, o simplemente prefirió no mencionarlo, algo que la joven agradeció.
—¡Aja! —dijo Alex levantando el cepillo dorado en el aire, triunfalmente.
Daphne lo tomó entre sus manos, ella estaba por sentarse pero Daphne movió un poco la cabeza.
—¿Y si bajamos al recibidor? —preguntó.
Alex pensó que estaba siendo una maleducada con su visita, aún no le había ofrecido nada para beber, o preguntado la razón de su llegada, así que se limitó a asentir.
Y, mientras bajaban las escaleras, Daphne miraba hacia todos lados de la casa. En cada intersección de pasillo, detrás de cada escultura, escudriñaba con sus ojos cada rincón, con una sola esperanza.
—Coretta por favor, tráenos unos aperitivos—dijo Alex sin mirar en una dirección específica, pero no lo necesitaba. Apenas unos minutos después, en la mesa del recibidor había bandejas llenas con lo solicitado.
Daphne se sentó al lado de Alex y comenzó a cepillar su cabello con cuidado, se sorprendió de lo sedoso que era, aún así, tuvo que haber algunos tirones de por medio. Colin lo había dejado muy enredado.
—No está—dijo Alex mirando al frente, Daphne la miró confundida—debe estar con los Featherington quitándoles hasta el último penique.
Una pequeña sonrisa de lado asomó la sombría mirada de Alex, por supuesto que había visto que Daphne miraba en todas direcciones incluso allá abajo, y que sus ojos de pronto miraban con anhelo la puerta de entrada.
—¿A qué te refieres? —cuestionó pasando por delante de ella para poder cepillar la otra mitad del cabello.
—Nathaniel Williams—respondió Alex, Daphne ahogó un gritó y tiró del cabello de Alex.
—¡Lo siento! —se disculpó con rapidez, pero ella no estaba molesta. En realidad la situación la divertía mucho, la recordaba a ella misma. Aquella mirada de esperanza, deseando que fuera él quien entrara por la puerta, la conocía perfectamente porque fue la misma que tuvo cuando Anthony le destrozó el corazón.
También era la misma que ponía todas las noches, esperando que Simon llegara a su casa a cenar.
—¿Estoy siendo muy obvia? —murmuró Daphne—, ¿qué me delató?
—Anoche los vi bailando—Alex se encogió de hombros, por el reflejo del vitral enorme de la puerta, pudo ver que su cabello estaba excelente—, y después te presentaste aquí sin ningún motivo, y no parecía que realmente fuera a mí a quien desearas ver.
Daphne se ruborizó por ser atrapada, Alex rio en su lugar.
—Pero cuéntame, ¿qué sucedió?
Daphne se aclaró la garganta y tomó una taza de té antes de continuar.
—He visto que está muy unido a Anthony últimamente—anunció—, creo que podría pensar en proponerme matrimonio.
Alex sintió que se perdió unos cuantos capítulos de la novela que llevaba el título de Daphne Bridgerton. Los había visto bailar, por supuesto, y conversar el uno con el otro la noche anterior, también sabía que Nathaniel y Benedict eran compañeros de clase, y que probablemente se conocía con Anthony de Oxford, pero Nathaniel Williams no terminaba de caer en su gracia completamente. Algo aún no la convencía, tendría que averiguar lo que Nathaniel pensaba realmente.
—Es muy atractivo—calificó Daphne.
—Es verdad—afirmó Alex sin pensar—, y será el presidente del parlamento interino de York en poco tiempo.
—Es un buen partido—afirmó la joven Bridgerton con un suspiro de por medio—, espero que este en el día de campo de mañana.
—¿Irás? —preguntó Alex con el ceño levemente fruncido.
—Por supuesto—Daphne bebió de su taza un sorbo—, no todos hemos tenido una declaración pública de amor, aún sigo en la contienda. Pero tú, ustedes quiero decir, ¿cuándo piensan casarse?
Alex tragó en seco, Daphne no había esperado su respuesta, sino que en su lugar comenzó a hablar de bebés, y ahí Alex quiso que la tierra se la tragase.
Adoraba a los niños, pero no planeaba quedar en cinta pronto.
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Daphne abandonó la casa tres horas y media después. Se habían puesto completamente al día, incluso habían bordado un poco. También recibió una invitación por parte de Violet para ir a cenar el día siguiente, puesto que ese día estaba ocupada.
Los planes incluían a cierto duque, solo que él no lo sabía aún.
—¡Lo tengo! —gritó Colin entrando a la casa, detrás de él, pasaron dos dependientes de Alex con unos hermosos boquetes de flores.
Eran tan diferentes a la vez, pero a su vez compartían la misma flor estrella. Entonces, después de colocarlos, las personas se marcharon con una gran reverencia pronunciada y Colin cerró la puerta tras de sí.
