𝐎𝐜𝐭𝐨

VIII

Parece que hay muchas cosas que las debutantes no entienden, y hay una en específico que ha pasado de todas las reglas sociales, pero la realidad es, ¿qué se puede esperar de Alex Spinster? Una mujer que no fue criada por ninguna figura materna que le enseñara los modales, las maneras, y las formas correctas de conquistar un hombre.

No me extraña que parezca que ha atrapado entre sus garras a un Bridgerton, pero el escándalo sigue al saber que siguen viviendo juntos, ¿es que Violet Bridgerton no hará nada para callar ese secreto a voces que se escapa todas las noches para mirar las estrellas en el patio?

Revista de Sociedad de Lady Wistledown

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—Deberían de dejar de leer eso—mencionó Alex entrando a la habitación de Eloise donde además estaban Daphne y Colin recostados en la gran cama de la joven—. Yo soy mucho más feliz desde que dejó de importarme lo que escribe sobre mí.

—Te ha dedicado todo un volumen—Colin le extendió la revista a su amiga, pero esta negó—. Te noto muy feliz, ¿pasa algo?

—Es un día muy bonito allá afuera, ¿por qué no salimos a montar?

—Hoy paso—aclaró Daphne levantándose de su lugar—, iré a la Opera con mamá y Lady Danbury.

—Y con el duque—acotó Eloise.

—¿Opera? —los ojos de Alex se abrieron muy rápido—. Eso suena maravilloso.

Y parecía que su felicidad era eterna, porque comenzó a entonar un pedazo de Il matrimonio segreto a la par que Eloise la miraba con una sonrisa transformada en una mueca y Colin se tapaba los oídos desesperadamente con un cojín.

Alex cantaba horrible.

—¡¿Están bien?! —gritó Benedict entrando por la puerta rápidamente con un pincel en la mano y la cara manchada de pintura, después de él, Anthony entró también en la habitación.

—Es muy temprano para que los ángeles estén cantando, ¿no es así? —y recibió un golpe con un cojín que Alex le había quitado a Colin.

—Es que a Alex le gusta mucho la ópera, ¿no es así? —le preguntó Eloise y ella asintió—, y Daphne irá esta noche con mamá y el duque de Hastings.

—Y Lady Danbury— completó la joven.

—¡Oh!, pero si Alex es fanática de la ópera ustedes también deberían ir, ¿por qué no? —Benedict disimuló la mueca de dolor que tenía debido a que Anthony le había apretado la muñeca con demasiada fuerza.

—Eso sería fantástico—Alex asintió emocionada, pero después su sonrisa desapareció un poco—. No quiero importunar a Daphne tampoco.

—Pero tienes el balcón de los duques de York, no veo cuál sería el importuno—negó Daphne con una sonrisa en su dirección. Anthony quería que la tierra se lo tragase.

—Parece sorprendente cómo todo se está armonizando para que asistan a la ópera, ¿no, Alex? —Colin miró con desaprobación a Benedict que seguía tirando leña al fuego—. Pero si Anthony está ocupado hoy, Colin o yo mismo podemos acompañarte.

—No—respondió Anthony rápidamente—. ¿A las siete está bien, Alex?

Recibió un asentimiento de cabeza en respuesta y una sonrisa sincera que lo hizo sentirse miserable. Tenía que hablar con Sienna antes de que Alex se enterara.

—Fungiré como chaperón—se inmiscuyó Colin, pues tenía que estar de primer mano cercano a su amiga en caso de que cualquier cosa pasara—. Está decidido.

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Si algo no se perdía Sienna Rosso todas las mañanas era la visita del vizconde Bridgerton, pero hacía una semana que él no se pasaba por aquel apartamento. También comenzó a formar parte de su rutina leer a Lady Wistledown, necesitando algún tipo de entretenimiento y qué mejor que obtenerlo de los chismes sociales, aquellos entre los que estaban las mujeres que tenían un estatus social elevado. Uno al que ella aspiraba con locura desde que era un niña, pero que se veía muy lejano.

Veía con pesar por las ventanas en la espera de que Anthony arribara nuevamente a ese lugar, que la tomara entre sus brazos y la hiciera suya, pero tan pronto como comenzó a prestar atención a los volúmenes de Wistledown las cosas comenzaron a enredarse y a tener sentido.

Alex Spinster era la causante de sus desventuras. Se mentiría a sí misma si dijera que no había visto a la joven de primera mano en innumerables ocasiones. A veces parecía que la seguía. La veía tan cercana con el duque que pensó que engatusaría al pobre Simon Basset en un abrir y cerrar de ojos y entonces Anthony volvería a donde pertenecía, pero no fue así.

La odiaba. No había otra palabra para definir lo que sentía por aquella mujer que caminaba saludando amablemente a todos sin hacer distinciones. Incluso la había saludado en un par de ocasiones cuando se la topó en la boutique de Madame Delacroix sin saber que ella era la amante del vizconde.

Aquella mañana Sienna Rosso miró que Anthony cruzó el umbral de la puerta. Ella se levantó con los brazos abiertos; había vuelto, no cabían dudas en ella. Anthony era suyo, siempre lo había sido, pero él la quitó de encima y negó con la cabeza.

Se lo temía ya, pero aceptar la realidad era aún más pesado que imaginarla.

Anthony en verdad la estaba dejando por la futura duquesa.

Estaba fúrica, ofendida y despechada. Quería correr y arrancarle el cabello a Lady Spinster, gritarle en la cara todo lo que pensaba de ella, pero no lo hizo. En su lugar, tomó un tintero y una hoja y comenzó a escribir con tanta fuerza que a mitad de la carta la pluma se reventó, esparciendo tinta por la hoja.

