Capítulo 1







Capítulo 1





Casarse con un hombre imperial.

Casarse con un hombre imperial.

Casarse con un hombre imperial.

La frase de la reina se repitió una y otra vez en mi mente hasta que los murmullos de los consejeros me hicieron volver a la realidad; algunos parecían aterrorizados y otros lo veían aceptable y estratégico. Mamá se vio satisfecha con mi vacilación, pensando que tal vez me lo replantearía.

No lo hice.

Después de horas y horas de pensarlo, accedí totalmente a comprometerme con la seguridad de mi planeta… y con un hombre del Imperio.

Antes de que llegara la noticia desde el Senado, se había estado discutiendo por la toma de mi mano: ¿qué noble o caballero tendría la fortuna de casarse conmigo y formar parte de la familia real?

Mamá se había casado con su propio guardia, su escolta. Ella no quería ningún político o noble que rebajara su poder en el gobierno por lo que fue inteligente y eligió a su escolta personal, un hombre que no le interesaba la política en lo más mínimo y cuyo deber era únicamente proteger a la princesa. Mi padre prefería ir a cazar nexus que sentarse en una mesa a escuchar los estragos diplomáticos de Yetune.

De mí se esperaba que incluso me casara con mi primo, Altair, para reinar junto a él -o más bien, hacerlo por él- y así ejercer la misma figura autoritaria que mamá había sido mucho tiempo.

Pero yo me sentía totalmente asqueada ante la idea de comprometerme con alguien al que consideraba mi hermano. Mamá respetó mi decisión y esperó pacientemente a que escogiera al indicado.

Ahora no podía escoger al indicado.

Tenía que buscar a un hombre imperial lo suficientemente poderoso para convencer a Palpatine de que Yetune no estaba contra el Imperio, pero no tan poderoso como para meterse en nuestro gobierno.

Esa noche no dormí.

Ni las siguientes, ni las que vinieron tampoco. Marcharía una vez obtuviera la bendición del rey. Solo tenía la del príncipe pero si mi tío se negaba -al igual que lo hizo mi madre- entonces no tendría de otra que quedarme aquí y enviar a alguien más.

No me llevaría ni a sirvientes ni a guardias, no quería ponerlos en peligro de esa forma. Su deber sólo se concentraba en servirme en Yetune, no en Coruscant. Yo lo había decidido así.

Estaría sola.

Dejé de mirarme al espejo, ahogándome en mi propia inquietud, cuando la puerta de mi habitación se abrió revelando la figura de mis padres:

Mi madre entró primero, a grandes zancadas. Vestía un elegante vestido de terciopelo azul oscuro, que caía en suaves pliegues hasta el suelo. El corpiño estaba adornado con bordados de hilos dorados que formaban intricados patrones que se asemejaban a las estrellas de nuestro cielo nocturno.

Sobre su cabeza, había tiara de plata adornada con zafiros y diamantes que brillaban bajo la luz. Su cabello pelirrojo estaba recogido en un elegante moño, dejando caer algunos mechones sueltos que enmarcaban su rostro. Sus ojos, fríos como glaciares helados, se clavaron en los míos, evaluando cada matiz de mi expresión.

Detrás de ella, mi padre vestía la armadura ceremonial de la Guardia Real y a su costado, una espada de hoja ancha descansaba en su vaina, lista para ser desenvainada en cualquier momento. El cabello de mi padre, una mezcla de castaño y gris, estaba cortado de manera práctica y marcial. Sus ojos azules, aunque más relajados que los de mi madre, reflejaban severidad y autoridad.

El silencio en la habitación se hizo palpable y apreté con discreción la tela de mi vestido. Pensé que tendría que hablar yo, justificarme por mi decisión y dar a entender mi posición en el gobierno, pero mamá se adelantó:

— ¡Esto es una locura! —estalló, casi con histeria. Empezó a pasearse por mi habitación como un león desorientado pero hambriento—. ¡¿Enviarte a Coruscant?! ¿En qué momento permití que siquiera se considerara?

Sentí una punzada de impotencia ante la poca fe que mi madre tenía en mí. ¿Acaso así se sentía Altair todo el tiempo? Encerrado en una jaula de expectativas, sin la confianza de quienes deberían apoyarlo.

