𝐓𝐫𝐢𝐠𝐢𝐧𝐭𝐚 𝐮𝐧𝐮𝐬

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I just died in your arms tonight

It must have been something you said

York, 1806

El conde de Clyvedon odiaba ir a la iglesia más que cualquier otra cosa en el mundo. No eran un lugar ameno, le producía escalofríos escuchar el órgano sonar en el eco de las catedrales, o ver aquellas pinturas que retrataban tragedia pura. Además, se había desgastado casi toda su niñez llorando pidiéndole a Dios que le devolviera a su madre, o por lo menos, que le diera una.

O que su padre lo quisiera, lo que pasara primero. Después de todo, en la catedral de Hastings había escuchado mil veces a mujeres llorando agradeciéndole a Dios el haber salvado a sus hijos, a sus esposos, a sus padres, o haberles cumplido sus plegarias.

¿por qué las suyas no valían la pena ante los ojos de Dios?

Así que, naturalmente, la única razón por la que sus pies ahora recorrían York Minster, era porque este era un lugar de paz para Alex Spinster.

—El corazón de Yorkshire—murmuró Simon mirando la gran ventana del oeste.

—Soy tu guía, ¿puedes dejarme presentarte esta maravilla arquitectónica? —con el ceño fruncido, Alex se adelantó un poco perdiéndose entre los arcos torales que se apoyaban unos contra otros, y solamente el reflejo de su sombra a través de los vitrales fue lo que permitió a Simon Basset saber hacia dónde se dirigía.

No se necesitaba ser un genio para saberlo.

Simon no quería quedarse solo sin más, muy al contrario de Alex, le incomodaba tener aquellas esculturas y pinturas mirándolo fijamente. Tenía el pensamiento intrusivo de que los ojos lo seguían a todas partes. No creía en fantasmas, pero no estaba dispuesto a averiguar si su existencia era un mero mito.

Sus pasos resonaron a lo largo de la catedral hasta que fue guiado a la capilla de María auxiliadora, donde Alex estaba. Ni sus pasos, ni el posar las manos heladas en los descubiertos hombros de la joven hicieron que esta se inmutara por su presencia.

—Nuestra señora de los dolores—leyó—, grácil.

—Me encanta esta pintura—dijo Alex, finalmente girando un poco la cabeza para hacer contacto visual con el conde.

—Es lúgubre—dijo, ladeando la cabeza para intentar apreciar mejor la pintura de aquella mujer con vestidura negra que evocaba el dolor una madre ante el sufrimiento y la pérdida de su hijo. Un escalofrío le recorrió la espina, pero no dijo absolutamente nada—. Si te gusta tanto, ¿por qué no te la llevas a casa?

—Porque sería egoísta—razonó al tiempo que se sentaba en una banca y palmeaba el costado para que Simon se sentara, lo cual hizo—. Amo esta pintura, pero algo así merece ser contemplado. El arte merece ser adorado.

Simon no respondió nada en un primer instante, sino que miró hacia el techo donde se encontraban los candelabros encendidos repletos de velas. Su mente viajó y se perdió un rato en los ventanales, y solo fue devuelto al presente cuando Alex volvió a hablar.

—Cuando me case, quiero que sea aquí.

—Pensé que no querías casarte nunca—cuestionó el joven—, ¿ha cambiado algo?

—Papá ha dicho que debo hacerlo o no me darán mi título.

Simon asintió.

—Quizás sea momento de ir buscando prospectos—sugirió con tono de broma, pero solo logró que Alex hiciera una mueca de desagrado.

Pasaron unos minutos, Alex lanzó un suspiro y se puso de rodillas en uno de los reclinatorios de la catedral y cerró los ojos, pero apenas bastó poco tiempo para que los abriera y girara la cabeza hasta mirar a Simon. Parecía que lo estaba esperando, así que él negó con la cabeza.

—Yo no me arrodillo—dijo con tono altivo—, no lo hago jamás— y cuando parecía que Alex estaba dispuesta a discutir al respecto, añadió: —los protocolos no cuentan. Yo no me arrodillo, no lo hago, y no rezo tampoco. El día en que me arrodille será histórico, quizá los pájaros naden como los peces en el mar, pero hasta ese día pueden esperar sentados.

—Entonces necesito que seas paciente, lo siento—dijo Alex, y Simon la miró sin entender—, porque tengo que pedir por los dos, me tardaré un poco más.


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—¿Qué ha pasado?, ¿por qué se ha encerrado?

—Ha echado a los médicos, tengo que arreglar esto pronto.

—¿Por qué?

—Le han pedido que lo deje ir, y no puede hacerlo. Le han rogado incluso por todos los medios posibles.

—Iré a hablar con ella.

—Déjala que llore, déjala que se desahogue por favor. Así será más fácil.


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Se ha cumplido un mes desde que no estás conmigo.

No en esencia, por lo menos. Te extraño, y extraño aquello que éramos antes de que esto pasara.

Esta noche creo que te extraño más que todas las anteriores, te extraño por los días de risas y noches de desvelos que solíamos tener, y aunque físicamente no reine tu ausencia, solo puedo rezar en mis noches y días porque la distancia que han interpuesto entre nosotros cese ya.