No había quedado inservible, y por lo menos podría descargarse de esa forma, haciéndole llegar esa carta a la joven Spinster.

Aquella fue la primera de muchas cartas que le escribiría.

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—Pero es que las estrellas del cielo decidieron bajar hoy y honrarnos con su presencia—Alex y Simon hicieron su respectiva reverencia al encontrarse frente a frente en la entrada de la ópera—, ¿qué tal va todo, Alex?

—Con el vestido que ha escogido Daphne para mí hoy, temo no poder sentarme— Daphne se ruborizó por el comentario negando levemente mientras los dos duques reían a la par.

—Ha hecho un buen trabajo tratando de vestirla acorde a la ocasión, Lady Bridgerton, debería sentirse orgullosa—le felicitó Simon, y Alex le dio un leve golpe en el hombro.

—Deben ir a su palco—les indicó Anthony mirando cómo se adelantaban su madre y Lady Danbury.

—¿No nos acompañarán? —se extrañó el moreno.

—Estaremos en el palco de York—le aclaró Alex—, pero si quieres venir en cualquier momento estaremos listos para llevarte de vuelta a tu lugar.

El duque hizo una mueca hacia Alex arrugando la nariz, y ella le contestó sacando la lengua levemente en su dirección. Colin fue el encargado de lograr romper ese contacto tomando a Alex del brazo y guiándola al otro lado del teatro.

Anthony estaba nervioso cuando vio salir a Sienna de detrás del escenario. Ella lo miró, y después a la joven a su lado. Pensó que había perdido la cabeza y que no había persona más cínica en este mundo que aquel Bridgerton, pero justo ahí empezó su venganza.

Colin recibió un papel perfectamente doblado con la instrucción de dárselo a la señorita Spinster, y por más que quiso abrirlo en un primer instante, temió que Alex pudiera enojarse con él por atreverse a inmiscuirse en sus asuntos sin permiso.

A pesar de que los ojos de Sienna no se apartaban de aquel palco, y más específicamente de Anthony —algo que no pasó Alex por alto—, el Bridgerton solo la miraba a ella y a las pequeñas micro expresiones de felicidad que tenía cada que entonaban una nueva melodía.

Al término del segundo acto, Colin le pasó la nota y ella la leyó. Soltó un gran suspiro al terminar y se acercó sin que se percataran los dos hombres a una de las velas del gran candelabro que tenían por detrás, y vio a la nota quemarse ante sus ojos.

Mentiría si dijera que no estaba herida o desanimada, la verdad era que quería desaparecer de ese lugar.

La nota no estaba firmada, pero sospechaba que tenía que ver con aquella joven de vestido rojo que le dedicaba miradas asesinas.

—Colin—llamó a su amigo, que se giró al instante al mismo tiempo que Anthony—, no me siento bien, creo que necesito regresar a casa.

Del otro lado del teatro, el duque prestaba real atención a la conmoción de aquel palco en donde estaba su amiga, al ser las únicas personas que no estaban sentadas. Se excusó con las tres mujeres que le acompañaban y bajó las escaleras con premura, abriéndose paso por la parte de atrás hasta llegar a la base de las escaleras que le permitían el acceso.

—¿Necesitas aire, agua? —Anthony se levantó de igual forma, instintivamente intentó tomar su mano pero esta fue negada.

—No—le respondió—, iré al baño.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Colin—, vamos, te llevo.

—No, no—negó con las mano—, iré sola, creo que necesito lavarme el rostro, es todo.

Los hombres se miraron entre ellos extrañados, pero asintieron. Alex caminó como alma que lleva el diablo escabulléndose en uno de los cubículos privados del baño del palco de York.

El duque iba subiendo las escaleras cuando escuchó los sollozos. Entró sin temor a ser reprendido al baño de mujeres y la encontró enjuagándose la cara secándola con una toalla.

—Alex, ¿estás bien? —se le acercó, ella apenas lloraba.

—No—su voz quebrada pudo más que ella, respiró exhalando fuertemente dos veces y le contó lo que había leído.

—Si te vas...—comenzó Simon—, ella habrá ganado. Demuéstrale quién eres, que no te afecta. ¿Quién es ella? Nadie.

Los ánimos que estaban por el suelo subieron a medida que el duque hablaba. Porque era verdad, aunque lo intentara ocultar, Alex era muy insegura.

—Creo que tienes razón, volveré a mi lugar y...

—¿Alex? —aquella era la voz de Daphne, del otro lado de la puerta. Simon y ella se miraron completamente perplejos, y Alex le hizo una señal de que se metiera a uno de los grandes cubículos, él obedeció al instante. Tan solo se trataba de su amiga, pero no podían permitirse que las personas pensaran mal—. Anthony y Colin me dijeron que no te sentías bien, voy a entrar...

El duque se subió completamente al váter sosteniendo su cuerpo con ambas manos en la pared.

—Daph, solo me abrumé un segundo por las luces, enseguida volveré—la tranquilizó—, pero tú, ¿qué haces aquí?

—No encuentro al duque—se lamentó—, creo que está huyendo de mí.

—No podrías estar más equivocada— se rio Alex, negando con la cabeza y entrelazando su brazo con el de la joven—, estoy segura de que debe estar buscando algo, pero este lugar es muy grande, ¿por qué no vamos a buscarle?

—¿Tú crees?

—Apuesto a que debe estar en el ambigú buscando algo para que degusten—habló un poco más fuerte, lo suficiente para que el duque escuchara—, vamos, te acompaño.

Al escuchar la puerta cerrarse, el duque pudo exhalar y bajar de aquel baño, escapando por la puerta nuevamente sin ser visto.

O al menos eso creía

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