Mi padre dio un paso adelante, pero no para calmarla: a pesar de lo tranquilo que se veía yo sabía que eso era una sola máscara que pretendía ocultar lo tenso que estaba, conocía muy bien a mi padre a pesar de que nuestra relación jamás fuera tan estrecha.

— Eres muy joven para enfrentarte a tal peligro, Evren —dijo con voz grave—. Yetune ya está bajo amenaza, y quizás tu presencia solo podría irritar aún más al Emperador. No podemos arriesgarnos a eso.

Me levanté de mi silla, apesar de que sus preocupaciones hicieron tambalear mi seguridad, no dejé que se mostrara.

— Estoy haciendo lo correcto —insistí—. Casarme con un hombre imperial de buena fe podría beneficiar a nuestro planeta, fortalecer nuestras alianzas y mostrar que Yetune no es una amenaza para el Imperio.

Mi madre soltó una risa amarga, una que resonó con incredulidad y desdén.

— ¿Un hombre imperial de buena fe? ¡No existe tal cosa! Todos ellos son instrumentos del Emperador, herramientas de su dominio y opresión. Estás jugando con fuego, Evren.

— Puedo apagarlo —refute con convicción—, puedo apagar ese fuego. Pero necesito vuestro respaldo, no haré nada para enfurecer al Emperador y hasta lo complaceré en sus reglas.

El rostro de mi padre se contrajo en una mueca amarga, una sombra de disgusto cruzando sus ojos azules.

— No es el Emperador quien más me preocupa a mí —habló, su tono cargado de ironía y una burla carente de humor—. Es su perro faldero.

Su comentario me dejó perpleja.

— ¿Su perro faldero? —repetí. Al mismo tiempo, vi por el rabillo del ojo cómo mi madre se tensaba aún más, una sombra de cautela oscureció su expresión—. ¿De qué estás hablando, papá?

Él sonrió, pero era una sonrisa tan amarga como sus palabras.

— Palpatine tiene una carta maestra, un arma letal que sostiene su régimen de tiranía —me respondió, su voz adquirió un tono sombrío. Era como si estuviera hablando de una tormenta inminente, una fuerza de la naturaleza contra la cual no había defensa—. Ese monstruo... es más que aterrador. Es el brazo ejecutor del Emperador, su sombra mortal. Nadie que se haya enfrentado a él ha vivido para contarlo.

Mi madre levantó una mano temblorosa, su voz apenas un susurro, cargado de una urgencia que nunca antes le había escuchado—. Regulo, no sigas.

La advertencia de mamá solo hizo que mi corazón latiera más rápido. Ella nunca, jamás, se asustaba ante nada ni nadie de esa manera—. ¿Quién es?

El ambiente en la habitación se volvió más denso, como si el aire mismo se hubiera congelado. Era como si una sombra oscura y opresiva hubiera caído sobre nosotros, sofocando cualquier rastro de calidez.

— Darth Vader.

La mención de ese nombre trajo consigo una sensación de frío glacial que llenó la habitación. Había escuchado historias sobre Darth Vader, susurros de su crueldad y poder, pero nunca había sentido el verdadero peso de su amenaza hasta ese momento. Mi padre, un hombre que rara vez mostraba miedo, tenía una mirada de inquietud profunda y sincera. Mi madre, normalmente la roca inquebrantable de nuestra familia, parecía casi desmoronarse bajo el peso del terror que ese nombre evocaba.

Sentí como si una mano invisible apretara mi cuello, dificultando mi respiración ¿Podría realmente enfrentarme a un hombre como Darth Vader? ¿Estaba subestimando la magnitud del peligro al que me estaba exponiendo?

Pero entonces, recordé por qué estaba dispuesta a arriesgarlo todo: por Yetune, por mi pueblo, por la paz que tan desesperadamente necesitábamos.

Me quedé en silencio, incapaz de encontrar palabras para hablar. La figura de papá, parecía de repente más vulnerable.

Fue mamá quien rompió el silencio, su voz era afilada y exigente—. Evren, tienes obligaciones aquí con tu familia, debes replantearte tu decisión. Esto es una locura

Inspiré profundamente, reuniendo todo el valor que podía.

