9. 𝗠𝗶𝗻𝗲 / 𝗗𝗮𝗶𝗴𝗼 (Y3)
Daigo recae en sus problemas de alcoholismo que llevaba tratando de ocultarle a Mine hasta que el hombre le encuentra inconsciente en el baño de su oficina. La conversación entre ellos transcurre positivamente gracias al amor que siente Mine por el Sexto Chairman.
TW: Esta one-shot trata temas como la adicción al alcoholismo, el estrés y la ansiedad. Puede incomodar y ser dañina para algunas personas. Básicamente trata sobre las tendencias autodestructivas de Daigo pero todo sale bien tho
—Voy a entrar, Chairman —dijo Mine antes de abrir la puerta de la oficina de Daigo tras haber estado llamando durante unos minutos sin recibir ninguna respuesta.
Daigo siempre estaba atento a la puerta, incluso si se encontraba inmerso en el trabajo era capaz de darse cuenta si alguien llamaba. Por eso esta situación era tan rara, y Mine no quería preocuparse, pero lo acabó haciendo en cuanto no observó por ninguna parte al Chairman en su oficina.
—¿Chairman? —preguntó Mine, como si esta vez fuera diferente a las anteriores y Daigo fuera a escucharle. Siguió dando vueltas a la habitación con sus ojos y todo se veía completamente normal a pesar de unas leves diferencias: el escritorio estaba más ordenado que de costumbre, con una columna de papeles ligeramente más alta que la usual. También se apoyaba en la mesa un vaso de cristal donde Daigo solía vestir su whisky las pocas veces que lo degustaba, aún así es verdad que Mine no había dejado de verlo los últimos días fuera de su vitrina y ocupando lugar en la mesa.
Mientras tanto, Mine se dio cuenta de que la puerta del baño personal de la oficina estaba abierta, así que como su única pista para encontrar a Daigo se dispuso a entrar. Lentamente avanzó tras la puerta semi abierta y sus ojos se agrandaron como nunca a la par que su corazón comenzó a palpitar intensamente, el estrés subiendo en su cuerpo cuando contempló el cuerpo del Sexto Chairman hundido en el sueño del baño. Llevaba puesto su traje de chaqueta y la parte superior se encontraba visiblemente arrugada mientras que su cabeza reposaba cerca del retrete y sostenía una botella de whisky completamente vaciada en la mano izquierda, en especial una que Mine recordó observar intacta y sin abrir el día anterior la noche que se despidió del hombre y dijo que iba a estar adelantando trabajo.
—¡Daigo-san! —gritó Mine con el corazón en un puño; abalanzándose sobre el cuerpo de Daigo para poder sostenerle con sus brazos y despegar su cabeza del frío suelo del baño.
Se apresuró a entrelazar su mano derecha con la del hombre inconsciente mientras que la otra la trasladó a su cuello, obsesionado porque unos latidos le dieran la pista de que la sangre seguía bombeando, y fueron unos cuatro segundos, pero para Mine prácticamente se hicieron eternos hasta que finalmente sintió un único y significativo latido, que rápidamente calentó sus congeladas manos a la vez que exhalaba un profundo suspiro.
Así, Mine se ensimismó tanto en su propia calma que no se percató de cómo se abrieron con debilidad los ojos de Daigo; su despertar únicamente palpable en cuantos sus dedos se entrelazaron con los de Mine que abrazaban su mano.
—Mine… —le llamó suavemente, las palabras salieron de su boca como si tuviera puñales clavados en su garganta e imbuidos de sangre seca y oscurecida.
—¡Sexto Chairman! —gritó Mine. No solía hacer exclamaciones cuando se encontraba tan cercano a una persona, pero no había otra forma equivalente de expresar el alivio que sintió.
Daigo levantó la cabeza y los brazos de Mine que le sostenían automáticamente se percataron de la pérdida del peso de su cuerpo. Así, los recuerdos que respondían sobre su posición actual llegaron a él como fogonazos de luz.
Se acuerda de que esto empezó hace varios días, cuando se despidió de Mine para proceder a centrarse en el montón de trabajo que se le había acumulado en el escritorio durante el día aún si acababa de hacerse de noche. Poco después empezó a estresarse, niveles de ansiedad que llevaban trazando un hueco en él hace meses. Perdido, los recuerdos de sus problemáticos años anteriores procedieron a dispersarse en su mente como una pesadilla que se negaba a dejarle en paz.
Desde que se convirtió en el Sexto Chairman del Clan Tojo su vida dio una vuelta de noventa grados; de una tarde a la mañana del día siguiente sus problemas de alcohol habían dejado de existir, así como el pensamiento tortuoso de la venganza.