Y me han pedido lo impensable, hoy mismo. No sé si puedes oírme, pero si lo haces, entonces te habrás dado cuenta de que he cambiado de equipo de médicos. Los anteriores no eran eficientes, o por lo menos, no me dijeron lo que quería escuchar.

Querían que te dejara ir, y no puedo.

Por favor, abre los ojos, Simon. Por favor. Prometo ser una buena esposa, prometo comportarme a la altura de cualquier situación. Prometo mejorar mi bordado, prometo vestir propiamente; prometo darte los hijos más bonachones que tus ojos verán.

O ninguno, si es que lo prefieres así.

Un gran principio que pensé que brillaría como las estrellas, y un final de cristales rotos.

Mi corazón ruega que despiertes.

Diario de Alex Spinster encontrado por error por Anthony Bridgerton.

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—¡Les pedí explícitamente que no recibieran a nadie! —la mirada severa de Alex hizo que las dos damas frente a ella bajaran la cabeza después de dar un pequeño brinco por la impresión—. Mi casa no está abierta para juntas sociales, para audiencias, ni siquiera para el parlamento, ¡se los dije!

Un carraspeo se escuchó en la habitación y un pequeño zumbido acompañó el oído derecho de Alex.

—¿Ni siquiera para la familia? —un bonachón Nikolai se asomó a aquella habitación, contrario a la gran vena de la frente de Alex que parecía que estaba por estallar.

—Específicamente a ti, les pedí que no te abrieran la puerta jamás—con desdén, Alex les indicó al servicio que abandonaran la sala.

—¿Desea algo, majestad? —preguntó una de ellas—, ¿algo de beber en específico?

—No se quedará por mucho tiempo, no necesita nada—Nikolai dio una sonrisa de lado ante el comentario y se apresuró a sentarse en uno de los grandes sillones y tomar una de las pequeñas esculturas entre sus manos—. Juro que si lo rompes...

—¿Por qué estás tan irritable?, ¿Bridgerton no te satisface lo suficiente?

La desconfigurada cara de Alex le arrancó una estruendosa risa al joven príncipe, tanto así que tuvo que sostenerse el estómago.

—Las noticias corren excesivamente rápido, así que mi visita en realidad debes agradecerla. Tengo información que puede servirte—mirándose las uñas, Nikolai se recompuso en el sillón. Alex no tenía ninguna intención de sentarse, y él tomó aquel silencio como una oportunidad para continuar hablando—. Tu prometido no está en Bradford.

—¿A qué te refieres con eso?

Nikolai se levantó, rodeando a Alex al caminar, dándole mayor dramatismo a aquello. Se dispuso a ver una pintura de los padres de Alex, y mostrando una sonrisa torcida, se giró a encararla.

—Como lo oyes—afirmó—, Georgie ha enviado una comitiva en su búsqueda, por la deshonra a la corona que se ha vivido producto de que no haya solicitado autorización para pedir tu mano, y quieren evitar el escándalo antes de tu nombramiento. Intercepté la información porque al llegar a la residencia, ¡sorpresa!, estaba vacía. Con los antecedentes que tiene y que se rumorean por Londres, yo pondría especial atención en él. y en las damas que le rodean.

Alex no mostró expresión alguna.

—¿Has venido a mi casa a insinuar que mi prometido me está siendo infiel? —cuestionó la joven—. Si eso es todo, puedes irte, Nikolai.

—La bruja está molesta, y eres su distracción favorita justo ahora que la temporada está a unas semanas de terminar, lo cual me beneficia bastante porque así se olvida de mis problemas—Alex lanzó un largo suspiro, luego se acomodó el cabello por detrás de la oreja—. Te haré un favor, uno que espero tomes como tu regalo de bodas. Les diré que me ha solicitado autorización a mí, y así se habrá acabado el problema. Solo escríbele que vuelva, primita, y que tenga una buena historia que respalde su audiencia en Bradford.

—La tendrá, no debes preocuparte por eso.

—Bien, un gracias estaría fabuloso—pero Alex no parecía ni por cerca con ganas de pronunciar aquellas palabras. Nikolai caminó hacia ella, dispuesto a despedirse, hasta que divisó en la puerta a una persona que se acercaba—. ¡Oh, esto se pone cada vez mejor!, ¿no estabas en Bradford, Bridgerton?

Alex giró casi de inmediato a mirar. Anthony, con la mirada desencajada y papeles en las manos que intentó ocultar disimuladamente, abrió la boca pero las palabras le tardaron en salir.

—¡Pe-pensé que nadie podría entrar!

—Ahora lo entiendo—Nikolai se mordió ligeramente el labio inferior—, ¿es por eso que rechazaste al duque y que hay tan pocos sirvientes aquí?, ¿Porque escondes a tu amante? Después de todo no eras tan aburrida, ¿por eso te casas?, ¿es que acaso te deshonró, Alex?