—¿Qué? —dijo Alex mirando en ambas direcciones.
—Lo que me pediste, lo conseguí. No fue fácil, me debes muchas ya—aseguró Colin arrojándose a sí mismo a un sillón, como si hubiese corrido un maratón completo.
—Si te explicaras quizá podría entenderte—murmuró Alex tomando asiento.
—Las flores tienen nota—dijo Colin subiendo y bajando sus cejas, entonces Alex abrió los ojos desmesuradamente—. ¡Soy un genio! Así nadie sospecharía.
—¿No? —preguntó Alex—, ¿ni siquiera porque la casa está llena de flores?
—Quiero decir, Simon fue difícil—afirmó Colin—, fue desconfiado al principio cuando le dije que su anterior ramo estaba marchito.
Alex se acercó a oler las peonias, eran exquisitas.
—Está loco—dijo Colin—, no se tragó el cuento. Sospecha algo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Alex con el ceño levemente fruncido.
—¿Con qué periodicidad te envía flores?
Alex lo meditó un segundo, pero se encogió de hombros al no tener una respuesta.
—¿Alguna vez has visto una flor marchita? —y no esperó a que respondiera—, ¿quieres saber por qué?
Alex lo miró impaciente.
—Tiene una caja de reserva, conserva tres flores de cada boquete antes de enviarlo, para estar seguro de que cuando comience alguna mancha que indique que están próximas a marchitarse, pueda enviar otro y así jamás tengas que ver un pétalo caer—recitó—, ¡son tan cursis!, y controladores, son perfectos el uno para el otro. Yo ni siquiera vería la nota.
—¿Anthony? —preguntó Alex, y Colin rodó los ojos.
—Le dije que sería una excelente idea y respondió que no podría estar más de acuerdo—explicó masajeando sus sienes—. ¡Oh! Olvidé mencionarte, esta noche iré al club de caballeros, llegaré un poco tarde.
Alex asintió, de pronto las puertas fueron abiertas. Alex sabía exactamente de quien se trataba, porque además de la sensación de calidez, era al único que dejarían pasar sin ser presentado como se protocolizaba.
El cachorro de Alex irrumpió la habitación corriendo con desespero buscando a su dueña, primero saltó encima de Colin, y finalmente buscó a Alex hasta que la encontró. Colin se levantó con rapidez, cubriendo con su propio cuerpo el arreglo de flores de Anthony lo mejor que pudo.
Simon entró y la cara de ambos se iluminó, Colin pudo notarlo.
—Lo siento—se disculpó encogiéndose de hombros con una pequeña sonrisa—, ha estado desesperado deseando verte todo el día.
Por la fiesta de Alex, el cachorro había pasado la noche siendo cuidado en la residencia de Hastings, y estaba tan encariñado con Simon que no notaba la diferencia.
—Oh, y el perro también—se burló Colin, sin embargó Alex se levantó con media sonrisa, y, sin esperárselo por parte de ninguno de los presentes, hizo algo atrevido.
Se levantó de puntitas y depositó un beso en la mejilla izquierda de Simon.
Colin quiso abandonar la habitación casi inmediatamente. Sobraba y lo sabía, deseaba darles privacidad, pero parecía imposible moverse justo en ese momento.
—¿Es así como te reciben en el cielo? —preguntó Simon en medio de un susurro que solo Alex escuchó, ocasionando un sonrojo ligero en sus mejillas.
—Gracias por cuidarlo, y por las flores, son tan encantadoras.
Colin se aclaró la garganta ruidosamente.
—¿Por qué no salen de paseo o algo así? —preguntó—, lo que sea, háganlo por favor.
Con un leve movimiento de cabeza, le señaló con complicidad a Alex el arreglo que escondía, y ella asintió.
—En realidad tengo deberes por hacer, ¿podrías ayudarme?, ¿no estás ocupado? —preguntó la joven, y el rostro de Simon se iluminó aún más.
Alex era recelosa con su trabajo, y que pidiera su opinión, por más mínima que fuera, significaba muchísimo para él. Era su manera de hacerse más importante en la vida de la joven.
—¿De verdad? —cuestionó—, ¿estás segura?
Alex tomó su mano, Simon afianzó el agarre.
—¿Qué mejor opinión que la tuya? —preguntó, y comenzó a dirigirlo a la planta alta—. ¡No más visitas!
Colin miró al cachorro.
—Parece que solo somos tú y yo—se burló, pero él también abandonaba la habitación siguiendo a su dueña—, claro, ve con tus padres y abandona a tu tío.
Negó con la cabeza y tomó las flores entre sus manos, una de las empleadas tomó el otro y subieron a dejarlas a la habitación de Alex.
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