Pero la realidad era que nunca le dio tiempo a digerir todos sus problemas ni la resolución invisible entre ellos, solo dejó de beber porque su hábito no era algo responsable (tampoco es como si lo fuera desde el principio, pero esta vez estaba en una posición donde mucha gente dependía de él y tenía una promesa por la que preocuparse, cuando anteriormente al salir de la cárcel sus motivaciones en la vida se sentían totalmente vacías y cegadas por el resentimiento y la rabia) y la venganza dejó de ocupar su mente porque la persona de la que la buscaba había muerto.
Es posible que no se hubiera dado cuenta hasta ahora de lo inútil que parecía todo. Hace no mucho podía sobrellevarlo porque tenía las preocupaciones propias de ser el Chairman del Clan Tojo, pero de raíz todo eso solo era una distracción; así como lo fue el alcohol y la venganza.
Nada había cambiado. Seguía estando roto por dentro, con la diferencia de que su adicción ahora no le alejaba de sus responsabilidades, más bien las era, ni era condenada por aquellos cercanos a él. Aún así también gozaba de puntos negativos, como que su forma de sobrellevar el dolor ahora no suponía un trago amargo en su garganta que le hacía marearse y bloquear sus pensamientos hasta que amanecía inconsciente por la mañana en un hotel si es que tenía suerte, o si no en la calle.
Se obsesionó con esto en los últimos días; cómo le gustaría beberse una botella entera de whisky en quince minutos y olvidarse de lo amarga e insulsa que era su vida mientras sus ojeras se acumulaban debajo de sus ojos sin suponerle cansancio. Incluso el único pensamiento de sobrellevar las quejas de hombres ignorantes en las reuniones de la yakuza mientras su cerebro apenas podía procesar información por la resaca la parecía atrayente.
Sabía que aquello era un problema y que estaba volviendo a él, arrastrándose con un peso de miseria y oscuridad, pero le daba igual.
Por eso, sin que Mine lo supiera, la botella llena que observaba todos los días en su estantería era renovada cada día, porque a la noche se la bebía entera y después corría a una tienda de conveniencia abierta las veinticuatro horas a comprar una nueva cuando volvía a casa porque conocía lo observador que era Mine y realmente no quería lidiar con sus preguntas lógicas y consideradas de un afecto del que apenas se sentía merecedor.
Así que todo eso le había llevado hasta hoy: inconsciente en el suelo de su baño mientras Mine, preocupado, le sujetaba en brazos dispuesto a preguntarle por lo que había ocurrido por más que tampoco era difícil de discernir. Justamente todo lo que había estado queriendo evitar.
—¿Qué ha sucedido, Chairman? —preguntó Mine, efectivamente.
Daigo no respondió inmediatamente, no podría haberlo hecho aunque quisiera. No estaba preparado para tratar este tema y empezaba a recordarle al día en que su madre descubrió su pasatiempo dañino de autodestrucción.
—Lo siento —respondió Daigo. Mine al instante entrecerró sus ojos, confuso.
—¿Por qué?
—Por no ser el líder perfecto al que admiras.
Daigo cerró los ojos en dirección al suelo, dándole la vuelta a Mine con su espalda e incapaz de siquiera mirarle a los ojos; seguir hablando ya la parecía demasiado.
No era ningún secreto lo que Mine sentía por Daigo, o al menos aquello que se había atrevido a reflexionar en su interior. Por eso, Daigo se imaginó que Mine justamente era el que más decepcionado debía de sentirse por encontrarle en semejante estado de vulnerabilidad.
—¿De qué estás hablando, Daigo-san? De verdad que no te estoy comprendiendo ahora.
Daigo exhaló un largo y bajo suspiro. Apretó su agarre alrededor de la botella de whisky que llevaba sosteniendo todo el día y de inmediato la soltó, ocasionando en un golpe frío y culminante sobre el suelo pero que no distrajo a Mine.
—Soy un fracaso. Un alcohólico. Llevaba meses sin beber a menos que se tratara de una reunión importante, pero he vuelto a caer. Ni siquiera puedo controlarme a mí mismo.
Mine le miró atentamente, clavando su pupila en el cuerpo cabizbajo de Daigo. La confesión del Chairman le había pillado desprevenido; sí, era probable que tuviera idealizado al hombre, pero eso sólo era culpa de que le encontró mientras perseguía un ideal en sí. Con el tiempo, comenzó a comprender que incluso Daigo tenía su lado humano (“imperfecto”), pero era otras de las razones por las que quizá Mine se sentía tan atraído a él, teniendo en cuenta que Mine no podía acceder ni reconocer al suyo.
Quizás por eso resultara hasta irónico que Daigo pensaba que comunicarle sus imperfecciones haría que a Mine le gustara menos él, cuando lo que hacía era amarle incluso más de lo que lo hacía antes, sorprendentemente llegando a ser aquello remotamente posible.