— La decisión está tomada, mamá. Partiré a Coruscant una vez que Su Majestad me dé su bendición —Mi voz sonó más segura de lo que me sentía—. Quiero que los yetunianos sepan que la corona se preocupa por ellos y que estamos dispuestos a hacer sacrificios por el bienestar del planeta.

Con el ascenso al trono de mi tío, el Rey Arcturus, el pueblo notó como Yetune estaba cada vez más descuidado por las enfermedades del monarca y las limitaciones de poder de mi madre. Ahora más que nunca, Altair y yo podíamos demostrar que nuestra gente podía volver a confiar en la monarquía.

Mi padre frunció el ceño—. Estás cometiendo un posible suicidio, Evren. Te estás adentrando en la boca del lobo.

— Procuraré no tropezar con ningún diente —respondí, tratando de aliviar un poco la tensión con un toque de humor—. Además, no es como si me fuera a casar con Darth Vader…

Mi madre soltó un suspiro cargado de desagrado, su rostro se endureció.

— No, a menos que quieras matar de un infarto a todo Yetune —replicó con amargura.

Esperaba que, después de todo lo dicho, mis padres se acercaran a mí y me dieran un abrazo, una muestra de apoyo a pesar de sus miedos y preocupaciones. Pero en lugar de eso, se limitaron a mirarme con una seriedad inquebrantable.

— Organizaré una guardia real para que te escolten hasta el Palacio Imperial —dijo papá, como si estuviera dictando una orden más. Luego, sin decir nada más, se giró y se marchó, dejando un vacío frío en su estela.

Me volví hacia mi madre, buscando una última conexión, algún indicio de apoyo o consuelo en sus ojos glaciares. Pero la Princesa Real levantó una mano, deteniéndome antes de que pudiera hablar.

— Le informaré a Su Majestad sobre el asunto —declaró, su voz fría y distante—. Espero que mi hermano entienda lo irracional que es el plan y te deniegue la solución. Yetune necesita que te cases con su gente, no con el Imperio.

Sin más palabras, se dio la vuelta y se marchó también, dejando a mi corazón sollozando ligeramente.

Mis padres jamás habían sido cariñosos y afectuosos conmigo, cada uno centrado en su deber de gobernar y dirigir hombres. Sin embargo, realmente había creído que esta vez se ablandarían un poco y me apoyarían.

Pero me quedé sola en la habitación, sintiendo el peso de su desaprobación y preocupación como una carga aplastante. Iba a enfrentarme a un futuro incierto, rodeada de enemigos potenciales, y aunque había prometido cuidarme, el camino que se extendía ante mí nunca se había sentido tan desolado. Me habían dejado sola.

Tal y cómo lo estaría en el infierno que me esperaba.



【...】



El día había llegado.

Me encontraba frente a las imponentes puertas de la habitación de mi tío, el rey Arcturus. A mi izquierda, mi madre se mantenía estoica, su porte regio y su expresión impasible revelaban poco de sus pensamientos. Su vestido oscuro contrastaba con su semblante frío, un rostro esculpido en piedra, sin un rastro de emoción que delatara sus verdaderos sentimientos.

A mi derecha, estaba Altair. Sus ojos parecían ensombrecidos por la preocupación. Aunque sus labios estaban apretados en una línea tensa, su mano cálida se apretaba alrededor de la mía en un gesto de apoyo silencioso. Al menos él me respaldaba en todo.

Las puertas se abrieron, y la reina consorte salió de la habitación, su figura envuelta en un aura de apatía y desinterés. Su mirada apenas se posó en nosotros, y su voz, cargada de un aburrimiento palpable, rompió el silencio—. Ya puedes pasar.

Observé cómo se alejaba indiferente, notando también como su hijo la perseguía con la mirada. Inspiré profundamente, preparándome para lo que venía, y crucé el umbral hacia los aposentos del rey. La escena que me recibió fue desgarradora:

Mi tío, el rey Arcturus, estaba postrado en su cama, su figura era casi irreconocible. Su piel estaba más pálida y cetrina que de costumbre, con un tono enfermizo que parecía robarle toda la vitalidad. Estaba delgado, su cuerpo reducido a huesos prominentes y piel, haciendo que sus rasgos se vieran más marcados y hundidos.

