𝟬𝟯. 𝗱𝗿𝗲𝗮𝗺𝘀

Y cuando menos lo esperaba,
su corazón descansaba en
las manos de ella



























































— ¿Falta mucho? Ya me aburrí.

— Ten paciencia Esmeray — pidió la Haseki a la joven sultana de solo seis años — La princesa Samath debe estar por llegar.

— Padre, no debería ir Semih a recibirla en persona a la entrada de la ciudad? — el Şehzade Tarkan miro a su hermano mayor con una sonrisa que pretendía ser pícara — Después de todo, ella será su esposa.

— Ese asunto aún no determinado Tarkan — Mazhar miro al más joven de sus hijos varones — Además, como familia, nuestro deber es recibir a la princesa todos juntos aquí en el palacio.

— Seré el hermano de un emperador consorte.

— Tarkan — regaño el mayor de los hijos del sultán, Şehzade Ahmed — Basta, mira como pones a nuestro hermano.

Las mejillas de Semih habían tomado un tono carmesí mientras jugaba con sus dedos en un vano intento de aplacar sus nervios. Conquistar mujeres era cosa fácil para el, aunque no hubiera tomado aún alguna favorita en el harem, el joven tenía una facilidad con las damas que salía tan natural como respirar. Pero algo en su interior que decía que el rubí de Arbezela no sería tan fácil de conseguir.

— Tengo a un tomate por hermano — se burlo la sultana Beste, la mayor de las hijas del sultán.

— Mi sultán — dijo un guardia entrando al salón donde la familia real aguardaba — La princesa Samath de Secramise a llegado.

— ¿Y que están esperando? — el hombre hizo un ademán con la mano y sonrió — Déjenla pasar.

— Si, mi sultán.

Las puertas del salón del palacio de Isihra fueron abiertas. Con decisión y una valentía sacada de lo más profundo de su corazón, la princesa de cabellos de fuego camino firme y serena hasta quedar frente al sultán. A sus espaldas, la joven Di Leonne y su mejor amigo Donneto Cofferix, aguardaban ansiosos por conocer el imperio más allá del sol de la mano de Samath.

— Saludos al sultán Mazhar de Isihra, el hombre en el trono más allá del sol — con su voz luchando por salir, la ojoperla hizo una reverencia ante el sultán y su familia.

— Princesa Samath de Secramise — saludo — Es un honor finalmente conocer al rubí de Arbezela.

— Me alaga sultán — las mejillas de la chica tomaron un tono rosado al notar las miradas de la familia real sobre ella. Los ojos perla de la joven viajaron del hombre a una de las personas paradas detrás de él — Mis más grandes felicitaciones al Şehzade Semih. En honor a su cumpleaños, me tomé la libertad de traer regalos para toda su familia.

— Maravilloso — el sultán dio un aplauso — Semih, por qué no llevas a la princesa a dar un paseo? Los sirvientes se encargarán del equipaje.

El joven de ojos rojizos le sonrió y sintió que su pecho estallaba por la fuerza de su corazón cuando aquel ángel le devolvió una tenue sonrisa.

— Dígame princesa — habló Semih una vez los dos estuvieron en los jardines del palacio con Lyenna como su chaperona — ¿Que es lo más ama de su imperio?

La personalidad. Algo fundamental en el futuro del segundo hijo del sultán, pues como podría pasar la vida al lado de una mujer que bien podría ser detestable o poco interesante. Vamos, que el no se considera tan superficie como para amar a la princesa solo por que es como un ángel caído.

— Esa es una pregunta un tanto difícil — respondió ella — Honestamente no sabría como responderla, amo los paisajes, a las personas, su historia, su encanto, la esencia que transmite también es algo hermoso para el corazón.

— ¿Su esencia? — pregunto el joven sin entender.

— Algunos lugares transmiten dolor, otros placer, unos cuantos calma — Samath de detuvo frente a un arbusto de rosas y tomo una entre sus manos — Arbezela me da una sensación de plenitud y armonía. Cuando se que las personas estan felices me siento, completa.

— ¿Acaso no se siente completa ahora? — Semih se acerco a ella con el fin de parecer cautivador y misterioso en aque paisaje casi de fantasía — ¿Qué es lo que le hace falta?

— Que sonrían. Me hace falta que ellos me sonrían.

