Prólogo

Una noche. Una simple noche había arruinado toda su rutina.

Dormirse a horas muy altas de la madrugada se convirtió en algo constante, desde lo vivido con su anterior pareja. Donde fue arrebatada su vida en aquella fatídica fecha.

Sabía que no era su culpa, que nadie iba a poder ver en una esfera de cristal y evitar lo inevitable.  Pero a pesar de que estaba superando esa herida poco a poco, rehaciendo su vida, seguía doliendo.

Las lágrimas caían y no se daba cuenta, a pesar de tener a Gon al lado suyo durmiendo profundamente. Hizo lo posible por levantarse y no hacer ningún tipo de ruido para perturbarlo.

Eran sus demonios, era su deber enfrentarlos.

¿Pero cómo hacerlo al sentirse tan vulnerable?

Toda su vida su familia tóxica le exigió ese valor. Sí era valiente, con mucha honra. También era un ser humano que debía sentir para desahogarse.

Por esa razón no iba a permitir que las personas más cercanas a él se involucraran en su vida, mucho menos que le hicieran daño de nuevo a un ser querido.

En el baño, por más que podía lavarse el rostro, simplemente dejó que las lágrimas recorrieran con lentitud sus mejillas hasta caer silenciosamente hasta el lavamanos.

Sentirse mal por tener emociones, que ridículo.

Venía esa frase a su cabeza. Ikalgo se lo dijo con burla cuando notaba que Killua reprimía sus sentimientos. Bajaba la cabeza,  huía de lo que estaba pasando.

Estaba cansado de eso.

Por primera vez logró atreverse a hacerse lo que deseaba, ser amado e irónicamente volvió a escapar de nuevo. Si le iban a decir que esa persona cambiaría su vida, no lo creería.

Sin embargo, así ocurrió.

Sin darse cuenta, el moreno lo estaba abrazando por la espalda. Silencioso hasta que bostezo y los sonidos por estar somnoliento hizo que el albino por fin reaccionara.

—Killua... Estás llorando otra vez, eres un llorón. —no lo dijo con mala intención, solamente para calmar un poco el ambiente.

—Lo sé...

Ahora sí se acomodó para limpiarse el rostro y la nariz tupida. Gon espero a que termine para tomarle el rostro.

—Cuando lo haces hasta que tu nariz se pone roja, es como si estuvieras enfermo. Cosita.

Claro que por ser tan pálido esas cosas se notaban con más facilidad. El de cabello negro restregaba su cara con cariño haciendo que sus labios se volvieran como boca de pescado.

—Andas muy creativo, debes volver a dormirte.

—No me voy a acostar hasta que vengas conmigo.

Quejas tontas y palabras malhumoradas, llegando a un punto que Killua no tuvo más opción que acostarse por las insistencias de su novio.

Este se le puso encima de la espalda, riendo por los regaños del pálido.

Si que era pesado.

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