Sus respiraciones eran pesadas y laboriosas, cada inhalación parecía un esfuerzo monumental para él. Sus ojos, entrecerrados y opacos, miraban hacia el vacío con una expresión de cansancio profundo. La boca ligeramente abierta dejaba escapar un sonido áspero, un recordatorio constante de su fragilidad actual.

Mi mirada se desvió hacia el suelo, donde mechones rojizos de su cabello yacían dispersos como tallos de trigo cortados. Su cabellera ahora había quedado rala y desordenada, con parches calvos que dejaban ver su cuero cabelludo pálido.

Tuve que hacer grandes esfuerzos para evitar que mis ojos se empañaran con lágrimas ante la vista panorámica frente a mí y tomé otra exhalación para continuar.

— Acércate, mi niña —murmuró el rey débilmente. El tono era bajo, casi un susurro.

Obedecí con pasos suaves, sintiendo una mezcla de respeto y tristeza profunda, y me arrodillé junto a la cama. Temía tomar su mano y que ésta se rompiera como un cristal.

— Majestad —le saludé, respetuosamente.

— Te has convertido en una muchacha fuerte y valiente —dijo con voz áspera pero llena de calidez—. Incluso con mi visión casi nula y borrosa, puedo ver cuán hermosa eres. Admiro todos los pasos que estás dando.

Sus palabras me llenaron de un orgullo profundo. Incliné la cabeza en señal de respeto y agradecimiento, mi voz temblando ligeramente al responder.

— Significa mucho para mí escuchar esto de usted, Su Majestad.

El rey asintió lentamente.

— Ya conozco tu misión y estoy de acuerdo en dejarte ir — continuó, su tono grave y solemne. Mi corazón dio un vuelco ante su aceptación—. Pero te lo ordeno; debes tener cuidado y antepondrás tu integridad sobre cualquier cosa, incluso sobre Yetune.

Una vacilación me recorrió, la petición de mi tío torcía la balanza a favor de las emociones y no del deber, tragué saliva sabiendo que no era algo a lo que yo estaba dispuesta. Pero, finalmente, encontré la fuerza para responder—. Prometo que me protegeré a mí misma.

El rey Arcturus asintió con un gesto de resignación.

— Tienes mi bendición.

La responsabilidad cayó sobre mí como un balde de agua fría que había estado esperando. Empapada por el compromiso, tomé su permiso como una señal para irme y permitirle descansar. Me levanté con la intención de partir, pero justo cuando me volví para salir, sentí la presión de una mano sobre mi brazo.

El rey había hecho un gran esfuerzo para levantar su mano y enroscarla alrededor de mi muñeca. Su agarre, aunque débil, seguía siendo firme:

— Si Altair falla —habló con una voz cargada de urgencia—... tú serás la última esperanza que le quedará a Yetune.

Ignorando su falta de confianza en su hijo, intenté decirle que mamá aún tenía influencia en el gobierno, pero mi tío me detuvo con un movimiento de la mano—. Mi hermana es imprudente y terca en las peores ocasiones. Eso la llevaría a una muerte rápida a manos del Imperio. No puedes confiar en que ella pueda sobrevivir a su propio temperamento.

Las palabras de mi tío resonaron en mi mente una y otra vez hasta que decidí asentir con prudencia y despedirme una vez más. Me incliné ante él y procedí a salir de la habitación dejándolo ahogarse silenciosamente en su propia agonía.

El peso de esa realidad se asentó en mi corazón como una carga pesada. Cada paso que daba parecía resonar con la amenaza que estaba a punto de enfrentar. Pero, ¿qué sería lo peor que podría pasar? ¿derramar un vaso de vino en la túnica del Emperador y que me calzinara por idiota? ¿tropezar con Darth Vader y que me estrangulara por ciega?

Alejando aquellos tontos pensamientos de mi cabeza, abrí las puertas de la habitación…

Y fue como si hubiera abierto las puertas hacia mi propia muerte.

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