— Normalmente no hablaría esto con nadie, pero siento que de alguna manera me comprendes — continuo. Los ojos de la pecosa se apagaron, navegando en los amargos recuerdos del pasado — Según se, tu padre abolió la ley de fracsidio cuando tomó el poder. Ahora la vida de tu hermano menor y la tuya estarán a salvo cuando el Şehzade Ahmed tomé el trono, son libres de la lucha incesante de poder, o eso quieren creer.

Semih la miro, pues algo dentro del el se removió, como si las palabras de la joven obligaran a una vieja sombra a salir de lo más oscuro y olvidado de su corazón.

— Se que mi madre no me quiere, nunca lo hizo — con amor, la princesa acaricio los pétalos de aquella rosa que se nego a soltar — Pero aún así, lucho por su atención, por su aprecio.

— Por su sonrisa — murmuró el joven de piel morena.

— Ni tu ni yo tenemos posibilidades de obtener un lugar más allá de lo que tenemos ahora — Samath le dio una mirada a su mejor amiga para que los siguiera mientras ella seguía hablando — Así que buscamos entre lo que podemos. Un matrimonio por conveniencia para conservar nuestro buen estatus y la buena vida que llevamos, por qué realmente no conocemos otra cosa. Nos aterran otras cosas.

— ¿Y que tal que no fuera así, Samath? — pregunto el joven tomando sus manos y parando la caminata — ¿Y si estamos destinados a algo aún más grande?

— El destino no favorece a los segundos — la pelirroja recordó las palabras de su madre "Ningún logro sirve de nada si no pueden superarla" — La gloria es para los que siempre estuvieron en la luz.

— Pues a crear nuestra propia luz, ¡el cielo es el límite! — el joven alzó los brazos — ¿Cuál es tu mayor sueño? ¿Qué anhelas más que nada en este mundo?

Una suave risa escapo de los labios de la princesa y el corazón del príncipe galopo como un caballo en maratón.

— Es una tontería.

— Yo quería ser una vestía divina cuando tenía cinco años, no creo que exista una mayor tontería — replicó inmediatamente — Dime, por favor.

— De acuerdo — accedió con un tono carmesí en la cara debido a la emoción del chico — Pero acércate, esto es un secreto. Solo lo saben mis dos mejores amigos.

¿Serán acaso los dos que llegaron con ella?, pensó el chico mientras se acercaba a la joven y recordaba la mirada asesina que el joven de cabellos negros y piel pálida le dio cuando se llevó a la princesa a los jardines, incluso la mirada que la dama de la joven le lanza de vez en cuando y de la que fingía no darse cuenta.

La pecosa se puso de puntillas y se coloco a su izquierdo, rozando sus labios contra el oído del chico y su aliento caliente en el cuello — Quiero llevar al imperio de Arbezela a una época gloriosa.

— ¿Y como se supone que eso es una tontería?

— Para eso tendría que ser emperatriz — admitió la joven jugando con sus dedos.

— Pues, la emperatriz serás entonces.

— No, jamás — Ariana me odiaría por la eternidad, pensó la princesa — Ese es el sueño de mi hermana, incluso empezó a tomar medidas para que se cumpla.

— Ah si, el "Joyero" — pensó el joven con desagrado — Le seré honesto princesa, alguien que presume tanto de su valor no tendría la necesidad de conseguir esa clase de aliados si realmente fuera tan capaz como alardea.

— ¿Qué insinúas? — pregunto la joven con interés. En Arbezela la única persona que hablaba así de libre sobre su hermana era Donneto, y el nunca llego tan lejos en sus comentarios además de criticar a la princesa mayor del imperio por su estilo de vida o su manera de atraer a la gente.

— Que tal vez tu hermana no sea realmente capaz de ser emperatriz. Para empezar, cuales son sus razones?

Y Samath lo recordó, aquel discurso que su hermana le había dado cuando empezó su joyero y ella decidió indagar. Cuando por primera vez, las ambiciones de Ariana le parecieron egoístas y superficiales en comparación a los verdaderos deseos que una futura emperatriz debía tener y las necesidades de los súbditos que tendría bajo su cuidado.

Las clases, oh las clases. Ariana apenas y tomaba clases de administración y practicas de esgrima mientras ella y Bavilo estudiaban día y noche sobre la historia, la policía y las tradiciones de su imperio y los reinos aliados.

Y así, gracias a un paseo en los jardines del palacio de Isihra un día antes de la fiesta del Şehzade Semih, Samath se dio cuenta que tal vez sus sueños estaban más cerca de lo que alguna vez imaginado.






















































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