Mine acercó su mano al hombro de Daigo, el otro hombre reaccionó de inmediato solo por lo extraño que resultaba que Mine iniciara un gesto de contacto físico.
—Daigo-san, yo nunca podría pensar mal de ti.
Daigo se giró, contemplando la intensidad con la que los ojos de Mine observaban sus pupilas tras aquella fuerte afirmación.
—Pero, ¿por qué, Mine? Acabas de contemplar la peor faceta de mí, una que durante los años atrás controlaba mi vida. Tu admiración sobre mí… No tiene sentido ahora mismo.
Mine negó inmediatamente con la cabeza y adoptó un semblante incluso más serio que antes.
—Todo lo contrario, Chairman. Toma valentía reconocer de esa manera las imperfecciones de uno. Todas las personas tienen defectos —era algo que Mine no asimiló completamente hasta este momento, por más que antes no dejara de ser una discusión constante en su cabeza— pero muy pocas aceptan que los tienen.
Una mueca triste se enfocó en la boca de Daigo; aquellos labios de los que a Mine muchas veces le costaba despegar sus ojos, mientras el hombre tragaba las palabras de Mine como un néctar curativo. Aún así, se sentía perdido.
—Tienes mucha fe en mí —le replicó Daigo. Todo el honor y el orgullo del Sexto Chairman se encontraba desaparecido ahora—, solo te he dicho la verdad porque me has encontrado inconsciente en el baño de mi propia oficina. No podía dejarte sin una explicación ante algo así y jamás podría mentirte —Daigo tomó un rápido suspiro—. No lo sabes pero llevo toda la semana anterior yendo a comprar la misma botella de alcohol en la madrugada para que no te des cuenta de que me las he estado bebiendo todas.
Daigo apenas podía hablar, y a veces temía que de su garganta únicamente saliera un sonido gutural. Era difícil lidiar con sus problemas de por sí, más aún admitirlos en voz alta.
—Por favor, Chairman, te pido que no muestres tu perspectiva sobre la opinión que tengo de ti como si fuera la verdadera —le respondió Mine, firme. Daigo levantó las cejas, aún confuso sobre la insistencia que demostraba el hombre para demostrar que era una buena persona—. Eres el único hombre al que he amado. Por eso deseo acompañarte tanto en tu mejor versión de ti como en la peor; no me quites eso, por favor.
Los ojos de Daigo se abrieron como platos. No podía creerse que Mine se le acabara de confesar en aquél mismo momento; menos aún la naturalidad con la que había entonado aquellas fuertes palabras, que por la manera en la que las expresó parecían casi un pensamiento diario y constante en la mente del hombre.
—Mine…
—Por favor, Daigo-san, déjame ayudarte. He visto a muchos hombres caer en la miseria y tú no te mereces ese sufrimiento.
Mine acogió sus manos entre la derecha de Daigo y entrelazaron sus dedos. Lo cierto es que Daigo se sentía con el corazón en un puño mientras escuchaba a Mine; los latidos que podía palpar en su pecho iban tan rápido que se sentía al borde de un ataque, y la calidez que cubría sus mejillas reemplazaban la sensación ardiente que la resaca siempre cubría su cabeza.
—¿P-puedes repetirlo, por favor?
Preguntó Daigo. La inseguridad le llenó de miedos, totalmente diferentes a los que tuvo que afrontar (sin éxito) aquella semana, y al menos quería asegurarse de que aquella frase que había hecho saltar su corazón verdaderamente era lícita.
—¿El qué, lo de que me dejes ayudarte?
—No, antes…
Los dedos que resguardaban la mano de Daigo se apretaron con más intensidad.
—Eres el único hombre al que he amado.
Y así ocurrió de nuevo. Su corazón bombeó con latidos tan rápidos dentro de él que parecía que en algún momento se iban a escapar de su pecho.
Era probable que hubiera tardado demasiado en decirle la verdad a Mine, pero también podía suceder que los dos estaban esperando a la situación adecuada para poder confesarse mutuamente.
Pero ahora, después de tanto tiempo tras su salida de la cárcel y el inicio de sus problemas de alcoholismo, era probable que al final pudiera acudir de verdad a la ayuda por su relación con Mine, una tan profunda que Daigo nunca se imaginó que tendría cabida en su complicada vida.
Y era lo justo, al fin y al cabo, considerando que Daigo fue el primer y único vínculo real de Mine y el amor entre los dos era tan puro como las ganas de Daigo de buscar una verdadera motivación en su vida así como la de Mine a seguir su sentimiento de lealtad allá hasta el fin de su mundo, que era Daigo.
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