El impulso que Alex tomó para dar la bofetada que azotó la cara de Nikolai fue gigantesco. Anthony la miró asombrado. La mano le ardía como los mil demonios, pero la cara de Nikolai debía de dolerle peor, porque por dentro sintió el metálico sabor de la sangre. Sin embargo, de su boca solo salió una pequeña risa.

—Sabía que no podías ser tan aburrida—murmuró.

—Lárgate de mi casa—le respondió.

Nikolai levantó ambas manos en señal de rendición y procedió a caminar hasta la salida.

—¿Estás seguro de dónde te estás metiendo, Bridgerton?

—Alteza, si vuelve a insinuar algo sobre mi prometida, el menor de sus males será el moretón que tiene en el rostro—dijo Anthony.

—Ordinario—mencionó Nikolai—, nuestra tía enviará a los diseñadores reales con los prospectos de los vestidos el día de hoy, además de los pintores para el cuadro de ustedes dos en el transcurso de la semana, eso si planeas seguir jugando a la familia.

—Púdrete, Wellington—escupió la duquesa mirándolo con rabia.

—Ahórrate los insultos, y tú—dijo señalando al vizconde—, ¡bienvenido a la familia! Espero que disfrutes este espectáculo tanto como nosotros, termina por ser divertido.

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Alex se miró en el espejo y pensó que, a pesar de que jamás se había visto mejor en su vida, tampoco nunca antes había estado tan triste y vacía. Colin acomodó la cola del vestido, aquella que ella misma había solicitado de esas dimensiones, el que había dibujado cuando apenas era una niña.

La tela importada se sentía costosa, las perlas y cristales debidamente tejidos le daban una apariencia que solo la pura realiza podría tener. Pesaba, pero aquello era secundario.

—Anthony está abajo en la tribuna esperándote—murmuró Colin—, pero podemos decirles a los pintores que no te sientes bien, si es lo que necesitas.

—¿Qué tan lejos crees que esto llegue? —le preguntó Alex girando para poder mirarlo a los ojos.

Pero Colin no pudo sostenerle la mirada.

—Necesito que seas real conmigo, lo necesito ahora—pidió—, ¿qué es lo que piensas?

—Tengo esperanza—aseguró el noble de York—, pero creo que hemos sido muy optimistas, tanto que no le permitimos partir.

El corazón de Alex se estrujó y su labio tembló, pero asintió.

—Lo he pensado también—soltó un poco del aire contenido, Colin le tomó la mano en ese momento—, que quizá y es tanto mi deseo de que...de que despierte o lo que sea, y que él solo necesita descansar y yo lo retengo, y nadie merece eso. Pero no soy fuerte Colin, no soy tan fuerte como aparento.

—Lo has sido hasta ahora, solo debes pensar lo que es mejor.

Y ella asintió, porque ya conocía la respuesta.

El ducado de York,

La duquesa real de York, Alex Juliette Vivienne Genevieve Eleonor Fitzgerald Spinster y el 9no Vizconde Lord Anthony Bridgerton tienen el placer de invitarle...

Delicados y cuidadosos pasos, casi imperceptibles para oídos que no quisieran escuchar, caminaron a través de los pasillos de la residencia de York. Las respiraciones eran tan lentas que incluso quien prestara atención, no podría decir que estaban acompañados.

Pero es que, ¿cómo podrían escucharlos? Cada uno estaba en su propio mundo en aquel gran salón, todos y cada uno de ellos, hasta que escucharon el estruendo del vidrio caer.

Había sido una de las empleadas, quien creyó ver un fantasma.

Pero no, era él, y nadie en la sala podía creerlo.

Los siguientes en percatarse fueron los pintores, que dejaron caer sus pinceles.

Y, ante la duda y sorpresa, Anthony y Alex desde lo alto de la tribuna donde posaban para el cuadro de bodas que estaban pintando, giraron y miraron a los ojos al duque de Hastings, quien se sostenía con una mano de la pared, y en la otra, tenía aquella invitación de boda levantada.

Alex se llevó una mano a la boca, incapaz de decir alguna palabra, sus ojos se llenaron de lágrimas inmediatamente; Anthony la sostuvo porque pensó que estaba por desmayarse.

—Alex—dijo el duque, la primera palabra que había dicho después de despertar del coma que lo había tenido en cama más de dos meses— ¿te casas?...

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Cumpleaños número seis de Alex,

Hastings, Inglaterra

—Hay una personita que quiere conocerlo, joven Conde—dijo el duque de York, y de detrás de sus piernas se asomó una niña con la cara sonrosada y una sonrisa corta en el rostro— ¿por qué no van a mirar las aves del lago? Los adultos tenemos mucho que conversar.

Simon asintió, y estaba por ofrecer su mano a la niña pero esta fue más rápido y comenzó a caminar en dirección a los jardines, así que no tuvo más remedio alguno que seguirla.

—Lord Basset—murmuró Alex.

—¿Nos conocemos? —preguntó el conde, creyendo que quizá le fallaba la memoria.

Ella negó.

—Me han hablado tanto de usted que parece como si lo hiciera—dijo—. Mi nombre es Alex, encantada de conocerle.

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